Читать книгу Hablando con extraños y otros cuentos - Juan González Fuentealba - Страница 7

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ANTES DE MORIR

Es domingo en la tarde. Cinco en punto. El cielo gris está oscuro como el mar en la madrugada. Empezará a llover. La niebla es tan espesa que pareciera que la noche ha venido antes que la noche misma.

Es domingo.

Son las cinco en punto. Tal vez ha pasado un minuto. El pasto me roza el pecho al avanzar, me moja la cintura y el estómago. Hace frío, y no siento los pies; a penas las manos. El pasto es azul, y los árboles también. El rocío se congela, y se rompe a mi paso.

Me pregunto si ella estará bajo el mismo cielo gris. Si acaso sentirá el mismo frío que yo.

No. Ella es más feliz. Ya no me recuerda. Ella vive en otro día, lejos de aquí.

Esta tierra respira conmigo. Camina conmigo, siempre alejándose. Respira sin hacer ruido. ¿Acaso el invierno mató a todos los pájaros? Quiero que grite, pero no se digna a hablarme. Ni las montañas, ni las nubes, ni el río. No hay frontera para quien está tan lejos.

¿Piensas en mí? ¿Desde el calor de tu corazón? ¿Piensas en nuestros días? En toda la tierra que dejé atrás.

Es domingo. Domingo en la tarde. Casi es de noche. Comienza a llover. Por favor háblame. Debo moverme o no llegaré. El frio va a comerme, como yo me como a los animales.

Caminé una hora. Llegué mojado, pero había leña seca. Gracias por el fuego, y gracias por las paredes donde se atrapa el calor. Las ventanas son cuadrados negros, azotados por la lluvia. Ahora me hablas, desde la oscuridad. Tu voz es la lluvia. El agua negra del cielo que se enoja sobre mí.

Esta pequeña cabaña tiembla entre tus golpes, como si fuese un niño contra la pared. Es el punto que la tierra me dio. Caminé una hora, tal vez más. ¿Buscando qué? Un animal que corre. ¿Qué animal? No lo sé. Nada había.

Sí. Corría en la niebla, vestido por la altura del pasto. Un ciervo.

Sólo era una mancha. La sombra de una sombra. El fantasma de las montañas.

No, caminé hacia allá para poder comer. Era un ciervo pequeño. Su mirada era dulce, y su andar ligero. Iba a matarlo, pero se alejó y yo caminé lento.

Es sólo que los ciervos no caminan en dos pies. Jamás estuvo tan cerca como para mostrarme sus ojos. Ni siquiera cerca de la distancia de un tiro.

Nada había, pero fui igual. No había una frontera, ni una advertencia. El río estaba muerto, y también los pájaros. Quedan pocas balas en el rifle. La culata está débil. No tendrás suerte tanto tiempo, me dice la madera temblando en el metal.

Aquí no necesito suerte. Aquí tengo fuego, y tengo tiempo. La cabaña es fuerte y mía. Y en la noche existe fuera de ninguna parte. Nadie puede verla, ni llegar aquí. Los fantasmas se quedan afuera, perdidos en la noche.

Si pudiera llorar… tal vez entendería lo que está pasando. La leña seca a mis pies. Las astillas tiradas por aquí y por allá. Una grieta cruza toda la pared. ¿Por qué vine? Es mi casa. Aquí vivo. ¿Y ella? ¿A dónde se fue? murió.

Ojalá así hubiera sido. Así diría que me amó, y después ya no pudo más porque le vino la muerte. Pero así no fue. Sólo se detuvo, y así nada más pasa. Yo no fui lo mismo para ella. Nunca quiso venir.

Ahora estás aquí, en ninguna parte. Comerás grasa vieja y moras verdes. Tomarás el agua tibia, tratando de recordar el sabor del té. Es invierno, y todo está mojado. Tus recuerdos están bajo el agua. Sólo las montañas y el pasto, y el río están aquí.

Y el fuego. Gracias por el fuego, y gracias por el tiempo. Buenas noches, tierra. Buenas noches, noche.

No sé cuánto me quede de pierna. El dolor no me deja caminar. La cama ya no me cuida como antes. Sólo el calor. Muévete. Entra en el día como valiente cometa. Estoy perdido.

Es lunes temprano. El sol es joven aún. Me pregunto si hoy la neblina me dejará ver. Tengo que ir o no sabré nunca. Tal vez alguien me espera, más allá de los árboles, a los pies de la montaña. Sigue el río, y camina despacio. Nadie puede oírte.

No hay nadie para oírte.

Pero tal vez... puede que otros hayan venido. Yo estoy aquí, sin nada especial. Pero la llanura es demasiado grande. La neblina demasiado espesa.

Nunca se dejarían ver.

Pero no pueden conmigo. Iré cerca del río. Caminaré a un paso delgado, lento. Están a los pies de la montaña. Tal vez el animal era el animal de ella. Por eso no he podido tomarlo. No era para mí.

Hay otros. Tal vez la familia. ¿Quién traería un niño a este lugar?

No. Están solos, pero hay otros.

