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Dios

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Nadie que tenga creencias religiosas

alcanza la filosofía. No la necesita.

(Schopenhauer)

1.01. Hombre y Dios. La Mística

Hace algún tiempo, los parabrisas traseros de ciertos coches llevaban una pegatina con la siguiente leyenda: “Sonríe, Dios te ama”. Yo creo que si fuésemos plenamente conscientes de lo que implica tal afirmación, llegaríamos a otra conclusión más radical, aún. Es decir, si penetrásemos en el significado de los siguientes asertos que están implícitos en ella: primero, Dios existe; segundo, Dios es lo Absoluto; además Dios es persona en cuanto me ama a mí, que lo soy; por otra parte, ese amor de Dios no se dirige a la humanidad, a la especie humana entera, sino a mí; y por último, ese amor no exige contrapartida: no me ama porque sea bueno, o listo, o guapo o agradecido, sino que me ama porque soy, porque soy una criatura suya, a la que crea y ama. Si penetrásemos, digo, en el sentido de estas consideraciones, no es que sonreiríamos –de alegría, se entiende- sino que daríamos saltos de gozo, aullidos de placer, nos volveríamos como locos. Dios me quiere a mí, ¿nos damos cuenta de lo que eso significa? Dios, el ser Absoluto, tiene hacia mí gratuitamente un amor absoluto. ¡Ah!, y sin embargo vamos por la vida tan campantes, tranquilos, con el pertrecho de nuestras grandes o pequeñas miserias. Yo no encuentro otra explicación a este tremendo misterio sino el que no tenemos la suficiente fe. Si no vivenciamos el amor de Dios es porque falla alguna, o varias, o todas, de las premisas que he señalado antes.

Los únicos que han vivido en parte este fenómeno han sido los místicos. Ellos, en determinadas situaciones, han experimentado el amor de Dios de tal manera que han entrado en éxtasis y se han visto inmersos en lo inefable. Por eso, o bien hablan metafóricamente, o balbucean un no sé qué lenguaje cuasi infantil, medio ininteligible, o, finalmente, se expresan con la más hermosa de las palabras: el silencio.

Que los místicos, en cuanto tales, se ponen al margen de la razón y de la lógica, es cosa bien sabida. San Juan de la Cruz balbucea al no encontrar la palabra (Logos) adecuada. En sus escritos abundan las expresiones i-lógicas, contradictorias, como “vivo sin vivir en mí”, en puridad una frase sin sentido; y también aquella de “muero porque no muero”, que, tomada literalmente, es una contradicción in adjecto: si muero porque no muero, no muero porque muero. En fin, nada tiene esto de extraño porque el misticismo se mueve en el ámbito de lo inefable, de lo a-racional. Al fin y a la postre, la inteligencia es sólo una herramienta muy útil con la que la naturaleza, en su evolución, ha dotado al hombre para que sobreviva. Su valor es meramente instrumental, a pesar de que el hombre, en ocasiones, puede obtener otros logros con ella mil veces más excelsos, aunque, eso sí, “adulterando” su naturaleza.

Lo demás, la religión de la media hora de misa dominical, es pura rutina y superficialidad. El sociólogo más lego no dudaría en atribuirla a la adopción de un mero uso social, algo advenedizo y empastado cuyo origen es, a mi parecer, de carácter biológico: la religiosidad como mero uso social se extiende porque tiene valor de supervivencia, en cuanto aglutina los miembros del grupo en torno a unos valores compartidos. El misticismo no puede ser –no es- integral. Si lo fuera –o en la medida en que lo sea, incapacitaría al hombre para la acción, para la búsqueda, para la satisfacción de la innata curiosidad. Por eso San Juan de la Cruz, entre arrebato y arrebato de misticismo, fundaba conventos; y Santa Teresa de Ávila, tras los éxtasis afirmaba que Dios también estaba entre los pucheros. A esta forma de practicar la religión, y como de pasada, hemos de contraponer la afirmación de San Agustín de que “in interiore homine habitat veritas”, afirmación con la cual estoy de acuerdo plenamente. La vía de acceso a Dios es la interioridad, no la naturaleza. La tierra, el sol, las plantas, pueden ser bellos, pero son estúpidos; una piedra nunca dice nada al respecto. Es un ente amazacotado e inexpresivo: estúpido. Por eso, para mí, no tiene sentido la conocida expresión: “llenos están el cielo y la tierra de tu gloria”, que se usa en el canon de la misa. Por mucho que impresionara a Kant el cielo estrellado sobre su cabeza, a mí el mundo estelar o el ámbito de lo terreno no me dicen absolutamente nada acerca de Dios. A Él accedo por la necesidad que siento de Él en mí, en mi interior, al vivenciar mi incompletitud, mi contingencia, mi nadería. Sin Él soy una cosa sin sentido, y esto me resulta intolerable.

