Читать книгу Il Segreto Arcano Dei Sumeri - Juan Moisés De La Serna, Dr. Juan Moisés De La Serna, Paul Valent - Страница 6

CAPÍTULO 2. TRES DÍAS DESPUÉS

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Por fin había pasado lo peor, todo había salido al dedillo, las autoridades habían acudido para la inauguración junto con todo tipo de famosos del celuloide o de la televisión. A pesar de mis múltiples intentos por explicarle la importancia de aquella exposición y de tratar de que se llevasen una idea mínimamente clara de lo que contenía, no conseguía nada más que mirasen alguna que otra obra durante unos breves segundos. El resto del tiempo estuvieron atendiendo a los periodistas que no querían perder ninguna instantánea del personaje en cuestión.

Aquello había sido un mar de desconcierto, ver moverse a tantas personas a la vez en la exposición sin ningún tipo de interés. Por suerte la seguridad era máxima y nunca hubo ningún problema, porque todas las piezas tenían una cuerda señalizando la distancia a mantenerse con respecto de la pieza.

Estas sólo habían sido traspasadas en alguna ocasión por los periodistas a los cuales se les tuvo que sacar de allí mientras ellos se quejaban de no dejarles hacer su trabajo, aduciendo que lo que buscaba era tener un mejor ángulo para poder captar una imagen más favorecedora del famoso de turno.

Habían empezado en paralelo el ciclo de conferencias que ilustraba al mundo académico y a los que estuviesen interesados todo lo relativo en esta civilización, con ponencias de los mayores expertos en la materia invitados de todas partes del mundo.

En este ciclo se presentaban comunicaciones que iban desde las pruebas más evidentes hasta las suposiciones más inverosímiles, con ello había tratado de que fuese un foro abierto de opinión, donde no se limitasen a dar datos y cifras, sino que el asistente tuviese mucho más, una visión global y porque no decirlo hasta imaginativa.

Para mi sorpresa las conferencias a las que más personas habían decidido inscribirse eran precisamente en las que estaban planteadas desde en un punto de vista menos científico basadas en suposiciones, misterios sin resolver y civilizaciones perdidas.

Un ponente incluso relacionaba aquella civilización con los Atlantes; algo que a mí personalmente no me sonaba demasiado bien, sobre todo cuando creía aquello no era más un mito fruto de unos cuantos alimentado por el deseo de encontrar algún día un gran tesoro escondido, pero sorprendentemente era la conferencia a la que más público iba a asistir.

Todo transcurría con tranquilidad, según lo programado, intentaba estar en todo, unas veces iba a la exposición a dar una vuelta viendo la reacción del público ante algunas piezas, sobre todo fijándome en los ancianos y los niños, porque son estos los que si no les gusta una pieza lo dicen sin el pudor social de los jóvenes y adultos. También tenía que estar allí cuando se acercaba alguna personalidad para acompañarle en el recorrido personalmente entre las piezas más destacas intentando dar una coherencia bastante simple y creíble para que la escasa media hora que estuviesen allí les fuese por lo menos entretenida.

Igualmente estaba en las conferencias, por supuesto me había tocado presentar la de la inauguración y tendría que darle cierre. De vez en cuando me gustaba acercarme para ver cuánto estaba de lleno el auditorio a pesar de que conocía con exactitud el número de participantes inscritos en cada caso, y me gustaba pasarme media hora después de haber comenzado, para ver cuántos de todos los que habían entrado se quedaban, y así apreciar qué de interesante o cuán bien explicaba aquello que decía el conferenciante.

Por último, y no por ello menos importante, me dedicaba buena parte de mi tiempo estando en contacto con los medios públicos de seguridad y revisando el trabajo de las personas que tenía a mi cargo.

De todo el equipo de preparación de las piezas, catalogación y creación del itinerario de la exposición, ahora sólo quedaba un par de personas, los becarios que tenía desde un primer momento. Ellos eran los encargados de ver que todas las piezas estuviesen en su estado óptimo, como para preparar catálogos alternativos para próximas exposiciones, con el resto de piezas que no se habían presentado en esta ocasión.

De los demás colaboradores, montadores, no quedaba nadie y únicamente se habían mantenido los de seguridad. A mí todo aquel despliegue de vigilancia del ayuntamiento e incluso una persona enviada por la compañía de seguros, para comprobar que las medidas adoptadas de seguridad fueran eficaces, me parecía innecesario.

Nadie se iba a arriesgar a robar una pieza, además había tantas medidas de seguridad que sería imposible hacerlo; cada una de las piezas estaba detrás de una vitrina antibala, con sensor de calor y de movimiento. En el caso de que se rompiese el cristal si alguien introducía la mano o cualquier otro artilugio para sacarlo sonarían todas las alarmas.

Una pérdida de tiempo y de recursos para mi gusto, pero necesario para que el ayuntamiento, la policía y la compañía de seguros se quedasen tranquilos.

Con respecto a la urna de consultas o sugerencias, para mi sorpresa en aquellos tres días se había llenado, no sé exactamente el éxito por qué había sido, si al final no se iba a dar ningún premio, pero creo que el que le regalasen un lápiz, aunque fuese pequeño había animado a los curiosos a dejar impresas sus inquietudes.

Además, con las visitas de las escuelas habían hecho que se hubiese completado rápidamente. Para sorpresa de todos tuvimos que vaciar aquella gran bola de plástico que hacía las veces de hucha de sugerencias, y no sabíamos dónde colocarlo ni qué hacer con todo aquello.

Aunque era partidario de tirarlo, pues no tenía ningún valor ni sentido, pero uno de mis becarios me sugirió que seleccionásemos algunos, en el que hubiese algún comentario favorable de algún niño y lo pusiésemos en la entrada, como aliciente para otros visitantes, pues así lo había visto hacer en otras exposiciones.

A mí aquello me parecía bastante sin sentido, un lugar serio como era la Biblioteca Pública de Nueva York llenando su fachada con opiniones de críos ¿Qué imagen iba a dar sobre la seriedad el lugar?

Me opuse en redondo, pero después de pensarlo un momento, estuve de acuerdo, y así en las columnas pusimos unas pocas opiniones.

Para mi sorpresa, era aquello lo primero a que se paraban a mirar los visitantes antes de entrar, y parece que luego lo hacían con mejor ánimo y que las opiniones crecían en aquella urna redonda. Eso me sorprendió ver cómo las personas parecían estar interesadas en la exposición y en compartir sus opiniones.

