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Capítulo uno Emociones, inteligencia emocional y educación emocional
Оглавление¿Qué son las emociones?
El término emoción proviene de la expresión latina ex movere, que significaría algo así como ‘moverse hacia afuera’, es decir, iniciar un movimiento interior (que se genera en nosotros mismos) y que se proyecta hacia el exterior. En este sentido, presenta un significado parecido al de la palabra motivación, ya que comparten la misma raíz latina. Desde el punto de vista etimológico, por tanto, la emoción sería aquello que nos mueve a actuar, y que, por tanto, tiene la fuerza suficiente para predisponernos a actuar de una determinada manera.
Sin embargo, definir lo que es una emoción es más complejo de lo que a simple vista parece. Desde una perspectiva más científica, la definiríamos como una reacción compleja y de gran valor evolutivo, desarrollada por el organismo ante estímulos tanto internos como externos, que lo predispone a actuar de un modo relativamente organizado.
Esta compleja reacción integra tres dimensiones de manera simultánea: neurofisiológica, comportamental y cognitiva. Por ejemplo, cuando una persona experimenta miedo (emoción) sufre taquicardia y suda (reacción neurofisiológica); puede quedarse paralizada o echar a correr (reacción comportamental); y experimenta la vivencia subjetiva de lo que el miedo representa para ella en ese momento (reacción cognitiva). Estas tres dimensiones presentan las siguientes características:
• Las reacciones neurofisiológicas se producen de modo automático, independientemente de nuestra voluntad y capacidad de control, y pueden ser algunas de las siguientes: aumento y/ o disminución ritmo cardiaco y respiratorio, secreciones hormonales, incremento de la presión sanguínea, sudoración, rubor o palidez en el rostro, sequedad en la boca y reacciones musculares.
• Las reacciones comportamentales son las manifestaciones más externas de las experiencias emocionales, ya que las emociones empujan al individuo hacia algún tipo de comportamiento encaminado a aceptar, rechazar o huir de las situaciones que las provocan. Esta dimensión comportamental se puede manifestar a través de conductas —alejarse, acercarse, detenerse, saltar, correr, pegar—, por medio del lenguaje verbal —expresiones con las que manifestar miedo, alegría, sorpresa, tristeza y el resto de las emociones— mediante el uso del lenguaje no verbal —expresiones faciales, volumen y tono de voz, movimientos involuntarios del cuerpo—.
• Las reacciones cognitivas constituyen la toma de conciencia subjetiva de las reacciones neurofisiológicas y comportamentales que se están experimentando y permiten al sujeto etiquetar lo que siente. Esta “vivencia subjetiva” de las emociones está profundamente relacionada con el desarrollo y el dominio del lenguaje, de tal modo que existen grados en la manera en que las personas son capaces de dar nombre y significado a las emociones que experimentan. De esta manera, personas con dificultades para la introspección o para manejar correctamente el lenguaje pueden tener problemas para poner nombre a sus emociones, tal y como lo revelan afirmaciones del siguiente tipo: “no sé lo que me está pasando”, “estoy confuso” o “me siento abrumado”.
Características de las emociones
Enumeramos y explicamos brevemente en los siguientes apartados algunas características de las emociones que nos pueden ayudar a entender mejor la importancia que tienen en la vida de los individuos y cuán necesaria puede ser una adecuada educación emocional.
Tienen un gran valor evolutivo
Las emociones son reacciones semiautomáticas con un gran valor evolutivo porque le han permitido a la especie humana salir adelante de manera exitosa a través de los tortuosos caminos de la evolución de las especies. Esto significa que las emociones fueron diseñadas para no ser controladas, puesto que el fin principal de las reacciones emocionales era provocar respuestas muy rápidas en situaciones críticas o muy peligrosas. A lo largo de miles de años, esto ha tenido consecuencias muy beneficiosas para los seres humanos, dado que se han tenido que enfrentar, cuerpo a cuerpo, a depredadores mucho más grandes, fuertes y fieros que ellos y, además, han tenido que protegerse de todas las catástrofes naturales de dimensiones épicas que han ido apareciendo en sus vidas de manera imprevista —volcanes, incendios, inundaciones, terremotos, etc. En todos esos casos, las emociones han desempeñado un papel fundamental para la supervivencia de los individuos y, en consecuencia, para la supervivencia de la propia especie humana.
En la época actual, ese peso evolutivo es mucho menor porque el ser humano ha desarrollado otro tipo de habilidades personales y, sobre todo, herramientas muy técnicas, como armas y otros utensilios muy sofisticados, que le permiten anticipar grandes catástrofes naturales y enfrentarse a los peligros que emanan de otros seres vivos. Por tanto, ya no es tan necesario el uso continuado de estas instintivas reacciones emocionales para la supervivencia de la especie. Sin embargo, y a pesar de que el número y la gravedad de los peligros hayan disminuido para el ser humano, el cerebro humano aún sigue reaccionando de manera visceral e impulsiva siempre que un estímulo externo o interno es interpretado como una potencial amenaza a partir de la información emocional almacenada en las amígdalas cerebrales.