Dicho lo anterior, consideremos lo que sigue: si el auténtico hombre de fe es el místico, y éste es esencialmente un contemplativo, la perspectiva religiosa es opuesta a la concepción fáustica del mundo. Si la fe es contemplación, la acción sobra porque entorpece. El hombre de fe, absorto en Dios, vive ajeno a los problemas del mundo. Ya lo decía San Juan de la Cruz: “el rostro recliné sobre el Amado/dejando mi cuidado/entre las azucenas olvidado” El místico, el hombre de Dios, volcado en Él, olvida sus “cuidados”, sus preocupaciones. Es como el niño pequeño que vive en, para y por la madre, ajeno al resto del mundo, cobijado y confiado en ella. O como el verdadero amante, que todo lo abandona, olvida y posterga porque el amado es todo para él.

El espíritu fáustico, por el contrario, nos hace meternos vitalmente en el mundo, interesarnos por él, descubrir sus distintas facetas y recovecos. El hombre fáustico es el hombre curioso y admirativo, en el sentido en que Aristóteles decía “todo hombre tiende por naturaleza a saber”. El asombro y la curiosidad es el origen de la filosofía y, por tanto, de la ciencia.

¿Es posible cohonestar el ansia de Dios y el afán por el mundo? “No se puede servir a dos señores”, dijo el Cristo. No parece posible que se pueden compaginar ambas actitudes. Ambas son absorbentes y difícilmente se conformarán con una atención a tiempo parcial. So pena de incurrir en una especie de esquizofrenia práctica, podríamos ser “mundanos” los días laborables de la semana y hombres de Dios el domingo. Pero aquí hay que jugar a “todo o nada”. Se entiende que me estoy refiriendo a las actitudes vitales profundas, pues aparentemente el hombre de fe se dedica también a actividades del día a día, ¡ay!, pero sólo aparentemente: si lo es tal, sus coordenadas vitales, su impulso profundo y básico tiene que ser Dios, lo Absoluto. Todo lo tiene que contemplar sub specie aeternitatis.

1.02. Dios y el mundo

Alguien ha dicho que, independientemente de que Dios exista o no, lo que de verdad importa es que las cosas ocurren como si Él no existiera. Dejando aparte el caso de los milagros, me parece que es una afirmación correcta. Las cosas, los fenómenos mundanos, ocurren aparentemente sin tener que apelar a Dios. Desde el movimiento de los astros hasta los fenómenos de la física subatómica, todos los fenómenos actúan conforme a sus propias leyes, y nada más. Ya lo decía Laplace en su explicación de los movimientos de la Tierra: “Dios es una hipótesis que no necesito” (1)

Los sucesos ocurren según sus propias pautas y no hay por qué implicar a Dios en el trajín de la naturaleza. La evolución de las especies se lleva a cabo según la teoría neodarwinista (o según la que en el futuro la sustituya, mejorándola) (2) Pero esto, no sólo ocurre en el ámbito de la naturaleza, sino también el cultural. Pensemos, por ejemplo, en el sistema para regular la circulación de vehículos en una gran ciudad. Éste, utilizando señales estáticas, móviles o luminosas, reguladas por ordenador, procura y consigue la mayor fluidez y seguridad en el tráfico; y mezclar a Dios en ello sería risible. Pues así en todo lo similar.

Lo que ocurre es que por mor de un enorme quid pro quo cometido por Tomás de Aquino en su intelección del sentido de Dios en Aristóteles, se introdujo en la Teología un enorme desvío. Dios, para el estagirita, era un elemento más del entramado de su Física: el primer motor inmóvil; y Santo Tomás tomó este elemento físico y lo introdujo, como acabamos de decir, en la Teología. Este primer motor inmóvil aristotélico era algo así como un motor fuera borda del mundo cerrado y limitado. En virtud de tal error en la comprensión de Dios y el Mundo, la naturaleza y Dios se relacionaban ónticamente: Dios se expresaba en la naturaleza, y el hombre, contemplándola adecuadamente, podía ascender desde ella hacia Dios. Sobre este supuesto, el aquinate estableció sus famosas cinco vías para demostrar la existencia de Dios; pero reparemos en que las llamó “vías”, no “demostraciones” (3)

Pero yo no creo que esto sea así. La naturaleza se rige por sus propias leyes, cuyo descubrimiento y estudio siempre nos mantienen dentro de ella y nunca nos llevarán a Dios.

1.03. Mundo y religión: jesuitismo

Una de las instituciones en que se da la confusión de los planos divino y humano es la Compañía de Jesús, fundada, como se sabe, por San Ignacio de Loyola. Los jesuitas, que antaño constituyeron el bastión más conservador de la Iglesia Católica, se han ido deslizando hacia posiciones básicamente humanistas. ¿Cómo se ha producido esto? A mi entender con una intención recta pero equivocada. Se pensó que para la procura de la salvación del hombre había que introducirse en sus afanes, ilusiones, oficios y actividades. De esta forma, las personas, viendo a la Iglesia como una institución que se preocupa de sus problemas reales, se acercarían, a su través, a Dios y lograrían la salvación eterna.

