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A manera de prólogo

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Nunca en la vida ha sido fácil ejercer el periodismo en un país como Colombia. Pero es que ahora, en estos tiempos que corren, ya no solo es difícil sino también peligroso. Riesgoso, para decirlo con la palabra precisa.

Al juntarse en un mismo escenario la pandemia del coronavirus y los problemas sociales, y al producirse el estallido de las protestas callejeras, salió a flote lo peor de nuestra alma: los rencores, la intolerancia, la violencia.

Cada quince días, cuando se publica una de estas crónicas mías en el diario El Tiempo, recibo varias y variadas cartas de los lectores. La mitad de ellas son regaños rotundos en los que me dicen que, mientras el país se está desbaratando, yo me dedico a escribir bobadas sobre historias de las palabras, el origen de los refranes, las curiosidades del idioma. La agresividad de esos mensajes es tan grande, que los epítetos más suaves que me lanzan son para calificarme de insensato e irresponsable.

La otra mitad de dichos corresponsales me dice exactamente lo contrario: que por fin hay alguien que escribe en la prensa sobre temas diferentes y divertidos, en vez de dedicarse a machacar sobre la misma cantaleta todos los días.

Cercado por esas dos visiones tan diametrales, yo me quedo pensativo, tratando de sacarles conclusiones de provecho, y he llegado a hacerme estas preguntas: ¿eso que está pasando conmigo no es, precisamente, una prueba elocuente de lo que le está ocurriendo al país? ¿No es ese, precisamente, el tema del que me ocupo en otras crónicas sobre nuestra cruda y dolorosa realidad cotidiana?

El escenario nacional es sobrecogedor: confrontaciones, choques, conflictos, bloqueos, tiroteos, peloteras, vandalismo en cada esquina, los viejos amigos de antes ya no hablan sino que gritan, porque, en medio de disputas y contiendas, ya no hay debates de ideas sino insultos personales.

¿Dónde estarán los líderes que puedan conducir a Colombia en la búsqueda de la tolerancia, la concordancia, a discutir sin matarnos, a confrontar serenamente las ideas, a buscarles solución a los problemas sociales, a ver si podemos limar las asperezas y ponernos de acuerdo alguna vez? ¿Dónde estarán?

¿O será que estamos viviendo en dos países diferentes y la rabia nos ha impedido darnos cuenta?

Pero, en aras de la verdad histórica, que siempre debe ser completa, es justo decir que la realidad colombiana siempre ha sido convulsa y agitada. Por eso, para entenderla cabalmente, hay que denunciar las grandes lacras de nuestra sociedad, como es el caso de la corrupción que nos está agobiando, pero también es deber de un periodista mostrar cómo avanzan, con los años, las costumbres y la cultura del país.

Eso fue lo que intenté hacer, ni más ni menos, cuando escribía las crónicas que hoy son el contenido de este libro. Entender a Colombia, pero no solo desde la sordidez de las sombras, sino, también, desde su lado luminoso. Espero haberlo logrado. Ustedes tienen la palabra.

JUAN GOSSAIN

Colombia desde la pluma de Juan Gossain

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