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ОглавлениеIntroducción
La mejor lección espiritual de Juan XXIII, un Papa inolvidablemente bondadoso, es la evocación de su vida tal como resulta de su Diario del alma, documento excepcionalmente auténtico. Hay una razón importante y fundamental. El lector capta rápidamente que, bajo pensamientos tan henchidos de serenidad espiritual, sigue latiendo el alma de un Papa cuyo recuerdo permanece vivo.
La elección del hasta entonces conocido como Ángel José Roncalli (1881-1963) como Sumo Pontífice fue una sorpresa para muchos. Su pontificado (1958-1963) aún lo sigue siendo para todos por el inagotable mensaje de su bondad y por el milagro de su sencillez evangélica, que lo convirtió en uno de los Papas más queridos del siglo XX y de la historia de la cristiandad. Juan XXIII necesita pocas presentaciones. Pero quien se disponga a escribir sobre el Papa bueno y su actividad, es obvio que deberá tener en cuenta sus escritos, especialmente los más íntimos, sobre todo su diario. Diario del alma se publicó por primera vez a los pocos meses de su muerte, ofreciéndonos en todas sus páginas, íntimas y transparentes, toda una serie de notas espirituales, más aún, la vida entera de un sacerdote llegado a Papa.
1. Breve biografía
Ángel José Roncalli nació el 25 de noviembre de 1881 en Sotto il Monte, localidad cercana a Bérgamo. Tercero de diez hijos de Juan Bautista Roncalli y Ana María Mazzoli, matrimonio de campesinos humildes y de sólida piedad popular, que transmitieron a sus hijos. Ángel comenzó su formación en la escuela elemental de su localidad, y continuó como pupilo del párroco de Carvico y alumno del colegio episcopal de Celana. A los doce años, en 1892, fue admitido en el seminario de Bérgamo. Dos años después, a una edad insólita incluso para su época, recibió la tonsura. A los quince años anotó en un diario su evolución espiritual, algo que casi nunca interrumpió, y cuya lectura permite conocer su evolución espiritual a lo largo de toda su vida. En septiembre de 1900 se trasladó a Roma, donde continuó su formación sacerdotal, interrumpida entre 1901 y 1902 por el servicio militar. El 13 de junio de 1903 obtuvo el doctorado en teología, grado que alcanzó con la presencia en el tribunal de E. Pacelli, futuro Pío XII. El 10 de agosto de 1904 fue ordenado sacerdote.
El joven sacerdote Roncalli fue designado, en 1905, secretario del obispo de Bérgamo, Mons. Giacomo RadiniTedeschi, con el que permaneció hasta su muerte, en 1914. En Radini encontró un pastor comprometido sin reservas con los más desfavorecidos que impulsó la participación de los católicos en la vida política de su país. Durante varios años, Roncalli simultaneó su labor de secretario con la de profesor de historia eclesiástica en el seminario de Bérgamo. Al estallar la I Guerra mundial, se incorporó y estuvo en el frente, primero como sargento en el cuerpo de sanidad militar, y como capellán castrense, con el grado de teniente, a partir de marzo de 1916. Después de la guerra regresó a Bérgamo, donde fundó la Casa del Estudiante, para acoger a muchachos provenientes del medio rural que acudían a la ciudad para estudiar, y se encarga de la dirección espiritual del seminario. En diciembre de 1920 fue llamado a Roma por la Congregación de Propaganda fide, presidida por el cardenal Von Rossum, quien le nombró secretario de la Congregación para Italia. En 1921 fue nombrado prelado doméstico por Benedicto XV. Por motivo de su cargo, tenía que visitar a todos los obispos italianos, lo que le proporcionó un profundo conocimiento de la situación de la Iglesia en Italia.
El 19 de marzo de 1924 Pío XI le consagró obispo y le nombró visitador apostólico en Bulgaria, país de mayoría ortodoxa, en la que tuvo que dirimir varios asuntos bastante conflictivos. En noviembre de 1934 fue nombrado administrador apostólico del Vicariato de Constantinopla y Estambul, en un contexto islámico en vías de laicización, y regente de la delegación apostólica para Grecia, un país en conflicto permanente con Turquía por cuestiones territoriales y con pésimas relaciones con la Iglesia católica, y en el que tuvo ocasión de ahondar en su conocimiento del mundo ortodoxo. En estos dos países logró acortar en cierto modo las enormes distancias existentes entre el Vaticano y las jerarquías ortodoxa y musulmana.