En realidad se trata de una táctica combativa (4) que aspira a contrarrestar la incidencia del marxismo, en sus varias versiones políticas, en la sociedad de los últimos setenta años. Se dilucida, en definitiva, quién conquista el mundo y los hombres, si el socialismo para la revolución o la Iglesia para Dios. Pero se trata, a mi entender, de una táctica equivocada que lo único que ha logrado ha sido desvirtuar el mensaje del cristianismo y la naturaleza de la Iglesia. Y así, tenemos a muchos jesuitas, tantos que son los que dan la impronta pública de la Compañía de Jesús en el presente, que son sociólogos, psicólogos, orientalistas, astrónomos, bioquímicos, economistas y hasta animadores de la revolución político-social. Son de todo menos sacerdotes. Yo estoy de acuerdo en que la sociedad necesita todas esas profesiones y actividades, pero ellas las tienen que ejercer los cristianos de a pie, los laicos, o el hombre de la calle, si se quiere, pero no un cura. Los sacerdotes, como miembros cualificados de la Iglesia, no tienen otra misión que la de impartir los sacramentos y predicar la palabra de Dios. Y si un jesuita, en este caso, por la vivencia profunda de una situación social injusta, por ejemplo, quiere actuar en una labor de promoción social –cosa loable- abandone entonces su ministerio sagrado, cuelgue los hábitos (aunque ya no llevan ni hábitos ni distintivos clericales –sotana- ni siquiera alzacuellos. Sólo corbata) y que se haga asistente social o guerrillero, pero ya no como sacerdote. El cura, como su nombre indica, sólo debe buscar la “cura” (cuidado) de las almas para su salvación. Todo lo que sea ir más allá es sacar los pies del tiesto. Ocurre igual, mutatis mutandis, que cuando un religioso se enamora de una mujer. ¿Habrá algo más natural que esto? Pero en cuanto un cura no puede casarse con ella, según la disciplina actual de la Iglesia, secularícese en buena hora y funde una familia. Pero que no quiera ser sacerdote y tener mujer simultáneamente.

En uno de los últimos números de la revista “Razón y Fe”, aparecen, entre otros, artículos firmados por jesuitas (S.J.), con los siguientes títulos: “La reunificación de Alemania”, “El problema de los incendios forestales” Y bien ¿qué tienen que ver estos asuntos, importantes en sí, con la fe o la moral católicas? Pues en esto es en lo que se ocupan algunos jesuitas.

Esto que decimos de la Compañía de Jesús, en los tiempos actuales, no es sino, a mi entender, una confusión de planos y una falta de respeto a la autonomía del mundo. La cuestión de la reunificación de Alemania en su día y los incendios forestales siempre presentes, y otros temas similares, han de ser tratados, planteados, estudiados y resueltos con recursos puramente humanos, cual es la inteligencia en sus aplicaciones prácticas y tecnológicas, sin que el ámbito de la fe ni de lo religioso en general, tengan que decir aquí ni la más mínima palabra. Los problemas humanos hay que resolverlos con recursos humanos. Uno es el ámbito material, el de la naturaleza, que se rige por leyes físico-matemáticas, y por esta senda hay que tratarlo, y otro el mundo interior del hombre, su alma y su espíritu. Este es el lugar propio de la búsqueda, del encuentro, del amor a Dios, de la religión, como re-ligación, de lo divino. Pretender traspasar este ámbito, llevando a Dios como remedio de los problemas humano-materiales, naturales o sociales ha sido la gran tentación y el gran error histórico de la Iglesia Católica. Y todavía se persiste en él. No a Tomás de Aquino y sí a Agustín de Hipona: In interiore homine hábitat veritas.

Ayer (11-2-1992) murió en Madrid el Padre Llanos, de la Compañía de Jesús, sacerdote y comunista. Los medios de comunicación –supongo que no todos- no han hecho sino enaltecerlo, y casi proponerlo como epítome o paradigma del hombre de fe, comprometido con los problemas de su tiempo, por su acción en el barrio suburbial de Madrid El Pozo del Tío Raimundo y por su militancia comunista. A mí, su caso, me parece una contradicción y un sinsentido absolutos. ¿Cómo se puede ser sacerdote católico y comunista? Todo católico se asienta en su fe, que implica necesariamente la admisión de una realidad diferente de la material, una realidad espiritual, superior, eterna. Este es el ámbito del alma, de Dios, de la vida eterna, etc. El comunismo tiene como fundamento ideológico el marxismo, que es una filosofía esencialmente materialista. Para ella, lo mental, lo espiritual, lo cultural no son sino meros epifenómenos de lo material, una manifestación o apariencia de la única realidad: la materia. ¿De qué modo se pueden cohonestar ambas concepciones del mundo? A mi entender, de ninguno. Un cura comunista es, en pura teoría, tan posible como un círculo cuadrado.

