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INTRODUCCIÓN

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Clara de Asís, la mujer de mirada luminosa –como se le llamaba y, según parece, la única en escribir una Regla religiosa para mujeres–, puede que le hubiese dicho a su amigo Francisco que escribiese: Sorelle e fratelli tutti. Hoy, sin duda alguna, se lo habría dicho. Pero era la Edad Media cuando Francisco escribió en sus Admoniciones solo fratelli. Sin embargo, en el siglo XXI, decimos ya y reclamamos fraternidad y sororidad. También Francisco de Asís, con su amiga y hermana Clara, lo habría escrito así ahora: «hermandad».

Con motivo de mi ordenación presbiteral, el 11 de septiembre de 1993, en Santo Domingo de La Calzada (La Rioja), la comunidad de hermanas franciscanas del Espíritu Santo de esa ciudad me regaló una hermosa réplica del Cristo de San Damián (a menor escala, claro). La imagen ante la que rezaba san Francisco hacia 1206, cuando Cristo le dijo que reparase su casa, porque se encontraba en ruinas. Junto con ese crucifijo también me regalaron la entonces más reciente edición de las obras y biografías de san Francisco de Asís. En ambos regalos fijo mi atención con asidua frecuencia, agradecido y en búsqueda de «la perfecta alegría».

Pues bien, aquella edición de 1991 de los escritos y biografías de san Francisco de Asís relata que las Admoniciones son «fragmentos que quedaron fuera del proyecto de la Regla como ampliaciones superfluas o como cláusulas no aptas para una regla» 1. Y remite esta opinión al profesor de teología calvinista Paul Sabatier –experto en san Francisco de Asís y especialista en estudios franciscanos– en su obra Vie de St. François d’Assise, publicada en 1893 y reeditada hasta la actualidad 2.

Si las Admoniciones son eso –restos de la preparación de su Regla–, el Poverello sí que se está dirigiendo exclusivamente a sus hermanos varones, miembros de la Orden que se estaba fraguando, y no también a las mujeres. Por eso, aunque el obispo de Roma escriba en esta encíclica que Francisco de Asís se dirigía «a todos los hermanos y hermanas» (Fratelli tutti [FT] 1), realmente no fue así, según los expertos Sabatier y Guerra.


El lenguaje refleja la realidad


De modo que las voces levantadas reclamando para la presente encíclica un título inclusivo de hombres y mujeres, de hermanas y hermanos, no ha estado de más. El Consejo de la Mujer Católica escribió una breve carta abierta a Francisco, previa a la publicación de la encíclica, en la que las mujeres de ese Consejo expresan su vinculación con el ministerio petrino así como con sus enseñanzas:


Atendemos su llamada a ser una Iglesia audaz, desordenada y arriesgada en la que podamos hablar con parresía, y seguimos el modelo de diálogo que ofrece en Amoris laetitia. Por eso, con amor a su persona y respeto a su cargo, le escribimos para expresarle nuestra profunda preocupación por el título de su próxima encíclica, Fratelli tutti. No tenemos ninguna duda de que, al igual que Laudato si’, será un profundo y desafiante llamado a actuar en respuesta a las numerosas crisis que enfrenta nuestro mundo hoy en día como resultado de la creciente injusticia económica y social, una catástrofe ambiental que se avecina y el vasto sufrimiento causado por la pandemia de covid. En todo esto creemos que las mujeres del mundo desean estar con usted en solidaridad, oración y apoyo 3.


