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Capítulo 1

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Y AHORA qué pasará? –murmuró Logan Kincaid, aparcando el coche en la entrada de su casa.

Un grupo de niños estaba amontonado alrededor de uno de los arces del jardín, mirando insistentemente hacia arriba.

–¿Ocurre algo? –preguntó el propietario de la casa.

–La cometa se nos ha quedado enganchada en el árbol –dijo uno de los chiquillos–. Merrie la ha desenredado, pero ahora no puede bajar.

–¿Quién es Merrie? –interrogó Logan.

–¡Pues, Merrie…! –contestó el niño con impaciencia.

Logan se acercó al grupo y miró hacia arriba, esperando encontrarse con una adolescente marimacho. Lo que vio en lo alto del arce fue algo muy diferente. Se trataba de una mujer en pantalón corto y una sugerente camiseta de algodón, que se había quedado atrapada en la cabaña, construída años atrás, en la copa del árbol. El hombre se fijó en sus largas piernas y en la armoniosa línea de su pecho mientras intentaba bajar del viejo arce. Estaba claro que no se trataba de un marimacho… Habitualmente, las mujeres que le gustaban eran rubias, con piernas largas y un aspecto impecable. Sin embargo, Merrie era más bien atractiva. De ella emanaba una sexualidad saludable que le hacía recordar las cálidas sensaciones del fuego y el vino.

«Para de pensar en esa mujer», se autocensuró Logan, intentando pasar por alto su instinto masculino. «Ni es el momento ni el lugar apropiado para fijarse en ella».

Sobre todo, teniendo en cuenta que, en aquellos días, se había visto obligado a enfrentarse a la mujer que lo había estado acosando sin el mínimo respeto. Se trataba de la hija del jefe, y estaba empeñada en casarse con él. Al recordarlo, Logan notó como un escalofrío le recorrió toda la espalda.

–Chicos, no os preocupéis. Ya me ocupo yo de esto –dijo Kincaid a los niños, mandándolos a casa.

Tenía fama de ogro porque no le gustaban mucho los críos. No debía haberse comprado una casa en esa zona tan familiar. Sin embargo, lo había hecho porque aquel ambiente representaba todo lo que no había disfrutado en su hogar.

Los chicos se alejaron de mala gana, excepto un muchacho rubio que se atrevió a sostenerle la mirada.

–Merrie, gracias por haber recuperado nuestra cometa. ¿Seguro que no quieres que llamemos a los bomberos? Me encanta cuando aparece el camión, lleno de luces intermitentes…

–No gracias, no es necesario. Vete a jugar con los otros niños –dijo la joven, despidiéndose con la mano.

–Bueno, pero volveré más tarde para comprobar que estás bien –quiso asegurarse el niño, desconfiando de la eficacia del ogro para resolver el asunto.

–¿Qué pasa? –le preguntó Logan a la joven–. ¿Por qué no puedes bajar?

–Mmh… –ella miró hacia abajo, dejando ver unos grandes ojos verdes y una melena de color canela–. Usted debe ser el señor Kincaid, si no me equivoco.

Él asintió.

–Hola, yo soy Merrie Foster, la hermana de Lianne.

Logan no pudo evitar esbozar una sonrisa. Lianne era la joven que se ocupaba de la cena cuando tenía invitados en casa, y que hacía la limpieza tres días a la semana. No tenía nada que ver con aquella joven desaliñada, que estaba colgando del arce.

–Encantada de conocerla –dijo Logan–. ¿Por qué está usted allí arriba, en vez de Lianne?

Merrie, se irguió unos centímetros más, mientras el tejado de la pequeña casa crujía ligeramente..

–Lianne iba a casarse el mes siguiente, pero descubrió que su futuro marido tenía relaciones con otra mujer: no es una buena persona. Todos lo sabíamos excepto ella, que es un poco ingenua y siempre piensa bien de la gente.

Logan pestañeó, diciendo:

–Ya entiendo…

–Yo le calé desde el primer momento –dijo Merrie, con cierta complicidad–. Antes de haberse comprometido con ella, cuando estaban empezando a salir, ya se relacionaba con otras mujeres.

–¿Intentó probar suerte contigo?

–Sí, pero yo le pinché con un tenedor en la mano –Merrie parecía muy satisfecha con su relato–. Creo que le di en una vena.

–¡Ah! –se estremeció Logan, que no sabía si felicitarla o ir a buscar los papeles de su sociedad médica–. ¿Cómo se lo tomó Lianne?

