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Parte II

La incertidumbre le estaba matando, por supuesto, junto a la codicia. Hacía solo diez días de la reunión, pero no podía pensar en otra cosa que no fuese verse contando los billetes que le habían prometido. Temía que algo fallase, que se anulase el pacto prometido, que volviesen con otras condiciones, que el hijo de puta del empresario ruso decidiese construirse su residencia en las Islas Canarias; mil problemas que desbaratasen lo hablado y si te he visto, no me acuerdo. En definitiva, no había nada firmado, todo de palabra. Era cierto que faltaban unos días para el plazo en el que podrían llamarle, primero tenían que solucionar el tema del cambio de catastro del terreno. Cuando lo solucionasen, firmarían su acuerdo confidencial y él, por fin, podría embolsarse la cantidad acordada. A través de un amigo residente en Luxemburgo, se había abierto una cuenta bancaria. Se disponía a salir cuando sonó su móvil.

—Dígame.

—Sr. Ignacio, soy Yuri.

El corazón le dio un vuelco, le reconoció antes de decir su nombre.

—Le he reconocido. Dígame.

—Ha surgido un problema. No se preocupe, es independiente de lo que hablamos el otro día —pareció leerle el pensamiento—. Necesito un favor.

—Si está en mi mano.

—Creo que sí. ¿Podemos vernos inmediatamente?

—Claro. ¿Dónde desea que nos veamos?

—Podría estar en su casa en quince minutos. No le entretendré mucho.

— Me disponía a salir, pero creo que podré retrasar el asunto. Le espero.

—Muchas gracias. Es un favor personal, ahora mismo nos vemos.

Se quedó más tranquilo. Se trataba de un favor, su dinero no parecía correr riesgos. Tardó veinte minutos, era la primera vez que no le acompañaba Dmitry. Salió a recibirle a la puerta y ambos se dirigieron al despacho.

—Tome asiento.

—Gracias.

—¿De qué se trata, amigo Yuri?

—Un amigo de mi familia, y al cual yo apreciaba, ha fallecido. Desearía que usted, a través de su funeraria, se hiciese cargo.

—Lo lamento.

—Muchas gracias, ha sido muy triste —respondió compungido.

—Claro, sin ningún problema.

—Desearía que se velase el cuerpo en la intimidad y luego se hiciesen cargo del papeleo y traslado del cuerpo a Croacia.

—¿Quiere usted que se traslade el cuerpo a Croacia?

—Sí. ¿Hay algún problema?

—No, en absoluto. El papeleo es un poco engorroso, es necesario contar con varias autorizaciones, pero sé que no es la primera vez que se realiza un servicio con traslado del cuerpo al extranjero. Como les dije, el negocio lo gestiona la persona de confianza de mi tío y yo no estoy al tanto de temas concretos. Pero no se preocupe, personalmente me interesaré porque se priorice el asunto.

—Aquí solo se encuentran su mujer y una de sus hijas. Están, como comprenderá, desoladas. Me han llamado por si podía ayudarles y quisiera que, en estos momentos tan tristes, se les aliviara de los asuntos triviales que se tienen que resolver en estas circunstancias. En definitiva, ayudarles, son como parte de mi familia.

—Comprendo. —No sabía exactamente el coste de un sepelio de estas características, seguro que un montón de dinero.

—Todo se complica por la situación económica por la que están pasando. Por lo tanto, yo me haré cargo de todos los gastos y deseo que queden satisfechas.

—No sé el coste del traslado ni los pormenores que se exigen en estos casos. No obstante, ahora mismo me reuniré con la persona responsable para que tenga constancia de que se le exige el mejor de los tratos. Le he dicho que me ocuparé personalmente.

—Se lo agradezco —respondió Yuri, visiblemente emocionado.

Era el momento de entablar lazos personales con quien se encargaría de ingresarle un millón de euros en unos días. No había que escatimar cariño y comprensión.

—¿De qué ha muerto?

—Un desgraciado accidente, le arrolló un coche.

—En este momento, ¿dónde se encuentra el cuerpo?

—En el hospital La Fe.

—¿Cómo desea que lo gestionemos?

—Este es el número de teléfono de la viuda. Llámenla y a partir de ese momento, como si les hubiese contratado ella. Yo tengo que partir de viaje inmediatamente. De hecho, he regresado con el único propósito de solucionarlo y con la esperanza de que usted pudiese hacerse cargo de todo.

—Por supuesto. Le repito que desde este mismo momento me ocuparé del asunto. Se la tratará con un cariño especial e intentaremos agilizar el papeleo para el traslado del cuerpo.

—Quedo más tranquilo —manifestó exteriorizando, con un gesto, el gran alivio que sentía—. Se lo agradezco, de verdad.

—Hoy mismo nos pondremos en contacto con la viuda, le diremos que usted nos ha solicitado nuestros servicios. ¿Cuándo ocurrió el accidente?

—Hace dos días. Parece ser que un desalmado le atropelló y se dio a la fuga.

—Comprendo.

—Tal vez, en este caso, las gestiones sean más complicadas que en un fallecimiento por muerte natural. Por ese motivo he acudido a usted. Si pudiera ayudarles, asesorarles, evitarles el papeleo, estaría en deuda con usted. He dejado un tema de trabajo ineludible a medias en Francia, pero no puedo demorar por más tiempo mi partida.

—Pues márchese tranquilo. Nos ocuparemos de solucionar los problemas que surjan y les daremos todo nuestro apoyo.

—Estupendo. Que no les falte de nada, por favor. Cuando todo esté resuelto, mándeme por fax la factura y el número de cuenta donde ingresar el servicio.

—Eso no es problema.

—Lo sé, tenemos confianza. Pero, insisto, esto es un asunto personal, independiente del resto de nuestras negociaciones. ¿Entendido?

—Perfectamente.

Sacó una tarjeta personal donde constaba su número de teléfono y fax. En el reverso le escribió el nombre de la viuda y su número de móvil.

—Ante cualquier duda, llámeme.

—De acuerdo. Aunque pronto nos veremos, espero —comentó deseando que llegase y por si Yuri se había olvidado de su acuerdo.

—Está en marcha y tengo que decirle, confidencialmente, que de forma satisfactoria para nuestros intereses. Tenemos absolutas garantías de que en el próximo pleno del ayuntamiento se aprobará la recalificación de los terrenos.

—Me alegro —respondió aliviado.

—Por lo tanto, no hay de qué preocuparse. En unos días nos pondremos en contacto con usted y nos reuniremos directamente en la notaría para firmar el acuerdo confidencial. Luego, volveremos a reunirnos otra vez en la misma notaría, pero esta vez con sus hermanos para iniciar el papeleo del reparto de la herencia. ¿Ha hablado usted con sus hermanos?

—No, pero no se preocupe, está todo hablado. No obstante, quedaré con ellos y les adelantaré la parte que deben saber.

—Perfecto. —Y levantándose, dio por finalizada la visita.

No perdió el tiempo, había que quedar lo mejor posible con el representante de Vladic Bogdánov. Se dirigió directamente a la funeraria y durante media hora le estuvo explicando al que su tío tenía como responsable y persona con más experiencia en el tema la importancia de prestar un inmejorable servicio. Le pidió que se ocupase personalmente, que delegase durante unos días en otras personas lo que pudiese surgir y se ocupase en cuerpo y alma. Era de vital importancia prestar un excelente servicio a estas personas: que se involucrase en asesorarles, en tramitar todo el papeleo para el traslado, que ocuparse no solo del viaje del cuerpo a destino, también de los pasajes de ellas. En definitiva, cubrir todos los frentes para que la viuda y su hija se sintieran arropadas y apoyadas por un equipo que iba mucho más allá de realizar un mero servicio de funeraria. Le dijo que era un asunto personal, pues un buen amigo se lo pedía, y le mintió diciéndole que, además, se encargarían de cubrir otros servicios parecidos para una comunidad de personas del este de Europa.

—No hay problema —contestó, por fin, el hombre, tras unos momentos analizando mentalmente la solución a los problemas que pudiesen surgir—. Podemos prestarles un servicio personalizado, yo mismo agilizaré los trámites para el traslado del cuerpo. Ya realizamos un servicio de estas características. Primero tengo que visitarles y comprobar que no existen otros problemas; dicho así, parece fácil. Muerte por accidente. Cuando judicialmente permitan que los familiares se hagan cargo del cuerpo, nosotros entramos en acción y punto.

—Perfecto.

—El problema es el coste del servicio.

—Sin límite.

—¿Qué quieres decir? ¿Sin límite?

—Tú trátalas como si fuese tu familia. No hables de dinero, simplemente soluciónales los problemas y cuando le entierren en su tierra, donde pidan, pagarán la factura sin rechistar.

—El servicio personalizado significará que una persona, en este caso yo, invertiré un montón de horas con ellos.

—Que serán facturadas convenientemente. Te repito, pagarán la factura sin problemas.

—¿Tienes muchos clientes así?

—Si quedan satisfechas, sí. ¿Te creías que no me preocupaba por el negocio?

