Читать книгу La memoria - Juan V. Sánchez - Страница 4
Introducción
ОглавлениеEscribía el neurocientífico Gary F. Marcus que «nuestra memoria es al mismo tiempo espectacular y una fuente constante de decepción: podemos reconocer fotos de nuestros anuarios del instituto décadas después, y sin embargo ser incapaces de recordar lo que desayunamos ayer». La paradoja insinuada por Marcus refleja el misterio de una función cerebral que ha despertado la curiosidad del ser humano a lo largo de la historia. Una gran parte de lo que cada uno somos está en nuestra memoria, un tesoro que guardamos con celo y del que depende en buena medida nuestra identidad personal, al que confiamos nuestros recuerdos y habilidades, y en el que nos basamos para elaborar nuestros sueños y fantasías.
En la Antigüedad se consideraba a la memoria una de las tres facultades del alma que diferencian al ser humano del resto de las especies, por lo que se le suponía un origen divino o sobrenatural. No fue hasta el comienzo de la ciencia moderna cuando empezó a entenderse que se trata de una función del cerebro cuyo alcance real no se limita a ser el almacén de nuestro pasado, sino también el sustento de nuestra conducta aprendida. La memoria configura nuestro yo en continuidad con nuestra historia, nos permite construir relaciones causa-efecto y nos dota de cierta capacidad predictiva para construir escenarios posibles a partir de la experiencia.
Por tanto, la memoria es una función integral del cerebro que penetra y capilariza cada uno de nuestros actos, como se pone de manifiesto cuando nos falta, como ocurre en la enfermedad de Alzheimer y otras donde las alteraciones de esta capacidad juegan un papel central. Desentrañar esta complejidad es el reto que la ciencia persigue: entender el funcionamiento de sus mecanismos para aprender a intervenir sobre ellos. La posibilidad de manipular la memoria pondría a nuestro alcance la oportunidad de corregir errores, reparar daños y rescatar recuerdos perdidos. En un futuro que hoy ya estamos construyendo, la conexión de nuestra memoria biológica con dispositivos tecnológicos nos abrirá todo un universo de nuevas aplicaciones, como turboalimentar la potencia de nuestra memoria, borrar recuerdos traumáticos o incluso transferirlos a otros soportes, además de permitirnos desarrollar nuevas prótesis artificiales avanzadas.
A juzgar por los progresos actuales, este es un escenario al que podremos llegar a lo largo del presente siglo, pero son muchos los desafíos que hay que superar. Al intentar profundizar en las entrañas de la memoria, los investigadores se embarcaron en una aventura cuya envergadura apenas imaginaban. Fue un ejercicio ímprobo de arañar la superficie de la conducta observable el que fue descubriendo las piezas del puzle de la memoria. El cuadro fue componiéndose cuando estas piezas se llevaban a los laboratorios para examinarlas en detalle y comprobar si encajaban con otras. Conductas tan triviales como cerrar un ojo ante la amenaza de un cuerpo extraño son también modalidades sencillas de la memoria. Esta participa en una diversidad de actos inconscientes que ejecutamos con absoluta naturalidad, como detenernos ante un semáforo en rojo, conducir un coche o montar en bicicleta. También la reacción que nos produce observar algo desagradable depende de la memoria, lo mismo que otros actos tan cotidianos como salivar al acercarnos a un restaurante, reconocer un objeto, hablar o, desde luego, recordar el rostro de seres queridos que ya no están.
Debido a esta diversidad de funciones, es una gran distancia la que separa la memoria como algo genérico de los detalles sobre su participación extensiva en nuestro comportamiento. Una multitud de preguntas se agolpa en nuestra mente: ¿es todo ello una función única? ¿O se trata de un repertorio de funciones diferenciadas que antes veíamos como una sola? ¿Existe una región del cerebro especializada? Pero si son muchas las memorias, ¿habrá distintas regiones a cargo? ¿Alberga nuestro cerebro representaciones fieles del mundo real como si fuera un museo? Además, las memorias cambian. A veces nos olvidamos de cosas. Otras, evocamos recuerdos con facilidad. A veces nos confundimos.
Estas preguntas y muchas otras se las formularon los científicos que fueron describiendo los tipos de memoria antes siquiera de que existiera un conocimiento fehaciente del funcionamiento cerebral. Con el bagaje del que disponían, crearon la doctrina del conexionismo, según la cual la memoria requería de asociaciones entre los nervios, elementos constituyentes del sistema nervioso, de manera que las nuevas memorias se consolidaban en el cerebro por la vía de establecerse conexiones más sólidas. Pero esta visión del sistema nervioso se sustentaba en la concepción de que era una maraña continua, visión que no se correspondía con la realidad, aunque casaba muy bien con el desarrollo tecnológico de la segunda mitad del siglo XIX cuando la electricidad se veía como una revolución.
