Читать книгу Comedias dramáticas - José Ignacio Serralunga - Страница 8
Оглавление(La acción, en un único espacio: Galería cerrada en planta alta en la casa de Isabel.)
(Está ubicada en un pueblo muy chiquito, casi rural. Es amplia, elegante, el mobiliario es antiguo.)
(En escena el sacerdote. Unos segundos, serio. Entra Isabel atolondradamente, casi tropieza con el hombre, quien se sobresalta. La mira, extrañado.)
ISABEL: Disculpe, padre. No sabía que había gente en la salita. Recién yo estaba… (Se interrumpe al descubrir el azoramiento del sacerdote. Muerta de risa) ¿Se asustó, padre? (Dejándose caer en un sillón) Uh, qué corrida. (El cura sigue sin responder) Si mamá me ve corriendo así, me mata (Imita a la madre) Una señorita no puede correr como un caballo… (Se ríe) Como un caballo… (Imita un relincho, se ríe. Toma aire, mira para todos lados) ¿Lo dejaron solo, padre? ¿Cuándo entró? ¿Quiere que busque a mamá?
SACERDOTE: (Tomándose su tiempo, piensa cada palabra) Tu mamá… (Queda pensativo otra vez)
ISABEL: ¿Mi mamá…? ¿Se siente bien, padre?
SACERDOTE: (Habla lento, pensando cada palabra) Sí, Isabel. Bueno, más o menos. Dejame que me siente porque… (Mira a los laterales) ¿En dónde estabas?
ISABEL: ¿Yo? Abajo, padre. Con Batuque. No le cuente a mamá, porque cada vez que me revuelco con Batuque me pega un reto. (Imita a la madre) Isabel, una señorita como vos no se puede revolcar así con un perro pulgoso como Batuque… (Se ríe otra vez) ¡No tiene pulgas, Batuque!... Bueno, unas pocas tiene. Es un perro de pocas pulgas (Se ríe) ¿Entiende, padre? Un perro… de pocas pulgas.
SACERDOTE: (Sonrisa pequeñita) Un perro de pocas pulgas… si habré escuchado esa frase.
ISABEL: Ah ¿La había escuchado? Yo pensé que la había inventado yo. ¿No le convidaron nada, padre? ¿Quiere limonada? Yo misma la preparé hace un ratito, con los limones de la planta más vieja. Es la mejor, porque los de las nuevas tienen muchas semillas. No sé si serán de otra variedad o qué, pero son distintos. ¿Quiere limonada?
SACERDOTE: No… gracias. Esa limonada, en realidad… (Se detiene)
ISABEL: ¿Qué le pasa, padre? Habla en cuotas usted (Se ríe, él le devuelve una mueca más que una sonrisa) Uy, no, discúlpeme, padre, soy una mal educada. Si me escucha mamá hablarle así me pega un levante. Discúlpeme ¿Sí?
SACERDOTE: Sí, Isabel, no te preocupes. No me molesta que me hables en ese tono. Al contrario… (Parece que sigue, pero se detiene)
ISABEL: ¡Otra vez se quedó sin kerosén, padre! (Se ríe) Ay, no, qué salvaje. Si mamá me escucha…
SACERDOTE: (Imita, con un poquito más de entusiasmo, a la madre de Isabel) Una señorita como usted no puede hablarle así a un sacerdote… (Sonríe)
ISABEL: Ah, usted también se burla ¿Eh? Había sido pícaro. Mire si le cuento a mamá. (El padre sigue con su media sonrisa) No se preocupe, no le voy a contar.
SACERDOTE: No hay problemas.
(Pausa, se miran, ella divertida, él preocupado.)
ISABEL: ¿Padre?
SACERDOTE: ¿Sí?
ISABEL: Usted no es de acá.
SACERDOTE: Sí. (Duda) Soy el párroco de Vera.
ISABEL: ¿Eh? Yo siempre voy a Vera y nunca lo vi. A Misa de Gallo. Y en Pascua. Es otro el cura. Gervasio, el padre Gervasio es. El peladito (Se ríe) Es más respetuoso peladito que pelado ¿No?
SACERDOTE: Hacía bastante tiempo que no venía a esta casa. Yo me crié acá.
ISABEL: ¿En Santa Felicia? ¿En serio?
SACERDOTE: En esta misma casa.
ISABEL: ¡No! ¡Mentira! Ay, no, discúlpeme, no me di cuenta, soy una salvaje, le hablo como si fuera un amigo… discúlpeme ¿Sí?
SACERDOTE: (Sonríe, amistoso) No te preocupes, Isabel. Siempre fuiste medio salvaje, a decir verdad.
ISABEL: ¿Eh? ¿Cómo sabe usted? ¿Le contó mamá? Siempre me dice…
SACERDOTE: (Continuando el párrafo) Isabel, una señorita como vos no debe hablar como un carrero…
ISABEL: (Muerta de risa) ¡Sí! ¡Y nunca supe lo que quiere decir carrero! Debe ser un mal educado.
SACERDOTE: (Sonríe) Siempre la misma. Un carrero es un hombre que maneja un carro. Lo que pasa es que generalmente son… eran tipos bastante rústicos. No tienen modales, pobres.
ISABEL: Entonces yo podría ser carrera.
SACERDOTE: Claro, seguro.
ISABEL: ¿Seguro que no quiere limonada, padre? ¿Té? A mí no me gusta el té, es para los enfermos, pero si usted quiere le digo a Petrona que le prepare. Bah, le digo a mamá que le diga a Petrona porque Petrona a mí no me da ni cinco de bolilla.
SACERDOTE: ¿Petrona decís?
