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l Señor Jesús nos dijo con palabras muy aleccionadoras: «De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto» (Juan 12:24). Después añadió: «El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará» (Juan 12:25).

En otras palabras, es posible tener una vida fructífera y una vida eterna por medio de morir como una semilla y aborrecer nuestra vida en este mundo. Lo que me impresiona, a medida que considero esto y examino las vidas de William Tyndale, John Paton y Adoniram Judson, es cuán estratégico fue el hecho de que ellos murieron tantas veces y de tantas maneras antes de que sus vidas en la tierra terminaran. Y eso no es un mero adorno retórico. La Biblia habla de esta manera, y estos seguidores de Cristo lo sabían.

Por ejemplo, cuando John Paton estaba celebrando los triunfos del evangelio en la isla de Tanna en las Nuevas Hébridas, después de un largo periodo de labor misionera y sufrimiento, él afirmó que la victoria se debía a que «las semillas de la fe y la esperanza fueron sembradas no sólo con lágrimas, sino con lágrimas de sangre».1 Después, para darle solidez bíblica a lo que acababa de decir, simplemente citó la asombrosa frase de 2 Corintios 11:23, en donde Pablo describió sus sufrimientos con las palabras: «en muertes, muchas veces». Eso es lo que dice la versión Reina–Valera Antigua y es estrictamente literal.

En 1 Corintios 15:31, Pablo dijo: «cada día muero». La semilla cae en la tierra y muere, no sólo una vez durante el martirio, sino una y otra vez cuando obedecemos el mandato de tomar nuestra cruz «cada día» y seguir a Jesús (Lucas 9:23).

El doloroso camino por el que Dios alcanza a todos los pueblos

Cada vez estoy más convencido, a partir de las Escrituras y de la historia de las misiones, de que el diseño de Dios para la evangelización del mundo y para la consumación de Sus propósitos incluye el sufrimiento de Sus pastores y misioneros. En palabras más claras y concretas, Dios quiere que el sufrimiento de Sus embajadores sea un medio esencial para la difusión triunfante de la buenas nuevas en todos los pueblos del mundo.

No sólo estoy hablando del hecho obvio de que el sufrimiento es el resultado de la obediencia fiel en la difusión del evangelio. Eso es verdad. Jesús dijo que el sufrimiento vendría como resultado de esta fidelidad. «Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre» (Lucas 21:17). «Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán» (Juan 15:20). Lo que quiero decir es que este sufrimiento es parte de la estrategia de Dios para que el mundo conozca Quién es Cristo, cuánto Lo ama el Padre, y cuán valioso es Él.

Esto es aterrador y al mismo tiempo alentador. Nos aterra porque sabemos que es muy probable que seamos llamados a sufrir de alguna manera, para conseguir el avance que anhelamos ver en la difícil situación del campo misionero. Pero también nos alienta, porque sabemos que nuestro sufrimiento no es en vano y que el mismo dolor que tiende a desanimarnos es el camino hacia el triunfo, incluso cuando no podemos verlo. Muchos han atravesado antes que nosotros el camino al Calvario del sufrimiento y, por su perseverancia, han demostrado que la muerte de las semillas humildes produce fruto.

Jesús vino al mundo para sufrir y morir por la salvación de un número incontable de creyentes de todos los pueblos del mundo. «El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos» (Marcos 10:45). «Con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación» (Apocalipsis 5:9).

El camino que Cristo atravesó para lograr la salvación de los pecadores fue el de sufrir y morir en lugar de ellos. «Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición» (Gálatas 3:13). «Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados» (Isaías 53:5). Eso es lo que predicamos. Ese es el corazón del evangelio.

Pero este sufrimiento y muerte voluntarios para salvar a otros no es sólo el contenido, sino también el método de nuestra misión. Nosotros proclamamos la buenas nuevas de lo que Él logró, y nos sumamos a Él en el método del Calvario. Abrazamos Sus sufrimientos por nosotros y difundimos el Evangelio a través de nuestro sufrimiento con Él. Como Joseph Tson lo dice con respecto a sí mismo: «Yo soy una extensión de Jesucristo. Cuando me golpearon en Rumania, Él sufrió en mi cuerpo. No fue mi sufrimiento: Yo sólo tuve el honor de participar de Sus sufrimientos».2 El pastor Tson continúa diciendo que el sufrimiento de Cristo es para propiciación; y nuestro sufrimiento, para propagación. En otras palabras, cuando sufrimos con Él a causa de las misiones, mostramos el modo en que Cristo amó al mundo y a través de nuestros propios sufrimientos le comunicamos al mundo Sus sufrimientos. Eso es lo que significa cumplir las aflicciones de Cristo (Colosenses 1:24).