–El muy canalla le dijo a mi hermana que todo había sido un malentendido, y que lo sentía mucho –contestó Merrie, recogiéndose el pelo hacia atrás con la mano y arrugando la nariz–. Fingía tan bien, que resultaba repugnante.

–¿Y ella le creyó?

–Sí. Además, se lo llevó al hospital para que le pusieran la vacuna contra el Tétanos.

–Sabia decisión –comentó Kincaid, lacónicamente.

–El tenedor estaba limpio –protestó Merrie–. Todavía no habíamos empezado a comer…

Logan se frotó la frente porque le dolía la cabeza: había tenido una semana muy ajetreada y estaba deseando relajarse en casa. Pero, aquello, de momento, parecía tan inalcanzable como un sueño.

–¿Siempre le cuentas a los desconocidos tus asuntos personales? –preguntó Kincaid, asombrado.

–No somos desconocidos. Lo seríamos más si continuases siendo tan reservado.

–No soy tan solitario –protestó Logan.

–Lo sé todo de ti. Lianne te invitó el día de Nochebuena a cenar a casa, pero tú rechazaste la propuesta, aun no teniendo planes familiares. Estaba preocupada pensando que estarías completamente solo, en una casa tan grande como la tuya. No tenía la intención de seducirte, sino de ser amable contigo.

–Yo nunca… Es absurdo –balbuceó Logan, sin saber qué decir–. Jamás he pensado de ese modo.

–Es mejor así –le advirtió Merrie–. Lianne no es tu tipo. Ella piensa tener un montón de hijos y un marido que se ocupe de la familia. No tiene ningún interés en un hombre que esté todo el día fuera de casa, ejerciendo de gurú financiero en Washington.

La conversación, cada vez era más ridícula. Logan replicó:

–Hay mucha gente que no quiere tener hijos. Eso no quiere decir que sea la escoria de la sociedad, sino simplemente honesto. ¿Tú querrías estar rodeada constantemente de un puñado de mocosos, que te interrumpieran cada cinco segundos?

–Me encantan los niños –dijo Merrie, arrugando la nariz–. Bueno, excepto a final de curso, soy profesora de instituto.

La joven le explicó que, la parte más importante de su actividad como educadora estaba centrada en evitar los embarazos no deseados de las madres adolescentes.

–Oh, entiendo –farfulló Logan.

Merrie se peinaba el pelo distraídamente, con la ayuda de sus dedos.

–Doy clase a chicos y chicas jóvenes, que todavía son bastante ingenuos, pero los dos cursos superiores son terribles. Creo que los adolescentes son una especie aparte. ¿Tú qué opinas?

–Yo creo que deberías bajar de ese árbol, cuanto antes.

–¡Pero si llevo intentándolo desde hace una hora!

–Si tuvieras dos dedos de frente, les habrías dado un poco de dinero a los chicos, para que se compraran una cometa nueva. O simplemente, les habrías echado por las buenas.

–El dinero no lo es todo en la vida… Ellos mismos habían fabricado la cometa y estaban muy orgullosos de ella.

–En cualquier caso, ¿por qué no bajas del árbol?

–Estoy atrapada.

–¿Atrapada?

–Sí, no puedo salir de aquí. Me resbalé y mi camiseta se rasgó de arriba a abajo. Casi me caigo y me mato.

–Pues quítatela.

–Ni hablar.

A medida que los jirones de algodón se iban cayendo al suelo, Logan pudo comprobar que Merrie no llevaba sujetador.

–Más vale que no te muevas… Al fin y al cabo, hay muchos niños por aquí.

La joven hacía lo imposible para no caer desde esa altura al suelo. Se encontraba ridícula: ninguna mujer moderna e independiente se habría visto atrapada en esa situación.

–Márchate, por favor –le pidió Merrie a Logan.

–Estoy en mi casa y tú estás en mi árbol. Creo que necesitas ayuda.

–Estoy bien, no necesito tu ayuda –mintió la joven, luchando por mantener el tipo.

–¿Qué vas a hacer? ¿Quedarte allí hasta que anochezca, deseando que a los niños no se les ocurra volver con linternas? De todas maneras, podrían aprovechar la ocasión para disfrutar de una buena lección de anatomía…

En esos momentos, Merrie detestaba a Logan Kincaid. Odiaba tener que limpiar su casa impoluta, para hacerle un favor a su hermana. No le gustaba nada la forma que tenía de convertir una bella casa familiar, en un baldío símbolo de status. Y sobre todo, le odiaba a él.

«Ah, ¿sí?», le dijo la voz de la conciencia…

Merrie intentaba no hacer caso a su instinto femenino.