Quizás es esa generación que ha nacido con un ordenador bajo el brazo, y que a través de mensajerías, chats y redes sociales se comparten opiniones de sobre lo que les gustaba o no, para animar a los demás a visitarlo.

Visto el éxito de la idea, escogimos unos cuantos más para pegarlos en otros lugares de la exposición, en las puertas, o cerca de cada obra, para que supusiesen lo que había opinado otros que la habían visto antes. A pesar del entusiasmo de los becarios por esta labor, menos tedioso que la de seleccionar piezas para las nuevas exposiciones, yo era el que tenía la última palabra y decidía sobre si se ponía cada uno de los comentarios. Incluso estuve ayudando a leerlos y clasificarlos entre interesante y no válido.

Cuando ya estaba algo cansado de ir de un sitio a otro, me entré en la sala donde estaban los becarios a echarles una mano, y sentándome vi el montón de hojas de respuesta que habían volcado sobre la gran mesa.

Armándome de paciencia, tras inspirar y expirar lentamente, me puse a leer aquellas opiniones.

Lo más costoso de aquello era entender la letra, sobre todo de los niños, pues la de las niñas parecía bastante clara, a pesar de las faltas de ortografía o de tener una redacción incorrecta.

Una a una iba leyéndolas, hasta que me encontré con una que tenía un dibujo, era uno de los innumerables símbolos de aquella civilización, que seguro habría copiado. Algunos niños lo habían hecho antes también, copiaban un dibujo o alguna figura que les gustaba y lo comentaban.

Leí lo que decía, “este símbolo representa a los maestros de nuestros padres, que vinieron de lo alto a traer pan y fuego”.

A aquello no le di más importancia y puse aquella hoja de comentario en el montón de no aptos, pues si no estaba claro para mí lo que quería decir difícilmente lo estaría para el resto del público. Tras esto cogí la siguiente hoja para leerlo, y luego la siguiente, así estuve buena parte de la mañana hasta que me fui a comer.

Esa tarde tenía una de esas conferencias multitudinarias de uno de esos científicos alejados del dogmatismo de su profesión, alguien que si no fuese por su extenso currículum podría creerse que era un charlatán.

Como en otras ocasiones me acerqué transcurrida media hora del inicio, para ver el público que había y para mi sorpresa, estaban todas las plazas ocupadas y no había ni un hueco, incluso había personas por los pasillos sentados escuchando. Yo me iba a ir, entre otras cosas porque no había donde sentarme, cuando me enganchó una cuestión que realizó al auditorio, como guante arrojado en buscando la reacción del público,

– ¿De dónde vienen los Sumerios? Se da la paradoja de que existen excesivas opiniones, aunque todavía no se ha logrado un consenso al respecto. Algunos afirman que su origen está en la raza negra, otros que tienen una procedencia caucásica. La mayoría opta por una postura intermedia indicando que son una mezcla de varias razas que llegaron y se establecieron en aquella región desde el Neolítico. Como les anunciaba esta es una cuestión no resuelta por la ciencia y tal es así, que hasta se le ha denominado como el “problema sumerio”.

Pero ¿Qué es lo que tiene este pueblo de importante?, ¿Por qué estamos hablando de ellos?, pues por dos elementos importantes y fundamentales que cambiarían la faz de la Tierra, que daría al hombre una nueva dimensión, un salto en la concepción de la humanidad.

La agricultura y el control de los metales. Nadie sabe a ciencia cierta cómo se produjo aquello. El que el hombre dejase de ser un cazador estacional y se afincase en un territorio, que lo cultivase y del fruto de su esfuerzo consiguiese su alimentación, hizo que este dejase de ser un recurso escaso a obtener excedentes. Esto permitió a sus habitantes que se pudiesen dedicar a otras labores.

Garantizando que todos tuviesen pan para comer permitió que los hombres dejasen de estar días enteros rastreando y siguiendo a sus presas intentando atraparlas, para luego una vez cazada, limpiarla y prepararla por parte de las mujeres. Ahora podían dedicarse a una vida más sedentaria y pendientes únicamente del crecimiento del cultivo, empezando a tener en cuenta los ciclos de lluvias para plantar y recoger los frutos de su trabajo.

El uso de la fundición de metales, les permitió avanzar en la construcción y en la guerra, ya no estaban a expensas de rocas y palos para combatir con lo que rápidamente ampliaron su territorio.

El empleo del fuego les permitió también cocinar la comida, prepararla e incluso ahumarla, obteniendo con ello un nuevo producto con el que poder comercializar con otros pueblos, dando un mayor poder a aquella civilización frente al resto.

Pan y fuego han sido los primeros éxitos de esta civilización, cuna de las restantes y en donde, como ya todos saben, surgió el primer lenguaje escrito, la escritura cuneiforme mucho antes de la escritura jeroglífica egipcia.

Esta innovación va a marcar el final de la época prehistórica, inaugurando con ello la historia, tal y como la conocemos, donde queda constancia escrita de los acontecimientos que se van sucediendo.

Un pueblo que se caracterizó por el desarrollo de la cultura y la conservación del conocimiento, creando bibliotecas que se iban engrosando con nuevos tomos sobre las materias más diversas desde la medicina hasta la astronomía, además de recoger multitud de mapas, cartas, cronologías y listas de leyes entre otras.

A diferencia de otros pueblos posteriores, que emplearon los pergaminos y el papiro como modo de recoger su conocimiento, haciéndolo vulnerable al paso del tiempo por las humedades e incluso ante los incendios, al haber escrito sobre arcilla ha permitido que su conocimiento llegue intacto hasta nuestros días.

Aquello me sorprendió, parecía que a pesar de que seguía hablando no le escuchaba, me repetía una y otra vez esas palabras “pan y fuego”, sabía que me sonaba de algo que había visto u oído en otro momento durante ese día.

A pesar de que intentaba recordar no conseguí recordar dónde había sido que lo había visto u oído, cuando conseguí encontrar un lugar tranquilo me senté y respiré profundamente lentamente.

Ya estaba en condiciones para utilizar una técnica que había desarrollado durante mis años de excavación, que consistía en cerrar los ojos y concentrarme en un punto blanco imaginario en mitad de mi frente, eso me permitía tranquilizarme y relajarme aún más.

