Читать книгу Espartanos - José Alberto Pérez Martinez - Страница 6

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INTRODUCCIÓN

El presente libro recoge seis de los personajes históricos más destacados de la historia de Esparta. Son aquellas que se circunscriben al ámbito del siglo V a.C., probablemente aquel durante el cual la ciudad laconia obtuvo su mayor prestigio gracias a la victoria en la guerra del Peloponeso sobre Atenas y a la expansión de su imperio.

Es evidente que Esparta alumbró a muchos otros nombres propios que también son merecedores de recordar. Sin embargo, el testimonio escrito acerca de la historia de los espartanos es escaso, si bien nos hemos valido de la obra de historiadores clásicos no espartanos como Plutarco, Jenofonte o Heródoto para conocer algo más acerca de sus vidas.

El regente Pausanias, vencedor en Platea, el rey Arquidamo, con quien comenzó la guerra contra Atenas, el rey Agis II, durante cuyo reinado el signo de la guerra se inclinó a favor de Esparta, y un largo etcétera que bien podría habernos conducido hasta muy entrado el siglo III a.C. Es posible que algún día considere elaborar otro volumen con todos estos nombres. Dicho esto ¿cuál es entonces el motivo por el que han sido estos seis y no otros los elegidos? Además de tener en común que su período de actividad es el siglo V (a excepción hecha de Cleómenes y Agesilao, que desbordan las orillas de dicho siglo), todos ellos tuvieron en común el hecho de querer engrandecer a la ciudad a la que amaban. Licurgo, “fundador” de la Esparta militar, dotó a la ciudad de una serie de leyes o retras que trataron de organizar el modo y manera de los espartanos instaurando un sistema político que se mantuvo la nada desdeñable cifra de 300 años. Por su parte, el resto de protagonistas (cuya existencia sí está acreditada) trataron de dar un paso más elevando a Esparta hasta un statu quo superior a aquel que le había concedido el sistema licurgueo. Cleómenes, el primer gran rey de Esparta del que se tiene abundante información, logró someter a la península peloponesia bajo su control derrotando a su gran competidor por entonces, Argos. El siguiente en la lista, Leónidas, es el rey y, casi diría, el espartano más famoso de la historia. Su heroica actuación en el desfiladero de las Termópilas no solo le valió la muerte sino también la inmortalidad por haber encarnado el espíritu propio de unos guerreros espartanos cuyos ideales de abnegación, cooperación, valor y entrega son fácilmente identificables y apreciados en el imaginario colectivo. Nunca alguien del que solo se cuente una hazaña tuvo probablemente más repercusión que el rey Leónidas. A ello han ayudado en buena medida tanto el cómic como el cine, capturando a través de sus fotogramas un hecho que, por sus tintes dramáticos, bien podría haber surgido de la pluma más creativa de Hollywood. En tercer lugar, el general Brásidas que, al contrario que los dos primeros no fue rey y, sin embargo, protagonizó una azarosa vida que con la guinda de su muerte, hubiera podido ensombrecer la magnánima hazaña de Leónidas. El hecho de cruzar Grecia de sur a norte a través de los más de 700 kilómetros que separan las cálidas temperaturas del sur con el extremo y áspero paisaje del norte a la cabeza de un ejército no de espartanos sino de esclavos y mercenarios, hace que su hazaña repunte hasta las cotas más altas de dignidad y prestigio, solo silenciado indigna e injustamente por el inexorable olvido de la memoria humana. Después de él, Lisandro, otro héroe sin corona que consiguió escalar hasta las esferas más altas de su popularidad y al que se puede considerar como auténtico creador y fundador del imperio espartano. Con él, Atenas conoció el amargo sabor de la derrota y contempló el ocaso de su otrora exitoso imperio al tiempo que era testigo de cómo la renovada y agresiva Esparta encabezaba ahora el liderazgo más poderoso que habían conocido los griegos en su país. Sin embargo, para desgracia de Lisandro, la pluma de Plutarco no caló la tinta para inmortalizar sus hazañas. Muy al contrario, el historiador le culpó de haber violado los principios fundamentales de la constitución espartano-licurguea y le acusó de ser el auténtico instigador de los males que arrastraron a Esparta a su desgracia y caída en Leuctra (371 a.C.). Le señaló por haber corrompido las virginales y puras mentes espartanas introduciendo las monedas de oro y plata, así como el gusto por la opulencia y el afán desmedido de conquista y prestigio, fomentando las envidias y las luchas internas. En mi opinión y con permiso de Plutarco, considero que la figura de Lisandro debe ser revisada y creo que, en general, es merecedora de un trato mucho más amable del que la historia le ha dispensado. Frente a una casta política inmovilista y carente de ideas, totalmente dependiente de Alcibíades, Lisandro tomó el relevo del ateniense y orientó a sus políticos hacia el rumbo que la política espartana debería tomar toda vez que Alcibíades les había abandonado y las relaciones con el imperio persa, que era quien realmente sostenía al ejército espartano, se estaban deteriorando. Logró sellar el acuerdo de colaboración más importante con Ciro el persa, arrancándole una suculenta financiación para las tropas que hizo afluir a Esparta el dinero y los recursos evitando, de paso, la huida en masa de soldados y remeros. Además, llevó la guerra hacia el teatro principal de operaciones en el que tendría lugar el auténtico desenlace de la contienda: el mar. Con unas finanzas saneadas, logró rearmar una flota capaz de competir con la de los atenienses en el que había sido durante años su medio por excelencia y arrebatárselo. Una vez logrado no se detuvo allí sino que extendió la hegemonía de Esparta por toda Grecia a través de los harmostas, gobernadores militares espartanos, instaurados en diferentes ciudades y apoyando gobiernos oligárquicos pro espartanos para asegurarse su sometimiento a la metrópoli y el control de su política exterior. En definitiva, toda una serie de medidas que cimentaron la creación de un vasto imperio que bien podría haberse desarrollado normalmente de haber existido una corriente de pensamiento más profunda y reformista en el seno de la política espartana que hubiera tratado de flexibilizar el rígido sistema social y económico que existía en la ciudad y que, por otra parte, había contribuido a la concentración de la riqueza en pocas manos condenando a la miseria a un buen número de ciudadanos que perdieron sus derechos políticos a causa de la pobreza. Precisamente, la caída en desgracia de Lisandro permitió que, ahora sí, otro rey, se alzara no solo con un gran prestigio sino con el favor de todos aquellos que escribieron sobre él, especialmente Jenofonte, que fue su protegido. Agesilao tuvo un reinado largo y enérgico que llevó las fronteras del imperio espartano hasta donde nadie antes había imaginado, Asia. Su proyecto asiático y la menor dependencia de las finanzas persas, hicieron posible que los espartanos se vieran en aquellas lejanas tierras a donde Cleómenes un siglo antes se había negado a viajar. Y, en verdad, el balance comenzaba a ser prometedor cuando, por circunstancias del destino, las noticias de una sublevación en el interior de Grecia por parte de una serie de ciudades entre las que se encontraba Atenas, obligó al rey a retornar inmediatamente, abandonando precipitadamente su gran proyecto de invasión de Asia. Aquella empresa que a punto estuvo de mutar la bandera del imperio persa por la griega en las mismísimas tierras de Asia no pudo ser completado por un hecho que indignó hasta al mismísimo Plutarco, quien no tuvo inconveniente en criticar lo inoportuno de aquellas ciudades para rebelarse perjudicando un proyecto que, seguramente habría sido beneficioso para todos ellos como griegos que eran. Sin embargo, a partir de entonces, una política excesivamente agresiva y expansionista, sustentada en una filosofía de “guerrear por guerrear” terminó por arruinar no solo las arcas espartanas, sino también, aquel sueño que había comenzado a calar entre los griegos de pertenecer a un proyecto único común que comenzaba a dar señales de poder expandirse por todo el mundo conocido: el llamado y, también cuestionado, panhelenismo. Sin embargo, aquel anhelo no sería posible, al menos hasta la llegada de Alejandro el Grande y el helenismo.

