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PRÓLOGO

Juan Goytisolo

Para quien ha pasado más de cuarenta años del siglo que dejamos atrás en la capital francesa, Celebración de París es una constante e incentiva invitación a volver al pasado.

Me permitiré de entrada un breve inciso personal. En mis primeras estancias en la ciudad me alojé en la Rive Gauche y allí visité el café Flore y el Deux Magots en el barrio de Saint-Germaindes-Prés atraído por el nombre de sus clientes más célebres, no solo Sartre y Simone de Beauvoir sino un verdadero listín telefónico de los escritores y artistas más famosos del momento, pero, según descubrí enseguida, los mentores del existencialismo habían desertado del lugar: abrumados por la curiosidad de los turistas y los burgueses habían renunciado a escribir en los cafés y lo hacían en sus domicilios, en el 42 de la rue Bonaparte él, y en la rue Schoelcher ella, domicilios que Monique Lange y yo visitamos durante y después de la guerra de Argelia con motivo del famoso manifiesto de los 121 a favor de la deserción del ejército colonial. Con gran minuciosidad y documentación, José Vidal-Beneyto sigue los pasos de la pareja instalada ya en Montparnasse y sus vicisitudes durante Mayo del 68: la intervención de Sartre en la Sorbona y la militancia maoísta del filósofo hasta su reclusión en su domicilio del bulevar Raspail, en donde le entrevisté para el diario El País dos años antes de su fallecimiento. El libro de Vidal-Beneyto que arranca con ellos se articula luego en torno a una tan rigurosa como amena reflexión sobre el espacio cultural y social de los cafés, pasajes y salones en donde se desenvuelve la vida literaria y artística de la ciudad. ¿Cómo no celebrar con él el homenaje que le tributa después de los ataques brutales de que ha sido objeto?

La remodelación de París iniciada a fines del XVIII y culminada en el XIX por el barón Haussman originó la emergencia de nuevos espacios de convivencia: los Pasajes que aúnan el comercio y la flânerie. Ahí la referencia a la obra de Walter Benjamin resulta indispensable. En su París capital del siglo XIX el gran pensador alemán analiza las colusiones espacio-temporales de la ciudad desde la perspectiva desestabilizadora del cambio conforme a la visión de Baudelaire. Con la aceleración vertiginosa de las transformaciones, el paisaje urbano reducía las cosas a meras imágenes del recuerdo. Todo concurría a subrayar la caducidad del presente y la incertidumbre ante lo por venir. Las demandas de la nueva burguesía y su aspiración a unos ámbitos exclusivos provocaron complejas operaciones de limpieza y «saneamiento»: creación de áreas despejadas y avenidas amplias, expulsiones masivas de pobres y «elementos asociales» a los guetos que Zola debería describir más tarde. En dicho cambio el papel de los Pasajes era primordial. Si en la zona que se extiende de la Ópera a los Grandes Bulevares –los de Vivienne, Colbert y sobre todo el de Los Panoramas, que fascinó a Cortázar– estos mantienen, aunque museizados, un excelente estado de conservación, otros, que yo solía recorrer casi a diario en mis paseos por los distritos II y X cercanos a casa –los Pasajes de El Cairo, Prado y Brady–, ofrecen hoy un componente humano muy distinto de aquel para el que fueron creados: cafés turcos, bazares hindúes, peluqueros pakistaníes… El autor da buena cuenta de ello en unas páginas en las que el urbanismo se funde con la sociología y esta con una reflexión filosófica que embebe la obra de principio a fin.

En las presentes circunstancias de horror, tras los bárbaros atentados del yihadismo contra el Bataclán y los cafés de los distritos X y XI que sustituyen hoy a los de la Rive Gauche como punto de cita de la bohemia y ocio de los jóvenes, la lectura de las páginas de Celebración de París reviste una obligada dimensión melancólica. Tristemente el odio a la cultura forma parte del genoma humano. Como dice José Vidal-Beneyto: «En estos tiempos de desolación colectiva, en los que el egoísmo y la furia del salvaje urbano vienen a añadir tanta crueldad gratuita a nuestras maltratadas existencias individuales, los valores de armonía y convivencia […] pueden ser una invitación a la felicidad. Que no deberíamos dejar que se perdiera».

Quienes nos sentimos parisienses tenemos que decir bien alto que no lo lograrán.

Celebración de París

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