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Capítulo 1 El despertar del militante

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Sobre los primeros años de Recabarren no se sabe prácticamente nada. A diferencia de su discípulo y compañero de militancia Elías Lafferte, quien dejó un registro autobiográfico bastante pormenorizado9, el fundador del socialismo chileno, que tantos discursos pronunció y tantos textos escribió, era muy poco dado a hablar o escribir sobre sí mismo (aunque según algunas referencias llevaba un diario de vida, hoy extraviado10). En esas circunstancias, sus primeros veinte años de vida han podido reconstruirse muy precariamente a partir de retazos extraídos de sus propios escritos, de una entrevista realizada a sus hermanas durante la década de 1950 por la investigadora estadounidense Fanny Simon11, y de una breve nota (tres páginas) redactada por el periodista obrero Osvaldo López en la primera edición de su Diccionario Biográfico Obrero (Concepción, 1910). López conoció a Recabarren personalmente en 1897, cuando tenía apenas veintiún años y les tocó coincidir en la redacción del periódico El Demócrata de Santiago. Ante la ausencia de fuentes alternativas de equivalente confiabilidad, o de confiabilidad alguna, los dichos de Osvaldo López se han constituido en una suerte de referencia obligada para todos los que se han ocupado posteriormente del tema.

Según dicha reseña biográfica, Recabarren habría nacido en Santiago en julio de 1876, tres años antes del estallido de la Guerra del Pacífico. Su padre, José Agustín Recabarren, es identificado por López como “empleado”, pero autores posteriores, al parecer siguiendo al escritor José Santos González Vera, lo clasifican junto a su esposa Juana Rosa Serrano como “pequeños comerciantes”, situando su residencia en Valparaíso12. Lo propio afirma Fanny Simon, quien los cataloga como “gente decente” y los ubica en la “baja clase media” porteña, agregando que su padre alcanzó a realizar estudios médicos antes de contraer matrimonio13. Cualquiera sea la versión correcta, es interesante constatar que la familia de Recabarren, sin ser precisamente adinerada, tampoco era de neta raigambre popular. Ello explica la posibilidad que tuvo el pequeño Luis Emilio de adquirir un grado significativo de instrucción formal, factor seguramente determinante en su posterior apego a la cultura escrita y al espíritu “ilustrado” en general.

Según su biógrafo Osvaldo López, sus escuelas fueron las de Santo Tomás de Aquino y La Campana, en Santiago, y la de San Vicente de Paul en Valparaíso, todas ligadas, por decisión de sus padres, a una Iglesia Católica que posteriormente sería blanco de algunos de los más fieros ataques de su pupilo. Según otro de sus biógrafos, Alejandro Witker, habría sido en la primera de las instituciones nombradas, ligada a los Padres Salesianos, donde Recabarren aprendió el oficio de tipógrafo, pero esa referencia no aparece corroborada en otras fuentes14. Osvaldo López, inclinándose por una formación más práctica, lo hace ingresar a los once años como aprendiz a un taller de encuadernación, para desempeñarse posteriormente como tipógrafo en diversas imprentas, incluyendo la de El Mercurio en Valparaíso. Probablemente basada en testimonios orales brindados por sus hermanas, Fanny Simon atribuye este temprano ingreso al mundo laboral al abandono de la familia por parte del padre, lo que habría deteriorado sustantivamente su condición material15. Fue el ejercicio de la profesión tipográfica, abrazada a tan temprana edad, lo que finalmente encasilló a Recabarren en la clase social a cuya emancipación dedicaría el resto de su existencia, pero manteniendo un nexo cotidiano con esa cultura ilustrada, hasta entonces patrimonio casi exclusivo de las clases dirigentes, que siempre consideró uno de los mayores logros de la humanidad16.

Algunas biografías asocian a Recabarren con la guerra civil de 1891, ubicándolo ya en el bando balmacedista, donde según Osvaldo López habría sido “procesado por revolucionario y absuelto”, mientras que otras lo sitúan en el congresista, donde habría sido sorprendido repartiendo un periódico favorable a Balmaceda y se habría librado de un seguro fusilamiento solo en virtud de su escasa edad (quince años)17. Fanny Simon, apelando al parecer nuevamente a las revelaciones orales de sus hermanas, entrega una versión algo más consistente, aunque también bastante novelesca. Según dicha autora, las simpatías conservadoras de su familia, demostradas por su formación en instituciones católicas, habrían hecho del joven Recabarren un decidido opositor al gobierno balmacedista. En ese contexto, habría impreso en compañía de un amigo un panfleto titulado El Opositor, el que habría intentado repartir entre las tropas gobiernistas. Sorprendido y procesado, su juventud lo habría eximido de un castigo mayor. Sin amilanarse, acto seguido habría procedido a enrolarse en el mismo ejército que antes había tratado de infiltrar, pero con la intención de desertar a la primera oportunidad para unirse a las fuerzas rebeldes. Aunque el fin de la guerra no le habría permitido llevar a efecto dicho plan, concluye la autora estadounidense, “su experiencia castrense había durado lo suficiente para distinguirse y obtener su ascenso a cabo”18. De esta curiosa forma, siguiendo esta vez a Alejandro Witker, se habría verificado el “dramático” despertar de Recabarren a la lucha política.

Su ingreso formal y definitivo a dichas lides, en todo caso, se produjo tres años después, cuando pasó a formar parte del Partido Demócrata, en el que militaría ininterrumpidamente hasta 1912. Recordando esa decisión cuando ya se había distanciado de la colectividad, Recabarren decía haberse sentido “atraído por la propaganda que se hacía, diciéndose que se trataba de un partido que buscaba el mejoramiento de la clase trabajadora y que por esa razón todos los trabajadores debían prestarle su concurso”. “Yo creí que era un Partido Obrero”, añadía, “y por eso ingresé al lado de muchos otros obreros a ayudar a robustecer ese ejército que se llamaba Partido Demócrata”19. El Partido Demócrata, en efecto, fue el primer partido chileno que se alineó explícitamente junto a los sectores populares, definiendo su objetivo central como la “emancipación social, política y económica del pueblo”.

Fundada en 1887 por jóvenes de clase media desencantados del Partido Radical y artesanos interesados en canalizar políticamente su crítica social, para la época en que Recabarren ingresó a sus filas, la colectividad se debatía en un dilema del que a lo largo de su existencia le sería imposible zafarse: defender sus principios de autonomía social o navegar las turbulentas aguas de las alianzas con los partidos oligárquicos que, tras la derrota de Balmaceda, hegemonizaron la vida política del llamado “Chile parlamentario”. La apertura política que acompañó la instalación de ese nuevo régimen efectivamente brindó al Partido Demócrata una oportunidad para insertarse en mayores espacios de poder, pero al precio de subordinarse, una y otra vez, a designios esencialmente ajenos a sus propios propósitos, y a los recurrentes vaivenes de un sistema caracterizado por la inestabilidad de sus combinaciones electorales. De hecho, el ingreso de Recabarren coincidió con la elección del primer militante demócrata, el abogado porteño Ángel Guarello, a la Cámara de Diputados. Tan auspicioso logro, sin embargo, había sido precedido por fuertes discusiones sobre la conveniencia o inconveniencia de entablar alianzas electorales con partidos “burgueses”, tensionando a la organización hasta el borde de la ruptura. Como se verá, esa agobiante y a la postre frustrante disyuntiva afligiría a Recabarren durante sus casi veinte años de militancia demócrata20.

En un plano más personal, ese mismo año de 1894, cuando aún no cumplía los veinte, Recabarren se desposó con su prima Guadalupe del Canto, según Fanny Simon diez años mayor que él21. De ella tuvo dos hijos, Luis Hermenegildo y Armando, de los cuales solo sobrevivió el primero. Algunas versiones sostienen que esa unión se disolvió rápidamente, según Alejandro Witker “por la incomprensión de la esposa a su compromiso político”. Sin embargo, estando detenido en ١٩٠٤ en la cárcel de Tocopilla, Recabarren se lamentaba de no haber sido autorizado para recibir a su esposa e hijo, “lo que más amo en la vida, todo el idilio de mi hogar”, pese a que habían viajado desde Valparaíso exclusivamente para verlo. Y se desahogaba así: “Al pensar en la crueldad de aquel dolor que yo imponía a mis seres amados sufrí, sufrí por la vez primera de mi vida, por ellos, no por mí”22. Algunos meses más tarde llamaba a sus compañeros a fundar una nueva moralidad exclusivamente en base al “amor a la humanidad”, cuyo principio ejemplificaba a través de sus propios sentimientos hacia su familia: “Idolatro a mi compañera y a mi hijo”23. Como se verá más adelante, la supuesta “incomprensión” de Guadalupe del Canto tardó casi veinte años en manifestarse, y la separación efectiva no se produjo hasta el traslado de su esposo a Iquique en 1911. Sin embargo, los reiterados y prolongados desplazamientos de Recabarren a distintas partes del país y del extranjero, casi siempre sin la compañía de su familia, seguramente fueron erosionando la relación de manera irreversible.

Como militante demócrata, Recabarren participó en 1897 en la campaña electoral que llevó al sastre Artemio Gutiérrez a la Cámara de Diputados por el Departamento de Santiago, un nuevo avance en la ocupación del espacio institucional por parte del esforzado partido obrero. Al año siguiente, relata Osvaldo López, y en virtud de habérsele conocido “su amor por la santa causa de la Democracia”, se le eligió para “el difícil puesto de Secretario” de la agrupación capitalina. Ese mismo año aparece su primer escrito de prensa conocido y conservado, una carta al director del diario La Tarde. En ella fustigaba duramente a otra figura emblemática del naciente movimiento obrero chileno, Luis Olea, y a través de él, a las ideas de “socialismo exaltado” que según Recabarren promovía el futuro líder del anarquismo nacional. Asoman aquí tempranamente algunas de las diferencias que posteriormente ventilaría con esa corriente ideológica, la que como se sabe tendría una importante figuración en las luchas obreras de inicios del siglo xx24. Condenaba el joven militante demócrata en el futuro líder anarquista su “exaltación”, su “falta de afecciones de esposa, madre, hija o hermana” y su supuesta condición de “parásito”, afirmando que muchos de quienes lo habían tratado en persona lo consideraban derechamente un loco. Llevado tal vez por un exceso de ímpetu juvenil, mezclaba así descalificaciones personales con discrepancias políticas, cosa que él mismo criticaría posteriormente en más de alguna oportunidad a sus propios detractores.

Junto con ello, sin embargo, aparecía también en ese escrito una muy temprana identificación de lo que Recabarren entendía por “socialismo”, ideología a la que progresivamente iría ligando su propia identidad política y militante. Así, tras denunciar el “socialismo exaltado” de Olea, se cuidaba de reivindicar un “socialismo bien entendido” que sí apoyaba, expresado en ideales como la igualdad humana, la desaparición de las injusticias, el alivio de las clases proletarias, la nivelación relativa de las fortunas y la disminución de las grandes riquezas. Incluía también esa concepción un compromiso con la instrucción general y obligatoria para el pueblo, el fomento del ahorro popular y el combate a la embriaguez y al juego. Ese género de socialismo, concluía, que ciertamente no constituía “una amenaza para la humanidad”, se contraponía al principio destructor que en su opinión sustentaba el pensamiento protoanarquista de Olea25.

El estreno de Recabarren como periodista obrero, siempre siguiendo a Osvaldo López, se produjo apenas un año después, cuando ya concluía el siglo xix. Efectivamente, en enero de 1899 aparece como secretario del Comité Directivo del periódico santiaguino La Democracia, afiliado obviamente al partido del mismo nombre. En octubre de 1900 ya figuraba como su director, asociando dicho órgano periodístico a la “emancipación de las clases oprimidas” y asignándole “la hermosa misión de enlazar las manos encallecidas de los obreros, al clarear el alba del siglo xx”26. Tiempo después se explayaba con mayor detalle sobre lo que él entendía que era el deber de la prensa obrera, anunciando una “misión sagrada” que habría de acompañarlo durante el resto de su vida. Consistía tal misión en “contribuir a la ilustración y difundir la cultura en las costumbres de los pueblos”, llevando “palabras de enseñanza y de ejemplo” y rebatiendo las ideas contrarias “con cultura, moderación y altura de miras, procurando convencer al que se crea que marcha extraviado con buenas razones y con argumentos que se basen en la lógica y en un criterio sano y despejado”–precisamente lo que él no se había cuidado de hacer en su polémica del año anterior con Luis Olea27.

En lo sustancial, sin embargo, la temprana militancia demócrata de Recabarren se concentró en sus actividades políticas y electorales en la comuna Estación, destacándose su elección como delegado de la agrupación de Santiago para una convención extraordinaria en que el partido debía resolver su postura ante las elecciones presidenciales de 1901. En dicha instancia, para la cual fue elegido vicepresidente, se instaló una rivalidad que lo acompañaría durante el resto de su pertenencia a esa tienda política, al discrepar del líder partidario Malaquías Concha en su afán de apoyar la candidatura presidencial de Germán Riesco, que a la postre resultó vencedora. Su adhesión a una línea más autonomista encabezada por el médico y diputado Francisco Landa parece haberle atraído la animadversión de Concha y de la mayoría del directorio general del partido, quienes acusaron a su periódico de no representar fielmente la línea política de la organización. Tras una serie de confusas marchas y contramarchas en relación con la alineación electoral definitiva del partido, La Democracia dejó de aparecer en su edición número 64, del 30 de junio de 190128.

