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EN MEDIO DE UNA CRISIS SIN PRECEDENTES

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No es posible exponer aquí, ni siquiera de manera resumida, los análisis que se están publicando sobre la sociedad contemporánea occidental. No es fácil analizar lo que está sucediendo. Incluso se emplean distintos términos para designar estos tiempos: «modernidad en crisis», «modernidad tardía», «hipermodernidad», «posmodernidad» y otros. Hay un acuerdo bastante generalizado en afirmar que lo que está sucediendo en estos comienzos del siglo XXI está marcando profundamente la vida humana. Muchos piensan que no estamos viviendo solo una época de cambios: estamos asistiendo a un cambio de época.

El momento actual es complejo y está lleno de tensiones, contradicciones e incertidumbres. No todos hacen la misma lectura, pero casi siempre se pronuncia una palabra: «crisis». Es cierto. La crisis es un fenómeno que se ha extendido a todos los dominios de la existencia y a todos los sectores de la sociedad: hay crisis metafísica, cultural, religiosa, económica, política, ecológica. Están en crisis la familia, la educación, las tradiciones y las instituciones de otros tiempos. Han caído en buena parte los mitos de la Razón, la Ciencia y el Progreso: la razón no nos está conduciendo a una vida más digna; la ciencia no nos dice ni cómo ni hacia dónde hemos de orientar la historia; el progreso no es sinónimo de bienestar para todos. Algunos hablan de «omnicrisis» o de crisis total. Yo me limitaré aquí a tomar nota de algunos datos básicos que me parece necesario tener en cuenta para el objetivo de mi trabajo, que es promover la renovación interior de nuestra fe cristiana aprendiendo a vivir la espiritualidad de Jesús precisamente en estos tiempos de crisis.


1. La locura del consumismo


La historia de la humanidad se encuentra en estos momentos atrapada por un sistema económico-financiero generado básicamente por el capitalismo neoliberal. La dinámica que impone este sistema es irracional e inhumana. Por una parte, arrastra a los pueblos más poderosos a acumular bienestar, y, por otra, genera hambre, pobreza y muerte en los países más necesitados de la Tierra. De este modo, está condicionando decisivamente el futuro de la humanidad.

Este sistema nos ha hecho esclavos del ansia de acumular. Todo es poco para sentirnos satisfechos. Necesitamos más productividad, más bienestar, más tecnología, más competitividad, más poder sobre los demás. Así hemos llegado en los países más desarrollados a la locura del consumismo. La consigna que rige en estas sociedades es clara: «Si quieres ser feliz, has de consumir». El consumismo se propone como un fin en sí mismo. Los demás fines que pueda tener la persona se van debilitando o atrofiando. En pocos años ha crecido de manera increíble la oferta de productos, servicios y experiencias. Continuamente estamos recibiendo propuestas que llegan a nuestros sentidos por la publicidad y por otros medios sutiles y ocultos que despliega la sociedad de consumo para atraernos.

Se habla ya de una «cultura del asedio». Se nos proponen todo tipo de ofertas: viajes, vacaciones con descuentos tentadores, restaurantes con diferentes estilos de gastronomía, los últimos modelos de ropa de las diferentes marcas, los móviles más sofisticados del año, ordenadores, tabletas, smartphones, coches… Pero se comercializan también ideas, experiencias novedosas, sentimientos, relaciones amorosas…

El consumismo sigue creciendo. No parece tener límites. Hemos de probarlo todo, experimentarlo todo. Cada vez es más difícil elegir: lo mejor es ir acumulando productos, uno tras otro. Hay que consumir todo lo que se pueda, y cuanto antes, mejor. Todo está a nuestro alcance. Hay que seguir consumiendo, desarrollar cada vez más nuestra capacidad de consumir, buscar experiencias más novedosas y placenteras.

Este modo de vivir atraídos por el consumismo está teniendo un impacto cada vez más profundo. Muchas personas terminan viviendo solo para satisfacer su sed de nuevas ofertas de consumo. Sin embargo, en su interior puede ir creciendo el hartazgo de tantas propuestas. La teóloga brasileña Maria Clara Bingemer ha definido bien las consecuencias de esta sociedad asediada por las corrientes de la moda, la publicidad y las tendencias: «El riesgo es descubrirse con una identidad nebulosa, sin vínculos afectivos firmes, sin puntos de referencia sólidos, sin alternativa de elección y de pertenencia, sin capacidad para tomar decisiones sobre la propia vida».

La vida de la persona se reduce a dejarse arrastrar por las distintas corrientes que la llevarán en distintas direcciones. Seguirá alimentando su existencia de necesidades muchas veces artificiales creadas hábilmente por la sociedad de consumo. Necesidades que provienen del exterior y no responden ni a sus necesidades reales ni a los anhelos que brotan desde el interior del ser humano. La autonomía propia de cada uno, que tanto se ha anhelado desde los inicios de la modernidad, está terminando asfixiada por una cultura de consumismo que no nos deja ser nosotros mismos.

