Читать книгу Celebración del poema - Juan Camilo Suárez Roldán - Страница 8
Introducción
ОглавлениеEl poema es arte con palabras, que invita al destinatario a realizar su sentido. La materialización generalmente escrita de este objeto de la cultura determina la expectativa del mismo como un género literario de alta riqueza semántica, en el que las posibilidades expresivas y formales del lenguaje pueden ser llevadas al límite, mediante una singular economía de medios. La historia de este tipo literario es enorme; de la lírica griega arcaica al poema contemporáneo hay un dilatado recorrido, en el que varían la definición de su naturaleza, los recursos compositivos, los usos, y los modos de recepción y valoración. Asimismo, numerosos enfoques, escuelas y campos de conocimiento han dirigido su interés hacia el poema, para ofrecer rendimientos contundentes que dan cuenta del mérito con el cual este expresa y revela aspectos esenciales del ser humano y el mundo por él referidos.
El escrito que ahora se presenta es el resultado de una investigación sobre el poema.1 Tal declaración, como se puede anticipar, escasamente logra fijar con claridad un objeto o un espacio temático, esto porque tanto los orígenes como las vías de estudio de la obra poética se confunden con los del lenguaje mismo y con las iniciativas que buscan establecer su papel en diversos campos. El camino hacia el poema en su versión occidental debe entonces considerar trayectos allanados en diferentes épocas y por varias disciplinas.
Este trabajo tiene como punto de partida una afirmación de Paul Ricœur, en la cual sostiene que, en el poema, “el lenguaje está de fiesta” (2006b, p. 89). El autor francés alude al modo como se genera una apertura máxima de sentido en este tipo de realización discursiva; se trata de una caracterización que, además, surge como consecuencia del estudio en el que se ocupa de la relación entre la estructura textual, la palabra y el acontecimiento (2006b, p. 75). En principio, tal inscripción temática, originalmente referida a los textos y discursos en general, estimuló el interés por hacerla extensiva a una concepción del poema como enunciado, y dio origen a una idea de la creación lírica que permitiera unir los desarrollos de la iniciativa formal, estructural, positivista –si se quiere– sobre el texto, pero superando esta clausura mediante el tránsito hacia el mundo, gracias a la articulación con la palabra, con el decir.
En el nivel personal, conviene agregar que el trato con la poesía comenzó como un juego con palabras y sentidos, la contemplación gozosa de las posibilidades del artificio que conjugaba música y lenguaje. Luego, esta experiencia admirada se hizo morosa observación, tendiente a potenciar al mayor grado sus efectos, y más tarde el interés por los poemas desembocó en estudio, en la pregunta concernida por su entendimiento, por el o los sujetos del mismo, y por el aura que lo precede como una obra continente de especial significación. Todo esto, sin perder –claro está– la disposición emotiva, buscando incluso su articulación.
Atendiendo, por tanto, a la relación entre estructura textual y acontecimiento mediante la palabra, a la posibilidad de una concepción del poema que concilie facultades de recepción y modos de concebirlo, cabe preguntarse lo siguiente: ¿el concepto de fiesta asociado a una posibilidad del lenguaje es un recurso apropiado para definir el poema actual? La interrogación, rectora de este libro, activa igualmente otros cuestionamientos para desarrollar: ¿es posible considerar la fiesta del lenguaje bajo los rendimientos de campos especializados de estudio, como la retórica, la poética, la teoría literaria, los estudios de la comunicación y del lenguaje simbólico? Y, a la par: ¿acaso la valoración cultural de la fiesta en la religión, las artes, la antropología y el papel vinculante de construcciones como el Romanticismo y la Modernidad, además de procesos como el de la secularización, establecen afinidades con la concepción festiva del lenguaje y potencian su rendimiento?
Esta propuesta, en consecuencia, profundiza en los elementos que permiten identificar la dimensión celebrativa del poema para, de igual modo, proyectar tal concepción hacia la valoración del mismo como acto, como evento significativo y de repercusiones litúrgicas, pero al interior de una comunidad fundamentalmente moderna y secular, como la que se da en el final del siglo XX y enfrenta el comienzo del XXI.