Las crecientes discrepancias partidistas, que como se dijo se venían arrastrando desde bastante tiempo antes, finalmente estallaron en la convención oficial celebrada en Chillán el 14 de julio de 1901, donde se materializó el quiebre en dos organizaciones paralelas, una dirigida por Malaquías Concha (la posteriormente denominada “reglamentaria”) y la otra por Landa (la “doctrinaria”). Recabarren se incorporó a esta segunda, en cuyo directorio figuró como secretario. Según una circular enviada a sus adherentes en septiembre de 1902, esta tendencia se definía como la legítima portadora del “querido estandarte de la democracia chilena”, como lo demostraba su opción por la autonomía total respecto de alianzas con partidos supuestamente liberales en las que se habían agotado “esfuerzos irreparables”, sin resultado alguno “que alivie la triste condición de los trabajadores”29. En la opinión de la naciente fracción “doctrinaria”, la verdadera vocación de “la Democracia” radicaba en la priorización de las luchas sociales (lo que Sergio Grez ha caracterizado como “una práctica más apegada a los movimientos sociales populares”30), sustrayéndose de un devaneo electoralista que a la postre solo acarrearía victorias intrascendentes, por su baja incidencia en la verdadera correlación de fuerzas al interior de las cámaras legislativas. Era en el mundo propiamente social, concluían, donde el Partido Demócrata debía concentrar sus mayores esfuerzos.

Como en un afán de ratificar su adhesión a tales juicios, durante ese mismo mes de septiembre de 1902, Recabarren participó en una convención o “Primer Congreso Social Obrero” convocado por diversas entidades gremiales y mutualistas articuladas en torno al Partido Demócrata, y presidido por el obrero gásfiter y (curiosamente) futuro parlamentario demócrata Zenón Torrealba. En representación de varias sociedades de provincias, entre ellas la de Socorros Mutuos de Tocopilla, la “Académica” de Antofagasta (así se llamaba) y la Federación de Obreros de Imprenta de Valparaíso, Recabarren sometió a la consideración de dicho cuerpo algunos proyectos de mejoramiento organizativo y social. Destacaban entre ellos uno sobre “reglamentación del trabajo de los reos”, otro sobre descanso dominical obligatorio –tema posteriormente recogido por los diputados demócratas “reglamentarios” para su transformación en ley–, otro sobre “gratificación a los obreros que le trabajen al Fisco o al Municipio” y un cuarto sobre supresión del pago en fichas31. Es interesante constatar que ya a esta temprana fecha Recabarren hacía gala de contactos formales con organizaciones obreras del norte salitrero, y auspiciaba iniciativas, como la última mencionada, que iban en beneficio directo de esas regiones. Se anunciaba así una ligazón que, como se verá, ocuparía un lugar trascendental en su futuro político.

Al momento de ocurrir estos hechos Recabarren se hallaba radicado en Valparaíso, hasta donde había debido trasladarse por razones económicas32. Desde allí escribió, firmando como secretario general del Partido Democrático y como director del periódico porteño La Democracia, su célebre carta al presidente de la Sociedad Mancomunal de Obreros de Iquique, Abdón Díaz. Elogiaba en dicha carta la labor general de esa organización, y particularmente la prolongada huelga que había encabezado entre diciembre de 1901 y febrero de 1902. El movimiento mancomunal, como se sabe, fue la primera experiencia chilena de asociación obrera más estable y masiva, y también de mayor alcance territorial, propagándose en su momento de mayor fuerza desde el norte salitrero hasta los puertos de la zona austral. Acogiendo en su seno prácticas mutualistas ya tradicionales junto a otras más propias de la lucha directa contra el capital (como las huelgas), las “sociedades mancomunales” otorgaron a la cuestión social una visibilidad mucho mayor de la que había exhibido hasta el momento, constituyéndose en un foco de atracción para las diversas corrientes en que comenzaba a alinearse la clase obrera organizada: demócratas, anarquistas, sindicalistas y protosocialistas33. Inspirado tal vez por esa circunstancia, e invocando explícitamente la frase de Karl Marx “la emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos”, Recabarren había escrito al presidente de la mancomunal iquiqueña precisamente para expresar su orgullo, “como obrero y como hombre de trabajo”, ante ese “movimiento omnipotente y poderoso que efectúan mis hermanos de trabajo en aquellas zonas tan apartadas del corazón del país”.

Distanciándose de la “mesura” que tanto había ensalzado solo cuatro años antes en su denuncia a Luis Olea, el joven periodista demócrata celebraba ahora la huelga ocurrida en Iquique como “el primer grito de rebelión que lanza el chileno, el primer grito de protesta arrojado al rostro de los capitalistas, que amparados por el gobierno y sus ejércitos, nos explotan a su inhumano capricho”, reivindicando de paso la eficacia de las huelgas como instrumento de emancipación obrera. Llamaba asimismo a luchar por la jornada de ocho horas, por el pago en moneda corriente, y por la elección de representantes genuinamente obreros ante el Congreso y las cámaras municipales. Y concluía, en un desplante abiertamente rupturista: “Nosotros debemos dividir la organización (social) en dos clases: ricos y pobres [...] El patrón es la hiena sedienta de sangre, que se lanza sobre nosotros para devorarnos; nuestro deber, si queremos conservar la vida, es defendernos y darle muerte a la hiena para evitar el peligro”. En su respuesta, junto con agradecer los conceptos vertidos y solicitar las columnas del periódico dirigido por Recabarren para difundir las actividades de su organización en el centro del país, Abdón Díaz concurría en el juicio de haber “sentado la primera piedra del templo de la Emancipación Social del obrero en Chile, mediante la unión y el compañerismo”34.

Según Alejandro Witker, Ximena Cruzat y Eduardo Devés, durante su residencia en Valparaíso Recabarren habría ocupado importantes cargos partidarios, identificándolo los segundos nada menos que como “presidente provincial” de la colectividad. Habría colaborado también, en una aparente inconsistencia con su alineación “doctrinaria” y su entusiasmo por las mancomunales, en la campaña que dio por resultado, en marzo de 1903, la reelección de Ángel Guarello a la Cámara de Diputados, así como la obtención de una mayoría de regidores demócratas en el gobierno municipal. Sin embargo, un aviso publicado por el partido en El Mercurio de ese puerto no lo nombra entre los integrantes de la directiva, lo que por otra parte sería consistente con su pertenencia a la fracción encabezada por Landa, derrotado en esas mismas elecciones en su re-postulación por Santiago. Sea como fuere, Recabarren resultó involucrado en una acusación judicial por presunta falsificación de actas electorales, lo que derivó en una prisión que los autores nombrados cifran en tres meses, en tanto que el biógrafo obrero Osvaldo López la reduce a dos. Si se descarta una experiencia análoga supuestamente sufrida con motivo de la guerra civil de 1891 (cuando solo tenía quince años), fue este el primero en una larga serie de carcelazos que jalonó su trayectoria política, pero que a la vez fue consolidando su imagen como militante consagrado a la causa.

En lo inmediato, sin embargo, la prisión privó a Recabarren de involucrarse personalmente en la gran huelga portuaria de mayo de 1903, que como se sabe derivó en la primera de las matanzas obreras que jalonaron lúgubremente las décadas iniciales del siglo xx35. Desde su calabozo, y retomando un discurso ya enunciado en la carta a Abdón Díaz del año anterior, el naciente agitador social saludó “el grito revolucionario de todo un pueblo que en medio de sus hambres y sus miserias se hace justicia por sus propios esfuerzos”. Tras 25 días de movilización pacífica, afirmaba, los trabajadores porteños habían perdido la paciencia y se habían lanzado “con paso vengador a hacer justicia práctica, a castigar a sus verdugos y a los explotadores”. Es verdad que prácticamente todas las víctimas producidas por este choque pertenecían al contingente huelguista, pero ello no lo inhibía de señalar que “esos obreros no hacen más que botar del camino los escollos que obstaculizan la marcha de la humanidad hacia la sociedad moderna e igualitaria con que soñamos todos los que tenemos hambre y sed de justicia”. Y concluía, desafiante: “¡Que algunos cadáveres van a cobijarse bajo tierra! Todas las causas tienen sus mártires, y muchas veces es más dulce morir así, en defensa de un ideal sublime, que agonizar por veinte años para morir después de haber pasado la vista por un charco de inmunda miseria y lástima repugnantes”. Así como los mancomunados de Iquique, y más claramente aun en virtud de su martirio, los huelguistas de Valparaíso daban el ejemplo en que debían inspirarse “los obreros timoratos que se humillan ante la soberbia patronal”36.

Una vez recuperada su libertad, Recabarren participó en la organización del Segundo Congreso Social Obrero, realizado precisamente en Valparaíso en septiembre de 1903 para dar continuidad al celebrado un año antes en Santiago. En preparación de dicho evento, exhortaba a sus compañeros de clase a “abandonar nuestras timideces, indolencias y apatía” y confundirse en “una comunidad de hombres que abriguen una sola aspiración: la emancipación y el bienestar de las clases trabajadoras, para hacer imperar una era de verdadera justicia”. “Una vez que hayamos logrado organizarnos para hacernos respetar”, proseguía en clara alusión a la represión recién sufrida, “una vez que hayamos conquistado nuestro verdadero puesto en la vida humana, veremos si la burguesía explotadora se atreve a insultarnos, veremos si se atreve a pedir el aumento de la fuerza armada para ponernos a raya como dicen”37.

Ya inaugurado el congreso obrero, Recabarren fue elegido vicepresidente de la mesa directiva, quedando a su cargo uno de los discursos estelares y la presentación de uno de los proyectos sometidos a la concurrencia38. Según el periódico capitalino La Ley, en dicho evento se debatieron mociones que “tienden a llenar los vacíos tan lamentables de que adolecen las relaciones entre el capital y el trabajo, otras que procuran hacer cesar los abusos de que son víctimas algunas clases trabajadoras, y no pocas que tienen por objeto consolidar y perfeccionar la organización obrera que ha dado origen al Congreso mismo”. Especial beneplácito mereció de parte del citado órgano radical, y seguramente también de Recabarren, una propuesta aprobada por unanimidad sobre “abstinencia total de las bebidas alcohólicas”, así como otra de la célebre dirigenta Juana Roldán de Alarcón sobre educación laica femenina, causas ambas a las que el citado organizador consagraría innumerables jornadas39.

Fue en esa ocasión que Recabarren conoció personalmente a Gregorio Trincado, presidente de la Mancomunal de Tocopilla, quien lo invitó a esa ciudad a fundar un periódico obrero para “representar y defender los intereses de la Mancomunal y de los trabajadores a que pertenecemos”40. Como se dijo más arriba, Recabarren ya había tenido contactos con organizaciones obreras de ese puerto salitrero, pero esta invitación le brindaba la oportunidad de trasladarse en persona, nada menos que como editor de un periódico, a la región donde más fuerza había cobrado el movimiento mancomunal. Años después recordaría ese momento también como un ejemplo encomiable de autoilustración obrera: “Yo encuentro de una sublimidad majestuosa el pensamiento de estos obreros –peones, playeros, estibadores, cargadores, lancheros– que soñaban con tener una imprenta para desarrollar sus facultades mentales, viéndose huérfanos en esta sociedad, que no los ayudaba a instruirse, a ilustrarse”41. Recabarren iniciaba así la primera de sus varias estadías en la pampa salitrera, y junto con ello su etapa de verdadera consagración como dirigente obrero y social. Con veintisiete años de edad, y con un cargo que le permitiría conjugar la subsistencia material con el activismo político, podía finalmente materializar su entusiasmo por conocer y participar directamente de la experiencia mancomunal. A esa labor dedicaría los próximos dos años de su vida.

