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Diseño de edición: Letrame Editorial.

ISBN: 978-84-18344-68-8

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PRÓLOGO

Este libro viene del cielo.

Cada día han ido llegando las palabras y el desarrollo de la historia de su protagonista principal sin saber cómo continuaría al día siguiente.

Es un libro lleno de Fe, de esperanza, de alegría, de dolor, de conocimiento. Toca muy de cerca el sufrimiento humano para hacerte ver que, estés pasando por lo que estés pasando, todo tiene una perfecta razón de ser.

Si ha llegado a tus manos, enhorabuena, porque el cielo así lo ha querido y siento que su lectura traerá bendiciones para ti.

Quizás haya cosas que se escapen de tu comprensión, pero no dudes que se estarán sembrando en ti semillas de consciencia que germinarán en el momento adecuado. Otras, van a traer luz a tu vida en asuntos como el miedo, la muerte, la abundancia, el propósito, el amor… Te va a ayudar a comprender. Ya sabemos que cuando tomamos consciencia de algo y lo entendemos, se alivia el sufrimiento pues este pierde su razón de ser.

No es casualidad que vayas a leerlo, está escrito para ti. Está predestinado a elevar tu percepción de la vida y sus acontecimientos.

Tras su lectura tienes una importante misión, la de compartir con otros los conocimientos que te ha aportado el libro. Así el cielo lo quiere. Si lo sientes en tu corazón, ayuda a expandir este movimiento de amor, de luz, y de esperanza, que es tan necesario en nuestras vidas.

Juan de Mora.

1

Se había quedado solo en aquella sala de espera. Siempre había odiado los hospitales. Esas luces frías, esas batas blancas, y esa sensación de poder oler la enfermedad en el aire que allí se respira.

Le habían dicho que a Lucas le quedaba muy poco. Ese maldito tumor cerebral había terminado por derrotar a su amigo, y allí estaba él, esperando para darle su último adiós antes de que se marchara para siempre.

En esa larga espera, Martín repasaba su vida. Lucas decía que cuando uno muere lo primero que hace es un repaso de su vida al completo, para ver el dolor o el amor que había dado a otras personas y sentirlo en su propia alma. Él no creía esas bobadas espirituales, pero allí se encontraba, vivo, tomando consciencia de toda la destrucción que había causado y había recibido. No había sido un santo, pero tampoco merecía que la vida se cebara con él de ese modo. Y encima, la única persona que era capaz de poner algo de luz en su oscuridad, estaba en una habitación contigua esperando a dar su último suspiro. Se sentía hundido.

—Señor Martín, su amigo Lucas ha pedido que pase a verle. Normalmente no permitimos visitas a esta hora de la noche, pero ha sido su última voluntad. Acompáñeme a su habitación, por favor.

La enfermera lo acompañó hasta aquella habitación número 777 donde agonizaba su amigo, su gran amigo Lucas.

Hacía días que no le veía y Martín se llevó una profunda impresión, Lucas estaba muy demacrado, con un gesto en el rostro que denotaba los grandes padecimientos que la enfermedad le había causado estos últimos meses. Sintió una punzada de dolor en su corazón.

Lucas aún conservaba algo de fuerza para hablarle.

—Martín, amigo mío, pasa por favor. —La enfermera los dejó solos.

—Hola, Lucas.

—Martín, me queda muy poco tiempo y te he mandado llamar. Voy a partir a un sitio donde voy a estar mucho mejor, te lo aseguro, pero no puedo irme aún, porque estoy preocupado por ti. —Martín se estremeció. Aquel hombre moribundo, a punto de enfrentarse a algo tan temido como la muerte, se preocupaba más por él que de sí mismo.

—Lucas, tranquilo. Ya sabes que no lo estoy pasando bien estos últimos años, pero sigo luchando.

—Eso es precisamente lo que me preocupa. Has convertido tu vida en una lucha, en una pelea, pero te has olvidado de vivir. Tenemos un tiempo limitado, Martín, solo tienes que mirarme a mí para darte cuenta de ello. No malgastes ese tiempo convirtiendo tu vida en un campo de batalla. —Martín no sabía que decir. Sus problemas, esos de los que hablaba cada día, se habían empequeñecido en aquel momento ante lo que estaba enfrentando su amigo. Guardó silencio.

—La muerte ya ha venido a buscarme. De hecho, ayer estuvo mi padre ahí muy cerca de donde estás tú y me pidió que partiera con él.

—Lucas, amigo, tu padre murió hace tres años, es imposible que estuviera ahí. —Martín pensó que posiblemente fuera una alucinación causada por los medicamentos que le daban para sedarlo.

—Sé muy bien que mi padre murió hace tres años, pero pude verlo ayer perfectamente. Me estuvo contando que está también con su padre, y que se encuentran en un sitio de descanso y recuperación. Me pidió que me fuera con él, pero no pude, tienes antes que hacerme una promesa. —Martín no daba crédito a lo que oía, pero aquel era Lucas, su Lucas. Un extraño escalofrío le recorrió la espalda de arriba abajo.

—Haré lo que me pidas.

—Bien, dentro de ese cajón del mueble que tienes justo detrás, hay un sobre cerrado. Cógelo. No lo abras todavía. En él, tienes un billete de avión que te llevará a un sitio muy especial. Hay también unas instrucciones específicas de lo que tienes que hacer. Voy a pedir al hospital que te informen cuando mi alma decida partir de este plano terrenal. Cuando eso suceda, tienes mi permiso para abrir el sobre y el compromiso de hacer lo que te pido por extraño que te parezca.

Martín asintió con la cabeza. Era un momento muy triste, uno más en esa letanía de tristezas que acumulaba en estos últimos años. Sin duda la más dura, la muerte de su hija Raquel con solo tres años. Y ahora su mejor amigo también se marchaba, para dejarlo aún más triste, más solo.

—Lucas, de buen gusto te cambiaba el sitio. A ti que eres pura vida te lleva la muerte y a mí, siendo un muerto en vida, me deja aquí.

—Todos tenemos nuestro tiempo. El mío ya llegó, hice lo que vine a hacer y me marcho con esa paz interior de haber cumplido con mi propósito vital. Sin embargo, a ti, amigo, creo que aún te falta encontrar eso que has venido a dar al mundo y estoy seguro de que lo harás.

—Ya sabes que no te entiendo cuando me hablas de propósitos vitales, aprendizajes, y momentos divinos. Solo sé que ahora también te pierdo a ti, y que dudo mucho que esto no sea lo que acabe de hundirme totalmente.

Se sorprendió abochornado. Seguía volcando su rabia sobre la persona que más le había ayudado a intentar comprender todo lo que estaba viviendo. Se le humedecieron los ojos cuando se dio cuenta de su egoísmo, su amigo se iba para siempre y él seguía solo quejándose de sus problemas. De sus tristezas. De sus necesidades. ¿Se había vuelto un egoísta amargado? Concluyó en su interior que sí.

Mientras, Lucas lo miraba compasivamente. Sentía pena de su amigo, pero a su vez sabía que todo era para su mayor bien. A veces, la vida te tiene que zamarrear para que te des por aludido. Para que comprendas que el tiempo se va y hay cosas que hemos venido a hacer.

—Martín, tengo que pedirte que te marches ya. Está llegando mi momento y no debes vivirlo aquí. Prométeme que cumplirás con las instrucciones que van en el sobre. Es mi última voluntad.

—Lo prometo.

—Un día nos volveremos a encontrar. Mientras, vendré a visitarte en sueños cuando estés listo para ello. Te quiero, Martín.

—Te quiero, Lucas.

Se abrazaron. Martín pudo sentir el gran amor que desprendía el cuerpo enjuto y demacrado de su amigo. Pudo comprender lo que Lucas siempre le decía: «para abrazar, suaves los brazos y fuerte el alma».

Un timbre desagradable rompió el silencio de la noche. Era el teléfono. Le comunicaron lo que ya esperaba, su amigo acababa de fallecer. Nervioso, abrió el cajón de la mesita de noche y sacó el sobre que le había entregado Lucas. Miró el reloj, las 3 y 33. Últimamente, el número 33 aparecía una y otra vez por todos lados. Casualmente descubrió que Lucas tenía en su número de teléfono el 33, y coincidía que en su número también aparecía el 33. A partir de ahí comenzó a verlo por todos lados, en matrículas, camisetas, anuncios… Allá donde él estuviera, acudía un número 33. Lucas siempre le decía que los números son uno de los lenguajes que utiliza el cielo para comunicarse con sus elegidos. Lucas y sus cosas. Su Lucas. Cuánto lo echaba ya de menos.

Abrió el sobre:

«Querido Martín, sé que en este momento estarás muy apenado por mi partida. Podría escribirte mucho aquí sobre la muerte, contarte que, donde voy a estar ahora, estaré mejor. Pero sé que esas palabras ahora te sonarían vacías y con falta de sentido, como lo fueron cuando perdiste a Raquel.

La persona con la que te vas a encontrar te va a ayudar a entender la muerte, pero más importante aún, te va a ayudar a entender la vida.

Sé que no comprendes lo que has vivido, el sufrimiento padecido, esa sensación de que “te ha tocado todo lo malo”. Yo humildemente he querido sembrar semillas de conciencia en ti aun sabiendo que en ese momento no iban a germinar. Lo harán pronto, pues todo tiene su momento divino perfecto para ser.

Cuando el alumno está preparado, aparece el maestro. En tu caso maestra. Se llama Marta. He incluido un billete de avión con destino a Andorra, es allí donde te espera.

Las instrucciones (que te recuerdo prometiste cumplir) son las siguientes:

—Toma el vuelo a Andorra el día y hora señalados en el billete.

—Antes de aterrizar recibirás un mensaje en tu móvil con la ubicación a la que debes dirigirte.

—Allí te esperará Marta, en el momento que la encuentres estarás a su disposición durante tres meses.

—Transcurridos los tres meses eres libre de hacer lo que quieras.

Todo esto te resultará extraño, pero responde a un plan perfecto. No creías en lo que decía, pero siempre me decías que creías en mí. Hazlo. Ha llegado la hora de saber quién eres.

Con amor, tu amigo siempre.

Lucas».

Estaba temblando. Andorra. Maestra. Avión. Las palabras se mezclaban en su mente a gran velocidad. Volvió a la cama. No se pudo dormir.

2

Llegó el taxi a la hora convenida para llevarle al aeropuerto, cuando el taxista cargaba las maletas pudo ver en la matrícula el número 33. No sabía por qué, pero ese número cuando aparecía le hacía sentirse seguro y lo hacía con mucha frecuencia últimamente. Era como si tuviera una certeza interior de que algo estaba dirigiendo sus pasos hacia algún lado.

Siempre le habían gustado los aeropuertos a pesar de su miedo a volar. Le hacían sentir que más allá de su rutina diaria, de su vida aburrida, había un amplio mundo por descubrir. Millones de vidas distintas con sus alegrías y sus penas, con sus luchas, con sus suertes, con sus amores… El amor, eso era punto y aparte. Había tenido varias parejas, pero sentía en su interior que el verdadero amor no lo había conocido nunca. Una mujer mayor se sentó a su lado y lo sacó de sus pensamientos.

—Qué larga se hace la espera cuando uno sabe adónde quiere ir, ¿verdad? —Martín se sorprendió de la pregunta de la mujer. Tendría unos setenta y ocho años, el pelo cano, pero se conservaba bien para su edad. Resaltaba el brillo de sus ojos.

—Eh… sí, así es.

—Yo es lo que peor llevo aquí. Me gustaría llegar y que estuviera el avión listo para partir. Subir y ya.

—Sí, a mí también se me hace larga la espera y si encima le añado el miedo a volar…

—Chico, pero cómo que miedo a volar…

—Sí, no lo paso bien en los aviones, la verdad, siento que estoy a merced del piloto que también es humano y puede tener un mal día, y bueno… me da muchísima angustia.

—Quizás ese miedo a volar realmente es un miedo a vivir.

—¿…?

—Sí. No estás a merced de un piloto, estás a merced de la vida. El piloto, el avión, las torres de control, solo son los medios con los que la vida se te presenta.

—No entiendo bien lo que me dice, señora.