El paradójico rasgo de buena parte de la lírica reciente, que consiste en instaurar, en la intimidad del sujeto, asuntos que renuevan el lenguaje, el de la tribu y el del ser mismo, además de un cuidado formal que deviene rito, permite asumir la ocasión poética como un evento que, por su trascendencia y comunión, resulta notablemente cercano a la experiencia religiosa. Y, por tal motivo, surge la pretensión de hacer equivalente la oración, el rezo, la liturgia, el sacramento y la eucaristía a la celebración profana del lenguaje en la poesía. De allí, pues, el interés de adelantar la exploración que ahora se introduce sobre la base de esta hipótesis: el poema, tanto en su condición de texto como en la de acto, propicia una fiesta del lenguaje, que es celebrada por medio de un acto cualificado de participación. La poesía es una liturgia secular, que guarda relación con la religión, tanto por el modo discursivo empleado como por el aspecto histórico, ritual y funcional compartido, y que propicia un fértil vínculo con otras manifestaciones artísticas que proveen sentido.
Asumir la vía académica para apreciar el poema genera recelo, una reserva que alcanza la forma de prejuicio, y que está basada en la idea de una pérdida esencial: el poder de la emoción, el arrebato que debería suscitar en el destinatario el verdadero lirismo. Según tal concepción, el rapto espontáneo que provoca la obra poética desaparecería frente al proceder analítico del hombre racional. Pues bien, años de lectura atenta y recepción lógica desmienten tal sospecha: frente al poema, la dilación potencia el gozo y la lectura reflexiva se convierte en labor apasionada. Además, la atención minuciosa que se presta a cada una de las partes de la obra poética no extingue su fruición o el compromiso vital suscitado por la emotividad; tampoco agota su significado ni, mucho menos, fija definitivamente las posibilidades de sentido del mismo.
Es necesario reconocer que el poema resulta tan natural e inmediato como el lenguaje; por ello, su universalidad material hace odiosa la especialización del saber que lo tiene por objeto y, en cuanto a su materia, como el decir mismo, este puede ocuparse tanto de un asunto banal como de uno sublime. De allí que la propuesta del poema como fiesta del lenguaje dé lugar a un enfoque que articula reflexión y experiencia, texto y acto, forma y uso; un enfoque que, además, sugiere un ámbito conceptual de partida, tanto por el origen de la idea –el ensayo de Ricœur arriba mencionado– como por la efectividad de estas concepciones para el tratamiento de un tipo de realización discursiva que requiere interpretación.
La hermenéutica, en su versión regional, instrumental o literaria, se presenta como aquella disciplina que congrega los resultados de las reflexiones sobre el modo como se comprende e interpreta un texto. Asimismo, en su más reciente modalidad filosófica, es igualmente la encargada de proporcionar las herramientas conceptuales y despejar una vía de conocimiento para establecer la relación entre los textos, aquello que dicen y el mundo del cual se ocupan. Así, resulta posible hacer el tránsito de la reflexión sobre las obras hacia el ser y la cultura, hacia los acontecimientos. Gracias al campo de reflexión que ha establecido esta disciplina, se consigue trasladar el problema del decir poético al contexto más amplio de las humanidades.
Gracias también a la hermenéutica, resultará comprensible, primero, el paso –sugerido igualmente por Ricœur en La metáfora viva (2001)– de nivel de estudio de la metáfora: del examen retórico de la palabra, a la observación de la oración lingüística, a la predicación, al discurso. Y, segundo, el uso del patrón metafórico como modelo apropiado para entender la extensión de sentido que se da en el discurso simbólico empleado tanto por la poesía como por la religión. En otras palabras, se atenderá a la vía hermenéutica como adecuada para el tratamiento del simbolismo discursivo, en razón de la dirección de síntesis de la manifestación que lo vincula con la realidad, con el mundo y la experiencia. Aceptando, asimismo, que la equivocidad se da en el discurso y que el problema del sentido múltiple es interdisciplinar. “La razón de ser del simbolismo es abrir la multiplicidad del sentido sobre la equivocidad del ser” (Ricœur, 2006, p. 65). La anterior afirmación de Ricœur condensa las ventajas que ofrece este recurso para relacionar, funcional y discursivamente, instancias que interesan de forma capital a esta empresa. Lo anterior, claro está, sin renunciar a la dirección analítica de los estudios estructurales.