Primero la Biblia, después la biografía

El plan de este libro es centrarse primero en algunos textos de las Escrituras que respaldan las afirmaciones de esta Introducción, y después, permitir que las vidas de Tyndale, Paton y Judson sean un ejemplo vivo de estas Escrituras. Entre los miles de misioneros fieles y devotos de la historia de las misiones mundiales, Tyndale, Judson y Paton no son los únicos que ejemplifican esta verdad.

De hecho, no tengo dudas de que en el Cielo descubriremos que muchos de los misioneros más fieles y fructíferos fueron casi completamente desconocidos aquí en la tierra, pero eran muy conocidos en los libros más importantes del Cielo. Sin embargo, las vidas de algunos han sido registradas en la tierra, y estoy agradecido por eso. Ellos son una gran fuente de fortaleza para mí. Por esa razón leí acerca de sus vidas. De todas las vidas registradas para nosotros, pocas son tan impactantes e inspiradoras como las vidas de Tyndale, Paton y Judson. Junto con otros miles de ejemplos, estos tres muestran cómo el avance del Evangelio de Cristo se produce no sólo por la proclamación fiel de la verdad, sino también cumpliendo las aflicciones de Cristo.

El plan de Dios para las naciones del mundo

El invencible propósito de Dios en la historia es que «el evangelio de la gloria de Cristo» (2 Corintios 4:4) se extienda por todos los pueblos del mundo y eche raíces en iglesias que estén centradas en Dios y que exalten a Cristo. Esa era la promesa del Antiguo Testamento:

Se acordarán, y se volverán a Jehová todos los confines de la tierra, Y todas las familias de las naciones adorarán delante de ti. Porque de Jehová es el reino,

Y él regirá las naciones. (Salmo 22:27–28)

Esa era la promesa de Jesús a Sus discípulos:

Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin (Mateo 24:14).

Ese era el propósito que Dios le asignó a la cruz, porque es lo mismo que se proclama en la alabanza del Cielo:

Porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación (Apocalipsis 5:9)

Ese fue el último mandamiento del Cristo resucitado que tiene toda autoridad:

Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por lo tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén (Mateo 28:18–20).

Ese era el objetivo divino del apostolado de Pablo:

Por quien [Cristo] recibimos la gracia y el apostolado, para la obediencia a la fe en todas las naciones por amor de su nombre (Romanos 1:5).

Esa era la santa ambición de Pablo, la cual no sólo estaba arraigada en su llamado apostólico único, sino también en la promesa del Antiguo Testamento, que sigue vigente hasta este día:

Y de esta manera me esforcé a predicar el evangelio, no donde Cristo ya hubiese sido nombrado, para no edificar sobre fundamento ajeno, sino, como está escrito: Aquellos a quienes nunca les fue anunciado acerca de él, verán; Y los que nunca han oído de él, entenderán (Romanos 15:20–21; cf. Isaías 52:15).

Porque así nos ha mandado el Señor, diciendo:

Te he puesto para luz de los gentiles,

A fin de que seas para salvación hasta lo último de la tierra (Hechos 13:47; cf. Isaías 42:6).

El propósito divino era enviar al Espíritu Santo y llenarnos con Él:

Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra (Hechos 1:8).

El invencible propósito de Dios es que «el evangelio de la gloria de Cristo» se extienda por todos los pueblos del mundo y eche raíces en iglesias que estén centradas en Dios y que exalten a Cristo. Esta gran visión global del movimiento cristiano se hace clara, poderosa y convincente en la Iglesia cada vez que ocurre un profundo avivamiento bíblico en el pueblo de Cristo.

Eso fue una realidad en la época de William Tyndale (nacido en 1494), quien fue cautivado por el fervor de la Reforma, a medida que Dios despertaba a Su Iglesia a la verdad de la justificación sólo por la fe. Fue una realidad en el tiempo de John Paton (nacido en 1824), quien fue partícipe de los avivamientos de Escocia, los cuales Iain Murray llama: «el despertar misionero».3 Y fue una realidad en la época de Adoniram Judson (nacido en 1788), cuando ocurrió el Segundo Gran Despertar de América.