A partir de ahí empezaba a revivir mentalmente visionando los hechos acontecidos durante el día como si de una película se tratase, avanzando a mayor o menor velocidad entre aquellos para dar con el recuerdo que quería.

Esto me había sido muy útil para rellenar mis anotaciones de campo después de haber estado excavando y extrayendo piezas de distintos lugares. En mi trabajo es muy importante saber exactamente en qué lugar, a qué profundidad se hallan las piezas, para poderlas relacionar con todas las halladas en la misma zona y así poder determinar a qué época y civilización pertenecen.

Es por lo que tenía esta especie de memoria visual para que no se me escapase ningún detalle. Por la noche antes de acostarme revisaba mis cuadernos de anotaciones y los rellenaba con la información que se me hubiese pasado anotar. Una memoria que perdía por la noche, con lo que a la mañana siguiente amanecía sin esa memoria visual, con lo que me permitía llenarla de nuevo durante esas intensas horas de trabajo diario.

Fui avanzando por mi recuerdo visionando lo que había hecho, hasta que llegué a aquel texto, recordaba dónde lo había visto y aproximadamente la hora, lo que tenía a cada lado e incluso recordé que era una letra clara, probablemente de una niña que a pesar de tener pocas palabras tenía una expresión correcta por lo que supongo que tendría más de siete años.

Emocionado por creer haber encontrado algo salí de la conferencia sin esperar a que esta terminase y me dirigí con el corazón acelerado a la biblioteca. Al llegar a la escalera los agentes que había en la puerta viéndome con tanta premura se aprestaron a detenerme para averiguar si había algún problema, después de tranquilizarme les aclaré que no sucedía nada, que siguiesen en su puesto mientras accedí al edificio.

Pasé los controles de seguridad preceptivos, a pesar de que todos me conocían no me dejaban saltarme la cola, por lo que con mucha paciencia tuve que esperar antes de dirigirme a un apartado donde estaban los becarios trabajando.

Esta es una sala diseñada dentro de la exposición, cerrada con paredes de metacrilato opaco, en cuyo exterior se proyectaban imágenes sobre las piezas más importantes de la muestra, con lo que se conseguía disimular aquel espacio de forma que los visitantes no se percatasen.

Por dentro era un lugar pequeño escasamente iluminado, con tres puestos de trabajo cada uno con su ordenador, en donde se guardaban la información de las piezas y se realizaban los trabajos de diseño de espacios, desde donde diseñamos la presentación de la exposición.

Una gran mesa ocupaba el centro de la sala en donde planeábamos y discutíamos los aspectos a mejorar, resolvíamos los problemas que iban surgiendo y planeábamos las próximas exposiciones.

En un armario guardábamos enrollados copia de los mapas sobre la arquitectura del edificio, las instalaciones eléctricas y del agua, material necesario por si en algún momento lo necesitaban los bomberos ante cualquier imprevisto.

Otros tantos contenían la distribución de las vitrinas por las distintas secciones, en estos se señalizaba por separado el cableado de la luz y de las alarmas. Todo diseñado al milímetro para sacar el mayor provecho del espacio que nos habían cedido para la exposición.

Ellos que al parecer estaban haciendo algo diferente de lo que debían pues se asustaron al verme llegar y cerraron con celeridad la tapa del portátil para que no pudiese ver a qué se dedicaban.

– ¡No pasa nada! -afirmé con tono conciliador pues no estaba interesado en saber a qué venía tanto misterio- quiero que me ayudéis a buscar una de las hojas de respuesta de la muestra.

– ¿De qué habla? -articuló uno de los becarios con voz nerviosa mientras se levantaba con rapidez del sitio y se dirigía hacia mí.

Él era un chico de estatura media algo rechoncho, a pesar de que vestía siempre bata blanca tal y como les había rogado repetidamente se dejaba todavía entrever varios de sus tatuajes tanto en sus muñecas como en el cuello.

– Las sugerencias, las que he leído, hay una que me interesa localizar, quiero que las saquéis todas y que me ayudéis a buscarla -pronuncié con apresuradamente mientras llegaba a la mesa y empezaba a remover los papeles que había encima.

– No creo que sea necesario, sólo díganos lo que está buscando -objetó el becario que estaba a mi lado con cara de satisfacción, pero sin hacer nada por ayudarme con aquellos papeles.

– ¿Cómo que no importa? -inquirí confundido ante aquella falta de interés que mostraban por lo que les requería sabiendo que como becarios debían de colaborar en todas las tareas que precisase.

– Hemos estado escaneando todas y cada una de las opiniones que recogimos y las hemos guardado en el ordenador…

– Así es, ha sido un trabajo minucioso y metódico, pero eso nos ha permitido poder dar voz a los visitantes en la red -repuso interrumpiendo el otro becario, con actitud inquieta, mientras me requería con la mano repetidamente para que me acercase a ver lo que había en la pantalla de su ordenador.

Él era un chico alto y delgado, igualmente vestía bata blanca todo el tiempo, pero siempre llevaba los bolsillos llenos de cachivaches electrónicos y a todas horas se le veía mascando chicle.

– ¿El qué? -proferí desconcertado sin saber a qué se refería.

Me acerqué al puesto de trabajo del segundo becario para ver qué quería, mientras que el primer becario se acercaba y se colocaba al otro lado.

– Excediéndonos de nuestro cometido, hemos escaneado cada uno de los dibujos y la hemos subido junto con su comentario a la red, de forma que cualquier persona pueda ver el trabajo realizado. Es como los que seleccionamos para ponerlos en las columnas exteriores de la Biblioteca, pero estaba vez volcado en la red.

Aclaró el segundo becario eufórico realizando muchas gesticulaciones con sus manos. Mientras el primer becario cogió el teclado e introdujo una dirección de internet y tras pulsar la tecla “enter” se abrió una página web en cuya cabecera se mostraba el nombre de la exposición junto con el horario de visitas y la dirección de la Biblioteca.

Debajo de ésta, en la parte de la izquierda se presentaba el índice de las obras presentadas. Al pulsar sobre cualquiera de ellas, se abría un recuadro en el área central donde se explicaban las características más relevantes de la pieza y se describían los pormenores de la misma, quedando reservada el área de la derecha para las opiniones de cada uno sobre esa obra.

