Читать книгу Los misterios del rosario - José Miguel Ibáñez Langlois - Страница 8
ОглавлениеPRIMER MISTERIO
La Anunciación a María
LLEGADA LA HORA CENTRAL de la historia, Dios envió al mundo a su arcángel san Gabriel. No lo envió a un palacio de Atenas ni de Roma ni de Alejandría, sino a un humilde caserío de Nazaret, situado en un rincón marginal del vasto imperio. ¿A qué vino el arcángel? A visitar a la mujer del carpintero del lugar, llamada con el dulce nombre de María. Le traía la declaración de amor de la santísima Trinidad, que comenzó con estas palabras: Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo.
¡Llena de gracia! Llena, colmada de gracia divina desde el primer instante de su ser virginal: ¡la Inmaculada Concepción! Pero ella, la toda hermosa, la toda santa, no se reconoció a sí misma en este saludo, porque se consideraba la pequeña esclava del Señor, y por eso se confundió con esas palabras, que la levantaban sobre toda creatura humana. Pues así la había creado el Dios omnipotente y misericordioso: más llena de gracia y de belleza que todos los espíritus celestiales.
El arcángel venía a pedirle, de parte del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, su consentimiento para concebir en su seno virginal al Mesías prometido, al Hijo del Altísimo, al redentor del mundo, cuyo nombre sería Jesús. Y ella, la siempre Virgen, debió preguntar cómo sería esto, pues no conocía varón, y tenía ofrecido al Señor el no conocerlo nunca. San Gabriel le explicó que esa concepción sería divina y no humana: El Espíritu santo descenderá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra.
A la espera de la respuesta de María, hubo un instante de expectación en el cielo y en la tierra y en los abismos: un momento de silencio profundo, que guardó la humanidad caída, desde Adán y Eva en adelante, como suplicándole la respuesta afirmativa. Diríamos que al universo se le cortó la respiración de puro suspenso. Y tras ese momento vino prontísima la respuesta de María, que señalaba el inicio de la salvación del mundo: He aquí a la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.
Y en ese mismo instante, el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. ¡Dios en el mundo, Dios que ahora es uno de nosotros! El Hijo eterno de Dios empezó a germinar, hecho hombre, en este nuevo templo y sagrario suyo que eran las entrañas virginales de María. Allí, como todos nosotros durante nueve meses, día tras día y hora tras hora, le daba su madre amorosamente de su carne y de su sangre, las mismas que serían inmoladas en la cruz por nuestra redención. ¡Jesús, hijo de María, sé para nosotros siempre Jesús!
La visitación de María a su prima Isabel. Libro de las Horas de Jeanne d’Evreux, reina de Francia (ca. 1324-28), Jean Pucelle.