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Tercera digresión:
La sublevación de los otros

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En medio de esta Pandemia y en el marco de esta “revuelta” estamos asistiendo a un aumento significativo de la delincuencia. Las pantallas de la televisión están llenas de “portonazos”,58 asaltos a mano armada, disparos con armas largas, acusaciones de narcotráfico; en fin, se ha disparado en la sociedad chilena el delito duro59 y la prensa ha hecho que este fenómeno aparezca en forma destacada y escandalosa.60¿Cómo explicar la concomitancia de estos procesos?

A riesgo de ser acusado de ingenuidad cómplice podemos hacer una breve alusión a este fenómeno de la mayor importancia en la vida cotidiana de las personas. Ya el lector se habrá dado cuenta de que nuestra hipótesis de la relación entre abuso y sublevación camina por dos senderos: uno es el de la política y los movimientos sociales de cambio, el lado que hemos llamado positivo, y el otro va por un lado contrario, que como espejo hace lo mismo pero sin el sentido de cambio, sino solamente de lucro personal, de prestigio personal, y en el que las solidaridades se transforman en organizaciones mafiosas. Si en un caso los sublevados se unen a partidos políticos, organizaciones sociales por ejemplo, en el otro se unen a bandas armadas. Destruir la sociedad e incluso destruir la propiedad en uno y otro caso son propuestas paralelas, con propósitos diferenciados radicalmente. Hay quienes, desde muchas posturas político-teóricas, no considerarían tan descabellados esos paralelos. De hecho, no es tan extraño que en las cárceles se hayan producido cambios de uno a otro sentido. Malcolm X, por citar un caso emblemático, era un preso común que conoció al líder de los musulmanes negros de Estados Unidos que estaba encarcelado por ser objetor de conciencia y no ir a la guerra de Corea. Se cambió de bando, se podría decir, y salió como uno de los mayores líderes de la negritud en ese país.

En las cárceles de La Araucanía los gendarmes de las cárceles o Gendarmería tienen claridad en estos asuntos y separan a la población penal acusada de delitos comunes, de aquellos que denominan “comuneros”, que aunque acusados de delitos que podrían ser considerados comunes, por ejemplo incendio de camiones, bosques o cosas de esa naturaleza, son considerado como “políticos”. La discusión de los gobiernos acerca de si hay o no presos políticos mapuches la resuelven en forma práctica los gendarmes que están encargados de cuidarlos. Incluso los días de visita de los familiares son diferenciados, ya que perciben que se trata de personas de entornos sociales muy diferentes.

Algo semejante ocurre en las cárceles en que se encuentran los jóvenes acusados de delitos en el contexto de las protestas y revueltas de este período. Los gendarmes señalan que es necesario separarlos por el peligro de “contaminación” de la población penal ordinaria. La conducta carcelaria comprende que los presos políticos pueden fácilmente relacionarse con los comunes y darle contenido quizá a su acción delictual. Que es un delgado hilo el que separa ambos sectores.61 Complejo asunto sin duda.

Más complejo aún es observar que las solidaridades populares son cruzadas. Hemos seguido por las redes varios funerales de personas consideradas héroes, habiendo sido catalogadas por la policía y el Ministerio del Interior como delincuentes o directamente narcotraficantes. Lo que llama la atención es la masividad de esos funerales, los que van acompañados de disparos (incluso de ametralladoras) de fuegos artificiales, de música muchas veces. Se los entierra como héroes tanto a quienes han muerto en enfrentamientos, como aquellos que como varios casos han muerto de la peste actual. Hay sin duda categorías ético-morales y códigos de conducta muy serios y estrictos. A los que han cometido femicidios y sobre todo a los que han violado niñas o niños pequeños no se les perdona. Un caso brutal ocurrió hace poco en que un delincuente acusado de violar a varias mujeres de modo bastante brutal pasó a la cárcel. El primer día que fue sacado al patio lo mataron de una cuchillada. Nadie supo nada, al igual que el famoso Fuenteovejuna lo hizo.