Pueden ser provocadas por diferentes tipos de estímulos
Es prácticamente imposible vivir sin experimentar reacciones emocionales. O, expresado en positivo, “nos pasamos la vida emocionándonos”. Las personas estamos continuamente dando respuestas de agrado o de desagrado, de gusto o de disgusto, de acercamiento o de huida, de repetición o de evitación ante los estímulos que se nos presentan.
Estos estímulos pueden tener dos orígenes:
• Internos: estímulos de los propioceptores sensoriales, recuerdos, pensamientos, etc.
• Externos: todo tipo de información recogida por los órganos de los sentidos.
Esto quiere decir que el mundo emocional se está activando continuamente a partir de la información que le llega, tanto desde el exterior como desde el interior. Por consiguiente, expresiones del tipo “a mí me da igual”, “lo que tú quieras”, “me es indiferente” o “a mí esto no me afecta” no se corresponden con lo que realmente sucede en la parte emocional de nuestro cerebro. En la mayoría de las ocasiones, no es verdad que un acontecimiento no nos afecte, no es verdad que una situación nos deje absolutamente indiferentes, o no es verdad que un determinado estímulo no nos atraiga. En un porcentaje elevado de situaciones, lo que realmente sucede es que los seres humanos utilizamos el lenguaje para fingir lo que realmente estamos sintiendo con fines diversos: a veces, disimular ante los demás porque nos avergonzaríamos de lo que verdaderamente estamos sintiendo; otras veces, evitar conceder demasiadas explicaciones sobre nuestras propias emociones. Los seres humanos estamos programados para reaccionar de manera muy espontánea ante lo que nos rodea o ante lo que experimentamos en nuestro interior, es fácil llegar a la conclusión de que a ninguna persona le da lo mismo una cosa que otra aunque, en determinadas ocasiones, se verbalice exactamente lo contrario.
Tienen un componente innato y un componente de aprendizaje
Las respuestas emocionales también van a ser de dos tipos, ya que las personas responden emocionalmente ante los estímulos que les llegan con dos patrones diferentes:
1. Esquemas de origen biológico inscritos en su cerebro emocional o carácter innato de las emociones.
2. Patrones de comportamiento adquiridos durante su vida o carácter educativo de las emociones.
Diversas investigaciones sugieren el carácter innato de las emociones primarias o básicas y sorpresa —alegría, tristeza, ira, miedo, asco— a partir de los siguientes datos:
• En primer lugar, los seres humanos comparten con otras especies de seres vivos determinadas expresiones corporales para manifestar las emociones como, por ejemplo, el erizado del pelo para mostrar la ira, el descontrol involuntario de esfínteres ante situaciones que generan un miedo extremo o la relación entre determinados olores corporales y el deseo sexual.
• En segundo lugar, personas muy diferentes dentro de la especie humana utilizan las mismas reacciones neurofisiológicas y comportamentales para expresar las emociones.
• En tercer lugar, los niños con discapacidad visual emplean las mismas expresiones faciales para manifestar las emociones básicas y sorpresa —alegría, tristeza, ira, miedo, asco— que los niños con visión, lo que indica que no las pudieron aprender de otras personas.
Asimismo, las manifestaciones emocionales van evolucionando a lo largo de la vida del individuo, es decir, las emociones también presentan un importante componente de aprendizaje. No se nace con un abanico ni muy complejo ni muy variado de emociones. La variedad, la riqueza y la complejidad de los estados y las reacciones emocionales se van adquiriendo a lo largo de la vida. Se puede afirmar que los individuos también aprenden a reaccionar de un modo u otro a lo largo de su vida. Esto quiere decir que el modo de sentir y expresar lo que se siente va variando a la par que las personas maduran. Un bebé puede manifestar gran alegría cuando ve a su madre acercarse con un chupete o un biberón, pero mostrarse totalmente indiferente si se acerca con un billete de 50 euros. Por el contrario, un adolescente puede expresar sorpresa y alegría si sus padres le despiertan un día por la mañana y le regalan 50 euros y, al mismo tiempo, sorpresa y asco si lo despiertan para darle un biberón.
En general, podemos decir que las reacciones emocionales son más bruscas, repentinas y cambiantes en las edades más tempranas y se van haciendo más moderadas, estables y proporcionadas con la edad. El desarrollo del lenguaje y la proliferación de conexiones sinápticas entre las áreas más emocionales del cerebro y la corteza cerebral y, sobre todo, el aprendizaje por imitación de las reacciones de los otros ante situaciones similares propicia esta evolución de la expresividad emocional.