La región a la cual llegaba Recabarren experimentaba por aquel tiempo el apogeo del ciclo salitrero, signado contradictoriamente por la acumulación de grandes fortunas empresariales (y también públicas, puesto que el impuesto al salitre otorgó al Estado parlamentario ingresos nunca antes vistos) y por igualmente grandes sacrificios obreros, originados tanto en los rigores del paisaje desértico como en la rudeza de un trabajo sometido sin contemplaciones a la lógica capitalista42. Había surgido allí, precisamente a causa de tales contrastes, un vigoroso movimiento obrero, encarnado principalmente en las mancomunales a las que Recabarren venía ahora a incorporarse como periodista. Ya instalado en Tocopilla, sin su familia, por cierto, el 18 de octubre de 1903 iniciaba la publicación de El Trabajo, un modesto impreso de cuatro carillas (un pliego) similar a la gran mayoría de los periódicos obreros que por aquellos años circulaban profusamente por el país43. Pese a su modestia, Recabarren aseguraba que había sido recibido “en medio del entusiasmo y la febril alegría del pueblo trabajador, que lo acogió como el Mesías de la redención social”44. En una veta similar, un colaborador de El Marítimo, órgano oficial de la Mancomunal de Antofagasta, identificaba al periódico dirigido por Recabarren como un “nuevo faro” en la zona y se refería a su editor como un “antiguo e incansable periodista obrero”. “Recabarren”, proseguía, “quien haya tenido el gusto de leer sus inspiraciones siempre basadas en el trágico luchar en defensa de sus hermanos los proletarios, se habrá convencido que su pluma de granito jamás se ha rendido ante las inclemencias de los agiotistas a quienes ha hecho temblar”. Y concluía: “su potente brazo y su amor por el bienestar de su país son timbre de estímulo con que el pueblo entero de Chile le distingue y por lo cual no dudamos que hará una nueva era de adelanto cortando de raíz la ambición corrompida de los capitalistas”45.

Los artículos de El Trabajo, en efecto, se convirtieron muy rápidamente en motivo de escándalo y preocupación para “agiotistas” y “capitalistas”. En las primeras entregas firmadas directamente con su nombre, Recabarren fustigó duramente las pretensiones gubernamentales de implantar un sistema de ahorro forzoso de dependencia fiscal para los obreros, señalando que “ese dinero acumulado sería una tentación para los ricos: se harían empréstitos entre ellos y lo harían girar en su beneficio”. Mucho más sensato era confiar en sus propios compañeros de clase asociados en las Mancomunales, “porque con las cuotas que paga tiene ahorros de sobra para atenderse en sus horas de desgracia”. Estas entidades de administración estrictamente obrera, agregaba, no solo brindaban beneficios materiales, sino también morales: “Todos los trabajadores que teniendo vicios antes de entrar a estas sociedades, una vez en su seno, los abandonamos y aprendemos a vestirnos con limpieza, nos acostumbramos a la sociabilidad culta, y las horas dedicadas al servicio social, son horas sustraídas a la embriaguez, al juego o a otros vicios”. Por tales “lógicas y poderosas razones”, concluía, la clase trabajadora debía rechazar de plano cualquier mecanismo de ahorro forzoso, “aun cuando se necesiten para aplicarlo centenares de cadáveres y ríos de sangre”46.

Con expresiones igualmente dramáticas, el periódico editado por Recabarren se contrajo a denunciar la ley de servicio militar obligatorio, “ley odiosa y despótica, que es un sarcasmo en la república y que por desgracia el pueblo ha soportado”. “Somos nosotros mismos”, decía en otra parte, “los que vestidos de soldados asesinamos a nuestros compañeros o los perseguimos por orden de los tiranos”. Por esa razón, la propaganda mancomunal debía encaminarse a que “ningún trabajador sea soldado, porque los jefes lo obligarán a convertirse en un verdugo de sus mismos compañeros”, y porque mientras hubiesen soldados, “los patrones cometerán abusos con nosotros”. Exhortaba finalmente a los soldados a desobedecer las órdenes de disparar contra los trabajadores, o derechamente a abandonar “ese infame servicio”47.

Generalizando a partir de esas y otras denuncias concretas, El Trabajo volvía una y otra vez sobre el “desprestigio natural que pesa sobre las autoridades, por la multitud de actos torpes y estúpidos y sus disposiciones déspotas e inicuas, que siempre gravitan sobre las espaldas del pueblo”. “El gobierno del país”, precisaba, “el Congreso y los municipios, las autoridades judiciales y toda la mazorca que constituye la llamada administración del país es formada, directa e indirectamente por las mismas personas que, dueñas del capital, son los patrones que como epidemia mortífera causa la eterna ruina de los trabajadores”48. Se sindicaba así a los patrones como responsables directos de los abusos que a diario se cometían en las oficinas salitreras y otros lugares de trabajo, y que el periódico también se ocupaba de denunciar. “El capital”, sentenciaba, “exige lujo, vanidades. Vive en la orgía y pernocta en el tapete, derrochando el sudor de oro del trabajador”. Por esa razón, añadía, “vamos a realizar una revolución en el orden social”. En ese trance, “si las clases burguesas nos ayudan a encontrar expedito el camino limpiándolo mutuamente de las dificultades, no habrá lucha, ni sangre”. Pero si al contrario “nos colocan mayores obstáculos y emplean medidas coercitivas, haremos lo del minero: porfiar para encontrar el metal cuando hay seguridad que existe, apartando las piedras o quijos, con los materiales que se necesitan para ello”. Y como para no dejar ninguna duda sobre la índole de dichos materiales: “Si eventualmente han aparecido justicieros en Francia, Italia, España, Rusia, Estados Unidos”, en referencia a los atentados anarquistas que habían costado la vida a estadistas y gobernantes de dichos países, “pueden aparecer aquí también”49. Evidentemente, se estaba muy lejos de las condenas con que se habían fulminado las ideas de Luis Olea solo cinco años antes.

Considerando el tenor de estas expresiones, no es extraño que a las pocas semanas de la llegada de Recabarren a Tocopilla, la Mancomunal de ese puerto, y más específicamente su periódico, se hayan convertido en blanco de las iras oficiales. A mediados de diciembre de 1903, el prestigioso Ferrocarril de Santiago llamaba la atención sobre la “gravedad y trascendencia antes desconocida” que cobraban en Chile los “conflictos relacionados con el trabajo y las clases obreras”. Refiriéndose específicamente a las provincias salitreras, foco preferencial de dichos conflictos, denunciaba la existencia en ellas de “una propaganda activa y permanente de perturbación”, identificada explícitamente con El Trabajo de Tocopilla, que “puede producir extravíos deplorables de criterio entre los trabajadores cuyos intereses dice representar”. Y sentenciaba: “Cuando hemos podido presenciar en este mismo año lo ocurrido en Valparaíso, a consecuencia de la huelga de las gentes de mar, y poco antes en las faenas carboníferas de Lota, la más elemental prudencia aconseja abordar de lleno y por completo problemas sociales de tanta trascendencia, estudiando su índole y la tendencia perturbadora y subversiva de la propaganda que se ejercita en aquellos territorios”50.

Quince días después, el ministro del Interior Arturo Besa, casualmente propietario de establecimientos mineros amagados días antes por disturbios obreros, telegrafiaba al intendente de Antofagasta ordenando abrir un sumario criminal contra El Trabajo por “publicar artículos amenazantes [contra las] autoridades, procurando inspirar odio al gobierno y subvertir el orden público”. Casi al mismo tiempo, un oficial de ejército a cargo de un destacamento militar acantonado en Tocopilla denunciaba al periódico mancomunal ante el gobernador departamental por inducir a sus subordinados a la deserción y la sedición. En reiterados artículos, acusaba, se hacía aparecer “odiosa y ruin la vida militar”, comparando ese régimen y su disciplina “con la vida y la exactitud de la mula que acude al son del cencerro”. En otra parte se afirmaba que al cumplir la ley de servicio militar obligatorio, los trabajadores cometían un crimen contra sus propias familias, razón por la cual debían “abandonar ese infame servicio”. Tal vez esos llamados no lo hubiesen alarmado tanto, aclaraba, si no hubiese visto circular clandestinamente entre la tropa bajo su mando ejemplares de El Trabajo, dando lugar a “conversaciones o especies que pueden originar trascendencias o dar mal ejemplo a la subordinación y disciplina”. De hecho, ya se había producido al menos un caso de deserción, en la persona del excabo 1º del Regimiento Arica, Benjamín Rodríguez, quien había cultivado amistades “entre los mismos que escriben”51.

Impulsado por ese vendaval de denuncias, el 15 de enero de 1904 el promotor fiscal de Tocopilla encausó al directorio en pleno de la Mancomunal, y a Recabarren como director del periódico, por los delitos de subversión y amenazas, lo que derivó en veinte días de prisión para todos los acusados. Liberados por disposición de un ministro de la Corte de Apelaciones de Tacna, quien estimó (en un arranque intransigentemente liberal) que un delito de opinión no podía dar lugar a un juicio criminal, Recabarren retomó sus labores con mayores bríos: “Si hasta antes de mi prisión he guardado contemplaciones para las autoridades inescrupulosas y que dilapidan el tesoro público, desde hoy cumpliré con mi deber más estrictamente, a fin de que comprendan que los hombres que tenemos conciencia no sabemos vacilar ni doblegarnos ante la persecución tirana y brutal”. Mientras la libertad de prensa lo amparase, desafiaba, “mi pluma continuará destilando hiel porque soy un revolucionario que anhelo ver pronto una sociedad nueva, más humana, más justiciera que la actual”52.

Incansable, por esos mismos días participó (o tal vez promovió) una iniciativa de la Mancomunal de arrendar un terreno en plena pampa para levantar un local que, aparte de albergar las ya habituales actividades societarias (“teatro, salas de lectura, de diversión, diversas escuelas, salas de hospital, secretarías gremiales, y todo lo que constituya medios de progreso y de cultura para el trabajador alcanzados por el mismo trabajador”), permitiera instalar un almacén cooperativo donde los obreros de las salitreras pudiesen burlar el monopolio de las pulperías, adquiriendo mercaderías a precios más baratos. Este proyecto, que Recabarren auspiciaría posteriormente una y otra vez en las organizaciones en que le cupo actuar, se inspiraba seguramente en experiencias ya materializadas por el socialismo europeo a través de “Casas del Pueblo” que cumplían las mismas funciones recién enumeradas, de las que seguramente se había informado a través de sus lecturas. Lejos de apreciar las bondades de la iniciativa, el gobernador de Tocopilla, embarcado en una política de abierto hostigamiento a la Mancomunal, impidió la ocupación de los terrenos arrendados, pero a la postre las obras de construcción se iniciaron de todas formas. Para el 1º de mayo ya podía anunciarse triunfalmente la inauguración del local53.

Por esos mismos días se abrió un nuevo juicio en contra de la Mancomunal, esta vez por una demanda de liquidación de la sociedad iniciada por un antiguo socio, según Recabarren “vendido al oro de los burgueses”. El juez a cargo de la causa, el mismo que había ordenado la prisión del directorio tan solo semanas antes, dispuso ahora el embargo de la imprenta de El Trabajo, lo que dio lugar a un enfrentamiento entre la policía y un grupo de mancomunados que terminó con al menos tres heridos y varios detenidos, entre ellos nuevamente Recabarren. Liberado a los tres días bajo fianza, la lectura de unas cartas incautadas durante el allanamiento dio a las autoridades pretexto para someterlo a una nueva acusación criminal, esta vez por “propalar ideas que tienden al anarquismo en su forma más violenta”. En lenguaje más técnico, se le acusó por “subversión del orden público y amenazas”, y en referencia específica a los disturbios acontecidos en la defensa de El Trabajo, por “atentado a la autoridad”. A diferencia de las oportunidades anteriores, Recabarren ahora permanecería siete largos meses en prisión54.

Sustraído del fragor de la militancia cotidiana, el encarcelado periodista obrero consagró sus meses de forzado inmovilismo a reflexionar y escribir sobre diversos temas vinculados a la coyuntura política y social, tales como las proyecciones del movimiento mancomunal, la condición obrera, el significado del socialismo y la necesidad de unir a todos los trabajadores por encima de diferencias doctrinarias. Como su propio periódico había sido clausurado, estos escritos fueron difundidos a través de otros medios mancomunales u obreros de la zona, tales como El Marítimo de Antofagasta o La Voz del Obrero de Taltal. En el primero, por ejemplo, desarrolló un detenido diagnóstico sobre la medida represiva que lo afectaba, atribuyéndola a una campaña sistemática contra las Mancomunales que solo demostraba el temor que dichas organizaciones comenzaban a despertar entre las clases dirigentes.

“Día por día”, comentaba en referencia a la fundación de nuevas mancomunales a lo largo del país, “se organizan nuevos gremios, nuevas secciones, son reclutas que llegan a tomar las armas del derecho para la conquista de la justicia”. “Las clases proletarias”, proseguía, “no luchan hoy por utopías o por ideales imposibles, como pretenden sostenerlo los burgueses que en su egoísmo corrompido niegan al pobre la justicia que reclama”. Por el contrario, lo que inducía esa lucha eran objetivos tan concretos y naturales como más y mejor alimentación, habitaciones higiénicas y decentes, salarios suficientes para las necesidades del hogar, descanso suficiente “para no suicidarse paulatinamente”, educación, ciencia, luz, honradez y dignidad para aspirar a una felicidad común. Y concluía: “Por imponer esto batallaremos, derramaremos sangre, rendiremos la vida, si la ignorancia, si la torpeza, si el egoísmo de los satisfechos se opone por la fuerza bruta, único baluarte tras donde se defienden, ya que la razón nunca les acompaña”55.