Admito y respeto la buena intención del fallecido. Pero ello no hace sino confirmarme en la convicción de que en nuestro mundo, y en gran parte de la Iglesia, reinan el despiste y la desorientación. En la Iglesia, en general, y en la Compañía de Jesús, en particular. Repito lo dicho anteriormente: si el padre Llanos quería dedicar su vida a los pobres a través de su militancia comunista, lo propio es que se hubiese salido de la Iglesia (y no sólo del sacerdocio). Por otra parte, su biografía parece indicar que para luchar a favor de los desposeídos, es necesaria la militancia en el partido comunista. Esto no sólo no es así sino que es aproximadamente lo contrario. La Historia reciente lo ha demostrado plenamente. El problema de la pobreza, como todos los problemas humanos, hay que resolverlos con la razón y buena voluntad, instrumentos ambos específicamente humanos, dejando al margen creencias, cristianas o marxistas. El problema de la pobreza, pues, han de resolverlo políticos inteligentes, enérgicos y honestos.

1.04. La “comodidad” de la religión

El problema de la religión (¿El problema de Dios?) es que anula al hombre. El creyente tiene todos los problemas básicos resueltos: sabe quién lo creó y por qué está en el mundo, cuál es el sentido de su existencia, la muerte no es para él, no digo un misterio, ni un problema: es sencillamente el tránsito hacia otra vida mejor, sabe lo que debe hacer y lo que debe evitar. De la misma manera que un punto en un plano queda perfectamente definido por sus coordenadas, el hombre, en esta especie de plano cartesiano que es la religión, está vitalmente ubicado. La práctica de los deberes religiosos puede ser dura, puede exigir abnegación e incluso sacrificio. Pero ¡qué supone todo ello con respecto a la enorme tranquilidad que le da tener respuesta a los problemas capitales de la existencia!

Además, el cañamazo de su existencia le es dado totalmente; él sólo tiene que implementarlo. Es como los dibujos que utilizan los párvulos en el colegio: ya están hechos en el papel; ellos sólo tienen que colorearlos. Pero aunque se salgan de la línea, si es sin mala intención, la maestra no les riñe.

Por eso han dicho tantos que la religión y la filosofía son incompatibles. Creo que es verdad. El filósofo es el aventurero del pensamiento y el funámbulo de la acción. En su aventura intelectual, parte de cero. Su investigación es radical, en nada se apoya. Así, emprende su camino sin conocer la meta ni las rutas que a ella le llevarán. Sólo aspira a conocer lo que es o, lo que es peor, ¡a saber si hay algo que saber! Su aventura es a campo abierto, sin brújula, sin estrellas que lo guíen. Avanza impulsado solamente por una cierta fuerza interior irresistible. Eso es todo. En cuanto a su conducta, no hay reglas, normas, consejos o directores espirituales. Él solo es el artífice de su propia vida. Sólo tiene “el amigo que siempre va en él”, que dice Antonio Machado; es decir, su capacidad reflexiva, su inteligencia, su temple, su ánimo, su yo… él mismo, solo.

Las ventajas del hombre religioso con respecto al que no lo es son enormes. Es la ventaja del buen burgués, arrellanado en su cálido sillón, al calor del hogar, en relación con el aventurero, que camina en medio de la ventisca de nieve por el campo inhóspito, negro como la boca de un lobo y sin nada que le sirva para orientarse porque, a lo peor, no hay nada donde guarecerse.

¿Qué ser: burgués o aventurero? Hay quien decide pronto y sin dudar. Otros, entre los que me encuentro, nos sentimos dubitativos y, por tanto, interiormente desgarrados.

2.05. Meditación

Centro de una gran ciudad. Hacia las dos de la tarde: ruido ensordecedor, tráfico infernal, multitud de gente, luz cegadora, quizá, obras en las aceras, autobuses monstruosos en el asfalto, manadas de turistas por doquier… “En esta situación es imposible creer en Dios”, dije para mis adentros. Mentalmente me sonreí de mi propia boutade, que me salió espontánea, impremeditadamente. Luego, al volver sobre ello, vi que ahí había algo de lógica. En Dios, o en lo santo o en lo trascendente sólo es posible pensar o sentir –vivenciar-, en unas circunstancias calmas, que propicien el recogimiento y la introspección –in interiore anima habitat veritas-, como es la soledad de la naturaleza o, mejor aún, la quietud y el silencio de un templo. Así que no es, me parece, un completo absurdo pensar en que en medio de un caos de ruido y de tráfago es imposible creer en Dios.

1.06. Búsqueda

¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?

¿Por qué te complaces en ocultar tu rostro?

¿Juegas conmigo? ¿Te diviertes? ¿Acaso has trocado tu amor por la burla cruel y maligna?

Apareces y desapareces.

Buscarte es como si estuviera girando vertiginosamente en torno a Ti para enfrentar tu cara.

