Читать книгу El poema de la Pampa: "Martín Fierro" y el criollismo español - José María Salaverría - Страница 5
CAPÍTULO IV
El Escenario de Martín Fierro
EVOCACIÓN QUIJOTESCA
ОглавлениеALGUNA vez me ha ocurrido terminar la velada sobre una página del Martín Fierro; y al día siguiente, en una mañana limpia y luminosa, he ido a mirar, desde la trasera del parque del Retiro, la sublime inmensidad de la llanura castellana. Entonces, espontáneamente, mis labios han repetido los versos del gaucho andante, cuando pinta a su modo la naturaleza de aquella otra llanura, tendida entre los Andes y el Atlántico:
“Todo es cielo y horizonte
en inmenso campo verde.
¡Pobre de aquel que se pierde
o que su rumbo estravea!
Si alguien cruzarlo desea
este consejo recuerde:
Marque su rumbo de día
con toda felicidá;
marche con puntualidá
siguiéndolo con fijeza,
y si duerme, la cabeza
ponga para el lao que va...”
Estos consejos que brinda el gaucho Martín Fierro a los viandantes de la Pampa no son imprescindibles en la llanura de Castilla; las carreteras rayan aquí la inmensa planicie, y la torre de un pueblo asoma de cuando en cuando al borde del horizonte; el peligro de extraviarse no existe. Pero entre Castilla y la Pampa hay de común la soledad, y una especie de sentimiento o angustia del infinito.
De todas suertes, en la Europa occidental ningún otro paisaje se asemeja tanto a la Pampa como la llanura de Castilla.
“Todo es cielo y horizonte
en inmenso campo verde.”
En efecto, desde cualquier extremo de Madrid pueden contemplar los ojos esa inmensidad de cielo, horizonte y campo vacío de que habla el poeta criollo. Por la primavera, cuando verdean las primicias del trigo, los llanos manchegos reproducen aproximadamente una imagen de aquellos otros llanos platenses, rasos y monótonos, sublimes en su religiosa inmensidad. Lo mismo que la planicie argentina, esta llanura castellana está invitando al hombre a las ilimitadas correrías aventureras. Y es ahí, efectivamente, sobre esas tierras infinitas de lejano horizonte, por donde cabalgaron los guerreros de la Reconquista, persiguiendo el rastro de las huestes sarracenas; y es ahí también donde erraba el iluso Don Quijote, tras la huella de sus quimeras geniales.
En la otra llanura hermana y paralela, por los llanos argentinos, el sol americano vió alguna vez a los conquistadores, hijos directos de los soldados de la Reconquista cristiana. Y si no andaba por allá el propio Don Quijote, se veía cuando menos a su pariente. ¿No es el propio Martín Fierro, gaucho alzado y libre, una aproximada imagen quijotesca?...
Conviene realizar todo género de salvedades, y no conceder a las cosas un valor desmesurado. Pero siempre que hayamos investido a Don Quijote de toda su inabordable sublimidad, podremos ceder al gaucho Martín Fierro una cierta aura quijotil, un modo de parecido quijotesco. Acaso el gaucho Martín Fierro parecerá un Quijote plebeyo, humilde, tosco, un Quijote analfabeto y de pulpería; pero cuantas veces releo el poema de José Hernández, sin querer me acuerdo del libro de Cervantes.
La similitud no estriba en el valor literario, puesto que, como calidad y mérito, son dos obras que no pueden compararse. Existe, sin embargo, una relación en el tono, y especialmente en el aire de vagabundaje y andantería aventurera. La vida libre, el impulso errante, el abandono de la propia personalidad al azar del destino, el confiarse a una especie de fatalismo integral, así como el culto del caballo y de la fuerza del acero; todo esto, tan español del siglo XVI, está palpable y continuo en el poema del Martín Fierro.
Véase cualquier pasaje; la raza antigua habla en estos versos: