Читать книгу La invención de la ciencia en América. Propaganda científica en la novela histórica colombiana - Jorge Manuel Escobar Ortiz - Страница 8
Introducción
ОглавлениеMuchos años después, y guiados por el canto de los pájaros, los gitanos empiezan a visitar Macondo para negociar con sus habitantes algunas de las maravillas que traen del mundo exterior. Entre ellos viene Melquiades cargado con un buen cúmulo de artefactos que inmediatamente cautivan a José Arcadio Buendía, uno de los padres fundadores del pueblo. La fascinación de José Arcadio Buendía alcanza tal punto que pronto comienza a emplear esos artefactos de una forma que no corresponde al uso que les han dado los gitanos hasta ese momento. Mientras que para estos constituyen elementos de asombro y diversión en sus ferias públicas, para José Arcadio Buendía se convierten en medios confiables para realizar dos cosas: obtener información empírica sistemática de la naturaleza, y formular y evaluar teorías generales sobre su funcionamiento con base en dicha información. Del mismo modo que Galileo y otros transformaron el telescopio en un instrumento científico, a pesar de inventarse como un artefacto para asombrar y divertir en el contexto artesanal holandés del Renacimiento (Van Helden et al., 2010), el uso que hace José Arcadio Buendía de los artilugios de los gitanos los transforma en instrumentos científicos.
Gracias a ese uso, José Arcadio Buendía aparece como el primer científico de Macondo. Recorre el pueblo y sus alrededores examinando diversos fenómenos naturales con sus instrumentos, toma notas en sus cuadernos y regresa a su laboratorio de alquimia para analizarlas, realizar cálculos y diagramas, y extraer teorías generales sobre el comportamiento de esos fenómenos. Luego vuelve a recorrer el pueblo y sus alrededores, siempre con sus instrumentos, para someter a control empírico las teorías que ha formulado en su laboratorio. José Arcadio Buendía logra comprender que algunas de esas teorías son erróneas (no es cierto que los metales puedan transmutarse en oro o que los imanes lo atraigan), que otras son correctas (la Tierra es redonda) y que otras requieren de mayores recursos para establecer su verdad (no es claro si una lupa podría concentrar los rayos del sol de tal forma que pudiera emplearse como un arma militar). Pero, ¿qué características sobresalen en José Arcadio Buendía cuando sufre esta transfiguración en científico?
Inmediatamente resulta notorio que es una persona muy inteligente y asaz rigurosa en el diseño de sus experimentos y sus observaciones, la recolección de sus datos y el control empírico de sus teorías. Sin embargo, hay también otras características que empiezan a manifestarse. De ser un hombre que asesinó a otro por una mujer en una pelea de gallos, lideró una peligrosa travesía por la manigua y ayudó a fundar un pueblo y organizarlo política y territorialmente, José Arcadio Buendía pasa a ser un hombre desconectado de su medio social, bastante huraño y básicamente torpe para cuidar de sí mismo y de los demás: sufre quemaduras por sus experimentos con la lupa, pasa días sin bañarse y afeitarse, deja de prestar atención a las labores corrientes de la casa e, incluso, descuida a su esposa y sus hijos. Su devoción por la ciencia convierte a José Arcadio Buendía en una especie de contradicción: un ser extraño ante sus semejantes, al que estos reconocen como genial. De esa manera, llega a representar una de las muchas imágenes que existen sobre el científico en la cultura popular, ese lugar común que se reproduce con tanta frecuencia y tantas variables en el cine y la televisión mediante la figura del nerdo: los científicos son personas geniales, de una inteligencia tal que les permite ver más allá que los demás, aunque con serios problemas para socializar y resolver con éxito las actividades prácticas cotidianas más insignificantes.
Brian Conniff (1990) presenta una perspectiva diferente sobre el personaje de José Arcadio Buendía. Él argumenta que los descubrimientos científicos en Cien años de soledad sirven para dos propósitos generales: mistificar a los ciudadanos de Macondo y conducirlos hacia su explotación. Por ese motivo, José Arcadio Buendía, hombre de la tecnología y de la ciencia-como-progreso, es de hecho quien mejor aúna ambos propósitos. Voluntaria o involuntariamente, abre Macondo a los avances científicos y tecnológicos del mundo exterior y convence a sus ciudadanos de que tales avances, simplemente por provenir de ese mundo exterior, son superiores a cualquier cosa que ellos pudieran tener antes en el pueblo. De ese modo, afirma Conniff, se facilita la justificación de la opresión y el imperialismo, representados por la llegada de la locomotora y la compañía bananera con sus cercas electrificadas. El apocalipsis que se presenta al final de la novela puede interpretarse, según Conniff, como una consecuencia lógica de la opresión imperialista, que viene soportada en la ciencia y la tecnología con que los gitanos sedujeron a José Arcadio Buendía y, por medio de este, a Macondo.
