Читать книгу Alegato contra la pureza - José Luis Ortiz Nuevo - Страница 6

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EN EL PRINCIPIO fue el ritmo y el ritmo se hizo natural de Andalucía, que Ella es la madre y su territorio el solar y la cuna del Flamenco. Está en el mundo al sur de España, en la esquina más occidental de Europa, donde se divisa África.

Por los tiempos antiguos arribaron a sus costas mediterráneas fenicios, cartagineses y romanos, trayendo su luz propia y la luz de Grecia; y en el poniente suyo, asomado al Atlántico, escribían los tartesos sus leyes en verso.

Tras los vándalos que vinieron del norte recibió por el sur el viento del Islam, tan poderoso. Finalizaba el siglo xv y era puerta para que la vieja Europa descubriese América; cristiana entonces, y aún tolerante con los sabios judíos y los laboriosos moriscos, fue permisiva también con las andanzas de los errantes gitanos que venían atravesando épocas y reinos desde la India, lejana y misteriosa.

De todas las culturas y civilizaciones que ejercieron en su suelo feraz tomó razones de sabiduría; y es, por esta causa, heredera universal de lo diverso.

En esta tierra, vino a la memoria de los seres humanos el Flamenco. Se fraguó lentamente, por los pasos del tiempo, recibiendo influencias y caracteres de lo uno y lo distinto; crótalos griegos, nubas andalusíes y jarchas mozárabes; cantos gregorianos, romances de Castilla y lamentos hebraicos; el son de la negritud y el acento gitano...

Raíces profundas que al fin fructificaban de forma perdurable cuando alumbraron, mediado el siglo xix, a la criatura que hoy reconocemos por el nombre de Flamenco.

Desde los comienzos se distinguió manifestándose en las tres vertientes de su íntegra expresión: la voz, el baile y la guitarra.

La primera secuencia en alcanzar el eco de las gentes fue la danza, dispuesta tanto en las celebraciones íntimas de las familias en gozo, como en salones y teatros: bailaban fandangos y jaleos y también bailaron tangos.

Para que los bailes fuesen, servían el compás toque y cante reunidos, y con ellos las palmas, en juego formidable de percusión sonora.

Andando el curso de las cosas, los cantaores, con los guitarristas a su vera, dispusieron de serenar el ritmo de las músicas, emancipándose de la servidumbre debida a los pasos del baile. De oficiar como meros acompañantes pasaron a ser protagonistas, y señalaron el cauce de su revolución estética con los postulados que sus voces daban.

Sucedió cuando ejercían su magisterio el sevillano Silverio Franconetti y un gitano del Puerto de Santa María a quien llamaban Tomás El Nitri. Ellos y sus contemporáneos lograron parar la velocidad y detener el vértigo de las músicas bailables.

Y por su hallazgo, que encandiló a los públicos y los hizo célebres, alcanzaron la gloria de ser descubridores, los primeros clásicos de un arte nuevo, venido del coro popular pero ya distinto, hacia la depuración del grito, ya fuese por el dolor o por el júbilo.

Así se definió la silueta agónica y terrible de la seguiriya, que clama desesperación y llanto; así se dibujó el solemne perfil de la soleá, que tiene majestad y tiene brío; y así también llegaron luego todas las templanzas del fandango hecho malagueña, taranto o granaína, cuando reinaba el jerezano don Antonio Chacón en las madrugadas.

Tales fueron los cimientos, las escrituras del género, cánones rituales y rítmicos que todavía perduran, señalando en el mundo una razón estética de muy poderosa trascendencia.

Y ahora, un siglo y medio después de aquel bautismo, continúan los flamencos trasmitiendo hondas sensaciones; herederos de una tradición que constantemente se renueva, enriquecida cada vez que el genio se acerca a los creadores del arte.

Por el luminoso temblor de las seis cuerdas, por la furia y el poderío de los cuerpos, por la llamarada de las voces suplicantes y altivas... discurre un torrente de emociones veraces, radicales y auténticas; que asombran y sorprenden, y a muchos entusiasman y contagian.

Pero los altos resplandores de esta luz no se improvisan. Requieren el concierto de las generaciones entregando hallazgos, y el trabajo, la disciplina, el talento y la afición de quienes dedican su vida a conmover el espíritu de las demás personas. Vino y viene de la calle, de los suburbios y los barrios malditos; pero tiene en sus carnes el sello de la nobleza. Vino y viene de la libertad de la noche, de la pasión y el quebrantamiento de las normas; pero es riguroso y exacto, preciso como el vuelo de los astros en el universo.

Vino de la fiesta y es doliente, trágico. Vino del dolor y es dichosamente alegre, divertido. Vino de la sencillez y es complejo, difícil como juego mágico. Vino del miedo para ser consuelo y de la valentía en gloria de disfrutes.

Natural del pueblo, sin artificios. Andaluz y del ancho mundo. Insólito en su estirpe. Caudaloso y audaz en su porfía de amor con el silencio.

Alegato contra la pureza

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