La hermenéutica será, pues, un espacio conveniente para inscribir la pregunta por la naturaleza del poema y su comprensión. El interés por el sentido de los discursos permite concretar, en la poesía, la inquietud por la interpretación y, además, advertir la proximidad de este propósito con aquel que se despliega frente a otros escritos eminentes, como el jurídico y, especialmente, el sagrado. Tanto el poema como el enunciado religioso presentan, a los grupos humanos que los juzgan valiosos, el reto de esclarecer un sentido que trasciende su lectura inmediata. Se trata, en ambos casos, de textos que requieren una elucidación o una mediación interpretativa para resolver su equivocidad, adoptar un sentido confuso o enmarañado entre otros, y aplicarlo como posibilidad vital. En ambos casos, se trata de discursos cuyos enunciados son de naturaleza simbólica, justamente aquello que la festividad arriba señalada familiariza en su apertura de sentido.
Los estudios literarios experimentaron, gracias a la aparición de la lingüística, un notable avance en el análisis riguroso de las estructuras y los mecanismos internos del texto poético: la ciencia de la lengua suministró potentes herramientas de observación a quien de tal modo procedió al análisis y a la explicación del poema. Pues bien, aspectos como la descripción textual y su funcionamiento, la búsqueda de su especificidad discursiva, los modos interpretativos adecuados para el poema y la validación de los juicios críticos sobre la lírica han sido, entre otros, asuntos que han gozado de especial atención en las investigaciones literarias recientes, y que también son tenidos en cuenta en este trabajo. Aunque la afirmación de Ricœur surge al interior de una reflexión sobre el discurso, ella estimula, justamente por cuanto evoca, la conciencia de la lengua en un nivel que excede lo puramente sistemático y lo proyecta hacia el mundo como decir que supera la clausura inmanente del texto.
La producción lírica ha acompañado, a lo largo de la historia de Occidente, diferentes celebraciones afines a bienes y valores sociales, por ejemplo, el dolor por la partida de un ser querido (trenos, elegías, endechas), el regocijo por la unión de una pareja (epitalamios), la expresión de la admiración que despierta una persona (encomio), el festejo de un triunfo (epinicio), así como diversos asuntos que merecen ser cantados (odas). Por equivalencia, el poeta ha sido visto como ser privilegiado, como protagonista de un entusiasmo o enajenación transitoria que lo pone en contacto con la palabra primigenia, como ser inspirado por las musas para realizar sentido a través de la palabra: un hacedor que, mediante su obra, libera el leguaje a su potencia más prístina. Con el paso del tiempo, estos postulados han contribuido a crear la imagen del decir extraordinario que encarna la poesía. Ejecutantes públicos del poema, como melopoios,2 juglares, trovadores y recitadores, sirven de intérpretes a la potencia ceremonial y espectacular de la lírica, una dimensión que en nuestro medio se manifiesta en autores y eventos en los que igualmente se celebra la poesía. De este modo, una concepción ritual del poema como la que se insinúa encuentra en tal dirección una posibilidad de exploración a la luz del concepto de reocupación de la liturgia por los actos de apropiación y recepción de la lírica.
