Читать книгу Deleuze - Julián Ferreyra - Страница 15
ОглавлениеHay una multiplicidad de multiplicidades, que son sin embargo inmanentes entre sí. Lo cual es en principio una contradicción, al menos aparente: decir que son inmanentes quiere decir que la diferencia es en realidad una; decir que son múltiples quiere decir que la diferencia no puede ser nunca una. Esta tensión está resumida en una bella y célebre frase, con la que cierra Diferencia y repetición: “Una sola y misma voz para todo lo múltiple de mil vías, un solo y mismo océano para todas las gotas, un solo clamor del Ser para todos los entes”.(23) En esta tensión yace la clave de la filosofía deleuziana.
Deleuze está desmontando la más vieja solución a uno de los grandes problemas de la filosofía, uno de los asombros que están en su génesis allá por Grecia, allá por la era pasada: el hecho de que las cosas son al mismo tiempo unas y múltiples. El movimiento hace vacilar la unidad de la materia: ¿es este río en que me baño hoy el mismo en el que me bañé ayer a pesar de que sus aguas han descendido por la vertiente y se han renovado por nuevas aguas? La multiplicad del tiempo hace vacilar la unidad del Yo: ¿cómo puedo ser yo el mismo que fui de joven; cómo puedo ser el mismo cuando estoy fatigado y descansado; cómo puedo ser el mismo triste y alegre, solo y en compañía, en salud y en enfermedad, encerrado y andando por la montaña? Pero no solo el tiempo que pasa hace vacilar la unidad del Yo: aun en el mismo instante la multiplicidad de las cualidades, las facultades y los humores hacen tambalear también la unidad. ¿Soy el mismo en tanto huelo este pan caliente y en tanto escucho esta música y en tanto veo esa mujer y en tanto me invade esta melancolía? Y hay fisuras más profundas, vacilaciones dentro de lo más idéntico, coexistencia de los contradictorios en lo que nos constituye en lo más fundamental: puedo estar hambriento e incapaz de tragar un solo bocado; puedo estar vivo y muerto; puedo amar y no amar a la misma persona en el mismo terrible instante.
No parece haber entonces ni río ni Yo, ni vida ni amor. Y sin embargo, no podemos negar que en cierto sentido hay un río, un Yo, una vida, un amor. Yo retorno al río con mi amor donde gozamos uno de los más sublimes momentos de la vida, sumergimos los pies en el agua, miramos el sol descender, y no podemos negar que es el mismo río, que somos nosotros, que nos amamos, y al mismo tiempo ya no es aquel río, ya no somos aquellos, ya no es el mismo amor. ¿Cómo es esto posible? La filosofía dio a este problema una miríada de soluciones y enfoques que son uno de sus leitmotiv fundamentales, pero que no repasaremos aquí. Solo diré que Deleuze considera que cuánto más tajante es la diferencia que se trata de establecer, más profunda es la identidad que se intenta garantizar (las Ideas platónicas, el Dios cristiano, el fundamento del idealismo alemán no buscaron otra cosa que garantizar la unidad de lo múltiple en lo sensible, la tierra, la realidad; separaban los ámbitos –el cielo no es la tierra– para conjurar toda falla en las identidades seculares –Yo soy yo y no puedo ser otra cosa–). Deleuze propone la recíproca: afirmar una unidad absoluta (la inmanencia de todas las voces) para preservar su auténtica diferencia.
La clave reside en cómo esa unidad se constituye; en qué sentido las tres multiplicidades que distinguimos en el capítulo anterior son la misma voz; cómo en ese ser la misma se distinguen y se potencian; cómo se entrelazan y qué ecos arrojan de un plano a otro del clamor del ser. De qué manera la Idea (en el sentido deleuziano que veremos en el capítulo VI) reclama a la intensidad, la intensidad a la extensión, y la extensión a la Idea y a la intensidad. Cómo se diferencian y repiten unas a otras. Cómo se pliegan, repliegan y despliegan a lo largo de Diferencia y repetición y resuenan en el resto de la obra. De qué manera nuestra experiencia habitual es un borboteo de ese océano y una voz de ese ser.
Volvamos sobre esas línea con las que cierra Diferencia y repetición: “Una sola y misma voz para todo lo múltiple de mil vías, un solo y mismo océano para todas las gotas, un solo clamor del Ser para todos los entes”. La misma voz para todas las voces remite al campo de la armonía, donde el caso más básico (el unísono) nos muestra todas las voces que cantan la misma nota y no son por ello las mismas: en su diferencia, constituyen un canto donde las diversas notas, aun cuando son discordantes, descubren una unidad “incluso más profunda”.(24) Un mismo océano para todas las gotas nos lleva al paisaje acuático que tanto le gusta a Deleuze; nos invita a pensar la multiplicidad ideal como un océano en la noche, oscuro e impenetrable, donde todas las gotas son las diferenciales que no cesan de variar en sus relaciones, produciendo un movimiento y, en el límite, olas. Esas olas son pliegues del océano, y en cada plegado encontraremos intensidades. Cada ola se despliega en la orilla para dar lugar al estado de cosas, a los territorios, donde desarrollamos la vida. Pero es siempre el mismo océano: el de la quietud de la noche sin viento, el que levanta las olas y el que estalla sobre las duras rocas de nuestra existencia.
23. | Deleuze (1968: 389).
24. | “El unísono (einstimmig) es el caso más básico en el campo de la armonía, puesto que todas las voces cantan lo mismo; sin embargo, no por ello deja de tener una calidad propiamente armónica: a diferencia de una melodía cantada por una sola voz en el vacío, el unísono implica más de una voz haciendo la misma nota. Hay una pluralidad que, mediante esta armonización, deviene comunidad. Pero va a haber casos más complejos […], nuevas armonías, donde las voces cantan diferentes notas: una armonía bella e indescifrable, como el murmullo de voces de la hojarasca en el viento; pero también una armonía sublime, discordante y disonante, que mantiene no obstante una curiosa unidad –más aún, descubre una unidad más profunda que las anteriores–” (Pachilla, 2017: 71-72).