En los dos párrafos siguientes, las mujeres católicas muestran su solicitud por un título inclusivo y las razones desde las que se reclama:


Sin embargo, un número creciente de católicas y católicos están expresando su preocupación por la elección del título de la encíclica. Hemos enumerado los enlaces a una serie de fuentes a continuación. Entendemos que el título viene de una cita de san Francisco, y sabemos que su intención es incluir a toda la humanidad. Sin embargo, el sustantivo masculino alienará a muchos, en un momento en el que las mujeres en muchos idiomas y culturas diferentes se resisten a que se les diga que el masculino está pensado genéricamente. Esto es particularmente cierto en los países de habla inglesa, donde ya no se utilizan términos exclusivos como mankind y brethren para referirse a la humanidad. Muchas mujeres italianas también sostienen que no se sienten incluidas en el término fratelli, y en alemán es esencial una indicación más precisa del género pretendido si se quiere comunicar el significado en la traducción. Ya numerosos comentaristas ingleses están traduciendo el título como Brothers all, de manera que hace más explícita y dolorosa la exclusión de las mujeres de las palabras iniciales de la encíclica.

Querido papa Francisco, esta cuestión presenta un problema para muchas de nosotras que de otra manera estaríamos plenamente involucradas con la encíclica y nos comprometeríamos a trabajar con usted para una transformación social, espiritual y ambiental duradera. En el mejor de los casos, es una distracción, y en el peor es un serio obstáculo. Esta desafortunada situación puede ser fácilmente rectificada con la inclusión de sorelle así como fratelli en el título. Esto aseguraría que las traducciones incluyan tanto a las hermanas como a los hermanos en todos los idiomas, y evitaría cualquier malentendido en cuanto a quién está dirigida. Sabemos que una modificación tan pequeña estaría de acuerdo con el espíritu de san Francisco y con sus propias intenciones. Le instamos a que demuestre que está abierto al diálogo y que escucha las voces de las mujeres. Hacer este pequeño cambio en el título sería un poderoso mensaje de que nos ha escuchado 4.


Y debiéramos tenerlo muy en cuenta siempre en nuestro lenguaje eclesial. Como escribe el equipo de redacción de la revista Alandar, «ya José Luis Sampedro hacía esta invitación: “Ha habido un sistema basado en la igualdad que falló por olvidar la libertad. Estamos en uno que defiende la libertad, pero a costa de la igualdad”. ¿Por qué no intentar, de una vez, uno basado en la hermandad (fraternidad y sororidad)?» 5.

El propio Francisco, en su Exhortación apostólica Amoris laetitia, reconoce que «todavía hay mucho que avanzar, porque no se terminan de erradicar costumbres inaceptables», y destaca la «vergonzosa violencia» y discriminación contra las mujeres,


el maltrato familiar y distintas formas de esclavitud que no constituyen una muestra de fuerza masculina, sino una cobarde degradación. […] También en la desigualdad del acceso a puestos de trabajo dignos y a los lugares donde se toman las decisiones. La historia lleva las huellas de los excesos de las culturas patriarcales, donde la mujer era considerada de segunda clase […]. Hay quienes consideran que muchos problemas actuales han ocurrido a partir de la emancipación de la mujer. Pero este argumento no es válido, es una falsedad, no es verdad. Es una forma de machismo. La idéntica dignidad entre el varón y la mujer nos mueve a alegrarnos de que se superen viejas formas de discriminación […]. Si surgen formas de feminismo que no podamos considerar adecuadas, igualmente admiramos una obra del Espíritu en el reconocimiento más claro de la dignidad de la mujer y de sus derechos (AL 54).


Desgraciadamente, esas mencionadas huellas de los excesos patriarcales también están en el camino transitado por la Iglesia a lo largo de su historia. Lo que hemos de interpretar como una permanente invitación a conocerlas y revisarlas para enmendarlas en el presente y para evitarlas en el futuro. Más de la mitad de las personas que componemos el pueblo de Dios son mujeres, y algunas de ellas reclaman, entre otras cosas y junto con algunos cristianos hombres, la igualdad entre mujer y varón en el seno de la Iglesia, modificando el lenguaje patriarcal que todavía usamos y mediante el acceso de la mujer a todos los ministerios y a todos los órganos de decisión eclesiales 6. En este sentido, yo mismo –seguro que como tú–, conociendo solo algunas diócesis españolas y poco más de una docena de otros países, podría enumerar una larga lista de nombres de mujeres cristianas de diversa edad y sensibilidad que tienen capacidades ministeriales y habilidades de gobierno iguales y superiores a las de muchos varones. Por eso, sí, resulta cuando menos llamativo –si no injustificado– que lo que ya se dice en la primera frase de la carta no se exprese y se refleje desde su mismo título: «Los hermanos y las hermanas».