—Cuando uno tiene Fe en su propio propósito vital, tiene Fe en la vida. Cuando esa Fe es fuerte y real no hay espacio para el miedo.

—Perdone que sea brusco, pero cuéntele eso a las familias de las personas fallecidas en un avión.

—No existen los accidentes.

—No, por ahí sí que no voy a pasar. No me niegue lo evidente.

—Algún día lo comprenderás. Suerte en Andorra, será un viaje maravilloso.

Y la mujer se marchó.

¿Cómo sabe esta mujer lo de Andorra? ¿Estaría esto preparado por Lucas? No quiso darle más vueltas al asunto, pero sí que le resultó muy extraña esa conversación. Que no existen los accidentes, dice… esa mujer no debe de estar muy centrada para negar algo tan evidente.

Sin embargo, sentía que algo se le había removido adentro. Miedo a la vida. No lo había pensado nunca. Sabía de su miedo a volar, de su miedo a la muerte, a algunas personas, a volverse loco, a no tener dinero… pero ¿miedo a la vida?

¿Sería que todos sus miedos estaban resumidos en ese? Comprendió que sí.

Realmente nunca había disfrutado plenamente de nada en su vida. Siempre aparecía el miedo a perder, el miedo a fallar, el miedo a no ser suficiente… Nada lo hacía completamente feliz porque todo lo vivía con miedo. Y ahora una extraña en un aeropuerto le había derribado por completo todas sus estructuras.

También le había hablado de Fe. Él siempre fue muy creyente, desde pequeño le habían enseñado a rezar, a pedir a Dios por todo aquello que deseara o necesitara, y lo hizo por mucho tiempo. Hasta que ese Dios se llevó a Raquel. Ahí se acabó la Fe. Dios no podía hacerle eso, no el Dios en que él creía. Se humedecieron sus ojos.

Aterrizó en el aeropuerto Seo de Urgel. Había sido un vuelo extrañamente tranquilo. Siempre que subía a un avión se le descomponía el estómago, le entraba una incómoda ansiedad. Miedo. Pero este vuelo fue diferente, quizás las palabras de aquella extraña le habían movido algo en su interior. Miedo a la vida. Sí, era eso.

Encendió el móvil y se encontró con el mensaje prometido, era un número desconocido acabado, cómo no, en 33.

«¡Hola, Martín! Tienes que reservar un coche para dirigirte a la dirección que te adjunto. Los gastos corren de mi cuenta. Un beso. Marta».

Reservó un utilitario, él era un hombre humilde y miraba por el dinero, aunque no fuera el suyo. Quedaban aún bastantes kilómetros hasta el punto indicado, pero no pudo evitar sentir un pinchazo en la barriga. Intuía que algo importante en su vida estaba a punto de pasar.

Entró en una zona montañosa y se detuvo en el puente románico de Ordino, justo por ahí bajaba agua de un río. El paisaje era espectacular. Se acordó de Lucas y una lágrima asomó a sus ojos. Hacía tiempo que no se permitía llorar. Sentía que ya había llorado bastante este tiempo atrás y que no iba a derramar una lágrima más, pero echaba de menos a Lucas. Su amigo, su sostén cuando no podía más, su maestro. De Lucas siempre se aprendía algo, ya estuvieran en un evento formal hablando seriamente de algún problema, o simplemente tomando una cerveza en la barra de un bar. Se dio cuenta de que su amigo era una fuente de sabiduría. Lo echaba de menos.

Continuó varios kilómetros y de pronto llegó a un punto donde no había carretera. Sin embargo, el GPS le marcaba que faltaban diez kilómetros más. ¿Cómo era posible? ¿Diez kilómetros andando? Hacía mucho que no andaba ni siquiera para ir a comprar el pan y suspiró profundamente, empezaba a plantearse si había hecho lo correcto con la promesa a su amigo. Quizás podía haber dicho simplemente que no, que no haría nada. Recordó que nunca sabía decir que no y eso le hizo sentir muy mal.

Cogió su maleta y se dispuso a caminar hasta el punto indicado, era una zona sinuosa y la maleta pesaba, pero al menos el paisaje de los Pirineos era espectacular.

Cuando se iba aproximando al lugar indicado comenzó a llover. Agradeció esa lluvia que le refrescaba. Se sentía extenuado. La mezcla de aventura y viaje le había dejado sin fuerzas, no estaba acostumbrado a vivir.

A unos trescientos metros se veía una casa muy grande, era similar a un hotel de una sola planta. Estaba construida en piedra de un color grisáceo, pero no desentonaba con el paisaje general que era de un verde radiante y frondoso.

Miró el reloj, eran ya las seis de la tarde. Entró a la casa.

Había una especie de recepción y en ella, de espaldas, una chica joven.

—Buenas tardes, soy Martín. Busco a la señora Marta, por favor.

—Bienvenido, Martín, sí y no.

—¿Perdón?

—Sí, soy Marta. Y no soy una señora, señorita tal vez. —Marta sonrío.

Martín no daba crédito. Era una chica guapísima. Morena, de ojos brillantes y oscuros, con una figura que quitaba el sentido. Lucas debió avisarle que era tan guapa, se sentía abrumado en ese momento.

—Sé que estás pensando que no tengo «la pinta» de una maestra espiritual, ¿no?

—Desde luego no eres como te imaginaba.

—Lo entiendo, es la parte complicada de hacerse expectativas, puedes sorprenderte tanto para bien, como para mal. La vida siempre sorprende a los que planifican demasiado.

—Disculpa si te he ofendido —se excusó Martín.

—¿Ofendido? Para nada, ahora me pongo la túnica blanca y te canto unos mantras. —Marta soltó una tremenda carcajada y Martín se ruborizó—. Te acompaño a la habitación, debes de estar cansado.

Lo acompañó por un largo pasillo, aunque no se veían muchas habitaciones ni había ruidos. Su habitación era muy simple. Era amplia, con las paredes en blanco y muy pocos muebles. Un armario, la cama y dos mesitas de noche eran el mobiliario. Una lámpara de mesa y un cuadro en la pared constituían todo el decorado. El cuadro era cuanto menos curioso. Parecía un dibujo hecho a mano, había un mago que asomaba por encima de una ciudad, como si desde arriba contemplara todo. Estaba hecho en blanco y negro, excepto la ciudad que era verde y violeta. A Martín le llamó la atención.

—¿Te gusta el cuadro, Martín?

—Sí, me resulta llamativo.

—¿Qué ves en él?

—Pues me llama la atención esa especie de mago que contempla desde arriba la ciudad. Y después, los colores en los que está pintada, verde y violeta.

—Todo habla, Martín. Hasta el detalle que te parezca más insignificante está contando algo. El mago, bien puede ser alguien que es capaz de salirse del mundo para conseguir verlo desde fuera y así ganar entendimiento. Los colores también tienen un sentido. El verde, es el color de la sanación y la esperanza. El violeta, es el color de la transmutación, de cambiar aquello que no nos gusta y transformarlo.

—Interesante. Porque ni tengo esperanza, ni sé cómo se cambia aquello que no me gusta.

—La esperanza volverá a ti cuando sanes aquello que hay que sanar. Eso ahora ocupa un espacio en ti que no deja entrar nada más. Hay que vaciarte de dolor. Para cambiar lo que no te gusta hay que mirar adentro, lo de afuera es un reflejo de lo que hay dentro de ti. Cuando dentro de ti hay caos, lo de fuera lo reflejará. Cuando hay paz dentro de ti, lo de fuera será armonioso. Como es adentro es afuera, como es arriba es abajo.

Me alegra que hayas visto más allá del cuadro, Martín, hay en ti más profundidad de la que crees.

—Ya te comentaría Lucas que no soy una persona como él. Quiero decir, no soy alguien «espiritual».

—Todos somos espirituales en nuestro fondo y muy distintos en nuestras formas, pero entiendo que estarás muy cansado. Te dejo descansar. Al final del pasillo está el comedor. A las nueve te esperamos para cenar.

—Muchas gracias, Marta, una última cosa, ¿podrías darme la clave del wifi?

—¿Clave del wifi? Dudo mucho que ni siquiera tengas cobertura. Aquí evitamos todo lo que sea una distracción de uno mismo, eso incluye teléfonos y televisión.

—¿Y cómo voy a pasar las horas? —protestó Martín.

—Pasarás mucho rato contigo mismo. Quizás sea algo novedoso en tu vida, pero ya verás que encierra maravillas para ti.

Le guiñó un ojo y salió de la habitación con una sonrisa. Martín no pudo evitar sonreír, había algo en aquella chica que le calmaba, incluso cuando le decía cosas que no le gustaba oír.

3

Despertó confundido. Asomaba un rayo de sol por la ventana, miró el reloj y eran las ocho de la mañana, la cena, Marta... Llevaba doce horas durmiendo y en su estómago había ruidos que anunciaban un hambre feroz. Se vistió rápidamente, se aseó, y se dirigió a la cocina. Allí estaba Marta.

—Buenos días, bello durmiente. Veo que la cena para otro día quizás…

—Buenos días, sí y no.

—¿Cómo?

—Sí a lo de durmiente, no a lo de bello.

—Bueno, es tu forma de verlo o de verte.

—Nunca me vi especialmente guapo, imagínate bello…

—La belleza está en los ojos de quien mira. No lo olvides. ¿Hay algo que te parezca bello, Martín? —Martín agachó la mirada, tragó saliva. Tú, tú eres bellísima, le hubiese gustado decir, pero guardó silencio. Ella sonrió como si hubiese leído su pensamiento.

—Estoy segura de que tus ojos pueden ver belleza, pues que sepas que eso es porque la tienes dentro de ti. Quizás tengamos que entrar a buscarla. ¿Qué quieres desayunar? Desayuna bien que hoy vas a conocer a alguien especial.

—Zumo y tostadas, por favor.

—Marchando, caballero.

Marta despedía un aire jovial y alegre que para Martín era agua en el desierto. No tenía ninguna gana de afrontar esos tres meses fuera de su casa, con gente desconocida y lo que es peor, sin saber qué iba a tener que hacer, pero era un hombre de palabra y para él cumplir lo prometido era muy importante. La presencia de Marta le hacía mucho más agradable la estancia en ese extraño lugar.

Se preguntaba quién sería ese alguien especial a quien iba a conocer, pero empezaba a confiar en la chica. Tenía la extraña sensación de que la conocía desde hace mucho tiempo.

Salieron por una puerta trasera de la casa que daba a un jardín. Era un jardín hermoso, estaba lleno de distintos tipos de flores. Había también varios árboles y un caminito de tierra que conducía a un pequeño puente que hacía de paso sobre un riachuelo. Siguieron caminando por el sendero, pasaron el puente y al fondo se veía un banco de madera. Sentado en él, un hombre anciano con pelo largo y blanco, al igual que su barba, les observaba con atención.

—Martín, te presento a mi abuelo. Se llama Salvador.

—Mucho gusto, señor.

—El gusto es mío, Martín. ¿Qué tal te encuentras?

—Bueno, he dormido casi doce horas así que cansado no le puedo decir, pero sí un poco abrumado con esta situación. Todo esto es nuevo para mí y, la verdad, Marta aún no me ha explicado qué hago aquí. —Al abuelo se le escapó una sonrisa pícara.

—Te entiendo perfectamente, sin embargo, déjame decirte que a veces necesitamos la explicación de todo como si el entender las cosas desde la mente te diera la certeza de que estás en buen o mal lugar, o haciendo lo correcto. Hay cosas que se explican solas y la mente no acierta a comprenderlas. Son cosas del corazón.

—Adivino que «esto» es una de esas, de las del corazón, ¿verdad?

—Ja, ja, ja, me caes bien, chico, creo que vamos a pasar muy buenos ratos tú y yo. De momento, por hoy está bien. Nos vemos mañana a la tarde, como ya conoces el camino, te espero solo. Un placer conocerte, Martín.

—Igualmente, Salvador.

Marta lo miró con esa profundidad que había en sus ojos negros.

—Mi abuelo no suele juzgar a las personas sin conocerlas así que nunca se sabe qué piensa sobre alguien, pero yo le conozco muy bien y puedo decirte que ha visto algo en ti que sabe que es de enorme potencial.

—Sí, ¡mi ironía!