ISABEL: Sí ¿La conoce? La del pelo (hace un gesto exagerando un peinado raro) A mí no me quiere, me parece. Me tiene bronca.
SACERDOTE: Petrona ha sido una madre para vos. Cuando… (Se detiene, se pone mal)
ISABEL: ¡Padre! ¿Otra vez? (Lo semblantea) Pero, ahora se pone mal.
SACERDOTE: (Disimulando muy mal) Estoy bien, Isabel. A veces me pica la garganta y no me doy cuenta de que pongo cara de preocupado. Es la garganta (Carraspea falsamente) ¿Ves?
ISABEL: Bueno. La llamo a mamá ¿Sí? (Va a salir, él la frena con su palabra)
SACERDOTE: ¡No!
ISABEL: Ay, padre ¿Qué pasa? ¿Por qué me grita?
SACERDOTE: No… no quise gritarte… discúlpame.
Te quería decir que… tu mamá… va a tardar en volver… ¿Te molestaría darle un rato de charla a este pobre viejo?
ISABEL: Ay, padre, no se tire tan abajo. Usted no es un viejo… Es un señor mayor… pero parece más joven, cuando habla. Es raro…
SACERDOTE: ¿Soy raro?
ISABEL: (Se ríe) ¡No! ¡Usted no! Es raro eso que le digo, que cuando habla parece más joven de lo que es.
SACERDOTE: ¿No será que cuando no hablo parezco más viejo de lo que soy?
ISABEL: Uy, me embromó. Déjeme adivinar. Usted debe tener…. ¿No se va a enojar si le doy más edad de la que tiene?
SACERDOTE: (Sonríe) No, no me voy a enojar.
ISABEL: Usted debe ser más o menos como mi abuelo.
SACERDOTE: (Se ríe, sorprendido) ¡No!
ISABEL: No, no. (Miente, piadosa) Usted es mucho más joven que mi abuelo. Lo que pasa es que con esa ropa, parece más grande de lo que es.
SACERDOTE: Claro, seguro.
ISABEL: Usted debe tener… ¿Seten…?
SACERDOTE: ¡No!
ISABEL: ¡Escuchó mal! Dije… ¿Sesen…?
SACERDOTE: Seguí.
ISABEL: ¿Ti…?
SACERDOTE: Acordate que esta ropa me hace parecer mayor.
ISABEL: Ay, no sé. Me hace confundir. ¡Ya sé! ¡Mejor adivino el año en que nació! ¿Le parece?
SACERDOTE: (Muy serio) No. No. Dejémoslo ahí.
ISABEL: Bueno, si sabía que se iba a poner así. Mamá lo retaría por coqueto. Le diría…
SACERDOTE: Un chico como vos, que va a ser sacerdote, no puede hacerse el coqueto. Eso es vanidad.
ISABEL: (Muerta de risa) ¡La imita igualita a mamá, padre! Parece que hablara ella.
SACERDOTE: Ya te dije… yo me crié en esta casa.
ISABEL: Ay, padre, no me diga que usted tiene la edad de mi mamá, y yo le dije que era como mi abuelo, pobre.
SACERDOTE: No, soy mucho más joven que tu mamá.
ISABEL: Ay, sonamos. Entonces está hecho bolsa, padre. Con todo respeto, digo. (El sacerdote se acerca a la ventana, mira hacia abajo, pensativo) ¿Usted se crió en esta casa? ¿Dijo que es de la familia? Nunca supe que hubiera un cura en la familia.
SACERDOTE: Son tantas las cosas que no sabés, Isabel. Pero eso no importa mucho ahora.
ISABEL: ¿Es o no es de la familia?
SACERDOTE: ¿Vos estabas abajo, recién?
ISABEL: Sí. (Piensa, se pone un poco seria) Qué raro.
SACERDOTE: ¿Qué cosa, Isabel?
ISABEL: No sé. Tuve una sensación rara. (Pensativa, se pone muy triste)
SACERDOTE: ¿Cómo qué?
ISABEL: Estaba triste.
SACERDOTE: ¿Cuándo?
ISABEL: Recién. Estaba muy triste. Pero me había olvidado. Por eso me reía con usted. (El cura se acerca, compasivo, la deja hacer) ¿Usted siempre quiso ser cura?
SACERDOTE: ¿Eh?
ISABEL: Si siempre quiso ser cura.
SACERDOTE: ¿Por qué me preguntás eso?
ISABEL: (Piensa) No sé. Me salió preguntarle. No lo pensé. ¿Le molesta?
SACERDOTE: No, no. Sí.
ISABEL: ¿Sí qué? ¿Le molesta que le pregunte o siempre quiso ser cura?
SACERDOTE: (Sonríe) No me molesta. Siempre quise ser cura.
ISABEL: Qué suerte. Porque es muy feo ser lo que uno no quiere ser. O no ser lo que uno quiere ser. Si usted siempre quiso ser cura no lo va a entender. Porque es feliz siendo lo que siempre quiso ser.
SACERDOTE: Hay tantas cosas que no sabés, Isabel.
ISABEL: ¿Nunca quiso ser médico? ¿O maestro?
SACERDOTE: No lo sé. En realidad (se contagia del ánimo de Isabel) nunca se me cruzó por la cabeza otra cosa.
ISABEL: ¿En serio? ¿Desde chiquito quería ser cura?
SACERDOTE: En realidad sí se me cruzó otra idea.
ISABEL: ¿No jugaba a la pelota como los otros chicos? (Levanta el ánimo, se anima a una burla suave) ¿Jugaba a que daba misa?
SACERDOTE: Fue un momentito, una cosa de un segundo.