El segundo becario con el ratón pulsó sobre una de las opciones y se cambió de pantalla a una en la que en la parte superior aparecía el nombre y la foto de la pieza en cuestión, y debajo de ella un listado de opiniones de los participantes.

– ¿Y eso para qué? -cuestioné indiferente ante aquello que se escapaba de mi entendimiento.

– Se trata de compartir, es la filosofía de las redes sociales en internet. No se puede hacer idea de la gran cantidad de visitas que hemos tenido desde que subimos el primero de estas hojas de respuesta. De los que todavía no han pasado por aquí no sé si vendrá, pero ahora conocen el evento y saben la opinión de los que lo han visitado -expuso el primer becario eufórico mientras iba a buscar la silla de su puesto de trabajo.

Estaba apabullado con aquello, en verdad que lo del internet no lo tenía del todo claro que fuese útil para una exposición tan seria como la que había conseguido realizar.

Pero bueno, había sido iniciativa de los becarios los cuales parecían estar más próximos a un auditorio distinto al que yo estaba acostumbrado, el público juvenil del que yo tenía poca fe que tuviese ningún interés por la historia y menos por el mundo antiguo.

Aunque la realidad parecía ir en contra de mis convicciones sobre el público que estaría interesado en acudir a la muestra. En el breve periodo que había permanecido abierto se había llenado de alumnos de escuelas e institutos, bien acompañados por sus profesores o como parte de alguna tarea de clase.

Esto había provocado algunas quejas por parte del personal de la muestra, no porque fuesen irrespetuosos o molestasen, sino porque les realizaban consultas tan difíciles a la vez que inocentes que dejaban a los guías sin saber qué responder.

Toda una revolución para mi concepción de un público selecto de nivel socioeconómico alto, filántropo con un interés en la cultura en general y en la historia en particular, que acudían en contestación a invitaciones personales.

En cambio, ahora venían porque lo habían visto en internet o conocían a alguien que le había gustado.

Había oído comentar que en algunas ciudades se daba el fenómeno de Flashmob (Multitud Instantánea) en que una muchedumbre de jóvenes, que entre ellos no tienen ninguna relación ni se conocen, acude en respuesta a una convocatoria multitudinaria.

Para este reclamo emplean todo tipo de medios, ya sean mediante mensajes de móvil, redes sociales o correos electrónicos, para hacer acto de presencia e incluso participar de alguna actividad lúdica masiva concreta, para en pocos minutos disolverse y volver cada uno por donde ha venido como si nada hubiese sucedido.

El primero de estos eventos aconteció en esta misma ciudad en la tienda de Macy´s en el 2003, en que un centenar de personas se reunieron alrededor de una alfombra de la tienda, pasando por las caminatas de zombis y desfiles de espontáneos que andaban por la pasarela improvisada como si fueran modelos.

Luego se ha ido extendido a las ciudades europeas como en Madrid (España) con su congelación masiva en la estación del tren, en que los participantes permanecían inmóviles durante unos minutos o Roma (Italia) donde una multitud acudió a las librerías preguntando por unos libros que no existían.

Y poco a poco al resto del mundo, como en Buenos Aires (Argentina) con las guerras de almohadas o Lima (Perú) con la reunión para hacer pompas de jabón. Pero me sorprendía que, sin llegar a tanto, esa comunicación impersonal de los ordenadores pudiera despertar en los más jóvenes algún interés por el arte antiguo.

Aunque puede que sea así como se han llenado las sesiones de las conferencias más polémicas a la vez que especulativas, en el que tratan de plantear diferentes acercamientos a los hechos desconocidos del mundo sumerio desde las distintas disciplinas científicas, pasando por las filosóficas, hasta llegar a las más imaginativas sin ningún fundamento.

– Bueno, díganos, ¿Qué está buscando? -proclamó el segundo becario animado como si de un reto personal se tratase poniendo sus manos sobre el teclado, agitando los dedos preparándolos para escribir.

– Ah, sí, a ver que recuerdo…, son dos palabras…, la primera era algo parecido a “comida” … y la segunda…, tenía relación con el “fuego”. Mira a ver si puedes encontrar el comentario que contenga alguna de esas dos palabras -apunté sin saber muy bien cómo funcionaba el programa y si con esos pocos datos se podía localizar el comentario que había leído.

– A ver, con “fuego” hay tres, y de estos… -y presentó rápidamente en la pantalla la imagen de tres de las hojas de respuesta escaneadas- vamos a leerlos a ver si dicen algo de comida.

– No importa, es éste -afirmé señalando a la imagen que contenía el dibujo que recordaba haber visto junto con el texto que buscaba- ¿Me lo podéis imprimir?

– ¡Sí, claro!, va a salir por esa impresora en tres, dos, uno, listo -repuso el segundo becario mientras se reclinaba la silla hacia atrás estirando los brazos en alto con cara de satisfacción.

A esto que se incorporó el primer becario que traía arrastrando su silla de oficina para sentarse a ver qué hacíamos y preguntó,

– ¿Nos puede comentar de qué va todo esto?, pues hasta ahora no había mostrado demasiado interés en estos comentarios de los visitantes, quitando cuando nos ayudó a leer unas pocas el resto ni las miró y en cambio ahora nos pide que le busquemos esto -solicitó el primer becario con cierto interés.

– Cuando lo sepa os lo cuento, de momento no os puedo contar nada al respecto, solamente agradeceros vuestra iniciativa y sobre todo vuestra eficacia -manifesté con satisfacción intentando eludir la pregunta.

Los becarios se miraron entre sí y compartieron gesto de no entender la situación, mientras yo aprovechaba para escrutar la hoja impresa que me habían dado con la imagen y el comentario que buscaba.

Tras examinarla detenidamente me quedé un momento traspuesto, pensando en el siguiente paso que tendría que dar para descubrir aquel misterio.

Después de mucho cavilar y ante la imposibilidad de encontrar una solución satisfactoria les planteé mis dudas para intentar averiguar si a ellos se les ocurría algo,

– ¿Es posible saber de quién es?, ¿Hay alguna forma de averiguar los datos del autor de este comentario?

– ¿Cómo dice? -preguntó con asombro el segundo becario, poniendo cara de desconcierto- ¿Quiere que averigüemos quien lo escribió?