—Ja, ja, ja entre otras cosas, Martín, entre otras cosas. Ponte algo cómodo que vamos a salir a correr.

—¿Correr? Ahora te diré yo lo que decía mi abuelo… ¡Correr es de cobardes! —Y rieron los dos.

Salieron por una puerta trasera que Martín no conocía. Daba directamente a un sendero de montaña, si mirabas a la izquierda, no muy lejos se divisaba un pequeño pueblo. Marta comenzó a trotar y él le siguió.

—Vamos, voy a enseñarte un lugar secreto.

—Mmm un lugar secreto… suena misterioso.

—Lo es.

—Pero Marta, baja el ritmo por favor que hace mucho que no hago esto.

—¡Si vamos casi andando! Sudar un poco te irá muy bien, ya verás.

Continuaron por un sendero que se hacía cada vez más angosto y rodeado de la flora natural del lugar. Había una fragancia agradable en el ambiente y corría una brisa refrescante. Avanzaron un kilómetro por el sendero y fueron a dar a un monte con una cueva en su lateral.

—Vamos, Martín, estamos llegando, es ahí —dijo señalando la cueva. Martín intentaba costosamente recobrar el aliento, estaba empapado en sudor. Marta sacó de su mochila un cortavientos.

—Toma, anda, no quiero que te me resfríes. En la cueva baja unos grados la temperatura.

—No habrá ahí ningún lobo, ¿verdad? Ya sabes, no es miedo, es por no molestar…

—A los lobos que hay que temer es a los que tenemos dentro, esos se vuelven peligrosos si no los conocemos y nos devoran la posibilidad de ser felices. Tenemos que entrar a conocerlos y hacernos amigos de ellos. Solo aceptándolos y dándoles su lugar te dejarán en paz.

—Suena genial, Marta, pero primero quiero estar seguro que no me devorará alguno que esté afuera. —Marta suspiró, las resistencias de Martín le hacían ver que quedaba mucho trabajo por hacer con él. Entraron a la cueva.

—Vengo a esta cueva desde que era pequeña, es mi pequeño rinconcito secreto. He querido enseñártelo a ti, pero no hables de ella con nadie. Considéralo un regalo porque me caes bien.

—Vaya, muchas gracias, de corazón.

—¿Cómo te sientes aquí?

—Pues no sé si es la carrera, el sitio, o la compañía, pero siento una enorme sensación de paz. Hacía mucho que no me sentía así. Últimamente, el estrés, la ansiedad, los miedos, han sido mi manera de sentirme cada día.

—¿Últimamente?

—Bueno, es una forma de hablar, si te digo la verdad ya no recuerdo la última vez que me sentí bien. Lo de ahora me parece como un oasis en el desierto.

—Esta cueva tiene una energía especial. Siempre he encontrado aquí paz y consuelo, no creas que mi vida ha sido un camino de rosas tampoco. A veces, venía aquí simplemente a llorar, a desahogarme. Cuando regresaba era otra. Recobraba la paz y podía continuar con aquello que estaba viviendo.

—Vaya, lo siento. No aparentas para nada ser alguien que ha sufrido. Si quieres contarme te presto mi oído, y mi hombro también si lo necesitas.

—Gracias, Martín. El sufrimiento es lo que nos mueve. Cuando todo es un camino de rosas, cuando la vida va sobre ruedas, no hay ni avance ni crecimiento. El sufrimiento te zarandea y te dice que hay cosas que no están funcionando en tu vida. Eso te pone en marcha, nadie quiere quedarse en un estado de sufrimiento permanente.

—Yo casi me he acostumbrado a vivir ahí, a quedarme en él.

—Sí, porque a veces de eso se saca un rédito. Puedes sentirte víctima, culpar al otro, a la vida, a la suerte, al karma… todo menos hacerte responsable de tu vida. Cuando te haces responsable las cosas empiezan a cambiar para bien.

—Siento mucha verdad en tus palabras. A ti todo lo que sabes, ¿quién te lo enseñó?

—El sufrimiento fue primero, después el amor. Pero no el amor de pareja, no pongas esa cara de pillo, fue un amor más grande. El amor que todo lo mueve.

—Yo quiero conocer ese amor.

—Estás en el camino, pero antes tendrás que mirar de frente a tu dolor y hacerte responsable. Pronto conocerás también a mi abuela. De hecho, ya la conoces. Ella sabe mucho del amor, vive conectada a él.

—¿Al amor que todo lo mueve?

—Exacto, Martín. Vamos, hay que regresar. —Y Marta sonrió.

Almorzaron tranquilamente y en silencio, después del ejercicio traían un hambre atroz y la carne con tomate le supo a verdadera gloria. Se notaba la mano experta de la abuela en la cocina, color, textura, sabor, ella sabía cocinar como «antiguamente», a fuego lento, con cariño, sabiendo mezclar los ingredientes. Acompañaban a la carne unas patatas fritas hechas en la sartén y un poco de verdura de la huerta.

—Martín, tienes la tarde libre.

—Bien, vacaciones, y eso que acabo de llegar. Debe de estar cambiando mi suerte.

—Ha sido demasiada información para empezar y ahora viene lo fuerte, te vendrá bien despejarte. Date una vuelta por el pueblo y pasa por el bar de Ramón, es un tipo muy majo.

—No pienso andar diez kilómetros para tomarme una cerveza, Marta, ni hablar.

—Ni falta que hace, por la puerta que salimos esta mañana tienes el pueblo a un kilómetro.

Martín se quedó pensativo, algo no le cuadraba.

—Oye y cuando llegué, no hubiese sido más fácil hacerlo por esa otra puerta o haber aparcado en el pueblo, qué sé yo… recorrí diez kilómetros cargado con el equipaje…

—Sí, hubiese sido más fácil, pero el camino fácil no suele ser siempre el mejor.

Después de una buena siesta Martín se fue a pasear por el pueblo como le había sugerido Marta. Recorrió el kilómetro que lo separaba de la casa disfrutando del paseo. La paz que sintió en la mañana aún continuaba en la tarde y eso le hacía sentir extraño. En su mente aparecían pensamientos de advertencia como si fuese peligroso para él sentirse feliz.

El pueblo era pequeño, calles laberínticas que alternaban pasajes anchos y otros muy estrechos. Las casas eran todas de piedra con tejados a dos aguas para soportar las inclemencias del invierno. Una iglesia destacaba en la parte central y la calle principal estaba adornada por unas bonitas flores rosas. Desprendía la calma de los pueblos poco habitados y lejanos de la ciudad. Preguntó por el bar de Ramón a un señor que pasaba por allí. Bar El Desahogo, le indicaron. El Desahogo, que nombre más extraño para un bar, cayó en la cuenta que todo lo que le estaba sucediendo era de por sí muy extraño, pero contenía la emoción de lo desconocido. Se sentía vivo y eso era algo que hacía años que no recordaba lo que era.

Era un bar sin grandes adornos, pero acogedor, tenía varias mesas dentro y algunas sillas cercanas a la barra. Detrás de ella un hombre corpulento, con bigote y cara de no haber roto nunca un plato, le observaba. Unas chicas hablaban despreocupadas en la esquina de la barra y en la otra esquina un hombre mayor parecía inmerso en todo un mundo de pensamientos.

—Buenas tardes, señor, ¿qué va a ser?

—Póngame una cerveza bien fría, por favor.

—Eso está hecho.

Martín sentía cercanía y amabilidad en ese hombre. Percibía en él mucha bondad a pesar de su aspecto grande y fuerte.

—El Desahogo, curioso nombre —dijo Martín.

—Bueno, todo tiene siempre su sentido y si no lo tiene es porque aún no lo has descubierto. —Vaya, que místico es todo el mundo aquí, hasta el camarero es filósofo, pensó para sí Martín.

—Pues me encantaría saberlo, la verdad.

—En un principio este bar se llamaba «Bar Ramón», como podrás comprobar no maté ninguna neurona para buscarle un nombre. Poco a poco, me di cuenta de que el bar no era solo un sitio para beber o tomar unas tapas. La gente venía, tomaba unos vinitos y empezaba a desahogarse. La mujer, los niños, la amante, el trabajo, el jefe, el dinero… siempre el que venía terminaba hablándome como si fuera un psicólogo y no un tabernero. Yo no le daba importancia, pero un día apareció una chica muy guapa, morena con ojos oscuros...

—¿Marta?

—Sí, ¡eso es! ¿la conoces?

—Eh…sí, digamos que un poco la conozco.

—Pues chico, maravillosa mujer, te lo digo desde ya. Ella me dijo que las cosas a veces se presentan a los ojos de una forma, pero son simplemente excusas. Que este era un lugar donde la gente encontraba paz y se marchaba mejor a casa, y la excusa con la que se presentaba, es que era un bar. Y ante lo evidente… pues le cambié el nombre, le hacía más justicia al lugar que el mío propio.

—Pues enhorabuena porque por experiencia propia te digo que no abundan los sitios donde uno pueda sentirse en paz.

—Gracias, amigo... eh…

—Martín, me llamo Martín.

—Mucho gusto, Martín. Y bueno, ¿te pongo otra cerveza?

—Dale.

—Te advierto que en la segunda es donde empieza el proceso.

—Pues si tienes que escuchar mi desahogo espero que tengas al menos un barril. —el viejito de la esquina los miró sonriendo.

—Chico, ten cuenta de lo que te dice Ramón. Yo empecé con dos cervezas y mira, me he hecho viejo aquí.—Y sonaron carcajadas en el bar.

Estuvieron largo rato conversando, cayeron unas cuantas cervezas más y empezó a anochecer en el pueblo. Tocaba regresar. Tenía razón ese hombre, de su bar salía uno en armonía y paz, quizás también un poco borracho.

Marta lo esperaba en la puerta de la casa, lo vio llegar con dificultades en su andar.

—Bueno, bueno, pero mira quién ha aprovechado su tarde libre.

—Hola, guapísima.

—¿Guapísima? Mmm… ¿cuántas cervezas, Martín?

—Eh… pues… todo empezó en la segunda. Esa es la importante, me dijo Ramón. Y claro, pues si la segunda era importante, imagínate la tercera, la cuarta… y no sé ya cuántas más porque ese hombre habla muchísimo y perdí la cuenta.

—Y escucha muy bien.

—Sí, pero bueno, como aquí todo es tan transcendental he preferido hablar de cosas simples; fútbol, trabajo, mujeres... vamos que para romper con la tradición de su clientela no me he desahogado.

—¿Qué te pareció el pueblo?

—Muy bonito. Bonitas casas, bonitas flores, bonita iglesia, bonita gente.

—Son las doce. Si fueras cenicienta te habrías salvado por los pelos. Así que pasa antes de que me arrepienta y vete a dormir la mona, anda.

—Siempre a su orden, señorita Marta.

A Marta le caía muy bien Martín. Sabía que era un hombre herido, pero veía en él mucha pureza, era como un niño asustado al que le da miedo hacerse mayor.

4

Despertó con un dolor de cabeza horrible. Hacía mucho que no tenía una resaca como en sus tiempos de chaval.

—Hoy vas a conocer a mi abuela. Aunque no sé si estás en las mejores condiciones para lo que te espera…

—Tranquila, Marta, estoy en mis cabales, aunque queda la resaca. Por cierto, disculpa si ayer estuve demasiado atrevido o abusé de tu confianza.

—No, tranquilo con eso. Al fin y al cabo, guapísima es algo que a cualquier mujer le gusta escuchar. —Martín se puso rojo como el tomate que tenía enfrente en la mesa de desayuno.

—Martín, te presento a Manuela. Ella es mi abuela y tu maestra de meditación.

—Pero… a usted yo la conozco. Hablamos brevemente en el aeropuerto. —Martín estaba sorprendido.

—Así es, Martín, yo venía también hacía aquí y quería asegurarme de que todo andaba bien. Para tu amigo Lucas era muy importante esto que estás haciendo.

—Pues que sepa usted que tendrá que explicarme lo de que no hay accidentes, aún le doy vueltas a aquello.

—Nos vamos a ver cada mañana, pero las explicaciones las dejo para Salvador, yo me voy a encargar de hacerte sentir y conectarte con el amor.

—Ah, con el amor que todo lo mueve.

—Exacto, ya veo que te han hablado de ese amor.