Son experimentadas de modo diferente por los distintos individuos
Los individuos difieren en las reacciones emocionales que experimentan y también en la intensidad con que las experimentan. Esto es debido a la combinación de tres conjuntos de factores:
• Los factores predisponentes, que son los que incitan al individuo a experimentar más a menudo unas emociones que otras. Estos factores pueden ser biológicos, que son aquellos por los que el individuo siente una inclinación natural a sentir con más asiduidad unas emociones que otras, o a sentir las mismas emociones que los demás, pero con diferentes niveles de intensidad; y pueden ser culturales, que son aquellos relacionados con el aprendizaje vicario, ya que los seres humanos también aprenden a emocionarse imitando las reacciones emocionales de las personas con las que conviven.
• Los factores desencadenantes, que son aquellos acontecimientos que se relacionan directamente con la memoria emocional del individuo. Cada persona guarda en las amígdalas, situadas en el sistema límbico, experiencias emocionales de todo tipo —envidia, rabia, asco, vergüenza, alegría— provocadas por acontecimientos ocurridos en el pasado. En la medida en que los estímulos presentes se asemejan a los estímulos del pasado, activarán emociones similares en contenido e intensidad. Por ejemplo, una palabra utilizada con un determinado tono en medio de una conversación puede activar reacciones emocionales de rabia si esa determinada palabra, utilizada con el mismo tono e intensidad, también activó reacciones de ira en el pasado.
• Los factores de mantenimiento, que tienen que ver con los beneficios obtenidos cuando se produce la experiencia emocional. Según los beneficios disfrutados o los perjuicios sufridos por el sujeto al experimentar una determinada emoción, tenderá a evitar o a repetir dicha experiencia emocional. Si la experiencia emocional es evaluada como positiva, el individuo buscará la manera de repetirla en contenido y forma; si, por el contrario, es valorada como negativa, el individuo buscará la manera de inhibirla o de modificar su modo de expresión.
Todas son positivas, pero unas más agradables que otras
Todas las emociones son positivas porque todas son adaptativas. Esto significa que el cerebro necesita experimentar todas las emociones que es capaz de experimentar porque, gracias a ellas, puede encontrar su sitio en el medioambiente en el que vive, adaptarse a él y, si es necesario, transformarlo. En sentido estricto, por tanto, no existen emociones negativas, malas o que no sean útiles para el cerebro. Al contrario, todas sirven. Y es necesario aprender a experimentar cada una de ellas.
Según las investigaciones, lo más exacto y oportuno es distinguir entre tres grupos fundamentales de emociones:
1. Las emociones agradables, comúnmente conocidas como positivas, son aquellas que nos proporcionan placer y, por consiguiente, que nos encanta sentir. Nos gustaría experimentarlas siempre, durante mucho tiempo y con mucha intensidad. Sin embargo, las emociones agradables suelen ser más efímeras que las desagradables y debemos hacer un esfuerzo más grande por generarlas y conservarlas. La emoción estrella de este grupo de emociones es la alegría.
2. Por el contrario, las emociones desagradables, comúnmente conocidas como negativas, son aquellas que no nos gusta experimentar, porque nos proporcionan disgusto, dolor. Normalmente deseamos que estas emociones pasen pronto o que no sean muy intensas porque su presencia en la mente nos produce sufrimiento. No obstante este componente negativo, las emociones desagradables son muy necesarias para la supervivencia de los seres humanos. Las reinas de este grupo son el miedo, la tristeza, la ira y el asco.
3. Un tercer grupo son las emociones ambivalentes, las cuales nos apetece experimentar según las situaciones y estímulos que las generan y el tipo de emociones en el que pueden desembocar. La estrella de este grupo es la sorpresa.
Tanto en el caso de las agradables, las desagradables o las ambivalentes, debemos recordar que las emociones no están sujetas a valoraciones éticas o morales porque representan reacciones casi automáticas ante determinados estímulos internos o externos. Por consiguiente, aunque es admisible utilizar los términos positivas y agradables o negativas y desagradables, no sería correcto hablar de emociones en términos de “buenas” o “malas”.
Son contagiosas
Se ha comentado que las emociones primarias o básicas son innatas y que las reacciones emocionales se caracterizan por su espontaneidad. A ello hay que añadir el hecho de que también son contagiosas. Esto significa que, una vez que la respuesta emocional del individuo se desencadena, es bastante probable que esta reacción provoque en los observadores el fenómeno del contagio emocional. Por ejemplo, si un alumno empieza a llorar en clase, es muy posible que esta reacción se pueda contagiar al resto de los alumnos y que la mayoría de ellos comiencen a llorar sin un motivo propio, sino únicamente movidos por haber observado cómo lloraba el compañero. Y esto se produce independientemente del tipo de emociones, es decir, esto se puede producir a partir de situaciones que provocan alegría, tristeza, enfado o cualquier otro tipo de emociones. Por tanto, de modo similar, si un grupo de alumnos relativamente tranquilo observa cómo un compañero manifiesta su alegría de manera exaltada, es muy probable que esta reacción sea reproducida en cadena por el resto de los compañeros hasta que todos ellos se pongan alegres y también manifiesten su alegría de manera exagerada. Lo más llamativo de esta situación es que el primer alumno puede tener un motivo claro para estar muy alegre, por ejemplo, que le hayan comunicado que ha sido seleccionado para el equipo de baloncesto de su comunidad autónoma; y el resto de los compañeros, sin tener un motivo propio o incluso desconociendo el motivo del compañero, han desarrollado reacciones emocionales similares simplemente por imitación.
