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Presentación
ОглавлениеNo dudo que parezca extraño que un museo sobre las ciencias ambientales haya creado un premio internacional de literatura; y, además, que lleve el nombre de un poeta, no el de un científico conservacionista. La explicación se encuentra en el peculiar nacimiento del premio y del museo.
Cuando Raúl Padilla López me invitó a diseñar el museo que él y Federico Solórzano Barreto habían soñado desde hace más de tres décadas, me dijo que buscaban hacer “… un museo de historia natural, pero moderno”. Me enfrenté a la contradicción de definir “lo moderno” para la “historia natural”, siendo que la historia es por definición la narración de los acontecimientos del pasado. El reto se acrecentó cuando Mauricio de Font-Réaulx, director del Centro Cultural Universitario, sugirió que el museo fuera “de lo vivo y el futuro”. Vaya dilema, porque el futuro que estamos construyendo es a todas luces incompatible con lo vivo. Llegué a la conclusión de que en lo referente a “lo vivo y el futuro” lo relevante era la muerte. La muerte termina con lo vivo y elimina la posibilidad de trascender al futuro. En términos biológicos, sólo pueden morir los individuos; pero cuando muere la totalidad de los individuos de todas las poblaciones de una especie en todo el planeta, esta muerte absoluta tiene otro nombre: EXTINCIÓN. La extinción de las especies que nos acompañan, y la nuestra, imposibilitará que construyamos un futuro. Un museo de historia natural que pretenda ser relevante para el futuro, deberá entonces explorar aquello que borra lo primero —la historia— y destruye lo segundo —lo natural. La extinción es, por tanto, el fenómeno que en tiempos modernos une los conceptos de historia, de lo vivo, de lo natural y del futuro.
Aunque nuestro planeta alberga la mayor biodiversidad que jamás haya tenido desde su creación, hemos entrado al sexto episodio de extinción masiva de vida planetaria. El 70% de la superficie terrestre ya ha sido modificada por nuestra especie. Anualmente causamos la extinción de miles de especies de animales y plantas, y se estima que unas 93,500 especies sufren alguna amenaza y 26,000 de éstas están en peligro de extinción. En los últimos 40 años hemos reducido a la mitad la abundancia de los vertebrados que comparten el planeta con nosotros. Si continuamos causando el calentamiento global, en 10 años ocasionaremos la muerte del 90% de los arrecifes coralinos, posiblemente el hábitat más biodiverso del mundo. Y para finales de este siglo llevaremos a la extinción a cerca de la mitad de las especies del planeta. En términos de daños humanos, cada año más de 4 millones de personas, el equivalente a toda la población de mi ciudad, Guadalajara, mueren por padecimientos derivados de la contaminación atmosférica. Este proceso de deterioro de lo vivo, va de la mano con el crecimiento actual y futuro de las ciudades.
A partir del 2007, por primera vez desde que existimos los humanos, la mayoría vivimos en ciudades, y en unos 30 años, tres de cada cuatro personas en el planeta vivirán en ciudades. Cada semana, unos dos millones de personas se suman a las ciudades. Aunque al menos otras seis especies de humanos diferentes a nosotros han habitado nuestro planeta, en los 300 mil años de existencia de nuestra especie, las ciudades modernas forman parte de sólo el más reciente 0.02% de nuestra historia. No hemos evolucionado en ciudades y no sabemos vivir en ciudades. Las ciudades sólo cubren el 3% de la superficie terrestre, pero generan más del 50% de los gases efecto invernadero que producen el calentamiento global, consumen el 75% de la energía y generan hasta el 80% del PIB de un país. El análisis de la huella ecológica muestra que las ciudades requieren una superficie muchas veces mayor a la suya para subsistir. Será en las ciudades donde el mayor número de personas sufrirán a causa del cambio climático.