Uno de los tópicos que integra el horizonte de expectativas en el que se recibe socialmente la obra lírica está dado por el valor solemne atribuido a la palabra poética. La lectura del poema es precedida por gestos de dicción ceremonial –titubeante o grandilocuente, por lo mismo–, que obedecen al recogimiento y a la intensificación de la atención en razón de su particular valor simbólico y la consecuente expectativa frente a la predicación. Estamos ante un caso en el que se abandona la univocidad ordinaria imperante en la enunciación discursiva, para dar paso a un decir de amplias posibilidades en la atribución de sentido. El poema genera una apertura de sentido, a la que se suma la explotación de recursos expresivos de la lengua, como la forma y el sonido, que, en este caso, adquieren un singular valor significativo. El poema altera los modos ordinarios y automáticos de percepción, y propone al destinatario una predicación inusual o, cuando menos, un reto interpretativo del sentido que entraña.
Pero, hay que recordarlo, el poema no es solamente un acto, también es texto –discurso fijado por la escritura, en palabras de Ricœur (2006a, p. 127)– y, en esa medida, susceptible de análisis como realización de lengua. Obra de arte literaria que puede ser estudiada en su inmanencia. Palabra, signo, significado y semiótica representan una de tantas cadenas de explicación posibles para la naturaleza de la estructura del texto lírico. Naturaleza que debe ser abordada con el ánimo de encontrar además, en este nivel, los rasgos celebrativos del poema. En suma, tenemos dos dimensiones del poema, como texto y como acto, que dan lugar a sendas exploraciones en busca del carácter celebrativo del mismo.
La filiación hermenéutica del asunto presentado promueve la búsqueda de referencias al poema como fiesta del lenguaje en otros autores de esta disciplina. En el trabajo de Hans-Georg Gadamer, por ejemplo, desempeña un papel destacado la poesía como escrito eminente; no obstante, en su libro Poema y diálogo (1999a) no encontramos específicamente un desarrollo relativo a la celebración en este sentido. La noción de fiesta es importante para Gadamer y surge en diversos pasajes de su obra; la emplea –relacionada con el juego– para la presentación de la experiencia estética y también aporta reflexiones valiosas sobre la misma para la actual inquietud; sin embargo, se trata de aspectos que aún deben ser referidos específicamente a la obra poética.
Asimismo, en este orden de ideas, conviene señalar que en la obra de Martin Heidegger no existe un tratamiento específico del poema en los términos de la idea enunciada; pero, sin duda, hay allí un filón importante para respaldar el desarrollo de la búsqueda propuesta. Por su parte, autores como Jean Bollack, José Manuel Cuesta Abad, Ángel Luis Luján Atienza, Richard Palmer, Fernando Romo Feito y Péter Szondi han publicado obras que tienen por objeto el texto literario o el poema, en una perspectiva que incluye asuntos como la definición del género literario, la caracterización o la interpretación del mismo, entre otros temas fundamentales, pero no bajo la influencia del régimen festivo.
Algo similar ocurre en el campo de los estudios literarios, donde es preciso reconocer la existencia de una amplia bibliografía dedicada a la definición del género lírico, a la determinación de su naturaleza, objeto, modos enunciativos y valores miméticos. Si bien en estos textos el poema es caracterizado como obra literaria y se revisan las vicisitudes de su constitución genérica, la concepción del mismo como fiesta no pasa de ser, en el mejor de los casos, una alusión. Teorías sobre la lírica como la coordinada por Fernando Cabo Aseguinolaza (1999), elaboraciones de corte histórico como la de Gustavo Guerrero (1998), estudios sobre los rasgos de la lírica moderna como los de Hugo Friedrich (1959) o el de Robert Langbaum (1996) aparecen al lado de revisiones críticas sobre el análisis de textos literarios, como la de José Domínguez Caparrós (2001), o, del mismo modo, reflexiones didácticas más recientes, como la de Terry Eagleton (2010) y Ángel Luis Luján Atienza (2007), en las cuales se busca responder a la pregunta ¿cómo se lee un poema? Son todos ellos escritos que si bien aportan a este libro, no se pueden presentar como esfuerzos basados en una concepción del poema desde el concepto de celebración.