– ¡Sí, así es!, ¿Es posible que os lo dé el ordenador? -volví a insistir ansioso sin saber si aquella máquina podría darme la información que solicitaba.

– ¡No lo creo! -afirmó con contundencia el primer becario sonriendo entre dientes y negando con la cabeza, con cara de escepticismo.

– Podríamos saberlo analizando el papel sobre el que se escribió para ver si hay huellas dactilares y luego pasar estas por la base de datos del F.B.I. para conocer su identidad -señaló el segundo becario con tono de mofa mientras echaba el brazo sobre el primer becario y le guiñaba un ojo.

– ¡Sí, claro!, si quien lo ha escribo ha cometido un delito nos saldrá, no sólo su identidad, sino su perfil criminológico -confirmó el primer becario siguiendo con el mismo tono de guasa.

– Vale chicos, lo he captado, no hace falta que hagáis más chistes al respecto. Es un callejón sin salida, sólo quería saber si lo podíais averiguar -repuse con tono molesto intentando retirar aquella absurda cuestión, concluyendo así ese pequeño momento de relax.

– Bueno hay una forma -apuntó pensativo el primer becario mientras se tocaba repetidamente la barbilla con una mano mientras con la otra daba suaves golpecitos con un lapicero sobre la mesa.

– Anda déjalo ya -repuso el segundo becario con tono de que la broma había durado demasiado.

– No, lo digo en serio, mire, esta urna está cerca de la salida, es un lugar por donde han de pasar todos los visitantes y por tanto tiene que estar vigilado por cámaras de seguridad… -indicó el primer becario con tono reflexivo mientras me guiñaba un ojo.

– ¿Tú crees que si yo les llevo este papel a los de seguridad ellos podrán averiguarlo? -le consulté con sorpresa intentando completar en aquella propuesta.

– Por probar no se pierde nada -comentó el primer becario con regocijo.

– Por si le sirve de algo le puedo decir que la nota pertenece a una niña, por la letra que tiene, se parece un poco a la de mi hermana -repuso segundo becario mientras miraba interesado en la pantalla la hoja de respuesta que me habían imprimido.

– Sí, eso mismo es lo que había pensado, gracias por vuestro tiempo chicos, seguir así -agradecí mientras me iba de la sala.

Salí en dirección a la sala de control, dejándoles con su pequeña celebración por haber acertado al meter las hojas de respuesta de los visitantes de la muestra en una base de datos que me había resultado muy útil, pudiéndome con ello ayudar, a la vez que se relajaban.

Tras atravesar un pasillo controlado por vídeo vigilancia llegué frente a una puerta la cual tenía guarda apostado delante que me impidió la entrada, argumentando que no estaba autorizado a estar allí.

Tras protestar enérgicamente conseguí que llamase a su jefe, el cual me autorizó a pasar a aquel centro de control para el que se habían traído un pequeño cerebro electrónico como lo habían llamado los técnicos que acudieron a instalarlo.

– Buenas, soy el comisario de la exposición, quisiera que me ayudasen -expresé enérgicamente con tono firme para captar la atención de alguno de los operarios de la sala los cuales parecían absortos en su tarea de mirar a los monitores.

– No sé quién le ha dejado entrar, pero entenderá que estamos muy ocupados -declaró disconforme uno de los operarios sin separar la vista de las pantallas mientras seguía escrutando que todo estuviese en orden.

– Creo que son los únicos que me pueden ayudar -manifesté desanimado tratando de justificar mi presencia allí dentro a la vez que mostraba la hoja impresa con el dibujo y las palabras de la que suponía sería una niña.

– Díganos a qué ha venido y acabemos pronto -sugirió una mujer desde el final de la sala mientras se levantaba y dirigía hacia donde me encontraba.

Era una mujer menuda, de unos cuarenta años, de piel clara que, con numerosas pecas, y una melena corta rizada y pelirroja. Vistiendo blusa blanca de manga larga y pantalones azules, calzando zapatos con tacones altos de aguja.

Le enseñé la hoja impresa, con el dibujo y aquellas pocas palabras, y le expliqué que quería localizar al autor de la nota, pues era de vital importancia para mí. Ella recapacitó un momento y me indicó en tono de bajo casi murmurando,

– Lo que va a ver aquí no se lo puede decir a nadie, se trata de tecnología que no existe oficialmente lo que nos facilita el poder atrapar a los ladrones. Por tanto, debe permanecer en secreto pues de otra forma dejará de sernos útil para nuestro trabajo.

– Bueno, no creo que sea una ladrona, ni que esté en ninguna base de datos del gobierno de personas en búsqueda y captura -rebatí con tono de mofa- según creo es la letra de una niña, tan inocente como eso.

– No creo que sepa de lo que está hablando, probablemente lo que dice lo ha visto en alguna película o serie de televisión, nosotros somos profesionales de la seguridad y ni se hace una idea de lo avanzada que está la tecnología hoy -precisó chulescamente- observe y calle.

Diciendo esto pasó la imagen a otro compañero, el cual la escaneó y lo introdujo en un ordenador, hecho esto y tras tocar unas teclas, pusieron en la pantalla todas las cámaras de seguridad que había, que para mi sorpresa debían de ser más de cien.

Un cuadro rojo fue pasando muy rápidamente por cada una de ellas borrándose algunas a su paso, hasta que quedaron seis encendidas. Tras esto, ella repartió el trabajo entre los otros operarios, y cada uno de ellos examinó el contenido de una de las pantallas, hasta que uno vociferó,

– Ya la tengo.

– Pásale el perfil a los demás y enviarme a este monitor los resultados -ordenó la mujer al resto sin perder tiempo, girándose hacia mí para mostrarme una sonrisa burlona.

No habrían pasado más de dos minutos, desde que le di el papel con el dibujo y la frase, cuando me indicó la mujer con tono de satisfacción,

– Ya está, la tenemos grabada en vídeo desde que entró a la Biblioteca hasta que salió ella, además de todo el recorrido que realizó ¿Quiere verlo?

– Sólo estoy interesado en saber su identidad a ser posible quisiera conocer su nombre si no es demasiado pedir -apunté pasmado por la eficiencia y velocidad de trabajo de aquellos operarios.

– Bueno, ese dato no se lo podemos dar, pues es una niña pequeña, pero sí le puedo afirmar que entró junto con su grupo de escolares, si le parece bien le digo el nombre de la institución en donde estudia, así como el de la profesora a cargo de su grupo -repuso mientras escribía los datos en un papel.