Como dándoles la razón a tales denuncias, coincidió con el encarcelamiento de Recabarren la visita a las regiones salitreras de una comisión consultiva gubernamental motivada precisamente por la agitación vivida durante los meses anteriores. Esta comisión, presidida por el ministro del Interior del presidente Germán Riesco, Rafael Errázuriz Urmeneta, se estableció por decreto supremo de 12 de febrero de 1904, entre cuyos considerandos figuraba explícitamente el interés del Gobierno por “conocer de cerca las condiciones generales en que se desarrollan en las regiones salitreras la vida del trabajo, la del capital y sus relaciones recíprocas”. Tras un recorrido de varias semanas por las provincias de Tarapacá y Antofagasta, visitando oficinas salitreras y entrevistándose con autoridades locales, empresarios y trabajadores, los comisionados elaboraron un informe que, junto con sus voluminosos anexos, se ha convertido en una de las fuentes más citadas en los estudios de la sociedad pampina al despuntar el siglo xx. Tras un cuarto de siglo de explotación salitrera, el Estado de Chile finalmente documentaba una preocupación por los problemas sociales que venían desarrollándose bajo el alero de esa poderosa industria56.

Ya desde sus primeras impresiones, fechadas en abril de 1904, los integrantes de la comisión reconocían abiertamente que “en la vida del desierto no se deja sentir con eficacia la intervención moderadora de los agentes naturales de toda cultura, a saber, la mujer, la familia, la propiedad distribuida entre muchos, la diversidad de las transacciones y de los negocios, y en suma, las satisfacciones de diverso orden que un nivel común de educación y moralidad trae consigo”. Fruto de ello, “bien se comprende que la población obrera de la Pampa sea fácilmente excitable y acepte con docilidad sugestiones de toda índole”. La alusión casi transparente a las mancomunales y a su prensa se hace explícita a través de diversos antecedentes incluidos en el informe, tales como uno elaborado por la Municipalidad de Tocopilla en que se sostiene en relación con el periódico dirigido por Recabarren que “cierta prédica que en algunos artículos se ha venido haciendo, la consideramos fuera de lugar, nociva a la sociedad misma y extemporánea”.

Haciéndose eco de la misma inquietud, Belisario Gálvez, reportero del periódico conservador santiaguino El Chileno que viajó junto a la comisión consultiva, señalaba que “El Trabajo de Tocopilla usa un lenguaje de fuego y vapulea a las autoridades que da miedo”. Y agregaba: “Predica sin rebozo contra las instituciones, el militarismo, las creencias, etc.”. Pero matizaba a continuación: “Debemos advertir que la situación de la autoridad y los obreros en este puerto, es también de una tirantez lamentable. Es posible pues que la exacerbación del órgano de los trabajadores, sea hija de esta situación excepcional y que convendría cesara cuanto antes”.

Profundizando en su análisis, y revelando bastante más sensibilidad respecto a la manera de evaluar y abordar los conflictos sociales, Gálvez se preguntaba si podía acusarse a las mancomunales de responder meramente a la acción de “agitadores de oficio”, como lo aseveraban casi invariablemente los empresarios salitreros y no pocos personeros de gobierno. Sin pronunciarse taxativamente al respecto, llamaba sin embargo la atención hacia la existencia de quejas concretas y atendibles entre los trabajadores, y dejaba entrever que el solo hecho de hacerse portavoces de dichas reclamaciones y darles un giro “a veces violento” no hacía de los diaristas obreros necesariamente agitadores de oficio. Opinaba también que “la Mancomunal es una asociación poderosa, porque encierra a todos los gremios de trabajadores, y se extiende de un extremo a otro del país”, y podía por tanto ser un elemento relevante en la solución de los conflictos laborales, “desde que representan los intereses de una de las partes”. “Pero en todas partes”, se lamentaba, “se persigue a los mancomunados, y esto los exaspera”, como lo demostraba palmariamente la situación de Tocopilla. En conclusión, y sin perjuicio de sugerir a sus miembros “mayor moderación en el lenguaje y más paz y tranquilidad en sus ideas”, recomendaba a las autoridades suspender su campaña de hostigamiento: “Un cambio de política, a nuestro juicio, daría buenos resultados, restablecería la armonía entre los obreros y las autoridades y facilitaría la solución de los conflictos”57.

En medio de todo esto, y escribiendo desde su calabozo, Recabarren se congratulaba del efecto provocado por “la campaña cruda y sin vacilaciones emprendida por la Mancomunal de Tocopilla, con su periódico El Trabajo a la cabeza”. Era esa campaña, aseveraba, la que había “sacudido del letargo a los empedernidos gobernantes de Chile” y “hecho tronar conmovida a toda la prensa mercenaria, ponderando nuestra actitud amenazadora”58. Sin embargo, no cifraba demasiadas expectativas en la visita de la comisión oficial, para la cual “la situación del obrero es excelente y solo hay una que otra aspereza en las relaciones del obrero y el patrón, muy fácil de subsanar”. “Los señores aristócratas”, añadía, “visitaron las administraciones relumbrantes y oyeron solo la voz de los patrones y la de los infelices trabajadores llevados aleccionados por los mismos patrones. Escucharon las falsedades con que negaban su acción y si algunos trabajadores tuvieron la audacia de llegar hasta la comisión a exponer la verdad de sus dolencias y malestar, los patrones lo clasificaban del número de los agitadores que exageraban la real situación”. Conclusión: “Expulsando a los agitadores que hay en la zona del norte, los capitalistas podrán entenderse amigablemente con sus obreros”.

Muy diferente, continuaba Recabarren, era la impresión recogida por una delegación independiente enviada a la región salitrera por el Partido Demócrata, en paralelo a la comisión oficial, integrada por los diputados de esa agrupación Malaquías Concha y Artemio Gutiérrez. Según afirmaba, la iniciativa de hacer una visita oficial a la zona había emanado originalmente de esa representación partidaria en el Congreso, pero el gobierno de Germán Riesco la había recibido con oídos sordos. Pese a ello, el clamor obrero lo había obligado a recapacitar, enviando su comisión “para calmar la efervescencia popular”, por supuesto sin ningún integrante demócrata. En tal virtud, Concha y Gutiérrez, “conocedores de los sufrimientos del pueblo y del criterio con que juzgan los ricos la situación del pobre”, habían viajado por cuenta propia, “para ver por sí mismos lo que iba a ver la comisión del gobierno, y apreciar la situación con el debido mérito”. Tan elogiable iniciativa, dicho sea de paso, coincidió con una breve reunificación del Partido Demócrata acordada en abril de 1904, alimentada según Sergio Grez por el recrudecimiento que durante los últimos meses había cobrado la cuestión social, reflejado entre otras cosas por la propia prisión de Recabarren59. Así se explica la buena disposición con que el encarcelado militante comentaba las acciones de unos correligionarios a los que no mucho tiempo antes había sindicado como “traidores”.

En ese contexto, Recabarren aplaudió sin reservas el reconocimiento por parte de los diputados demócratas de que en las salitreras se vivía “la esclavitud más odiosa, condenados a morir, como deportados del trabajo en esta Siberia Caliente como gráficamente lo expresó don Malaquías Concha”. A diferencia de los “aristócratas” de la comisión consultiva, “los demócratas estuvieron en la humilde choza del trabajador, le arrancaron de su corazón los dolores y sufrimientos que sus labios no eran capaces de expresar, estuvieron entre las diversas faenas, las palparon y apreciaron sus condiciones”. De esa forma, al reanudar sus sesiones el Poder Legislativo, iba a poder confrontarse la opinión de unos y de otros: “El país oirá a ambas comisiones y será el juez inexorable”. La “gran cruzada” iniciada desde la Mancomunal de Tocopilla, concluía orgullosamente, había tenido repercusiones más allá de lo imaginable, haciendo a la postre provechoso el alto costo de las “implacables persecuciones”. “Estamos, entonces, satisfechos de nuestra obra. Nuestra agitación trajo acá esas comisiones”. Y si ni siquiera esto lograba producir resultados benéficos para el trabajador, “estudiaremos otra táctica y daremos otra campaña con carácter decisivo”. Porque el pueblo, advertía a “los señores burgueses”, es como la pólvora: “Le habéis visto tranquilo en sus faenas, pero en el corazón lleva un fulminante. La pólvora sin fuego no arde, ni amenaza. Estalla de improviso”60.

La ya comentada reunificación del Partido Demócrata en su Convención de 3 de abril de 1904, la que puso transitorio fin a tres años de división, parece haber inducido a la agrupación de Tocopilla a iniciar la publicación del periódico El Proletario, que más adelante también quedaría bajo la administración de Recabarren. En su primer número, el encarcelado diarista obrero se hacía presente a través de una carta, fechada desafiantemente el 1º de mayo, en que agradecía al gobernador departamental por los sesenta días que llevaba privado de libertad, cuarenta de ellos en calidad de incomunicado. “De los pesares y alegrías que he experimentado aquí”, afirmaba, “he sacado un innegable provecho. Con ellos he fundido una coraza para mi corazón y cerebro que constituye un baluarte inexpugnable a los futuros ataques”. “Corazones que sufren con los martirios de una prisión”, continuaba, “saldrán templados para seguir con más ardor la lucha por la reivindicación de los derechos del pueblo, que constituirá una era de paz, de amor infinito y justicia eterna”. Lo que lo llevaba a concluir que, gracias al injusto castigo, “mis ideas se sienten hoy más arraigadas y profundas”61.

Un ejemplo de ese mayor “arraigo” y “profundidad” puede haber sido la serie de veinte artículos titulada “El derecho popular”, enviada también desde la cárcel a La Voz del Obrero de Taltal62. Se trata de la primera producción intelectual de mayor calibre publicada por Recabarren, en la que a partir de un llamado al pueblo a conocer mejor sus derechos a través de la acción de “los proletarios más ilustrados” (como él), se enumeraban diversas razones para atraerlo hacia las filas del recién reunificado Partido Demócrata. Hasta la fecha, comenzaba, la burguesía se había cuidado de mantenerlo en la ignorancia de tales derechos, apelando a “cuentos religiosos y militares llenos de fanatismo aterrador”. En consecuencia, uno de los primeros pasos del naciente movimiento obrero debía ser el combate a esas supercherías religiosas o patrióticas a través de la instrucción popular, dando a conocer los principios organizativos del “gobierno de la República” y del papel estratégico que en ellos desempeñaba la facultad de elegir a las autoridades. Y siendo “la clase pobre” la mayoría de la nación, en sus manos estaba la posibilidad de adueñarse, a través del voto, de la administración general del país para su propio beneficio. “El derecho de sufragio”, enfatizaba, “es el arma más importante que debe poseer cada trabajador para castigar a sus verdugos”. En tal virtud, “esa arma popular no debe venderse ni darse al primer audaz que la pide”, como ocurría con tanta frecuencia a través del cohecho o la adhesión a candidaturas de origen burgués, que “sirven para desgracia del mismo que la vende”. En suma, “el voto electoral debe emplearse por los pobres para elegir a sus iguales a los puestos de la administración”, porque solo ellos, a través de sus propias miserias, estaban en condiciones de “conocer las necesidades de todos sus iguales y trabajar por su mejoramiento”.

Establecido ese principio que, pese a su preferencia por la fracción más volcada hacia las luchas sociales, Recabarren habría de defender e impulsar durante el resto de su vida política, la argumentación se orientaba a establecer al Partido Demócrata como único representante genuino de la clase obrera, puesto que era “hoy día el único partido formado en casi su totalidad por trabajadores, que se preocupan en buscar prácticamente el mejoramiento de nuestra condición social y económica”. “Es un partido”, abundaba en otra entrega de la serie, “realmente revolucionario, puesto que pretende un cambio radical en todos los órdenes sociales del país”. Ese cambio radical se desglosaba en una serie de reformas específicas, entre las que se destacaba la democratización del régimen judicial a través de la elección popular de los jueces; la radicación en los municipios de las funciones desempeñadas por autoridades regionales designadas, como los intendentes y los gobernadores; la igualdad civil y educacional del hombre y la mujer; la necesidad de legislar en favor de mejores condiciones de trabajo y de vida, y otras.

La serie concluía apelando eclécticamente a las dos almas que atravesaban al recién reunificado Partido Demócrata: “Los pobres no tienen sino dos armas para encontrar su salvación o sea para cortar la cuerda que la burguesía nos tiene en el cuello: la huelga, bien organizada, y el voto electoral”. Dejando el tema de la huelga para más adelante, insistía en su llamado a reconocer que solo su partido “da a conocer al pueblo sus derechos y lo llama a unirse para que entre en pleno ejercicio de ellos”. Fiel a esa convicción, a través de sus artículos había procurado “llamar al lado nuestro a todos nuestros compañeros de trabajo para que nos ayuden a unirnos y a fortalecernos, para resistir esta lucha por la existencia tan llena de amarguras y de peripecias sin cuento”. Esa unión, “la unión de todos los que sufren la explotación del capital y de la autoridad”, solo podía efectuarse en las filas de la Democracia, y por tanto “nos sentiremos satisfechos si las filas del partido”, gracias a su lectura, “han recibido algún aumento”.