Ahora, para el caso del poema como acto comunicativo, se destaca la publicación de monografías importantes firmadas por José María Paz Gago (1999) y, nuevamente, Luján Atienza (2005). Allí se diseña un elaborado esquema pragmático para el estudio de la poesía, pero la naturaleza celebrativa es un aspecto que aún espera desarrollo o realce. Desde esta perspectiva, cabe mencionar la vertiente que ofrecen los estudios sobe la comunicación, pues allí se obtienen herramientas que aumentan los rendimientos de esta y otras vías de estudio anteriormente reseñadas. Es similar el caso de la estética, cuyos aportes despejan un componente lúdico de la experiencia de la obra de arte, que es aprovechado para el caso del poema.
En un contexto más cercano, la investigación Oficios del goce (2000), realizada por Enrique Yepes, aporta una aproximación a la poética y la política del goce en la América hispana durante la segunda mitad del siglo XX, un referente del beneficio que puede obtenerse al estudiar el campo cultural y literario de la acción poética. En este texto, además de revelar estimulantes instancias del concepto central de su propuesta: “Tal es la demanda del goce: develar lo excluido” (Yepes, 2000, p. 38), el autor activa un nivel oficiante de la poesía, que resulta afín a la perspectiva de esta investigación, aunque en una dirección de aplicación específica. Yepes puntualiza su propuesta con el análisis de obras como las de Alejandra Pizarnik, Cristina Peri Rossi, Renée Ferré y Gioconda Belli, además de movimientos poéticos como el nadaísmo y situaciones de marginalidad en la ciudad de Medellín.
A su vez, el poema, visto como experiencia, da lugar a una perspectiva que permite articular varios de los enfoques hasta el momento referidos, para proyectarlos a la concepción del mismo como celebración. La propuesta de Robert Langbaum (La poesía de la experiencia, 1996) se ocupa del papel que ha cumplido, para la concepción de la lírica moderna, el concepto de Erlebnis (experiencia) y también, en términos generales, el papel del Romanticismo en la constitución del género. Dichos abordajes son revisados en este texto, atendiendo reformulaciones y desarrollos más recientes, de los que resulta en principio claro que esta vía constituye una posibilidad vigente e ineludible para el estudio de la producción poética contemporánea.
Por último, es preciso señalar el camino sugerido por el profesor José Luis Villacañas, quien, en el seminario doctoral impartido en la Universidad EAFIT, partió de la obra de Max Weber para indicar una relación importante con el trabajo de Hans Blumenberg en el rastreo del valor celebrativo en la Modernidad. Celebración, liturgia, secularización y sociedad son nociones tratadas en dichas obras que, si bien no están referidas de manera específica al poema, enriquecen indudablemente el recorrido y la respectiva aplicación contextual del mismo en el ámbito hispanoamericano, a través de aportes como los de Octavio Paz y Rafael Gutiérrez Girardot. La puerta que se abre en esta dirección no solo revela un vínculo fértil entre estética y teología; también obliga a hacer un sondeo para dar mayor profundidad y peso al concepto de liturgia. La obra de Blumenberg (La legitimación de la Edad Moderna, 2008), y otras como las de José Manuel Bernal Llorente (Celebrar, un reto apasionante. Bases para una comprensión de la liturgia, 2000) o Cesáreo Bandera (El juego sagrado. Lo sagrado y el origen de la literatura moderna de ficción, 1997), constituyen las fuentes para el desarrollo de este aspecto.
El panorama cognitivo anteriormente descrito permite ubicar la presente labor en el espacio teórico de las humanidades. El desarrollo de la visión celebrativa del poema en este ámbito propicia el trazo de vínculos de pertinencia con diversas disciplinas para las que la obra lírica constituye un caso insigne de realización estética, un modelo en el que puede observarse el complejo entramado de las operaciones desplegadas para obtener sentido por medio del lenguaje y las implicaciones generadas para actividades de valor simbólico al interior de las actuales comunidades.
