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La liturgia,

casa de la ternura de Dios

© Del texto, Fundación José Rivera

© De la edición, Ediciones Trébedes, 2021. C. Comercial Buenavista, local 45. 45005 - Toledo.


Diseño de la portada: Ediciones Trébedes

Foto de portada de eze cmf en Unsplash

Correctora: María Alcaide Escalonilla

Nihil obstat. Censor: Jesús Martín Gómez

Imprimatur. X Francisco Cerro Chaves, Arzobispo de Toledo, Primado de España. Toledo, 25 de enero de 2021.

www.edicionestrebedes.com

info@edicionestrebedes.com

ISBN: 978-84-19317-00-1

D.L. TO 59-2022

Edita: Ediciones Trébedes

Este escrito ha sido registrado como Propiedad Intelectual de su autor, que autoriza la libre reproducción total o parcial de los textos, según la ley, siempre que se cite la fuente y se respete el contexto en que han sido publicados.

José Rivera Ramírez

la liturgia,

casa de la ternura de dios

Ediciones Trébedes


José Rivera Ramírez, sacerdote diocesano, nació y murió en Toledo (1925-1991). Su infancia se vio sacudida por los dramáticos sucesos de la Guerra Civil española, especialmente por la muerte de su hermano, Antonio Rivera, que le dejó una profunda huella humana y espiritual. Muy joven inicia sus estudios en diversos seminarios y es ordenado en 1953. Tras una breve, pero intensa experiencia en la vida parroquial, pasa a desempeñar labores de acompañamiento espiritual y formación en diversos seminarios. Su labor de formador de sacerdotes le acompañará toda su vida. Igualmente destaca muy pronto como director espiritual y predicador, desarrollando una inagotable actividad de acompañamiento personal y promotor de retiros, ejercicios espirituales y charlas formativas para seminaristas, sacerdotes, religiosos y seglares. Es recordado por su amor a los pobres, especialmente a los gitanos.

En 1998 se abrió la etapa diocesana del Proceso de Canonización, que concluyó en el año 2000. El 30 de septiembre de 2015, José Rivera fue declarado venerable.

La Fundación José Rivera tiene como objetivo conservar y difundir la memoria del venerable José Rivera. Es una fundación canónica constituida en la Archidiócesis de Toledo. Cuenta con un grupo de personas que ayudan desinteresadamente en las diversas tareas que se desarrollan para alcanzar sus objetivos. La Fundación se financia con donativos y a través de sus publicaciones. Todos los derechos de autor de este libro se destinan a este fin.