La revolución de las expectativas crecientes

Cuánto querrá el dios del cielo

que la tortilla se vuelva

En los años sesenta numerosos intelectuales hablaron de la “revolución de las expectativas crecientes”. Mi profesor de antropología social, Ismael Silva Fuenzalida, había estudiado en Estados Unidos donde la denominada “Curva de Davies” era muy famosa y la aplicó para varios casos latinoamericanos. Sus trabajos son sin duda interesantes a la luz de lo que ocurre hoy día. Hemos hecho algunos estudios empíricos, no todos los que quisiéramos, en diferentes partes del país con estas ideas en los últimos años. Se trata de comprender lo que los jóvenes de diversas situaciones aspiran.

No podemos generalizar, pero en un espectro de mucha diferencia comprobamos un cambio profundo en el horizonte de expectativas de los jóvenes. En jóvenes de poblaciones de Santiago se ha producido un cambio en la percepción puramente de “falta de oportunidades”. Las culturas juveniles suburbanas de hasta hace 10 años eran cerradas. No se vislumbraba alternativa y el horizonte era exclusivamente de “patear piedras”. En los últimos años, los estudios muestran una mayor ambigüedad. Se continúa con claves propias de un subsistema cerrado y en torno del cual hay que fortalecerse, pero al mismo tiempo se percibe con algún grado de contradicción que, con un golpe de suerte, se podría transitar a una situación educacional promisoria. En los últimos 10 años se ha perforado la sociedad de castas existente en Chile, en especial la sociedad de castas urbanas. El “Lalo” de los Panteras Negras de Huamachuco, con sus canciones duras y cerradas, no interpreta en forma completa ni compleja las situaciones contradictorias que se han abierto fruto de la “revolución de las expectativas crecientes”.

En los pequeños pueblos, con diversas tesis62 se ha estudiado el cambio en las expectativas de los jóvenes. No son expectativas desatadas e ingenuas, pero sí contienen una alta intención de salir de la situación en que han vivido sus padres. Todas y todos los jóvenes consideran obviamente que hay que concluir la enseñanza media y que hay que pasar a la universidad. Hay un porcentaje que se autolimita a los institutos técnico-profesionales, pero la aspiración generacional es de salir del pueblo, estudiar y ser profesionales.

El caso de la juventud mapuche es quizá el de mayor transformación en los últimos años. Colaboran a ello las becas indígenas y diversos apoyos para los estudios superiores. Hasta hace 10 o 15 años, en especial las mujeres mapuches jóvenes tenían como salida del campo el trabajo doméstico en las ciudades; parecida era también la situación campesina. Esta aspiración colectiva ha ido cambiando de un modo radical. No es que muchas jóvenes no se vean obligadas a buscar trabajo doméstico, pero la aspiración generalizada es continuar con los estudios a nivel superior incluso trabajando de empleadas domésticas para financiar esos estudios. El aumento exponencial de las matrículas de jóvenes mapuches en las universidades así lo demuestra y constituye el modelo aspiracional que posibilita la constitución de un imaginario claramente diferente. Si además se ha constituido el hecho de que no es contradictorio estudiar y ser mapuche, exponer su identidad en forma abierta, el discurso de las expectativas se multiplica.63

En jóvenes campesinos y sobre todo en jóvenes campesinas hace años se abrió un camino de salida de la situación rural o pueblerina, vía integración a las Fuerzas Armadas. La importancia social, en cuanto prestigio, de la alternativa mujer carabinera, mujer militar, mujer incluso gendarme no ha sido bien aquilatada en los estudios sociales. Esta imagen, que para una mujer joven de clase media urbana es inocua, para una joven de un pueblo como San José de la Mariquina es de un atractivo increíble. En ese pueblo tuvimos oportunidad de realizar un estudio en que la totalidad de las niñas de cuarto medio aspiraban a presentarse a esas plazas. Todas ellas veían con terror no alcanzar la “altura”, esto es el tamaño, exigido por las instituciones militares.

Las familias se ilusionan. Se hacen partícipes de esta “revolución de las expectativas”, muchas veces a pesar del escepticismo de los más viejos. Estos saben de sobra que muchas veces la ley de la vida es que los hijos sigan las huellas de sus padres y que la sociedad chilena se ha caracterizado siempre por la falta de expectativas, la ausencia de movilidad social, la sociedad de las “castas escondidas”. “Todos somos iguales, pero no todos somos iguales, mi Señor”, se dice en el campo.