En este comentario voy a hacer un análisis positivo de la encíclica, voy a hablar bien de ella, y bien convencido. Pero también resaltaré algún riesgo. Una afirmación arriesgada se da en el mismo párrafo inicial de la encíclica, aunque remita y cite a la admonición 25 de Francisco de Asís. El papa la trae para fundamentar desde ella que hemos de «valorar y amar a cada persona más allá del lugar del universo donde haya nacido o donde habite».

En primer lugar, la referencia a la admonición 25 está traída por los pelos, forzando su significado, porque el santo se estaba refiriendo a otro asunto. Se refiere a no hablar de alguien a sus espaldas o en su ausencia, sino a hablar siempre a la cara, con caridad siempre –desde luego–. Textualmente, la admonición 25 dice así: «Dichoso el siervo que tanto ama y respeta a su hermano cuando está lejos de él como cuando está con él, y no dice a sus espaldas nada que no pueda decir con caridad delante de él». Creo que no hacía falta buscar un «argumento de autoridad» recurriendo a Francisco de Asís para sostener lo que nos quiere decir Francisco de Roma.

En segundo lugar, es arriesgada porque cabría interpretar ese «más allá del universo donde haya nacido» como un amor etéreo e inconcreto. Francisco escribe que quiere destacar un consejo en el que el santo «invita a un amor que va más allá de las barreras de la geografía y del espacio». Considero que tal intención no es propia de ninguno de los dos Franciscos. Porque ninguna persona podemos sustraernos de las coordenadas espaciotemporales en que existimos; solo existimos así y aquí o ahí. (No obstante, hoy hay alumnos de teología preparándose para ser ordenados presbíteros –y también algunos presbíteros– a quienes les cuesta comprender que la condición humana se realiza en la historia concreta; y solo dentro de ella se vive la espiritualidad cristiana.) El obispo de Roma toma ese consejo de san Francisco para referirse a la universalidad de la amistad social –que es lo que va a desarrollar en la encíclica–, «y esta siempre es concreta y ubicada, practicada en el tiempo histórico en que vivimos, con su específica particularidad» 7.

En otro orden de cosas, la encíclica sí nos sigue ofreciendo algo que es muy coherente con el estilo propio de Francisco: claridad e inteligibilidad. Y esto es de agradecer en los escritos magisteriales católicos. El lenguaje que usa es coherente con el resto de documentos que nos viene ofreciendo, pero también el contenido es coherente con las enseñanzas sociales de la Iglesia, como no puede ser de otro modo. Con el añadido de que aún se entienden mejor que antes.


Las enseñanzas sociales de la Iglesia


En líneas generales, los medios de comunicación social no se han prodigado en la divulgación de la doctrina social de la Iglesia (DSI) a lo largo de su historia reciente. A lo más, difundían su publicación, pero no transmitían sus contenidos. Es razonable. Los medios de comunicación, que son considerados con acierto el «cuarto poder», tienen sus objetivos específicos e intereses propios. Esa es una de las causas principales externas de la poca repercusión e influencia social que la DSI viene teniendo en la opinión pública de la sociedad. Pero ese silencio comprensible desde los intereses de los medios de comunicación resulta inaudito dentro de la propia Iglesia, y también viene ocurriendo en cierto modo. Las causas internas de la débil relevancia de la DSI competen a la propia Iglesia, que tampoco se ha prodigado en su difusión y en propiciar el conocimiento específico de las enseñanzas sociales, calificadas como doctrina. Desgraciadamente, en la misma Iglesia no se ha conocido, ni estudiado, ni practicado en una medida adecuada. Esto es así hasta el punto de que la propia Congregación para la Educación Católica tuvo que publicar el 30 de diciembre de 1988 –¡casi cien años después de Rerum novarum!– las Orientaciones para el estudio y enseñanza de la doctrina social de la Iglesia en la formación de los sacerdotes, para toda la Iglesia católica. Aquel sobresaliente documento concluye diciendo:


La Congregación para la Educación Católica, al confiar el presente documento a los excmos. obispos y a los diversos institutos de estudios teológicos, desea que pueda prestarles una ayuda válida y una segura orientación para la enseñanza de la doctrina social de la Iglesia. Dicha enseñanza, si se imparte correctamente, infundirá, sin ninguna duda, nuevo impulso apostólico a los futuros sacerdotes y a los demás encargados de la pastoral, marcándoles un camino seguro para una acción pastoral eficaz. […] Procurando por todos los medios que estas orientaciones, debidamente explicadas e integradas en los programas formativos, produzcan aquel renovado vigor en la preparación doctrinal y pastoral que hoy es esperado en todas partes y responde a nuestros comunes deseos 8.


Diez años después se celebró un congreso en España dedicado a la enseñanza y la formación en la DSI con el objetivo de valorar su incidencia en seminarios, universidades, catequesis, formación permanente, enseñanza religiosa escolar, movimientos apostólicos seglares y centros de investigación eclesial. Las ponencias, comunicaciones, conclusiones y documentación fueron publicadas en el número 87 de la revista Corintios XIII.

Aun con todo, yo sigo sin percibir que las enseñanzas sociales de la Iglesia hayan tomado cuerpo en la totalidad de las dimensiones de la evangelización, así como en el amplio sentir de todo el pueblo de Dios, si no es en alguna de sus tareas muy específicas. Y, desde luego, la DSI tiene casi nula incidencia política o económica –que es donde debe repercutir directa, aunque mediadamente– tanto en políticos y economistas no cristianos como en quienes se confiesan cristianos. Entre estos últimos –en su doble sentido–, las personas cristianas dedicadas a la política y a la economía, sí hay algunas que han incorporado la DSI a sus programas y proyectos concretos, pero caben ser más.

A muchas personas y comunidades cristianas les está ocurriendo con la DSI lo mismo que les ocurrió a aquellos discípulos en Éfeso a los que Pablo preguntó si habían recibido el Espíritu Santo. A cuya pregunta responden: «Ni sabíamos que había Espíritu Santo» (Hch 19,2). Igual ocurre hoy con la DSI… que aún ¡no han oído ni hablar de ella!

El hecho es que la DSI no se escuchaba ni se atendía o, si se escuchaba y atendía, era excesivamente poco. Y ya sabemos: ojos que no ven… corazón que no siente ni cabeza que piensa…, aunque le estén robando el abrigo –¡o la dignidad!– al vecino. Y una pequeña parte de la humanidad sigue despojando y cometiendo expolios de todo tipo, y otra gran parte padece el sufrimiento provocado por tanta injusticia, y la mayor parte sigue tolerándolo. Pero resulta que con Francisco sí se oye la DSI, ¡y además se entiende! Quizá por eso tantas reacciones tanto a la «actual» Laudato si’ como a la reciente Fratelli tutti. Acerca de estas reacciones me referiré más adelante.

Al inicio de su pontificado se decía de Francisco que «no es teólogo». Pues lo es, aunque desde una teología inteligible y práctica. Pastoral, como lo fue el Concilio Vaticano II. Tan denostado por muchos clérigos en el posconcilio y tan desconocido u olvidado aún hoy por demasiados; precisamente ahora, cuando es el tiempo de empezar a realizar su auténtica recepción, la denominada tercera recepción del Concilio.