Tu persecución es «para testimonio»

Hay una verdad que se ilustra de manera especial en las vidas de estos siervos, es decir, el hecho de que la estrategia de Dios para destrozar la autoridad de Satanás en el mundo, difundir el evangelio, y plantar la iglesia es una estrategia que incluye el sufrimiento sacrificial de sus heraldos que están en el frente de batalla. Y una vez más, debido a que es algo que fácilmente podemos olvidar, quiero enfatizar que no me refiero únicamente a que el sufrimiento es el resultado de proclamar la verdad en el frente de batalla. También me refiero a que el sufrimiento es una de las estrategias que Dios utiliza para el progreso de Su misión. Jesús les dijo eso a Sus discípulos cuando los envió:

He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas (Mateo 10:16).

No hay duda de lo que suele ocurrirle a una oveja que está en medio de lobos. Y Pablo confirmó esa realidad en Romanos 8:36, citando el Salmo 44:22:

Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas de matadero.

Jesús sabía que esta sería la porción de Sus misioneros, los cuales penetran las tinieblas, avanzan el reino, y plantan iglesias. Tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro, o espada (Romanos 8:35) —eso es lo que Pablo esperaba, porque eso es lo que Jesús prometió. Jesús continúa:

Y guardaos de los hombres, porque os entregarán a los concilios, y en sus sinagogas os azotarán; y aun ante gobernadores y reyes seréis llevados por causa de mí, para testimonio a ellos y a los gentiles (Mateo 10:17–18).

Aquí podemos notar que el «testimonio» ante los gobernadores y los reyes no es un simple resultado o consecuencia, sino un designio. Literalmente: «Seréis llevados ante (...) reyes para testimonio a ellos [gr. eis marturion autois]». El designio de Dios era alcanzar algunos gobernadores y reyes a través de la persecución de Su pueblo. ¿Por qué diseñó así las misiones? Una respuesta del Señor Jesús sería:

El discípulo no es más que su maestro, ni el siervo más que su señor (...) Si al padre de familia llamaron Beelzebú, ¿cuánto más a los de su casa? (Mateo 10:24–25)

El sufrimiento no era sólo una consecuencia de la obediencia al Señor y a Su misión. Era una estrategia central de Su misión. Era el camino para llegar a nuestra salvación. Jesús nos llama a unirnos a Él en el camino del Calvario, a tomar nuestra cruz diariamente, a aborrecer nuestras vidas en este mundo, y a caer en la tierra como una semilla y morir, para que otros puedan vivir.

Nosotros no somos más que nuestro Señor. Está claro que nuestro sufrimiento no expía los pecados de nadie, pero, a través de él, nuestra labor misionera es más profunda de lo que alcanzamos a comprender. Cuando los mártires claman a Cristo debajo del altar celestial, diciendo: «¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra?», se les dice que descansen «todavía un poco de tiempo, hasta que se completara el número de sus consiervos y sus hermanos, que también habían de ser muertos como ellos» (Apocalipsis 6:10–11).

El martirio no es la mera consecuencia de un amor y una obediencia radicales; es el cumplimiento de un designio establecido en el Cielo para un cierto número de creyentes: Esperemos «hasta que se complete el número de mártires que han de ser muertos». Así como Cristo murió para salvar a los pueblos no alcanzados del mundo, algunos misioneros deben morir para salvar a los pueblos del mundo.

Cumpliendo las aflicciones de Cristo4

Es válido que al llegar a este punto nos venga la preocupación de que, por medio de esa forma de hablar, nuestro sufrimiento se conecte demasiado con el sufrimiento de Cristo, al grado de que podría sonar como si nosotros también fuéramos redentores de los hombres. Pero hay un solo Redentor. Sólo hay una muerte expiatoria por el pecado, la muerte de Cristo. Sólo hay un acto de sufrimiento voluntario que quita el pecado. Jesús hizo esto «una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo» (Hebreos 7:27). «Se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado» (Hebreos 9:26). «Porque con una sola ofrenda [Cristo] hizo perfectos para siempre a los santificados» (Hebreos 10:14). Cuando derramó Su sangre, lo hizo «una vez para siempre» y obtuvo una «eterna redención» (Hebreos 9:12). «Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre» (1 Timoteo 2:5). Así que no hay duda de que nuestros sufrimientos no añaden nada al valor expiatorio y a la suficiencia de los sufrimientos de Cristo.