Manuela era una mujer muy especial. Desde pequeña tenía una conexión muy fuerte con otros planos de existencia, con el mundo espiritual. Era capaz de ver y canalizar seres de esos otros planos, incluidas personas que habían abandonado recientemente el plano terrenal. Algunos la denominaban médium, ella simplemente se veía como un instrumento de ayuda a los demás, de una forma diferente o extraña para muchos escépticos, pero estaba acostumbrada a no ser igual que el resto, o al menos no igual a la mayoría. Primero le costó muchos años aceptarse a sí misma y su don, después le costó también mucho tiempo dedicarse a ayudar a los demás. La llegada de Salvador a su vida marcó un antes y un después, aquel hombre la quería en su diferencia, la respetaba, y la ayudó muchísimo a ser quien ella es. Ahora se encontraba en el otro lado de la moneda, le tocaba mostrar a Martín quién es él. Ayudarle a descubrirse, a reconocerse, y a realizar el propósito divino que traía para consigo mismo y los demás.

Se fueron juntos a una sala cercana a la habitación de Martín, tenía una amplitud como de unos veinte metros cuadrados, con el suelo de madera y varios cojines, mantas, y esterillas, todo apilado muy ordenadamente en una esquina.

La sala era realmente acogedora y se sentía en ella una energía especial.

—Bueno, Martín, ya te ha comentado Marta que seré tu maestra de meditación. Cada mañana nos reuniremos aquí a las 11:11, para realizar el trabajo que nos toque hacer. He de decirte que ni yo misma sé cómo se va a desarrollar este trabajo, iremos viendo sobre la marcha cómo se va dando todo.

—Gracias, Manuela, si te soy sincero me sorprende que no haya una metodología de trabajo prevista o unas pautas previas. Me suena todo, con perdón, un poquito improvisado.

—¡Así es! Es totalmente improvisado, pero no te preocupes que cada día tendrá su propio afán. Sé que para ti y tu mente racional sería mucho más fácil tener todo previsto y estructurado, pero en este terreno no funciona así. Y te diré más, esto será una gran metáfora de la vida que te espera cuando salgas de aquí, difícilmente podrás tener todo calculado. Vas a aprender a vivir cada día.

—Lo veo imposible. Yo siempre he tenido todo bajo control, he procurado siempre trabajos y relaciones estables. No me gusta lo inesperado, me estresa.

—Sin embargo, ese control, y corrígeme si me equivoco, no te ha ayudado a mantener las cosas tal como tú querías, ¿no?

—Más bien, nada ha salido como yo quería, Manuela.

—Exactamente. Lo que controlamos en este plano terrenal es mínimo, apenas podemos controlar nuestro pensamiento, nuestras palabras y nuestras acciones. Todo lo demás escapa a nuestro control. Grábate esta frase a fuego Martín, que sea como tu pequeño mantra personal con el que estar en paz cada día: «Todo está perfectamente descontrolado».

—Ya, pero… ¿no te parece un poco irresponsable? Si no intento controlar yo, ¿quién lo hará por mí?

—Te aseguro que cuando tú cedes el control a esa fuerza que es más grande que nosotros y que además sabe lo que es mejor en cada momento, las cosas van mucho mejor. Pero bueno, basta ya de cháchara que me estoy metiendo en el terreno del abuelo… vamos a trabajar.

Manuela comenzó a guiarle a una meditación profunda, le indicó que soltara todo control y se dejara hacer. Lo fue relajando conforme guiaba la meditación y colocó unos folios con un bolígrafo al lado de Martín. Cada vez se iba haciendo más profunda la relajación de ambos, la sola presencia de la energía de Manuela hacía que los canales más sutiles de Martín se abrieran poco a poco. Estuvieron cerca de una hora en meditación profunda con el objetivo de llevar a Martín ante su propio guía espiritual, en principio iban a trabajar la canalización de información.

—Bien, Martín, ahora, sin abrir los ojos, quiero que me digas la primera palabra o frase que te venga a la mente.

—El lobo interior.

—Perfecto, pide a tu guía que te hable del lobo interior. Abre los ojos y escribe en el papel todo lo que vaya surgiendo en tu mente, sin juicio, y continúa por raro o extraño que te parezca. Adelante.

Martín comenzó a escribir:

«EL LOBO INTERIOR

Todos tenemos un lobo dentro que domesticar.

Tiene cualidades nobles. Quiere a la manada, se sacrifica, tiene una visión amplia… pero también es salvaje, capaz de devorarse a sí mismo como cualquier bestia, o de devorar a los demás.

Domar tu lobo es apaciguar tus deseos, poner la fuerza adentro y no afuera. Domar tu lobo es controlar el primer instinto y saber que influimos en el mundo a través de nuestro pensamiento, la palabra, y la obra. Domar tu lobo es confiar en tu interior, en el instinto de supervivencia innato que llevas dentro de ti.

El lobo sabe cuidar de sí mismo y también de los demás. Es solitario a veces, pero sabe que su fuerza es más grande en la manada. Sabe retirarse de peleas inútiles y dosifica sus fuerzas para usarlas en el momento oportuno. Sabe poner la atención en lo importante.

El lobo tiene su espacio, pero sabe que cualquier espacio es su espacio también. Es precavido y valiente, pero sabe que si tiene un camino debe recorrerlo hasta el final, ya haga buen o mal tiempo. Sabe que a veces hay tormenta, pero sabe que siempre pasa. Si la resiste, sabe que de cada tormenta sale más fuerte, más grande, se agranda su figura. Sabe que deja huella, por lo que usa sus energías siempre para bien».

—Maravilloso, Martín, sin duda tienes un don, como puedo apreciar en ti. No leas lo que has escrito, por la tarde ve con Salvador y se lo muestras. Mañana seguimos.

A la tarde salió por la puerta trasera que daba al jardín, ahora pudo contemplarlo más tranquilo y se maravilló del lugar. Cada flor, cada árbol, le daba un toque mágico y le hacía sentir como aquel niño que fue, lleno de bondad, de inocencia, y de pureza. Hizo una mueca triste con la boca, qué lejos quedaban aquellas virtudes de él. Se preguntaba si no las habría perdido para siempre.

Cruzó el puente y a lo lejos divisó al abuelo sentado en el banco.

—Buenas tardes, Salvador.

—Hombre, Martín, te esperaba. Buena tarde para ti también. ¿Qué tal estás?

—Mmm no sabría decirle, me siento como raro. Si me permite el comentario, Manuela me parece una mujer… diferente.

—Y tanto que lo es, en su diferencia encontré yo poderosas razones para amar. Y tanto que lo es, amigo.

—Le entiendo, pero yo me siento abrumado en su presencia. Me siento pequeño.

—Convendrás conmigo que, en este caso, el asunto no es Manuela, ¿verdad? Cuando te veas a ti mismo realmente no te sentirás pequeño ante nadie. Tampoco más grande. No hay nadie más importante que nadie, todos cumplimos una parte fundamental en la vida de los demás y en la propia creación.

—Me gustaría creerle, de verdad.

—Bien, me ha contado un pajarito que has escrito algo en la meditación de hoy.

—Sí, aquí lo tiene. —Salvador leyó con mucha calma el escrito. Sin duda, estaba ante un texto canalizado.

— Progresas adecuadamente, muchacho. El texto tiene mucha sabiduría, ahora lo importante es que comprendas su significado.

—Me resulta curioso porque justo hablaba ayer de lobos con Marta y hoy escribo esto, y le puedo asegurar que no sentía que lo estuviera escribiendo yo, no de manera consciente.

—Ambas cuestiones son correctas. La primera es una sincronía. Las sincronías son el lenguaje del universo, por lo tanto, está muy bien que aparezcan y, sobre todo, que te des cuenta de ellas. Cada vez aparecerán más y más. Lo segundo también es cierto, canalizar es conseguir información del plano espiritual cuando llegas a un estado «alterado» de conciencia. La meditación guiada con Manuela te ha llevado a ese estado donde sueltas un poco la mente consciente y das paso a que se manifieste el subconsciente.

—Que un determinado número me aparezca siempre últimamente… ¿es una sincronía de esas?

—Por supuesto, los números es uno de los lenguajes en los que el universo puede comunicarse con nosotros. ¿Qué número es?

—El 33.

—A ver…dime tu fecha de nacimiento.

—Diecinueve de enero de mil novecientos setenta y cinco.

—Veamos…1+9+0+1+1+9+7+5 = 33. Todo en orden. —Martín no daba crédito.

—Vaya, ahora sí que me quedo sin palabras.

—La numerología trae implícitas estas curiosidades, pero por si no lo sabes, el número 33 está considerado un número maestro, al igual que el 11 y el 22. Cuando tu fecha de nacimiento suma estos números quiere indicarnos que viniste aquí con un plan «especial».

—¿Y se puede saber cuál es mi supuesto plan?

—Lo sabrás a su debido momento. ¿Qué otras dudas tienes sobre lo vivido con Manuela?

—¿Qué es un guía espiritual?

—Hombre, por fin me lo preguntas. Antes de encarnar en la tierra, a todos se nos asigna un guía espiritual que nos acompañará en el trayecto. Según los propósitos a nivel individual y a nivel colectivo que tu alma se haya marcado cumplir, se te asignará un guía indicado para ti y para que te ayude en el cumplimiento de esos objetivos. Puede ser uno o varios, dependiendo de la magnitud de lo que vengas a hacer. Incluso puedes pasar media vida con uno y cuando empieces a realizar tu propósito colectivo, cambiar de guía para ello. Tu guía se encarga de hacerte saber cuándo estás yendo por el camino correcto y cuándo te estás desviando. Ellos no pueden interferir en tu libre albedrío, pero digamos que, si te desvías del camino que elegiste, harán todo lo posible por hacértelo saber.

—Y digo yo, ¿cómo sé que me quieren hacer saber algo?

—Pues utilizan distintos medios. Uno de ellos son las sincronías o lo que tú conoces por casualidades. Un mensaje que de pronto se repite mucho, una canción que suena cada vez que te subes al coche, una corazonada que sientes bien adentro… en fin, son muchas las formas. Algunas personas como Manuela pueden verlos u oírlos por su especial sensibilidad para percibir el mundo sutil. Tú, por ejemplo, hoy te has comunicado con tu guía por medio de la escritura automática.

—Suponiendo que esto sea cierto, y discúlpeme por mi escepticismo, ¿cómo debo proceder para obtener esa supuesta guía divina?

—No te preocupes, ¡me encantan los escépticos! Las mejores experiencias que he tenido han sido con gente que no creía. Pero contestando a tu pregunta, la mejor manera de proceder es dándole su sitio, hablándole como si estuviera aquí contigo, que de hecho lo está.

—Pero él sabrá que no creo, es como un teatro.

—Si no tienes Fe, imita la Fe.

—A mí me gustaría antes de tener que imitar nada que me diera una prueba de su existencia, que me dejara oírle o verle…

—Sí, o que se presentara en casa y te invitara a tomar unas cañas, ¿no? Siento decirte que no funciona así. Primero es la Fe. Cuando esa Fe sea fuerte, honesta, y real, tendrás tu prueba de Fe.

—¿Y por qué es así?

—Bueno, yo no hago las normas, Martín… pero aplicando un poco de lógica, si no tienes Fe… ¿tu mente sería capaz de admitir una experiencia de ese calibre? ¿No te daría un susto de muerte o pensarías que te has vuelto loco?

—Muero infartado seguro.

—Pues ya te estás contestando. Cuando tu Fe sea una certeza para el mundo espiritual, obtendrás la prueba de que estás siendo guiado y protegido en tu periplo terrenal.

—Ahora me quedo un poco asustado, a ver si esta noche se me aparece un fantasma o lo que sea.

—Si aparece es porque estás preparado para verlo. No se presentará nunca nada que no estés en condiciones de asimilar.

5

Despertó pronto en la mañana. Tenía muchas ganas de ver a Marta y contarle lo que estaba viviendo. Se dirigió al comedor y allí estaba ella preparando comidas y ordenando cosas.

—Buenos días.

—Buenos días, Martín, ¿qué tal ayer?

—Uf, me gustaría contarte tranquilamente.

—Venga, demos un paseo.