– Perfecto, yo me encargo del resto, muchas gracias a todos -voceé a todo el equipo levantando la voz después de recibir el papel.

– Ahora le agradecería que abandonase este lugar y nos dejase seguir haciendo nuestro trabajo; recuerde, no puede contarle a nadie lo que aquí ha visto -indicó la mujer con gesto serio, mientras con la mano me señalaba la puerta por la que había entrado.

Salí contento, todavía no tenía muy claro de qué me iba a servir todo aquello, pero ya sabía por dónde seguir la pista de aquella niña, de la cual me habían dado hasta una foto.

Era una niña de piel cobriza, con nariz fina y ojos grandes, el resto estaba oculto tras un bonito velo de dos tonos de color azul, siguiendo el hiyab (código de vestimenta femenina de la mujer islámica) por el que la mujer debe de cubrirse la mayor parte del cuerpo.

Aquello me dio pistas de que debía de ser de familia tradicional islámica, aspecto que era bastante corriente ver en una ciudad tan cosmopolita como Nueva York, donde están representadas todas las religiones con mayor o menor número de fieles. Una convivencia multiétnica, multicultural y multireligiosa basada en el respeto mutuo que no ha tenido problemas de convivencia en una tierra de acogida de inmigrantes de cualquier procedencia, asumiendo para sí la idiosincrasia de los demás; adaptándose en las sucesivas generaciones al modo de vida del país, con sus libertades y oportunidades por igual para todos.

Me dirigí en metro a la escuela de primaria, tras presentarme al director, e intentar explicarle el motivo de mi interés por entrevistarme con una de sus alumnas, accedió a ello con la condición de que fuese en el horario del recreo y que estuviese delante su tutor.

Aquello me pareció bien y así se lo hice saber, tras finalizar la entrevista tuve que estar aguardando en el pasillo que daba a la dirección a que fuese la hora del recreo, cuando sonó la campana salieron de todas las aulas los niños corriendo y chillando, con ganas de despejarse y divertirse.

Salió el director de su despacho y me indicó que le acompañase. Los dos anduvimos por un pasillo hasta una clase en donde había un adulto y dos niñas.

Una de ellas sin duda era la de la foto y estaba vestida con la misma ropa que había visto en la foto. Llevaba un velo sobre la cabeza, esta vez de color blanco, una blusa interior de color azul oscuro y sobre esta de color verde pistacho adornado con flores, por debajo del vestido se podía ver que llevaba vaqueros, calzando modernas deportivas azules.

La otra niña no sabía quién era, pero parecía de su edad pues tenía su misma altura y además ambas asistían a la misma clase. Lo que estaba claro es que no era musulmana o al menos no practicante, pues llevaba una indumentaria diferente a la primera.

Era de color, con el pelo rizado negro, llevando la cabeza sin cubrir y vistiendo un chándal de color rosa, llevando también deportivas, aunque en este caso eran también rosas a juego con el resto de su atuendo.

Tras presentarme a su tutor, se fue el director y me dejó allí por espacio de media hora máximo para poderme entrevistar con la niña a la cual la saludé,

– Hola, ¿Cómo te llamas?

– Se llama Fátima -me repuso la otra niña adelantándose a contestar.

Aquello me extrañó, pero no le di más importancia, sacando del bolsillo el papel impreso donde estaba su dibujo y las pocas palabras que había escrito, se lo mostré y le interrogué,

– ¿Lo reconoces?

Ella lo tomó entre sus manos y con una gran sonrisa le susurró algo a su amiga al oído y esta me aclaró,

– Sí, es suyo, lo hizo hace unos días en la muestra de la biblioteca.

Con gesto de sorpresa y desconcertado, recriminé a la niña que había vuelto a hablar,

– ¿Por qué no dejas que hable ella?, si quieres puedes irte al recreo.

El tutor carraspeó para que le mirase, cuando lo hice vi que me estaba haciendo un gesto de desaprobación con la cabeza moviéndola de izquierda a derecha repetidamente, indicándome con la mano que me acercase a un rincón de la habitación y allí a media voz me aclaró,

– Es usted un hombre, un desconocido, no le puede responder directamente Fátima.

Aquello me chocó, no entendía a lo que se refería así que le repuse algo contrariado por su falta de cooperación,

– Como sabrá he hablado con el director y me ha dado permiso para entrevistarla y no tengo demasiado tiempo.

– Haga por entender, ella es una niña musulmana que ha de cumplir con unas normas sociales diferentes de las nuestras, a pesar de su integración hay que respetar sus costumbres. No puede hablar con hombres desconocidos sin que un familiar esté presente, y como no es el caso, ella le está contestando a través de su amiga para así no faltar a sus costumbres -apostilló su tutor con elocuencia.

Entendí a lo que se refería, aunque desconocía que tal práctica existiese, lo respeté y asentí. Me volví hacia las dos niñas y ahora me dirigí a su amiga para pedirla perdón y así se lo expresé, tras esto volví a dirigir a Fátima sabiendo que ella no me respondería directamente,

– ¿Por qué has pintado este símbolo y has escrito esto?

– La profesora que nos acompañó a la Biblioteca indicó que pusiésemos lo que más nos había gustado de la exposición y yo así lo hice -comentó su amiga tras escuchar a Fátima lo que la decía en voz baja.

– Pero ¿Por qué precisamente esto? -la cuestioné tratando de indagar un poco más en aquello que era de mi interés.

– Es que el dibujo la suena a algo que conoce de su pueblo -refirió la niña con cara de ignorar a qué se refería.

– ¿Qué pueblo?, ¿A qué te refieres? -intenté sonsacarla obcecado sin darme cuenta de que el tutor se estaba acercando por detrás.

– Está bien, ya es todo por el momento, la está asustando -comentó el tutor poniéndose delante de mí para que no inquietase a aquellas niñas.

– ¿Es posible que pueda hablar con sus padres? -reclamé al tutor algo angustiado al ver que se me escapaba la posibilidad de encontrar respuestas.

– ¡No lo creo!, recuerde que esta conversación no la ha tenido, usted no ha hablado con la menor, no queremos tener problemas en el colegio, le hemos consentido todo lo que hemos podido, pero nada más -explicó con tono severo mientras indicaba a las niñas que podían irse al patio a jugar.