Álvaro Faisano no respondió. No solo él, todo el personal en la empresa estaba seriamente preocupado. Desde la muerte de don Cristóbal, la inquietud por su futuro les angustiaba. Conocían a Ignacio y a su hermano, no eran trigo limpio, probablemente venderían la funeraria y eso era un foco de incertidumbre por quién se hiciese cargo de ellos. Pero si al final se la quedaban ellos, conociéndolos, les buscarían la ruina.

—No estaría mal tener este tipo de clientes, son servicios muy caros y muy rentables para la empresa.

— Pues tú preocúpate de que queden contentas. Esta empresa necesita aire fresco y gente que trabaje, que los gastos en personal nos comen los beneficios. ¿Me has entendido?

Claro que le entendía, el muy cabrón ya estaba metiendo presión y eso que, de momento, no era el único jefe. Todos en la empresa comentaban que, de los tres hermanos, la única que se salvaba era la hermana. Si al final se la quedaban ellos, lo tenían claro.

—Vale, yo me ocupo —finalizó cogiendo el papel donde Ignacio le había anotado el nombre de la viuda y su teléfono.

—Si tienes algún problema, llámame.

Álvaro se puso en contacto con la viuda y esta le esperó a la puerta del hospital en compañía de su hija. Ambas lloraban desconsoladamente mientras le escuchaban. Era un profesional y sabía cómo tratar a las personas en estas situaciones. Con voz serena y pausada les dijo que, desde este momento, se ponía a su disposición. Las escuchó con paciencia absoluta mientras, en momentos determinados, cogía con cariño la mano de la desconsolada viuda. Muerto su marido, no tenían otra opción que volver a su país, donde podrían estar rodeadas de familiares. Pero se encontraban totalmente desbordadas por la situación. Les dijo, con el mismo tono de voz, que desde ese mismo momento él se ocuparía de todo. Si era su deseo regresar a su ciudad y darle sepultura en su tierra, cerca de ellas, él se encargaría de tramitarlo lo antes posible. El alivio de ambas mujeres fue visible y le dieron las gracias entre lágrimas. La edad de la viuda rondaría los cincuenta; la de la hija, veinticinco.

El cuerpo se encontraba en el depósito del hospital a disposición de los familiares. La investigación judicial seguía su curso con el fin de averiguar la identidad del conductor responsable del atropello. Cruzaba un paso de cebra en el momento de ser arrollado, eso estaba claro en los informes, pero poco más se conocía del suceso, únicamente la declaración de un testigo lo confirmaba aunque, desgraciadamente, no pudo aportar ningún otro dato a excepción de que se trataba de un coche de color blanco. Por lo tanto, no pusieron ningún problema cuando la funeraria contratada por la viuda retiró el cuerpo y lo trasladó al tanatorio que la propia funeraria poseía. En ella, las dos mujeres velaron el cuerpo durante los dos días que tardó Álvaro en solucionar todo el papeleo del traslado del cuerpo. No quisieron irse, su deseo fue velar el cadáver día y noche. Se les acondicionó la sala con un segundo sofá para un mayor confort en la espera y se volcaron para que no les faltase de nada. Se dispuso durante las veinticuatro horas una sala adyacente con funciones de comedor, y las dos mujeres agradecieron en todo momento las atenciones que recibían. El tercer día, con toda la documentación en regla y los permisos correspondientes, el cadáver, en un ataúd hermético y con las condiciones exigidas, fue trasladado al aeropuerto y enviado a Croacia en un vuelo comercial; las mujeres volaron ese mismo día en línea regular. Ellas llegarían a destino unas horas antes del vuelo comercial y se harían cargo del cuerpo junto a familiares que les esperaban, aseguraron.

La funeraria realizó un informe detallado de los servicios prestados. En él constaban los gastos, desde las autorizaciones pertinentes hasta el coste de los billetes de ellas y el traslado del cuerpo. La factura era una cantidad considerable que Ignacio mandó por fax. Temía que a Yuri le pareciese excesiva. A las dos horas, la trasferencia a la cuenta de la funeraria estaba realizada. Después, el propio Yuri le llamó para agradecerle sus servicios y esperando verse pronto.

* * *

Stefano Rusconi estaba cada vez más convencido de que sus sospechas eran ciertas. En el noventa y nueve por ciento de los robos, los primeros indicios suelen señalar en una dirección. Puede tratarse de simples butroneros, bandas organizadas que planifican militarmente los asaltos a joyerías; otros, más especializados, que acceden anulando alarmas y utilizando lanzas térmicas para reventar cajas de seguridad, o algún lobo solitario que roba por encargo alguna obra de arte. Normalmente, los investigadores, a través de la base de datos propia o la de organismos policiales internacionales, pueden identificar el modus operandi de los ejecutores o la intervención de alguno de sus miembros. Eso no significaba que, descubriendo quién era el responsable, el caso estuviese resuelto. En muchos casos, estas bandas adoptaban amplias medidas de seguridad que dificultaban su localización y detención. Además, los investigadores debían reunir las pruebas adecuadas para, una vez detenidos, demostrar ante los tribunales que eran los autores materiales de los hechos delictivos por los que se les acusaba. Todos ellos eran casos que requerían de extensas investigaciones por parte de unidades policiales especializadas en coordinación permanente con unidades homólogas de otros países. En todo este entramado, los equipos de las fuerzas y cuerpos de seguridad no solo recogían muestras en los escenarios para identificar a los responsables, también escudriñaban en busca de intermediarios y receptores de estas mercancías, pues eran parte esencial del engranaje.

Era extraño que se detuviese a una persona a la cual se le achacasen múltiples delitos de esta índole y no contase con antecedentes policiales previos o sin identificar su modus operandi. Se conocían delincuentes que lo modificaban para despistar a los investigadores y dificultar tanto su identificación como su detención, pero hasta en esos casos, el patrón de sus actos terminaba delatándolos.

No obstante, en los últimos años se habían perpetrado una serie de robos que tenían perplejo a Stefano. Eran cuatro, cometidos todos en territorio español y con intervalos entre ellos de siete a once meses. El último, hacía un par de semanas. De este último había recibido, por parte de la Guardia Civil, el listado con las personas que habían acudido a la residencia de descanso donde colgaban los cuadros en los últimos cinco años. El propietario era un importante empresario que exportaba diversas mercancías a países asiáticos. Por ese motivo, en la lista constaban numerosos nombres procedentes de esos países. Estaba convencido de que el propietario se vanagloriaría delante de sus clientes de la espectacular colección de obras que poseía y uno de ellos, en secreto, ahora disfrutaba de su contemplación en algún lugar remoto. Era un hilo del cual resultaba estúpido tirar, buscar dónde se encontraban era absurdo. En vez de investigar quién los quería, probablemente cuando se descubriese quién se los había proporcionado, se podría averiguar dónde colgaban los lienzos. Pero de su recuperación, se podrían ir olvidando.

Por ese motivo se encontraba en las dependencias de la Jefatura Superior de Policía. A través de su empresa, y por cauces institucionales, se solicitó la colaboración para recabar datos sobre ciertos delitos sin resolver. No había tenido ningún problema, además de la pertinente solicitud. Stefano era reconocido por los agentes como un excelente investigador y uno de los mejor informados en relación a las tramas delictivas internacionales dedicadas al robo de joyas y arte. Por lo tanto, la colaboración era excelente. Le proporcionaron un despacho y en este momento consultaba desde una terminal la base de datos.

«Robos de joyas y obras de arte. Valor del robo: superior a cien mil euros. Sin resolver. Que, por la investigación, se sospechase la intervención de una sola persona en la comisión material del delito. Sin testigos. Sin encontrar huellas reseñables. Sin encontrar ningún indicio o prueba reseñable. Cometidos en territorio español». Introdujo en el ordenador estos y otros parámetros. Este le suministró una serie de robos que se ajustaban a lo solicitado. Y empezó a examinarlos, uno por uno: la investigación, las pruebas encontradas, la metodología del robo, los análisis forenses, las conclusiones de los agentes, todos los detalles que se recogían y de los que concienzudamente se dejaba constancia. En algunos casos, por sí solos podían no decir nada pero cuando se analizaban globalmente, podían ser reveladores.

Stefano era meticuloso, paciente, imprescindibles aptitudes para su profesión. Fue descartando directamente unos, separando otros para un segundo análisis y dejando a un lado otros. Se olvidó de comer y a las siete entró un inspector recordándoselo. Se acercó a una cafetería cercana, comió un bocadillo y regresó. A las doce de la noche tenía claro que sus sospechas eran fundadas. Había cotejado la información de la Guardia Civil y la Policía Nacional y existía un patrón común en siete robos, tres más de los que en principio sospechaba, no tenía dudas de que habían sido cometidos por la misma persona. Cerró la carpeta, guardó sus apuntes y se fue a dormir.