Los hechos anteriores pueden ser explicados por un grupo de neuronas de nuestro cerebro. Son las llamadas neuronas espejo, las cuales permiten que los individuos que observan las emociones que experimentan otros individuos lleguen a experimentar vivencias emocionales muy similares solo por el mero hecho de observarlos. Estas situaciones son muy habituales entre los seres humanos y constituyen la base de la industria del cine y del deporte. Gracias a este tipo de neuronas, los espectadores son capaces de vivir emociones muy parecidas a las que experimentan los personajes de una película. Asimismo, estas neuronas permiten al público que observa por televisión o asiste en directo a un espectáculo deportivo alegrarse de manera muy vívida por los triunfos de los deportistas o apenarse profundamente en caso de derrota.
Conviene diferenciar ente estados emocionales y rasgosemocionales
Un estado emocional es una reacción emocional transitoria y pasajera ante una determinada situación. Por ejemplo, se puede afirmar que un individuo entró en un estado de rabia cuando le golpearon con una botella en la cabeza. En cambio, un rasgo emocional se refiere a la predisposición de la persona a reaccionar habitualmente de una determinada manera ante diferentes situaciones. Por ejemplo, señalar que un individuo es una persona rabiosa significa que normalmente reacciona de manera violenta ante situaciones variadas. No obstante, estados y rasgos emocionales se encuentran estrechamente interrelacionados, de tal modo que la repetición de estados emocionales transitorios puede generar rasgos emocionales más duraderos. En este sentido, las personas que experimentan frecuentemente emociones negativas tenderán a adquirir rasgos depresivos y, en cambio, las personas más habituadas a experimentar emociones positivas tenderán a ser más alegres y serenas.
Se distinguen de los sentimientos
Aunque pasen por sinónimos en el lenguaje ordinario, emoción y sentimiento son reacciones diferentes, tanto en sus formas de expresión como en sus efectos secundarios. Podríamos decir que las emociones son reacciones inmediatas, concretas, breves e intensas ante determinados estímulos, mientras que los sentimientos son reacciones más difusas, suaves, estables y duraderas. A pesar de eso, emociones y sentimientos guardan una estrecha relación. El sentimiento se genera a partir de una emoción intensa de este modo: cuando la emoción es analizada por la razón, se independiza del estímulo generador y se transforma en sentimiento, lo cual le permite prolongarse en el tiempo y, a su vez, ir perdiendo la fuerza inicial. Utilizando las tres dimensiones que describen las emociones, podríamos decir que en los sentimientos adquieren mayor peso las reacciones cognitivas en detrimento de las reacciones neurofisiológicas y comportamentales. Por ejemplo, una explosión de ira (emoción) con conductas agresivas (insultos, golpes) y reacciones neurofisiológicas intensas —rubor, elevada presión sanguínea, aceleración del ritmo cardiaco— se puede ir transformando con el tiempo en un sentimiento de disgusto hacia esa persona que sedimenta en una sensación subjetiva de odio, en ligeras manifestaciones neurofisiológicas —leve rubor, cosquilleo en las vísceras, ligera aceleración del ritmo cardiaco— e incluso en nulas manifestaciones de agresividad —apenas algún comentario irónico— cada vez que el individuo en cuestión se encuentra con esa persona.
Funciones de las emociones
Como hemos explicado en páginas anteriores, las emociones han tenido un impacto enorme en la evolución de la especie humana y siguen manteniendo una estrecha relación con el bienestar psicológico de los individuos. Esto es así porque las emociones cumplen funciones importantes en la vida de los seres humanos.
Facilitar la adaptación al entorno
Las emociones preparan a los individuos para que den las mejores respuestas, o sea, las respuestas más adaptativas en las diferentes situaciones que les toca experimentar a lo largo de sus vidas —amenazantes, desconcertantes, tranquilas, peligrosas. En este sentido, las emociones funcionan como “sensores” que detectan las posibles faltas de encaje entre el organismo y el entorno, las cuales son perjudiciales para el proceso de adaptación. Con el fin de contrarrestar esta falta de armonía y, por consiguiente, para mejorar el estado de bienestar de los individuos, las emociones van a provocar todo un abanico de reacciones neurofisiológicas y conductuales con el objetivo de readaptar el organismo a la nueva situación y recuperar el estado de equilibrio y bienestar deteriorado o perdido.