Pero, Señor, este juego dura ya demasiado tiempo: sesenta años.

A veces me arrebataste y me enseñaste tus tremendos secretos: entonces me transfiguraste y me hiciste ser otro.

Pero otra veces –muy frecuentes- tu silencio retumba en los oídos de mi alma, y me ensordeces y me aíslas y me aturdes.

No juegues más conmigo, Señor. Te lo ruego. No te burles de mí, no te escondas. Muéstrate para que yo sea.

Pero te digo:

Caminaré en tu búsqueda hasta gastar la carne los huesos y los tendones de mis pies.

Gritaré por Ti hasta quedar sin voz.

Golpearé tu puerta hasta que desaparezcan mis manos y en su lugar queden muñones sanguinolentos.

Y esto lo haré hasta setenta veces siete.

Pero temo Señor que permanezcas en tu silencio estruendoso.

Y –aunque lo merezco por ser como soy- es decir: por ser

Creo que llegaré a enloquecer.

Te reprocharé tu silencio, tu terrible silencio de vacío total.

Y yo, por fin, me sumergiré en el abismo oscuro y pleno del No Ser, de donde salí.

Y descansaré.

1.07. Humanismo, Teísmo

Entiendo por humanismo la posición teórico y práctica consistente en fundamentar todo lo significativo de la realidad en el hombre. El hombre es el eje del hombre; es decir, el hombre gira sobre sí mismo. El hombre se hace a sí mismo, tanto individual como colectivamente. El hombre es libre, responsable, autónomo, lo único digno y con sentido; es, por tanto, también donador de sentido. El hombre, entendido como fundamento fundante de la realidad fundamental, generaría un “humanismo racional, laico y hedonista” (5) Entiendo por teísmo aquella posición también teórico y práctica que afirma la realidad de Dios, como lo Otro, absolutamente diferente de las cosas, de los entes. El hombre, ante Dios, se despliega en las dos dimensiones mencionadas: teóricamente, reconociendo su existencia; y prácticamente –y ésta tiene primacía sobre aquélla, ya que es su conditio sine que non- por medio de una sumisión a Él total y absoluta. El hombre es nada ante Dios y por ello (en la medida de lo posible) lo racional consiste en la irracionalidad. Es decir, lo racional es alejar toda pretensión de entronizar al hombre y su razón y, por el contrario, abandonarse a Dios. El hombre es nada. Dios es todo. Dios es, el hombre no es. La sabiduría es la confianza irracional en Dios. Esta “sabiduría” es la fe. El epítome de esta actitud es la de Abraham, como subrayó Sören Kierkegaard (6). Así pues, el hombre o sigue a Dios y renuncia a sí mismo o se sigue a sí mismo y renuncia a Dios. No cabe término medio, sea esto dicho contra los teólogos. O Dios o el Hombre.

1.08. Perplejidad

Gabriel Marcel (7) distinguía entre problema y misterio. Ambos coinciden en ser “dificultades para la vida”, para el intelecto –en sentido orteguiano- con las que se encuentra el hombre. Pero mientras el problema es una dificultad superable por el hombre con sus solas fuerzas, el misterio es irresoluble para él. Ante el misterio no cabe la actitud ardorosamente activa que requiere la resolución del problema, sino el recogimiento esperanzado en que lo Otro, lo desconocido, lo noumenal (Kant) acuda en nuestra ayuda y nos muestre lo que, por nosotros mismos, no podemos ver. El misterio par excellence es la cuestión de la existencia de Dios.

Leyendo a Agustín de Hipona y a Kierkegaard veo que nada se puede hacer para adquirir certeza de la existencia de Dios. La fe es un don, una gracia divina. Lo que sí puedo es “preparar el camino del Señor”, disponer el nido que soy por si Él quiere venir a aposentarse en él. Es la humildad, el anonadamiento, el negarme a mí mismo. Lo otro: la autoafirmación, el sentido de la Tierra (Nietzsche) es el orgullo, el pecado contra el Espíritu Santo, ¡el único que no se perdona! “Seréis como dioses”, dijo la serpiente tentadora. Eso es lo que repite nuestro mundo: sed dioses, haceos a vosotros mismos, sed vuestros creadores. Esta es la “creencia” (Ortega y Gasset) básica de nuestro tiempo. Pero ¡qué extraño Dios que exige mi anonadamiento para mostrárseme! ¡Qué confuso es todo! ¿Por qué tengo que dejar de ser para ser? ¿Qué delito hay en ser lo que soy y no ser lo que no soy? “¿Por qué Dios no permite mi condición de Dios, amo y señor de mi mundo?¿Es acaso celoso, orgulloso, resentido, poseído de Sí mismo? ¿Por qué no tolera mis defectos si él me ha hecho así? ¿Por qué soy libre? ¿Y qué culpa tengo yo de serlo si, como dice Sartre, “estoy condenado a ser libre”? ¿Acaso pueden alcanzar a su Alta y Otra Realidad mis desatinos, mis errores… ¿Porqué, Dios mío, en este asunto, todo es tan oscuro?