Las expectativas conciliares de «vuelta a lo humano» se fueron mitigando en las décadas posconciliares hasta el punto de parecer, casi setenta años después, que «solo fue un sueño». Pero no es así. La recepción de las decisiones conciliares comienza a ponerse en práctica precisamente cuando van desapareciendo sus protagonistas y testigos directos; incluso generaciones después, como ha mostrado la historia:


Sería un tremendo error y una terrible ceguera de los corazones –y no deja de ser un peligro real, del que ni siquiera la Iglesia imperecedera debe creerse preservada de antemano– pensar que después del Concilio se puede, en el fondo, seguir obrando como antes. […] Cierto que todavía pasará mucho tiempo hasta que la Iglesia, que ha sido agraciada por Dios con un Concilio Vaticano II, sea la Iglesia del Concilio Vaticano II. Análogamente, pasaron algunas generaciones después del Concilio de Trento hasta que la Iglesia fue una Iglesia de la reforma tridentina. Pero esto no quita nada de la enorme y tremenda responsabilidad que con este Concilio nos hemos impuesto todos los que constituimos la Iglesia: la responsabilidad de hacer lo que hemos dicho, de llegar a ser lo que hemos reconocido –e incluso confesado ante el mundo entero– que somos 9.


El Concilio Vaticano II


es solo el inicio del inicio. Todo, casi todo, es todavía letra, de la que puede brotar espíritu y vida, servicio, fe y esperanza, pero no brotará espontáneamente. La Iglesia ha reconocido un quehacer que todavía debe cumplirse. [...] Pero inicio del inicio en tal forma que Jesucristo y la Iglesia entran realmente en contacto con este tiempo de hoy y de mañana. Por consiguiente, inicio del inicio [...] para una Iglesia que ve concretársele su propio ser más profundo y su propia tarea en función de las ansias secretas y de la miseria de la época 10.


El Concilio se planteó


tareas y temas que no podían ser mayores. Pero, en comparación con el quehacer que se ha de plantear a la Iglesia en los próximos decenios, todas estas cuestiones no son en realidad más que un comienzo, una preparación remota y un primer equipamiento para esta tarea que se nos echa encima. En efecto, el futuro no preguntará a la Iglesia por los detalles exactos de la constitución de la Iglesia, por la estructuración más exacta y bella de la liturgia, ni tampoco por las doctrinas teológicas controvertidas... Preguntará si la Iglesia puede atestiguar la proximidad orientadora del misterio inefable que llamamos Dios 11.


Nos encontramos ahora ya en el tiempo oportuno para hacerlo.


La pastoralidad eclesial


En esta introducción considero necesario hacer una breve mención de lo que significa e implica la pastoralidad que asumió del Concilio Vaticano II como atributo eclesial, y cómo debe implicar desde entonces a la Iglesia y a nuestra teología. La pastoralidad –como identidad constitutiva de la Iglesia– requiere conocer la realidad tal cual es, lo más verazmente posible; ver en ella la presencia o ausencia del Reino; percibir cómo obra en ella la Rúaḥ o cómo se lo impedimos; escuchar lo que nos dice y discernir para procurar suscitar propuestas razonables, oportunas y coherentes en orden a realizar una praxis transformadora-evangelizadora de la historia para que esta sea cada vez más humana, como Dios quiere.

El Concilio Vaticano II quiso poner fin al largo período de enemistad y de condena en el que estaba asentada la Iglesia con respecto al mundo moderno. La Iglesia decidió superar su propia perspectiva eclesiocéntrica para asumir su vinculación con el decurso de la historia. La Iglesia comprendió la imposibilidad de transmitir el Evangelio mediante sus habituales métodos tradicionales, precisamente en un mundo que reivindicaba su autodeterminación. Habrán de ser las comunidades cristianas, que viven precisamente en esas esferas de vida autónomas –el único lugar donde se vive en realidad–, las que han de impregnar la realidad con el mensaje y el comportamiento del mismo Jesús. Y eso para bien de la humanidad, precisamente.

A lo largo del desarrollo del Concilio se va asentando la intuición de Juan XXIII: la Iglesia debe estar en el mundo de una forma nueva, distinta a la realizada hasta entonces durante el enorme período de cristiandad. La Iglesia quiere ser conocedora de la situación real de las personas para saber de verdad cómo es el ser humano en la realidad. Prescinde la Iglesia de una antropología metafísica y asume la antropología histórica, no con la intención de modernizarse solo metodológicamente, sino con la intención de compartir la realidad vital de la gente –más que conocer o, incluso, sintonizar– para hacerse colaboradora del bien de las personas.