Salieron al sendero que conducía a la cueva. Marta llevaba una manta que extendió sobre la hierba y se sentaron muy cerca de la casa.

—Usted dirá, caballero.

—Pues fue un día muy intenso, primero tu abuela me hizo una meditación guiada y me llevó a contactar con mi guía espiritual. Una vez que esto se produjo, me pidió que escribiera lo primero que me viniera a la cabeza y escribí sobre lobos. Imagino que fue porque antes contigo habíamos hablado sobre eso, supongo que se quedaría grabado en mi mente y se dio así. Después fui donde tu abuelo y… muy profundo, hablamos sobre guías espirituales y sobre Fe.

—Una casualidad lo de los lobos… entiendo. Escribirías entonces sobre los lobos salvajes que pueden entrar en las cuevas, ¿no? Porque si es algo que quedó en tu mente… supongo fue algo así.

—Nada que ver, era un escrito sobre el lobo interior y te aseguro que lo que escribí ahí… es como si no lo hubiese escrito yo. No es mío eso.

—Pues claro que no, seguro que el abuelo ya te habló de ello así que no me repetiré. Ya llevas unos días aquí, Martín, me gustaría saber cómo estás.

—Es que es muy raro. Me siento raro.

—¿Raro?

—Sí, es como si hubiese dos Martín dentro de mí. Siento que hay un Martín que tiene miedo, tristeza, apatía… y siento que a la vez está naciendo un Martín nuevo.

—Eso es maravilloso.

—Yo no lo definiría así…

—Todo proceso de transformación personal implica el soltar la vieja piel para dar paso a la nueva, así como hacen las serpientes. Y por regla general, esto le hace sentir a uno raro. Así que todo está bien.

—Bueno. Y tú, ¿cómo estás? Ayer me dijiste que tú también lo habías pasado muy mal y que ibas a la cueva en busca de paz. Me gustaría que me contaras tú también a mí. No tengo la sabiduría que hay por aquí… pero sé escuchar.

—Tienes el corazón grande y eso es más que suficiente. Pronto tienes que irte a la meditación y esto me gustaría contártelo tranquila. Mañana nos tomaremos el día libre y te llevaré a otro lugar, allí hablaremos sobre mí. ¿Te parece?

—Me parece muy bien.

Se le hizo un poco tarde y a Martín no le dio tiempo de desayunar, tomó un zumo corriendo y fue a la sala de meditación. Manuela le estaba esperando.

—Vengo casi en ayunas… buenos días.

—Buenos días, vamos a alimentar el cuerpo espiritual que quizás no te quite el hambre, pero algo te dará.

Sin más preámbulos Manuela comenzó a guiar la meditación de la misma manera que hizo ayer y que haría en días posteriores. Martín tenía ese don para la escritura automática y ella quería mostrarle que allí tenía una herramienta poderosa para aquello que venía a hacer, y para su propia sanación personal.

Llegó el momento y Martín escribió:

«CERRAR CICLOS

Cerrar un ciclo es dejar ir lo que ya no es.

Tenemos vivencias en nuestras vidas que son necesarias para nuestro aprendizaje o el de otros, pero una vez que pasan, debemos volver a colocarnos en el momento presente soltando los apegos (ya sean negativos o positivos) a esas circunstancias pasadas.

Confiemos en lo que ha de llegar. Tenemos los recursos necesarios para afrontar todo lo que nos sea dado.

Perdemos nuestra paz cuando intentamos controlar lo que viene, también lo hacemos cuando no estamos en el momento presente, y así mismo cuando nos vamos al pasado y las connotaciones particulares que tiene para nosotros.

Cuando algo ya ha terminado lo hace porque así debe ser en nuestra vida, cuanto antes tomemos conciencia de esto, antes nos colocaremos en el aquí y ahora haciendo espacio a lo que debe llegar que, por propia ley de evolución, supondrá un avance en cualquier sentido para nosotros.

Aprendamos de las experiencias que hemos tenido, perdonemos los errores de otros que nos lastimaron, perdonémonos nuestros propios errores. Tengamos la certeza de que el cambio de ciclo nos traerá todo aquello que sea necesario para avanzar.

Cerrar un ciclo es permitir que la vieja energía no se quede estancada en nosotros, permitiéndonos crecer y dar paso a todo aquello que la vida nos quiere traer, que siempre que nos quitó algo es porque nos tiene preparado algo mejor».

Como estaba tomando ya por costumbre, al llegar la tarde Martín se fue al jardín trasero en busca del abuelo. Ese hombre le transmitía una enorme paz y en cierta medida eso lo hacía adictivo. Martín sentía que tenía que acudir a por la dosis diaria de sabiduría que le ofrecía Salvador, aparte, empezaba a sentir cierto aprecio por aquel viejo hombre.

—Bueno, bueno, a ver qué sorpresas me trae hoy el amigo Martín.

—Hola, Salvador, hoy vengo a hablarte sobre cerrar ciclos… ¿Qué te parece?

—Me parece un tema fantástico porque todos deberíamos cerrar esos ciclos o esas historias que ya no nos conducen a ningún lado.

—¿Y por qué habría que hacerlo? Esas historias son parte de nuestra vida, yo no creo que haya que renegar de ellas.

—Como diría mi querida nieta… sí y no. Sí que conforman nuestra historia y evidentemente han sido experiencias que de seguro nos han enriquecido de alguna manera. Y no, porque hay que aprender a soltar aquello que pasó y ya no está presente en nuestra vida. Nos quedamos el aprendizaje y soltamos la experiencia. Atento a esto que voy a decirte porque es muy importante: allí donde esté nuestra energía estamos nosotros. Cuando nos «recreamos» demasiado en algo pasado, nuestra energía se ancla de alguna manera allí, y esa ancla, como su propio nombre indica, es un gran freno en el momento presente para construir lo nuevo. Una vez que cerramos una historia tenemos toda nuestra energía disponible para seguir adelante.

—Pues sinceramente, Salvador… tengo muchos ciclos pendientes de cerrar. ¿Significa eso que no tengo futuro?

—No hay santo sin pasado ni pecador sin futuro. Eso que tienes pendiente de cerrar te impide por ahora avanzar. Pero la vida no da puntada sin hilo, estás aquí y eso quiere decir algo.

—¿Cómo se cierra un ciclo?

—Perdonando.

—¿Y ya? ¿Así sin más?

—Si te parece fácil yo te diría que hay gente que llegó al lecho de muerte sin ser capaz de perdonar.

—¿Y si el daño lo hice yo?

—Perdonando.

—¿A mí mismo?

—Así es.

—Hay cosas que no puedo perdonar, me niego a ello. Ha habido injusticias en mi vida, me han tratado mal. Tampoco puedo perdonarme ciertas cosas que he hecho. Sinceramente lo veo imposible.

—Te diré algo sobre el perdón a los otros. Cuando guardas rabia o rencor contra alguien que te hizo daño, esa rabia interior te consume. Curiosamente, algo que haces como para «vengar la afrenta», a la otra persona no le causa ninguna molestia. Sin embargo, a ti te consume por dentro y te aleja de la felicidad.

—Sí, pero es que a esas personas las quiero alejar de mi vida. Debo estar enfadado para que lo sientan. Además, me hirieron. ¿Por qué tendría que perdonarles?

—Que los perdones en tu corazón no significa que tengas que incorporarlos a tu vida. Tú eres el dueño de tu vida y eliges quién participa en ella. Si quieres alejar a alguien de tu vida, perdónale. Cuando perdonas, la energía que te ata a esa persona se libera, te dejas libre. Mientras guardes un sentimiento de rencor o de rabia hacia alguien, la energía de esa persona sigue presente en tu vida y eres esclavo de ella. ¿Comprendes? Perdonar no es un acto físico, es un acto energético. Perdonar es un acto de amor hacia ti mismo.

—¿Y por qué me tuvieron que hacer daño? ¿Es el karma?

—Es un tema muy amplio, pero te diré dos cosas que te ayudaran, aunque quizás no las comprendas. La primera es que hay gente que actuó contigo lo mejor que pudo respecto a su nivel de consciencia aun cuando te hizo daño.

—No entiendo.

—Te pongo un ejemplo. Imagina que a tu padre le pegaban. Lo maltrataban física y psicológicamente cuando era todavía un niño inocente. Ese niño que más adelante se convertiría en tu padre, si su nivel de consciencia es bajo, repetirá el patrón contigo. Descargará sobre su hijo lo mismo que le hicieron a él. Y no es por deseo de hacer daño, es que a ese hombre le enseñaron el mundo así y no supo hacerlo de mejor manera. Y esto no justifica el daño que alguien cause a otro, pero ayuda a comprender. Mucho del daño que hacemos a otras personas lo hacemos sin ser conscientes de lo que estamos haciendo. Cuando llega la toma de consciencia, el arrepentimiento de estas personas es grande y doloroso.

—En cierta medida, veo coherencia en lo que dice, Salvador.

—Bien. La segunda cosa que te ayudará con el perdón es saber que algunas personas que te dañaron, pactaron contigo antes de venir a este plano el comportarse de esa manera.

—Uy, ahora sí que no comprendí nada.

—Antes de venir a este plano terrenal, a esta gran escuela que es la vida en la tierra, las familias de almas se reúnen para diseñar el plan y los propósitos que traerán aquí. Hay almas que vendrán a acompañarnos durante muchos años de esta encarnación y otras que solo aparecerán para darnos una «ayuda» puntual y no volverán a nuestras vidas. Debes saber que algunas de estas almas pueden traer en su plan de vida causarte dolor o hacerte daño en un hecho concreto para ayudarte en tu evolución. Te diré también que a veces esas almas que te dañan aquí, en el otro plano te aman profundamente y no quieren hacer ese trabajo desagradable, pero finalmente suelen aceptar hacerlo para tu mayor bien.

—Y sería yo tan tonto de pactar con alguien… ¿que me haga daño queriendo?

—Ja, ja, ja, Martín, debes ver las cosas con mayor amplitud. Ya te dije que encarnamos con distintos propósitos a nivel personal y a nivel global. Uno de tus propósitos incluye la evolución de tu alma y a veces para que se produzca esta evolución tenemos que hacerlo por el camino del sufrimiento. El alma quiere vivir la experiencia completa de la encarnación terrenal, esto implica que quiera conocer también el dolor, la rabia, las emociones bajas, y no solo el amor. Esto la completa, hace al alma más sabia y le supone un gran avance en su evolución. Quizás después de muchas vidas, el alma no tenga la necesidad de encarnar tan seguido en la tierra y pueda quedarse haciendo otras funciones en el cielo, como, por ejemplo, ser guía de otra alma que sí encarne aquí.

Resumiendo, quien te hizo daño en tu vida terrenal quizás sea uno de tus mayores aliados en el plano espiritual. Comprender esto te ayuda a perdonar.

—Y qué me dices del perdón a mí mismo.

—Te diré que sea lo que sea que hiciste en el pasado, lo hiciste lo mejor que sabías respecto a tu nivel de consciencia. Y te diré que quizás a nivel inconsciente, simplemente cumpliste el pacto de ayudar a otra alma en su evolución, aunque sea de una manera dolorosa.

—Gracias, Salvador.

—Todo es perfecto, incluso lo que no alcanzamos a comprender. Algún día lo entenderemos.

Los dos hombres se dieron un abrazo y Martín, como siempre después de estos encuentros, se sintió más libre, menos pesado.

6

Los rayos de un sol radiante lo despertaron por la mañana. Había soñado con Lucas y fue rápido a por papel y bolígrafo para que no se le olvidaran los detalles del sueño. Estaba en una calle muy grande y vacía, Lucas llegaba de frente, le daba un abrazo y lo saludaba. Pudo sentir en el sueño el cálido abrazo de su amigo. Lo sintió real. «Martín, ¡estoy curado! Donde estoy soy feliz. Me alegro mucho de tus avances, vas por buen camino. Por cierto, mañana vas a recibir una visita muy especial». Transcribió el mensaje a una hoja de papel y se quedó un rato ensimismado. No había sido un sueño como los que acostumbraba a tener cada noche, había sido muy lúcido, muy real.