Es inevitable mencionar los trabajos de Santiago Ramón y Cajal, quien en aquella época clarificó las características del sistema nervioso. Gracias a él se dilucidó la composición del tejido nervioso y se abrió la era en la que surgió un reto clave: descubrir el funcionamiento de las neuronas para producir los comportamientos que los investigadores estaban describiendo. Pero si los descubrimientos de Ramón y Cajal abrieron la puerta del cerebro, lo que esta escondía era el objeto de investigación más complejo jamás abordado por la humanidad. Desde entonces, el forcejeo para arrancar secretos al cerebro ha sido constante y muchas veces frustrante. Penetrar en una selva con miles de millones de neuronas y billones de conexiones entre ellas es una aventura para espíritus preparados. Cada incógnita desvelada ha marcado hitos más que conquistado metas, porque cada respuesta ha suscitado nuevas preguntas. Así, los progresos en la investigación han cambiado el cariz de los interrogantes: ¿hay un conjunto de células propias de la memoria? ¿Qué elementos forman la traza física de la memoria? ¿Existe un código cerebral? De ser así, ¿hay un código específico para la memoria? ¿Cómo se traduce una experiencia a ese supuesto código neuronal? ¿Cómo se materializa en términos de conducta? ¿Hay diferentes códigos y huellas cerebrales para cada tipo de memoria? El listado de preguntas es interminable, y responderlas podría ser una misión hercúlea. Afortunadamente, el desarrollo de la tecnología ha sido espectacular, permitiendo el acceso a las profundidades moleculares y el avance en la construcción de una teoría general de la memoria. No hay que olvidar que se trata de un esfuerzo propulsado por miles de investigadores. En este camino ha sido de inmensa utilidad la experimentación con animales, jugando un papel singular los experimentos con moluscos marinos. En este momento, los trabajos de investigación cubren la escala animal en la búsqueda de elementos conservados en la evolución que den pistas para la aplicación de técnicas no invasivas en humanos. El impulso ha venido determinado por el ansia de saber, pero no puede dejarse de lado la necesidad de la sociedad de contar con soluciones a problemas urgentes como las enfermedades neurodegenerativas, un azote tanto desde la perspectiva del sufrimiento humano como de los costes asociados al envejecimiento de la población.
Después de décadas de explotación de las tecnologías que actualmente denominamos convencionales y que han aportado progresos espectaculares, hoy nos adentramos en la maduración de nuevas tecnologías emergentes que recogen el avance de las técnicas de neuroimagen y de mapeo cerebral, de la combinación de las técnicas de biología molecular con los progresos ópticos (optogenética) y de la construcción de interfaces neurales. Estas nuevas tecnologías convergen según un enfoque que aúna la nanotecnología, la biotecnología, la informática y la ciencia cognitiva, lo que está propiciando un salto cualitativo en la superación de las limitaciones en la resolución temporal y espacial de las técnicas convencionales. Con ello se está abriendo el camino a la comprensión de la conexión entre la estructura (componentes) y la función (memoria) de los distintos niveles, desde el celular y el molecular hasta el conductual.
El progreso en el campo de la memoria está proporcionando un conocimiento acumulativo en el que los avances que esperamos en los años venideros siguen y seguirán refiriéndose a los modelos descritos en los albores de la era moderna del conocimiento. La observación del científico ruso Ivan Pavlov de que un perro podía aprender a salivar al escuchar el sonido de una campana condujo a comprobar el estado de las conexiones neuronales cuyo refuerzo podía dar lugar a tal conducta aprendida. Las tecnologías convergentes buscan ver, en el sentido más literal de la palabra, cómo se refuerzan estas conexiones para dar lugar a la conducta. Y también pretenden averiguar dónde se producen esos cambios, si hay distintas regiones cerebrales implicadas, los circuitos activos en ellas y su interconexión; en definitiva, el cerebro en acción durante el aprendizaje y su expresión en la forma de conducta aprendida. Se busca, pues, la visión dinámica y panorámica en las dos direcciones, transversal y vertical: transversal en el sentido de entender cómo se modifican los distintos niveles orgánicos, las moléculas, las células, los circuitos neuronales, las regiones cerebrales, el cerebro como estructura integral y la conducta; vertical, desde las moléculas al cerebro.
De esta forma se ha establecido un hilo conductor del progreso en el conocimiento sobre la memoria cuyo hilvanado ha venido de la mano del desarrollo tecnológico, siendo cada vez más dependiente del mismo. Es un tópico que el cerebro es el enigma de mayor complejidad al que se enfrenta la humanidad. No carece, pues, de lógica que la humanidad tenga que apoyarse en la palanca de la tecnología para desvelarlo, como es igualmente esperable que en momentos de convergencias disruptivas, como el que vivimos hoy, podamos esperar avances cualitativos. A lo largo de este libro analizaremos los avances de la memoria como una flecha en proceso de extrema aceleración, de la cual esperamos que nos conceda el privilegio histórico de presenciar su impacto en la diana.