He de advertir que el presente trabajo no se concibió en ningún momento como un proyecto de corte académico o científico. Se trata, sin lugar a dudas, de una obra original que trata de acercar hechos conocidos del kosmos espartano a todos aquellos lectores interesados en el conocimiento básico de la historia cuyo paso por la misma ha tenido un carácter tangencial por la antigüedad clásica. Por tanto, no se exija a esta obra el valor de un artículo o libro de divulgación científica que, en ningún momento ha pretendido tener. Al contrario, como historiador, considero absolutamente indispensable la expansión de este tipo de obras que den un traslado amplio de los acontecimientos históricos a todas aquellas personas que, a causa de múltiples factores, se hallan en el mismísimo “tártaro” de la ciencia histórica. Los historiadores no podemos albergar esperanza alguna de supervivencia si no realizamos un esfuerzo conjunto para “democratizar y popularizar” nuestra amada materia que, actualmente se halla en un reducto marginal de nuestra sociedad. Solo promocionando la fascinación por los hechos históricos más atractivos, lograremos que una mayor cantidad de personas abandone el conocimiento superficial para adentrarse de lleno en el conocimiento profundo, riguroso y científico de la historia. Solo a través de ese paso previo que no debería suponer una rémora para el historiador profesional, sino un necesario acicate, lograremos generar el interés suficiente para seguir avanzando en esta ciencia. Y no es esta reflexión una cuestión meramente accesoria, sino más bien vital, al actuar la historia como auténtico generador de conocimiento explicando y haciendo comprensible el mundo presente a través de la mirada al pasado. No son pocas las cuestiones que, en el día de hoy, funcionan como auténtico eco de hechos pretéritos y, de la misma manera, no pocas de ellas podrían haber sido previstas merced a su anterior conocimiento. Como reza la máxima, todo pueblo que no conoce su historia, está condenado a repetirla. Sirvámonos pues de ella para evitar, en la medida de lo posible, repetir las acciones que, por su naturaleza o sus consecuencias, sean particularmente dañinas para nuestra existencia.

Extraiga, de esta manera, el lector las conclusiones pertinentes una vez realizado este apasionante y singular recorrido por la excitante biografía de estos seis ilustres espartanos. Pasemos ya, sin más dilación, a conocer la vida y obra de los hombres que forjaron la leyenda.

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