ISABEL: (Sigue en el chiste) ¿Confesaba a sus amiguitos? (Se ríe) Ego te absolvo por hacer pichí en las macetas, in nominipatri…
SACERDOTE: Pero me duró toda la vida.
ISABEL: ¿Qué cosa, padre?
SACERDOTE: Una duda, Isabel. Una duda.
ISABEL: ¿Qué duda? No entiendo.
SACERDOTE: Lo peor es la duda. Todos los días. Cada uno de los días. Cada noche al acostarte.
ISABEL: ¿De qué habla? ¿Qué le pasó?
SACERDOTE: Algo… terrible.
ISABEL: Padre, me asusta.
SACERDOTE: Yo no podía hacer trampas.
ISABEL: Padre, se me pierde…
SACERDOTE: (Imita a mujer mayor, pero esta vez con angustia o rabia) Un chico como vos, que va a ser sacerdote, no puede hacer trampas.
ISABEL: Padre…
SACERDOTE: No puede mentir… (Ella lo mira, confundida) No puede atarle un moño en la cola al gato y prenderle fuego…
ISABEL: ¡No! ¿Usted también hizo la del gato? Es un clásico ese ¿No?
SACERDOTE: Un chico como yo, que iba a ser sacerdote, no podía hacer nada. (Pausa) Y así y todo, era feliz. Pero tuvo que pasar eso.
ISABEL: ¿Qué le pasó padre? Me preocupa.
SACERDOTE: Un beso.
ISABEL: ¿Eh? ¿Un beso? ¿Y qué tiene de terrible? (Semblantea al cura, que la mira inquisitivo) ¡Ay, no!
SACERDOTE: ¿Qué pasa?
ISABEL: Ay, no, ahora recuerdo por qué estaba triste. Qué mala soy. (Da vueltas en redondo, angustiada) Padre… ¿De verdad, lo peor es la duda? Soy mala, padre. ¿Es pecado un beso?
SACERDOTE: No, salvo que sea incorrecto.
ISABEL: ¿Darle un beso a un primo cuando se está por ir al seminario es pecado?
SACERDOTE: No… pecado no, pero…
ISABEL: ¿Y si le arruiné la vocación, padre? ¿Y si le queda la duda toda la vida? ¿Y si vuelve del seminario porque se arrepiente de ser cura? ¿Se puede perdonar eso, padre?
SACERDOTE: Vos besaste a tu primo.
ISABEL: Sí.
SACERDOTE: ¿Por qué lo besaste, Isabel?
ISABEL: ¡Porque se fue al seminario! ¡Lo perdí, padre! Y yo no sabía lo que sentía, hasta que llegó el momento. (Pausa) Me dijo “Chau, primita, te voy a extrañar mucho. (Sigue recordando) Allá hay mucho silencio. Voy a extrañar tu risa”. Pelotudo.
SACERDOTE: ¡Isabel!
ISABEL: Se me desmoronó el mundo, padre. Se me escapó la infancia. Se me iba, padre. Y ya no era mi primo, era un hombre al que acababa de descubrir que amo. ¿Y si le arruiné la vida, padre?
SACERDOTE: Hay tantas cosas que no sabemos, Isabel.
ISABEL: Déjeme hablar, padre. Necesito hablar. Necesito que me escuche y que me diga si hice mal, y si hice mal que me perdone… No, eso no importa. Quiero que me diga si es posible que le haya arruinado la vida.
SACERDOTE: Hay algo más importante que eso, Isabel.
ISABEL: Fue recién, padre. Julio se acaba de ir. Por eso estaba triste. Porque lo besé, y él se fue trastabillando, tartamudeando… pobrecito. ¿Sabe qué es lo peor, padre? Creo que le gustó.
SACERDOTE: Seguro. Él también te quiere.
ISABEL: (Enojada) ¿Qué sabe usted? ¡No soy una nena, padre! ¡No me diga cosas que no puede siquiera saber para contentarme! ¿Cómo sabe eso? ¿Eh?
SACERDOTE: Tranquilizate, Isabel. Por favor.
ISABEL: ¿En el seminario le enseñaron eso? ¡No quiero que me tranquilice, quiero que me diga la verdad!
SACERDOTE: Tenés razón, Isabel, discúlpame. Es la costumbre de consolar a la gente. Siempre tengo la palabra adecuada para cada situación.
ISABEL: ¡Pero esta vez no sirve!
(Pausa.)
SACERDOTE: Isabel.
ISABEL: ¡¿Qué?!
SACERDOTE: ¿Puedo preguntarte qué pasó después del beso?
ISABEL: No sea chusma.
SACERDOTE: No, Isabel, no es por ser chusma. Yo necesito saber qué pasó después de que lo besaste.
ISABEL: ¿Para qué? Ya le dije, Julio se fue corriendo. La carita…
SACERDOTE: Eso ya lo dijiste. Preguntaba por vos. ¿Qué pasó con vos después del beso?
(Pausa, ella seria.)
ISABEL: No me acuerdo…
(Pausa.)
SACERDOTE: ¿Puedo contarte algo?
ISABEL: (Angustiada) No me acuerdo… Estaba triste. Muy triste.
(Pausa.)
SACERDOTE: Escuchame. Llevo cuarenta y pico de años de sacerdocio ¿Sabés? Muchas veces me he preguntado qué habría sido de mi vida si hubiera decidido dejar los hábitos. O no tomarlos.
ISABEL: Muy triste.
SACERDOTE: El día en que estaba por irme al seminario, mi prima, mi prima de mi vida, la mujercita más linda que conocí, el alma más bella, el espíritu más alegre que Dios puso frente a mí, la chica más hermosa, la de los ojos pícaros y la sonrisa de luz, reaccionó de una manera que jamás habría imaginado. Mi prima me besó, Isabel, cuando me iba al seminario. Fue suficiente para poner en duda todas mis ideas, todos mis sentimientos. La duda, Isabel. Lo peor es la duda.