– Sólo una consulta más, tengo que saber de dónde son sus padres -demandé con algo de desesperación al tutor que ya se dirigía hacia la puerta con las niñas.

– Eso se lo puedo contestar yo, ellos son de Irán. Ahora le pido que salga de la clase -me reclamó mientras sujetaba la puerta para cerrarla cuando saliese.

– Gracias a las dos y a usted, ha sido un placer -repuse con una sonrisa forzada mientras me dirigía hacia la salida pasando por delante del tutor y de las dos niñas.

Terminada le entrevista salí del colegio turbado por lo que acababa de descubrir, Irán era el nombre actual del país que ocupaba el territorio de lo que fue en su momento Persia, tierra de paso de numerosos pueblos que quisieron adueñarse de su localización privilegiada, paso obligado del comercio entre oriente y occidente, y previo a esto fue parte de Sumeria.

¿Es posible que aquella niña fuese descendiente directo de aquel antiquísimo pueblo?, y lo más inquietante, ¿Es posible que de alguna forma se mantenga entre ese pueblo anécdotas y conocimientos que no han trascendido al ámbito académico?

Parecía claro que aquella niña sabía más de lo que decía, pero tenía restringido el acceso tanto a ella como a su familia; tendría que buscar otra forma de acercarme a ese colectivo desconocido para mí hasta ese momento como eran la comunidad iraní en Nueva York.

Supongo que al igual que sufrieron bastantes musulmanes en los años previos, en que existía un fuerte sentimiento en contra de los ciudadanos de Oriente Medio, en especial los iraquíes. Ellos habrán tenido que soportar el rechazado social, las miradas acusativas de los familiares de los soldados que regresaban del campo de batalla envueltos en aquellas bolsas negras y del recelo de la ciudadanía en general.

Una guerra que había dividido a la opinión pública. Entre la mayoría que consideraban que no se debían mantener dentro de nuestras fronteras a un potencial peligro dando con ello prioridad a la seguridad de la población general. Y los menos que entendían que se trataba de una postura exagerada, alegando que siempre deben de prevalecer los derechos individuales, pudiendo vivir allá donde prefiriera.

Como si todos y cada uno de los musulmanes, hombres, mujeres, ancianos y niños de este país fuesen capaces de atentar contra el resto de la ciudadanía, aún a costa de exponer su propia vida en ello.

Una postura que ha provocado un sentimiento tan dispar, que incluso algunos se han convertido al islán como forma de protestar ante la política de su gobierno. Un momento especialmente delicado para las pequeñas comunidades que se veían excluidas, susceptible de habladurías y desconfianza, alimentado además por el oscurantismo que rodea a los pequeños grupos que en muchos casos se encierran en guetos que a unas causas razonadas y razonables.

A pesar de que por parte de las autoridades y de los propios grupos han querido dar una apariencia de calma, realizando celebraciones de fiestas abiertas a todo el que se quiera acercar para aproximarse un poco a su cultura y forma de sentir, y con ello suplir el miedo a lo que se ignora, a pesar de ello eran pocos los que aprovechaban para acercarse.

Por mi parte como comisario de la exposición había tenido que hablar con múltiples representantes de las distintas minorías que podían tener algo que ver con la temática de la muestra a mi entender, para invitarles a participar o simplemente a asistir, con suerte desigual.

Por lo tanto, no me resultaría difícil intentar ver si en mi agenda había el número de alguien que me pudiese ayudar a averiguar cómo una niña tan pequeña podía saber sobre los misterios de una civilización extinta.

Ya no era tanto por el contenido de su sugerencia, eso del pan y del fuego, sino por la familiaridad con la que hablaba de hechos del pasado como si fuese una tradición viva dentro de su pueblo.

Aquello me intrigaba, ¿Y si no estaba del todo extinguido aquel pueblo?, si por algún extraño capricho del destino de forma clandestina y secreta se había salvado parte o todo el conocimiento del primer pueblo de la humanidad.

A medida que me hacía aquellos planteamientos un extraño calor me inundaba el cuerpo, era como cuando a un niño se le dice que le van a dar un premio, es una emoción de deseo e incertidumbre juntas, unido al ansia por desvelar aquella sorpresa. No me podía ni imaginar la de multitud de cuestiones que la hubiese hecho a aquella niña si me hubiesen dejado, o a sus padres si los pudiese conocer.

Sería como indagar los restos pétreos, las ruinas de las ciudades y templos, las estelas o las figuras de aquel pueblo, para que estos desvelasen el mayor secreto que puede tener un pueblo, su conocimiento. La tecnología que en aquel tiempo era lo más avanzado que existía y que le permitió extenderse y florecer como civilización había sido superada ya desde tiempo de los romanos, pero el saber cómo un humilde pueblo se había convertido en cuna de civilizaciones, era todo un misterio para mí.

Conocía las teorías más variopintas, pero ninguna era concluyente, simplemente se trataba de una posibilidad, pero sin que nadie tuviese la verdad definitiva

¿Y si esta niña lo tenía o su familia?, ¿Y si en secreto lo habían transmitido de generación en generación hasta nuestros días?

Sería un tesoro de incalculable valor para la ciencia, podría cambiar nuestra concepción de nuestra forma de ser y pensar desde los cimientos, daría todos mis años de estudios por conocer esos secretos de existir.

Se trataba de la cuna de la nuestra historia, un hecho olvidado extensivamente por la comunidad científica más centrada en rescatar los viejos misterios de la civilización griega o romana más próximos a nuestros días que en aventurarse a descubrir nuestros orígenes. Incluso los egiptólogos eran vistos con recelo por los demás, como si de unos románticos empeñados en desencantar los secretos de las arenas se tratasen.

Supongo que cada uno investiga según le llega la inspiración o por modas, como suele ser más corriente, ya es justamente a esos últimos a los que les llega más fácilmente la financiación pues tienen mejor prensa en ese momento.

Querer descubrir de dónde venimos, ha sido uno de los grandes asuntos que siempre nos hemos planteado, a los que demasiados han intentado dar fantasiosas explicaciones en vez de centrarse en realizar nuevas averiguaciones arqueológicas o tratar de aprender de pueblo que viven todavía casi sin contacto con el mundo civilizado.