En este sentido, cada emoción está relacionada de manera muy estrecha con una acción específica de adaptación al medio:
• El miedo promueve acciones encaminadas a la protección del individuo, ya sea a través de la huida o por medio del escondite.
• La sorpresa prepara al individuo para enfrentarse a una situación nueva e inesperada.
• El asco provoca que el individuo muestre un rechazo claro e incluso evite el contacto con aquello que podría resultarle dañino.
• La ira tiene como objetivo defenderse o atacar ante la posibilidad de poder ser atacados o incluso directamente destruidos.
• La alegría empuja al individuo a repetir aquellas acciones o a mantener aquellas situaciones agradables durante el mayor tiempo posible.
• La tristeza orienta al sujeto a reflexionar sobre la importancia de una pérdida y, si llega el caso, lo empuja a la búsqueda de ayuda.
Proporcionar información útil
Las emociones proporcionan información muy interesante , tanto al propio individuo que las siente como al resto de personas:
• Por una parte, las emociones proporcionan al individuo información sobre cómo se encuentra, qué les ocurre a las personas que tiene a su alrededor o cómo es la situación a la que se enfrenta —amenazante, peligrosa, desconcertante, tranquila.
• Por otra parte, también los otros sujetos obtienen información muy útil sobre cómo se siente el individuo que manifiesta sus emociones.
En ambos casos, esto es posible porque las emociones utilizan como canal preferente de información el lenguaje no verbal, que está menos sujeto al control consciente. Observando las expresiones del rostro y todo el conjunto de expresiones corporales, las demás personas pueden captar lo que un individuo siente verdaderamente, aunque este intente esconderlo por medio de palabras envolventes o justificarlo a través de intrincados razonamientos.
Ayudarnos a reaccionar de una manera rápida e intuitiva
El cerebro emplea dos circuitos cerebrales a la hora de reaccionar ante los estímulos que provienen del exterior: uno más certero y preciso, pero más lento, llamado circuito tálamo-neocórtex; y otro más impreciso, pero mucho más rápido, conocido como circuito tálamo-amígdala. Esto no significa que las reacciones emocionales se contrapongan a los razonamientos, sino sencillamente que ofrecen a los individuos la posibilidad de utilizar una doble vía a la hora de tomar decisiones. De hecho, las emociones generan juicios rápidos sobre lo que conviene hacer antes de que el sujeto tenga una conciencia clara de lo que realmente está sucediendo y, por supuesto, antes de que realice un análisis detallado de las posibles alternativas de actuación. En un tiempo muy breve, ofrecen al sujeto un juicio inmediato e intuitivo (corazonada) sobre lo que es conveniente hacer. En determinados casos, especialmente con personas muy analíticas, acostumbradas a realizar interminables y pormenorizados análisis de las ventajas y desventajas a la hora de tomar cualquier tipo de decisión, estos juicios rápidos e intuitivos son una manera saludable de salir del bucle de pensamiento en el que pueden verse atrapados. Muchas decisiones cruciales de nuestra vida como casarse, tener un hijo, elegir una carrera, o aceptar o rechazar un trabajo se han basado en un análisis exhaustivo del cerebro ejecutivo, pero la decisión final ha sido fruto de una corazonada (un juicio intuitivo).
Posibilitar la comunicación con los demás
La sede cerebral de las emociones es el sistema límbico o cerebro de los mamíferos. Está situado entre la base del cerebro o cerebro reptiliano, sede de los instintos, y la corteza cerebral o cerebro de los primates.
Este hecho permite entender la importante función social que las emociones desempeñan entre los mamíferos. Los mamíferos de la misma especie se comunican entre sí utilizando el lenguaje corporal, que es el lenguaje empleado de manera preferente en la expresión de las emociones. En muchas situaciones, el lenguaje no verbal constituye una forma más rápida y efectiva de comunicación que el propio lenguaje verbal. Los seres humanos, en tanto que mamíferos, también usan esta vía de relación con los individuos de su especie y, de hecho, la expresión a través del cuerpo y de la cara constituye una forma de comunicación más universal que el lenguaje verbal.
Esta necesidad de comunicar con el grupo de manera rápida tiene también un origen evolutivo y de supervivencia. Era imprescindible comunicarse con el grupo para ser más fuertes y estar juntos para defenderse de los posibles depredadores; y era vital comunicarse con el grupo para mejorar, juntos, como cazadores. De ahí que, evolutivamente, las aptitudes sociales se desarrollasen antes que las aptitudes racionales.