Vivimos en una «sociedad de sensaciones» donde muchos se quedan sin capacidad para abrirse a experiencias más profundas. Este modo de vivir forma ya parte de su interioridad. Ya no hay espacio ni tiempo para la reflexión personal, para tomar decisiones propias sobre la vida ni para buscar otro sentido más profundo a la existencia. La identidad de las personas queda viciada. Su conducta se hace cada vez más difusa y compulsiva. Por eso, el reconocido sociólogo y filósofo polaco recientemente fallecido, Zygmunt Bauman, ha hablado tanto de «modernidad líquida», «vida líquida», «amor líquido».


2. La huida hacia el ruido


No es fácil vivir el vacío que crea el consumismo y la superficialidad de nuestra sociedad. Es normal entonces que se busquen experiencias que llenen el vacío interior o al menos lo hagan más soportable. Uno de los caminos más fáciles de huida es el ruido: ya hemos generado una sociedad ruidosa y superficial. Vivimos en la «civilización del ruido» (M. de Smedt).

Los medios de comunicación han invadido la sociedad. Hoy vivimos saturados de información, reportajes, noticias, publicidad y reclamos. Nuestra conciencia queda captada por todo y por nada: excitada por toda clase de impresiones y, a la vez, indiferente a casi todo. Los medios nos ofrecen una visión fragmentada, discontinua, detallada y puntual de la realidad que hace muy difícil la posibilidad de una síntesis. Este tipo de información tiende a disolver la fuerza interior de las convicciones, atrayendo a las personas a vivir hacia fuera.

Hemos de destacar, sobre todo, el impacto de la televisión. Ella dicta hoy las convicciones, los centros de interés, los gustos, las conversaciones y las expectativas de las gentes. Lo hace de modo sencillo: produce imágenes y arrincona conceptos, desarrolla el acto de mirar, pero atrofia nuestra capacidad de reflexión, da primacía a lo sensacionalista sobre lo real. Cada vez más la televisión actual busca distraer, impactar y aumentar siempre la audiencia. Introduce en nuestra conciencia información, imágenes y reclamos, anulando nuestra atención a lo interior e impidiéndonos cada vez más vivir nuestra existencia desde sus raíces.

Por otra parte, el desarrollo de la telefonía móvil y de la comunicación informática nos ha introducido de manera acelerada en una nueva cultura donde se impone lo virtual y la multiplicidad de contactos. Desde la perspectiva de mi reflexión, solo apuntaré que el mal uso del acceso a lo virtual y la interacción están creando dependencias cada vez más graves. No son pocas las personas que se van aislando de su entorno real, dispersando su atención en los mil atractivos del mundo virtual. Como es evidente, quien queda absorbido por la dependencia de lo virtual fácilmente descuida la atención a otras dimensiones del ser humano, como la relación amorosa, la vida interior, la responsabilidad o la búsqueda de sentido.

Por último, hemos de hablar directamente del ruido. Poco a poco, el ruido se ha apoderado de las calles y los hogares, de los ambientes y las conciencias. Este es un ruido exterior que contamina el espacio urbano, generando estrés, tensión y nerviosismo: un ruido que es parte integrante de la vida actual, cada vez más alejada del entorno sereno de la naturaleza. Pero hay, además, otro ruido que se busca. La persona superficial no soporta el vacío. Lo que busca es ruido interior para no escuchar su propio vacío: palabras, imágenes, música, bullicio… De esta forma es más fácil vivir sin escuchar ninguna voz interior: estar ocupado en algo para no encontrarse con uno mismo.

El ruido está hoy dentro de las personas: en la agitación y la confusión que reinan en su interior, en las prisas y la ansiedad que dominan su vivir diario. Un ruido que, con frecuencia, no es sino proyección de conflictos, vacíos y contradicciones que no han sido resueltos en el silencio de la conciencia interior. Lejos de buscar ese silencio sanador, lo que hoy se busca es un ruido suave, un sonido agradable que permita vivir sin escuchar el silencio. Es significativo el fenómeno de la «explosión musical» en la sociedad actual. La música se ha convertido en el entorno permanente de no pocos. Se oye música en el trabajo y en el restaurante, en el coche, el autobús o el avión. Mientras se lee, se pasea o se hace deporte. Parece como si el hombre de nuestros días sintiera la necesidad secreta de permanecer fuera de sí mismo, con la conciencia agradablemente anestesiada.