Con un lenguaje «de aquella época», todavía entonces no inclusivo, Pablo VI afirmó:


La Iglesia es para el mundo. La Iglesia no ambiciona otro poder terreno que el que la capacita para servir y amar a los hombres. La Iglesia santa, perfeccionando su pensamiento y su estructura, no trata de apartarse de la experiencia propia de los hombres de su tiempo, sino que pretende de una manera especial comprenderlos mejor, compartir mejor con ellos sus sufrimientos y sus buenas aspiraciones, confirmar el esfuerzo del hombre moderno hacia su prosperidad, su libertad y su paz 12.


El Concilio Vaticano II desplazó el centro de interés de la Iglesia. Ya no va a estar centrado en su propio poderío frente a la modernidad, sino que su centro de interés va a situarse en las alegrías y sufrimientos de las personas. Su interés va a dejar de ser la cristiandad para pasar a ser el bien de la sociedad.

Al inicio del presente tercer milenio, san Juan Pablo II remitía al Vaticano II como orientación irrenunciable para transitar la historia del tiempo presente: «Siento más que nunca el deber de indicar el Concilio como la gran gracia que la Iglesia ha recibido en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza» (Novo millennio ineunte 57). Está siendo Francisco quien ponga en marcha con rotundidad aquellas indicaciones doctrinales de la Iglesia; y lo hace abriendo caminos bien concretos por los que hemos de transitar necesariamente, porque forman parte del camino de la Iglesia.

En el Vaticano II, la Iglesia católica descubrió que se estaba pasando el siglo XX y ella, con modos a todas luces caducos, debía situarse en él para ser fiel a su misión. Debe «ponerse al día» no para estar de moda, sino para ser fiel a su Señor y útil al mundo 13. Con Lumen Gentium, la Iglesia pasó de considerarse a sí misma como societas perfecta a comprenderse como nuevo pueblo de Dios, al servicio de la construcción del Reino en la historia, que es su misión y meta (por tanto, más grande que ella misma). En esta categoría de nuevo pueblo de Dios aún tenemos mucho recorrido por delante; cuanto antes nos pongamos a hacerla verdadera, más auténtica será nuestra Iglesia.

Desde el Vaticano II, la Iglesia se comprende a sí misma inmersa en la sociedad, desde dentro del mundo, como levadura en la masa. Por ello asume nuevas mediaciones para hacer teología y pastoral. Asume la interdisciplinariedad –atendiendo a los saberes y ciencias humanas– y asume un lenguaje comprensible –encarnatorio– que facilite y sirva adecuadamente a su misión hoy. Es la «pastoralidad» de la Iglesia; concepción nueva no exenta de infravaloración, que Edward Schillebeeckx viene a clarificar desde su genuino significado:


Parece que algunos conciben la afirmación de la orientación pastoral del Concilio en un sentido puramente pragmático: una pastoral que no se vincula tanto con la verdad en sí misma o –por lo menos– una pastoral que toma menos en serio la formulación de la verdad. [...] La expresión de la verdad es la inteligencia misma de esa verdad. No existe nunca un momento en que podamos considerar la verdad completamente «desnuda». La nueva expresión de la verdad no es una función adicional, sino que tiene algo que ver con la inteligencia misma de la verdad. Supone, por su misma naturaleza, que nosotros no concebimos jamás la verdad de manera esencialista (como si pudiéramos abandonar nuestro punto de vista humano a fin de entregarnos a una visión panorámica de la verdad) 14.


Y el teólogo holandés continúa diciendo:


Una «teología pastoral», por el hecho mismo de serlo, es identificada con una «teología desleída» (según un malentendido fomentado por algunas publicaciones de segundo rango). Parece que no se comprende todavía que precisamente la expresión misma de la verdad debe manifestar ya su carácter pastoral, de suerte que el adjetivo «pastoral» no sea más que el corolario piadoso de una verdad esencial-abstracta, la cual –por su naturaleza– es no pastoral 15.


