Читать книгу Resumen del libro "Las trampas de la mente" - Joseph T. Hallinan - Страница 4
Miramos pero no vemos
ОглавлениеNo vemos todo lo que observamos y a veces “vemos” cosas que no sabemos que hemos visto. De todos los estímulos visuales que se les presentan continuamente a nuestros ojos, apenas percibimos unos pocos. La mejor forma de determinar aquello que un individuo tiende a captar consiste en preguntarse previamente quién es esa persona, porque la circunstancia de ser hombre o mujer, de ser zurdo o diestro, de ser experto o novato en un determinado campo, tiene una influencia inevitable en la forma en que cada uno percibe lo que se le presenta ante sus ojos.
Los estudios científicos han encontrado que, al presenciar una escena en la que un ladrón le arrebata el bolso a una mujer, los hombres tienden a fijarse en los detalles del agresor, mientras que las mujeres tienden a mirar el aspecto y las acciones de la mujer. Asimismo, han encontrado que cuando se le obliga a la gente a girar en un cruce, los diestros prefieren girar a la derecha y los zurdos, a la izquierda. En consecuencia, y tal como recomendaban los autores de ese estudio, si usted está en un supermercado y busca la fila más corta, lo mejor es que mire hacia su izquierda.
Igualmente convincentes son los estudios que ponen de relieve que, en ciertos campos, nuestra mirada está condicionada por nuestros niveles de experiencia. Así, por ejemplo, la forma en que un golfista observa la pelota antes de golpearla no se parece en nada a la forma en que la mira un novato. Los investigadores han denominado “período de ojo sereno” al tiempo que transcurre entre el último vistazo que le damos a un objetivo y el primer movimiento de nuestro sistema nervioso, y han encontrado que ese tiempo, necesario para programar de manera adecuada las respuestas motoras, siempre es más largo en los expertos que en los novatos. Por eso, en los segundos finales antes de golpear la pelota, los mejores jugadores de golf tienden a mirarla mucho más tiempo y rara vez cambian la dirección de su mirada.
De forma semejante, hay cosas que nuestros ojos se niegan a ver. Por lo general, somos ciegos ante aquellos cambios repentinos que suceden durante una breve interrupción visual. Dos investigadores de la Universidad de Cornell constataron esto de una forma bastante particular. Llevaron a unos “forasteros” al campus de la universidad para que les preguntaran a los peatones algunas direcciones y programaron el experimento de tal forma que durante el intercambio entre el forastero y el peatón se produjera una interrupción muy breve, de apenas un segundo, en la que dos hombres pasaran entre ellos llevando una puerta. En ese breve lapso, cambiaban al forastero, de modo que, al pasar la puerta, el peatón se encontraba frente a una persona diferente, que actuaba como si fuera la misma. ¿Qué sucedió? Únicamente siete de los quince peatones notaron ese cambio. Y no solo eso: cuando repitieron el experimento con la variable de que los “forasteros” fueran vestidos como obreros de la construcción, la tasa de percepción del cambio se redujo a uno de cada tres peatones. Los psicólogos sociales han constatado muchas veces que la forma en que tratamos a los miembros de nuestro propio grupo social difiere de la manera como tratamos a los miembros de otros grupos. Pues bien, parece que esas diferencias no solo afectan nuestro modo de comportamos ante los demás, sino también la forma en que los vemos (o los dejamos de ver).
En Hollywood son muy conscientes de este tipo de limitaciones y por ello emplean a expertos que se encargan de detectar los llamados “errores de continuidad” en sus películas: la camisa sucia que de repente aparece limpia, el vaso que súbitamente tiene más cantidad de líquido. Pero es tal la dificultad de detectar ese tipo de incoherencias que, a pesar de que existan esos “editores de continuidad”, las películas siguen siendo una fuente inagotable de sutiles errores que escapan a la mirada de todos. O de casi todos, porque hay páginas como <moviemistakes.com> dedicadas a hacer visibles los errores que muy pocos ven.
Esto se dificulta todavía más si tenemos en cuenta nuestra inclinación natural a abandonar las tareas infructuosas. Nuestro umbral de abandono, que viene dado por el tiempo que dedicamos a buscar algo, es muy corto, especialmente cuando nos parece poco probable encontrar lo que buscamos. Ese rasgo humano, que suele ser muy útil para vivir sin perder el tiempo, podría ser muy peligroso si nuestro trabajo fuera, por ejemplo, encontrar una pistola o un tumor. En un estudio particularmente preocupante realizado en la clínica Mayo, los médicos volvieron a comprobar las radiografías de pecho que habían sido consideradas normales en pacientes que posteriormente habían desarrollado cáncer de pulmón. El resultado es aterrador: hasta el 90% de los tumores era visible en las radiografías iniciales. Los radiólogos, simplemente, los habían pasado por alto. Algo semejante se ha constatado al poner a prueba a los observadores de pantallas de seguridad en los aeropuertos. Una prueba realizada en Estados Unidos en 2002 indicó que estas personas dejaban de detectar una de cada cuatro pistolas.
Generalmente, y por desgracia, no basta con ser consciente de estas limitaciones para superarlas, pues nuestra maquinaria perceptiva está muy arraigada en nuestro sistema nervioso y su funcionamiento es totalmente automático. El efecto que producen las ilusiones ópticas en nuestra percepción da fe de ello. Observe, por ejemplo las que Michael Bach ha incluido en su página web: www.michaelbach.de/ot/index.html.