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¿Qué va a ser de nuestros hijos?

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Cuando cumplí los cincuenta y ocho años celebré una comida familiar con mi mujer, mis seis hijos y mis padres. Cinco de ellos siguen viviendo en casa gracias al magnífico mercado laboral del que disfrutamos y sus grandes sueldos, y me temo que así va a ser durante bastante tiempo. No pueden independizarse porque el sueldo no les llegaría y porque muchos de los trabajos son temporales, algo así como eso de «pan para hoy y hambre para mañana». Antes de la comida, les di un breve discurso y les transmití que, desde ese momento hasta mi jubilación, prevista para siete años más tarde, mi principal preocupación sería lograr que una vez jubilado, mi mujer y yo pudiésemos vivir sin agobios económicos. Lo cierto es que a lo largo de mi vida siempre les he insistido en que hay que ir más allá, no conformarse con lo que conocemos: tenemos que ser capaces de adaptarnos a las nuevas realidades, de leer el futuro. Creo que para ellos no he sido mal ejemplo: a cada situación que se ha producido, por muy mala que fuese, he intentado sacarle provecho. Cuando decidí dejar de dar conferencias sobre adicciones digitales después de años intentándolo, pero sin sacarle rentabilidad, me reinventé y enseñé a lograr visibilidad en los medios, porque en dos años me habían hecho más de mil entrevistas de radio, de una en una, y podía enseñar a otros cómo lograrlo. Cuando me detectaron un cáncer, en vez de echarme a llorar, que ganas no me faltaron, decidí presentarme a la Presidencia de RTVE, proceso que sigue en marcha y del que soy uno de los veinte candidatos preseleccionados. También en ese momento me puse a escribir el libro Carisma y Empatía junto con mis hijas Esther y Miriam. Además, al conocer a más gente que había tenido o tenía esa enfermedad y ver que los médicos no se lo habían comunicado adecuadamente, elaboré una conferencia sobre «Cómo dar bien las malas noticias en el ámbito médico». Cuando un año después montamos una tienda en Amazon y resultó un fracaso, en vez de llorar, mis hijas y yo escribimos el libro Vender en las plataformas digitales, contando cómo fue nuestra experiencia, qué hicimos mal y qué hay que hacer para tener éxito; además, dimos varias conferencias sobre el tema. Y así siempre, reinventándote a cada contratiempo; cualquier cosa menos rendirte.

Me he pasado toda la vida trabajando sin ver un euro, pagando facturas que cada vez eran más grandes y menos manejables, siempre en las últimas. Ahora es el momento de rentabilizar todo ese trabajo y el conocimiento adquirido porque, además de trabajar, he estudiado, y mucho, y ese conocimiento no se logra en unos días, semanas o meses, sino que es trabajo constante de años. Ese va a ser uno de los principales requerimientos de este nuevo mercado laboral que estamos inventando ahora mismo: el trabajo y el conocimiento; y para ello las herramientas de aprendizaje son imprescindibles. Contamos con infinidad de ellas y muchas gratuitas, lo que ya no permite excusas para decir que no podemos adquirir esos conocimientos que necesitamos porque no tenemos acceso a ellos a causa del dinero. Esa es una de las principales características de este nuevo mercado laboral: la adquisición continua de conocimientos y el uso de todo tipo de herramientas de aprendizaje para lograrlo. Nos tenemos que adaptar a este mercado y hacernos sus amigos para que nos vaya bien; en caso contrario, nuestras posibilidades de salir adelante y malvivir serán muy escasas y las de tener éxito, prácticamente nulas.

Pensemos que la empresa para toda la vida ya no existe: quedan muy pocas de esas y cada día van quedando menos. Nos vamos a pasar la vida saltando de una compañía a otra, incluso de sectores que no tienen nada que ver entre sí. La otra opción será montar un negocio, generalmente digital, o trabajar por proyectos; pero para trabajar por proyectos hay que hacerlo muy bien, porque un proyecto mal desarrollado puede acabar con la buena imagen de un profesional. Volvemos al tema de la preparación y el conocimiento. En mi caso no me preocupa demasiado: trabajo en Televisión Española desde hace más de treinta años, soy trabajador fijo tras ganar una posición a la que se presentaron más de cuatro mil profesionales: quedé el número dos y saqué la plaza en Madrid. Tengo el trabajo y el sueldo mensual prácticamente asegurados; pero, ahora, en el caso de mis hijos es diferente. A mí no me preocupa no llegar a fin de mes, lo que en realidad me quita el sueño es que, en su momento, ellos no lleguen. Eso sí que me obsesiona: qué será de mis hijos, y de tus hijos, y de los hijos del vecino. Ahí está el gran reto. A lo largo de toda la vida he intentado transmitirles la necesidad de ser constantes, trabajadores y serios, y no dejar las cosas para mañana, que luego puede ser tarde. Se lo he enseñado con mi ejemplo, porque yo trabajo de lunes a domingo, los doce meses del año. Si me voy de vacaciones, llevo el ordenador para seguir trabajando o libros y apuntes para estudiar. También es cierto que me gusta lo que hago y eso es una ventaja, pero hay que hacerlo; tampoco soy el único ejemplo en casa porque mi mujer, Leonor, que se ocupa de las labores del hogar, no tiene vacaciones ni un solo día. Si yo quiero puedo decir un fin de semana que no hago nada; en su caso es más difícil, eso sí que tiene mérito.