Mientras que la primera lectura destaca la imagen del científico como nerdo, la segunda nos confronta con una imagen del científico como fuente de dominación y poder político. No interesa establecer aquí cuál es la más adecuada o qué compatibilidad puede existir entre ambas. El objetivo es llamar la atención sobre la presencia de ciertas imágenes de la ciencia, incluso en una novela como Cien años de soledad, cuyo centro, puede decirse, no es esta propiamente. Sin embargo, por medio de esas imágenes, la novela contribuye a difundir entre sus lectores ciertas ideas sobre la relación de la ciencia con la sociedad.
Que esto ocurra en una obra literaria no es inesperado. Después de todo, la literatura se ha reconocido como un campo de encuentro bastante fértil para explorar diversas dimensiones de la ciencia (Schwartz y Berti, 2018). Existen géneros completos con referencias a ella, como la ciencia ficción o la literatura de laboratorio (lab lit), además de la presencia de innumerables personajes ocupados en actividades científicas y tecnológicas. De ahí que no sorprenda que la literatura colombiana tampoco haya sido indiferente a tales exploraciones. También aquí abundan los personajes provenientes de profesiones científicas y tecnológicas como las ingenierías, las matemáticas, la medicina o la biología, e incluso existen novelas enteras que se ocupan explícitamente de temas científicos. El género (o subgénero) de la novela histórica es un ejemplo de esto.
Según los planteamientos de teóricos como Donald McGrady (1962), Seymour Menton (1993), Pablo Montoya (2009), Juan Moreno Blanco (2015; 2017), José Eduardo Rueda Enciso (2016), Nancy Malaver Cruz (2011; 2018) y Andrés F. Ruiz Olaya (2018), que han estudiado el género en el país, el principal valor de la novela histórica es su capacidad de mirar al pasado para confrontar críticamente el presente y permitir comprenderlo mucho mejor. El énfasis se concentra en cómo los novelistas colombianos han empleado sus ficciones para poner a prueba ciertas narrativas dominantes de la historia colombiana, sean gubernamentales o académicas, en temas políticos, económicos, raciales, culturales, sociales y de violencia, entre otros. La literatura sirve aquí como fuente de crítica histórica, y esto se debe a que, bajo cualquier interpretación que quiera hacerse de él, se acepta que este género es ante todo un tipo de discurso histórico, una aproximación particular a diversos fenómenos del pasado del país. El interés del teórico sería indagar qué comunica exactamente ese discurso histórico sobre los fenómenos sociales o culturales que el novelista aborda mediante la ficción.
Aun así, y a pesar de su papel central en el mundo moderno y contemporáneo, ninguno de estos teóricos indaga sobre qué sucede cuando el énfasis de la novela histórica recae sobre la ciencia. ¿Qué narrativas dominantes, sean gubernamentales o académicas, ponen aquí a prueba los novelistas colombianos con sus ficciones? ¿Qué logran mostrarnos en esos casos? ¿Cuáles son el pasado y el presente que confrontamos críticamente con su ayuda? Este estudio es un aporte a la comprensión general de los problemas que implican tales preguntas.
Mi propósito es identificar los valores sobre la ciencia —o, como los llamo aquí, las imágenes de la ciencia— que difunde la novela histórica en la sociedad, como un intento por examinar qué tan crítico ha sido realmente el acercamiento de los novelistas colombianos a ciertas narrativas que dominan la historiografía científica del país. Para ello, tomo como punto de partida la historia de la ciencia, no para establecer la exactitud de las novelas, lo cual sería una labor más bien inane, sino para comprender qué versiones de esa historia diseminan entre sus lectores. Mi tesis es que, a diferencia de lo que sostienen los teóricos al referirse a temáticas como aquellas señaladas antes (políticas, económicas, raciales, culturales, sociales y de violencia), la novela histórica colombiana no suele asumir una postura crítica con tales narrativas cuando su temática es la ciencia, sino que sirve de plataforma para reafirmarlas y propagarlas. Desarrollo esta tesis con base en categorías de la teoría y la crítica literarias, como la propia categoría de novela histórica, pero también en otras provenientes de la historia y la filosofía de la ciencia, los estudios sociales de la ciencia, y la divulgación científica. En suma, y para emplear desde ya dos conceptos que explicaré con detalle más adelante, mi tesis es que, en lugar de críticos de la ciencia, los escritores colombianos de novelas históricas han tendido a comportarse como propagandistas de la ciencia y sus narrativas dominantes.