Me asombró enterarme por un noticiario que un colega afirmaba haber descubierto nuevos pueblos humanos que habían permanecido sin contacto con el hombre blanco y para ello aportaba imágenes recogidas desde una avioneta bimotor en donde se podía observar a algunos de sus miembros en actitud agresiva ante la presencia de aquel extraño y ruidoso objeto volador.

Hoy en día parece impensable que un mundo cartografiado por satélites, en el que están continuamente surcando aviones por encima de nuestras cabezas, pueda haber sitios vírgenes donde la especie humana se ha desarrollado sin los rudimentos de nuestra civilización, la electricidad, el petróleo o la penicilina.

Para mí esa sería nuestra definición de desarrollo que hemos adoptado, supongo que habrá otros, aunque lo ignoro, pero si por algún motivo nos faltase alguno de estos tres elementos se acabaría la civilización como la conocemos.

Todos los aparatos eléctricos por definición necesitan electricidad, y sin esta no son más que un montón de cacharos llenos de circuitos inservibles e inútiles. Igualmente, nuestro sistema productivo y nuestros medios de transporte están basados en los subproductos procedentes del petróleo, junto con los envases en los que conservamos la comida, en las botellas y los envases de nuestros líquidos, incluso en la ropa.

Si nos faltase provocaría tal caos que retrasaríamos como civilización cientos de años, todavía recuerdo hace unos pocos años cuando hubo una escalada de precios del crudo y empezó a subir como la espuma el combustible de las gasolineras, así como el de los alimentos en los supermercados.

En unas pocas semanas en algunos pueblos, más alejados del centro se vieron sin suministro, teniendo que hacer largas colas en las pocas gasolineras que todavía distribuían algo para lo cual debían de recorrer inmensas distancias.

Igualmente, la comida de los supermercados desapareció literalmente porque los más precavidos, y sobre todo fruto de un cierto contagio de pánico en la población, hizo que todos quisieran tener provisiones con las que subsistir ante una eventual falta de provisión en los comercios.

Los más incautos que confiaron en la información que a través de la radio y la televisión se emitía intentando reducir el pánico, cuando fueron a comprar apenas encontraron productos, y alguno hasta tuvo que pelearse para conseguir llevárselo.

No me imagino cómo hubiese acabado todo si los gobiernos no hubiesen sacado sus reservas para paliar la escasez, a pesar de que corrían el peligro de agotar sus propias reservas en poco tiempo haciéndoles vulnerables ante la creciente especulación económica que se había formado alrededor de este escaso recurso.

Ahora a pocos años vista de aquello, vivimos sin preocuparnos por lo que podrá suceder en un futuro cada vez más próximo en que acabará esta materia prima fruto de la sobreexplotación de los pozos petrolíferos.

Conociéndolo y visto sus efectos devastadores sobre la sociedad tal y como la conocemos, varios gobiernos han empezado a dar prioridad a los proyectos de energía llamada alternativas, como la solar (procedente de la luz del sol) o la eólica (de la fuerza del viento).

Dejando todavía sin considerar suficientemente otras de igual o mejor rendimiento como la energía undimotriz y la mareomotriz (generada por las olas y las mareas respectivamente) o la geotérmica (procedente del aprovechamiento del calor interior de la Tierra).

Por último, y no por ello menos importante, si careciésemos de los medicamentos, ese gran invento resultado del descubrimiento de la penicilina por Fleming en 1929, se acabaría la civilización tal y como la conocemos.

Esto lejos de ser una posibilidad remota; ya lo habían padecido numerosos pueblos cuando se tuvieron que enfrentar a enfermedades para las que no tenían remedio en que vieron su población diezmada y en algunos casos hasta desaparecieron como pueblo.

Un hallazgo casual, al encontrar en una de sus placas de microscopio un hongo bautizado como “Penicillium Notatum” que había frenado el crecimiento del estafilococo, que cambió la vida, reduciendo la mortalidad infantil, posibilitando la recuperación de enfermedades que de otra forma se convertirían en pandemias y permitiendo una mayor calidad de vida hasta una edad muy avanzada.

Hoy en día se sigue utilizando como antibiótico empleado para tratar múltiples enfermedades infecciosas como la sífilis, la gonorrea, el tétanos o la escarlatina, además de la faringoamigdalitis estreptocócica y la profilaxis de la fiebre reumática entre otras enfermedades.

Sin medicamentos, cualquier pequeña gripe estacional sería decisoria en la merma en los miembros de la población ya que no habría forma de combatir sus efectos por leves que fuesen.

Y no sólo me refiero al peligro de las pandemias actuales de las cuales desconocemos su origen o cura, sino al contagio de enfermedades comunes a las que estamos expuestos diariamente y que gracias a un medicamento genérico como son los antibióticos de amplio espectro tiene un efecto quimioterapéutico a la vez que mitiga el dolor, reduce la fiebre y la inflamación.

¿Qué sería de todos esos enfermos que deben de tomar religiosamente su medicamento para evitar que la enfermedad se extienda?, ¿Cuántos millones y millones están siguen viviendo en el mundo gracias a estos pequeños remedios encapsulados?

Incluso los países más cerrados en cuanto a su cultura, recelosos de la influencia del imperialismo colonial, aceptan toda la ayuda que puedan recibir de los médicos cuando se enferma alguno de sus miembros, sobre todo si estos pertenecen a un estatus elevado dentro de la sociedad.

No me imagino las devastadoras secuelas de una huelga por parte del sector farmacéutico, provocaría al día siguiente un colapso en las farmacias y dispensarios, cientos de personas rivalizando entre sí por aprovisionase de cualquier tipo de medicamento como si les fuera la vida en ello.

Creo que de los tres éste provocaría más siniestralidad, ya no sólo el número de personas que fallecerían a causa de la falta de su medicamento, sino por los efectos perniciosos sobre la propia sociedad, los individuos lucharían y se matarían por conseguir un remedio, una simple pastilla que puede suponer la diferencia entre la vida y la muerte. Nada más que para evitar la desesperación de no tenerlo cuando le hace falta, o porque haya algún familiar necesitado nos convertiría en lobos al acecho de cualquier infeliz del que se supiese que tiene alguna reserva de medicamentos. Una civilización a mi gusto sustentada en pilares demasiado débiles, pero es la que nos ha tocado vivir.

Il Segreto Arcano Dei Sumeri

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