Читать книгу Fuego - José Ramón Herrera Goya - Страница 8
ОглавлениеPrólogo
Dice José Ramón que cuando te sientas desolado, mires al cielo para recibir alegría en la mirada, porque es la simpleza de lo pequeño la que nos induce con la imaginación a soñar y desear, para que así el rugir de motores no consiga acallar los trinos de los pájaros. Mientras tanto, se fija en las bailarinas sombras que proyectan las hojas movidas por el viento; introduce el fuego en ese brillo del sol que, al amanecer, ilumina las hojas con un brillo que llega al corazón. Al azul celeste sube humo de incienso con curvas en movimiento hasta que el viento lo disipa, como se desvanece la ola convertida en lento rizo y blanca espuma.
Convertido en espectador desde la atalaya del balcón de su casa, contempla cómo arde el día mientras las aves baten sus alas al aire. Luego, el fuego naranja que emite una farola deja ver gotas de lluvia en las ramas de los árboles, que lucen en la noche mientras en el suelo, terminado su ciclo veraniego, las hojas secas crujen movidas por el aire que precede al otoño. Al despertar al día siguiente, con el calor del sol como cristalino espejo, suben al cielo gasas de niebla entre vapores deshechos a la vez que la aparición del arcoíris, con el binomio calor-humedad, le evoca su niñez.
Con el paso del tiempo, el sol atempera las estaciones, desde el frío invierno a la fresca primavera. Vuelto a casa, contempla como milagro que un haz de luz refleje, en el televisor apagado, rayos de sol que son esquivados en el exterior por las aves entre revoloteo de hojas doradas, y cuando ese sol se pone en los jardines, las golondrinas brillan con destellos de la Alhambra a la vez que como símbolo del otoño que adorna su vida, surge una flor de pasión.
Lleno de luz y calor descansa en la madrugada oscura deseando que la claridad traiga el día y cuando ausente en sus pensamientos vuelve a ver el sol en el cielo luciendo en un cuadro que le deja absorto, una mariposa despliega sus alas y vuela tras posarse en el cristal de su ventana. En ese momento, al entrar el sol por el balcón, le trae un haz de luz, color medalla, y se deja llevar por su resplandor hasta que la vista le conduce a admirar la belleza de la naturaleza cercana en el brillo que se refleja en las hojas.Al atardecer, un sol anaranjado se posa entre blancas nubes y su color dorado brilla hasta decorar los montes cercanos. Después, se vuelve rojo ofreciendo una maravillosa, aunque efímera visión.
El fuego del sol es una constante en las guirnaldas navideñas que se cuelan por las rendijas de la persiana, en las hojas bailarinas entre sol y sombra o en las estrellas de colores que se forman en la chapa de un coche cuando refleja sus rayos el astro rey, y sentado, con un café al lado, mientras contempla bajo el toldo cómo se mueven los flecos, rizados por la brisa, purificado por el calor, comparte su sensibilidad desde un ámbito pedagógico con poemas didácticos, como que tú solo hallarás el lucero que muestre el sendero, que solo el cerebro nos distingue de los demás seres o que perdidos en nuestros problemas diarios no vemos la sencilla realidad.
Refiere que solo los niños ven el milagro de la vida porque la contemplan fuera del escaparate desde donde la vemos los adultos. Nos dice que vivamos en el presente y no hagamos conjeturas con el pasado y el futuro; que amemos nuestra autoestima y no queramos arreglar las vidas ajenas; que las grandes potencias juegan al ajedrez de la guerra en terceras naciones; que cada año es un viaje sin más paradas que las estaciones; que si quieres ser genuino no hagas siempre lo que otros te dicen; que busquemos la verdad lejos de símbolos y vacuos ritos; que no caigamos en los finos y largos hilos que nos tienden las redes sociales, aunque la sociedad cambiante nos pida adaptarnos.
Para que el fuego vital se mantenga vivo añade que a un día de lluvia le sigue otro de sol, como a la melancolía le sucede la ilusión; que somos una chispa entre las luces que brillan en nuestro sendero; que cada cual tiene una parte de la verdad y es al unirnos cuando la conseguimos entera y al retrotraernos de los sinsabores diarios nos aconseja que aceptemos lo que depara el día, porque es la clave para una serena felicidad; que no abandonemos nunca nuestros sueños; que si te quieres a ti mismo te querrán los demás; que un pequeño gesto a tiempo puede cambiar el futuro de quien está a nuestro lado y que no importa la edad, sino vivir intensamente cada día para ser felices.
Tiene dedicatorias a la madre, que le acogió en su seno; a la mujer, fruto de semilla ardiente que le prendió con su fuego, y a esos abuelos que en su fría soledad añoran un cálido abrazo.
Concluye diciendo que la experiencia nos enseña que tenemos aciertos y cometemos errores, pero que al final somos los jueces de nuestros propios hechos.
¡Poesía en estado puro desde el calor íntimo del sentimiento!
José María Pizarro