Favorecer el aprendizaje
Las emociones constituyen una base consistente de aprendizaje: por un lado, ayudan a aprender; por otro lado, ayudan a recordar lo aprendido. Esto se debe a que las emociones actúan como una especie de “pegamento” para conservar el conocimiento recién adquirido. Los conocimientos “fríos”, que no están ligados a ninguna experiencia emocional, son difíciles de recordar. Las vivencias que han estado rodeadas de emociones “fuertes” se graban y se recuperan mejor.
Si alguien nos dijera una fecha al azar y nos invitara a recordar todo lo acontecido durante ese día, descubriríamos con asombro que apenas recordaríamos casi nada de lo que sucedió. Si esa fecha, por casualidad, coincidiese con nuestro cumpleaños o con el cumpleaños de alguno de nuestros seres más queridos, seríamos capaces de recordar un número mayor de acontecimientos. En el ámbito escolar, es frecuente escuchar a grupos de antiguos alumnos que recuerdan cantidad de anécdotas o aprendizajes de profesores con los que se llevaban especialmente bien o particularmente mal, pero casi ninguno de aquellos que les resultaron indiferentes.
Por eso es tan importante aprender emocionándose o, dicho de otro modo, conseguir que el aprendizaje no sea un proceso que les resulte indiferente, sino que active sus emociones.
Mejorar la creatividad
Está demostrado que tanto la inspiración como la creatividad requieren, en muchas ocasiones, estados de ánimo especiales para que se manifieste todo su potencial. Los artistas saben, en tanto en cuanto son personas creativas, que dejarse guiar por las emociones es un modo práctico de escoger las mejores alternativas que presenta el pensamiento divergente, que es el tipo de pensamiento directamente relacionado con las manifestaciones creativas. Muchos artistas aprovechan aquellas situaciones en las que experimentan determinadas emociones, como euforia o tristeza profunda, para dar rienda suelta a sus habilidades creativas. Otros, incluso, provocan este tipo de reacciones emocionales explosivas con el objetivo de que su creatividad se manifieste en toda su plenitud.
Cuando el cerebro ejecutivo —el encargado de valorar beneficios y costes de nuestras acciones o incluso de realizar una valoración moral de nuestra conducta— asume el control de nuestros actos, la creatividad se encuentra limitada por el análisis racional al que la somete la corteza prefrontal y, en consecuencia, muchas expresiones artísticas potencialmente creativas ni siquiera salen a la luz. Por el contrario, si un sujeto opta de manera deliberada por dejarse llevar o incluso directamente provoca “explosiones emocionales” que desborden el control del cerebro ejecutivo, es más probable que fluyan expresiones artísticas que manifiesten verdaderamente lo que el artista siente y quiere expresar, con independencia de si estas gustan o no a los demás, reportan o no beneficios, o son consideradas morales o inmorales.
Inteligencia emocional
Origen y definición
Durante varios siglos, la tradición filosófica racionalista contribuyó al hecho de que la comunidad científica considerase que los procesos cognitivos y emocionales constituían dos componentes aislados de la mente humana.
Sin embargo, en los años ochenta del siglo XX numerosos resultados empíricos mostraron que las emociones influyen no solo en cómo piensan los individuos, sino también en lo que piensan. Estos datos provocaron que la comunidad científica empezara a considerar que las emociones deben ser tenidas muy en cuenta también en el ámbito cognitivo (Lazarus, 1999) y se sentaron las bases para intentar superar el error de relegar la emoción a un segundo plano con respecto a la cognición. A partir de aquí, los hallazgos científicos que avalan estas nuevas premisas se multiplicaron. A modo de ejemplo, podemos citar los descubrimientos asociados al hecho de que los procesos cognitivos y los emocionales también colaboran para que los individuos tomen decisiones precisas y rápidas para adaptarse a un entorno vital en permanente cambio (Damasio, 2001).
Asimismo, a lo largo de todo el siglo XX, el concepto de inteligencia como algo abstracto y académico evoluciona hacia una concepción mucho más amplia y abierta que incluye nuevos elementos como los factores emocionales. En esta dirección se mueven las dos teorías sobre la inteligencia más influyentes: la teoría triárquica de la inteligencia de Sternberg (1997) y, especialmente, la teoría de las inteligencias múltiples de Gardner (2011):
• Por una parte, Robert J. Sternberg ya no habla de una inteligencia única sino de tres aspectos de la misma: componencial, experiencial y contextual. Los aspectos experiencial y contextual implican una inteligencia práctica que se refiere a la forma en que las personas se enfrentan a las tareas novedosas o al ambiente, lo cual lleva aparejados los conceptos de inteligencia exitosa e inteligencia modificable. Además, este autor es uno de los primeros que cae en la cuenta de que los test de inteligencia convencionales no captan la inteligencia contextual y experiencial e intuye que, quizá por eso, este tipo de test no predicen de manera satisfactoria el éxito de las personas en el mundo real.