Se puso unos vaqueros y una camisa blanca, hoy era el día libre con Marta y de alguna manera quería sentirse atractivo para ella. Sentía que la chica estaba fuera de su alcance y ni siquiera pensaba que pudiera volver a amar, pero con ella se sentía vivo de nuevo. Aparecían dentro de sí emociones que no conseguía identificar.

—Buenos días, Marta.

—Buenos días, Martín. ¿Cómo has dormido?

—He descansado bien, pero he tenido un extraño sueño con Lucas.

—¿Con Lucas? Qué bueno, después me contarás. Desayuna bien que hoy nos vamos a Barcelona.

—No la conozco.

—A eso te llevo, a conocerla. Y, sobre todo, a que te despejes un poco de aquí. Debes de estar muy harto de nosotros ¿no? —Se echó a reír.

—Bueno, siempre he sido un tío paciente… —Y le hizo un guiño.

Entre ellos había mucha complicidad. Eran de ese tipo de personas que hablan dos veces y pareciera que se conocen desde siempre.

Marta estaba radiante, se había recogido el pelo y se había maquillado suavemente. Sus ojos relucían aún más brillantes y oscuros. Un carmín rosa completaba el maravilloso rostro capaz de enamorar al espejo donde se mirara. Martín no se quedaba atrás. Siempre había sido un hombre aparente, no muy alto, pero de complexión fuerte, moreno y con ojos verdes. Era atractivo, pero su luz se había apagado. Hoy de alguna manera volvía a brillar. Tenía un destello en los ojos especial.

Pasearon hasta el pueblo y allí entraron a una cochera donde estaba aparcado el coche de Marta. Era un BMW modelo X1 en blanco. La chica subió al coche.

—Bueno, ¿vas a subir o te vas a quedar ahí embobado?

—Anda que vas descalza tú eh…

—¿Cómo dices?

—Es una expresión. Quiero decir que vaya cochazo. No me pega contigo.

—Ay, Martín… volvemos a las expectativas. Como cuando llegaste y no me esperabas así. Ahora no esperabas que tuviera un buen coche. Y espera a que ponga música y veas que no te estoy poniendo el Aleluya de Haendel. —Soltó una gran carcajada.

—Sí, sí, ríete de mí. Pero no es un coche de una maestra espiritual, no sé, no lo tomes a mal, esperaba algo más humilde.

—La humildad no tiene nada que ver con la abundancia. Se puede ser abundante y humilde. Se puede tener una buena casa y un buen coche, y tener el corazón lleno de amor hacia los demás. Igualmente se puede vivir en la calle y odiar al mundo. No juzgues a las personas por sus posesiones.

—Entonces, ¿qué es ser humilde?

—Para mí ser humilde es aceptar lo que Dios te da cada día. Quizás un día te sube en un autobús viejo atestado de gente, y otro día te sube en un coche de alta gama. Ser feliz en ambos. Agradecer la función de ambos. Eso es ser humilde.

—Sí, pero me hace sentir mal saber que hay mucha gente que no tiene otra opción que el autobús, utilizando tu ejemplo.

—Bien, pues utiliza esa bondad y esa compasión para ayudar al más necesitado, pero no te juzgues por disfrutar de abundancia. La abundancia es nuestro derecho natural, todos podemos ser abundantes. La tierra y la naturaleza son abundantes. Y recuerda esto: a quien más se le da, más se le pide. Y esto aplica en lo material y en lo espiritual.

—Yo siempre he pensado que el dinero no da la felicidad.

—¿No? Yo prefiero llorar tomando un daiquiri en una playa del Caribe…

—Ja, ja, ja no me vaciles, Marta.

—El dinero no da la felicidad, por supuesto que no. Venimos sin nada y nos iremos sin nada. Todo es prestado. Lo que crees tus posesiones son prestadas, los que crees tus hijos, tus parejas, son prestados. El cuerpo que acoge tu alma es prestado. Disfruta todo lo que se te da y agradece. Eso es humildad y es abundancia.

—Bien, disfrutaré entonces de ir en este gran coche.

—Así me gusta. Y ahora… viene la música. Prepárate.

Y Marta puso un CD de los Rolling Stones. Disfrutaron mucho de los doscientos kilómetros que separaban Andorra de Barcelona, hablaron de muchos temas triviales y de otros más profundos. También disfrutaban de muchos momentos de silencio. La simple presencia de cada cual hacía agradable el viaje.

—Bien, ya estamos aquí. Te enseñaré un parque que me parece maravilloso por su arquitectura y su simbología. El parque Güell.

—Tú aun trayéndome a la ciudad no me libras de la naturaleza, eh…

—La naturaleza me encanta, Martín, es mi hábitat natural.

—Empiezo a pensar que el mío también, me encuentro a gusto en ella.

—Eso es por la compañía… —Le sacó la lengua en un gesto de burla.

—También, también.

Entraron al parque y se hicieron una foto en la primera fuente que encontraron justo a la entrada. Después lentamente fueron recorriendo el parque y parándose en los puntos que más le llamaban la atención a Martín. Le encantaron los distintos viaductos (del museo, del algarrobo, de las jardineras) y también le gustó especialmente el monumento del calvario, con sus tres cruces sobre la piedra, quizás en una metáfora de en lo que se había convertido su vida. Descansaron en distintos puntos, se hicieron bromas mutuamente, fue una mañana espectacular. Cuando llegó el mediodía Marta llevó a Martín a un restaurante de la zona, quería presentarle a alguien.

—¿Te gusta el restaurante?

—Me encanta, pero tiene pinta de ser caro.

—No te preocupes que pago yo.

—No lo decía por eso, mujer.

—Como ves hay una tercera silla, voy a presentarte a alguien.

—Ah, qué sorpresa, esto sí que no lo esperaba. ¿Es también alguien espiritual?

—Y dale con lo espiritual… todo es espiritual porque todo está investido del espíritu del creador.

—Bueno, ya sabes a qué me refiero.

—Ella es, digamos, alguien muy consciente y eso en su profesión no abunda.

—¿Es prostituta?

—Ja, ja, ja, qué ocurrencias tienes, quita los juicios. Alguien que ejerce la prostitución puede ser muy consciente. Pero respondiendo a tu pregunta, no. Ella es política.

—Uy, pues si me das a elegir con quién comer… casi que elijo a la primera.

—Entiendo tu rechazo a los políticos y más en estos tiempos de corrupción y mentiras en ese sector. Pero, en cierta medida, los necesitamos. Si la sociedad ya de por sí es un caos, imagina que no hubiese un cierto orden y disciplina a través de la política.

—Para mí son todos unos corruptos y unos ladrones.

—Ea, sentenció Martín. Ya te digo que ella es una política consciente. Alguien que se preocupa por las personas y que quiere mejorar este mundo. Está muy implicada socialmente sobre todo con los más desfavorecidos. El mundo necesita muchos políticos así, creo que poco a poco irán llegando. Los políticos son un reflejo de la sociedad, cuando la sociedad sea más sana nos representarán políticos más sanos. Por cierto, ahí llega.

Patricia era una mujer de mediana edad, era pequeñita, con gafas y una mirada bondadosa. Sin embargo, pese a su aparente fragilidad, sacaba a relucir un carácter de acero cuando se trataba de defender alguna injusticia. Estuvieron departiendo varias horas entre comida y sobremesa, las chicas hablaban de un proyecto que Martín no conseguía adivinar. Era como si hablasen en clave para que él no se enterase. Se despidieron de Patricia con un fuerte abrazo y con la promesa de verse en poco tiempo. Subieron al coche para continuar con su paseo por Barcelona.

—¿Qué te ha parecido Patricia? ¿Has podido controlar tu rechazo a su profesión?

—He hecho un gran esfuerzo por no prejuzgarla, la verdad. Me ha caído bien, parece ahí poquita cosa… pero tiene carácter.

—Mucho. Lo necesita para estar ahí y aguantar a críticos como tú.

—Oye y por momentos me parecía que hablabais en clave. Un proyecto y tal…

—Así es, es un proyecto. Te enterarás a su debido momento. Ya llegamos a nuestro siguiente punto de parada.

—Por la hora que es, es la hora de tomarnos una copa, ¿no?

—Lo de la copa suena bien, pero antes un poco de arte para los sentidos no nos vendría mal. Mira, ¿ves aquel edificio?

—Como para no verlo, es precioso.

—Es la Sagrada Familia, un templo que te advierto que aún no está terminado. Se sigue construyendo a través de las donaciones que hace la gente de a pie para ello.

Accedieron al interior del monumento y contemplaron cuánta maravilla encerraban aquellas paredes. Sin duda, era una gran obra de arte.

—Martín, el arte es la forma que tiene lo divino de expresarse a través de lo humano.

—Guau, vaya definición. Nunca lo había pensado así.

—Pues así es, por eso es tan natural sentir cierto éxtasis al contemplar una obra de arte, ya sea un cuadro, una escultura, un monumento. O también cuando escuchas una música que es caviar para tus oídos.

—No he sido nunca un entendido en estos temas, Marta, me considero más bien un inculto en ese sentido.

—No hace falta ser un entendido para disfrutar de un buen vino. Solo necesitas poner todos tus sentidos en él y dejarte sentir. Con el arte es igual, no necesitas saber quién lo hizo o cómo, solo déjate llevar por la emoción que se te mueve adentro y sabrás cuándo estás ante una obra de arte.

—Con lo de la música no sé si me convences… después de dos horas escuchando a los Rolling Stones… —Y en el silencio de la capilla, se escucharon las risas de los dos.

Terminaron la visita y volvieron al coche. Caía ya la tarde y el sol empezaba a ocultarse en el horizonte. Se dirigieron al puerto de Barcelona, a una zona de bares junto a la playa. Se sentaron en una terraza, Martín pidió un gintonic y Marta un combinado de frutas sin alcohol.

—El mar... cuánto hace que no lo veía. Gracias por traerme aquí, Marta.

—De nada, a mí también me gusta mucho. Lástima que me queda un poco lejos, un paseo diario por la arena de la playa es el mejor ansiolítico que existe.

—Hablando de ansiolíticos, que es una palabra que asocio a pasarlo mal, y sin ánimo de estropear nuestro día libre que está siendo genial, me dijiste que me contarías sobre tus sufrimientos pasados.

—¿Seguro que los quieres escuchar?

—Solo si tú quieres contármelos. Siento que desde que te conocí me estás ayudando mucho y creo que es justo que yo también pueda escucharte y sobre todo conocerte a ti.

—Está bien. No tuve una infancia sencilla, Martín. Mi padre era alcohólico, siempre llegaba a casa enfadado y lo pagaba con mi madre. Cada día eran broncas continuas y yo sufría mucho. Me sentía impotente porque era una niña inocente, quería que en mi casa hubiese amor. No entendía esas discusiones constantes y cuando discutían por mí me sentía muy culpable. Todavía no había nacido mi hermano y mis días eran solitarios. Apenas tenía amigos, porque en el pueblo yo era la «niña rara» y se metían conmigo insultándome y llamándome loca. Así que imagínate cómo transcurrían los días. Intentaba distraerme sola, jugar, pero cuando llegaba la hora en la que mi padre volvía a casa y escuchaba el motor de su coche, yo me llenaba de temor. Viví toda mi infancia con miedo a mi padre, era tan intenso, que no le contaba a nadie cómo me sentía por miedo a sus represalias. Cuando se ponía a discutir con mi madre yo me ponía a temblar, me iba a mi habitación y escondía la cabeza bajo la almohada, pero el temblor no se iba. Una noche, de esa misma ansiedad, me levanté sin respiración y sentí pánico, pensé que me moría. Mis padres acababan de tener una de sus peleas y le conté a mi padre lo que me acababa de pasar, que me había quedado sin respiración. Primero me dijo que fuera a la cama con él (mi madre estaba durmiendo en el sofá). Fui a dormir con él y del mismo miedo, las piernas no me dejaban de temblar. Él, bruscamente, me gritó diciéndome que si pensaba estarme quieta. Volví a mi cama sintiéndome más sola aún, Martín, más asustada.