El 6 de diciembre de 1944, cuando contaba sesenta y tres años, Pío XII lo nombró nuncio apostólico en París, cargo que hubo de ocupar inmediatamente. Sucedía a Mons. Valeri, rechazado por De Gaulle por haber colaborado con el gobierno de Vichy. Otra vez tuvo que hacer frente a situaciones delicadas, que supo resolver con su peculiar estilo, lleno de humanidad y en ocasiones alejado del protocolo diplomático. Su intervención hizo que, de los ochenta y siete prelados acusados de colaboracionismo por el gobierno, finalmente sólo tres fueran removidos de sus sedes. En 1953 Roncalli recibió el birrete cardenalicio y el nombramiento de patriarca de la diócesis de Venecia. Durante los seis años que permaneció en la diócesis, ejerció fielmente como pastor: bendijo templos, celebró la visita pastoral a toda la diócesis, impulsó el sínodo diocesano, presidió varias peregrinaciones diocesanas. Una de ellas, a Lourdes, celebrada en julio de 1954, le llevó también a algunos de los centros de espiritualidad y peregrinación más importantes de la geografía española: Loyola, Javier, Begoña, Comillas, Covadonga, Mondoñedo, Santiago de Compostela, Salamanca, Alba de Tormes, Zaragoza y Montserrat. Volvió a Lourdes en marzo de 1958 para consagrar el templo de San Pío X, y viajó también a Fátima, en mayo de 1956, para representar al Papa en la celebración del XXV aniversario de la consagración de Portugal al Corazón Inmaculado de María; a Beirut, Líbano, como legado pontificio para presidir el Congreso Nacional Mariano, y a otros centros de peregrinación marianos, como Einsiedeln, Mariazell o Czestochowa. Solía pasar sus vacaciones en Sotto il Monte, su tierra natal y en la que sus hermanos seguían trabajando.
2. Bibliografía
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3. Juan XXIII
Al morir Pío XII, el cardenal Roncalli se desplazó a Roma para participar en el cónclave. El cuarto día del mismo, el 28 de octubre de 1958, a los setenta y siete años de edad, fue elegido Papa. Adoptó enseguida el nombre de Juan, el más común entre los Papas, un nombre muy querido por él, ya que así se llamaba su padre. Su edad hacía pensar en un Papa de transición y presagiaba un pontificado breve. No obstante, su pontificado fue intenso y renovador, supuso el tránsito hacia una Iglesia más abierta a la humanidad y sensible a los signos de los tiempos, y trazó senderos que sus sucesores ya no podrían ignorar. Ya en la encíclica inaugural de su pontificado dibuja las líneas maestras del mismo, proponiendo al mundo la búsqueda de la verdad, la unidad y la paz.
La iniciativa fundamental de Juan XXIII fue, sin duda, la convocatoria de un concilio ecuménico, idea que anunció el 25 de enero de 1959. Pero ya antes había sorprendido a todos con una serie de medidas que preparaban el concilio y suponían una renovación de la Iglesia. El 17 de noviembre de 1958 nombró Secretario de Estado, cargo que llevaba vacante catorce años, al cardenal Tardini. El 15 de diciembre de 1958 elevó al rango cardenalicio a veintitrés nuevos cardenales, trece de ellos italianos, superando el número de setenta que Sixto V había establecido en 1586. Entre los nuevos cardenales estaba su sucesor en Venecia y el arzobispo de Milán, Juan Bautista Montini, que sería su sucesor en el pontificado. Al año siguiente nombró ocho cardenales más, y otros diez en 1960, entre ellos, por primera vez en la historia de la Iglesia, un japonés, Peter Tatsuo Doi, un filipino, Rufino J. Santos, y un africano, el cardenal de Tanzania, Mons. L. Rugambwa. El Papa, consciente de los nuevos y graves asuntos en el gobierno de la Iglesia, quiso con esto demostrar su universalidad y testimoniar su juventud y su vitalidad.
