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Prólogo

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―Me encantaría quedarme a vivir en esta ciudad, en esta habitación, no tener que vestirme ni regresar jamás.

—Para mí el lugar es lo de menos, lo importante es que estés tú… Conmigo.

—Sólo faltaría no sentir de repente esta angustia que se me cuela en el pecho por el miedo de que alguien nos descubra.

—Tranquila. Todo está bien.

—No te puedo negar que de repente me pongo nerviosa, tú lo notas, pero me ayuda mucho que siempre estés tranquilo, seguro.

—Todo es parte de este encanto, además, confío en ellos.

—¿En tus “Ángeles Guardianes”?

—Ajá…

—…¿Crees que si estuviéramos casados cogeríamos tan rico?

—Te recuerdo que ambos estamos casados.

—Si estuviéramos casados… Tú y yo.

—Mmm… No. Lo dudo mucho.

Ismael Salas aún permanecía en su despacho a pesar de haber transcurrido ya varias horas desde que todos sus colegas se habían marchado. Desaliñado, turbado, su porte distintivo parecía haberse ido junto con todos los demás.

De pronto había tomado la decisión de destapar la botella de Jack Daniel´s que tenía guardada en un sitio privilegiado de la cava de su despacho. Era una botella especial, ya que cuando la compró, un año atrás, le hizo la promesa a su suegro de abrirla hasta que tomara posesión como alcalde; brindarían juntos por el éxito. Empero, muy por afuera de sus planes, se había adelantado otro acontecimiento que bien ameritaba abrirla, aunque sólo fuera él quien tomara de ella.

Con parsimonia, derrochando el tiempo, se sirvió un vaso pletórico, sin hielo. El color ámbar, la fragancia elegante, armónica, fina, fueron detalles que en esa ocasión pasó por alto, sin importarle en lo más mínimo. Se bebió por completo el contenido en un solo y largo trago, de pie, sin saborearlo; ligeramente dulce al principio, ligeramente seco al final, como le gustaba. A pesar de eso, fue el trago más amargo de su vida.

Llenó nuevamente el vaso hasta el tope, con la vista clavada en la pared tapizada de fotografías familiares. Después, sentado en su mullido sillón de piel, contemplando la docena de portarretratos acomodados sobre uno de los muebles, donde aparecía con personalidades ligadas a su profesión que, de una manera u otra, lo estaban ayudando a impulsar su carrera. En el centro, en un lugar destacado, una foto de él con su suegro, cuando daba inicio la campaña electoral. Tendría un futuro prometedor, sin duda alguna, si todavía tuviera uno.

Se terminó la bebida nuevamente de un solo golpe y estrelló el vaso contra su título de abogado colgado en la pared. Se puso de pie, se acomodó el traje, se aseguró de que la carta recién escrita y firmada con su puño y letra se encontrara en el lugar correcto.

Observó con detenimiento cientos de imágenes atiborradas en su mente; tenía tantas cosas que decir, que sólo pudo quedarse callado.

Acto seguido: Dio tres grandes zancadas tomando impulso, se aventó por la ventana, la que daba a la avenida principal, conteniendo el aire para evitar que un grito lastimero se escapara de su garganta.

Esto no hubiera tenido mayor trascendencia, si su despacho no estuviera ubicado en el doceavo piso.

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