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NOTA PRELIMINAR A LA SEGUNDA EDICIÓN

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La primera edición de Falange y literatura apareció en el lejano año de 1971 en el marco de la colección Textos Hispánicos Modernos (de la desaparecida editorial Labor), que había creado y dirigía Francisco Rico. Fue mi primer trabajo de algún vuelo y tuvo una difusión significativa, además de suscitar numerosas reseñas, una —inolvidable para mí— de Dionisio Ridruejo en Destino, que más tarde se integró en su libro póstumo Sombras y bultos (1983). Se la agradecí en una carta, que ahora veo publicada por Jordi Gracia en el epistolario El valor de la disidencia (que más de una vez he de citar en las páginas que siguen), y quizá su lectura pueda orientar al lector sobre mis propósitos de entonces al escribir aquel volumen.

Nunca quise reimprimirlo, ni revisarlo, aunque tuve después de 1975 bastantes ofrecimientos al propósito. Pero el tiempo iba trayendo nueva, importante y alguna vez disuasoria bibliografía sobre los temas que trataba y, por otro lado, el clima político de la Transición envejeció en seguida las cautelas que esta obra tuvo que tomar y, sobre todo, dató buena parte de mi análisis del fascismo como ideología. Cuando prologué en 2003, a petición de sus autores, el ameno e informado volumen de Mónica y Pablo Carbajosa, La corte literaria de José Antonio, formalicé este compromiso personal de no volver sobre los pasos de 1971, a la vista de aquel libro y de otro coetáneo de Mechthild Albert, Vanguardistas de camisa azul, ambos excelentes. Pero ahora, diez años después, aquella promesa podía darse por prescrita y ya no supe resistir la sugerencia de sus nuevos editores.

Releer un libro escrito hace más de cuarenta años por quien entonces tenía veinticinco siempre es una experiencia ingrata y algo masoquista. Era ya sabedor de algún olvido, error o confusión lamentables (no sé si el pintor Álvaro Delgado me ha perdonado que le confundiera con su casi homónimo Teodoro, ilustrador de Vértice). Todo esto tenía remedio, pero mucho más difícil era que el libro perdiera el tono de impertinencia autosuficiente y la mezcla indigesta de la benevolencia con respecto al falangismo, en nombre de la buena fe de algunos falangistas, y de un análisis demasiado convencional —aunque, por supuesto, condenatorio— de los intereses de los otros vencedores de la guerra civil, todo ello manufacturado por añadidura en una terminología que, a menudo, resultaba delatoramente sesentayochesca.

Este es otro libro y también el mismo. La nueva redacción, mucho más extensa, no ha dejado línea sin ampliación ni dogmatismo sin atenuante y responde al desarrollo de mi visión de los hechos, que supongo más madura y matizada, como ya creo que podía advertirse en los numerosos trabajos de detalle sobre el tema que publiqué en fechas posteriores; algunos se verán citados en su lugar de las notas al prólogo. Sin embargo, mantengo el esqueleto de la introducción de 1971 y, por tanto, el establecimiento de los antecedentes y las etapas de la historia intelectual del fascismo español. También hago lo mismo en cuanto a la organización de la antología de textos que fue, quizá, la aportación más original de Falange y literatura. Me propuse esbozar el paisaje de temas, actitudes y refugios que definen una experiencia fascista y, en esta nueva salida, se han incorporado más escritos, pero lo cierto es que la inmensa mayoría de las inclusiones de ahora habían sido desestimadas por razón de espacio y, sobre todo, de cautela política en la fecha de la primera redacción.

La bibliografía (que entonces era tan escasa) ha adoptado una nueva disposición y he suprimido las breves semblanzas finales de los autores seleccionados. He preferido que aquellos datos biográficos (que hoy son más accesibles que entonces para el lector interesado) se diluyan en la introducción y, sobre todo, en las consideraciones que preceden a los apartados de la parte antológica. Ahora estas han ganado mucho en extensión y se han incluido valoraciones literarias más desarrolladas, que así contrapesan los datos ideológico-políticos de la introducción.

Una vez más, debo agradecer a su primer editor, Francisco Rico, la existencia de Falange y literatura, que fue una idea suya, formulada a la vista de algunos trabajos míos previos. A los amigos que me pidieron reimprimirlo —entre los que cuento a Juan Manuel Bonet, Ferran Gallego, Jordi Gracia, Domingo Ródenas de Moya y Andrés Trapiello— les debo gratitud por su generosa insistencia, lo mismo que a Manel Martos, su nuevo editor. Ojalá esta nueva versión esté a la altura de tanta confianza, de tanto afecto y del sello editorial que ahora acoge sus páginas.

Falange y literatura

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