1.09. Soledad

No sólo me rodea, me constituye.

La negrura más espesa es mi sustancia.

Intento bracear para no hundirme

Y no ahogarme, y mis manos no encuentran asideros.

Como un niño que se aprieta los ojos

Y ve luces y cuadros y rombos y escaleras,

Así ando yo por lo que llaman vida y realidad,

percibiendo relampagueos, reflejos transitorios, tornasoles.

Pero yo soy el que soy (perdonen la inmodestia)

Siento mi yo, lo veo, lo toco,

que sólo a mí es dado.

Con la ventura y desgracia de mi yo,

Abrazado a mí mismo, sin nadie que me mire ni me comprenda…

Y así siempre.

(“siempre” es una palabra tan terrible)

Porque no hay otra con la que compararla:

Somos siempre y siempre somos…

Mientras somos.

Ahora es siempre el tiempo de ahora, y siempre es el ahora sin fin)

Pero dejémonos de galimatías:

Aquí solo está mi yo, sordo, ciego, mudo,

Sintiéndose a sí mismo.

1.10. Dios y la Política

Desde que empecé a cuestionarme mi mundo, es decir, desde mi adolescencia, sólo me interesan de verdad estos dos temas: Dios y la Política.

El asunto de Dios ha sido como un Guadiana en mi vida: aparece y desaparece, pero nunca del todo. Hoy le gente habla del Papa Francisco, del Opus Dei, del Movimiento Neocatecumenal, del celibato de los curas… pero no de Dios.

Sobre Política –así, con mayúsculas- siempre han versado mis cavilaciones. También ocurre que en los medios de comunicación y, en menor grado entre la gente, el tema de la política está obsesivamente presente: El PP, el PSOE, Podemos, Luis Bárcenas y la corrupción… pero de Política, así, con mayúsculas, repito,… ¿Quién habla hoy de Política?

1.11. DIOS

“-Sé que dios existe, de eso estoy seguro.

-¿Por qué?

-Porque siento y reconozco su presencia en mi alma” (8)

1.12. Pregunta

La única pregunta importante es: “¿Existe Dios o no existe Dios?” Las demás preguntas no es que sean menos importantes; es que, comparadas con ella, ni siquiera son.

1.13. Credo de Nicea - Constantinopla (Credo Largo) (9)

1. “Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso,

Creador del cielo y de la tierra,

de todo lo visible y lo invisible.

2. Creo en un solo Señor, Jesucristo,

Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos:

Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero,

engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre,

por quien todo fue hecho;

que por nosotros lo hombres,

y por nuestra salvación bajó del cielo,

y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen,

y se hizo hombre;

y por nuestra causa fue crucificado

en tiempos de Poncio Pilato;

padeció y fue sepultado,

y resucitó al tercer día, según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin. 3. Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas. 4. Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. 5. Confieso que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados. 6. Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén”.

Observación:

La afirmación clave en esta versión del Credo está en el versículo 16, en que se dice que Jesucristo resucitó según las escrituras (Véase en Gomá Lanzón, Necesario pero imposible. También San Pablo, en su primera epístola a los corintios, dice que si Jesús no ha resucitado somos los más desgraciados de los hombres) Es que la prueba de fuego de la fe cristiana radica en la resurrección de Cristo. En efecto, si el nazareno no hubiera resucitado, habría sido un profeta más, de los muchos que han existido en el religioso pueblo de Israel; un profeta excelso, desde luego, autor de una sublime doctrina moral: la doctrina del amor entre los hombres, de la misericordia. Una moral tan elevada y perfecta que merecería ser establecida como moral universal, y como tal ser enseñada en el universo entero. Pero, por mucho que admiremos al autor de tal moral, media un abismo entre ser un moralista y ser Dios. Hay entre ambos una diferencia, absoluta, sustancial. En consecuencia, para mostrarnos su divinidad, Cristo tuvo que resucitar, suceso metafísicamente imposible para un una persona mortal. Pues bien, siendo esto así, ¿Por qué los redactores de la versión del Credo que hemos escrito al principio “amparan” su afirmación en las Escrituras? ¿Acaso tiemblan de temor y responsabilidad al hacer tal afirmación y apoyan su creencia en la divinidad de Jesucristo en lo dicho en el Antiguo Testamento de que resucitará al tercer día?

Al final sólo queda la fe del carbonero, como decía Unamuno:

- ¿En qué creéis?

- En lo que nos manda (creer) la Santa Madre Iglesia.