A las ocho de la mañana regresó, fresco como una rosa. Desayunó con un par de inspectores e inmediatamente se encerró en la sala que le habían habilitado. Ahora buscaba el perfil de un delincuente concreto. Se remontó a fichas policiales de 1985, treinta años de antigüedad, calculando que la persona que buscaba tendría entre treinta y cinco y cincuenta y cinco años. Delincuentes pertenecientes a bandas criminales dedicadas a robos que, con el tiempo, se especializasen y fuesen adquiriendo el perfil de lobo solitario. En otros tiempos, estas bandas contaban con profesionales en otras áreas que aprovechaban para delinquir: cerrajeros capaces de abrirte no solo cualquier cerradura, también las cajas de seguridad; especialistas que provenían de la construcción para butronear edificios y perforar acero; informáticos para silenciar alarmas, y todo tipo de especialistas. En el silencio de la noche, en fines de semana o lugares donde se celebraban varios días de fiesta, esta gente cometía sus robos sin que nadie se enterase hasta la hora de apertura. Ahora, con un arma y violencia se tiene suficiente, no importa si alguien muere.

Stefano estaba convencido de que la persona a la que buscaba procedía de ese mundo. Por lo tanto, pasaba con toda seguridad de los cuarenta. Era español y no sabía idiomas, por ese motivo todos sus golpes eran en España. Trabajaba por encargo, evitaba las filtraciones y los soplones que existen entre los intermediarios y los receptores de la mercancía robada. Probablemente él no tratase nunca con el cliente, pero por fuerza alguien debía conocerle y ser su intermediario. En ese caso, entre su intermediario y él, además de mutua confianza, se establecerían lazos de lealtad. Se movían en un círculo cerrado, con pocas personas que conozcan su verdadero trabajo; por ello han podido pasar tan desapercibidos a las fuerzas de seguridad. Viviría cómodamente, sin ningún tipo de penuria, probablemente casado y con hijos, manteniendo las apariencias, desarrollando algún trabajo que le permita cierta libertad, comercial o autónomo. Es inteligente, disciplinado y no peca de ambicioso, sabe que es fundamental para su supervivencia no llamar la atención. Su vehículo será de gama media y deja un tiempo entre golpe y golpe.

Stefano Rusconi odiaba las armas; de hecho, nunca portaba. Tal vez ese fuese uno de los motivos por los que, en su interior, sentía cierta admiración por sus ladrones, como solía llamar al tipo de delincuente que normalmente buscaba, en contra de los agresivos, que utilizaban la violencia en sus asaltos y a los que él despreciaba. Fueron apareciendo nombres de delincuentes asociados a este tipo de bandas. Se centró en alguno que hubiese destacado por su profesionalidad y especialización pero llevase tiempo fuera de juego. Por un motivo u otro, la mayoría se descartaban; los más preparados, los que se ajustaban a su exigente perfil, tenían en este momento la edad que él suponía. El problema es que la mayoría estaban muertos o entre rejas. Dudaba que se tratase de alguien con menos de cuarenta años, pero un joven con menos de esa edad aparecía en la lista. El resto, hasta diez, la superaban y uno de ellos rozaba los sesenta.

Había terminado, miró el reloj y hoy también se le pasó la hora de la comida. Eran cerca de las siete. Sacó el móvil y realizó una llamada.

—Dígame —respondió una voz autoritaria y cargada de energía.

—Comisario, soy Stefano. He terminado.

—¿Sigue en las dependencias?

—Sí, señor.

—Pues pase por mi despacho y hablamos.

—De acuerdo. ¿En qué planta se encuentra su despacho?

—Sal al pasillo y al fondo tienes los ascensores. Sube a la quinta y te encontrarás frente a mi despacho.

Cuando llegó junto al comisario jefe, se encontraban dos hombres más. Se los presentó como un inspector jefe de la UDYCO y otro de la Brigada de Información.

—Primero, agradecerles su atención y colaboración. Como ya saben, mi trabajo en este momento es fundamentar la sospecha de que existe un ladrón especializado en el robo de joyas y obras de arte por encargo del cual, no conocemos su existencia. Mi compañía aseguraba lo sustraído en cuatro casos, por ese motivo mi intervención. Estoy convencido de que esos cuatro robos han sido cometidos por la misma persona. Después de un examen minucioso, contando con los pocos datos que se han podido extraer sobre estos casos, he sintetizado un modus operandi en este ladrón. En base a mis conclusiones, he investigado robos analizando las mismas analogías en otros países. Y creo que este individuo no ha trabajado fuera de España, probablemente por el idioma y por seguridad; arriesga lo justo.

—¿Qué cuatro robos? —preguntó el inspector jefe de la UDYCO.

Dejó sobre la mesa cuatro expedientes.

—Tras consultar sus bases de datos, estoy seguro de que también es responsable de otros tres. —Y puso en la mesa, junto a los primeros, otras tres carpetas.

—Alguno de estos robos se han achacado a bandas internacionales —manifestó el inspector, que consultaba alguno de los expedientes.

—En la mayoría se han abierto diferentes hipótesis, diferentes líneas de investigación, pero en ninguno de ellos se ha descubierto ningún dato concluyente. Todos siguen abiertos a la espera de algún hecho que los reabra y clarifique.

Les explicó desde cuándo sospechaba que era la misma persona, los datos que introducía en la base de datos para localizar un perfil, y hablaron durante media hora.

—Es extraño que no sepamos nada sobre un individuo así —decía el inspector de la Brigada de Información—, que esté funcionando en el mercado tanto tiempo y no sospechemos de su existencia, que todos estos robos se atribuyan a bandas o grupos sin que ningún informador nos indique que estamos mirando en el lugar equivocado. ¿Me comprende?

—Perfectamente. Ahí es donde demuestra que nos enfrentamos a un verdadero profesional. Ha mantenido con inteligencia su anonimato, no solo a ustedes, también entre los suyos, y eso es muy difícil. Con lo primero que cuenta es que no busca trabajos, no ha de moverse por el mercado, como ha denominado usted a este mundo. Creo que el trabajo le busca a él, y solo un grupo muy reducido y selecto conoce de su existencia, deduzco que uno o dos intermediarios. No necesita contactar con receptores de mercancía robada porque él trabaja por encargo: roba algo concreto para una persona que lo quiere y está dispuesta a pagar por ello. A nadie le interesa la publicidad y todos guardan silencio. Nuestro ladrón no tiene que estar en contacto con esa parte del entramado y la mercancía que roba no pulula de mano en mano buscando comprador. Y el tercer punto con el que juega para conservar su anonimato es no ser codicioso; deja entre golpe y golpe un espacio de tiempo prudencial. Otra forma de minimizar riesgos. Y ante todo, y sobre todo, es minucioso y meticuloso. No me extrañaría que tuviese familia y ahora mismo jugase en el parque con algún crio, como un padre normal y aburrido.

—¿Qué más ha descubierto? —preguntó el comisario.

—En esta otra carpeta les dejo diez nombres. A mí me sería muy complicado investigarlos, pero supongo que a ustedes no. Estos diez delincuentes se ajustan al perfil que buscamos, la mayoría de ellos lleva fuera de juego muchos años, pero podría ser que no se hubiera jubilado y simplemente no lo sabemos. También les apunto los indicios por los que descubriremos su autoría en el siguiente golpe, aunque el dato más relevante que nos alertará es, sencillamente, la ausencia de cualquier muestra en el escenario que le incrimine. Es totalmente aséptico en su trabajo, como un cirujano.

—¿Y si en el siguiente golpe que dé, su compañía no tiene nada asegurado? Entonces a usted no le afectará. Si no me equivoco, es investigador en exclusiva para ellos.

—Efectivamente, pero si ustedes son tan amables, en aras de la máxima colaboración, avísenme. Este tipo de delincuente es una raza que me gusta diseccionar. Además, mi compañía ha tenido cuantiosas pérdidas por su culpa.

De acuerdo. Y se despidieron. Stefano calculó que no tendrían noticias de un nuevo robo en unos meses.

* * *

El último en llegar, como siempre, fue Adán. En su rostro se reflejaba que se acostó tarde y no en buenas condiciones. Se parecía a su hermana: de facciones agradables, eran las de la madre. Era más joven que ella pero sus ojeras y el aspecto que deja el consumo de ciertos estupefacientes le pasaban factura, parecía mayor que Laura.

—Perdonad que os avisara con tan poco tiempo —se disculpó Ignacio, que les había llamado la tarde anterior con cierta urgencia para reunirse hoy.

—No pasa nada —contestó ella—. ¿Qué ocurre?

Adán únicamente levantó los hombros.