Quizá el cambio ocurrido en las expectativas, es una hipótesis, de los últimos 10 años, por poner un período, no solo ha comprendido a las clases medias (medias medias) y medias altas, sino que también ha abarcado a las clases medias bajas, sector altamente amplio y difuso de nuestra sociedad. Sectores calificados por los analistas de mercados como “bajos” han ingresado en estas dinámicas ascendentes de expectativas crecientes, tanto para ellos como para sus hijos especialmente.

La educación superior ha sido una palanca tanto para provocar ese proceso, como para satisfacerlo de una manera parcial, muchas veces frustrante, la mayor parte de las veces mentirosa. Es lo que explica que en ciudades intermedias del país hayan florecido, o más bien crecido como callampas (muchas de ellas venenosas), decenas de sedes universitarias de dudosísima calidad, institutos profesionales, vendedores de ilusiones; esto es, un mercado de ofertas imaginarias que tiene en estos sectores un público adicto. Porque la mayor parte de estos sectores no tiene siquiera la alternativa de competir en “las grandes escuelas”, las “grandes ligas” de la educación chilena, y deben contentarse con esas instituciones que no exigen puntajes de ingreso, que cobran a su antojo y venden todo tipo de promesas, muchas veces no cumplidas o imposibles de cumplir.

Es por ello que la revuelta estudiantil es lo que asoma del iceberg, por decirlo con una imagen conocida. Es la expresión de un fenómeno societal, se podría decir, mucho más extenso, más complejo, más duro también. Es la crítica a la “sociedad de castas chilena”.

Las sociedades de castas justamente son aquellas en que las expectativas no son ni crecientes, ni insubordinadas. Gracias a la represión, a la convicción religiosa, a diversas otras formas de manipulación, cada casta considera que el destino le otorgó un lugar en la sociedad y que sus hijos seguirán, a veces honestamente y con dignidad, en el mismo lugar designado. Son sociedades conservadoras. Las élites se reproducen en sus propios espacios; construyen lazos matrimoniales y comerciales; se protegen, se apropian de los símbolos de la patria, de la religión: son los “mandarines” y “brahmanes”. Por su parte, los dalits, nombre hindú para designar a los “parias”, están fuera del sistema, marginados, se ocupan del trabajo físico, son los servidores. En todas estas sociedades conservadoras y de castas, las élites se ven en la obligación de preocuparse de los servidores, que no se lleguen a la inanición; la caridad en el mundo musulmán, la misericordia, es mucho más exigida incluso que en el mundo católico. La limosna es parte integrante de las sociedades de castas. Por ello “bajan” de sus aposentos a darles comida a los pobres, sabiendo que de esa manera los servirán mejor y ellos, misericordiosos, se irán a los cielos con mayor velocidad. Homo hierarchicus escribió el afamado antropólogo Louis Dumont. Una sociedad en que las jerarquías están claramente marcadas.

Chile ha sido una sociedad altamente jerarquizada, una sociedad de castas ocultas. ¿A quién le puede caber duda? ¿Quién no se fija y no se ha fijado en los apellidos de los chilenos? ¿Alguien creerá que en Chile nadie se fija en la “pinta”; esto es, en el fenotipo europeo de quienes van a buscar trabajo?... No vale ni la pena argumentar. Cuando hacemos historias de vida en nuestros cursos de antropología, vemos cómo se reproduce la pobreza por generaciones y generaciones. Los bisabuelos en el campo, en el peonaje, inquilinaje, en la miseria rural. El abuelo que migró en los años cuarenta a las poblaciones miserables de las orillas de Santiago. Los padres que salieron a trabajar de muy jóvenes en la construcción y así continúa la reproducción sin cesar. Hace 10 años, del liceo de la comuna de Tirúa solamente un solo egresado había ingresado a la universidad: uno solo. Esas son castas. Situaciones sociales inamovibles.

Podríamos decir por lo tanto, para concluir este párrafo y esta idea, que lo que estamos viviendo en estos días es la crítica más violenta a la sociedad de castas chilena. A esta sociedad de las castas ocultas.