1.14. Dos formulaciones de la ética

La ética cristiana es la más valiosa y excelsa que conozco. Lo he dicho en otro lugar: lo mismo que hay una Declaración Universal de los Derechos Humanos, proclamada y adoptada por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), tendría que establecerse, con los mismos o más títulos, una Moral Universal, que no sería otra que la cristiana. Dicho esto, sostengo que hay dos formulaciones de la misma: una más amplia y detallada que es el Sermón de la Montaña, jamás superada en XXI siglos; y otra más corta. Me refiero a la frase de San Agustín “Ama y haz lo que quieras” –Ama et fac quod vis. Lo que se nos pide es la coherencia entre la esencia del cristianismo –el Amor- y la conducta nuestra en cualquier ocasión. Lo recordaba el Papa Benedicto XVI en su primera carta Encíclica, Dios es Amor –Deus caritas est.

1.15. Sentimientos y actitudes

José Antonio Marina, en su obra “Ética para náufragos”, distingue entre sentimientos y actitudes. Creo que tal distinción es útil para entender mejor el mandamiento del amor, piedra angular del cristianismo. En efecto, una cosa es el sentimiento amoroso, que puedo sentir sólo hacia mi próximo (hijos, padres, esposa), y otra diferente la actitud amorosa, que puedo y debo orientarla hacia todas las personas, e incluso animales y cosas.

Ahora bien, al amor como actitud de que hablamos, ¿en qué se diferencia de la cortesía, de la buena educación, del trato correcto y amable hacia los demás? Si existiera tal diferencia, sería muy sutil.

1.16. Teología

La teología es un pseudociencia absurda y contradictoria. Es contradictoria porque Theos (Dios) y Logos (Razón, Palabra) son incompatibles. No puede haber Ciencia de Dios), al menos mientras tengamos el concepto actual de Ciencia. La ciencia empírica siempre parte de hechos, y no hay hechos observables empíricamente de Dios. Si de Dios hubiera ciencia, no habría ateos sino tontos, pues tontos son los que no entienden la Física, la Biología, la Química… Por eso mismo es maléfica, porque no da lo que promete: saber acerca de Dios; y no lo da porque no puede darlo.

1.17. Creyentes ma non troppo

Hay creyentes sinceros, que cumplen con todo “lo que manda la Santa Madre Iglesia”, por ejemplo ir a misa los domingos y demás “fiestas de guardar”. Participan en ella, procuran estar atentos, no sólo al sermón, sino también a todo lo dicho en toda la ceremonia. Comulgan, meditan un ratito antes y después de la liturgia. En definitiva: cumplen con su obligación de católicos. Pero ocurre que, desde que salen de la iglesia hasta que vuelven a ella el domingo siguiente, se comportan, no digo que mal sino según les dictan los negocios mundanos; es decir, como lo podrían hacer un ateo o un agnóstico que fueran buenas personas. Su catolicismo desaparece durante siete días menos media hora. ¿Qué ocurre aquí? Yo no lo sé. Si alguien me lo pudiera explicar…

1.18. Conversión

¿Claudicaré, una vez más, y tornaré al seno acogedor de la Santa Madre Iglesia cuando se acerque el rostro inexpresivo de la muerte? Es, más que posible, probable. Si ello me hace menos desgraciado, ¿por qué no? ¿Claudicar de la razón, abjurar de la verdad? Pero ¿qué es la verdad?, como dijo el romano del comienzo de la Pasión de Jesús el Galileo, el gran escéptico. Así es que si la religión me sirve de consuelo, bendita sea la religión. Pero todavía no me encuentro en esa tesitura. ¡Es todo tan complejo! ¡Ay, quien pudiera no pensar ni sentir: entontecerse!. Hay que esforzarse en esa dirección.

1.19. Juegos divinos

Einstein dice que Dios juega a los dados con nosotros. Sin embargo Woody Allen cree que a lo que juega Dios es al escondite.

1.20. La Fe

Estoy seguro de la verdad de las proposiciones “Dos más dos es igual a cuatro”, “dos cosas iguales a una tercera son iguales entre sí”, y otras similares.

Estoy seguro de la falsedad las proposiciones “dos más dos es igual a cinco”, “si p, entonces q. Y p, luego no q”.

En cambio no estoy seguro de la verdad o de la falsedad de la proposición “Dios existe”, porque si Dios existe, entonces es verdadera; y si Dios no existe, entonces es falsa.

Supongamos finalmente que tenemos la proposición “Dios no existe”. Si Dios existe, es falsa y si Dios no existe, es verdadera.

Conclusión: como no sabemos si Dios existe o no existe, tenemos necesariamente que dudar tanto de la proposición “Dios existe”, como de la proposición “Dios no existe”.

La duda es inherente a la fe. Es lo que Unamuno llamaba “La agonía del cristianismo”. Aquí el término “agonía” significa “lucha” –entre la fe in la increencia-, de la misma manera en que el que “agoniza” “lucha” con la muerte.

Lo único que podemos admitir es la afirmación de Kierkegaard “la fe consiste en ´mantener firme la posibilidad´” (Diario íntimo, 26 de agosto de 1848).

Vete pensando… (a)

Debería haber cierta coerción de las leyes contra los escritores ineptos e inútiles, así como las hay contra los vagos y los vagabundos.