El anuncio del concilio en 1959 había sido acogido con frialdad por parte de la curia, que daba por sentado que la época de los concilios había pasado, sobre todo desde la declaración de la infalibilidad del Papa. La diversidad de matices en el enfoque del Concilio entre la curia romana y los obispos se confirmó en 1962, cuando comenzó la primera sesión. Los debates desembocaron en la conclusión de que el tema central tenía que ser la Iglesia, y de que había de tratarse también de la Iglesia en el mundo. Algo que coincidía con lo que había señalado Juan XXIII en el discurso de apertura del Concilio: una orientación abierta y optimista, en desacuerdo con los profetas de calamidades, que manifestaba más el deseo de no condenar, de ayudar a los hombres con una exposición más actualizada y comprensible de la doctrina de Jesucristo. Una semana antes, Juan XXIII sorprendía a todos con una peregrinación a Loreto y a Asís, para orar allí por el éxito del concilio. Era la primera vez, desde Pío IX, que un Papa salía de la ciudad de Roma.
El 13 de mayo de 1961 promulgó su primera encíclica, Mater et magistra, uno de los más importantes documentos de la doctrina social de la Iglesia. En este documento el Papa clarificó la misión de la Iglesia, que no es sólo atender a los fieles, sino también pronunciarse en favor de la evolución de los pueblos. Con referencias específicas a la encíclica Rerum novarum, de León XIII, el Papa indicaba las urgentes necesidades espirituales y materiales de un mundo transformado económica y socialmente, caracterizado por los desequilibrios, las discriminaciones y las injusticias.
El ecumenismo es otra de sus grandes líneas de acción. El anuncio de la convocatoria del Concilio coincidió en el tiempo, y no de una manera casual, con la semana de oración por la unidad de los cristianos. La acogida entre las iglesias cristianas fue muy favorable, a juzgar por la cantidad e importancia de las delegaciones enviadas al Concilio como observadoras. Pero ya había obtenido buenos frutos antes de la inauguración del Concilio: el 1 de diciembre 1960 Juan XXIII recibió una visita que despertó gran interés y avivó no pocas esperanzas, habida cuenta de que era la primera que se producía desde la separación: el arzobispo anglicano de Canterbury, G. F. Fisher. El encuentro, a pesar de su sencillez y de la ausencia de contenidos de particular interés, supuso la transición de una era de hostilidad hacia una etapa de convergencia.
A esta visita siguieron otras: seis meses después, el 5 de mayo de 1961, recibía en visita oficial a la reina Isabel II y a su esposo, el duque de Edimburgo. El moderador de la Iglesia presbiteriana de Escocia, Archibald C. Craig, fue recibido por el Papa en 1962; también recibió en audiencia al presidente de la Iglesia episcopaliana de Estados Unidos. La creación de un Secretariado para la Unión de los Cristianos fue, sin duda, un paso importantísimo en favor del ecumenismo. Al frente del Secretariado puso al cardenal Bea, jesuita, antiguo rector del Instituto Bíblico y confesor de Pío XII. Sin duda su actividad fue clave en el acercamiento entre las Iglesias e influyó decisivamente en el desarrollo del Concilio.
En su relación con el judaísmo, Juan XXIII suprimió, en los oficios del Viernes Santo de 1959, el adjetivo perfidis atribuido a los judíos: pro perfidis Iudeis. Este simple hecho suscitó en el corazón de los judíos nuevas esperanzas para una era de comprensión y tolerancia. En junio de 1960 recibió en audiencia al representante judío Jules Isaac, al que el Papa invitó a ponerse en contacto con el cardenal Bea para futuras colaboraciones.
El 11 de abril de 1963, Jueves Santo, Juan XXIII publicó la última y más famosa de sus encíclicas, Pacem in terris. Tenía la novedad de estar dirigida no sólo a los obispos, al clero y a los fieles católicos, sino también, y por primera vez, a todos los hombres de buena voluntad. La encíclica era una invitación a no escudarse en los egoísmos nacionales y en las rígidas posiciones y a afrontar, en un espíritu de colaboración, los problemas cruciales del hambre, de la justicia y de la paz. En la primavera de ese mismo año, y en reconocimiento a su actividad a favor de la fraternidad entre los hombres y entre todos los pueblos y por sus recientes intervenciones en el plano diplomático, le fue concedido el Premio Balzan de la Paz. El Papa donó inmediatamente la cuantía económica del premio, ciento cincuenta millones de liras, a la Fundación Premio Internacional de la Paz Juan XXIII, constituida ese mismo año con el deseo de que se establezca entre los hombres la paz con la convivencia en la verdad, la justicia, el amor y la libertad.