ISABEL: No puedo recordar.
SACERDOTE: No importa. Ya vas a recordar. Tranquilizate.
ISABEL: Hay como un vacío, desde que Julio se fue, hasta que me veo con Batuque, abajo.
SACERDOTE: Suele pasar. Con una emoción fuerte. Con un susto grande. Suele pasar. (Pausa) Dejame que te cuente. Es importante. Creo. Mi prima tuvo un accidente, terrible.
ISABEL: ¿Cuándo?
SACERDOTE: Después de lo del beso. Yo me fui, con la mente nublada. Tenía una sensación de felicidad nueva, de… no sé cómo explicarte, Isabel. Mi prima fue la persona con quien compartí mi infancia, era mi hermanita, prácticamente. Y de golpe, era una mujer que me besó. Mi cabeza daba vueltas, no entendía nada. Mi prima, mi hermanita, ese beso que me gustó… es decir… me confundió, apareció toda una nueva dimensión en mi mundo que desconocía.
ISABEL: ¿Y su prima?
SACERDOTE: Si yo hubiera podido hablar con ella después de eso… aclarar los sentimientos… saber que ella estaría bien… La duda, Isabel. Lo peor es la duda.
ISABEL: ¿Qué? ¿Murió?
SACERDOTE: Dios me perdone por esto… ojalá hubiese muerto. (Reacciona) No, no. Estoy desvariando. Si ella hubiese muerto habría perdido la esperanza… de poder preguntarle si ella se cayó del balcón, por atolondrada, o si se tiró, desesperada. Porque si ella se tiró, si ella decidió su propia muerte, ya no tengo esperanzas de verla nunca más, en el Cielo.
ISABEL: Padre, discúlpeme. No entiendo nada. ¿Se murió o no se murió? ¿Por qué no le puede preguntar?
SACERDOTE: Porque hace más de cuarenta años que está en coma. Como un cuerpo muerto, pero que nunca murió. Lo peor es que, cuando vengo a esta casa, parece que el tiempo se hubiera detenido. Su mamá fue muy clara: quiero que la casa esté siempre igual al día del accidente, para que cuando ella despierte, encuentre su propio hogar, con el mismo olor a romero en las macetas, con los mismos colores en las paredes… cremita la galería, verde agua el comedor, celeste la habitación de ella. Por eso esta casa parece un museo, Isabel. Siempre igual. Siempre igual. Yo querría volver un día y ver que no estén más los nísperos, ni los mandarinos, ni la palta. Querría que desaparecieran esos cisnes horrendos de cemento, del tiempo de ñaupa, las margaritas blancas de corazón amarillo, las calas…
ISABEL: Son lindas las margaritas…
SACERDOTE: Yo querría que todo eso quede atrás, volver a esta casa y encontrar plantas nuevas, paredes blancas, muebles modernos, sin olor a lavanda... querría que entrara aire fresco, que…
ISABEL: Padre ¿De qué habla?
SACERDOTE: De la vida, hablo. De mi vida. De las cosas que yo querría para mí, de las cosas que ya no soporto. Porque ya estoy grande, estoy cansado de todo esto.
ISABEL: ¿Usted está bien, padre? ¿Todo eso que dice… usted imagina cosas o qué? ¿En dónde está su prima?
SACERDOTE: Acá.
ISABEL: ¿Acá dónde? Nunca escuché de nadie que estuviera así, como usted dice, en este pueblo.
SACERDOTE: Querría despertarme cada día sin dolor en las tripas, sin esa duda que me persigue. Querría tener noches tranquilas, en las que sueñe cosas bellas. Pero no puedo.
ISABEL: Padre… No lo tome a mal. Su prima ¿Existe?
SACERDOTE: El alma ¿Existe? Dios ¿Existe? No lleguemos a eso, Isabel, no tengo ganas. Me pasé la vida estudiando y enseñando sobre el alma y sobre Dios, y no encuentro respuestas a esto que me está pasando. ¿Querés saber si mi prima existe? Sí, claro que existe. Está acá, en esta casa.
ISABEL: No, padre, discúlpeme que le diga, acá no hay ninguna prima suya. No hay nadie que esté enferma como usted dice.
SACERDOTE: ¿Estás segura?
ISABEL: Vivo acá desde que nací y no veo nada de lo que usted dice. No hay prima, no hay enferma. Hay calas, y hay mandarinos, y hay paltas, y hay hamacas en el patio grande, por si no las vio, pero no hay prima, ni enferma, ni nada. Voy a llamar a mamá para que lo escuche ella, porque yo ya me aburrí de usted.
SACERDOTE: Está bien. Pero antes te pido una sola cosa. Por favor. Tratá de recordar qué pasó después de que se fue Julio. Cuando estabas con Batuque. Necesito saber eso, porque así podré dejar atrás esa duda que me persigue. ¿Vos querés saber si le arruinaste la vida a tu primo? Bueno, yo necesito saber qué pasó después de que lo besaste, porque, aunque a vos te cueste entenderlo, de eso depende mi tranquilidad.
ISABEL: Mire, padre, realmente me está poniendo nerviosa. Voy a llamarla a mamá. (Amaga salir)
SACERDOTE: Esperá, por favor.
(Pausa.)
ISABEL: ¿Qué, padre, qué?
SACERDOTE: Cerrá los ojos, por favor.
ISABEL: ¿Eh? ¿Por qué?
SACERDOTE: Por favor. Cerralos.