Esta larga profesión de fe doctrinaria se cruzó con una de las polémicas más conocidas de Recabarren durante esta etapa temprana de su carrera, como fue la que sostuvo con el todavía anarquista Alejandro Escobar y Carvallo. La literatura ha hecho bastante caudal de este episodio, calificándolo como uno de los primeros hitos de diferenciación dentro de un pensamiento obrero que hasta la fecha había combinado más o menos indistintamente elementos democráticos, socialistas y anarquistas. Jaime Massardo identifica esta etapa de la vida de Recabarren como la de mayor cercanía a la ideología libertaria, en tanto que Sergio Grez se inclina más bien a interpretarla como el inicio de un distanciamiento respecto de dicha corriente63. En consonancia con la lectura de Massardo, hay que reconocer que en el pensamiento temprano de Recabarren pueden identificarse algunas afinidades anarquistas, además de reconocimientos explícitos a próceres de dicha orientación como Tolstoy, Reclus, Kropotkin y Malatesta, por no mencionar a los mártires de Chicago cuya inmolación dio origen a la efeméride del 1º de mayo64. Sin embargo, y refrendando en este caso la interpretación de Grez, es un hecho que las primeras referencias concretas de Recabarren al anarquismo –descontando las diatribas de carácter no precisamente doctrinario prodigadas a Luis Olea en aquel lejano artículo de 1898– fueron precisamente las escritas en la cárcel de Tocopilla en agosto de 1904, cuya intención fue básicamente polémica.

A propósito de ciertas denuncias formuladas por los ácratas luego de su exclusión de la convención realizada por las mancomunales del país en mayo de ese mismo año, Recabarren escribió a su correligionario Anacleto Solorza que sin perjuicio de convencerse de que “el ideal anarquista es realizable y es bueno”, y de considerar que “las aspiraciones ácratas son las mismas de los demócratas y socialistas y otros luchadores libres”, enfatizaba que su militancia demócrata le impedía ser anarquista. Precisando esta afirmación, y en consonancia con lo que escribía por esa misma fecha en su serie “El derecho popular”, señalaba que el llamado a valerse del “medio político”, entendiendo por ello la organización partidista y la participación en comicios electorales, era un recurso perfectamente válido para “hacer prácticas nuestras aspiraciones”.

Para los anarquistas, sin embargo, esa opción era sinónimo de charlatanería, embuste y traición, y lo que era peor, expresaban tales juicios por medio de “insultos groseros y soeces, reñidos con la lectura y con el arte que encarna el ideal libertario”. De esa forma, en lugar de sumar fuerzas en torno a una causa común, caían en una labor divisionista y descalificatoria que le hacía el juego al enemigo burgués que por esa misma fecha arremetía contra el movimiento mancomunal. Tan triste papel en el plano ideológico se acompañaba además de una total esterilidad en materia de logros concretos en beneficio de la clase obrera: “Mientras en el Norte, con la acción de las mancomunales, se ha conquistado en dos años un 50% de comodidades y beneficios de todo orden”, y más aún, se había verificado “una verdadera revolución que ha conmovido todo el país y ha hecho temblar a los tiranos que aún temen”, los anarquistas solo podían exhibir a su haber “el desastre de los tipógrafos y los panaderos”, en alusión a movimientos huelguísticos recientemente derrotados. Y concluía: “Mancomunados del norte; todos los que habéis derramado sangre, los que habéis sido torturados, encarcelados, todos los que habéis sufrido por la inaudita persecución autoritaria en Iquique, Taltal, Chañaral, Coronel, Antofagasta, y aun en Tocopilla, perdonad a esos obreros anarquistas que nos insultan y nos calumnian, haciendo causa común con la burguesía”65.

Por esos mismos días se desarrolló la polémica entre Recabarren y Escobar y Carvallo, publicada en el periódico Tierra y Libertad de Casablanca. Abrió los fuegos el segundo de los nombrados, criticando al encarcelado Recabarren por los juicios vertidos en contra de los anarquistas, y criticando las corruptelas de politiqueros demócratas y mancomunados oportunistas. “En cuanto a las Mancomunales en general”, fulminaba Escobar y Carvallo, “debo decirle que no valen siquiera lo que la persona que se ocupa de ellas”. Salía también al paso de las críticas al divisionismo ácrata señalando que “luchar contra el enemigo oculto en nuestras filas, que mañana nos hará traición, calumniándonos y atacándonos por la espalda, es necesario, aunque doloroso”. Proseguía emplazando a Recabarren en un pasaje muchas veces citado: “¿Es Ud. socialista? ¿Es Ud. anarquista? ¿O es Ud. demócrata? No lo sé, pero me lo figuro las tres cosas a la vez”. Y concluía invitándolo a estudiar más a fondo la cuestión social, pues “hasta la fecha Ud. no ha hecho otra cosa que organizar a los trabajadores de las pampas, pero ni Ud. ni ellos saben el objeto de tal organización”66.

En su respuesta, Recabarren volvía a repudiar “el insulto y la grosería” que a su juicio tanto abundaban en la prensa libertaria, pero sobre todo defendía la causa mancomunal a la cual se había consagrado en cuerpo y alma, y en la que tan altas expectativas cifraba: “La creación Mancomunal, es hoy la sociedad más poderosa de Chile y ha caído como pan fresco entre los pobres. Ella es obra de esos hombres que Ud. se atreve a tratar mal”. Y en cuanto a su propia alineación doctrinaria, insistía en que el fin perseguido por socialistas, demócratas y anarquistas era el mismo: “La felicidad proletaria, para llegar a la felicidad universal”. Por tanto, no aceptaba la pretensión anarquista de imponer una práctica excluyente solo en función de los medios que las distintas corrientes estimaban adecuados para alcanzar esa meta. Por su parte, definiéndose como “socialista revolucionario”, reivindicaba el parlamentarismo para hacer la revolución, “y como estoy convencido de esto, a nadie le concedo derecho para que me insulte y me ofenda por dicha causa”.

Defendía también Recabarren la obra que había venido realizando en el norte, uniendo y organizando a los trabajadores, convenciéndolos de “su existencia como hombres iguales a todos, pero despojados”; mostrándoles el fin hacia el cual debía encaminarse “la hueste trabajadora” y señalándoles los obstáculos que para tal efecto se debían superar, tal cual lo había demostrado gráficamente la ola represiva de la cual él mismo había sido y continuaba siendo víctima. Gracias a ello, “ha visto Ud. que el sacudón que dimos en el Norte ha repercutido hasta Valdivia. Toda la clase obrera abrió los ojos para mirar el desarrollo de este drama iniciado aquí”. Y aun si así no fuese, al menos quedaba la evidencia de que “hacemos algo práctico, por poco y deficiente que sea, mientras que Uds. solo se ocupan en criticarnos a nosotros”. Peor aún: las veces que los anarquistas habían conducido alguna lucha de magnitud, como en Valparaíso en mayo de 1903, los resultados habían sido catastróficos: “Encendieron la mecha la noche del 11 y en el tren nocturno se fueron a Santiago, huyendo de las responsabilidades. ¿Qué resultó? Que el pueblo se asesinó solo”. Así, “si los ácratas chilenos no reaccionan en sus métodos, no habrán conseguido sino distanciarse de las masas obreras del país y desprestigiar un ideal bueno y bello pero que al paso que van, solo consiguen destrozarlo”67.

Escobar y Carvallo no se atuvo pasivamente a esta réplica, repitiendo en una nueva carta pública sus acusaciones anteriores y calificando de particularmente inaceptable la exclusión de los anarquistas de la Convención Mancomunal, lo que corroboraba la corrupción de dichas organizaciones. Insistía también en la falta de claridad ideológica de su interlocutor, quien a su juicio “todavía ignoraba lo que son la Democracia, el Socialismo y la Anarquía”. Por eso mismo, no era capaz de entender que “no se debe esperar nada de las masas; tampoco de las organizaciones ni esfuerzos colectivos”, y que “entre la lucha política y la emancipación del proletariado hay un divorcio absoluto”. Y por último, que “toda esa farsa del Congreso Obrero, de las Mancomunales de reciente creación, y otros movimientos de menos importancia, son nada más que resultado directo, o indirecto, de nuestra semilla arrojada en tierra inculta o estéril, que Uds. han emprendido, agarrando el árbol por las hojas”68.

Recabarren no quiso continuar este intercambio específico con Escobar y Carvallo, pero igual continuó denunciando la obra divisionista del anarquismo, lamentando que “el ejército proletario de hoy día sea un campo de discordia: es más el fuego que se gasta en la guerra mutua que el con que se combate a la burguesía”. “Desgraciadamente en Chile”, señalaba, “han dado en llamarse apóstoles de las ideas libertarias, que son la esencia de la poesía, de la ternura y de la libertad, personas, que creyendo comprenderlas bien, pretenden ‘obligar’ a aceptar ideas libertarias por ‘medio’ de la tiranía de una crítica grosera y pesada, acompañada de calumnias y de insultos para los que no acepten ‘ipso facto’ dichas ideas”. El resultado de semejante sectarismo, aseguraba, no podía ser otro que “desprestigiar la bondad de un ideal junto con la persona que en esa forma lo propaga”. Por otra parte, llamaba su atención la condescendencia que a su juicio exhibían las autoridades frente a los ácratas, libres hasta ese minuto de las persecuciones que sufrían los mancomunados. ¿La explicación?: “Bien saben ellas que son inofensivos, y temen mucho más a los demócratas y mancomunales porque ven en éstos hombres que hablan poco y ‘hacen más’, en materia de organización y ‘medios’ conducentes a la felicidad proletaria”69.

Tanto el calor de la polémica con los anarquistas como los otros escritos resumidos hasta aquí sugieren que los meses de prisión sirvieron para ratificar en Recabarren su convicción sobre las bondades de su adscripción demócrata de tantos años, y de la opción mancomunal a la que se había consagrado desde su traslado a Tocopilla. De hecho, y como ya se ha mencionado, la Convención Mancomunal celebrada durante el mes de mayo parecía inaugurar una era de consolidación organizativa para las sociedades de esa filiación distribuidas entre Tarapacá y Valdivia, tal como lo expresó un memorial que sus máximos dirigentes depositaron personalmente en manos del presidente de la república al término de sus deliberaciones70. Ello tal vez explique el tono desafiante con que Recabarren finalmente recuperó su libertad en octubre de 1904, previo pago de una muy tramitada y diferida fianza. En un artículo titulado “Sin arriar bandera”, aparecido en un periódico El Trabajo nuevamente autorizado para circular, atribuía explícitamente su castigo a su costumbre de “expresar ideas que bullen en mi cerebro, que transcritas al papel se esparcen por los pueblos”. En un país que se ufanaba de ser republicano y libertario, fulminaba, se había pretendido prohibirle pensar, tildándolo de subversivo, anarquista y sedicioso. Sin embargo, tras siete meses de encierro salía “con las mismas ideas y si se quiere más convencido de la pequeñez de los burgueses que persiguen y hostilizan a la clase trabajadora”. Volvía así a la actividad “sin arriar bandera [...], sin pensar ni en un nuevo sacrificio, ni en un nuevo obstáculo”71.

Dando prueba inmediata de dicha voluntad, en la misma edición de El Trabajo inició una nueva serie de artículos doctrinarios (siete esta vez) titulada “Hermano, abre tus ojos”, encaminada a demostrar que el régimen social existente, construido íntegramente a partir del brazo del obrero, era a la vez la principal causa de las miserias e injusticias que lo agobiaban. “El pueblo, la masa trabajadora”, argumentaba, era, en su condición de productor, “el único factor indispensable para la vida de las sociedades”. Sin embargo, el fruto de su trabajo no solo se desviaba en su mayor parte para enriquecer precisamente a sus explotadores, sino que de él se costeaban también los instrumentos de su persecución y opresión: gobernadores, jueces, policías, carceleros, espías “y demás caimanes que nos han perseguido durante un año”. De modo que si ese orden basado en la injusticia y el absurdo subsistía, era solo por el desconocimiento popular de los principios en que se sostenía, y de su propio derecho a levantar un mundo mejor. A ese mundo mejor Recabarren lo nombra aquí por primera vez con la palabra “comunismo”, y lo define de la siguiente manera: “vivir en comunidad de intereses iguales, sin opresores y oprimidos, sin ricos ni pobres, sin señores ni sirvientes; todos bajo un techo de fraternidad sirviendo a la obra común de embellecer a la humanidad para recoger cada uno individualmente el estímulo de la satisfacción de haber contribuido a un bien común, a una parte más de vida feliz y libre”. El vehículo para avanzar hacia esa “grandiosa aspiración” era, naturalmente, la unión obrera, cristalizada bajo el alero de la Mancomunal72.