—Bien. La producción de la fábrica está pasando por un mal momento, ya lo sabéis. Me reuní el otro día con Gustavo y Martínez. —Eran las personas de confianza de su tío y las que en este momento gestionaban el negocio. Era verdad que se reunieron, también era verdad que la producción había caído a mínimos, pero ambos empleados estaban de acuerdo en que podrían soportar la crisis y continuar. No habían perdido ningún cliente, únicamente pedían menos material ajustándose a sus necesidades actuales. Pero todos confiaban en aguantar el bache y eso era esperanzador. No obstante, Ignacio propuso estudiar despidos y rebajar de esa forma costes. Era algo lógico, pero se podía solucionar sin ser drásticos. Varios de los empleados, por edad, se podrían prejubilar y tema resuelto. Pero Ignacio quería apretar más las tuercas y propuso, además de esas prejubilaciones, deshacerse de los comerciales. La contestación de ambos gestores fue elemental. Los comerciales se estaban dejando la piel negociando con los clientes que poseían e intentando conseguir alguno más, su despido provocaría que la competencia asumiera ese papel, daría el servicio de atención que en este momento mimaban y se llevarían parte de ellos. Por no decir que podían olvidarse de abrir mercado. Pero ambos hombres sabían que la línea estaba marcada, solo era cuestión de tiempo que volviese con la guadaña.

—¿Y? —le instó Laura a seguir ante el prolongado silencio de su hermano. Se barruntaban problemas. No podía saber la chica que su hermano buscaba las palabras adecuadas para pintar un negro escenario sin mentir, pues ella podía hablar también con los dos empleados.

—Bueno, que la cosa está complicada ya lo sabíais —repitió.

Los dos hermanos asintieron.

—Estoy buscando socios europeos y americanos para dinamizar el negocio —en sus palabras se leía un reproche velado a que ellos no estaban ocupándose de los problemas comunes y él asumía por completo la gestión de los negocios de todos.

—De momento, están las personas capacitadas que en su día nombró nuestro tío. Nadie mejor que ellos para saber lo que se necesita, y tú asumiste el papel de tratar con ellos directamente y reunirnos cuantas veces fueran necesarias. También creo recordar que te pusiste un sueldo por esa gestión en concepto de gastos.

—Sí, pero la cosa tenemos que solucionarla.

—¿Qué pasa? —preguntó por primera vez Adán.

—Lo sé. Pero el tema sigue igual. La regularización de la herencia conlleva unos gastos enormes —manifestó Laura—. Por mi parte, podría pedir un crédito y lo solucionamos. Soy la más interesada.

—Dejamos claro que, en el reparto de la herencia, tú querías la casa y las caballerizas. Ambas propiedades están inscritas en la misma escritura y sería poner esa propiedad a tu nombre.

Lo lamentaba profundamente, pero no podía evitar desconfiar de su hermano. El pequeño era un pelele, Ignacio lo manipulaba a su antojo, contra eso ella no podía luchar, era una batalla perdida. Escuchaba con atención las palabras de su hermano. El dinero en metálico que dejó su tío prácticamente había desaparecido, la fábrica de momento no necesitaba inyección de liquidez, pero tampoco daba excesivos beneficios. La funeraria era otro cantar. Esa era la baza de ella, que la ambición por sus beneficios les eclipsara su verdadero interés. Ante todo, no quería deshacerse de la casa y las caballerizas, algo que amaba profundamente, y tampoco deseaba compartir la escritura con el desalmado de Ignacio. Era necesario separar los bienes y afrontar el futuro únicamente con su esfuerzo. Intuía que ahora le propondría algo.

—La propiedad incluye los terrenos que la rodean —especificó la chica.

—Efectivamente. Todo lo que conlleva esa escritura pasaría a ser propiedad tuya —aclaró, muy a su pesar, pues durante un tiempo estuvo dándole vueltas a cómo plantear quedarse con la propiedad, o parte de ella. Intentó dividir la casa, las caballerizas y los terrenos, sabedor de que su hermana lucharía primero por las caballerizas y después por el resto. Pero le fue imposible. Tampoco quería perder los otros dos negocios, en el mercado su valor era indiscutible, sobre todo el negocio funerario, el más rentable. La oferta de los rusos despejó toda incertidumbre y optó por ofrecer a su hermana la propiedad al completo con la intención de que aceptara rápidamente y poder resolver el asunto con mayor celeridad—. Por otra parte, el resto de la herencia se escrituraría a nombre de Adán y el mío. Como propietarios al cincuenta por ciento.

—Que si no me equivoco —apuntó Laura—, es la propiedad de la fábrica, los tres locales donde están instaladas las funerarias y sus respectivos negocios.

—Efectivamente —repitió—. También consta un terreno no edificable en Castellón que, por cierto, no sé ni dónde se encuentra —comentó de pasada, intentando que no se le notara el brillo de la codicia al nombrarlo.

—Sí, alguna vez Cristóbal lo mencionó. Y tú, ¿no dices nada? —le inquirió a su hermano pequeño, que guardaba silencio y aprobaba las palabras de Ignacio asintiendo con la cabeza.

—A mí me parece bien. Es algo que Ignacio y yo ya hemos hablado.

— Estupendo. —«A ti, lo único que te preocupa es un sobrecito mensual y punto. Pronto lo lamentarás», pensó, sin decir ni una palabra. Cuánto convenía a Ignacio la indolencia de Adán.

—Pues si os parece bien, si ese tema lo tenemos claro, voy a mirar cómo solucionamos escriturar convenientemente el reparto de la herencia, los gastos por transmisión hereditaria… En fin, todos los costes a los que tengamos que hacer frente. ¿De acuerdo?

—Me parece bien. Supongo que, exponiendo lo que se requiere, cualquier notaría te informará adecuadamente de los gastos previsibles.

—Entonces, ¿tengo vuestro permiso para iniciar el papeleo en una notaría?

—Por mi parte, no hay problema —afirmó Adán.

—Es algo que debemos solucionar, estoy de acuerdo contigo. —Laura no terminaba de fiarse. Había algo en la actitud de su hermano, esa falta de soberbia tan común en él, ahora inexistente, planteando el compromiso tan inocentemente—. Pero lo primero que solicitarán, además de toda la documentación pertinente, es una provisión de fondos. Y calculando los gastos que tendremos, será una provisión importante.

—Lo sé, pero si tenemos que solucionarlo, cuanto antes mejor. Es el momento de buscar un grupo inversor extranjero que potencie y aumente la producción de la fábrica. Y no puedo iniciar contactos si no tenemos resuelto el tema de la herencia —contestó con vehemencia—. O se aumenta la producción o se tiene que empezar a despedir personal.

—Vale —afirmó la chica. Era la primera vez que su hermano se preocupaba por alguien que no fuese él mismo y eso la desconcertó. Todo el planteamiento hasta el momento era lógico, no parecía tener un as en la manga ni querer otra cosa que lo evidente.

Era el punto flaco de su hermana, él lo sabía. Su preocupación por el personal.

—Pues mañana mismo me pongo a ello.

* * *

Nunca ningún negocio le había salido tan rentable. Tal vez por ello recelaba de la sencillez con la que se embolsaría, de momento, un millón de euros por un compromiso de venta de unos terrenos que, en estos momentos, no valían nada y por cuya venta ganaría todavía más. Le hubiese gustado tramitar las gestiones a través de la notaría de su amigo Agustín Rocafull. De esa manera, contaría con información previa si los rusos tramaban alguna jugada sucia; pero ellos insistieron en trabajar con la otra. No obstante, se reunió con Rocafull y le preguntó por la solvencia de la notaría elegida por Yuri y Dmitry. Le aseguró que no existía ningún motivo para sospechar que esa notaría pudiese ir en contra de sus intereses. Tenían excelente relación como notarios desde hacía muchos años y le certificó que era de una seriedad absoluta. A pesar de ello, estuvo tentado de hacerse acompañar por un abogado por si incluían alguna cláusula que posteriormente pudiese perjudicarle. Al final, optó por ir solo, no quería que intuyeran desconfianza por su parte.

Llegó puntual, a las diez menos un minuto. Yuri le esperaba sentado leyendo una revista. Se disculpó por la ausencia de Dmitry, no podía estar presente por un problema de agenda y se encontraba fuera de España. Inmediatamente salió el notario y pasaron los tres a una sala privada. Les pidió la documentación, luego leyó el documento previo para que afirmasen si estaban de acuerdo y poderlo pasar a limpio. Ignacio, en representación de los propietarios de la parcela —y pasó a su descripción catastral— se comprometía a la reserva de su venta por un valor de dos millones de euros, y por un periodo de seis meses, a Vladic Bogdánov. El compromiso especificaba que los vendedores, en caso de aparecer otro comprador, debían obligatoriamente dar prioridad a la oferta del Sr. Vladic si este ofrecía, al menos, la misma cantidad que otro comprador.

Los dos afirmaron estar de acuerdo con lo establecido y el notario salió a redactar el documento, dejándolos solos. Ignacio, como quedaron, sacó su portátil y accedió a su cuenta secreta. Hacía menos de una hora que le transfirieron un millón de euros. No pudo reprimir una amplia sonrisa mientras contaba los ceros con ojos ávidos.

—¿Todo correcto? —preguntó Yuri como si no fuese evidente.

—Perfecto —pudo articular, sintiéndose un hombre afortunado y, sobre todo, rico.