A este respecto, ante la no inocente intención de muchos de calificar la teología pastoral –o la pastoralidad de todas las dimensiones de la Iglesia– como una especie de derivaciones prácticas «de menor rango» con respecto a la teología fundamental o dogmática, mantengo que –desde el Vaticano II– la dogmática está –es, se encuentra, se realiza– en la pastoral. Lo expresa así Borgman:


Schillebeeckx preveía el peligro real de que la connotación «pastoral», término vinculado con el Concilio y empleado por el papa Juan XXIII, se interpretara solo relacionado con la aplicación concreta de una doctrina de la fe en sí ya asumida. Pero justamente este punto de vista había sido quebrado por el Concilio. El hecho de que la Iglesia es la luz del mundo (Lumen Gentium), tal como declaraba el Vaticano II en su Constitución dogmática sobre la Iglesia, aún se podía reconciliar con la visión clásica de la Iglesia como guardiana de una revelación perpetua dispensada por Dios para la salvación de la humanidad, una salvación que ella salvaguarda 16.


Y más adelante escribe:


La Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual explica, sin embargo, que la Iglesia nace y se forma en medio del mundo. No se encuentra primero fuera del mundo como guardiana de la revelación de Dios para luego unirse al mundo, sino que se forma en medio del mundo [...]. Por eso la tarea de la Iglesia como pueblo de Dios, y del Concilio como su testigo, es dar prueba «de solidaridad, respeto y amor a toda la familia humana de la que forma parte», y de «dialogar» con el género humano sobre los distintos problemas con los que se enfrenta 17.


Las primeras frases de la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual son la clave de entrada para comprender la intención de todo el Concilio:


Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de las personas de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. [...] La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia (GS 1).


Porque la Iglesia es en el mundo, se siente vinculada a él; y la percepción de tal vínculo la compromete constitutivamente:


El giro copernicano que se produce en la eclesiología se traduce inevitablemente en la nueva forma de percibir el mundo y de relacionarse con él. Este cambio habría sido imposible sin las perspectivas aportadas por los teólogos de la nouvelle théologie preconciliar (en buena medida, condenados por Pío XII en su Humani generis 18) y particularmente por la recuperación de la dimensión histórica de la salvación y la superación de planteamientos teológicos dualistas. Presupone una unión íntima entre la Iglesia y toda la familia humana, tal que lo genuinamente humano encuentra siempre eco en su corazón. La Iglesia no solo no está enfrentada con el mundo, sino que permanece felizmente anudada a él con vínculos imposibles de romper. De ahí que, formalmente, la Constitución acabará versando sobre: «La Iglesia en el mundo» y no como estaba previsto: sobre «La Iglesia y el mundo» 19.


La calificación de Constitución «pastoral» es insólita en la historia de los concilios. La posible –aunque errónea– comprensión minimalista de este carácter pastoral queda eliminada en su propia nota explicativa inicial de este modo:


La Constitución pastoral sobre La Iglesia en el mundo de hoy, aunque consta de dos partes, tiene intrínseca unidad. Se llama Constitución «pastoral» porque, apoyada en principios doctrinales, quiere expresar la actitud de la Iglesia ante el mundo y el hombre contemporáneos. Por ello, ni en la primera parte falta intención pastoral, ni en la segunda intención doctrinal. […] Hay que interpretar, por tanto, esta Constitución, según las normas generales de la interpretación teológica, teniendo en cuenta, sobre todo en su segunda parte, las circunstancias mudables con las que se relacionan, por su propia naturaleza, los asuntos en ella abordados.