Esta primera tentativa de describir la utopía comunista se plasmó también por esos mismos días en dos artículos publicados en el periódico penquista El Eco Obrero, bajo el título “La vida en común”. “Yo considero”, señalaba allí Recabarren, “que un pueblo sin gobierno, sin leyes, sin soldados, sin frailes, sin patrones, sin dinero, sería mucho, pero mucho más feliz que lo que hoy pueden suponer los que poseen dinero”. Al tener todas las personas aseguradas sus necesidades básicas, añadía, desaparecerían todos los vicios y males sociales, y las energías humanas podrían consagrarse íntegramente a realizar cosas útiles, cultivar las artes y las ciencias, disfrutar de las bondades de la naturaleza y a la vez aportar al progreso humano. Era solo el egoísmo, “el egoísmo desgraciado de los ricos”, el que por el momento obstaculizaba el avance hacia esa “vida feliz que soñamos”73.

Marcando una suerte de contrapunto frente a esta digresión utópica, y casi como un desmentido a los cargos de falta de preparación ideológica que pocas semanas antes le prodigase Escobar y Carvallo, aparecía durante esta misma coyuntura en La Claridad del Día de La Unión su célebre escrito sobre la cuestión social. Esta condición, cuya existencia en Chile muchos todavía negaban, era a su juicio indesmentible, y respondía aquí como en todas partes a esa “miseria que se revuelca y se conmueve airada en el fango de sus desgracias a la vista de la abundancia acaparada”. Pero la cuestión social, agregaba, no era solo “cuestión de estómago”, y por tanto no podía resolverse con meros avances materiales, tales como mejores salarios, jornadas laborales más cortas, alimentación más barata o habitaciones más higiénicas. Sin negar la conveniencia de estos últimos, en tanto aportaban a una mejor calidad de vida popular, lo que verdaderamente originaba la cuestión social era la desigualdad y la injusticia, y en tanto estas subsistieran no cesaría ese estado de “constante intranquilidad que aminora los goces superficiales de que puedan gozar los acomodados”. En su opinión, y haciendo un nexo con sus reflexiones utópicas esbozadas más arriba, la única solución efectiva y duradera consistía en “el cambio completo del régimen social por medio de la abolición del dinero, del gobierno, leyes y demás cadenas que aprisionan las libertades individuales”. En ese contexto, las actuales agitaciones “buscando mejoras de salarios, disminución de horas, buenas comodidades”, eran solo una etapa inicial en el camino hacia “un estado social libre que trabaje por la perfección de la humanidad para alcanzar la parte que como átomo de la humanidad le corresponde”74.

En un plano más práctico, su liberación significó para Recabarren volver a ocuparse personalmente de la edición de El Trabajo, suspendida como se dijo durante los meses de cárcel, y también del nuevo periódico demócrata El Proletario, todo lo cual reforzaba su creciente reputación como periodista obrero. “Se nos secuestró una imprenta para enmudecer la voz de un periódico”, comentaba irónicamente, “y como consecuencia de esta maldad, hoy son dos las voces periódicas que defienden los fueros de la clase obrera en Tocopilla, propagando sus sanos ideales para instruir a los que aún ignoran la verdad”75. Aparece también el 19 de noviembre convocando a un desfile para celebrar el 17º aniversario del Partido Demócrata y algunas semanas después figura como presidente de la Mancomunal de Tocopilla, al parecer por el traslado de Gregorio Trincado a trabajar en las borateras de Santa Rosa, al interior de la provincia. A un año de su llegada a la localidad, alcanzaba así el cargo máximo en su tan admirada organización76.

El año 1905 sorprende a Recabarren haciendo un recorrido de varias semanas por las oficinas salitreras del cantón El Toco, testimoniando “la impresión penosa que el alma de un socialista recibe al apreciar de cerca lo que ocurre en las pampas, verdaderas fuentes de oro donde el esfuerzo único del operario eleva fortunas inmensas que aprovechan los malagradecidos patrones y autoridades”. Aunque la gran mayoría de sus visitas debió verificarse a escondidas, ante la previsible oposición empresarial, igualmente pudo reunir testimonios suficientes para denunciar las malas condiciones de trabajo y de vida que allí imperaban –con contadas y honrosas excepciones como la oficina Iberia, cuyos dueños Lacalle y Cía. fueron públicamente reconocidos en uno de los artículos de la serie–. Particular preocupación le causó la persecución concertada contra los socios de la Mancomunal, quienes “sufren ante una tiranía que les priva de manifestar libremente sus ideas y pensamiento que a nadie perjudican”. Ya al cierre de su recorrido, y junto con dar cuenta del ensañamiento de las autoridades contra una cruz que señalaba el lugar donde meses antes había sido asesinado un huelguista, expresaba sus votos “por que los patrones y las autoridades abandonaran la ingrata misión de expoliar y explotar tanto a los que les aumentan sus riquezas”77.

De regreso en Tocopilla, Recabarren anunció la aparición del folleto antes mencionado Proceso oficial contra la Mancomunal de Tocopilla, el primero de los muchos que publicaría en formato mayor, y que fueron estructurando de manera más elaborada que los escritos periodísticos su pensamiento político y social. Como él mismo dijera al recomendar la adquisición de dicho texto, su propósito fundamental era tanto relatar ordenadamente los hechos de que había sido víctima como “hacer propaganda en pro de nuestra causa, porque en ella se sostiene tanto el derecho de asociación, como la libertad de pensamiento expresado por la prensa, cosas que se atropellaron esta vez por la llamada justicia, incluso las ilustrísimas cortes y el gobierno mismo”. Se imprimieron diez mil ejemplares para distribuir por todo el país, y se destinó el 25% de su recaudación a beneficio de la recién creada Mancomunal de Valdivia (“para que adquiera una imprenta”), en tanto que el 75% restante quedaba “para editar otras obras de propaganda obrera”78.

Como ocurriría tantas veces a lo largo de su carrera, y como lo reconocerían todos los que tuvieron la oportunidad de trabajar a su lado, Recabarren destinaba así a la promoción de “la Causa” los pocos dineros que arrojaba la venta de sus escritos, reservando para su propio sustento, que los mismos testigos coinciden en calificar de extremadamente frugal, solo lo que le deparaba su sueldo como periodista obrero, precariamente solventado por las entidades que editaban dicha prensa. Haciendo alusión a una experiencia muy posterior, el dirigente comunista Salvador Ocampo señalaba que los periódicos dirigidos por Recabarren frecuentemente carecían de dinero para pagar los sueldos, pero que “comida no faltaba, porque teníamos amigos que nos mandaban azúcar, que nos mandaban porotos, que nos mandaban arroz. ¡Carne, a veces, cuando nos daban los carniceros!”79. Pese a ello, su condición de asalariado de las organizaciones obreras frecuentemente sirvió a sus detractores para sindicar a Recabarren como un “zángano” que vivía a costa del esfuerzo de sus propios compañeros de clase.

Al cumplirse un año desde la incautación de la imprenta de El Trabajo, cuyos enseres por cierto aún no les eran devueltos, Recabarren hacía un balance triunfalista del movimiento mancomunal representado por ese órgano, el que pese a todas las persecuciones sufridas seguía de pie y luchando: “Nuestro triunfo moral y material hasta hoy es indiscutible, y la frente altiva de los mancomunales se levanta en todas partes señalando la derrota, la debacle de la sociedad burguesa, pigmea y enclenque”80. Poco tiempo después, y firmando nuevamente como presidente de la Mancomunal de Tocopilla, hacía un llamado a sus compañeros de trabajo a unirse a las filas de esta organización, única capaz de “salvarnos de la pobreza y de los abusos de patrones y autoridades”. Las dieciséis secciones ya fundadas entre Iquique y Valdivia, con sus once periódicos mancomunales y una militancia autoatribuida de unos diez mil asociados, eran testimonio vivo de los beneficios que aportaba este baluarte de la unión obrera, “verdadera Sociedad de Seguros sobre la vida del trabajador”. “La unión hace la fuerza”, concluía, “y la fuerza hace el respeto”81.

Por esos mismos días, Recabarren publicó en el periódico demócrata El Proletario una serie de artículos de orientación doctrinaria titulada “La tierra y el hombre”, cuyo epígrafe era la famosa frase de Proudhon “la propiedad es un robo”. Con el propósito de denunciar la ilegitimidad de cualquier forma de propiedad, incursionaba aquí por primera vez en la Historia de Chile, fuente a su juicio de las desigualdades y opresiones contra las que se debía lidiar en la hora presente. El despojo originario se hacía coincidir con la Conquista española, siendo sus primeras víctimas “los indios que aquí vivían tranquilos disfrutando de la vida natural”. La unión entre los hijos de estos “esclavos criollos” y los “esclavos españoles”, continuaba, había dado forma al pueblo actual, a los que “siempre se han llamado rotos chilenos”, en tanto que “las familias burguesas que formaban la colonia española en Chile” constituyeron lo que él denominaba “la burguesía feudal chilena”, todo esto corroborado por la obra de Barros Arana, Luis Orrego Luco “y otros burgueses que no se ruborizan al comprobar en los datos históricos el origen de sus riquezas de hoy”.

La división fundacional entre clases propietarias y clases despojadas no se había modificado sustantivamente con la independencia, pues “los pobres que antes estaban bajo el gobierno y las leyes españolas no recibieron ninguna mejoría en sus miserias, ni en sus libertades”. Insistiendo en un motivo al que posteriormente retornaría muchas veces, sobre todo en su muy conocida obra Ricos y pobres a través de un siglo de vida republicana, afirmaba que “el cambio de patria ningún beneficio a ellos les reportó”, razón por la cual “el pueblo ningún motivo tiene para celebrar el llamado 18 de septiembre”. Para este pueblo, concluía, la verdadera independencia seguía pendiente, y solo llegaría cuando una revolución “declare la propiedad y sus frutos en común para que todos por igual y según las necesidades y apetitos de cada cual disfrutemos de los bienes naturales que son universales”, por la vía violenta si el caso lo requería82.

El tenor de estos artículos, así como la referencia explícita en el último de ellos al anarquista francés Georges Étievant, ha llevado a Jaime Massardo a situar por esta época el momento culminante del acercamiento de Recabarren a la ideología libertaria, pese a sus bulladas polémicas del año anterior, en las cuales, fuerza es decirlo, se había cuidado de separar bien sus críticas al accionar concreto de los anarquistas chilenos de su admiración declarada al pensamiento que estos decían sustentar83. Juicio análogo podría pronunciarse a partir de su artículo celebratorio del 1º de mayo de 1905, en el que junto con saludar a “la aurora roja, hermosísima, del porvenir que inicia la libertad de los pueblos”, e invitar al “dios-pueblo” a inaugurar el reinado de la justicia, caracterizaba la efeméride conmemorada como un día “para el ajuste de cuentas que en bien exigirán los proletarios a los burgueses en una grandiosa, en una imponente huelga general universal revolucionaria”. Después de estos sucesos, auguraba, vendría “el primer día de la era libre, el primer día de la vida y del amor libres, día eterno en nuevo calendario para los hombres y las mujeres redimidas”84.

Tras estas efusiones de apariencia efectivamente filo-anarquista, la voz periodística de Recabarren entra en una etapa de relativo silencio, coincidente con la desaparición del órgano mancomunal El Trabajo, cuya redacción había motivado su traslado a Tocopilla. De dicho silencio solo vendría a sacarlo su campaña a la diputación por las circunscripciones de Tocopilla y Taltal, una acción plenamente congruente con su militancia demócrata, pero obviamente muy lejana de cualquier sensibilidad ácrata. Lanzado a la fama por sus combates y prisiones del año anterior, su candidatura –cuando aún no cumplía los treinta años– parece haber surgido de manera más o menos espontánea entre la Democracia antofagastina, según ya lo anunciaba en septiembre de 1905 el periódico “burgués” El Industrial85. Como era de esperarse, esta aventura electoral reafirmó en Recabarren su identidad demócrata, puesta nítidamente en primer plano por una serie de doce artículos publicados en El Proletario de Tocopilla donde daba cuenta de su excursión de propaganda por las pampas y puertos de esa provincia86.

Rodeado de antiguos correligionarios como Víctor Soto Román y empapado de confraternidad demócrata, Recabarren se dedicó a arengar asambleas partidistas y mancomunales para promover su postulación e inscribir nuevos militantes en los registros electorales. Especial emoción parece haberle causado su recepción en el salón social de la agrupación de Antofagasta, decorado con múltiples retratos de Francisco Bilbao y los socios fundadores del partido (entre ellos su frecuente adversario Malaquías Concha). “En hogar demócrata”, relataba a sus lectores tocopillanos, “fui objeto de atenciones tan delicadas cuyo perfume me embriagará en un constante recuerdo por muchos años”. Figuran también en estas crónicas palabras elogiosas para Pedro Reyes, presidente de la Democracia antofagastina y futuro militante del Partido Obrero Socialista, y para las dirigentas femeninas Carmela Jeria (“esa chiquilla, que aún no baja los vestidos, y que ya empuña, con un brazo de atleta, el hacha de la luz para derribar las montañas de sombras que entenebrecen la mente humana”), y la ya nombrada Juana Roldán de Alarcón (“intrépida luchadora que hoy desprecia las críticas grotescas y los prejuicios sociales”).