Las investigaciones sobre el texto han permitido iluminar la estructura y el funcionamiento interno de objetos que desempeñan un papel central en la cultura de Occidente. Esta tradición es, sin duda, fundamentalmente textual, y el estudio inmanente de los discursos fijados por la escritura ha consolidado una vía expedita para dotar de peso los rendimientos cognitivos de las humanidades. La transmisión de saber a través de este medio y la manera como se permite tal sucesión encuentran en la literatura un tipo de realización central para la tradición occidental. Frente a esta circunstancia, tanto la interpretación como la apropiación del sentido que entraña el poema se definen como operaciones importantes en la experiencia de los sujetos que participan de un proceso de altos rendimientos semánticos, simbólicos, artísticos y existenciales. En este marco, el caso particular del poema y su proposición como ocasión celebrativa, permite obtener conclusiones sobre el modo como este tipo de creaciones incrementan las posibilidades del lenguaje y cumplen un papel específico en la vida de las sociedades.
Este trabajo atiende igualmente a un panorama teórico al interior del cual se renueva la pregunta por el estatuto de la lírica actual, entendiendo por tal un escenario en el que el estructuralismo y la semiótica se reconocen como aproximaciones que han ocupado un lugar en la historia reciente del estudio del poema, pero que aquí atenderán, de la mano de otros acercamientos, a aspectos de la obra poética que refuerzan el papel de los sujetos que intervienen en el acto y las experiencias que este supone al interior de una comunidad. En Palabras en el cuerpo. Literatura y experiencia (2007), Laura Scarano no duda en llamar a este momento “la segunda revolución del lenguaje poético”, y advierte algunas de sus características así:
En un repaso del giro efectuado por la teoría literaria –y especialmente en las discusiones en torno al género–, podemos advertir que ya no se trata de leer poesía sólo para identificar inventarios de tropos o estructuras de relaciones diferenciales, sino de atender al hecho retórico, más allá del dicho, con una atención especial por los discursos que lo cruzan, producen y despliegan. No nos alcanza hoy con contemplar el texto sólo como “artefacto” o “monumento”, o bien entenderlo como “permutación constante” de otros textos en la serie, consagrado a un juego endogámico e incesante de signos lingüísticos, sino que necesitamos advertir las torsiones que sujetos históricos en culturas específicas le imprimen (2007, p. 73).
El estudio del discurso poético, la pregunta por el decir del poema como discurso, se aborda tanto en las reflexiones sobre la interpretación como en los avances de la filosofía del lenguaje y los estudios de la comunicación. Los resultados obtenidos en estos campos amplían las posibilidades de aproximación a una teoría de la lírica y, al mismo tiempo, estimulan la visión del poema como acto cualificado de transmisión y provocación de experiencias. Tal vez sea este modo vicario de relacionarse con el mundo el que mayores utilidades ofrece al advertir la relación entre celebración y liturgia. El poema como acto festivo permite, además, abordajes en los que se constata un espacio de sacralidad reocupado por la poesía en las condiciones históricas de la Modernidad y su proceso de secularización. Es esta una respuesta que, en cualquier caso, encuentra un lugar de pertinencia en los estudios sociales, históricos y de recepción de los textos líricos.
Al referir el ámbito cognitivo y las herramientas teóricas empleadas en la tarea propuesta, es necesario recordar la importancia aglutinante de los esfuerzos y recursos que aportan las humanidades. En esta tradición, la Poética (1974) de Aristóteles funda las posibilidades de un estudio que identifica materia, partes, funcionamiento y relación con los destinatarios del arte con palabras. Pero, igualmente, establece un modelo de autorreflexión para la creación, en un tratado que aspira a describir el quehacer poético y alcanza efectos modélicos, prescriptivos, que, por extensión, han dado lugar a esfuerzos equivalentes para la lírica. Este tipo de aproximación nutre la actual tarea y la pone en condición de obtener beneficios adicionales, si se recuerda que el poema es algo más que un artefacto lingüístico.