ISABEL: No entiendo qué es lo que quiere, padre. Esto no tiene sentido.
SACERDOTE: Ya lo sé. Creeme que para mí la cosa no es más fácil que para vos. Pero necesito que hagas eso, y voy a tratar de responder a tu preocupación.
ISABEL: No, padre. No. Suficiente.
SACERDOTE: Voy a venir a verte todos los domingos. Después de misa nos dejan salir. Vamos a comer mandarinas, y vamos a hamacarnos en las hamacas del patio grande.
ISABEL: (Sorprendida) Eso me dijo Julio recién. ¿Usted estuvo escuchando nuestra conversación?
SACERDOTE: Juramos que no íbamos a decir nada de lo del gallito bataraz. (Ella lo mira, cada vez más sorprendida) Y yo me eché la culpa por incendiar la chimenea, para no delatar a mi primita Isabel.
(Isabel lo mira, sin atinar a hablar.)
Yo soy Julio, Isabel. Yo soy Julio después de un millón de años ¿No me reconociste ni por un segundo?
ISABEL: ¿Julio? ¿Qué dice? Julio acaba de irse, y tiene dieciocho años… no… usted está mal de la cabeza.
SACERDOTE: ¿Y cómo sé lo del gallito bataraz? ¿Alguien más conoce nuestro escondite secreto? Detrás del lapacho, seis pasos a la izquierda, tres hacia la pared de la enredadera y dos hacia la derecha. Ahí guardamos nuestras cartitas a los ocho años, y un juego de botones de tu saquito azul, a los diez. ¿Sigo?
ISABEL: No. Estoy mareada. (Se sienta)
SACERDOTE: No te asustes, pero cambiaron muchas cosas. Batuque… Petrona…Tu mamá… ya no están.
ISABEL: ¿¿¿Qué???
SACERDOTE: Pasaron cuarenta y cinco años desde el momento en que yo me fui al seminario y que vos tuviste tu accidente.
ISABEL: ¿De qué accidente habla, padre?
SACERDOTE: Soy Julio, Isabel. Soy tu primo Julio. Yo no me fui recién al seminario ¿Entendés? Fue hace muchos años.
ISABEL: ¡No! ¡Usted está loco! (Sale por el extremo opuesto al que llegó) ¡Mamá…!
(El cura se sienta, agobiado. Luego de unos segundos, ella vuelve a entrar, muy turbada. Lo mira al cura buscando respuestas.)
ISABEL: ¿Qué pasa…?
SACERDOTE: ¿Te viste?
ISABEL: ¿Qué?
SACERDOTE: Si entraste a tu habitación.
ISABEL: (No logra entender nada) Sí.
SACERDOTE: Te viste.
(Pausa.)
ISABEL: Hay una… (Pausa) ¿Está muerta?
SACERDOTE: Sos vos, Isabel. Esa viejita sos vos. (Ella, atribulada, lo mira, no atina más que a escuchar) Esa sos vos.
Nunca más volví a sentir la felicidad de estar con vos, Isabel. Al principio venía a verte, cada semana, los domingos. Te contaba de mis cosas en el seminario, cortaba jazmines y te los dejaba en el florerito al lado de tu cama, para que los olieras al despertarte. Pero nunca despertaste, Isabel. Y yo, que me pasé la vida diciéndole a la gente que tenga esperanza, la fui perdiendo. Y cada vez que levanto el pan para que se haga el cuerpo de Nuestro Señor lo miro, y dentro de mí crece la rabia, y le pregunto en silencio que si es el dios bueno que nos ama, por qué cuernos te hizo esto a vos, Isabel. Por qué, si tengo que enseñarle a la gente que nuestro buen Dios nos ama, me hace esto a mí. ¿Cómo pude vivir tantos años pidiéndole a la gente que tenga confianza, que tenga fe, que tenga esperanza, cómo, yo, que perdí la confianza, que perdí la fe, que perdí la esperanza? ¿Por qué nos hizo esto, Isabel?
¿Por qué tanto castigo?
ISABEL: No. Yo no soy esa vieja. Yo soy yo.
SACERDOTE: ¿Entendés, Isabel, por qué te digo que lo peor es la duda? La duda de saber si te tiraste o te caíste, la duda de seguir creyendo y esperando… Y en vez de despertarte, y decirme que me quede tranquilo, que ya pasó todo, aparecés de esta manera. ¿Qué estás haciendo, Isabel? ¿Qué hiciste todo este tiempo? ¿Me escuchabas?
ISABEL: No… yo recién fui hasta el balcón… y volví. Pasó un segundo para mí, y cayeron un millón de años sobre mis cosas… (Piensa, lo mira) Y sobre vos. (Pausa) Tenés la voz diferente, Julio. Y tus ojitos ya no brillan como antes.
SACERDOTE: Los tuyos sí. (Pausa) Tu mamá esperó siempre que despertaras. Fue más fuerte que yo. Pero estaba muy viejita, muy mayor cuando se fue. Antes de irse, te dejó su crucecita de brillantes en las manos, para que te cuidara. Después te siguió atendiendo Petrona, algunos años. Hasta que tuve que encargarme de buscar otra gente, enfermeras. Gente con experiencia en estas cosas. (Pausa) Hoy vine porque me pidieron que venga. Porque empezaste, luego de tantos años, a balbucear, a decir cosas ininteligibles. Me dijeron que estabas muy desmejorada. Que estaban esperando un desenlace. Vine a darte la unción de los enfermos, Isabel.
ISABEL: Ay ¿Ya me la diste?
SACERDOTE: No. Me estaba preparando cuando apareciste.
ISABEL: ¿O sea que no estoy muerta?
SACERDOTE: No, todavía no.