De acuerdo, tenía que admitir que Lianne no le había hecho ningún comentario acerca de lo altivo que era su jefe. Tampoco le había hablado de sus anchas espaldas ni de su voz prodigiosa. Para colmo, se parecía a una mezcla entre Clark Gable y Cary Grant…

Había muchos hombres que tenían cuerpos atractivos y voces interesantes. Eran hombres agradables, que no tenían nada que ver con Logan. Para él, pasarlo bien significaba, exclusivamente, hacer dinero. Por lo que le había contado su hermana, Merrie se había imaginado que se trataba de un aburrido y ambicioso fabricante de ganancias, con una expresión perpetua de hastío.

Había sido un error, puesto que para la joven pelirroja, Logan era encantador… , tan atractivo y divertido. En vez de tener un coche serio y formal, Kincaid conducía un pequeño Mercedes descapotable.

La gente de su ambiente, es decir los profesores y los vaqueros, no solían tener coches caros… Poseían automóviles económicos y prácticos, cuando no llevaban viejas camionetas destartaladas.

Lianne había querido convencerla de que se comprara un coche más elegante, pero ella no le daba valor a esas cosas.

–Merrie, ¿qué te ocurre? ¿Estás bien?

«No, acabo de tener un ataque de furor uterino», pensó la joven, disgustada consigo misma. «Esto es vergonzosamente ridículo».

Logan podía tener un aspecto en cierto modo neutro, pero, para una persona como ella, era puro veneno. Sin embargo, a Merrie le gustaría tener a su lado, en un futuro, a un marido que disfrutara de la vida en el campo, con los animales y con los niños. Y no le interesaba tener como pareja a un hombre, cuya única aspiración en la vida fuese ganar mucho dinero, para retirarse a los cuarenta años, habiendo amasado una gran fortuna. Además, su hombre ideal no sería tan guapo. Sin duda, estaba siendo víctima de un espejismo.

–Ya bajo –dijo la joven–. Ten cuidado, Logan… Allá voy.

Del árbol se desprendieron trozos de corteza. Segundos después, Kincaid subió a la vieja casa instalada en el árbol, con una agilidad inesperada. Como Merrie no se movía, él le preguntó:

–¿Qué pasa?

«¿Que qué me pasa? Pues de todo», respondió pensando la joven pelirroja.

La respiración de Merrie se alteró al notar la presencia del hombre, cara a cara. No sólo era más guapo de cerca, sino mucho más simpático… Tenía cierto aire de cansancio y aburrimiento por la vida que llevaba, pero también grandes dosis de encanto, que le proporcionaban su sonrisa y su mirada.

Su hermana tenía razón, tenía que preocuparse por mejorar un poco su propio status…

–Eh… , estoy bien, gracias –farfulló Merrie.

–Súbete un poco más, para que te pueda sujetar mejor.

Obedeciendo abstraídamente, la joven giró para que Logan la tomara por la espalda con sus fuertes y cálidas manos. El contacto con el cuerpo masculino, le produjo un gran impacto. Tuvo que cerrar los ojos, pero aun así, no pudo evitar notar su agradable aroma varonil.

Merrie agitó la cabeza, pensando que sin duda debía de estar loca. Lianne había conocido a dos de sus antiguas novias: las dos eran sofisticadas, elegantes y con tanta personalidad como las mariposas evanescentes. Además, tenía una lista con las cualidades que tenían que reunir las mujeres de su gusto. La tenía pegada en el espejo del cuarto de baño.

Merrie Foster… Profesora de instituto en un pueblo grande… Estaba claro que no correspondía a su tipo ideal.

–Sí que estás atrapada… , –comentó Logan, sujetándola por la camiseta rota, para tirar más fácilmente de su cuerpo hacia abajo.

Merrie trató de hacer como si no hubiese notado nada especial.

Sus pechos estaban rozando la ropa de algodón. Estaban relativamente cubiertos, excepto por los hemisferios inferiores. Los pequeños pezones estaban tan juntos que apenas podían separarse convenientemente. Además, Kincaid parecía no ser consciente de lo próxima que estaba su desnudez. Eso le molestó tremendamente a la profesora. Puede ser que no fuera su tipo, pero tampoco estaba nada mal…

–Esta rama parece que no va a soportar más peso –murmuró Logan–. Y si tiro de ti, acabaremos los dos en el suelo.

Merrie miró disimuladamente la expresión tan concentrada de Kincaid, que sin darse cuenta le dio un pequeño golpe en una de sus caderas. Merrie tuvo que morderse el labio inferior para acallar sus sensaciones.