Contenido

«RESONANCIAS DE UN DIARIO» 11

2.- Gozo de recibir 16

3.- Luminosa humillación 16

4.- Inquebrantable esperanza 17

5.- Hambre y sed del Espíritu que brota de la liturgia 18

EL AÑO LITÚRGICO 21

DE SU DIARIO 21

SU VOZ EN LA LITURGIA 21

DE SUS CUADERNOS 23

EL AÑO LITÚRGICO: SENTIDO Y REVISIÓN 23

CRITERIOS Y REVISIÓN DEL AÑO LITÚRGICO 28

ADVIENTO Y NAVIDAD 35

DE SU DIARIO 35

AL ACERCARSE EL ADVIENTO 35

MARÍA EN EL ADVIENTO 45

A LAS PUERTAS DE LA NAVIDAD 53

TODO ESPERA LA GRACIA 56

LOS DONES DE LA SOLEMNIDAD 60

BENEDICTUS 62

MAGNIFICAT 64

EPIFANÍA 68

DE SUS CUADERNOS 71

TIEMPO DE ADVIENTO 71

EL MISTERIO DE LA NAVIDAD 79

ALGUNOS NOMBRES DE CRISTO 85

DE SUS PREDICACIONES 92

RETIRO DE ADVIENTO PARA SEGLARES 1986 92

CUARESMA 113

DE SU DIARIO 113

DISPOSICIÓN A LA CUARESMA 113

MIÉRCOLES DE CENIZA 116

DE SUS CUADERNOS 129

SENTIDO CRISTIANO DE LA CUARESMA 129

RETIRO DE CUARESMA PARA SACERDOTES 132

SACRAMENTO DE LA PENITENCIA 138

EL SENTIDO DE LA CRUZ 158

JESUCRISTO SALVADOR 171

EL MISTERIO DEL PECADO 178

SEMANA SANTA 189

DE SU DIARIO 189

AL HILO DE LOS DÍAS: SEMANA SANTA 189

AL HILO DE LOS DÍAS: LAS RIQUEZAS DE LA PASCUA 198

LA EXPIACIÓN 213

DE SUS CUADERNOS 216

NOTAS SOBRE LA SEMANA SANTA 216

PARA VIVIR LA SEMANA SANTA 225

LA AGONÍA DE GETSEMANÍ 230

NOTA SOBRE EL SALMO MISERERE 255

CHARLAS: SEMANA SANTA 258

DE SUS PREDICACIONES 279

HOMILÍA JUEVES SANTO 1983 279

CONSIDERACIONES SOBRE LA LITURGIA DEL VIERNES SANTO 286

HOMILÍA VIERNES SANTO 1983 289

VIGILIA PASCUAL 295

DOMINGO DE RESURRECCIÓN 301

PENTECOSTÉS 309

DE SU DIARIO 309

PREPARANDO PENTECOSTÉS 309

DE SUS CUADERNOS 327

NOTAS PARA RETIRO DE PENTECOSTÉS 1979 327

RETIRO ESPIRITUAL EN LA VIGILIA DE PENTECOSTÉS 1981 334

NOTAS RETIRO VIGILIA DE PENTECOSTÉS 1982 338

DE SUS PREDICACIONES 341

EL ESPÍRITU SANTO: PERSONA DIVINA 341

EL DON DEL ESPÍRITU SANTO 367

INTRODUCCIÓN

«RESONANCIAS DE UN DIARIO»

Así me gustaría introducir estos escritos del Venerable José Rivera sobre la liturgia y su vivencia que la Fundación José Rivera desea publicar. Vienen a recoger —aunque enriquecidos con otros textos— aquellos primeros Cuadernos sobre los diversos tiempos litúrgicos publicados no mucho después de su muerte. Y que nacieron precisamente como las primeras sorpresas ante el hallazgo de un Diario, escrito del Venerable, que sorprendió a todos, propios y extraños, por su volumen y su transparencia espiritual.

Quien tenga ocasión de acercarse a su Diario constatará que estos textos son resonancias del mismo, en el que refleja esplendorosamente su modo personalísimo de vivir toda su vida «pegado» a la liturgia de la Iglesia madre. Es decir, viviendo siempre al compás del año litúrgico de la Iglesia, fiesta tras fiesta de las que nos propone la liturgia, en la compañía y amistad de los santos que nos acompañan especialmente desde la propia liturgia. Y sobre todo, sabiendo vivir e iluminar todos los acontecimientos de la vida diaria y del ministerio sacerdotal desde el hontanar de la liturgia, que en su valor más profundo es Cristo resucitado y su Espíritu acompañando y fecundando nuestras vidas, en permanente camino de Emaús.

En el tesoro de la liturgia, el Venerable Rivera encontró siempre la ternura de Dios, que lo acariciaba y levantaba una y otra vez de sus desánimos y dificultades. Volver al agua viva de la liturgia era promesa de nuevas gracias y avances en el camino de la santidad siempre buscado y pretendido. Así, al compás de la liturgia, Dios supo hacer con él el camino de su personal historia de salvación. Comenzaba el año litúrgico y cada nuevo tiempo como quien estrena gracia, como quien se abre a la sorpresa del amor de Dios Padre, que en la liturgia gusta de despertar en nosotros la sed de él más fuerte y santificadora.

En un Sábado Santo, de esos ajetreados por la abundante predicación y entrevistas, acompañado por un fuerte dolor de cabeza que «se resiste a las cafiaspirinas», encuentra el momento de ternura divina «tan recalcada en estos días santos», en un detalle concreto:

«Ayer, un tanto al azar, en uno de esos momentos en que estás “haciendo tiempo”, tomé el libro Dios les basta, y lo abrí y topé con aquella frase —ya conocida— de santa Teresa de Lisieux: “Hermana mía, usted quiere la justicia de Dios, y la tendrá. Porque el alma recibe exactamente de Dios lo que de él espera”. Salí llorando, porque en unos momentos en que tengo tan presente mi fracaso, me asegura cabalmente el éxito. Pues, esto es cierto, siempre he esperado de Dios el amor sin más, y lo he esperado en circunstancias, diríamos, desesperantes. Y por ello estoy seguro de recibirlo. Exactamente eso, pero en abundancia infinitamente mayor» (Diario, p. 56).