Un modelo teórico

El centro de esta propuesta teórica, “la revolución de las expectativas crecientes”, era el siguiente, en una versión por cierto libre y personal: cuando hay un período muy largo de crecimiento económico, sea cual sea su carácter, se produciría una suerte de dinámica social ascendente. Las expectativas dormidas por la certeza de no poder cambiar la situación de vida, económica, social, de participación, en fin, ni siquiera en los hijos despiertan. Hay sociedades en que la mayoría vive en la subsistencia y hay una cierta evidencia aprendida de que esa situación no cambiará radicalmente. Sus padres y abuelos fueron campesinos por ejemplo, y probablemente los hijos y los nietos lo serán. Eso se asume y surgen muchas veces culturas de la sumisión y aceptación, en las que, además, las religiones juegan un papel central en esos casos, como hemos anotado en este texto. Vivimos en un valle de lágrimas, se dice, y se espera que “la movilidad social ascendente” se produzca exclusivamente en el más allá, en el cielo. Ahí recién seremos todos iguales, hijos de un mismo Padre. Pero cuando comienza a haber cambios económicos profundos, modernizaciones, transformaciones y por largo tiempo en la sociedad, esas mismas personas, amplios sectores sociales, inician un proceso lento pero sostenido de crecimiento de las expectativas. Quizá si el crecimiento es desigual el fenómeno puede ser más fuerte aún. Por cierto que son los sectores medios los que mayor exposición tienen a estas transformaciones. Quienes han vivido por mayor tiempo en la pobreza poseen un mayor escepticismo. Esa es la primera parte de la ecuación.


La segunda es que las expectativas crecientes dibujadas en un plano de doble entrada son como una diagonal que saliendo del punto cero, el vértice inferior, se desplaza recta hacia un punto imaginario infinito. Rompiendo con la rutina de lo repetido por generaciones, las expectativas no tienen por qué tener límites: ¿Y por qué no? Es el núcleo reflexivo de las expectativas crecientes…, ¿o por qué no yo?, más preciso aún. El fenómeno, de indudable carácter democrático, penetra al conjunto de la sociedad y se transforma en un fenómeno colectivo. Esta recta, deberíamos agregar, es y ha sido la base de todas las transformaciones democráticas en todas las sociedades. Estas expectativas tienen que ver no solamente con lo económico, sino principalmente con lo igualitario, con la ciudadanía; con la participación. Sociedades de castas donde las masas empobrecidas no tienen expectativas más que parciales y acotadas a lo posible son, por lo general, de muy bajo nivel de ciudadanía y de alto nivel de explotación. Esa es la segunda parte.

En Chile, según el cuadro que presentan los profesores de la Universidad de Chile Félix Ordóñez e Ignacio Silva, ocurrió una curva casi idéntica a la señalada de Davies, como se ve en el gráfico adjunto.64 Los autores denominan al fenómeno “brecha recesiva” (barras de color gris en el gráfico), lo que no es muy diferente a lo que venimos discutiendo.

Por cierto que estas prevenciones de los economistas críticos y de sectores empresariales afectados no son de conocimiento generalizado, pero se reflejan en disminución de la dinámica de empleo, de los salarios, etc., elementos recesivos en una sociedad que por más de dos décadas estaba acostumbrándose a un crecimiento económico sostenido. Sin ser ni mecánicos ni economicistas, cabe poca duda de que es un elemento subterráneo del malestar generalizado, de las movilizaciones, en fin, de lo que ha ocurrido en estos años en el país.

Es por ello que la tercera parte de la ecuación se pregunta acerca de lo que ocurre en situaciones de ruptura del proceso de crecimiento exponencial señalado. Allí la diagonal de las expectativas sigue derecha hacia el infinito y la curva del crecimiento o se achata y/o comienza a descender65. Ahí se produce un “hiato”, que en un primer momento es aceptado, ya que siempre hay un trecho importante entre realidades posibles y expectativas. Pero llega un momento en que se abren ambas líneas, el gap (brecha) intolerable de Davies; esto es, una diferencial, una “brecha”, entre expectativas y posibilidades reales de concretarlas que la sociedad no soporta. A medida que crecen las economías —y si crecen deformes es peor—, este “hiato” se puede hacer cada vez más profundo. Bueno es señalar en este momento que estos fenómenos son de una alta complejidad simbólica. Son representaciones colectivas y no son reductibles a cifras. Un ministro de Hacienda puede mostrar “que crecemos” más que cualquier otro país de América pero ni es creído y quizá exacerba el gap intolerable.


La comunidad sublevada

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