–¿Tienes una navaja? –preguntó la joven, sintiéndose un poco agobiada.

Era la primera vez en su vida que sentía una atracción tan clara y tan cálida por un hombre. Merrie se encontraba desorientada y torpe. ¡Por el amor de Dios, si era una mujer adulta que cumpliría pronto treinta años, aunque no le gustase recordarlo!

–No, no tengo ninguna navaja –contestó Logan, frunciendo el ceño de pura concentración–. Quizá sería mejor que subieras un poco más, antes de que tire de ti. A continuación, Kincaid le dio otro golpe y Merrie estuvo a punto de gritar.

Tenía que haber dejado que los niños llamaran a los bomberos. Habría sido mucho más práctico.

No entendía como su hermana se había pasado cuatro años de su vida limpiando la casa y cocinando para semejante pardillo.

–Así no puedo bajar… –dijo Merrie.

–Ya lo veo. Voy a darte un buen tirón, pero quiero que te agarres a esa rama fuertemente, por si te caes.

Merrie se sujetó bien, intentando no pensar demasiado en la situación y, una vez más, Logan le ayudó a conservar lo que le quedaba de camiseta.

El joven estaba preocupado por su póliza de seguro: no quería tener que dar parte a la compañía, en el caso de que hubiese un accidente grave. Eso encarecería mucho más las cuotas de pago…

Kincaid dio un tirón y, de pronto, se oyó un estruendo: la casa colgada del árbol se estaba desplomando. Logan logró caer lejos de Merrie, pero ella no pudo evitar aterrizar sobre su cuerpo, en ignominiosa postura.

–¡Aaah! –exclamó la chica, tratando de que penetrara de nuevo el aire en sus pulmones.

No estaba segura de que el suelo fuese más duro que el cuerpo de Kincaid. El joven estaba realmente en forma y no tenía ni un átomo de grasa.

–¿Estás bien? –le preguntó el joven a Merrie, mientras ella tomaba con las manos los hombros masculinos.

–Más o menos…

–¿Te duele algo? –la interrogó Logan.

–Mmh… Mi orgullo –dijo ella, intentando seguir respirando con regularidad.

–Me refiero a algún hueso roto o a alguna herida importante.

–¡Oh! No. Nada grave. En verano cuando voy al rancho de mi abuelo, trabajo de vaquera y las caídas son frecuentes. Hasta el jinete más experto suele caerse de vez en cuando.

–¿En esta misma posición? –preguntó Logan, irónicamente.

Merrie no sólo estaba herida en su amor propio… Lo peor de todo era que su camiseta había desaparecido por completo. Tuvo la tentación de aprovechar la ocasión y acercarse para averiguar qué tal besaba. Probablemente no le importaría demasiado hacerlo, aun no siendo su tipo de mujer. ¡Los hombres tenían comportamientos tan predecibles!

Merrie se golpeó suavemente la cabeza: el percance le había afectado seriamente al sentido común.

–¿Dónde está? –gritó Merrie, por encima de uno de los hombros musculosos.

–La camiseta se ha quedado enganchada arriba, en lo que quedaba de tejado.

–¡Maldita sea! –exclamó Merrie, estornudando en medio de la nube de polvo que se había organizado, tras el accidente.

–No te preocupes –replicó Logan sonriendo y mostrando los blancos dientes.– Toma, ponte mi camisa.

Mientras se desnudaba y le ponía la prenda a Merrie, ella comprendió que el tacto de sus dedos unos centímetros más arriba, habrían sido tremendamente significativos.

–¡Para, por favor! –exclamó la joven, dándole la espalda.

–¿Eso es gratitud?

–¡Desde luego, todos los hombres sois iguales! En cuanto podéis, os pierde el sexo…

–Ah… Está hablando la voz de la experiencia…

–¡No tiene gracia!

–No es muy corriente que una profesora trabaje de vaquera en un rancho. Sobre todo, con tan poca estatura como tú.

Evidentemente, Logan estaba descalificándola, preguntándose, qué pintaba una mujer entre tantos vaqueros.

Merrie lo miró con desprecio.

–Te pareces a mi abuelo. Cuando era pequeña, pasaba los veranos en su rancho. Un año, vio que ya me había hecho mayor y, rápidamente, me envió a trabajar en la cocina, en vez de dejarme seguir montando a caballo. Tuve que hacer verdaderos desastres culinarios para que me echaran de allí.