La liturgia es para don José, junto con la Palabra de Dios, la fuente principal de la vida cristiana y la fuente de todo el vivir del hombre, de la sociedad, de la Iglesia y del mundo. Como el hontanar donde el hombre de fe, que vive del misterio, sabe encontrar siempre nuevas gracias. Es incesante su preocupación por encontrar en la liturgia, sobre todo en la eucaristía, el texto o el momento que ilumina la tarea y la acción concreta, la circunstancia y la prueba que el amor de Dios nos procura cada día y en cada momento. Don José contempla la Iglesia y el mundo, a cada persona con la que trata, como brotando del amor de las personas divinas, que se nos revela amor personal en la liturgia y también se nos comunica eficazmente.

Además, entraba en la liturgia, en el año litúrgico, como pastoreando y sabiendo llevar hasta el altar de la Palabra y de la ofrenda a cada uno de todos:

«Entremos yo y todos los que Dios me ha confiado en el Adviento. Tiempo de gracia peculiar. Esperemos realmente su venida, la arremetida especialmente intensa de su amor sobre nuestro egoísmo disimulado, disfrazado de mil modos. Y esperemos en primer lugar una intensificación de sus iluminaciones para discernir nuestros disfraces de sus confortaciones, para dejarnos desnudar de ellos» (Diario, p. 273).

Así, con frecuencia comentaba esperar más —infinitamente más— de la liturgia, de un tiempo litúrgico fuerte, que de todos los planes pastorales juntos.

El comienzo del año litúrgico es actualización de grandes promesas y gracias por parte de Dios. Abre el horizonte de nuevas gracias, de nuevas acciones de Dios, como una historia de salvación renovada. Frente a esas gracias, don José responde siempre dejándose avivar y espolear en la esperanza cristiana.

El año litúrgico es como el ámbito de vida, celebración y ministerio que le envuelve en su santificación y en su vida sacerdotal. Estima continuamente que es bueno apreciar los «lugares sagrados», pero no menos los «tiempos sagrados». Y por eso se siente en todo momento cuidado por la liturgia, por el tiempo litúrgico, por las fiestas, por la celebración: es la expresión, para él, más sublime del cuidado providente de Dios Padre, que en Cristo y por su Espíritu vuelcan sobre el mundo y la Iglesia su gracia a través de la liturgia.

Además gustaba de testimoniar en la predicación y en la vida que la liturgia es para todo cristiano fuente del agua viva del Espíritu que se nos da abundantemente, como torrentera, para fecundar toda nuestra vida, y para él, sobre todo, su santidad y su ministerio sacerdotal. A muchos sorprendía que don José no «preparaba» inmediatamente las homilías o las charlas, pero todas brotaban en él especialmente enriquecidas por la liturgia celebrada, vivida, saboreada largamente en la contemplación y el estudio. Y hemos constatado todos que, a partir de su vuelta a Toledo, en los comienzos del pontificado de don Marcelo, avivó el gusto de la liturgia con retiros en los tiempos litúrgicos fuertes, con la recomendación del Misal litúrgico para todos, con la invitación a la vivencia de la misa diaria. Ciertamente lo hacía desde el estudio orante de los documentos del Concilio Vaticano II, sobre todo los que se refieren a la Palabra de Dios y la liturgia.

Me gustaría subrayar solamente algunos matices de toda la riqueza que presenta su testimonio y su vivencia constante de la liturgia:

1.- Vivir la realidad

Vivir de la realidad personal, que es Dios, que es la Trinidad, es la obsesión santa de don José Rivera. Y por eso le hemos conocido tan sensible a lo personal, a lo sobrenatural y, por contra, rechazando todo lo que es mentira, apariencia, espectáculo, falsedad, hipocresía, mediocridad…

«Claro que retrocedo, a veces, ante actuaciones concretas, mas cuando me voy dejando llevar de ideas sobrenaturales, de esos conceptos de realidades personales: Padre, Hijo, Espíritu Santo, Virgen María, ángel…, entonces actúo realmente» (Diario, p. 2).

Por la liturgia, todo lo contempla brotando de la realidad primera que es la Trinidad. Si es la oración y la alabanza y la acción de gracias, brota de la contemplación de la grandeza de Dios, de la hermosura del Verbo resucitado, que lo ilumina todo. Si es la vida ministerial, la liturgia es comunión y colaboración con Cristo, sumo y eterno sacerdote, que hay que llevar a la cama de un enfermo, a la predicación apostólica o al corazón de cada dirigido. Si es el resto de la vida, hasta las acciones más naturales, todo nos descubre el amor de Dios Padre y hemos de vivirlo para su gloria.

Por eso para el Venerable Rivera adorar no es simplemente una palabra, sino una manera de vivir, la primera manera de vivir de todo cristiano. Esa manera de vivir que él normalmente iniciaba tan de madrugada con la Liturgia de las Horas y que procuraba no abandonar a lo largo del día.