Una de las actividades en que le tocó participar fue un “meeting” organizado el 29 de octubre por la agrupación demócrata para repudiar la matanza ocurrida días antes en Santiago con motivo del “motín de la carne”, donde su discurso fue calificado por la prensa burguesa como un verdadero acto de proclamación87. Llama la atención que en sus propios escritos de esos días no figure ninguna alusión a esta segunda emblemática masacre obrera del siglo xx, en la que su partido había intentado ejercer un rol entre conductor y pacificador88. Tal vez no quiso enturbiar o comprometer su incipiente campaña electoral, la primera de mayor calibre en que le tocaba participar, con expresiones que podrían haber suscitado reacciones adversas en los círculos del poder, máxime cuando el juicio que se le seguía por los hechos de Tocopilla aún seguía pendiente. Sea como fuere, estando en Antofagasta también presidió la fundación de un periódico demócrata titulado La Vanguardia, cuya administración se le confió casi como un gesto predeterminado. Antes de concluir el año, y procurando obviamente hacer de este medio periodístico un instrumento central de su candidatura, Recabarren se embarcó hacia Valparaíso para adquirir los materiales necesarios para instalar la imprenta correspondiente. Poco antes de partir, y haciendo un balance de su gira por Antofagasta, aseguraba que “el entusiasmo entre la clase proletaria es inmenso. En los corrillos y en todas partes solo se habla de la actividad aplastadora que viene desplegando la democracia en Antofagasta”. “Es el despertar”, concluía con una figura verbal que le era característica, “de un pueblo que sacude su inercia para ocupar el puesto que le corresponde en las luchas del futuro”89.

Antes de dejar Antofagasta, Recabarren se trenzó en una nueva disputa doctrinaria con el anarquismo, representado esta vez por el joven secretario de la Mancomunal y redactor de su periódico El Marítimo Manuel Esteban Aguirre, calificado por el flamante candidato demócrata como “casi un niño, pero un bravo luchador”90. Como lo han señalado los estudios de Eduardo Devés, Sergio Grez y Javier Mercado, durante el año 1905 la Mancomunal de Antofagasta había experimentado un acercamiento hacia la doctrina libertaria, personificada en este caso por el nombrado Aguirre y por el propio Alejandro Escobar y Carvallo, quien se había trasladado durante el invierno de ese año a la nortina ciudad91. Hasta esa fecha, el anarquismo no había logrado echar raíces tan profundas en el norte salitrero como en las grandes urbes del centro, pero últimamente venía verificándose una migración sistemática de algunos de sus principales dirigentes hacia la región, seguramente por su innegable potencialidad proselitista92. Fue en ese ambiente que un Recabarren crecientemente volcado a su militancia demócrata debió lidiar una vez más con la oposición libertaria.

La polémica aludida tuvo su origen en los artículos publicados por Recabarren en El Proletario de Tocopilla bajo el nombre “Democracia y Socialismo”, en los que argumentaba conciliatoriamente a favor de la cercanía entre las ideas democráticas, socialistas y anarquistas. Manuel Esteban Aguirre, desde las columnas de El Marítimo, se ocupó en cambio de acentuar las diferencias, cavando un abismo político entre lo que denominaba socialismo “autoritario” o “parlamentarista”, en el cual situaba a Recabarren, y el socialismo revolucionario o anarquista con el que se identificaba. “El divorcio entre el socialismo evolutivo y el socialismo revolucionario ha sido tan profundo”, sostenía en una de las entregas, “que cualquiera persona que tenga el conocimiento más o menos completo del problema social que agita al mundo, comprenderá que esas dos porciones están divididas no por pequeñas diferencias, como dice El Proletario, sino que han llegado a convertirse en dos entidades completamente antagónicas”93.

Esta crispación discursiva no era sino un reflejo de las tensiones naturales entre una corriente anarquista que, como se dijo, iba en ascenso al interior de la Mancomunal, y un Recabarren prioritariamente focalizado en su campaña electoral, con todo lo que ello implicaba para quienes compartían la postura de Aguirre. De hecho, una vez verificada la votación, El Marítimo comentaría ácidamente respecto del ya electo diputado demócrata: “Poco esperamos de él, porque sabemos que en el mefito ambiente de la política las más sanas intenciones se corrompen”94. Esta misma circunstancia parece haber afectado la participación que le cupo a Recabarren en la gran huelga que se desató en Antofagasta entre fines de enero y comienzos de febrero de 1906, tercera gran instancia de agitación y represión social en la ya convulsionada historia obrera de comienzos del nuevo siglo. Los ribetes de “acción directa” que cobró este conflicto, propios de la conducción ácrata que lo caracterizó, no habrían resultado demasiado oportunos para quien había cifrado sus expectativas en unos comicios para los cuales faltaban escasas semanas, y cuyo desarrollo podía resultar seriamente comprometido ante cualquier perturbación de la normalidad. Así las cosas, y en contraste con su beligerancia de años anteriores, Recabarren adoptó una postura más bien cautelosa frente a este nuevo desborde de las pasiones y contradicciones sociales.

Tal como lo ha descrito Javier Mercado, en el estudio más pormenorizado realizado hasta la fecha, el movimiento suscitado por la demanda de media hora más para almorzar contó desde el comienzo con la conducción de una Mancomunal que pocos días antes había modificado sus estatutos en una dirección claramente ácrata, incluyendo la decisión de “no mezclarse absolutamente en política, por considerarla dañina para la unión y la armonía del elemento obrero”95. Declarada la huelga el 30 de enero, y propagada rápidamente hacia el conjunto de la ciudad, la obstinación de la empresa del Ferrocarril de Antofagasta a Bolivia, propiedad de capitales ingleses, impidió que se alcanzara un acuerdo al que el resto del empresariado local no se manifestó inicialmente adverso. Fueron así radicalizándose los ánimos en uno y otro bando, hasta desembocar en una manifestación en la plaza principal el día 6 de febrero, en que una concurrencia de entre tres y cuatro mil huelguistas fue dispersada por una balacera iniciada por unas “guardias blancas” conformadas por comerciantes de la ciudad, con un saldo que diversos testimonios hacen fluctuar, como suele ocurrir en estos casos, entre 10 y 148 muertos, con un número equivalentemente superior de heridos96. La ira desatada por esta matanza entre los sectores populares se tradujo durante los días posteriores en saqueos y destrucción de locales comerciales e instalaciones de la empresa del Ferrocarril, además del asesinato de uno de sus empleados de apellido Rogers, a quien se identificó, al parecer equivocadamente, como uno de los integrantes de la “guardia blanca”. A la postre, y tras la llegada de refuerzos militares y policiales, el movimiento se disolvió sin haber podido vencer la intransigencia de la compañía del Ferrocarril.

Recabarren, retornado pocas semanas antes de su viaje a Valparaíso, fue uno de los oradores del acto en la Plaza Colón, pero más allá de eso no parece haber intervenido decisivamente en los hechos que rodearon la huelga. Según el informe enviado por el gerente general de la compañía del Ferrocarril al Foreign Office inglés, los manifestantes reunidos en la plaza habían sido arengados “por violentos discursos hechos por agitadores, siendo el principal de ellos un tal Señor Recabarren, candidato demócrata a la Cámara de Diputados”97. Algo parecido consigna el periódico “oficialista” (balmacedista) El Industrial, según el cual Recabarren había pronunciado “una lata alocución, tratando de prestigiar su candidatura ante el pueblo”98. De ser este un testimonio fidedigno, fácil resulta imaginar el poco entusiasmo con que la conducción anarquista del movimiento habría recibido semejante discurso. Sin embargo, el periódico mancomunal, bajo control ácrata, reconoce que tras la matanza Recabarren había realizado gestiones ante la Intendencia para obtener la libertad de los dirigentes encarcelados, terminando él mismo, al parecer brevemente, en prisión99. Por su parte, el propio Recabarren editorializaba al día siguiente de la matanza en su periódico La Vanguardia en apoyo a la huelga, a la que catalogaba como “acto de unión y compañerismo” en pro “de la justicia que les asiste para exigir mejoras en el trabajo”, así como estigmatizaba la “mala intención, la poca humanidad, la carencia absoluta de espíritu moral entre esas gentes capitalistas”. Fustigaba también a la autoridad por haber permitido la formación de una guardia blanca de comerciantes armados “para que asesinen impunemente a un pueblo tranquilo e indefenso”, con lo que se confirmaba una vez más que “las autoridades y los capitalistas marchan en íntimo consorcio perjudicando directamente al obrero”100.

Tal vez por estos conceptos, o bien por las frases vertidas en la manifestación de la Plaza Colón, la Intendencia finalmente optó por clausurar La Vanguardia y encarcelar a su director, pese a que, según el diario radical santiaguino La Ley, anteriormente lo había “comisionado para calmar los ánimos”101. En todo caso, y esta vez sí en consonancia con esa presunta disposición inicial, la clausura y la prisión no duraron mucho, pues a los pocos días reaparecía el periódico recabarrenista con un artículo de su autoría titulado “¡Por falta de amor!”, en el que identificaba al Partido Demócrata como consagrado a la búsqueda de la justicia, la verdad y la paz, cristalizada en el deseo de que “venga un reinado de amor”. Por el contrario, las autoridades vigentes “no tienen amor en el corazón”, lo que se demostraba en su mantención de instituciones armadas, “destinadas a producir la muerte”. Y concluía: “¿Por qué se nos persigue, se nos niega el derecho de proclamar tan hermosos y tan puros ideales?”102.

Este llamado a la paz de los espíritus puede parecer algo extemporáneo cuando todavía no se disipaba la pólvora disparada en la Plaza Colón, y ciertamente no se condice con algunas de las expresiones más violentas que había vertido Recabarren en sus escritos de los años anteriores. Pero sí resultaba funcional a sus propósitos electorales, en los que como se dijo había focalizado prioritariamente sus ya famosas energías. En ese contexto, el estallido de la huelga y la radicalización que a ella imprimieron por partes iguales la conducción anarquista y la represión oficial, amenazaban con hacer abortar un proyecto que inspiraba expectativas más realistas en el corto o mediano plazo.

Dicha impresión se fortalece cuando se analiza la orientación eminentemente electoralista que Recabarren confirió a La Vanguardia desde su fundación a mediados de enero, y que la huelga de febrero solo vino brevemente a interrumpir. Escribía en efecto en su primera editorial que ese impreso “llegaba en las horas más importantes”, y explicaba: “Dentro de poco el pueblo debe concurrir a las urnas a elegir o reconocer la representación que tiene en el Congreso y municipios, y esta vez es menester que el pueblo pobre abra los ojos para ver la realidad de su situación y comprender cuáles son sus derechos en presencia de su miseria actual ocasionada casi directamente por la clase llamada dirigente”. El Partido Demócrata, continuaba, “compuesto del elemento proletario”, era el llamado a conducir ese proceso, y La Vanguardia se comprometía a “mantenerse en el terreno de la cordura para ejercer su misión como corresponde a este Partido que lucha por el bien popular”103.

El “terreno de la cordura” así enunciado incluía demandas tales como la elección popular de los jueces, el mejoramiento de los servicios públicos, la retención en la zona de al menos una parte de las rentas generadas por el salitre (una reivindicación con claras resonancias actuales), incluso un homenaje al primer aniversario de la Revolución rusa de 1905104. Pero no incluía, seguramente, un estallido social “descontrolado”, que pusiera en peligro la normal realización de los comicios. En una asamblea realizada el 18 de febrero –es decir, pocos días después de la matanza de la Plaza Colón– Recabarren y los dos candidatos demócratas a municipales declaraban que el progreso y engrandecimiento del Partido Demócrata era la única garantía para “el verdadero mejoramiento y bienestar de las clases proletarias y productoras del país”, y hacían “pública y solemne declaración que en las corporaciones en que vamos a ser representantes vuestros mantendremos en todo su brillo y esplendor el espíritu progresista de los modernos ideales que la clase explotada sustenta”. Sus acciones en dichos cuerpos, concluían, se atendrían estrictamente a “la voluntad de los de su clase”, en tanto que su palabra “vendrá a ser solo la palabra del soberano pueblo consciente”105. Un par de semanas después Recabarren era electo diputado por los distritos de Tocopilla y Taltal, uno de los seis candidatos demócratas que resultaron inicialmente vencedores a nivel nacional (de los cuales a la postre, por diversas maniobras en las “calificaciones” o revisión oficial de los votos que debía verificar el Congreso, solo quedarían tres106). Aunque las prácticas electorales de la época no favorecían precisamente la expresión espontánea de la voluntad popular, atravesadas como estaban por la compra de votos (el “cohecho”) y la intervención más o menos descarada y violenta en los locales de votación, por esta vez la apuesta había rendido los frutos deseados.