La camisa todavía conservaba el calor de su dueño. Merrie se la ató con un nudo en la cintura.

Trató de alejar de su pensamiento el torso masculino desnudo. El vello que cubría su pecho le bajaba hasta la cintura… ¿Cómo estaría sin los tejanos?

De nuevo, la mente se le disparó.

Kincaid, dijo sonriendo:

–¿Odias a todos los hombres a los que les gustan las mujeres y que no tienen miedo de expresarlo?

Merrie pestañeó y respiró, antes de contestar.

–No odio a los hombres. He conocido a unos cuantos canallas, pero aun así, todavía practico el sexo.

–¡Como yo!

La profesora lo fulminó con la mirada, tal y como solía hacerlo con los estudiantes desobedientes.

Logan disfrutó viendo los verdes ojos de Merrie echar chispas.

Cualquier mujer, a punto de romperse el cuello, se habría puesto histérica perdida. Sin embargo, ella se había mostrado serena, hasta que él mencionó el sexo, animándola a gozarlo con más intensidad.

–En fin, mi vidad sexual sólo me concierne a mí –dijo Merrie, mientras le propinaba una patada e intentaba ponerse en pie.

De pronto, la luz que salía de la casa iluminó su rostro. Logan pudo ver que tenía una herida en la cara, sangrando.

–Necesitas curarte esa herida inmediatamente.

–Oh, no. Estoy bien. Deberías saber que acosar sexualmente a una empleada está penado por la ley.

–Lianne es mi empleada, tú no.

–Eso son sólo excusas.

Kincaid puso su mano en la herida y le enseñó la sangre a Merrie.

De pronto, se oyó un ruido ensordecedor. Se trataba de la alarma antifuego que se había disparado porque algo se estaba quemando en la casa.

–¡Cielos! El bizcocho que estaba preparando se ha debido de calcinar. Pronto llegarán los bomberos… –dijo Merrie.

Logan se introdujo en la casa y sacó con la ayuda de unos paños los restos carbonizados y los tiró en el patio, lo más lejos posible. Abrieron las ventanas para que saliera todo el humo y penetrara el aire fresco.

Merrie miraba con buen humor el resultado de sus habilidades culinarias. Había intentado seguir los pasos de Lianne, que todos los miércoles hacía un bizcocho, porque le daba a la casa un toque muy hogareño. Su hermana pensaba, sin duda, que Logan necesitaba una madre en determinadas ocasiones.

Sin embargo, ella detestaba la cocina.

–Aunque Lianne lo haga todas las semanas, no tendrías que haberte sentido obligada a hacerlo.

–Pero, se lo prometí.

–¿Tú también crees que necesito una madre?

–Creo que eres un adicto al trabajo.

«Y que eres tremendamente sexy. Es una pena que seas tan anticuado, porque si no, ya me habría lanzado para atacarte», pensó Merrie para sí.

–No eres muy amable, teniendo en cuenta que has estado a punto de quemarme la casa. Lianne y tú no sois nada parecidas en cuestiones domésticas.

–No. Durante el curso escolar, yo doy clases de Ciencias, y en verano, me voy a Montana a montar a caballo y a cuidar el ganado. Hago las mejores galletas y el mejor estofado que hayas probado nunca… siempre que sea sobre una hoguera al raso.

–Ya se nota, porque el fuego ya lo tenías montado –comentó irónicamente Logan.

Merrie se encogió de hombros.

–Si te hubieras marchado de vacaciones como estaba previsto, yo no habría preparado ese estúpido bizcocho. Estaría en Montana, divirtiéndome.

–¿Quieres decir que yo tengo la culpa de todo?

–En cierto modo, sí… Lianne necesitaba irse lejos, a reflexionar sobre la anulación de su compromiso y a pensar en su futuro. Si ese canalla hubiera sido mi novio, me habría deshecho de él mucho antes. Es más, nunca me habría comprometido con él.

–Ya me lo imagino…

–Bueno, el caso es que mi hermana tenía resuelta la sustitución para todos sus clientes. Excepto para ti, teniendo en cuenta que ibas a marcharte. Cuando cambiaste tus planes, no pudo contar con nadie y por eso vine yo, en vez de irme a Montana. ¿Cómo se te ocurrió cambiar de planes?

–Eso digo yo… –dijo una voz ajena–. Estuve esperándote en Cancún tres días, pero no apareciste.

Logan miró aterrorizado, hacia la pradera de delante de la casa.

Gloria Scott, la cazamaridos más profesional al noroeste del Pacífico, lo había localizado. ¡Era lo último que deseaba!

Charada

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