Don José predicaba mucho contra la desobjetivación, es decir, contra el obrar frente a la multiplicidad de las cosas, no por la visión real de la fe, no por la realidad auténtica. Por eso su insistencia en la fe viva y personal para vivir siempre de la realidad de Dios. Esta falta de objetividad sobrenatural le parece verdadero obstáculo a la santidad. Ello es, en definitiva, falta de fe.

Vivir de la realidad que es Dios y su continuo y providente actuar en la Iglesia y en el mundo, sobre todo, en el corazón de los hombres.

En el año 1971, escribe: «La tragedia de mi vida es que, desde hace años, Dios está intentando revelarme personalmente la realidad del nivel sobrenatural, y yo no me presto dócilmente a recibirla. Y sin embargo, ¡Qué fecundidad la mía, si fuera dócil!» (Diario, p. 19).

Pero no solo en la liturgia, sino siempre don José procura vivir «en la anchura de la realidad». Porque la «realidad» de todo es Dios presente y actuando. Si se trata del conocimiento propio, en la relación con Dios que es la realidad más profunda de nosotros mismos. Si se trata de las cosas, en todas el Verbo encarnado está obrando, está informando y recreando y por eso no encontramos nada sino en él. De ahí don José concluía que propiamente no vamos a Dios desde las cosas, sino que vamos a las cosas desde Dios; o no vamos o no vivimos la realidad o caminamos entre fantasmas.

En un momento concreto, reconoce en él estas tres realidades fundamentales de su vida interior: La inhabitación. La encarnación. La eucaristía. De ellas vive y para ellas. Es decir, del amor personalísimo de Cristo.

2.- Gozo de recibir

Es seguramente la actitud fundamental de la liturgia que don José cuida con especial esmero de fe y esperanza. Porque en la liturgia Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo se hacen presentes, dando y dándose, y nosotros, siempre menesterosos, participamos sobre todo recibiendo.

El gusto de recibir es lo propio de los niños que se saben realmente amados; también de los pobres, que se encuentran verdaderamente necesitados. Y es por tanto el gozo de los espirituales en todo encuentro con Dios.

Mirándose en el ejemplo de Cristo, escribe:

«El hombre tiene —como Cristo— dos aspectos en su única realidad: lo tiene todo recibido, pero lo tiene; es decir, posee realmente una copia no pobre de cualidades. Ahora, Cristo se complace, en primer término, en calidad de recibido, el hombre se complace, casi únicamente, en calidad de posesión. En esto hay grados, pero llegamos, no raramente, al disgusto de recibir: y estamos en pleno pecado mortal de soberbia» (Cuaderno de estudio, p. 983).

El pecado principal de los ángeles y de los hombres es la soberbia o la autosuficiencia frente a Dios, que la liturgia continuamente purifica para construirnos en la verdad.

La liturgia nos enseña y capacita para recibirlo todo de Dios y siempre, pues él es el que da puro amor y nosotros lo recibimos.

3.- Luminosa humillación

Es la misma de Cristo, la que nos viene de él, en todo el Evangelio: «El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras» (Juan 14, 10) . Porque la liturgia de la Iglesia le recuerda continuamente que la obra no es suya, sino del Padre, de Cristo. Y la liturgia le actualiza siempre la verdad de que el Espíritu Santo es el obrero de todo y nosotros humildes colaboradores.

Preparando la renovación de las promesas sacerdotales en la misa crismal, escribe:

«La simple lectura de las promesas, que voy a renovar dentro de unas horas, me ilumina más intensamente todavía mi vida como una “catarata de desastres”. Y como una fidelidad amorosa y omnipotente de Cristo, del Padre, del Espíritu. Pero hay que cambiar casi todo… No se trata de propósitos míos, sino de confianza en la acción del Espíritu y en abundancia consecuente de oración» (Diario, p. 53).

Toda la seriedad de la liturgia, que nos abre al misterio, a la adoración y contemplación de Dios y a la entrega y ofrenda por los hermanos, brota de la seriedad con que en la liturgia Dios trata al hombre, lo toma en serio. Por eso la liturgia no será nunca una broma, una comedia o un espectáculo.

4.- Inquebrantable esperanza

Bebía a borbotones la esperanza y la confianza en la gracia y en el amor de Dios, en la liturgia, y luego la proyectaba en la vida de cada uno, con esa irrefrenable sonrisa de la acogida.