Sin embargo, hay un versículo en la Biblia que a muchas personas les suena como si nuestros sufrimientos fueran parte de los sufrimientos redentores de Cristo. Pero eso no es lo que significa. Por el contrario, es uno de los versículos más importantes para explicar la tesis de este libro: que los sufrimientos misioneros son una parte estratégica del plan de Dios para alcanzar a las naciones. El texto es Colosenses 1:24, donde Pablo dice:

Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia.

En sus sufrimientos, Pablo estaba cumpliendo «lo que falta de las aflicciones de Cristo por (…) la iglesia». ¿Qué significa eso? Significa que los sufrimientos de Pablo completan las aflicciones de Cristo, no añadiendo nada a su valor, sino extendiéndolas a las personas que han de ser salvadas.

Lo que les falta a las aflicciones de Cristo, no es algo que las vuelve deficientes en valor, como si no pudieran cubrir de manera suficiente los pecados de todos los que creen. Más bien, lo que falta es que el infinito valor de las aflicciones de Cristo sea conocido y creído en el mundo. Estas aflicciones y su significado todavía son algo que la mayoría de los pueblos desconoce. Y la intención de Dios es que el misterio sea revelado a todas las naciones. Así que hay algo que le «falta» a las aflicciones de Cristo, en el sentido de que no han sido vistas, conocidas y amadas entre las naciones. Por lo tanto, deben ser llevadas por los misioneros. Y esos misioneros «cumplen» lo que falta de las aflicciones de Cristo al extenderlas a otros.

Epafrodito nos lo explica

En Filipenses 2:30 encontramos una fuerte confirmación de esta interpretación, pues ahí se utilizan palabras similares. En la iglesia de Filipos había un hombre llamado Epafrodito. Cuando la iglesia de allí reunió apoyo para Pablo (tal vez dinero, suministros, o libros), decidieron enviárselos a Pablo en Roma por medio de Epafrodito. Y Epafrodito casi pierde la vida mientras viajaba con este apoyo. Estuvo enfermo, a punto de morir; pero Dios tuvo misericordia de él (Filipenses 2:27).

Por lo que Pablo le pide a la iglesia en Filipos que honre a Epafrodito cuando él regrese a verlos (v. 29), y explica sus razones por medio de palabras muy similares a las de Colosenses 1:24. Él dice: «Porque por la obra de Cristo estuvo próximo a la muerte, exponiendo su vida para suplir [similar a la palabra “cumplir” en Colosenses 1:24] lo que faltaba [misma palabra de Colosenses 1:24] en vuestro servicio por mí». En el original griego, la frase «suplir lo que faltaba en vuestro servicio por mí» es casi idéntica a la frase «cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo», que aparece en Colosenses 1:24.

Entonces, ¿en qué sentido el servicio de los Filipenses suplió lo que le «faltaba» a Pablo? y, ¿en qué sentido Epafrodito «cumplió» o «completó» lo que faltaba en el servicio de ellos? Hace cien años, Marvin Vincent lo explicó así:

El don para Pablo era un don de parte de la Iglesia como un cuerpo. Era una ofrenda de amor sacrificial. Lo que faltaba, y que habría sido agradecido tanto por Pablo como por la iglesia, era la presentación de esta ofrenda por parte de la iglesia en persona. Eso era imposible, y Pablo representa a Epafrodito como supliendo esta carencia con su ministerio ferviente y afectuoso.5

Yo creo que eso es exactamente el significado de las mismas palabras en Colosenses 1:24. Cristo ha preparado una ofrenda de amor para el mundo al sufrir y morir por los pecadores. Esa ofrenda está completa y no le falta nada, excepto una cosa, una presentación personal de parte de Cristo mismo a las naciones del mundo. Y Dios suple esta carencia al llamar al pueblo de Cristo (personas como Pablo) para que vayan por todo el mundo y den una presentación personal de las aflicciones de Cristo.

Al hacer esto, nosotros cumplimos «lo que falta de las aflicciones de Cristo». De esa manera terminamos aquello para lo cual fueron destinadas, es decir, llegar a la gente que no conoce el infinito valor de estas aflicciones, y darles una presentación personal de ellas.