Conviene anotar que recientes concepciones del estado y del rumbo próximo de la literatura señalan la importancia de abrir el canon tradicional, de modificar el paradigma de estudio vigente hasta el momento, con el propósito de recuperar pertinencia y funcionalidad en el ámbito humanístico. Además, dicha apertura busca abarcar objetos de creación verbal que escapan a los postulados actuales del canon literario y que constituyen ocasiones de experiencia poética (baste mencionar, como ejemplo de este giro, el reciente otorgamiento del Premio Nobel de Literatura a la obra de Bob Dylan). Para Jean-Marie Schaeffer, es posible constatar que “a menudo se oyen quejas de que la poesía ha perdido público. Sin embargo, a mi entender, ningún estudio cuantitativo viene a corroborar esta afirmación, e incluso todo hace pensar lo contrario” (2013, p. 14). Esto lo afirma asistido por los resultados de investigaciones que incluyen la reflexión estética y admiten la posibilidad de una crisis en los estudios literarios, pero no en las prácticas literarias, propendiendo, igualmente, por esfuerzos de recepción y valoración más amplios.
La hermenéutica moderna –vale decir, filosófica y de corte fenomenológico–, que tiene en Gadamer y Ricœur a dos de sus más notables teóricos, aporta pues las bases de la construcción interpretativa que presenta al poema como celebración. Tal elaboración articula acciones descriptivas, analíticas y formales con esfuerzos de comprensión, aplicación y proyección del poema tanto al individuo que participa de este como al mundo que refiere y al grupo humano en el cual se encuentra. Se articulan, por tanto, estos desarrollos con las propuestas de otros autores que se han ocupado de la interpretación de la obra literaria, del poema o de la categoría fiesta, para discernir aspectos relativos al papel del sujeto que participa del acontecimiento literario, explicando, comprendiendo, interpretando o aplicando sentido. En suma, participando.
El recorrido descrito se cumple de acuerdo con el siguiente orden: el capítulo 1 del libro está destinado a la presentación del concepto de fiesta y su aplicación al lenguaje. Allí se expone el contexto en el que surge la calificación del poema como un caso de apertura máxima de sentido que, en razón de tal particularidad, debe articularse a la celebración. La obra de Ricœur es la base de una construcción que busca desarrollar las implicaciones hermenéuticas de la expresión referida y su relación con el discurso. La noción primaria de fiesta y sus implicaciones inmediatas son expuestas en esta primera sección. Además, el estudio de la relación entre metáfora y símbolo permite identificar la particularidad de los discursos simbólicos, entre los cuales la celebración tiende un puente: poesía y religión. Esto ayuda a entender por qué la acción interpretativa adquiere aquí relevancia, al propiciar la promoción de sentido. En esta cadena reflexiva se incluye a la función poética del lenguaje y a las facultades de percepción del destinatario del poema, para derivar hacia el planteamiento del vínculo entre lo sagrado y lo poético.
Tales facultades y comportamiento del destinatario del poema dan lugar al segundo momento de este escrito. La relación entre el texto y el lector, entre el acto y el partícipe, entre la fiesta del lenguaje y el celebrante es el tema inicial del capítulo 2, en el que se presenta el problema de la constitución genérica de la lírica para establecer el horizonte de recepción que prefigura el comportamiento del destinatario. Su competencia lingüística, orientada al mundo, se estudia en la tradicional división entre razón y emoción, logos y pathos, y el consecuente esquema de clasificación del rendimiento cognitivo que, en este caso, presenta separadamente tipos de pensamiento. Los conceptos de sacro y de fiesta permitirán establecer un modo de valoración de la experiencia estética, y por extensión, de la experiencia poética, para, finalmente, articular los aportes de los estudios de la comunicación al esfuerzo por entender la celebración desde el destinatario del poema.