• Howard Gardner, por su parte, define la inteligencia como ‘la capacidad para resolver problemas o elaborar productos que puedan ser considerados valiosos en más de una cultura’ y la configura como un conjunto de nueve capacidades independientes pero interrelacionadas que pueden desarrollarse a través de la práctica. Estas capacidades son las siguientes: lógica-matemática, lingüística, espacial, musical, corporal-cinestésica, intrapersonal, interpersonal, existencial y naturalista. Dos de estas inteligencias —la intrapersonal y la interpersonal— son consideradas las raíces más próximas de lo que hoy conocemos como inteligencia emocional.
En este contexto de reorganización del concepto de inteligencia y de redescubrimiento de los factores emocionales en el campo cognitivo, aparece el constructo de inteligencia emocional. La primera definición de este concepto data de principios de los años noventa del siglo pasado y se presenta en los siguientes términos: “Un tipo de inteligencia social que incluye la habilidad de supervisar y entender las emociones propias y las de los demás, discriminar entre ellas y usar la información (afectiva) para guiar el pensamiento y las acciones de uno” (Salovey y Mayer, 1990). Aunque en un primer momento pasa desapercibido para el gran público, el término inteligencia emocional adquiere una enorme popularidad a partir del éxito mundial del libro de Daniel Goleman que lleva el mismo nombre, Inteligencia emocional5. A partir de ese momento, el concepto de inteligencia emocional se presenta como un constructo novedoso que intenta unir dos interesantes ámbitos de investigación que hasta ese momento se creían no solo independientes, sino más bien contrapuestos: los procesos cognitivos y los procesos afectivos. Además, el constructo de inteligencia emocional no solo goza del reconocimiento de la comunidad científica, sino que también tiene una enorme aceptación social, lo cual puede explicarse, por un lado, por el hastío provocado por la sobrevaloración del cociente intelectual en la selección de personal laboral y, aún en mayor medida, por el rechazo creciente de la sociedad hacia las personas con alto nivel intelectual pero escasas habilidades sociales y emocionales.
Situación actual: inteligencia emocional como rasgo frente a inteligencia emocional como capacidad
Si bien el hecho de que la comunidad científica se tomara en serio el concepto de inteligencia emocional y lo intentase dotar de un carácter científico fue algo extraordinario, la enorme variedad de instrumentos de medida elaborados generó una gran confusión entre los investigadores y, aún más, entre el gran público. Los motivos son los siguientes: en primer lugar, lo cual ya es inquietante, no existía unanimidad sobre cuál era el mejor instrumento para evaluar la inteligencia emocional; en segundo lugar, y como consecuencia de lo anterior, se empieza a sospechar que quizá los diferentes instrumentos de evaluación no estuviesen midiendo el mismo constructo.
A partir de ese momento, los estudiosos del tema organizan sus investigaciones en torno a dos nuevas ideas:
1. Que la inteligencia emocional podría ser un constructo multidimensional, o sea, que podría haber distintos tipos de inteligencia emocional.
2. Que el tipo de inteligencia emocional podría estar relacionado con el tipo de instrumento de evaluación utilizado para medirla.
Así es como se llega al estado actual de la cuestión, en el que la comunidad científica distingue entre dos tipos de inteligencia emocional:
• Los defensores de la IE-rasgo o inteligencia emocional como rasgo (Petrides, Furnham y Mavroveli, 2007), también denominada autoeficacia emocional, consideran que la inteligencia emocional es una dimensión más de la personalidad, dado que los resultados empíricos señalan que existe una relación significativa entre las puntuaciones que los individuos obtienen en IE-rasgo y las que consiguen en los rasgos de personalidad. Este grupo de científicos definen la inteligencia emocional como una constelación de autopercepciones emocionales, es decir, la inteligencia emocional sería el conjunto de los rasgos emocionales del individuo según son percibidos por él mismo. Además, estos autores afirman que la característica fundamental de la IE-rasgo sería que se evalúa a través de cuestionarios de autoinforme, los cuales pondrían de manifiesto las diferencias existentes entre los individuos a la hora de percibir sus capacidades emocionales (Petrides y Furnham, 2001).
• En cambio, los defensores de la IE-capacidad o inteligencia como capacidad definen la inteligencia emocional como la capacidad de procesamiento de la información de tipo emocional (Mayer, Roberts y Barsade, 2008). Los resultados de las investigaciones sugieren que este tipo de inteligencia emocional no es un rasgo de la personalidad, sino que más bien representa un tipo de inteligencia relacionada con el razonamiento y con la resolución de problemas en los que se encuentran implicadas las emociones. Según estos autores, la IE-capacidad representaría la intersección entre la capacidad cognitiva general y la emoción y, por tanto, se debería evaluar a través de test de habilidad o ejecución muy similares a los que se utilizan para evaluar otras capacidades cognitivas (Mayer, et al., 2004, 2008).