Yuri no quiso concretar, pero le aseguró que en unos días el ayuntamiento al que pertenecía el terreno les daría luz verde para poder construir la residencia del jefe. Por lo tanto, en cuanto se solucionase el tema hereditario, se volverían a reunir en esta misma notaría para hacer frente a la compra de los terrenos. Ignacio no dejó de pensar si, una vez modificada la situación catastral, este no valdría mucho más de lo que ofrecían. Era un pensamiento mezquino, lo asumía. Gracias a los rusos pasaba de ser un hombre con graves problemas de solvencia a un hombre rico y sin problemas. Además, con dos empresas de las que, a no mucho tardar, también sacaría mucho dinero por su venta. Lo tenía meridianamente claro, venderlas le eximía de la obligación de trabajar todos los días, con las preocupaciones y obligaciones que eso conllevaba. En cierta forma, era como su hermano, su fin era disfrutar de la vida. La diferencia entre los dos era que su hermano era un muerto de hambre, sin clase, que no tardaría en finiquitar lo que ganase en putas y drogas, probablemente no en ese orden. Él, en cambio, invertiría parte del dinero, bien aconsejado podría vivir de rentas, sin que le faltase ningún placer, pero utilizando la cabeza. Una vez se desprendiese de ambos negocios, estudiaría la manera de darle a su hermano lo menos posible y después se desprendería también de él. Era un lastre. Tan absorto se encontraba en sus cavilaciones, en sus sueños, disfrutando de esa maravillosa visión del futuro que se le avecinaba, que Yuri tuvo que repetir por tercera vez la pregunta.

—Perdón —se disculpó, saliendo de su ensimismamiento.

—Le preguntaba que doy por hecho que ya se ha reunido con sus hermanos.

—Sí. Como le dije, lo habíamos hablado con anterioridad y el otro día ratificamos el compromiso.

En ese momento entró el notario. Volvió a leerles el documento redactado expresando que, por acuerdo mutuo, existía una cláusula de confidencialidad de dicho compromiso. Les pasó copia para que diesen su conformidad y después, los dos firmaron.

Una vez finalizado, pasaron al segundo asunto. Yuri comentó que al tratarse de un tema privado, les esperaba en la sala de espera. Una vez solos, Ignacio le solicitó la tramitación del tema hereditario con sus hermanos. Le explicó por encima la situación, los bienes dejados en herencia y los compromisos a los que habían llegado los herederos. Con unas preguntas, el notario concretó la base de lo que requerían y estableció lo necesario para su tramitación. Volvió a salir y regresó con el secretario. Juntos establecieron la lista de todos los documentos que necesitarían cuando viniese con sus hermanos para iniciar los trámites. Concretaron, además, el día del acto. Si sus hermanos le habían pedido que él se preocupase del asunto, eran ellos los que tenían que acoplarse a las fechas.

—Bien, pues quedamos ese día, no olviden traer toda la documentación. Les espero a las diez. En caso de duda, llamen a Miguel —era el nombre del secretario— y él les asesorará.

Yuri, como dijo, le esperaba sentado. Cuando salieron, le invitó a un café; sentados en una cafetería cercana le preguntó una obviedad.

—El Sr. Vladic me insistió en que le preguntase si ha quedado satisfecho con las negociaciones.

—Por supuesto.

—Dejaremos que trabaje la notaría y cuando todo esté resuelto, con las escrituras formalizadas, volveremos a reunirnos. ¿De acuerdo?

Se despidieron e Ignacio se alejó. Hacía un día extraordinario y uno de los más felices de su vida, al menos así se sentía, y con la esperanza de que los mejores estaban por venir. Conocer a esta gente era lo mejor que le había sucedido. Ese Vladic era generoso, ni siquiera entró en el juego de regateos. Hubiese firmado ese acuerdo por mucho menos y vendido el terreno por la mitad. Claro que, con los bolsillos repletos de billetes, era fácil ser generoso, aunque pecaba un poco de ingenuo. Hoy lo celebraría a lo grande.

* * *

Se le emplazó a otro despacho de la Dirección General de la Policía Nacional. Stefano no se encontraba en España; por lo tanto, retrasaron dos días la reunión. Le llamó directamente el inspector jefe de la UDYCO, Borja Moya, una de las personas con las que se reunió en la anterior ocasión. Cuando accedió al despacho, junto a Borja se encontraba una mujer que fue presentada como Elena Dolz, inspectora del grupo de atracos. Tras los saludos y la presentación, se sentaron.

Borja mediría un metro sesenta, sobre cuarenta años, de constitución normal, con una incipiente barriguita, de mirada agradable y una perpetua sonrisa. Uno podría jugar a conjeturar su profesión y nunca diría policía. En cambio, la inspectora era otro cantar. Únicamente se levantó para estrechar la mano de Stefano, mirándolo a los ojos, y andar los cinco metros que les separaban de la mesa redonda, donde se sentaron. Pero era suficiente para interpretar su actitud. Alta, sobre un metro ochenta y cinco. A pesar de rondar los cuarenta años, se mantenía en un estado físico envidiable. Vestía pantalón vaquero y suéter gris; en su cintura, pegada a la cadera, portaba una pistola. Pelo corto, de facciones suaves, al mismo tiempo se observaba a través de sus ojos la ironía característica de los inspectores. Era una mujer atractiva, pensó Stefano.

—Se le ha prestado absoluta colaboración por petición de INTERPOL, a pesar de no pertenecer a ningún organismo policial europeo, por varios motivos —inició la reunión Borja—. Es algo que usted entenderá. En definitiva, es investigador y trabaja para el sector privado.

—Lo sé y les entiendo, por ello les agradezco doblemente su colaboración. —Aunque también existía una petición de cooperación suscrita por estamentos de las más altas esferas de la seguridad europea, un requerimiento mucho más importante que una simple petición de colaboración. No se encontraban reunidos por cortesía. No obstante, se limitó a sonreírle e inclinar la cabeza en un gesto de agradecimiento.

—También cuenta su prestigio como investigador y, por supuesto, el interés común por detener a un delincuente.

—Comprendo.

—Pero al mismo tiempo que cuenta con nuestra plena colaboración, y pensando que todos los robos que usted ha puesto sobre la mesa se han perpetrado en España y las personas que pidió se investigasen son de este país, también nosotros le pedimos que nos haga partícipes de esta investigación.

—Por supuesto. Les tendré informados de todos los pasos que siga.

—Nosotros habíamos pensado en algo más concreto.

—Usted dirá —respondió Stefano levantando levemente los hombros.

—Sabemos que usted trabaja solo, pero en esta ocasión, desearíamos que le acompañase en sus pesquisas la inspectora Dolz.

—Si usted no tiene inconveniente, por supuesto —habló por primera vez Elena.

—En absoluto. —Y sonrió.

—He estudiado con mucho interés esos siete casos que nos dejó sobre la mesa y que atestigua que han sido cometidos por la misma persona, interviniendo solo en todos los casos. También he investigado con detenimiento esos diez nombres que planteó como posible ejecutor. Por lo tanto, colaborando juntos en esta investigación, le podré ahorrar mucho tiempo.

Stefano permaneció en silencio, invitándola a que continuase. En cambio, ella le miró y sin poderlo evitar, se dibujó en su rostro una amplia y franca sonrisa.

—Perdón —se disculpó sin ningún tipo de arrepentimiento. Todo lo contrario, su naturalidad desconcertó al italiano, más acostumbrado a los formalismos—. Permítame que le diga que había oído hablar de usted, ni qué decir tiene que con muy buenas referencias como investigador. —Otra vez esa sonrisa.

—Y eso le ha hecho tanta gracia.

—No. Lo que realmente me ha hecho gracia es que se ajusta a la perfección a la descripción que me dieron.

—¿Y esta era…?

—Que usted era un dandi de los pies a la cabeza. Sin ánimo de ofenderle. Todo lo contrario, es más bien un cumplido.

Extrovertida, directa, con una gran seguridad en sí misma. Probablemente soltera o divorciada. La clase de mujer que lleva mal las ataduras, los cánones impuestos y las rutinas. Mujeres que asustan a los hombres y cuyas relaciones no son siempre duraderas, analizó Stefano mientras la observaba.

—Bueno, será mejor que nos centremos —dijo Elena por fin tras unos segundos de silencio, intentando guardar la compostura—. Primero analicemos los siete robos que usted cree cometidos por el mismo individuo. Después de estudiarlos, en algunos existen ciertos paralelismos, pero también hay muestras muy importantes que los diferencian. Por esos motivos, los equipos investigadores no los han relacionado entre ellos.