En el capítulo 3 se atiende a la advertencia sobre el papel que desempeña el Romanticismo en la definición de la lírica moderna. Este linaje romántico, expuesto en la reconstrucción del género que se adelantó en el capítulo 2, se explora en los postulados generales de su formulación alemana y en los aportes específicos de algunos de los autores vinculados a dicho movimiento. La relación entre arte y religión propuesta por esta poética y su radical desembocadura en una equiparación surgen, consecuentemente, como recurso apropiado para atender a la celebración identificada en el poema. La versión anglosajona del movimiento también se estudia en este capítulo, con un doble propósito: primero, lograr la incorporación, a la pregunta central, del tratamiento de la experiencia y el valor del monólogo dramático como categorías líricas; y segundo, concebir la modulación cultural del Romanticismo a otros contextos. Esto último se lleva a cabo al cierre del capítulo, con el análisis del modo como se recibe dicho influjo en Hispanoamérica y la manera como el modernismo adquiere valores similares para la poesía escrita en este campo.
Tanto el estudio de las competencias y la acción del destinatario del poema como los aportes del Romanticismo que contribuyen a perfilar la naturaleza de la lírica moderna confluyen en elaboraciones y reflexiones como las provocadas por el impulso del juego. El capítulo 4 se ocupa de los aportes teóricos de una tradición y de un autor como Friedrich Schiller, para abrir un espacio en el que resulta posible conciliar rendimientos cognitivos respecto de la obra de arte y del poema, y, además, para establecer el valor de la función lúdica. En este horizonte conceptual, el pensamiento romántico fija una base comprensiva a la reflexión que la hermenéutica de Gadamer aporta sobre el papel del juego, tanto para las ciencias del espíritu como para las artes y la poesía. Su trabajo hace un enlace efectivo con la fiesta y sugiere una exploración de la función lúdica a la que este escrito no es indiferente. De este modo, se hacen más claros el vestigio religioso del poema, el ritual de cada fiesta y la forma propia de su realización: la celebración.
Identificar la relación entre religión, fiesta, juego y poesía permite ampliar el concepto de celebración como modo apropiado para la recepción del poema; por ello, el capítulo 5 aborda el origen sagrado de la lírica y explora la continuidad de este rasgo en la tradición occidental. Esta parte del libro se ubica en la coordenada cultural referida al cambio que implica la desacralización o mundanización provocada por la emergencia de la racionalidad. Los planteamientos de Friedrich Nietzsche resultan útiles para ilustrar este cambio y también para concebir el origen míticoreligioso de la creación poética. De igual modo, se amplía el contraste entre la actitud religiosa y la irreligiosa, para extender el provecho de tal oposición a la lírica y sugerir el rasgo festivo de la misma como vestigio secularizado de un valor inicialmente religioso.
El último capítulo presenta al poema como liturgia laica. Para ello se retoma el concepto de secularización, entendiendo su destacado papel en la definición de la Edad Moderna; se presenta el valor del paso del ámbito sagrado al laico en la comprensión de acontecimientos históricos y se precisa su carácter funcional. Además, centrando la atención en los polos del proceso que interesa a este libro, la ubicación de la religión en la cultura permite caracterizarla como sistema de símbolos y compararla con el poema en el contexto de la Modernidad. Así, la relación entre mito, rito y lenguaje adquiere, en este capítulo, el relieve necesario para articular a la concepción del valor litúrgico del poema los aportes de la pragmática. De este modo, se despliegan tres pasos necesarios para lograr el propósito del capítulo y del libro: la secularización adquiere el carácter de cuestión hermenéutica, la teoría de la liturgia es revisada para extender sus rendimientos a la poesía y se amplía el vínculo entre creación y lenguaje simbólico.
La celebración del poema, la propuesta del modo festivo como acción adecuada al mismo, constituye la ampliación atenta de una atribución que incluye el aspecto textual y factual de su objeto, las actividades y la energía desplegadas por los partícipes, y los elementos constitutivos del poema que se han ido decantando en la tradición occidental. Pero esta perspectiva no constituye una vía cerrada frente a la poesía; tampoco se trata de un modelo interpretativo o de lectura con propósitos prescriptivos. El poema, como acontecimiento en el que el lenguaje está de fiesta, el desarrollo de esta concepción, es, sí, una invitación a precisar la vigencia de la lírica, a promover la reflexión sobre el tema y la lectura de obras que propician una experiencia que no resulta exagerado asumir como litúrgica.