Educación emocional
Importancia y definición
En el proceso actual de innovación educativa como respuesta a los nuevos retos que plantea la sociedad tecnológica y del conocimiento, se considera que las competencias emocionales y sociales constituyen un aspecto básico de la preparación de los individuos para esta nueva sociedad, en la que la capacidad de colaboración y comunicación son altamente valoradas.
Uno de los modos de alcanzar esta necesaria preparación podría ser a través de una adecuada educación emocional que diese respuesta a las necesidades socioemocionales de las personas, especialmente descuidadas por la educación académica formal, la cual se ha centrado de manera excesiva en el conocimiento cognitivo.
Bisquerra (2003) define la educación emocional como “el proceso educativo, continuo y permanente, que pretende potenciar el desarrollo emocional como complemento indispensable del desarrollo cognitivo con el fin de lograr una educación integral del alumno”.
Aunque el desarrollo emocional es un largo proceso que abarca todas las etapas de la vida del individuo, el período que va desde el nacimiento a la pubertad se presenta como una etapa especialmente sensible. Diversas investigaciones sugieren que unas adecuadas habilidades emocionales y sociales proporcionarían a los niños las herramientas fundamentales para cultivar unas sólidas relaciones familiares y sociales que serían muy positivas con vistas a evitar las conductas de riesgo características de la adolescencia. Desde este punto de vista, los adultos implicados en la educación formal de los niños asumen una especial responsabilidad de cara a su desarrollo emocional. En primera instancia, estos adultos son los padres, las madres y otras posibles figuras de apego del entorno familiar (hermanos mayores y abuelos, especialmente). Sin embargo, no podemos obviar el papel colaborador que posee la escuela en el terreno del desarrollo emocional de los niños, ya que estos pasan gran parte de su tiempo diario allí. En casos excepcionales, incluso, el papel de los educadores escolares puede resultar fundamental para suplir algunas carencias familiares en el ámbito emocional.
Este hecho implica que la educación emocional se plantea de algún modo como la “vuelta al cole” de las emociones. Teniendo en cuenta que, cuanto más amplia sea la red de vínculos establecidos por el niño (padres, amigos, abuelos, compañeros) mejor será su desarrollo general y también emocional, la vida en el colegio constituye una magnífica posibilidad para que el niño teja una amplia gama de relaciones afectivas con otros adultos y con otros niños, cuyos lazos se establecen y se mantienen a través de las emociones.
Además, como sugieren diversas investigaciones, el desarrollo de competencias emocionales por parte de los alumnos tiene resultados muy beneficiosos directamente relacionados con la escuela:
–Mejora de la autoestima y disminución de los pensamientos y de las conductas autodestructivas.
–Disminución de los desórdenes alimentarios: anorexia, bulimia.
–Disminución de los trastornos relacionados con la ansiedad y el estrés.
–Reducción de la sintomatología depresiva.
–Aumento de los comportamientos prosociales y, consecuentemente, disminución de los comportamientos antisociales: agresiones, conductas disruptivas.
–Mejora del rendimiento académico.
Por consiguiente, el objetivo primordial de la educación emocional será el desarrollo de alumnos emocionalmente saludables, que serán aquellos en los que se produzca una relación armónica y equilibrada entre las capacidades cognitivas y las emocionales. Como veremos más adelante, este objetivo se alcanzará si los alumnos conocen en profundidad el funcionamiento emocional y son entrenados en el desarrollo de aquellas competencias que los capaciten para afrontar los retos de su vida cotidiana y los preparen para su futura vida laboral, familiar y social.
El desarrollo de competencias emocionales
El objetivo de la educación emocional es el desarrollo de las competencias emocionales de los alumnos. Aunque el concepto de competencia es relativamente nuevo en el sistema educativo español, actualmente los profesores ya se encuentran bastante familiarizados con él. Si la competencia es la capacidad para resolver un problema de manera eficaz, hablar de competencias emocionales nos lleva a pensar en el conjunto de capacidades que ayudan al individuo a integrar de manera armónica los procesos cognitivos con las reacciones emocionales, de tal modo que respondan de manera eficaz a las demandas del entorno.
No obstante, los niños pueden desarrollar sus competencias emocionales en una variedad de entornos; la escuela se presenta como un “escenario de vida” ideal para ello. Los centros educativos proporcionan a los alumnos un escenario muy adecuado para que puedan desenvolverse y actuar de manera natural y sin inhibiciones; para que establezcan relaciones positivas con los compañeros y, si llega el caso, resuelvan posibles conflictos interpersonales; para que profundicen en el conocimiento y la puesta en acción de sus recursos personales, construyendo de ese modo un autoconcepto positivo y, en definitiva, para que alcancen el equilibrio emocional necesario que les permita obtener también buenos resultados académicos.