ISABEL: Qué suerte. ¿Será que Dios te dará la oportunidad que le pedías?
(Pausa.)
SACERDOTE: ¿Sufriste mucho?
ISABEL: ¿Yo? Nada. Yo fui hasta el balcón…
SACERDOTE: Y apareciste acá.
ISABEL: Sí. Y ustedes cuidando a esa viejita. Qué zonzos.
SACERDOTE: Esa viejita sos vos.
ISABEL: ¿Te parece? ¿De verdad creés que eso que está ahí es Isabel? Me parece que no aprendiste nada, primito. Yo soy yo. Yo, que soy capaz de reírme de tu cara seria, de tu cuellito rígido, de tus modales. Se ve que te educaron bien en el seminario ¿Eh? Te volvieron seriecito. ¿Ya te olvidaste de nuestras picardías? (Imita a señora grande) Un muchachito como vos, Julio, que va a ser sacerdote, no puede ponerle sal al té de la tía Zulema…
SACERDOTE: ¡Vos le ponías la sal, malvada!
ISABEL: (Divertida, miente) ¿Yo? Sería incapaz de alguna maldad… (Pausa. Un poco más seria) ¿Sufriste mucho, Julio? En tu vida. Sufriste mucho.
SACERDOTE: Fue difícil ¿Sabés qué me sucedió? Que empecé a odiar las cosas que más quería ¿Te acordás de aquella curvita del río en San Antonio de Arredondo, en Córdoba?
ISABEL: Claro, si fuimos el verano pasado.
SACERDOTE: Bueno, en realidad no fue el verano pasado. Fue hace cuarenta y pico de años.
ISABEL: Ah, claro. Me cuesta hacerme a esa idea.
SACERDOTE: Bueno, ese lugar tan lindo, donde compartimos nuestras travesuras, se fue arruinando de a poco…
ISABEL: (Interrumpe) ¡Nos escapamos con los caballos y se largó la tormenta! Mamá estaba desesperada ¡Cómo creció el arroyo, de golpe!
SACERDOTE: Yo tenía un susto… no te dije nada para no preocuparte, pero…
ISABEL: (Divertidísima) ¡Y te retaron a vos solo!
SACERDOTE: Porque, como siempre, el único culpable era yo.
ISABEL: (Imitando señora grande) ¡Julito! ¡Un muchachito como vos, llevando a una niñita inocente como Isabel en medio de una tormenta!
SACERDOTE: Nunca imaginó que la de la idea habías sido vos.
ISABEL: (Fingiendo inocencia, exageradamente) ¿Yo? ¿Qué cosas dice, padre? (Se ríe).
(Pausa.)
SACERDOTE: Yo volvía cada año con el seminario, de retiro, a la casa que está sobre la loma. Y me escapaba a aquella curvita del río.
(Pausa.)
Ese lugar fue perdiendo magia, Isabel. Vos no estabas. Las micas ya no brillaban como cuando vos estabas. El olorcito de los yuyos ya no era dulce, me repugnaba. El agua, que con vos era cantarina y alegre, ahora hacía un sonido pavo, insulso. Me terminaba aturdiendo.
Todo porque pensaba en vos, en tu risa. Claro, era tu risa el sonido cantarino, no era el agua. Pero vos ya no estabas. Aparecías en mi mente con tu carcajada exagerada y las chispitas de tus ojos, y de pronto se me caía encima tu cama de enferma. La peperina se volvía alcanfor.
¿Entendés lo que me pasó? Comencé a odiar las cosas que quería.
Esta casa, que siempre fue alegre y ruidosa y llena de escondites y de recovecos, se transformó en un panteón. En tu ´panteón. Se puso fría. Parece que el sol ya no calentara en estas galerías.
ISABEL: Ya sé lo que te pasó, Julio. Vos me querías mucho ¿Cierto?
SACERDOTE: Mirá las cosas que me preguntás.
ISABEL: En serio te pregunto ¿Vos me querías mucho?
SACERDOTE: Por supuesto. Eras a quien más quería.
ISABEL: Claro. Ahora entiendo tu sufrimiento. Empezaste a odiar a las cosas que más querías. Yo era una de las cosas que más querías.
SACERDOTE: ¡Vos no sos una cosa!
ISABEL: Yo no era una cosa. Cuando era así (se señala a sí misma) Pero empecé a dejar de ser esto, para ser aquello (señala hacia su habitación) Empezaste a odiarme, Julio. Eso te pasó. Empezaste a odiarme porque ya no cantaba, ni me mataba de risa, ni hacía pichí en las macetas y te echaba la culpa a vos. Ya no era yo, eso que estaba en mi cama era una cosa. La cosa que más odiabas en la vida, porque ya no te acompañaba, ni te hacía reír, ni te abrazaba cuando la asustabas con tus cuentos de terror a la noche. Vos querías que te dijera si me había tirado o me había caído del balcón, para recobrar la paz. Para volver a tener esperanza. Vos tenías que decirle a la gente que la esperanza ilumina el mundo, pero vos no tenías esperanza. Y la culpa era mía. Empezaste a odiarme, Julio. Eso fue lo que te pasó.
(Pausa.)
SACERDOTE: (Desarmado) Perdoname.
ISABEL: ¿Cómo se puede llegar a odiar a alguien a quien querías tanto?
SACERDOTE: No lo sé. Es terrible. Uno hace fuerza para que las cosas cambien, para que despertaras, pero no. Imposible. No una semana, ni un año, cuarenta y cinco años, Isabel ¿Se puede vivir cuarenta y cinco años con eso?