Esta catalogación pastoral no supone, entonces, una menor relevancia doctrinal ni significa una devaluación de la autoridad constitucional de la Iglesia 20. Antes al contrario, sanciona un plus teológico y eclesiológico:


Magisterio «pastoral» significa una formulación positiva de la fe que está preocupada por buscar un lenguaje que llegue a la gente de hoy. Las circunstancias históricas en las que se desarrolla la vida de la Iglesia, sujeta, por tanto, a nuevas realidades que la rodean, contribuyen a que la riqueza de la doctrina revelada vaya desentrañando toda la gama de posibilidades que anidan y están encerradas en ella. La circunstancia histórica del Vaticano II, el reconocimiento de los signos de los tiempos, obligaban al Concilio a desentrañar los tesoros de la revelación que deben iluminar al hombre del mundo de hoy. «Pastoralidad» no implica renuncia a la teología, ni la teología conciliar debía perderse en la sutil especulación de los profesionales 21.


A la vez, este encuentro de la Iglesia con el mundo ha de ser permanente, porque somos historia. La relación de alteridad no se realiza de una vez «para siempre», sino que hay que mantenerla «durante» toda la existencia, en cada situación histórica; permanentemente. Porque la Iglesia está en el mundo, y todo lo que hay y ocurre en el mundo le importa y le afecta. Su misión evangelizadora se realiza en servicio y diálogo con la humanidad. La historia aporta novedades positivas y también sombrías; junto con todas las personas de buena voluntad, las personas cristianas habremos de celebrar con gozo las primeras y transformar las segundas con parresía: «Desde este Pentecostés eclesial [el Concilio Vaticano II], la mirada sobre ese mundo será siempre muy otra y constituirá una continua invitación a transformarlo audaz y creativamente según el sueño de Dios» 22.

Y, por último, la eficacia de la propia sacramentalidad de la Iglesia solo es posible en el ejercicio de su alteridad compasiva con el mundo. Solo es signo eficaz cuando se comprende y se sitúa en medio de la realidad humana, afectada por ella y en cooperación servicial hacia ella y con ella. La Iglesia deja de pretenderse idéntica al Reino o como realización de la salvación misma, y se comprende como sacramento de salvación, como signo efectivo y vigoroso –entre otras personas y junto con ellas– con la especificidad de transparentar la presencia de Jesucristo, salvador en medio del mundo.

Así establece una nueva «relación para con el mundo en la modernidad, dejando a un lado la consigna del extra Ecclesiam nulla salus. […] Parte de una consideración del misterio de Dios, que no se detiene en los límites de la Iglesia, sino que los rebasa. Esa salvación acontece también fuera y antes de que llegue la Iglesia» 23. Tendríamos que enmendar aquella sentencia del obispo san Cipriano de Cartago –quien mantuvo también una controversia con Esteban, el entonces obispo de Roma 24– y reescribirla así: Extra Ecclesiam etiam salus (Fuera de la Iglesia también está la salvación, o bien: Incluso fuera de la Iglesia hay salvación).

Quedaban, en fin, pendientes de nuevo tratamiento los temas ya clásicos 25. Las personas y comunidades empobrecidas, las excluidas, las víctimas de toda injusticia, cuyo tratamiento estuvo en los debates conciliares, pero quedaron ausentes en sus documentos, permanecían ausentes también todavía como causa de reivindicación de justicia social y política por parte de la Iglesia. A lo más, siguen siendo destinatarios de su atención. La Iglesia ya venía indicando la necesidad de cambios estructurales a favor de la promoción integral de toda persona; pero lo hacía tímida e insuficientemente, o los medios de comunicación decidieron no ser voceros de la Iglesia. Hasta que los cardenales de la Iglesia –escuchando a la Rúaḥ, que habla y obra en la historia– designaron a Francisco como obispo de Roma. Lo que dice y lo que escribe Francisco se entiende con claridad. Y, quizá por eso, el cuarto poder haya pensado: si «la gente» se va a terminar enterando de lo que dice Francisco, pues que sea a través de mis medios; al menos puedo influir en la opinión pública, y hago negocio si la empresa de comunicación es privada. Puede que por eso Fratelli tutti haya tenido tanto impacto mediático. Quizá.

Hermandad global

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