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Proemio

A los muchachos suele sobrarles la juventud y faltarles las anécdotas. Recordar es oficio de viejos, y hacerlo con cierta gracia es cualidad de quienes no se toman la vida muy a pecho. Por lo general, tampoco ellos se consideran serios en el mal sentido del término, si es que hay otro.

Aunque a veces resulte difícil deslindar la fantasía del recuerdo personal, es necesario convenir en ésta que parece una verdad: quien cuenta cuentos, también cuenta con la adhesión del que lo escucha y le cree todo.

Se habla del género anecdótico, pero en pocas ocasiones se hacen las luces más indispensable para explicarlo. La maestra valenciana Dolores Jiménez dejó puntualizaciones que deben aprovecharse. Para ella, la anécdota es un recurso paralelo al recuerdo; es el fruto de una selección que nada debe al azar e implica garantía de verosimilitud. En cuanto al estilo anecdótico, hace la mejor de las definiciones: es decir sin pulir.

No viene al caso remontarnos a orígenes que nos lleven al contexto latino y después pasen por Balzac; pero debemos recordar a Nicolás de Chamfort, que en el siglo XVIII escribió la obra Máximas y pensamientos; anécdotas y caracteres, donde sustenta la especie que nos ocupa sobre pilares de ejemplaridad no personales; le da capacidad para ser instrumento de crítica; la hermana con el cuento y con la fábula, y a quien la escribe lo nombra “historiador de la vida cotidiana” y le exige brillantez de ingenio.

Si juzgamos con liberalidad que puede ser justicia estricta, estaremos de acuerdo en que la anécdota ha sido manantial de verdades y mentiras. En el primer caso se ha vuelto historia; en el segundo, novela. ¿Qué fueron los juglares, sino contadores de anécdotas que sin la intervención de su gracia y su talento hubiesen sido datos sacados de la morgue? ¿Acaso Cervantes no es, en primera instancia, espléndido recopilador de las anécdotas de Sancho y el bueno de don Alonso?

La maestra Jiménez habla de tres condiciones en la anécdota: evocación fiel, apego a la realidad y ausencia de elementos accesorios. Características difíciles de ser tomadas al pie de la letra, porque dejan fuera la fragilidad de la memoria, la inventiva del que relata, y la sal y pimienta que no pueden ser exógenas.

Toda anécdota es de primera, de segunda o de tercera mano. En el primer caso, el protagonista es quien cuenta. En el siguiente, es alguien a quien agarró en la maroma. La tercera posibilidad puede considerarse la más musical: el que repite está tocando de oído.

Puesto que hemos llegado a la palabra sagrada, convengamos en que las anécdotas musicales han sido tema de libros y conversaciones; chismes y despliegues irreverentes en torno a personalidades que, lejos de perder, se hacen más grandes cuando se las humaniza.

De Beethoven para acá, los episodios jocosos y tragicómicos forman sólido andamiaje en la vida de los músicos, y con frecuencia nos permiten conocerlos mucho mejor que sus trances infaustos. Como toda actividad humana, la musical está sujeta al percance y el percance suele acabar provocando simpatía, cuando no risa.

Toscanini, Von Karajan, Koussevitzky, Furtwaengler y Carlos Chávez fueron, unos más y otros menos, comidilla de las huestes que dirigían y que, aunque no lo parezca, profesaban por ellos la devoción más respetuosa. El tema del resbalón que entorpece el camino del arte no hace distingos entre el director de orquesta que mete la pata; el pianista que se pierde o el gato que sale a medio concierto a pasearse por el escenario. De allí la infinitud de los asuntos.

Quienes recopilan y publican anécdotas son como entomólogos reuniendo su colección de mariposas. Tienen su mérito y, al igual que sin la ciencia de los insectos, sin el cuidado de los recopiladores no conoceríamos hechos desfasados que nos acercan a sus protagonistas. Quienes escriben vivencias propias muestran, además, el valor de involucrarse a riesgo de acabar como víctima propiciatoria.

Seis décadas de vida en la música, han surtido a José Alfredo Páramo de materiales suficientes para pergeñar un trabajo que trasciende por su interés, su buena prosa y el auténtico humor que no para mientes en mostrar las íntimas desnudeces.

La Biblioteca Musical Mínima publica este anecdotario en su colección, por su valor intrínseco. Cosa distinta es que la amistad, el afecto y camaradería inspiren estos párrafos que no serán lo bueno del libro, pero figurarán entre los más sentidos.

Fernando Díez de Urdanivia

Allegro Molto. 60 Años de Anécdotas

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