ISABEL: Pobrecito. Entonces ya no tengo dudas. Yo te arruiné la vida. Qué triste. Yo, justamente yo, que fui la causa de tu felicidad durante diecisiete años, fui el motivo de tu angustia durante cuarenta y cinco. No te merecías esto, Julio.
SACERDOTE: Y vos menos.
ISABEL: ¿Qué puedo hacer para devolverte un poco de paz?
SACERDOTE: No sé. Estoy como confundido. No sé qué sos.
ISABEL: ¡Julio! ¿Cómo decís eso? ¡Soy Isabel, tu prima preferida!
SACERDOTE: ¿Y la que está en tu cama?
ISABEL: ¿La vieja? Será una forma extraña del tiempo.
SACERDOTE: ¿Eh?
ISABEL: (Sonríe) Se me ocurrió.
SACERDOTE: Nunca había pensado que el tiempo tuviese forma.
ISABEL: Yo tampoco (Se ríe) Se ve que ahora me vienen ideas a la cabeza sin pensar. ¿Será que estoy…? (Cambia de idea de golpe) Olvidate de la vieja. Tengo una idea ¿Las hamacas del patio grande siguen estando?
SACERDOTE: Sí. Están un poco oxidadas. No hay chicos. Cuando hay viento chirrían, parece que se hamacaran fantasmas.
ISABEL: (Divertida) Y, a lo mejor no parece…
SACERDOTE: ¡Isabel! No hagas bromas con esas cosas.
ISABEL: Vamos a hamacarnos.
SACERDOTE: ¿Eh?
ISABEL: Vamos a hamacarnos ¿Te volviste sordo, además de viejito?
SACERDOTE: ¿Cómo, hamacarnos? ¿Vos podrás salir?
ISABEL: Probemos. Lo peor que podría pasar es que desparezca de golpe, otros cuarenta y cinco años (Se ríe) ¿Me esperarías otros cuarenta y cinco años, Julito?
SACERDOTE: Estás más loca que una cabra.
ISABEL: Siempre lo estuve. Vamos. Vamos a hamacarnos.
SACERDOTE: No sé, Isabel. ¿Y si la gente te ve?
ISABEL: ¿Quién me va a ver? ¿Una enfermera?
SACERDOTE: Por ejemplo.
ISABEL: ¿Y vos pensás que si una enfermera ve a una chica de diecisiete años hamacándose en el patio va a pensar que es Isabel? (Con intención) Hay que estar un poco loco para pensar que yo soy Isabel ¿No te parece?
SACERDOTE: ¿Y si no te ven?
ISABEL: No me ven.
SACERDOTE: Van a ver a un cura grande, hamacándose en las hamacas que chirrían y hablando solo como un loco. Van a pensar que enloquecí.
ISABEL: Y, sí, un cura que habla con su prima de diecisiete años que está a punto de morir siendo vieja debe estar un poco loco.
SACERDOTE: No. Vos te estás burlando. Vos me querés hacer creer que no existís y que sólo yo te veo.
ISABEL: (Fingida inocencia) ¿Yo? ¿Cómo me preguntás eso? ¿Te parece que sería capaz de hacerte pensar eso?
SACERDOTE: (Simpático) Vos serías capaz de cualquier cosa con tal de divertirte.
ISABEL: Bueno, vamos, entonces. Vamos a hamacarnos.
SACERDOTE: (Duda) No me animo.
ISABEL: ¿Tenés miedo de caerte?
SACERDOTE: Tengo miedo de que desaparezcas otra vez. En serio, no me animo. Ahora me hiciste preocupar.
ISABEL: ¡Siempre mi culpa! (Divertida) Ahora el señor se preocupa y la culpa es mía.
SACERDOTE: Vos me dijiste que a lo mejor sólo yo te veo, y ahora no sé si creer que de verdad estás conmigo o si son mis ganas de verte y mi desesperación las que tramaron una ilusión.
ISABEL: ¿Vos querés una prueba de que yo soy yo y no soy obra de tu imaginación? ¿Qué diría Jesús?
SACERDOTE: ¿Qué tiene que ver Jesús?
ISABEL: Él te diría: “¿Quieres pruebas, Julio? Hombre de poca fe”. (Se mata de risa)
SACERDOTE: Ni siquiera ahora podés hablar en serio.
ISABEL: ¿Viste? Esa es una prueba, si de pronto hablara en serio ¿Sería yo? Imposible. Eso es irrefutable.
SACERDOTE: No tiene nada de irrefutable, si yo te estoy imaginando, entonces te imagino cómo te conozco, y no tiene nada de irrefutable.
ISABEL: (Sigue en broma) Ahora entiendo, yo no te arruiné la vida, te la arruinaste vos pensando tanto.
SACERDOTE: ¡Estoy discutiendo conmigo mismo! ¡Yo imagino mis preguntas e imagino tus respuestas! Isabel, por favor, ayúdame.
ISABEL: Está bien, si no confiás en mí, y pensás que vos me estás imaginando, vamos a tratar de descubrirlo juntos.
SACERDOTE: Sigo igual. Puede ser todo maquinación mía.
ISABEL: Es verdad. Qué tipo inteligente y sagaz.
SACERDOTE: Peor. Ahora hago que me elogies.
ISABEL: (Divertida) Y como buen leonino, te gusta, engreído. (Pausa, transición) Estamos en problemas. Ahora me hiciste dudar ¿Y si soy yo la que imagino todo?
SACERDOTE: No. Eso no es posible, porque si vos imaginaras esto yo no tendría conciencia de que estoy hablando con vos.
ISABEL: ¿Y cómo sabría lo de tus pensamientos en el río de Córdoba?
SACERDOTE: Podrías imaginarlo.
ISABEL: ¿Y habría adivinado lo que pensabas?