¿Seré una sombra para ellos? ¿Seré yo el secreto en la niebla?

¿Por eso ya no me amas?

Gracias a la vida por el fuego. Gracias a los dioses, y al amor y al aire por incendiarse y darnos su fuego. Es lo que me queda de corazón, que se prende en su coraza de metal negro. Siento el eco de la angustia en el pozo dentro de mí. Es un eco de otra vida, que resuena ya por todos mis años. ¿Era esto lo que sentía en ese tiempo? Es como una puerta cerrada, este sentir del recuerdo de un sentir.

Dame fuego para vivir.

¿La niebla se incendiará también para dejarte ver? ¿Alcanzará con lo que queda de ti?

No lo sé. Los días se me cobrarán pronto, sea yo un valiente o no lo sea.

Sabes que esta casa es tuya, que te quiere y es para ti. Pero conspira en tu contra. Lo veo en la noche, al volver, a cada respiro que tomas estando sentado, y a cada noche que duermes soñando los sueños locos de la indigencia.

Agua caliente. Ceniza para encontrarle fondo al insípido trago. No hay esperanza en el caminar. Es el miedo de un hombre muerto el que me mueve a la montaña.

Miedo a encontrarte ahí, a los pies de la piedra fría. A ver lo que ha sido de ti con el salvaje espíritu del tiempo.

Tengo miedo de saber que me amabas y que yo me fui, y que al mirarte ahí tirada, tus ojos me dijeran que todo esto fue por nada. Y entonces la montaña muerta será mi corazón y mi eterno recuerdo.

Nunca más podré olvidar.

Entonces salgo de nuevo, esperando que la noche sea mi abrigo. Sólo que no hay noche posible en esta vida mía. Sólo la cruda luz blanca, el pasto hecho un cristal, y la montaña que exhala su aliento blanco, como si quisiera fumigarme el alma. Matarme a mí y a todos los animales perdidos que viven sin saber la razón de su vida.

Me pesa el rifle, como el esqueleto de un perro. Avanzo dando zancadas, y bebo agua tibia con sabor a ceniza. Mis dientes se sacuden, porque vuelven a la tierra quemada. Mi pecho escribe la más tierna de las sonrisas, calentándose como un charco en una vieja lata, del que nadie puede beber.

Tengo hambre porque estoy solo.

Tengo miedo porque no creo en nada. Pero eso no es verdad, ¿cierto? Todos necesitan creer en algo, y yo creo en ti. Estés muerta o no. Estés aquí o en cualquier otro lugar.

Creo en tu cuerpo y en tu olor, aunque estén bajo hielo. ¿Es cierto que te conocí alguna vez? Debo saberlo. Debe ser verdad, porque tu recuerdo no está hecho de este hueso, ni de esta agua, ni vive por esta montaña desolada, ni por mis pasos llenos de sangre. ¿Sino de dónde habrías salido? Y este amor que siento, ¿me dirás que no es mío?

Yo creo en ti, porque por ti siento miedo. Y me esperarás cuando llegue a la montaña, y ésta me mire. Y entonces todos mis pasos tendrán dirección, y todos mis temores una moraleja. Yo sé que no me dejarás solo, amor mío.

La niebla viene de nuevo, y te veo como un manto negro a la distancia. El pasto y el frío no son nada. Camino sin hacer ruido. No quiero espantarte.

Teníamos que irnos, y tú no quisiste, y ahora me esperas. ¿Serás carne para mi angustia? Ya eres vida para mi dolor.

Veo como caminas sin romper un tempano del rocío. Veo tu espalda, y veo tus manos, y tu cara, pero sin ojos y sin nariz. Nada más la sombra y tu pelo negro. Te mueves como el péndulo de mi corazón solía moverse. ¿Eres tú bajo el cielo?

Entonces mi corazón se rompe, porque todas las voces le hinchan, todas las fotos le cubren. ¿Has estado sola, buscándome?

No quiero morir de sólo verte. No quiero perder mis años, ni mi decisión. Sería yo diferente, si te viera hoy, y mis sueños vivieran.

A penas puedo moverme. El frío me sujeta los dedos, y se hace tarde. Caerá la noche, y con ella la gran sombra en la que nos perderemos.

Ven conmigo, y serás feliz. Tengo todo lo que no tuve, pero nada sin ti.

La cabaña es un corazón sordo, refugio de la noche. La montaña se me cae encima. La huelo como el metal mojado, y me mareo. Casi puedo verte. Más cerca, con la ropa hecha una piel mojada. No eras un ciervo, y no eras el animal de nadie. Los sueños de mi pasado te pertenecen. Quédate, quédate.

No puedo más con el rifle, así que la tierra lo tome. Mírame, por favor, que tu espalda me hiere. La montaña está helada, y estamos a sus pies, respirando su lamento. El sol se esconde, y va lento, como si supiera que no podemos seguirle. Pero a ti si te alcanzo, años a la distancia. Te tomo del hombro, y te volteo hacia mí.

Estás muerta, aún de pie en la montaña. El sol se esconde y me deja contigo en la oscuridad.

Hablando con extraños y otros cuentos

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