Читать книгу El último suspiro del planeta - Juan Antonio Almanado - Страница 10
ОглавлениеI. MAR QUE MUERES
En las aguas inquietas,
la claridad del mar
va perdiendo su pureza,
hundiéndose en el fondo de mis penas
como luz que se apaga,
mientras ella está serena.
Entre el hastío y la sal
vaga su marchito caminar
por el manto de coral
abocada a naufragar.
Ya las olas no mecen los delfines,
pronto dejarán de danzar esos bailarines,
con los silbidos en los oídos
de los hombres afligidos,
por el cielo roto
reflejando las nubes negras
en las profundas tinieblas de ese mar
desamparado.
Muerto, sin sentir que soplas al viento,
para limpiar sus aguas manchadas
por tu desidia injustificada,
hechas a fuego lento
con los vertidos del gentío
en su inmenso lecho
cada día más frecuente.
Muriendo un poco de él.
Muriendo un poco de mí.
Muriendo un poco de ti.
Llora así desconsolada la hermosa sirena.
Llora queriendo cortar sus venas,
por ver llegar el final
y el de su cohorte celestial.
¿Por qué lloras, sirenita?
Ya no cantas a los rudos marineros
tu suave melodía infinita.
Ya no hundes tu cola a la luz de los luceros.
Lenta, lenta, lenta vas,
atravesando el caudal
de tus desdichas,
perdida en el infierno
de las cloacas.
Tus recuerdos y alabanzas
con tu piel hecha jirones
y las manos doloridas
de tan malas emociones.
¿Dónde estás tú?
Vuelan gaviotas desoladas.
¿Dónde estáis tú
y tus amargos amaneceres?
Hay un naufragio en el mar
grande por naturaleza,
en el largo caminar
de los caprichos del hombre
a quien nadie corresponde.
Tú sigues buscando el azar
y yo sueño contigo, resucitando,
ayudado por tu enemigo.
Verde, verde, verde mar.
Hay un refugio en el océano
donde los hombres lloran sus penas
mientras al mar envenenan.
Su sombra huele a podrido,
negro, negro, negro oscuro,
se está muriendo despacio
entre olas malolientes,
que las lleva la corriente
hacia las playas embarrancadas
por la desgracia de tu olvido.
Nadie busca el camino
para parar este sangrado.
A veces lleva tu nombre
y otras las de los hombres malvados.
Flotando anillas prendidas
en verde musgo enredadas,
oro y plata piel dañada,
carne frágil por las latas
mareadas entre algas mal paradas,
y enfermos huéspedes
que desprenden ese olor
de aroma a muerte,
con el rumbo perdido
abandonados a su suerte.