SACERDOTE: Isabel, me querés volver loco. ¿Vos, de veras sabés lo que pasa? ¿Es todo verdad, o todo un sueño?
ISABEL: La vida es sueño.
SACERDOTE: Qué graciosa.
ISABEL: Creo que sí sé lo que pasa. Pero no sé explicártelo. Siento cosas, pero de un modo muy diferente al que tiene la gente mientras vive normalmente. Es raro. ¿Será que me pasa sólo a mí, o todo el mundo siente esto cuando va a morir, y no lo puede contar? Dicen que la vida pasa delante de uno en un segundo. A mí no me pasó eso.
SACERDOTE: Hay tantas cosas que no sabemos.
ISABEL: ¿Te acordás aquella vez que entraron ladrones a la noche y se robaron la crucecita de oro y brillantes de mamá? ¿Te acordás que apareció después en la iglesia del pueblo, con una notita en la que pedían perdón por el robo? ¿Te acordás o no?
SACERDOTE: Sí, sí. Me acuerdo.
ISABEL: ¿Vos viste la notita?
SACERDOTE: No.
ISABEL: ¡Qué suerte! Porque vos habrías descubierto de quién era la letra (Salta una carcajada)
SACERDOTE: ¡No! ¿Y por qué robaste la crucecita?
ISABEL: Porque estaba enojada. Porque me castigaron injustamente por una cosa que yo no hice.
SACERDOTE: ¿Qué cosa no hiciste?
ISABEL: ¿No te acordás? Arruinaron el paredón del frente de la casa con pintura negra: “Isabel ama a Julio” ¡Yo no fui!
SACERDOTE: (Muerto de risa) ¿No descubriste de quién era la letra?
ISABEL: (Idem) ¡Atorrante! ¡Fuiste vos!
SACERDOTE: ¡Vos me pusiste sal en vez de azúcar en el té esa tarde, malvada!
ISABEL: ¡Malo, vengativo!
SACERDOTE: (Sigue la broma) ¿Qué forma de hablar a un cura, Isabel? (Imita a señora grande) “Una niña como vos no puede faltarle el respeto así a un sacerdote”.
ISABEL: ¡Si el cura escribe cosas en la pared, que se las aguante!
(Pausa, los dos felices, como chicos.)
ISABEL: Julio.
SACERDOTE: ¿Sí?
ISABEL: Me tengo que ir.
SACERDOTE: ¿Ya? ¿En serio?
ISABEL: Sí. Yo en tu lugar iría a darle el sacramento a la viejita. Antes de que sea tarde.
SACERDOTE: ¿Justo ahora?
ISABEL: Sí. Pero no te pongas mal. Tenés que estar contento, Julio. ¿No querías una oportunidad? ¿No pedías a tu buen Dios que se apiadara y te diera un encuentro más conmigo? ¿Vos pensás que todo el mundo tiene esa posibilidad? Vos le dijiste siempre a la gente que tenga esperanza. Bueno, ahora podés decirlo sin sentirte mal. ¿Querías saber si yo sufrí? Nada, Julio, no sufrí nada. Fui hasta el balcón, volví, y me estaba esperando el viejito Julio con una cara de susto que daba risa.
(Pausa.)
Tus ojitos volvieron a brillar, Julio.
Y la voz es la misma. Un poquito gastada de tanto decirle a la gente que tenga esperanzas. Pero sigue siendo tu voz.
SACERDOTE: ¿Te parece?
ISABEL: Sí, Julio. Es el alma. La voz es el alma. Vos te ves grande, como la gente ve a esa viejita que está por morir. Pero yo te veo igual que siempre. Tu alma es la misma. Tiene algunos magullones, pero ¿Qué esperabas? Tantos años de andar por estos pagos te abolla un poco el alma. Pero un poquito, nada más. Ponete contento, Julio. Ya tenés todas tus respuestas. Podés ser feliz.
(Pausa.)
¿Tenés todo listo para darle el sacramento a la viejita?
SACERDOTE: Sí.
ISABEL: Muy bien. Sé bueno con ella, yo te voy a estar mirando. Tomale la mano, pobrecita. Por favor. Esta vez la vas a sentir calentita. Y no seas grandulón, parece mentira, andar angustiándose por pavadas. La vida es linda, Julio, aprovechala. Y para que no seas desconfiado, te prometo que voy a volver.
SACERDOTE: ¿Eh?
ISABEL: ¿Qué pensabas? ¿Qué tu primita era una malvada? Zonzo. Desconfiado. Hombre de poca fe.
Este es nuestro secreto: los domingos, después de tu misa, nos vemos en el patio grande. En las hamacas que chirrían. Esas, las que la gente dice que chirrían porque se hamacan fantasmas (Sonrisa pícara).
Vamos a comer mandarinas, y nos vamos a hamacar juntos. Y nos vamos a reír mucho. Para que te recuperes de tus años tristes. Prometido.
No me preguntes cómo sé esto, es lo de menos: algún día vos vas a sentir lo que yo siento ahora, y un cura caritativo te va a tomar la mano y te va a dar la última bendición.
Y ya no habrá hamacas, ni risas ni mandarinas.
(Pausa.)
SACERDOTE: ¿Y después de eso, Isabel?
ISABEL: (Sonríe, dulcemente) Hay tantas cosas que no sabemos, Julito. (Pausa) Vamos, vení, ayudame.
FIN
1 Seleccionada por Espacio Santafesino Categoría Itinerancias, 2da Convocatoria 2017, Ministerio de Innovación y Cultura de la Provincia de Santa Fe para participar del Encuentro “Serralunga en Chile” Santiago y Valparaíso, Chile, enero 2018.