Читать книгу La noche de Iguala - Jorge Fernández Menéndez - Страница 7
Prólogo
ОглавлениеCuando miras demasiado tiempo un abismo, el abismo mira también dentro de ti. Quien lucha contra un monstruo puede convertirse a su vez en un monstruo.
Friedrich Nietzsche
Cuatro años después de la desaparición y muerte de los jóvenes estudiantes de Ayotzinapa, no es verdad que no se sabe cuál fue su destino. Es inexplicable, por ejemplo, que se pida un nuevo peritaje en el basurero de Cocula cuando ya se realizó uno, avalado por cinco expertos internacionales, que sostuvieron que allí hubo un fuego que calcinó por lo menos diecisiete cuerpos y donde fueron encontrados restos que, siquiera en dos de los casos, fueron identificados como de las víctimas. Ese peritaje se realizó en Estados Unidos a pedido de la Procuraduría General de la República (pgr), los representantes de los familiares y el Grupo Interdisciplinario de Expertos Internacionales, giei. El resultado es público.
¿Qué sucedió la noche del 26 de septiembre de 2014 en Cocula? Las autoridades y los familiares de las víctimas lo saben desde fines de ese año con toda claridad. Hay testimonios, algunos se han hecho públicos y otros no, de lo sucedido. Aquí les vamos a transcribir los más importantes. Son materiales que están en poder de las autoridades, de los familiares y de sus abogados. El relato es largo pero terriblemente contundente.
El 16 de enero del 2015, Felipe Rodríguez Salgado, alias El Cepillo o El Terco, uno de los jefes de sicarios de Guerreros Unidos, contó cómo, la noche del 26 de septiembre, le avisaron a las nueve y media de la noche que les llevarían unos “paquetes” (así les dicen a las víctimas). Iban ocho patrullas municipales, con entre 30 y 35 policías y entre 38 y 41 “paquetes detenidos amarrados con mecates, algunos con esposas y otros ensangrentados”. Se fueron con todos ellos en un camión de tres y media toneladas al basurero de Cocula. “Antes de llegar al basurero pateé a uno de los estudiantes que iba debajo de mí y le pregunté quién los había mandado. Me dijo que los mandó El Carrete (jefe del cártel de Los Rojos) de Cuernavaca y en ese momento le marqué un x en la espalda con pintura en aerosol”.
Dice El Terco que cuando llegaron al basurero los de abajo (iban todos apilados) estaban muertos por asfixia y que quedaban vivos unos 18 jóvenes.
Agustín García Reyes, El Chereje, detenido desde octubre de 2014, cuenta que “al llegar al basurero El Jimy estacionó la camioneta y ambos empezamos a bajar a los estudiantes que traíamos atrás, los jalamos de los pies y los arrojamos al piso boca abajo y los cuatro (que iban en la camioneta pequeña) estaban vivos”. Enseguida, dice El Chereje, “llegó la camioneta grande y El Cepillo (el Terco), El Jona, El Pato, El Chequel, El Güereque y El Primo, así como El Bimbo y El Pajarraco empiezan a bajar a los estudiantes que iban amontonados y estaban acostados a lo largo unos sobre otros, boca abajo. No iban amarrados y los comienzan a bajar y los dejan a todos acostados boca abajo y los amontonan… les empiezan a preguntar a qué venían a Iguala. Y los estudiantes, dice, al principio no respondían nada, pero los mismos estudiantes nombraron a una persona apodada El Cochiloco… El Terco y El Pato le empiezan a preguntar al Cochiloco a qué habían venido. Y él respondió que por la esposa de Abarca… Le disparan en la cabeza a unos veinte o veinticinco. El Terco nos dice a mí y al Bimbo que empecemos a jalar los cuerpos que ya estaban muertos y los ponemos a la orilla del basurero… el primo del Bimbo y La Rana los agarran de pies y manos y los arrojan al basurero… a los que quedaban vivos los bajaron caminando al fondo del basurero, unos veinte aproximadamente”. Distintos testimonios de los sicarios detenidos coinciden en que éstos fueron muertos a palazos.
“Comenzamos a amontonar muchas piedras y empezamos entre todos a acarrear los cuerpos hacia el círculo y los vamos acomodando. El Terco les echa diésel o gasolina de un galón de veinte litros, les prende fuego con un encendedor y les vamos echando leña y plástico… comienzan a arder y yo, –dice El Chereje– sigo juntando botellas, llantas, cualquier plástico para que no se apagara el fuego”.
Cuando los están quemando, cuenta otro sicario, Salvador Reza Jacobo, El Lucas, que “le echaron relajo a El Jona y le dijeron ‘a que te rajas, Jona, a comerte un pedazo de carne humana’ y el Jona agarró un pedazo de carne y se lo comió. Dijo El Jona que sabía bueno y El Pato dijo que cuando se están quemando huele mejor que la carne asada”.
Cuenta El Chereje y coinciden los demás sicarios que “permanecimos cerca de quince horas, hasta que nos dieron las cinco de la tarde… esperamos que se enfriaran las cenizas y los recogimos con la mano y unas botellas. Sólo había una pala. Ocupamos cerca de ocho bolsas de basura… llegamos al río San Juan como a las seis de la tarde y empezamos a arrojar las bolsas completas al río y de ahí nos regresamos”.