—Se preocupa de que cada escenario tenga diferencias con otros y marca un ligero camino para que los investigadores lo sigan. Pequeños indicios relevantes, nunca lo suficientemente obvios, dejando que sea el investigador quien crea que la pista encontrada es parte de su trabajo y no una manipulación premeditada —atestiguó—. Como les dije, cuatro de esos casos afectaron a la compañía que represento. En el primero, hace ocho años, yo no intervine. En los tres posteriores, sí. Todos cometidos en territorio español, coleccionistas privados que protegen sus obras de arte con diferentes sistemas de seguridad, además de asegurarlas. Sistemas que nosotros, antes de asegurar las obras, valoramos y, en algunos casos, aconsejamos que se incrementen o se mejoren. Saben ustedes que es un terreno donde la tecnología se anticúa con inusitada rapidez. Alarmas difíciles de manipular excepto para un pequeño grupo de especialistas. En muchos casos, viendo el escenario y el modus operandi, sabemos el nombre de quien lo ha cometido. Otra cosa es localizarlo, aunque solo es cuestión de tiempo.

—Cada vez hay menos chorizos de la vieja escuela —susurró ella.

—¿Chorizos? —preguntó perplejo.

—Es una expresión nuestra. Ladrones de guante blanco, quería decir.

—Efectivamente —le contestó con una sonrisa. Le gustaba esta inspectora—. En este momento tenemos dos tipologías delictivas, ambas con métodos habituales, eso lo saben ustedes perfectamente. Los robos informáticos y los atracos a joyerías, bancos, furgones blindados, etc. Los hackers informáticos, su volumen de robos ha aumentado considerablemente tanto en cantidad como en cuantía de lo sustraído. Bancos y empresas de todo tipo gastan cantidades astronómicas en protegerse de ellos, en algunos casos contratándolos. No solo buscan dinero, también información privilegiada y confidencial que en el mercado global vale millones. En algunos casos los buscan con el fin de que perjudique a la competencia, introduciendo virus en sus redes. En definitiva, millones sin salir de casa, sin amenazar a nadie, sin usar la violencia. Son los ladrones de guante blanco del pasado, se mueven por calles virtuales y acceden a lugares sin levantar el culo de sus sillones. La otra tipología delictiva existente en este momento son las bandas organizadas. No necesariamente proceden de guetos marginales, que también son un buen caldo de cultivo; pueden ser exmilitares, hombres con excelente formación. Adoptan amplias medidas de seguridad, planifican sus robos meticulosamente, en sus asaltos utilizan la violencia, la intimidación de sus armas, que no dudan en utilizar al menor atisbo de resistencia. Lo más fino en sus trabajos es el uso de la lanza térmica para reventar una caja fuerte. La diferencia entre ambas formas delictivas es que estos últimos no necesitan, como los dinosaurios anteriores, saber abrir todo tipo de cerraduras, forzar sin necesidad de reventar una caja fuerte, planificar sus robos con la intención de que nadie se entere, sin amenazas, sin violencia. Sobre los pocos profesionales de la vieja escuela que quedan lo sabemos todo, antiguos delincuentes con amplios antecedentes. Sus métodos son fácilmente reconocibles e identificables.

—Y usted cree que uno de esos dinosaurios es el responsable de estos siete robos —afirmó Elena.

—Sí.

—Pero en varios de estos robos se ha utilizado la fuerza y en algunos han participado varias personas.

—Aparentemente, sí. En 2011, en Nochevieja, el chalet de una urbanización de lujo, con seguridad privada, mientras sus propietarios comían las uvas en un salón de fiestas y el servicio en sus respectivas casas.

—Lo he leído —afirmó la inspectora con el expediente en la mano—. Fue en Cantabria.

—Alguien saltó el tramo de valla que colindaba con un camino fuera de la urbanización, forzaron el ventanal trasero del chalet y entraron. Unos metros antes de entrar, terminado el césped, pisaron un tramo de tierra húmeda. Gracias a ello, dejaron huellas de dos zapatillas diferentes y unas botas de distintas tallas. Tras forzar el ventanal y entrar, a los veinte segundos saltó la alarma y a los cuatro minutos aproximadamente llegó la seguridad privada de la propia urbanización. Los ladrones debieron salir precipitadamente. Robaron un manuscrito en pergamino de dos mil años de antigüedad perteneciente a la segunda gran biblioteca de la antigüedad, Pérgamo. Su valor es incalculable. Estaba protegido por una urna transparente de un material muy resistente a los golpes. No obstante, cortaron los anclajes a la base de cemento. Uno de los asaltantes subió corriendo al dormitorio y abrió exclusivamente dos cajones: en uno su propietario guardaba una colección de relojes Rolex y en el otro, diversas joyas de la propietaria. No se preocuparon de entretenerse forzando la pequeña caja fuerte, donde la señora guardaba el resto de sus joyas. Evidentemente no disponían de tiempo. Cogieron, además, un cuadro de un importante pintor impresionista que, en la huida, abandonaron en mitad del jardín.

Mientras Stefano exponía los hechos, ambos inspectores los seguían sobre el expediente.

—¿Ha visitado las ruinas de lo que fue esta extraordinaria metrópolis, inspectora Dolz?

Ambos agentes levantaron la vista del expediente, el comentario les sorprendió. Como si Borja no existiese, Stefano la miraba a ella.

—No.

—Se la recomiendo encarecidamente. La actual Bergama, construida sobre los cimientos de la parte baja de lo que fue Pérgamo, una de las ciudades más bellas de la antigüedad, en Turquía, cerca de la costa del mar Egeo. Sus ruinas, su historia, la dejarán sin respiración.

—Tomo nota —contestó con una sonrisa pícara.

—Gracias a Dios, el cuadro no sufrió ningún daño —continuó—. No se encontró ninguna huella dactilar ni indicio que permitiese identificar a los ladrones, excepto esas huellas de los calzados. Yo mismo realicé una investigación paralela a la de ustedes sobre ese rastro. Las huellas de ambas zapatillas y la bota nos llevaron, tanto a ustedes como a mí, a la conclusión de que las tres pertenecían a una marca muy conocida y popular de calzado de una fábrica en los países bálticos. También, que esa marca es poco conocida y usada fuera de esos países. Que uno de los ladrones subiese directamente al dormitorio y fuera exclusivamente a esos cajones indicaba que sabía lo que buscaba y dónde se encontraba. La investigación sobre el personal de servicio centró inmediatamente el interés sobre una joven que trabajó durante seis meses, dos años atrás. Era de Estonia, como, sin duda, los ladrones. Dicha joven volvió a su país, ustedes solicitaron colaboración a la Interpol y a las autoridades policiales de esa nación. En ambos casos, la respuesta fue que tras hablar con ella e investigarla, no se detectaba nada sospechoso ni ninguna vinculación con delincuencia organizada.

En ese momento, Elena leía el documento al que hacía referencia.

—Así es. La descartan de cualquier vinculación con el hecho al que hacemos referencia y con cualquier vínculo con organizaciones delictivas de su país.

—Yo estuve frente a su casa —afirmó el investigador privado—. La vi en el parque con su hijo recién nacido. Su marido es funcionario y en sus cuentas no hay movimientos sospechosos, ni en el presente ni en el pasado. La descarté inmediatamente.

—Sobre el manuscrito no se ha vuelto a saber nada, ¿verdad? —preguntó Borja.

—Tampoco sobre la colección de relojes. Las joyas pueden separarse, fundirse. Pero los Rolex llevan una numeración individual. Nada de lo robado en esa vivienda ha vuelto a aparecer y las huellas no llevaron a nada concreto.

—Y usted intuye que no fueron tres zarrapastrosos que entraron a la carrera y se llevaron lo primero que pillaron.

—Inspectora Dolz, ¿recuerda usted el robo en la fundación INCLU aquí, en Madrid?

—Claro, intervine yo misma.

—En esa ocasión robaron parte de una colección itinerante de piezas privadas sobre la civilización Azteca. Según la organización, las piezas desaparecidas eran las únicas, de todo lo encontrado hasta este momento sobre esa civilización, que hacían referencia explícita a un dios del que solo se conocían exiguas referencias, de ahí su verdadera importancia y valor.

—Sí, es cierto, lo recuerdo. Únicamente se llevaron esa parte de la colección.

—Recordará también que anularon el sofisticado sistema de alarma con el que contaban las dependencias de la fundación. También abrieron la caja fuerte donde se guardaban esas piezas concretas por la noche, dado su mayor valor en relación al resto de lo expuesto.

—Claro. Es un caso que está sin resolver —afirmó Elena—. En esa ocasión sí encontramos huellas dactilares.

—Recuerda bien. La caja fuerte la abrió un verdadero profesional, uno de esos dinosaurios de los que hemos hablado anteriormente. Por supuesto, también se ocupó de anular ese sofisticado sistema de alarma, por cierto, en un tiempo récord.

—Se investigó a la compañía que lo montó, también a todo el personal que conocía la combinación de desconexión porque los técnicos forenses argumentaban la dificultad de anular el sistema. Les parecía sumamente sospechoso que alguien tuviese tiempo de conseguir la combinación, por mucho decodificador de última generación que tuviese —continuó la inspectora. Recordaba perfectamente el caso pero, además, era uno de los seleccionados por Stefano y lo tenía entre sus manos—. Antes de marcharse, entraron en el baño y se lavaron. Dejaron huellas de dos tipos de zapatillas deportivas diferentes, pero se trataba de una marca distribuida por una gran superficie y vendida por millones. No se encontró, como era de suponer, ninguna otra huella. Entonces descubrimos una herramienta de precisión que utilizaron para abrir la caja fuerte. Debió resbalar y se les cayó entre dos cajoneras y, al marcharse, no se percataron. Fue el primer golpe de suerte que creímos tener y se nos hizo la luz cuando, desde el laboratorio, nos dijeron haber encontrado un juego de huellas dactilares. En ese momento, todos pensamos: «Caso resuelto. Un descuido y nos ha dejado su carné de identidad en el escenario».