A lo largo de todos estos años de trabajo he aprendido que hay que dominar todas las facetas de la vida profesional: no solo el conocimiento técnico, sino también las habilidades de comunicación y relación con otros. Es lo que denominamos las habilidades blandas (soft skills) y las habilidades duras (hard skills); ambas habilidades son esenciales para el desarrollo profesional, pero no son igual de importantes. Las blandas pueden llegar a suponer el 85 % del éxito profesional de una persona mientras que las duras vienen a ser el 15 %. Pensemos, por ejemplo, que si somos excelentes programadores informáticos, pero no somos capaces de relacionarnos con nuestro entorno profesional, difícilmente nuestros compañeros van a querer trabajar con nosotros o nuestros clientes comprar nuestros productos o servicios. Por eso hay que dominar un conocimiento transversal que nos permita saber mucho de nuestro trabajo pero que, a la vez, haga posible que nos relacionemos adecuada y satisfactoriamente con otras personas, que nos comuniquemos apropiadamente, que dominemos idiomas y que tengamos suficientemente desarrollados el carisma y la empatía, de tal forma que seamos capaces de lograr nuestras expectativas profesionales. Al fin y al cabo, las empresas cada vez miran menos los títulos universitarios, másteres y demás, y se preocupan mucho más del conocimiento concreto del trabajador, ese que permite desarrollar un determinado trabajo sin olvidarnos de la capacidad de ese trabajador para adaptarse a la cultura empresarial. Ser capaces de adaptarnos es imprescindible, porque el que no lo logre no solo tendrá un problema, sino que lo tendrá también la empresa.

Todos hemos oído hablar en más de una ocasión del garbanzo negro, que no tiene nada que ver con la producción agraria ecológica, sino que se refiere a esa persona que se aleja de mala manera de las ideas o la forma de comportarse de su familia o del grupo profesional o humano al que pertenece. Un profesional así puede hundir una empresa, un lujo que la propia compañía no puede permitirse; por eso hay que seguir las enseñanzas de Darwin y ser capaces de adaptarnos a todas las circunstancias y abrazar de forma sincera esa cultura empresarial. La adecuada combinación de las habilidades blandas y duras, junto con esa cultura corporativa, son prácticamente una garantía de éxito para el profesional. Eso es en lo que se fijan los reclutadores; en eso y en que el candidato a un puesto sea una buena persona, que puede parecer un tema menor, pero es lo que marca la diferencia. Difícilmente un líder será carismático si no es capaz de empatizar con sus colaboradores y es una buena persona. Es la diferencia entre que a uno le obedezcan o le sigan porque creen en su liderazgo.

Y precisamente en esa diferencia entre el líder y el jefe es donde encontramos la necesidad de trabajar en equipo, al menos en el primero de los casos. El líder valorará esas habilidades blandas y duras mientras que al jefe parecen preocuparle solo las últimas. Es uno de los grandes problemas a los que se enfrentan los reclutadores, que tienen que encontrar un candidato con la adecuada combinación de ambas habilidades, que esté cualificado, pero que sepa manejarse en su entorno y relacionarse con él; y que sea capaz de decir «no» cuando hay que decirlo y dar su opinión, aunque sea contraria al punto de vista del resto del grupo. Eso sí se valora, porque la única forma de innovar es probar cosas nuevas, y si no tenemos la suficiente valentía para expresar nuestra opinión contraria a lo que se viene haciendo desde hace años y ofreciendo alternativas viables, no seremos de valor para la empresa.

En la actualidad se aprecia mucho esa capacidad de trabajar en equipo y ofrecer opiniones valientes. También se valora la forma de presentarnos; no nos referimos a la indumentaria, que ha cambiado radicalmente en los últimos años, pero sí a ir aseados, que algunos piensan que vestir ropa cómoda es sinónimo de no ducharse. La puntualidad es otro valor que algunos colectivos van perdiendo a pesar de que todos sabemos que cuando alguien llega con retraso transmite una pésima impresión, a no ser que exista una causa justificada que se explica al llegar a esa reunión; si se trata de una primera reunión, los efectos pueden ser devastadores para nuestros intereses y los de nuestra empresa. En mi caso, siempre llego puntual (puede haber alguna excepción por algún imprevisto, que todos somos humanos, pero no suele ocurrir); cuando empecé en el mundo laboral y tenía una entrevista de trabajo llegaba una hora antes, me sentaba a tomar un refresco en la cafetería de la esquina, que siempre hay una allí, y esperaba a que se hiciese la hora. Llegaba a la cita diez minutos antes, que era algo prudente. Estar en esa cafetería esperando te permitía relajarte y acudir a la cita sin agobios de tiempo. Además, podías conseguir cierta información, porque a ella acuden los trabajadores de la empresa que comentan temas que en un momento dado te pueden resultar útiles haber escuchado de cara a la entrevista que vas a mantener unos minutos después; información sobre la cultura empresarial o sobre tal o cual proyecto que podía ayudarte. No era habitual conseguir este tipo de información, pero alguna vez sí ocurrió y me resultó ventajoso.

La identidad corporativa refleja las diferencias de una empresa respecto a otras, pero también sus similitudes. Esta debe ser fuerte y aceptada por el conjunto de los miembros de la firma porque en caso contrario no tendrá valor alguno. Todo ello se basa en la misión, visión y valores de la compañía: la misión es el motivo por el que fue creada, su razón de ser; la visión son sus planes de acción y sus proyectos para el futuro; y los valores son aquellos atributos de la empresa relacionados con su comportamiento con proveedores, cliente, empleados e incluso con la competencia, y que marcan tanto su línea de actuación como sus valores éticos. El trabajador del siglo XXI no solo tiene que asumir esos valores y compartirlos, también debe ser capaz de adaptarse sobre la marcha cuando la compañía considere necesario cambiar su visión y valores por la razón que sea.

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