3. Algunos rasgos de la crisis de las personas de hoy


No pretendo hacer un análisis sociológico. Solo tomo nota de algunos rasgos tras los cuales no es difícil percibir la necesidad que no pocos hombres y mujeres de hoy tienen de silencio interior, meditación y espiritualidad.


a) Sin interioridad


El ruido disuelve la interioridad; la superficialidad la anula. Privada de silencio, la persona vive desde fuera, en la corteza de sí misma. Toda su vida se va haciendo exterior. Sin contacto con lo esencial de sí mismo, conectado en todo momento con ese mundo exterior en el que se encuentra instalado, el individuo se resiste a toda llamada interior. Prefiere seguir viviendo una existencia intrascendente donde lo importante es vivir entretenido, funcionar sin alma, continuar anestesiado por dentro.


b) Sin núcleo unificador


El consumismo, el ruido, la superficialidad, las prisas… impiden vivir desde un núcleo interior. La existencia se hace cada vez más inestable y agitada. No es posible la consistencia interior. El individuo no tiene ya metas ni referencias básicas. Su vida se va convirtiendo en un laberinto. Ocupado en mil atractivos que lo arrastran, se mueve y agita sin cesar, pero ignora adónde va. Ya no encuentra un hilo conductor que oriente su vida, una razón profunda que sostenga y dé aliento a su existencia.


c) Indiferente a las grandes cuestiones de la existencia


La sociedad posmoderna tiene cada vez más poder sobre sus miembros. Absorbe a las personas mediante ocupaciones, proyectos y expectativas, pero casi nunca es para elevarlas a una vida más noble y digna. Por lo general, el estilo de vida impuesto socialmente aparta a las personas de lo esencial. El hombre o la mujer de hoy no se interesa por las grandes cuestiones de la existencia. No tiene certezas firmes ni convicciones profundas. Lo importante es organizarse la vida de la manera más placentera posible: disfrutar de la vida y sacarle el máximo jugo. No hay prohibiciones ni terrenos vedados. Todo lo más, no hacer daño a nadie. Por lo demás, es bueno lo que me apetece y malo lo que me disgusta. Eso es todo. No hacen falta objetivos ni ideales más nobles. Lo decisivo es pasarlo bien.


d) Gravemente irresponsable


Este es el riesgo de muchos hoy. Vivir perfectamente adaptados a los patrones de vida que se les imponen desde fuera, pero siempre con menos capacidad de enfrentarse a la propia existencia con responsabilidad. Este es el riesgo del que vive sometido a la sociedad. Acostumbrarse a vivir obedeciendo dócilmente un plan de vida que no ha sido trazado por él. Convertirse en una especie de robot programado y dirigido desde el exterior. Un individuo que sobrevive en medio de la sociedad sin saber lo que es vivir desde sus raíces.


e) Una vida sin apenas contenido humano


En la sociedad posmoderna se cuidan cada vez más las apariencias y cada vez menos la vida interior. Los valores son sustituidos por los intereses: al sexo se le llama amor; al placer, felicidad; a la información, cultura... El ser humano corre hoy el riesgo de caer en el tedio y perder hasta el gusto de vivir. Este hombre light se siente cada vez más perdido ante los grandes interrogantes de la existencia.


4. La «crisis de Dios»


La fe en Dios está muriendo en la conciencia del hombre y la mujer de la sociedad posmoderna. En pocas décadas hemos pasado de una afirmación social, masiva, pública e institucional de Dios a un estado de indiferencia generalizado. Dios ha dejado de ser el fundamento del orden social y el principio integrador de la cultura. La cuestión de Dios apenas atrae o inquieta: sencillamente deja indiferente a un número cada vez mayor de personas. Ya no se rechaza la idea de Dios, como sucedía a comienzos de la modernidad: sencillamente se le ignora.

El teólogo alemán Johann Baptist Metz considera esta «crisis de Dios» como un hecho nuclear que está repercutiendo en la configuración del ser humano de nuestro tiempo. Esta «muerte de Dios» no es una buena noticia para nadie, pues está arrastrando a la humanidad hacia un nihilismo que algunos consideran «la definición de nuestra época». La razón es clara. El filósofo mallorquín Gabriel Amengual la resume de manera brillante: «Con la muerte de Dios no se indica solamente la desaparición de la idea de Dios y la metafísica en ella fundada, sino también todo intento de dar coherencia y sentido, fundamento y finalidad, metas e ideales: el derrumbamiento de todos los principios y valores supremos».

No es extraño que la «crisis de Dios» y el consiguiente nihilismo hagan emerger hoy preguntas tan vitales como inquietantes: ¿dónde puede encontrar la convivencia humana un eje para orientar su caminar histórico?, ¿qué será de las religiones?, ¿desaparecerán?, ¿se transformarán?, ¿podemos vislumbrar en el horizonte alguna luz en el futuro?

Jesús maestro interior 1

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