»Un día estábamos comiendo y comenzaron a discutir, cada vez se iban poniendo más tensos los dos, cada vez más agresivos, me levanté de la mesa y retiré mi plato, pero cuando me di la vuelta mi padre estaba golpeando a mi madre. La golpeó duramente. En un principio intenté pararle, sujetarle, pero era una cría de diez años. No podía con ese monstruo en el que se había convertido mi padre en ese momento. Salí corriendo en busca de ayuda, golpeé las puertas de varios vecinos gritando ¡socorro! ¡ayúdenme! Nadie me abrió su puerta. Mi padre salió a buscarme y me dijo que si tenía pensado llamar a toda la calle. Volví a sentir pánico. No quería volver a esa casa, no quería estar allí, pero tampoco pensé que hubiese otra opción para mí. A los pocos días mi padre se encontró con su hermano, con mi tío. Le contó lo que había hecho y delante de mí le dijo: «como la niña se ponga mala por esto, a la madre la descuartizo, la hago trocitos». Mi tío le dijo que por favor no dijera esas cosas delante de mí. Podrás imaginar el miedo que tuve a ponerme mala. Contenía mis emociones y fingía una sonrisa, solo para que esa tremenda amenaza no pasara nunca. Me hubiese marcado de por vida. Mi madre descuartizada por «mi culpa».

»Durante muchos años envidié a los niños que tenían un padre cariñoso, envidié a los niños cuyos padres se demostraban amor. Yo no había conocido eso en mi hogar.

»Esa experiencia me dejó sin autoestima, llena de miedos y como un foco de atracción perfecto para relaciones tóxicas. Víctima ideal para encontrar parejas que me dieran el mismo tipo de amor que yo conocí en casa. Me costó mucho hacerme adulta. Hacerme responsable de mí misma. Me costó mucho amar de verdad.

»Al tiempo, mis padres tuvieron otro hijo y poco después se divorciaron. A mi padre no lo he vuelto a ver. Mi madre estuvo un tiempo en un hospital psiquiátrico, eran muchas sus heridas. Después pudo rehacer su vida. Yo me fui a vivir con mis abuelos, Salvador y Manuela, que fueron dos bendiciones que me dio el cielo para aliviar mi carga.

—Vaya, Marta. No sé qué decir… lo siento mucho.

—Gracias por tu compasión y tu empatía, Martín.

—Es muy duro y para nada lo esperaba. Te veo una mujer tan fuerte, tan segura de sí misma, que nunca hubiese imaginado que has pasado por ahí.

—Esa mujer se ha hecho a sí misma a través del dolor. Estuve mucho tiempo lamentando mi suerte y sintiéndome una víctima de mi propia vida, del destino. Pero llegó un momento en que empecé a comprender con una visión más amplia todo lo sucedido, eso me empoderó, me ayudó a creer en mí. Digamos que utilicé esas vivencias como un motor y no como un freno, que es lo que fueron por mucho tiempo. Un freno que bloqueaba mi potencial.

—¿Y cómo lo has hecho?

—Pues elegí hacerme responsable y no víctima. Elegí usar ese dolor para poder empatizar con el dolor del otro. Elegí creer en mí pese a todo lo que estaba en mi contra. Y elegí perdonar. Perdonar a mi padre, perdonar el pasado y perdonarme a mí misma. Elegí coger a esa pequeña niña dolida y asustada, sentarla en mi regazo, y decirle que ya no tenga miedo. Que ya es mayor. Que siempre estará cuidada, protegida y amada por mí.

Asomaron lágrimas a los ojos de Martín. Era una chica guapa para él, pero acababa de convertirse en alguien admirable. Sintió la tentación de agarrarla de la mano, pero no quería que se violentara y se rompiera la conexión que había entre los dos.

—Marta, muchas gracias por contármelo y que sepas que puedes contar conmigo siempre.

—Lo sé, gracias a ti. Sé que tú también has sufrido mucho, Lucas algo me contó. Y sé que, así como yo hice, estás en el momento de transformación de ese dolor en tu máximo potencial.

—Hoy ha sido un día maravilloso.

—Está siendo Martín, está siendo. Por cierto, qué tal tu sueño con Lucas, el que me comentaste en el desayuno.

—Ah sí. He soñado que Lucas venía y me abrazaba. He sentido el abrazo muy real, como si estuviera vivo. Me decía que estaba curado, que se alegraba por mis avances y que pronto recibiría una visita muy especial.

—Lucas está vivo. En otra forma, pero lo está. De hecho, ha utilizado su energía para visitarte en sueños y darte un mensaje. Mientras duermes tu mente consciente se relaja y permite que se abra el subconsciente, eso hace que puedas recibir este tipo de experiencias que estando despierto no te permites.

—Ahora recuerdo que me dijo eso en el hospital.

—¿El qué?

—Que vendría a visitarme en sueños.

—Es una bendición que te abras a recibir mensajes, ya sea a través de los sueños, en meditación profunda u otros. Tienes una gran capacidad para conectar con el mundo espiritual.

—Si me permites voy a terminar de conectar con este gintonic que a tu lado me sabe delicioso.

—Vaya, qué halagador. Disfruta, claro que sí, yo también estoy disfrutando mucho este momento.

—Lo malo es que se acaba… todo lo bueno se acaba.

—¡Y lo malo también! Mañana será un día difícil para ti, ya te aviso, pero no ocurrirá nada que no estés preparado para gestionar.

—¿Me ayudarás a gestionarlo?

—Cuenta con ello.

Tomaron el camino de vuelta a Andorra, esta vez la banda sonora que les acompañaba eran canciones de James Blunt, bastante más suaves que las del camino de ida. Hicieron casi todo el camino de vuelta en silencio, asimilando el bonito e intenso día que acababan de pasar juntos. Marta sabía que a Martín mañana le esperaba un día bastante complicado y tenía que ver con su hija Raquel, pero era consciente de que la experiencia sería sanadora para él.

7

Despertó sobresaltado. Había descansado muy bien, pero era como si algo se estuviese moviendo dentro de él. Habían llegado muy tarde de Barcelona y se quedó dormido nada más caer en la cama. Sin embargo, las sensaciones que tenía eran muy distintas a las de ayer. Se sentía raro. Como si algo no anduviera bien en su mundo. Fue a la sala de desayuno y se encontró con las tostadas y el zumo en la mesa, al lado había una nota:

«Hoy he salido a solventar algunos asuntos. Martín, solo te pido que te abras totalmente a la experiencia de hoy. Intenta que mande el corazón y no la mente. Hay experiencias que la mente no puede entender.

Te veré mañana. Marta».

Eso terminó de removerle, sintió cómo se le descompuso el vientre y se fue urgentemente al baño. Media hora después y con sudores fríos, pudo desayunar.

—Buenos días, Manuela.

—Buenos días, Martín, tienes hoy una carita regular…

—Sí, me siento raro, tengo la sensación como si algo fuera a pasar.

—Algo va a pasar, pero yo estaré aquí contigo.

—Vale, ¿comenzamos la meditación?

—No, hoy va a ser distinto. Suelta el bolígrafo y el cuaderno, no los vas a necesitar.

—Ah, sorpresa entonces.

—Sí. Martín, ¿tú sabes lo que es ser médium?

—Me suena un poco como a comunicarse con los muertos, pero no estoy seguro.

—Eso es, aparte de con personas fallecidas, tengo la capacidad de conectar con otros seres de luz que nos acompañan o que acuden puntualmente a dar un mensaje. Hoy hay alguien aquí que no puedes ver, pero que quiere comunicarse contigo.

—A mí estas cosas me dan muy mal rollo, Manuela, no me gustan.

—Lo sé, pero si esto se ha dado así es porque estás preparado para la experiencia, sino te aseguro que no se daría.

—Bien, y ¿qué tengo que hacer?

—Tú solo escuchar y comunicarte conmigo. No juzgues ni analices lo que ocurra, eso podrás hacerlo después si quieres. Solo entrégate a la experiencia. Recuerda tu compromiso con Lucas de hacer lo que aquí se te pidiera.

—Está bien, pero soy muy escéptico. Puede que se me escape una risa o una cara rara.

—Comencemos pues. —Manuela cerró sus ojos y comenzó a respirar de manera profunda. Su cuerpo se balanceaba por momentos desde atrás hacia adelante.

—Martín. Hay aquí una persona fallecida que quiere hablar contigo. Yo te comunicaré lo que me vaya diciendo.

—Adelante.

—Hola, papi. —A Martín se le cambió la cara y un escalofrío le recorrió la espalda.

—¿Quién eres?

—Es tu hija, me dice que se llama Raquel.

—No puedo creerlo.

—Martín, hemos quedado en que te entregarías a la experiencia. Es una oportunidad única para escuchar lo que hay para ti de parte de tu hija.

—Está bien. Si es verdad que ella está aquí, ¿qué tengo que hacer?

—¿Qué harías si lo creyeras?

—Hablarle.

—Háblale.

—Hola, Raquel.

—Me alegro de poderme comunicar contigo, papi, llevo mucho tiempo esperando este momento, pero en el cielo tuvieron que explicarme cómo hacerlo.

—No sé qué decir. —Martín no salía de su incredulidad y esto le estaba resultando un teatro de mal gusto.

—Papi, he venido a decirte que estoy curada de la enfermedad. Cuando llegué al cielo conocí a un ángel que me ayudó. Había una sala de curación y estábamos juntos muchos niños que habíamos abandonado la tierra. Este ángel me ha estado cuidando mucho tiempo. Curó mi alma de los dolores terrenales y puedo decirte que estoy curada y soy feliz. —Manuela seguía dándole los mensajes de su hija en primera persona.

—Lo siento, Manuela, esto no me está gustando.

—Tu hija te mira con compasión, Martín. Te sigue amando mucho y me dice que te cuida desde el otro plano. A ver, un momento…

Manuela tuvo que concentrarse aún más. Tenía los párpados cerrados, pero dentro de sus ojos había un rápido movimiento.

—Martín, me dice que te acuerdes de vuestro secreto.

—Eso es verdad, teníamos un secreto que solo conocemos ella y yo. ¿Cómo sabes tú eso? No recuerdo habérselo contado a Lucas.

—Me muestra la imagen de un conejo en un papel. Hay un nombre escrito: «Cuqui».

—¿Cómo puedes saber nuestro secreto, Manuela? ¡Solo lo sabemos ella y yo! —Martín comenzó a llorar.

—Tu hija te acaba de demostrar que está aquí, habla con ella, por favor.

—Raquel, mi vida, te quiero, te echo muchísimo de menos.

—Yo a ti también, papi, no quiero que estés triste. Yo soy muy feliz aquí. Tengo muchos amigos, todo el mundo es muy bueno y me están enseñando mucho sobre la vida en la tierra de las almas. Esta es aquí nuestra escuela, no necesitamos las matemáticas. Esto último te lo ha dicho riéndose, Martín.

—¿Por qué te fuiste tan pronto, mi amor? ¿Por qué Dios me ha castigado sin ti? —Martín no podía parar de llorar.

—Dios no te ha castigado, mi enfermedad estaba en el programa que tenía que vivir mi alma. Estaba también en tu plan de alma vivirlo. Sé que tú no lo puedes comprender y eso me pone triste. He estado a tu lado cada vez que llorabas con mi foto entre tus manos, enviándote luz como me han enseñado en el cielo.

—Y yo te sentía, mi niña, te juro que te sentía, pero el dolor me mataba por dentro y aún lo hace. ¿Por qué, hija mía? Pedí mil veces que la enfermedad me hubiese llevado a mí y no a ti, cariño, con toda una vida por delante. —El hombre estaba roto de dolor.

—Hay cosas que solo podrás comprenderlas cuando estés aquí, pero he venido a hablar contigo para eso. Para que deje de doler. Para que entiendas que hay una razón poderosa de lo que ocurrió y que yo estoy muy feliz aquí. Mientras tú me recuerdes podré venir a visitarte y a ayudarte con tu propósito.

—Yo quiero irme contigo, mi amor.

—Aún no, papi. Me han dicho que eres alguien importante en el cielo y que has ido a la tierra con un propósito grande. Vas a dar mucho amor a los demás y muchas almas te necesitan. Cuando lo hayas cumplido, regresarás aquí y yo iré a recogerte. Tienes un amigo en el cielo que me manda recuerdos para ti, se llama Lucas. Él es un ser con muchísima luz.

—Te quiero, Raquel, te querré siempre.