Es importante aclarar que mi objetivo no es evaluar el valor estético o literario de las novelas analizadas en este trabajo, aunque algunos de estos aspectos puedan señalarse en ocasiones. Mucho menos me propongo sugerir que ese valor estético o literario pueda reducirse de algún modo a sus imágenes de la ciencia. Todas son novelas ricas en motivos y temáticas, que han gozado de gran estima por diversos públicos desde su aparición; algunas han sido reconocidas incluso como novelas fundamentales, como clásicos, de la literatura colombiana. Por eso, vale la advertencia de que mi énfasis recae exclusivamente en su tratamiento de ciertas narrativas dominantes de la historiografía científica colombiana, ya muy debatidas en los estudios filosóficos, históricos y sociales de la ciencia, pero que aún contribuyen a exaltar la superioridad epistémica de algunas tradiciones culturales, proteger sus formas de conocimiento y preservar sus arreglos institucionales.
Mi plan para el libro es como sigue. En el primer capítulo, describo los principales elementos teóricos y el corpus de novelas que me sirven de base para el análisis. Allí explico cómo algunos conceptos provenientes de los estudios de la ciencia y la teoría de la divulgación científica iluminan aspectos de la novela histórica colombiana que no se han explorado antes en otros trabajos. Tales aspectos tienen consecuencias en la construcción de nuestro imaginario de la ciencia en el país y pueden evidenciarse sin dificultad en el género.
En los capítulos siguientes, exploro tres imágenes de la ciencia a partir del análisis comparativo de dos novelas en cada caso. Con La tejedora de coronas (1982), de Germán Espinosa, y Donde no te conozcan (2007), de Enrique Serrano, me concentro en la imagen del origen externo de la ciencia colombiana y sus procesos exógenos de validación. El capítulo muestra cómo ambas novelas respaldan narrativas historiográficas que se levantan sobre una doble asimetría: la superioridad intrínseca del conocimiento de los criollos respecto a las tradiciones locales y la inferioridad intrínseca de ese mismo conocimiento respecto a la ciencia europea, que proporciona sus estándares universales de cientificidad.
Con Diario de la luz y las tinieblas. Francisco Joseph de Caldas (2000), de Samuel Jaramillo González, y Los derrotados (2012), de Pablo Montoya, me ocupo de la imagen del científico como precursor y prócer. El capítulo aborda la figura de Francisco José de Caldas como el primer científico colombiano. Evidencia que ambas novelas repiten la obsesión de la historiografía científica colombiana por escindir a Caldas en dos personas contradictorias entre sí: el precursor de toda la ciencia nacional, que proyecta una obra científica de alcance mundial, y el prócer que, por su incursión en los procesos independentistas, es incapaz de completarla.
Por último, con El Nuevo Reino (2008), de Hernán Estupiñán, y La francesa de Santa Bárbara (2009), de Gloria Inés Peláez Quiceno, presento la imagen de la mujer científica. El capítulo distingue las categorías de mujeres de ciencia y mujeres en la ciencia para dilucidar el papel secundario que atribuyen ambas novelas a las mujeres laicas y religiosas en los principales proyectos científicos del Virreinato de la Nueva Granada a finales del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX: la expedición de Alexander von Humboldt y Aimé Bonpland en los territorios americanos y la Real Expedición Botánica de José Celestino Mutis.
He buscado darle autonomía a cada capítulo y esto explica algunas repeticiones en ciertos temas. Su unidad de conjunto se percibe en el capítulo final, que ofrece una perspectiva amplia sobre el sentido en que los autores de novelas históricas colombianas han funcionado como propagandistas de la ciencia, es decir, como propagadores de ciertas narrativas dominantes de la historiografía científica colombiana, y no tanto como críticos de ellas. El estudio muestra que el género ha hecho poco, casi nada, por poner a prueba y rebatir las narrativas dominantes de la historiografía científica nacional, a diferencia de lo que ocurriría en otros campos historiográficos que destacan sus teóricos. Más bien ha servido, consciente o inconscientemente, para amplificar aquellas versiones que mejor se ajustan a los poderes oficiales, tanto gubernamentales como académicos. Interpretado como un discurso histórico, el género presenta una aproximación al pasado que tiende a abstenerse de examinar críticamente ciertas concepciones heredadas sobre el lugar de la ciencia en la historia de Colombia.
NicolásSanson, Mapa del Nuevo Reino de Granada y la Tierra Firme, 1657