La ciudad es la sede del poder político, económico, militar y de la generación de los conocimientos científicos y los avances tecnológicos. En las ciudades nuestra cultura evoluciona a mayor velocidad, y es donde aprendemos a ser tolerantes a personas de otras razas, culturas y preferencias políticas, sexuales y religiosas. En la ciudad se definirá el futuro del campo y el futuro de la naturaleza; pero, contradictoriamente, los urbanitas son los que menos comprenden su dependencia de la naturaleza para subsistir. El aprender a vivir en ciudades, el evolucionar armónicamente en un nuevo Homo urbanus, es, posiblemente, el gran reto civilizatorio de la humanidad. Y es con esta lógica que la Universidad de Guadalajara creó más que un museo de historia natural, un museo de ciencias ambientales cuyo propósito es “comprender la ciudad e inspirar la conservación de la naturaleza que la sustenta”. Esta misión requiere de la conjunción de diferentes saberes y perspectivas estéticas de la realidad, mismos que surgen del propio origen de la palabra museo, como “salón de musas.” Museo nos remite a un sentido universal del conocimiento, en donde las artes plásticas, la música, el teatro, el cine, y desde luego la poesía y la prosa, conforman una visión integral de un mundo en constante transformación.1 Este premio se postula como intersección entre la literatura y las ciencias naturales, en el contexto del hábitat más “artificial” que existe sobre la faz de la tierra: la ciudad. El Premio de Literatura Ciudad y Naturaleza José Emilio Pacheco lanza un SOS a los poetas y escritores para que se unan a otros ciudadanos y científicos conservacionistas, para salvar la naturaleza y a salvarnos nosotros mismos. Es aquí donde entra en escena José Emilio Pacheco.
La poesía de José Emilio Pacheco explora la aparente dualidad entre la ciudad y la naturaleza en el marco de las percepciones y los sentimientos humanos. José Emilio escribe sobre “… los desheredados del progreso y sus sueños incumplidos” y “… trata de prevenir al mundo sobre lo que podría ser la destrucción de su tiempo y de su espacio…”. Él “… trata de encontrar alguna salida a la problemática de la ciudad… [que ve como] la cumbre y el abismo de la civilización actual. En esta ciudad encontramos flores y asfalto, voces que penan y se alegran en las calles en medio del humo y la confusión de la muchedumbre”. En la poética de Pacheco, “la naturaleza es [también] un segmento esencial…, aparece como la luz que sube y baja en el paisaje y que abre la comunicación entre lo “alto” y lo “bajo” (cielo, aire, niebla, tierra, frondas de hierba), creando una fusión determinante con los elementos urbanos que se describen”. “Sus poemas acechan el desastre en medio de una naturaleza perpleja, la cual trata de sobrevivir ante el desconcierto de la destrucción urbana”.2 Al establecer este premio, la Universidad de Guadalajara resalta el poema “Alta traición”, que integra la profunda ética de José Emilio Pacheco por la naturaleza, por la ciudad y por las personas. Sus versos describen el espíritu de un nuevo espacio, el Museo de Ciencias Ambientales, que se crea para innovar en la construcción de un futuro de esperanza que permita albergar lo vivo para que no nos excluyamos de nuestro propio futuro.
Este premio ha sido posible gracias a la amabilidad y comprensión de Cristina Pacheco, quien nos ha acompañado en todo el proceso de creación del premio, desde la selección del comité de honor que contribuyó con ella a su diseño, así como a la selección de los integrantes del jurado. También ha sido posible por el apoyo económico recibido desde su primera edición de la Secretaría de Medio Ambiente y Desarrollo Territorial del Gobierno del Estado de Jalisco y la Fundación Universidad de Guadalajara.
Es para mí una gran satisfacción iniciar la colección literaria del Museo de Ciencias Ambientales en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara con la edición de El otro nombre de los árboles de Jorge Gutiérrez Reyna, ganador del Premio de Literatura Ciudad y Naturaleza José Emilio Pacheco 2016 en su modalidad de poesía. El jurado estuvo integrado por Coral Bracho, Silvia Eugenia Castillero y Hernán Bravo Varela, quienes otorgaron el premio “por poner de manifiesto la vitalidad de un lenguaje lírico que canta, cuenta, examina y ríe frente al desastre. Con maestría y originalidad, y en franco diálogo con la tradición poética en lengua española —en especial, con el barroco de los Siglos de Oro—, Gutiérrez Reyna se permite abordar un entrañable abanico de temas, desde la naturaleza amenazada por el hombre hasta el hombre amenazado por sí mismo”.
Eduardo Santana Castellón, Coordinador General
Museo de Ciencias Ambientales
Centro Cultural Universitario
Universidad de Guadalajara
1 Tomamos la idea de que los humanos tenemos tres tipos de conocimientos: el científico, el artístico y el espiritual o revelado de nuestro amigo Jorge Wagensberg, quien fuera el director del museo de ciencia CosmoCaixa en Barcelona y creador de la colección Metatemas. Libros para pensar la ciencia (Tusquets Editores)... quien lamentablemente falleció en marzo de este año (Wagensberg, J., 2006. “Ciencia, arte y revelación”, en Ideas para la imaginación impura. 53 reflexiones en su propia sustancia. Barcelona, Tusquets, pp. 83-93).
2 Tomamos las palabras textuales del ensayo de Miguel Ángel Zapata, publicado en revista Alforja 38. Otoño 2006.