… No es broma. La garabatearía parece ser síntoma de un siglo desbocado”

(Montaigne, Ensayos)

“Cuán enorme paradoja es la de la fe, una paradoja capaz de convertir un crimen (el mandato de Dios a Abraham de que sacrifique a su hijo) en una acción sagrada y agradable a Dios… ; una paradoja, en definitiva que no puede explicarse por ningún razonamiento, ya que la fe comienza cabalmente donde terminan los razonamientos”

(Kierkegaard, Temor y Temblor)

“Lo que antes se daba a la Iglesia se da ahora, aunque en menor escala, a la ciencia”

(Nietzsche, De la utilidad e inconvenientes de la Historia para la vida”

“Dios es el nosotros existir y el no ser eso todo”

(Pessoa: Libro del desasosiego)

(a) Al final de cada capítulo pondremos, bajo el rótulo de ¨vete pensando¨ unas frases que sirvan para que los estudiantes de filosofía de bachillerato las mediten y redacten un pequeño comentario sobre ellas. Quiero decir públicamente que la idea de este recurso didáctico lo tomo de lo propio que ha hecho Fernando Savater en su celebérrimo libro “Ética para Amador”, cambiando únicamente “leyendo” por “pensando”. Espero que el mencionado Savater no lo tome a mal, teniendo en cuenta su cordialidad y amabilidad. Suum cuique.

NOTAS

1. Laplace presentó su famosa hipótesis nebular en “Exposition du systeme du monde” en 1797, que formulaba que el sistema solar se creó de la contracción y enfriamiento de una gran nube aplastada de gas incandescente que giraba lentamente.

Su exposición del sistema del mundo contiene la hipótesis cosmogónica según la cual una nebulosa primitiva habría ocupado el emplazamiento actual del sistema solar rodeando como una especie de atmósfera un núcleo fuertemente condensado, a temperatura muy elevada y girando alrededor de un eje que pasaría por su centro; el enfriamiento de las capas exteriores, unido a la rotación del conjunto habría engendrado en el plano ecuatorial de la nebulosa unos anillos sucesivos, mientras que el núcleo central formaría el Sol.

La materia de cada uno de los anillos daría por condensación en uno de sus puntos un planeta, que por el mismo procedimiento, engendraría los satélites: el anillo de Saturno sería un ejemplo de esta fase intermedia.

Laplace descubrió la invariabilidad de los movimientos medios planetarios. En 1786 probó que las excentricidades e inclinaciones de las órbitas planetarias entre sí, siempre permanecen pequeñas, constantes y además se autocorrigen. Estos resultados aparecen en la mayor de sus obras “Traité du Mécanique Céleste” publicado en cinco volúmenes a lo largo de 26 años (1799-1825).

2. La teoría neodarwinista, que enriquece la teoría clásica de Darwin con los conocimientos de la química genética, se debe básicamente al ruso afincado en USA Theodosious Dobzhanski, cuyo principal discípulo, especialista en genética de poblaciones, es el español Francisco J. Ayala, dominico exclaustrado, catedrático en la UCLA, presidente de la Academia de los científicos estadounidenses y asesor científico del expresidente Clinton.

3. La tercera vía, la de la contingencia, es la que tiene más valor probatorio; pero, insistimos, Santo Tomás, deliberadamente las llamó vías, no demostraciones, porque no lo son.

4. Ello le ha reportado su expulsión de varios países, entre ellos de España, y el descrédito, injustificado, de medio mundo.

5. F. Savater, Humanismo impenitente, Anagrama, Barcelona, 1999, pág. 13, nota.

6. S. Kierkegaard, Temor y Temblor. Filósofo y teólogo danés que, entre otros, influyó en Unamuno, que aprendió el danés para leerlo en su idioma original.

7. Gabriel Marcel (París, 07 de diciembre de 1889-París, 08 de octubre de 1973) fue un dramaturgo y filósofo francés. Sostenía que los individuos tan sólo pueden ser comprendidos en las situaciones específicas en que se ven implicados y comprometidos. Esta afirmación constituye el eje de su pensamiento, calificado como existencialismo cristiano o personalismo.

8. Lev Tolstói: “Conversaciones y entrevistas”, Fórcola, Madrid 2012, pág. 172

9. Existe otra versión del Credo, con el mismo contenido claro está. Es el CREDO DE LOS APÓSTOLES:

Creo en Dios, Padre Todopoderoso,

Creador del cielo y de la tierra.

Creo en Jesucristo su único Hijo Nuestro Señor,

que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo.

Nació de Santa María Virgen,

padeció bajo el poder de Poncio Pilato,

fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos,

al tercer día resucitó de entre los muertos,

subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre, todopoderoso.

Desde allí va a venir a juzgar a vivos y muertos.

Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia católica

la comunión de los santos, el perdón de los pecados,

la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén

Leer, Pensar, Saber

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