—Eso mismo pensé yo, inspectora Dolz.

—¿Cuándo se enteró usted? Esa pista se mantuvo en secreto durante todo el proceso de la investigación.

—Mi compañía aseguraba esas piezas por una cantidad desorbitada, créame. Y yo, está mal que lo diga, tengo mis propias fuentes de información.

—Si usted está tan involucrado en las investigaciones, no recuerdo que acudiese.

—Seguía sus investigaciones, por cierto, concienzudas y meticulosas. No era necesaria mi presencia; tenía, por fuerza, que estar de acuerdo con las conclusiones a las que ustedes llegaban y nada podía añadir. Por ese motivo me limité a seguirlas, sin más. Yo también quedé perplejo cuando no se encontraron coincidencias entre esas huellas y alguno de nuestros antiguos conocidos. Fue un trabajo extraordinario realizado por un gran profesional, un auténtico especialista.

—Pero hasta hoy, a quién pertenecen es un misterio. Otra pista que conduce a un callejón sin salida —afirmó ella pensativa, comprendiendo por momentos la línea deductiva a la que conducía la conversación.

—Ese fue el principio. Lo que me obligó a replantearme que algo no funcionaba bien. No paraba de preguntarme cómo era posible que no tuviéramos en ninguna base de datos las huellas de un profesional tan cualificado. La respuesta era sencilla, o al menos las dos respuestas obvias. Es nuevo en el negocio, me dije, por fuerza acompañado de quien le enseña, su maestro. Recordemos que encontramos en esa ocasión dos tipos de zapatillas en las huellas del baño. Si nos encontramos ante un dinosaurio, un profesional de la vieja escuela, es consciente de lo fácil que se les identifica tanto por su modus operandi como por la escasez de delincuentes de la vieja escuela. Si fuese uno de estos tipos, con toda seguridad tendríamos sus huellas para identificarlo. Pues a todos, en sus inicios, se les detuvo. Empecé a recordar otros casos, escenarios donde se encontraban una serie de rastros que no llevaban a ninguna parte. Y empecé a investigar desde cero, a repasarlos desde el principio, como si acabaran de suceder. Pero desde una nueva perspectiva, con un prisma global.

—Y deduce que el muy cabrón siembra los escenarios con indicios falsos, manipulando y señalando diferentes caminos al investigador.

—Efectivamente. Y evitando que los relacionen. En algunos no ha estudiado el escenario, se ha limitado a entrar, como él sabe, roba y se marcha sin dejar ningún rastro. Pero en la mayoría deja indicios que indican una línea clara de investigación.

—¿Cómo está tan seguro de que estos siete casos, con grandes diferencias entre ellos, los ha cometido la misma persona?

—Porque he descubierto su modus operandi, su firma en todos ellos. No solo repasé los casos y sus investigaciones posteriores, volví a visitar el escenario buscando algo concreto.

—¿Y entonces descubrió su firma? —apuntó ella verdaderamente alucinada.

—Sí. También he visitado los escenarios de los tres expedientes que se encontraban en sus registros.

—Y ¿en calidad de qué los investigó? No están relacionados con la compañía que usted representa. ¿Cómo le dejaron entrar?

—Soy como un historiador, me gusta perderme entre los misteriosos recovecos de la investigación como el historiador se pierde en las bibliotecas estudiando viejos manuscritos. Disfruto aprendiendo los trucos de mis adversarios profesionales, conociéndolos. Y tengo recursos.

—Como veo que os entendéis a la perfección, os dejo. —Y Borja tendió la mano al italiano—. Supongo que, en estos días, nos veremos.

—Seguro.

—¿Cuál es su firma? — preguntó en cuanto quedaron solos.

—Siempre roba por encargo, no es avaricioso y no se lleva otras cosas de los lugares que visita, a excepción de que robe algo del lugar con la pretensión de despistarnos. De esa forma, no tiene que salir al mercado con mercancía robada. En ese chalé de Cantabria alguien pagó, supongo que un coleccionista privado, un dinero por el manuscrito que desapareció. Ese era el objetivo de nuestro hombre. El resto fue el truco de mago para despistar. No se trató de un asalto precipitado. Entró y desconectó la alarma, con lo cual se tomó su tiempo en preparar el escenario. Encontró la colección de relojes y las joyas, las cogió y aparentó que el ladrón subió corriendo y fue a los lugares adecuados porque sabía dónde se encontraba algo de valor. Fue la primera línea de investigación que se siguió, se trataba de un robo con colaboración interna. Las huellas dejadas indicaban que eran tres y de procedencia concreta. Contaba con muchas probabilidades de que esta gente hubiese contado entre el personal de servicio con una mujer del norte de Europa. El cuadro dejado en el jardín indicando, sin duda, la precipitación de la acción. Todo preparado para focalizar la atención del investigador en puntos concretos y seguir pautas establecidas. Esos relojes estarán bien enterrados o en el fondo del mar, mientras nosotros mantenemos, todavía hoy, la esperanza de que uno de los chorizos, como usted los ha denominado, intente vender uno o se le estropee e intente arreglarlo.

—Me ha dejado atónita, menudo tío tenemos entre manos.

—Es meticuloso, minucioso, un experto en el arte de robar.

—Parece que lo admira.

—En cierto modo, así es.

—Pero esa no es su verdadera firma, ¿verdad? —Elena intuía que le ocultaba otro detalle mucho más importante. Lo expuesto no era concluyente, era su método. Pero la firma tenía que ser un signo rotundo, determinante.

—Perdón. Su verdadera firma es algo que, de momento, nadie ha advertido y así debe seguir siendo. En caso de que averigüe que la tenemos identificada, simplemente la modificará. Entonces, cuando actúe, sobre esa ineludible pista sembrará otros indicios para confundirnos. Él piensa que, hasta este momento, sus trabajos no se han relacionado entre sí, que los investigadores mantienen en cada uno de ellos diferentes pistas, imputándoselos a grupos o personas sin vínculos entre sí y esperando nuevos datos para volver a reabrir los casos.

—Ha tejido una compleja red de pistas falsas para pasar desapercibido.

—Efectivamente.

—Me va a revelar, aunque sea muy bajito, para que nadie se entere y prometiéndole que mantendré el secreto como una tumba, cuál es su firma.

—La forma en que anula las alarmas. Hay sistemas muy sofisticados, donde el decodificador no tiene tiempo material de descifrar el código dada su complejidad. Este individuo sabotea primero, y de forma rápida, el mecanismo del aplex, y de forma muy sutil, manipula el tiempo de retardo de la alarma. La mayoría ponen doce o quince segundos, como mucho veinte, pero el sistema cuenta con un tope de cincuenta y nueve segundos. Es el tiempo de que dispone después de su manipulación. Él se añade otros cuarenta y cuatro, y eso es mucho tiempo. Lo indispensable es que su interferencia en los cables no se note y eso, junto a la recreación de un escenario ficticio, engañe al investigador. Es muy bueno. Me costó encontrar lo que hacía, a simple vista no se aprecia, los cables permanecen intactos. Tuve que utilizar una lupa para descubrirlo. Únicamente unos inapreciables arañazos me indicaron, sin duda, cómo lo conseguía. Luego, la pauta se aprecia con rapidez cuando sabes lo que buscas.

—Y estoy convencida de que has investigado si algún antiguo ladrón de guante blanco, de esos que llamas dinosaurios, tenía ese modus operandi.

—Por supuesto. Nadie se ajusta a esa pauta. Lo que ocurre es que hace años, los sistemas eran mucho menos sofisticados y más fáciles de manipular. Hablemos sobre la lista que les entregué de posibles candidatos.

—Por favor, si vamos a trabajar juntos, tuteémonos, vale.

—Claro.

—Porque vamos a trabajar juntos, ¿verdad? —No lo tenía muy claro Elena. Conocía su fama de investigador solitario y que se la impusieran para colaborar no le resultaría cómodo. Por mucho que hubiese accedido al principio.

Él la miró. Le gustaba esta condenada policía. Era consciente de que le consideraban un bicho raro tanto en su empresa como en el sector profesional. Se había vuelto un ermitaño, su actitud no era antisocial pero, en ocasiones, rayaba en la obsesión por no compartir su tiempo. Cuando necesitaba compañía femenina, le era fácil encontrarla y, en ocasiones, la compraba. Pero nunca pasaba de esa única noche. Se consideraba un lobo solitario con gustos refinados, disfrutaba de los placeres que le atraían, sin reservas. Arte, andar por diferentes ciudades sintiendo su pasado, gastronomía y, en ocasiones, encontrar personas con las que mantener curiosas conversaciones. Pero siempre solo. Y esa soledad con la cual siempre se deleitó, algunas veces era una losa que le desconcertaba y turbaba, algo inaudito años atrás. Ahora, en algún momento, era como viajar en un tren como único pasajero y desconocer el destino de la próxima estación.