Esa es la terrible historia, relatada por los victimarios, confirmada por pruebas y peritajes, de lo ocurrido la noche del 26 de septiembre de 2014. Lo saben las autoridades, los padres y sus representantes.
Cuatro años después del secuestro y asesinato de los jóvenes de Ayotzinapa en Iguala, debemos y podemos tener ya un corte de caja. Existen elementos suficientes para establecer no una versión, sino una verdad jurídica que sirva para hacer justicia a los jóvenes pero también para que ya no impere la impunidad entre quienes están usando Ayotzinapa para fines que nada tienen que ver con la justicia, los derechos humanos o la seguridad.
Hoy sabemos qué ocurrió el 26 de septiembre en Iguala, cómo fueron los muchachos agredidos, detenidos, llevados a las instalaciones policiales en Iguala, entregados a la policía de Cocula y a un grupo de narcos, trasladados al basurero de ese municipio, incinerados y sus restos arrojados al río. Hay más de un centenar de detenidos, testimonios y confesiones; restos identificados que confirman los dichos; autores materiales e intelectuales detenidos y confesos. Por supuesto que falta por hacer, pero manipular los hechos como intentan algunos grupos es inaceptable, en primer lugar, para los familiares de las víctimas, pero también para el resto de la sociedad. No fue el Estado el que mató a los jóvenes de Ayotzinapa, no participó en esos hechos el ejército, fueron narcotraficantes, ligados a policías y autoridades municipales y posiblemente locales.
Hay manipulación en los voceros y los abogados de los familiares, y también en el llamado giei. Existe manipulación cuando se dice que los jóvenes estuvieron en un cuartel militar cuando no existe una sola prueba en ese sentido; es un sinsentido decir que se usaron hornos crematorios para quemar sus restos; o asegurar que no pueden quemarse los cuerpos en las condiciones en las que dicen los investigadores. Primero, porque no existe razón alguna, móvil alguno, para haber realizado esas acciones. Segundo, porque lo que sí existe es el testimonio de los actores reales sobre cómo sucedieron los hechos.
De lo que no hay respuesta es de otras cosas. La primera es saber por qué esa noche mandaron a los jóvenes desde la Normal de Ayotzinapa hasta Iguala. Primero les dijeron que irían a Chilpancingo, y ya en los autobuses, robados, por cierto, les dijeron que iban a Iguala. A esa misma hora se estaba realizando el informe de la esposa del presidente municipal, María de los Ángeles Pineda, cuyos hermanos y padres fueron líderes del cártel de Guerreros Unidos, ella misma identificada como una de las jefas de esa organización. El líder de Guerreros Unidos declaró, al ser detenido en Cuernavaca, que él no participó de los hechos pero que estuvo informado de ellos y que sus sicarios en Iguala lo que le dijeron es que había llegado un grupo de Los Rojos (un cártel enemigo de Guerreros Unidos, que tiene fuerte presencia en Chilpancingo y en toda la zona aledaña a Ayotzinapa) para matar adversarios.
La versión aparentemente era falsa: podría haber entre los estudiantes dos o tres personajes que tuvieran historias diferentes (los únicos que llevaban cabello largo y que eran responsables del grupo, existen testimonios al respecto también) pero la enorme mayoría eran jóvenes de primer ingreso, que acababan de comenzar en la Normal y que tenían la obligación de participar en marchas, eventos o manifestaciones como las que se suponía tendrían que hacer en Iguala. Alguien se encargó de decirle a Los Rojos que iban a atacarlos, por eso el nivel de violencia contra los jóvenes. ¿Quién los envió, quién hizo confundir a un grupo de estudiantes desmadrosos con un comando de sicarios, quién ordenó una muerte tan brutal? ¿Dónde están los líderes y directores de la Normal de Ayotzinapa que no han dado la cara ni proporcionado una explicación sobre su papel en estos hechos?
Lo cierto es que los secuestros y muertes de Iguala han servido para muchos de los objetivos de estos y otros grupos. El nivel de violencia y vandalismo es inaceptable: decenas de bienes públicos y negocios privados destruidos; carreteras bloqueadas y casetas de cobro tomadas para hacer negocio, tanto que hasta los manifestantes se pelean entre ellos para ver quién se queda con esos recursos; pérdidas por más de mil millones de pesos de empresas privadas, grandes y pequeñas, por el robo sistemático a sus transportes; centenares de autobuses de pasajeros secuestrados, en ocasiones quedándose con los equipajes.
La lista es muy amplia y la impunidad ante estos hechos es absoluta. Ese tipo de violencia es parte de una agenda política desestabilizadora donde participan desde grupos armados hasta organizaciones políticas extremadamente radicales (y los cacicazgos locales que muchas veces utilizan para su beneficio a unos y otros, como también lo hacen los grupos criminales, se llamen Rojos o Guerreros Unidos, o cualquiera de los que operan en el estado).
Esta investigación intenta mostrar cómo y por qué sucedieron los hechos de Iguala. Cómo funciona el narcotráfico en Guerrero, cómo se relaciona con estos grupos, por qué los jóvenes fueron muertos con tanta brutalidad y saña y quiénes son los verdaderos responsables. También explica por qué la labor en la investigación que realizaba el giei se terminó convirtiendo en un intento proselitista basado en dichos, rumores y simples falsedades. Pero, ante todo, con base exclusivamente en pruebas documentales, se narra lo que sucedió la noche del 26 de septiembre de 2014, por qué sucedieron los hechos y quiénes fueron los responsables.