Un 9 de Diciembre, pero del año 1963, meditando los textos de la misa de Adviento, Isaías 40, 25-31, Salmo 102 y Mateo 11, 28-30, —creo que corresponden al miércoles de la segunda semana— escribe:

«¡La enorme figura de Yahvé en las palabras de Isaías! El texto es 40, 25-31. “¿A quién podéis compararme que me asemeje? —dice el santo—. A nadie por cierto. Y esta inextinguible sed de aristocracia; esta complacencia de mi propia distinción, este gusto en los elogios de Sócrates, cuando Alcibíades, en su alabanza, dice que es distinto a todos, ¿dónde pueden saciarse sino en la contemplación de mi Padre? Pues se trata de mi Padre, sin más; de quien tiene tal empeño en serlo, que se pasa la vida persiguiéndome, acariciándome, hiriéndome, esperándome, acechándome, alcanzándome, como sea, para ser mi Padre. El que ha tenido la paciencia de aguardar —y no era la primera vez— cinco años seguidos, enteros, para poder llamarse con verdad, una vez más, Padre mío. Creador de todo, y de cada cosa, y de cada persona; el que “a cada uno lo llama con su nombre…” ¡Dónde se ha ido, Dios mío, la sensación de desánimo, de tristeza! Basta un contacto tan somero con él para que las nubes tenebrosas se iluminen a la luz del que es luz, y se disipen al soplo de su Espíritu. Pues Isaías sabía que Dios era poderoso, creador, sabio, eterno, consolador…, pero nada sabía de que era Padre, ni de que espiraba al Espíritu personal, cuyo templo soy en Cristo» (Diario, p. 17).

Don José vivió con la viva esperanza de recibir el don de la santidad heroica. Un deseo y una certeza que nunca le faltó: «Jamás —ni en las peores circunstancias— parece que he renunciado a recibir la santidad heroica. “Aunque me quite la vida esperaré en él”» (Diario, p. 57).

5.- Hambre y sed del Espíritu que brota de la liturgia

Don José Rivera supo beber abundantemente este don en todas las fuentes que Dios le ofreció a lo largo de su vida: La eucaristía, la oración, los sacramentos, la Iglesia, la cruz y las humillaciones, la expiación abundantísima, también los hombres y la creación, la belleza y la poesía de la vida, en todos sus gestos y «sacramentos»…

Pero todas estas fuentes tienen un origen y un sabor comunes: la intimidad con Cristo, de quien brota el agua viva; Cristo esposo, entregado y arrebatador, con quien convive siempre, pero sobre todo en las noches de adoración y vigilia, estudio y contemplación, poesía e intimidad divinas:

Por otra belleza lucho

y en otra viña me empeño;

y habré de matar mi sueño,

aunque el sufrir sea mucho.

Me enloquece un más y más

que irresistible detrás

de sí me arrastra y apura.

Sublime, ignota hermosura

sin materia, ni figura

que nadie gustó jamás.

Un ejemplo concreto puede ser el recuerdo de la vivencia de una misa crismal del año 1972:

«La misa crismal, auténtica maravilla, me sumió en una situación de sereno gozo humilde. ¡Esta presencia del Espíritu! Porque aunque poco, realmente amo al Espíritu Santo. Verdad que me brotan espontáneas las visiones sobrenaturales con sus dos aspectos, cada uno de los cuales acrecienta la claridad del otro. ¿Qué sería yo ahora si hubiese sido fiel al Espíritu, al menos desde aquellos días de Salamanca, en que estudié el tratado de Trinidad?» (Diario, p. 53).

La vivencia de la liturgia le ilumina sobre todo el camino que el Espíritu Santo se va abriendo en su vida sacerdotal y en su personalidad cristiana total; es el empeño de conversión y purificación continuas; es el deseo vivo de la comunión eucarística, fuente principal del Espíritu porque en ella está Cristo comunicándolo.

Todo su empeño de madurez no busca el autodominio y menos aún manifestar cualidades humanas especiales, sino el señorío de Cristo sobre él, que busca vivir.

Vivía sobre todo la eucaristía sacerdotalmente, corredentoramente con el hambre y el deseo de recibir el amor de Cristo, el amor de las personas divinas a la luz de la expresión de san Juan de la Cruz, que cita así: «Dios se da al alma para que pueda darle a quienquiera» (Diario, 1983).

Esta presencia activa y amorosa de las personas divinas, del Espíritu Santo, es su fe y esperanza. Y la liturgia es la fuente de este amor y ternura. En eso permaneció y murió.

José Luís Pérez de la Roza

La liturgia, casa de la ternura de Dios

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