—Y yo a ti, papi. Se ha marchado, Martín —le dijo Manuela.

Martín rompió en llanto, lloraba roto de dolor como cuando aquello ocurrió. Se tumbó en el suelo y se encogió. Gemía de dolor. Manuela hizo silencio. Hay momentos en los que las palabras sobran, en los que cualquier cosa que se diga suena tremendamente vacía. Este era uno de esos momentos.

—Yo le dediqué muy poco tiempo, Manuela, estaba siempre trabajando, siempre estresado, muchas veces me hablaba y no le prestaba atención —dijo Martín entre gemidos. Manuela lo arrulló en su regazo como quien sostiene a un niño.

—Fui un mal padre… qué poco jugué con ella… qué poco hablé con ella… Dios mío, ¿por qué?

—Lo hiciste lo mejor que supiste en ese momento. Estabas estresado por un trabajo. ¿Por qué te importaba tanto ese empleo?

—Porque quería darle lo mejor, quería que a mi niña no le faltará de nada, que pudiese ir a los mejores colegios, que tuviera sus caprichos… ¿y qué hice? A cambio de todo eso no le di un padre.

—¿Ves cómo tu intención era la mejor? La que tú consideraste mejor en ese momento y era por ella. No te castigues más, Martín. La adorabas y ella lo sabe y te adora a ti. Nunca morimos, solo cambiamos de forma, y algún día os encontraréis de nuevo. La muerte es solamente una transformación.

—Manuela… muchas gracias por este regalo. Quiero pedirte perdón por haber dudado tanto de ti.

—No te preocupes, que te entiendo. La duda está bien de vez en cuando, nos ayuda a buscar más allá. Por cierto, ¿quién es Cuqui?

—Bueno, ella quería tener un conejito en casa, pero vivíamos en un piso pequeño y su madre no consintió con ello. Raquel se puso muy triste y, para contentarla, dibujé un conejito en un papel y le dije que le pusiera nombre. Ella le puso Cuqui. Lo escribimos en el papel y fue nuestro pequeño, gran secreto. Cada noche, cogíamos el papel y ella le daba un beso al papel y otro a mí, y nos deseábamos buenas noches.

—Gracias por confiármelo, Martín. —Se pasó la mano por los labios como quien cierra una cremallera— Seguiré guardando vuestro secreto.

—Gracias, Manuela.

Se hizo un zumo de naranja y comió una manzana, era todo lo que le entraba. Tenía el estómago cerrado. Se fue a su cuarto y se tumbó boca arriba con los ojos cerrados. En cierta medida, aún podía sentir la presencia allí de Raquel, era como si hubiese conectado con su energía. Echaba de menos a Marta y se lamentaba de que justo hoy no estuviera allí para poder apoyarse en ella, pero se dio cuenta de que hay cosas que es mejor integrarlas en la más absoluta soledad. Ya habría tiempo de contárselo.

Llegó la tarde y se fue al jardín, hoy más que nunca necesitaba del consejo del sabio abuelo.

—Buenas tardes, Salvador.

—¿Seguro que son buenas, Martín?

—En realidad no lo sé, he tenido hoy una experiencia muy fuerte y aún no sé cómo digerirla. De hecho, creo que es lo que estoy digiriendo porque apenas he comido.

—Es normal somatizar las emociones en el estómago. A mucha gente le ocurre eso.

—Sí, me pasa mucho. Cuando algo me remueve emocionalmente se me remueven las tripas también.

—Cuéntame, Martín, ve al grano.

—Hoy… no sé cómo expresar lo de hoy.

—Exprésalo con naturalidad, como lo sientas dentro de ti.

—Hoy he hablado con mi hija. Se llama Raquel y falleció el año pasado de un tumor cerebral. Solo tenía tres añitos. —Martín volvió a entristecerse.

—Lo siento mucho. Sé que es una experiencia muy dura de vida, quizás la que más.

—¿Sabrías darme consuelo, Salvador? Tú eres un hombre sabio, ayúdame a calmar este dolor.

—No hay palabras para eso, Martín. Solo puedo comprender tu dolor. Duele. Y dolerá por un tiempo. Aunque quisiera no puedo ayudarte con eso. Solo puedo decirte que cuando pase ese tiempo, el dolor irá menguando y tu amor por ella aumentará. Será un amor muy puro. El tipo de amor que nace cuando han caído todas las capas que ponemos sobre nuestro corazón.

—Ya sabes que no creo en estas cosas, pero mi hija me ha demostrado que era ella. Ha contado algo que solo sabíamos ella y yo.

—Ha tenido la necesidad de ello, si no, no hubiese habido sanación para ti. La experiencia habría quedado en lo superficial y tu mente estaría cuestionándose si era real o era un invento de Manuela. Con ese gesto tu hija te ha llenado de Fe.

—¿Y cómo ocurre eso? Quiero decir, ¿cómo podemos comunicarnos con seres fallecidos o ellos con nosotros? ¿Yo podría comunicarme con ella?

—Hay personas que tienen una especial sensibilidad para ello y lo hacen con naturalidad. Es un don que traen aquí. La gente que llamamos «corriente», suele comunicar con otros planos en sueños, que es cuando su mente «pensante» duerme y sus capacidades subconscientes se abren. En tu caso personal tienes un gran poder sensorial, lo que pasa es que aún no lo sabes. Poco a poco irás desarrollando capacidades que duermen en ti.

—¿Yo también tengo un don?

—Todos tenemos un don. Todos somos parte de esta gran obra que Dios creó y todos somos importantes en su desarrollo. Evidentemente no todos tenemos los mismos dones, cada uno marca su diferencia en el mundo desarrollando los suyos, y no tienen por qué estar vinculados a la sanación. Alguien puede traer un maravilloso don de gentes, para hacer conectar a las personas en la sala de fiestas de un hotel, por ejemplo. Otro, puede tener un inmenso don creativo para hacer películas que nos entretengan a todos. Otros son malabaristas con un balón… y otros, que es donde nos encontramos nosotros, tenemos el don de la sanación a través de distintas vías.

—¿Se supone que tengo un don para la sanación?

—Yo no lo supongo, lo sé. Te será mostrado cuando sea el momento divino perfecto para ello. Pero que esto no te sirva para agrandar tu ego, no eres más importante que el pescadero del barrio, que el bombero que acude a apagar fuegos o que el mendigo que pide en la puerta de la iglesia. Todos cumplen una importante función.

—Mi hija me dijo que yo era alguien importante en el cielo y que tenía un propósito grande aquí en la tierra.

—No midas las palabras desde el ego, que ese «alguien importante» no te haga enaltecerte, porque si no la vida te enseñará humildad y eso siempre duele. Es cierto, que algunas almas escogen propósitos más elevados por amor a los demás y así es en tu caso. También es cierto que son más difíciles de llevar a cabo. Digamos que tienes que «aliviar» muchas almas, Martín, y te hablo de un nivel global. Lo harás en distintas partes del mundo.

—Yo ante un propósito tan grande me siento muy pequeñito, muy poca cosa.

—Todos venimos con las herramientas que necesitamos para afrontar los desafíos propuestos. Estás totalmente capacitado y se te ha dado mucho. También te digo que a quién más se le da, más se le pide.

—¿Y qué tengo que hacer?

—De momento, sanarte a ti mismo. Es lo que estás haciendo aquí con nosotros. Más adelante todo se te irá revelando.

Se despidió de Salvador con un abrazo. Lentamente, recorrió el jardín de vuelta a la casa. Se detuvo a contemplar un blanco jazmín, podía ver en la flor una extraordinaria belleza y vio en ella, por primera vez un reflejo de su corazón. Él era también un hombre extraordinario, pero aún no lo sabía. Su hija le había devuelto la Fe. Recordó cómo cada noche iba a la capilla del hospital a suplicar que su hija conservara la vida, clavaba las rodillas en las bancas donde la gente se sentaba, y colocaba su mirada perdida en un Cristo que le devolvía un gesto de dolor. Cuando su hija murió, dejó de creer en nada. Si hubiese un Dios no podía ser tan cruel. Hoy sentía que el cielo era real, que un día se encontraría con Raquel y con todos aquellos que habían partido. Y que ese cielo le acompañaba y guiaba hacia su propia misión.

Había sido un día muy intenso y se fue pronto a la habitación. No vio a Marta en todo el día y supo que la chica le había dado todo el espacio que necesitaba para asimilar la experiencia vivida. Miró el cuadro. Ese mago que contemplaba el mundo desde afuera, y se preguntó si algún día tendría esa posibilidad. La de salir de su dolor interior y poder ver el mundo con una mirada limpia. En el silencio de la habitación volvió a escuchar los latidos de su corazón.

8

Se cruzó con Marta camino de la cocina para desayunar.

—Buenos días, perdida.

—Buenos días, Martín, ¿qué tal estás?

—He dormido a pierna suelta, ni siquiera recuerdo si he soñado. Ayer como predijiste fue un día muy difícil.

—Sí, mi abuela me avisó de lo que tocaba en vuestro encuentro y supe que no sería algo fácil de asumir.

—Lloré muchísimo, pero mi hija me ha devuelto la Fe.

—¡Bien! Me da muchísima alegría oír esto. Era el primer paso.

—¿El primer paso para qué?

—Para que te puedan recordar quién eres.

—Vaya, tengo mucha intriga por saberlo. Yo me miro al espejo y veo al Martín de toda la vida…

—No empieces con tu ironía que ya sabes a qué me refiero. Esa ironía que empleas no es más que miedo a mostrarte vulnerable.

—Soy muy vulnerable.

—¡Pues deja que se vea! No hay nada de malo en ello. Al contrario, muchos se alegrarán de ayudarte.

—¿Y tú dónde estuviste? Si no es mucho preguntar.

—Pues pasé el día en la cueva. Necesitaba un poco de soledad, de reencontrarme yo también conmigo misma. Meditar en el proyecto que se acerca y calmar mi estado emocional.

—¿Las maestras espirituales también necesitan calmar sus emociones?

—No sé el resto de maestras, pero yo, aunque te parezca increíble, me enfado, me confundo, lloro, me alegro… sigo viva.

—Créeme, tenía una imagen de los maestros espirituales como seres imperturbables y a los que las cosas mundanas no les afectaban para nada. Y esto te lo digo sin ironía. Vulnerable como a ti te gusta.

—Mientras esté en el mundo y en su forma humana, un maestro tiene que gestionar sus emociones. También cae de vez en cuando porque sigue teniendo desafíos, y a veces pierde los papeles y olvida que es un maestro. A no ser que te retires a un monasterio o que te vayas a una cueva al Himalaya, ahí seguramente te sea todo mucho más fácil.

—Me pregunto entonces por qué todos los maestros no lo hacen. Una vez que alcanzas esa maestría y esa paz, retirarte donde el mundo no te afecte.

—Si te retiras donde el mundo no te afecte, tu maestría tampoco podrá afectar al mundo. La tierra necesita maestros que se pongan el mono de trabajo y se manchen si es necesario. Para eso hay que estar en la sociedad y convivir con los demás. Más aún, si asumiste el compromiso de mejorar la experiencia terrenal de tus hermanos. Ten presente una máxima, no quieras nada para ti que no incluya a los demás. Si la sigues habrás ganado muchos puntos en el cielo.

—Entiendo. Sigamos ahora la máxima de desayunar cada mañana.

—Ja, ja, ja, eres imposible.

Llegaron las 11:11 y Manuela como siempre lo esperaba puntual.

—Buenos días, Martín, ¿hoy cómo estás?

—Buenos días. Me siento muy bien, pero por favor hoy nada de sorpresas ni emociones fuertes.

—Tranquilo, el cielo sabe cómo racionarte los platos fuertes… te los darán de a poco.

—No sé si eso me deja mucho más tranquilo…

Manuela sonrió, daba gusto trabajar con Martín a pesar de sus resistencias y miedos.

Iniciaron la meditación como de costumbre, llegado el momento comenzó a escribir:

«INDIVIDUALIDAD

Vives en una sociedad, por lo tanto, prima lo colectivo a lo individual.

En lo colectivo se ve tu estado de evolución interno. Cómo tratas a los demás, cómo te comportas, cuáles son tus valores, hasta dónde eres capaz de llegar.

Mirando al cielo

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