Cumpliendo las aflicciones de Cristo con nuestras aflicciones

Pero lo más asombroso de Colosenses 1:24 es la manera en la que Pablo cumplió las aflicciones de Cristo. Él dice que su propio sufrimiento es el que cumple las aflicciones de Cristo. «Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia». Entonces, eso significa que Pablo exhibe los sufrimientos de Cristo cuando él sufre por aquellos que trata de ganar. En sus sufrimientos ellos veían los sufrimientos de Cristo.

Este es el asombroso resultado: Dios pretende que las aflicciones de Cristo sean presentadas al mundo a través de las aflicciones de Su pueblo. Dios realmente quiere que el cuerpo de Cristo, la iglesia, experimente algo del sufrimiento que Él experimentó para que, cuando proclamemos la cruz como el camino a la vida, la gente vea las marcas de la cruz en nosotros y sienta el amor de la cruz de parte de nosotros. Nuestro llamado es hacer que, al proclamarle a la gente el mensaje de salvación, hagamos que las aflicciones que nosotros experimentamos le permitan a la gente ver la realidad de las aflicciones de Cristo.

La sangre de los mártires es semilla

Esa es la razón por la que Pablo decía que sus cicatrices eran «las marcas del Señor Jesús». En sus heridas la gente podía ver las heridas de Cristo. «Porque yo traigo en mi cuerpo las marcas del Señor Jesús» (Gálatas 6:17). El objetivo de llevar las marcas de Jesús es que Él pueda ser visto y que Su amor actúe poderosamente en aquellos que lo ven.

[Nosotros llevamos] en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos. Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De manera que la muerte actúa en nosotros, y en vosotros la vida. (2 Corintios 4:10–12)

La historia de la expansión del cristianismo ha demostrado que «la sangre de los mártires es semilla», una semilla de la vida nueva en Cristo que se esparce por todo el mundo. Esa cita famosa proviene de Tertuliano, quien vivió aproximadamente entre el año 160 y el 225 d.C. Lo que él realmente escribió fue: «Cuánto más nos podan [los romanos], más crecemos en número [los cristianos], la sangre de los cristianos es semilla».6 Durante casi trescientos años, el cristianismo creció en una tierra que fue regada por la sangre de los mártires. En su libro, A History of Christian Missions [Una historia de las misiones cristianas], Stephen Neil menciona los sufrimientos de los primeros cristianos como una de las seis razones principales por las que la Iglesia creció tan rápidamente.

Debido a su peligrosa situación ante la ley, los cristianos estaban casi obligados a reunirse en secreto (...) Cada cristiano sabía que tarde o temprano tendría que testificar por su fe, y que eso le costaría la vida (…) Cuando la persecución se desató, el martirio era algo que podía ser observado por las audiencias más grandes que podían existir. El público romano era duro y cruel, aunque no carecía por completo de compasión; y no cabe duda de que la actitud de los mártires, y en particular de las jóvenes que sufrieron junto a los hombres, causó una profunda impresión (...) En los primeros registros encontramos un comportamiento tranquilo, digno y decoroso; un valor impasible ante el tormento, cortesía hacia sus enemigos y una alegre aceptación del sufrimiento como el camino señalado por el Señor para conducirlos a Su reino celestial. Hay una serie de casos bien documentados de conversiones de paganos justo cuando presenciaron la condena y la muerte de los cristianos; seguramente fueron muchos más los que recibieron impresiones que con el tiempo llegarían a convertirse en una fe viva.7

Que el Señor de las naciones tenga a bien darnos Su pasión

Cuando Pablo participó de los sufrimientos de Cristo con alegría y amor, por así decirlo, les entregó esos mismos sufrimientos a aquellos por los que Cristo murió. El sufrimiento misionero de Pablo estaba diseñado por Dios para cumplir las aflicciones de Cristo, haciéndolas más visibles, personales, y preciosas para aquellos por quienes Él murió.

De manera que ahora yo diré estas palabras aleccionadoras: El plan de Dios es que Su propósito salvador para las naciones triunfe a través del sufrimiento de Su pueblo, especialmente el sufrimiento de los que están en el frente de batalla, quienes irrumpen en las tinieblas del poder cegador que Satanás ejerce sobre los pueblos no alcanzados. Eso es lo que de manera drástica ilustran las vidas de William Tyndale, John Paton y Adoniram Judson. Oro para que las historias de estos hombres despierten en ti una pasión por el renombre de Cristo entre las naciones, y estimulen en ti un sentido de compasión por los que morirán en sus pecados sin haber escuchado la buenas nuevas de Cristo.

Cumpliendo las aflicciones de Cristo

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