Ella le observaba con una sonrisa, algo perpleja por no poder interpretar su silencio.

—Trabajaremos juntos —afirmó—. Será un placer para mí compartir esta investigación contigo.

—¡Buauu! —exclamó riendo alegremente—. El prestigioso e internacional investigador privado compartiendo pupitre con una simple inspectora de policía.

Stefano reconoció que su naturalidad y espontaneidad eran insultantes y, en cambio, sonrió. Le costó pero, al final, sonrió.

—Bien, no te lo tomes a mal. De los diez nombres que nos pasaste, la mayoría han sido descartados rápidamente. Dos fallecidos. Dos en la cárcel. —Y fue depositando expedientes sobre la mesa—. Otro en Estados Unidos; este, al final, aprendió idiomas, los informes policiales remitidos por las autoridades lo descartan. Otro vive en Sevilla, sufrió un accidente de tráfico hace años y las secuelas lo descartan rotundamente.

—Puede simular una parálisis o lesión para, justamente, ser eliminado de cualquier sospecha.

—Perdió la pierna a la altura de la rodilla. ¿Crees que simulará cojera para no ser sospechoso?

—Descartado —manifestó resignado por tener que soportar la risita irónica de ella.

—El séptimo es un extremeño que reconvirtió su habilidad para hacer desaparecer cosas que no eran suyas en hacerlas desaparecer como mago. Trabaja en cruceros con un espectáculo de magia. Crucé las fechas en las que se cometieron los robos con las que asegura que se encontraba embarcado y en cuatro de los siete sucesos viajaba por el Mediterráneo. Lo hemos confirmado por diferentes medios.

—Nos quedan tres.

—David Rubio Roncero, cuarenta y siete años, soltero. Se especializó en abrir cajas fuertes. Con veintitrés era considerado uno de los mejores especialistas. Tuvo un buen maestro, trabajaba con Agustín Toledo, ¿te acuerdas?

—Claro.

— Los trincaron en medio de un trabajo. A Toledo le cayeron veinte años y a David seis. El joven era conocido pero no tenía antecedentes y salió mejor librado. El primero murió en la cárcel, un ataque al corazón al cuarto año de prisión, justo cuando salía su compinche, el chaval. Todos los informes indican que enderezó su vida, en prisión estudió cocina y temas relacionados con restauración. Trabajó en una cafetería y a los tres años, montó su propio negocio en Valencia, un pequeño restaurante. Sus cuentas son acordes a sus ingresos y parece limpio, así nos lo indican los compañeros de esa jefatura. ¿Quieres una botellita de agua?

—Sí, gracias. —El italiano parecía estar en trance mientras escuchaba a la inspectora.

Cuando regresó, dejó una botella delante de él, abrió la suya y tras beber un trago, prosiguió.

—El segundo de los tres es más interesante. Ramón Casas Portillo, cincuenta y cuatro, divorciado, con numerosos antecedentes, ha sido un entrar y salir de prisión. Siempre penas cortas por robo, hurto, algún trapicheo con droga y temas asociados a la prostitución. En este momento está en Sevilla, según el inspector con el que hablé. Es un chulo putas de la zona. Tengo el vídeo de la conversación que tuvieron con él en jefatura a raíz de mandarles el requerimiento de investigarlo. Desdentado, pinta de borracho, un nota que sabe cómo funciona el engranaje policial. No tenía muy claro por qué le interrogaban, lo que me hace pensar que está metido en varios asuntos. Según el agente, drogas, pero podría ser también que oculta la faceta de ladrón de guante blanco. También me comentan los compañeros que, en ocasiones, maneja pasta y en otras, sobrevive de su puta. —Y acompañando al informe se presentaban unas fotografías de un tipo mal encarado, de rostro afilado y ojos de ratón, sin labios y unas patillas enormes, desdentado y con los colores clásicos de quien lleva años excediéndose con la bebida—. El vídeo lo tengo en mi mesa. De entrada, yo lo descartaría, pero sorpresas más alucinantes he vivido.

—Yo también diría que este tipo no encaja con la personalidad minuciosa y meticulosa de la persona que buscamos. Es un perfil completamente opuesto —consideró mientras observaba las fotos—. Pero no olvidemos que nuestro hombre es un artista en despistarnos, en confundirnos y que miremos a otro lado.

—¿Tú crees que su imagen de chulo putas en decadencia podría ser un disfraz?

—Los informes, en general, indican que es lo que vemos. No obstante, viajaré a Sevilla y le echaré un vistazo. Hablaré con los agentes y sería estupendo que pudiésemos conseguir el testimonio de algún confidente. También será revelador ver el aspecto de su puta.

—Eso está muy bien pensado. Si es una joven con buenas tetas, el tío esconde pasta y misterios; si, en cambio, pasa de los cincuenta y le faltan la mitad de piños que a su chulo, descartado.

A Stefano le costaba comprender el vocabulario y las definiciones de la verborrea callejera que, con tanta soltura, dominaba la inspectora. Ella lo sabía y miraba sus expresiones con cierto regocijo.

—Correcto —afirmó él con rotundidad, tras unos segundos en los que ella dudaba si la había entendido.

—Lo comprobaremos juntitos pero no revueltos, querido compañero.

En esta ocasión, él no respondió.

—¿Acaso has olvidado que llevamos esta investigación juntos? —Y le señaló con el dedo.

—¿Viajarás conmigo?

—Sí. A lo mejor, hasta tenemos tiempo y te enseño una Sevilla que te encantará —añadiendo un acento pícaro a sus palabras—. Pasemos al tercero y mejor posicionado para ser nuestro candidato. Adolfo Primo Calero, cincuenta y siete años, numerosos antecedentes, un dinosaurio de la vieja escuela, como tú dices. En 2004 se encontraba en busca y captura, se le imputaba un robo por butrón a una joyería, un trabajo de fin de semana con la apertura de la caja acorazada. En una redada a una casa de compra y venta de oro y joyas donde supuestamente se mercadeaba con artículos robados, se detuvo al propietario y a dos clientes que, en ese momento, se encontraban en el interior con joyas que pretendían vender y que no explicaban muy bien de dónde procedían. Uno de los dos clientes que trasladaron a comisaría fue identificado como Simón García Jara, sin antecedentes. Mientras se instruía la detención, el tal Simón se escapó de las dependencias policiales, abrió la puerta de las celdas, otras dos puertas de calabozos, entró al despacho de un inspector y salió con su chaqueta y su maletín, hecho un señor y por la puerta principal. Parece ser que era una mañana con mucho alboroto en comisaría y no se les tomaron las huellas al entrar. Pero tuvieron suerte, el tal Simón dejó las suyas en varios puntos de comisaría, sobre todo en el despacho. Resultó ser Adolfo Primo, el documento de identidad presentado y que se encontraba en posesión de los agentes era una falsificación excelente, según los expertos. Su detención resultó una casualidad, estaba en el lugar equivocado, pero su documento hubiese pasado un control rutinario. Las cámaras terminaron de confirmar su verdadera identidad. Las joyas que pretendía vender eran producto del robo por el cual estaba en busca y captura. Desde esa fecha, sigue en busca y captura, no se sabe nada de él y si tiene acceso a otro documento de identidad de la calidad del que se le encontró, a saber el nombre que tendrá en la actualidad.

—Hay que localizarlo, puede ser nuestro hombre —asintió Stefano.

—Su modus operandi difiere algo del que buscamos. Pasamos de un trabajo fino con los cables a un agujero en la pared directamente.

—Pero tuvo que desconectar la alarma. Además, acuérdese de las botas, de las pisadas, de sus cambios de rostro. Pudo desconectar la alarma como siempre, algo que, pasado todo este tiempo, será difícil inspeccionar. Realizó el robo con toda tranquilidad y después, el butrón en plan salvaje. ¿Quién relacionaría un robo de guante blanco con este burdo modo de entrar?

—Otro de sus subterfugios de camuflaje. Otra cosa. ¿No íbamos a tutearnos?

—Hay que encontrar a este hombre.

—Se ha emitido una nueva circular de busca y captura. En este momento, a todas las comisarías ha llegado su foto, su nombre y se especifica que puede disponer de un nuevo carné de identidad con otro nombre y de excelente calidad. También disponen de su foto todos los agentes. Estos comunicarán a sus informadores en la calle que estamos interesados en localizar al tipo este.

—Es posible que tenga que realizarse una acción más contundente y eficaz.

—Dejaremos pasar unos días. Si no se le localiza por los medios habituales, podemos utilizar el boletín en las noticias.

—Mejor. De esa manera no le alertaremos de que vamos tras él.

Avaritia

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