La idea de la puesta al día, del aggiornamento, el propósito más claro del Concilio, está presente en todas sus actuaciones y enseñanzas. Favoreció una nueva visión de la Iglesia, visión que la dotó de un empuje y una vitalidad renovados, como servidora y amiga de los hombres, atenta a los signos de los tiempos, administradora de la misericordia divina, inspirada para su ministerio pastoral en la fraternidad y en la comunión. Hizo de la Iglesia presencia y servicio en el mundo de hoy, y acertó a hacer también de su misma persona presencia y servicio. En todos los actos de su gobierno se mostró un hombre lleno de fe y de inteligencia cristianas. Practicó siempre las obras de misericordia y afirmó, con energía y claridad, el derecho a la propiedad, al trabajo, a la educación, a la seguridad social, a la igualdad racial y al mantenimiento de la propia individualidad étnica, elementos todos de la dignidad del hombre. Testigo de dos guerras mundiales, fue un entusiasta defensor de la paz como valor supremo, de la libertad y de la independencia de los hombres y de los pueblos.
4. Diario del alma
Loris Francesco Capovilla, su secretario, editó y prologó, pocos meses después de su fallecimiento, Il giornale dell´anima e altri scritti di pietà, recopiló las Cartas a sus familiares y publicó la biografía de Juan XXIII. Él ha sido sin duda alguna quien más ha contribuido a conocer la persona y la espiritualidad de uno de los hombres más importantes de la historia de la Iglesia del siglo XX. Trece ediciones ha publicado San Paolo Italia de Il giornale dell´anima, la mejor lección, la más íntima y personal, del Papa bueno.
La presente edición de Diario del alma reproduce básicamente, con pequeños retoques y ligeras reducciones de algunos párrafos, el texto original italiano, reeditado ahora por SAN PAOLO, Milán, con motivo de la beatificación de Juan XXIII en el Gran Año Jubilar. Nuestra edición, con el deseo de que un libro de tan formidable testimonio espiritual se lea con facilidad y siga haciendo gran bien a las nuevas generaciones que meditan y oran en castellano, se ha permitido modernizar un poco su lenguaje, suprimir la mayor parte de las citas y referencias en latín, procurando que se pueda seguir con facilidad el pensamiento del seminarista, del sacerdote, del obispo, del cardenal y también del papa Juan XXIII.
La revisión del texto original italiano y la modernización del lenguaje se han hecho procurando no atentar para nada contra el contenido de lo que Juan XXIII quiso transmitir en sus cuadernos de apuntes, no siempre fáciles de leer e interpretar. La otra novedad que lleva esta edición es la división de toda la obra en nueve partes, proponiéndole al libro unos títulos más breves y una división en partes, epígrafes y subepígrafes, que dejen ver la trama del discurso autobiográfico.
Los últimos meses de la vida de Juan XXIII, minada ya por un mal incurable y doloroso, fueron los más intensos de su actividad y testimonio. Tras una larga y penosa agonía, murió el 3 de junio de 1963. Ningún Papa ha sido tan llorado al morir: multitud de banderas ondearon a media asta, entre ellas la de la ONU y la del palacio primado anglicano; la jerarquía de las distintas iglesias cristianas, así como del judaísmo, el islam y el budismo, hicieron sentidas declaraciones; el luto fue generalizado en Italia. Juan XXIII fue sepultado en las grutas vaticanas, cerca de la tumba de Pío XII. En 1965 Pablo VI introdujo su causa de beatificación, definitivamente fijada por Juan Pablo II para el 3 de septiembre de 2000.
Los lectores de lengua española disponen ya, ahora en la colección MAESTROS, de un documento excepcionalmente auténtico. Al leer Diario del alma se capta que, bajo pensamientos tan henchidos de serenidad espiritual, sigue latiendo el alma de un gran Papa cuyo recuerdo permanece vivo en los albores del Tercer Milenio de la cristiandad.
Juan Antonio Carrera, SSP
Madrid, 29 de junio de 2000
Solemnidad de los santos apóstoles
Pedro y Pablo