El triunfo electoral puso término a la primera de las tres grandes estadías nortinas de Recabarren, y significó su regreso al centro geográfico y deliberativo de la política nacional. No era la primera vez que llegaba a esa representación un candidato demócrata u obrero, pero sí lo era para las provincias salitreras, y para un dirigente cuya carrera solo había alcanzado visibilidad nacional desde ese lejano territorio. Tal vez por esa razón, la recepción que se le brindó a su llegada a Santiago, junto con su correligionario electo por Valparaíso, el mecánico Bonifacio Veas, fue excepcionalmente entusiasta. Se aglomeraron para ese efecto en la estación del ferrocarril al puerto (el actual Centro Cultural Estación Mapocho) “numerosas asociaciones obreras”, las que marcharon hasta la Plaza de Armas acompañando a sus diputados bajo los sones de La Marsellesa107. Ya instalado en la capital, Recabarren retomó rápidamente sus actividades habituales, entre ellas una conferencia dictada en conjunto con su compañero de militancia, el carpintero y periodista obrero Ricardo Guerrero, para los herreros y cerrajeros santiaguinos que a la sazón se hallaban en huelga108. Como era de suponerse, se contrajo igualmente a la fundación de un “diario obrero demócrata” para respaldar su labor parlamentaria y propender al “restablecimiento del equilibrio social”, y seguramente también para ganarse el sustento en una época en que los diputados no recibían dieta109. Fue este el famoso periódico La Reforma, primer medio informativo obrero de aparición propiamente diaria, que actuó por largo tiempo como uno de los principales portavoces de la opinión política popular.

La llegada de Recabarren también coincidió, sin embargo, con nuevas turbulencias al interior de su partido, desencadenadas por los desplazamientos y negociaciones que ya comenzaban a provocar las elecciones presidenciales que debían verificarse ese mismo año. Balmacedistas y conservadores habían levantado la candidatura del liberal Fernando Lazcano, en tanto que una poco usual alianza de radicales, nacionales y liberales (denominada “Unión Liberal”) proclamaba al nacional (“montt-varista”) Pedro Montt, quien eventualmente obtendría la victoria. En su propia convención presidencial, inaugurada el 4 de junio de 1906, el Partido Demócrata se debatió entre tres alternativas: apoyar a uno u otro de los dos candidatos “principales”, o levantar una candidatura propia. De acuerdo a una práctica bastante establecida, la dirigencia “reglamentaria”, encabezada por el caudillo Malaquías Concha, se inclinó por la opción lazcanista, a la que calificó de la “menos dañina” para los intereses obreros.

En la opinión del historiador “oficial” de ese partido, Héctor de Petris Giesen, su propia pequeñez y carencia de medios obligaban a la Democracia a pactar con las coaliciones dominantes para “conservar siquiera una mínima parte de la representación parlamentaria”, expresión de “cordura” y de “instinto de conservación” que supo encarnar consistentemente el liderazgo de Malaquías Concha110. “Las características del juego electoral de la época”, concuerda hasta cierto punto Sergio Grez, “empujaron a reglamentarios y doctrinarios a implementar las más variadas políticas de alianza [...], so pretexto de obtener y defender cupos de concejales y parlamentarios para las fuerzas de ‘la Democracia’”111. En esta ocasión, sin embargo, y pese a que su fracción “doctrinaria” no fue consistentemente adversa a ese tipo de componendas, los flamantes diputados obreros Recabarren y Veas no compartieron dicho diagnóstico. Así, al triunfar la postura lazcanista levantaron su propia convención demócrata para proclamar la candidatura autónoma de su correligionario Zenón Torrealba, de larga trayectoria asociativa (como se vio, había sido uno de los pilares del Congreso Social Obrero) y fuerte prestigio entre las filas del partido (tres años después se convertiría en diputado demócrata por Santiago). Se renovaba así el ya crónico cisma entre “reglamentarios” y “doctrinarios”, que de alguna manera presagiaba el surgimiento de un partido identificado explícitamente como socialista no muchos años después112.

Al mismo tiempo que se verificaba la nueva ruptura demócrata, la resistencia de Veas y Recabarren a prestar el juramento reglamentario para ocupar sus sillas parlamentarias provocó un incidente premonitorio de otros más serios por venir. En palabras de Bonifacio Veas, dicho juramento constituía “una cuestión de conciencia que la Cámara no puede imponer a cada uno de sus miembros. Nosotros no creímos necesario jurar en nombre de creencias o mitos que no aceptamos”. Haciendo por su parte una acalorada apología de la verdad como “máxima virtud que debe poseer y cultivar el ser humano”, Recabarren argumentaba que “respetuoso de las creencias ajenas, he presenciado el juramento que en conjunto prestaron los señores diputados; pero al mismo tiempo declaro que, en mi conciencia, no existe Dios, ni existen los Evangelios”. Y concluía, desafiante: “Yo he venido a este recinto en virtud de la voluntad popular y no tengo para qué invocar el nombre de una divinidad en la cual no creo, para que esa divinidad sea testigo de mis promesas”. Este despliegue de honestidad fue aprovechado por la bancada conservadora para impugnar la incorporación de los diputados obreros a la Cámara, puesto que a su entender no se había cumplido un requisito fundamental para validar dicho acto. Tras una larga discusión, la mayoría de la Cámara se dio por satisfecha con el juramento nominal y condicionado que terminaron prestando Recabarren y Veas, y aprobó su incorporación113.

Detrás de esta confrontación, sin embargo, había mucho más que una simple diferencia religiosa. Así quedó demostrado pocas semanas después en la propia Cámara de Diputados, cuando el radical Enrique Rocuant impugnó la elección de Recabarren por Tocopilla y Taltal, representando a su correligionario Daniel Espejo, derrotado en dichos comicios. La reclamación había sido entablada meses antes por el propio Espejo, alegando incorrecciones e irregularidades varias en las mesas receptoras de Sierra Gorda, Caracoles y Tocopilla. Ausente por enfermedad, Recabarren no pudo asumir su propia defensa (lo hizo un radical contrario a la impugnación), y cuando la materia se llevó finalmente a votación quedó excluido de la Cámara por una mayoría de 38 votos contra 1, más 19 abstenciones. Indignado, Bonifacio Veas abandonó la sala antes de la votación, protestando violentamente por “la conducta de los que desconocen los derechos de los representantes de las clases trabajadoras”. Incorporando de inmediato (aunque “presuntivamente”) a Daniel Espejo en el lugar arrebatado a Recabarren, la Cámara dispuso la repetición de la elección cuestionada para fines de agosto114.

Contrariamente a lo que pudiera pensarse desde una perspectiva actual, no fueron necesariamente las ideas “disolventes” de Recabarren las que motivaron esta doble tentativa, a la postre exitosa, de impedir su acceso a la Cámara de Diputados. Sin considerar que las mismas ideas eran sostenidas por Bonifacio Veas, quien sí pudo conservar su silla parlamentaria, la reacción de una parte importante de la prensa “burguesa” en defensa de Recabarren sugiere que también influyó en esta coyuntura la disputa presidencial que ya había fracturado al Partido Demócrata. Así, El Mercurio de Santiago –partidario de la candidatura Montt– censuraba en su edición del 22 de junio el acto de “ciego partidarismo político” en que una “mayoría ocasional” de la Cámara, movida por “odios sectarios”, había privado de su investidura a “uno de los pocos hombres en Chile que ha llegado hasta el Congreso exclusivamente en virtud del voto popular, por la simple, libre y espontánea voluntad del pueblo elector”. Podían condenarse “sus principios considerados como destructores del orden social”, podía incluso lamentarse que “tales principios se hayan abierto tanto camino en el pueblo como para impulsarlo a enviar al Congreso al representante más genuino de las ideas agitadoras”, pero no podía en función de esas prevenciones cometerse la injusticia de excluirlo de un cargo para el cual había sido legítimamente elegido. Por su parte, El Ferrocarril de Santiago, sin compartir “las ideas antirreligiosas del señor Recabarren”, ni el “credo filosófico de este ilustrado representante demócrata”, igualmente fustigaba a la “mayoría ocasional” (los mismos términos de El Mercurio) que había desconocido su investidura parlamentaria, refugiándose en “simples prescripciones reglamentarias para festinar el debate sobre las elecciones de Antofagasta”115.

Incluso el diario radical La Ley, uno de cuyos correligionarios había sido favorecido por la maniobra (promovida además por un diputado de igual militancia), calificaba la exclusión de Recabarren como algo que debía ser “sinceramente lamentado por el país”. “A su ingreso a la Cámara”, afirmaba en su editorial del 21 de junio, “el diputado demócrata había dado muestra de una presencia de espíritu, de una energía de carácter y a la vez de una facilidad de expresión que revelaban en él condiciones llamadas a hacerlo un miembro útil y distinguido del Congreso”. Como si eso fuera poco, el afectado representaba “tendencias nuevas” en el Partido Demócrata, que prometían llevar a “este joven partido por rumbos diversos de los que ha traído hasta ahora, acercándolo realmente a los intereses y aspiraciones populares”. Lamentablemente, a la postre habían primado consideraciones mezquinas de la “fracción lazcanista” que, empeñada en castigar al emergente líder demócrata por no plegarse a esa candidatura, había desconocido su legítimo triunfo electoral116.

La atribución de su exclusión de la Cámara al bando lazcanista fue corroborada por el propio Recabarren en una nota publicada en su diario La Reforma pocos días después de consumados los hechos. “Los lazcanistas”, decía allí, “despechados por mi negativa para acompañarlos en esta campaña, encabezados por Malaquías Concha, formaron el cambullón, valiéndose, además, de la irritación que se produjo en las filas conservadoras por el juramento”. Exoneraba en cambio explícitamente de toda culpa a la Unión Liberal, pese a la conducta de “tres radicales traidores” que no debía hacerse extensiva al conjunto de dicha alianza, respecto de la cual declaraba no tener motivo alguno de queja, “porque realmente me consta no puede ser responsable de este crimen”117. Al publicar su propia versión de este incidente varios años después, en su folleto “Mi juramento en la Cámara de Diputados”, Recabarren insistía en atribuirlo al “grupo lazcanista despechado porque no pudo obtener mi cooperación a la candidatura Lazcano”, aunque ahora se cuidaba de agregar a esas motivaciones “el odio a los ideales de mejoramiento de los obreros”.

No es fácil separar en esta compleja trama las aprehensiones que efectivamente suscitaban el discurso y la praxis de Recabarren de los intereses electoralistas más inmediatos. En el mismo editorial en que fustigaba su expulsión de la Cámara, El Mercurio de Santiago reconocía que “el diputado de Antofagasta ha sido durante los últimos años el caudillo de las agitaciones populares en el norte del país y se le ha culpado de promover disturbios, de encabezar desórdenes y motines”. Por su parte, un “Manifiesto Demócrata” publicado por la fracción de Malaquías Concha días después de la ruptura partidaria denunciaba “las teorías anárquicas sustentadas y hasta llevadas a la práctica por los Diputados señores Recabarren y Veas”, a quienes acusaba de sostener que “por los medios más violentos, tales como huelgas y asonadas callejeras, se despierta y aviva en el pueblo los sentimientos de independencia y libertad, no importando el sacrificio de cientos de vidas para alcanzar los fines”. Se atribuía incluso a Recabarren la afirmación de “preferir a un tirano, como Montt, para despertar la conciencia dormida del pueblo y llevarlo a derribar las Bastillas de los grandes señores de Chile”118. Enfrentado a esta última acusación, el aludido clarificaba que “lo que yo he dicho y sostengo es que la Presidencia del señor Montt significa la tiranía contra todos los abusos, contra los atentados al tesoro nacional, en una palabra, el señor Montt será tirano con los logreros y los ladrones”119.

Como lo evidencian estas expresiones, la línea divisoria entre la pugna interna del Partido Demócrata y el posicionamiento en la campaña presidencial podía tornarse bastante borrosa, otorgando a lo menos alguna credibilidad a quienes acusaban a Recabarren de favorecer “objetivamente”, o incluso “subjetivamente”, la candidatura de Montt. A la luz de la responsabilidad que le cupo posteriormente a este mandatario en actos represivos como la matanza de Santa María de Iquique, no deja de ser una imputación incómoda. Tal vez así se explique que en su publicación retrospectiva de estos hechos Recabarren haya optado por omitir las sesiones en que se produjo su primera expulsión, fuertemente marcadas por la disputa electoral, incluyendo en su folleto solo la del juramento y las que meses después, cuando la elección de Montt ya era historia, confirmaron definitivamente la investidura parlamentaria de Espejo.

Porque en el intertanto, específicamente el 26 de agosto de 1906, se había repetido la elección para diputado por Tocopilla y Taltal, atribuyéndose ambas candidaturas la victoria y acusando a la otra de cometer diversos fraudes (según el periódico demócrata La Reforma, Recabarren venció esta vez por 2882 votos contra 2834 para Espejo120). Llegada nuevamente la discusión a la Cámara de Diputados, la posición del radicalismo fue esta vez, ya superadas las contemplaciones provocadas por la campaña presidencial, de apoyo irrestricto a su correligionario Espejo. En consecuencia, la elección de este último fue ratificada, en sesión de 26 de octubre, por 32 votos contra los dos de los demócratas doctrinarios Veas y Leiva, más tres abstenciones, incluyendo la de Malaquías Concha. Recabarren quedaba así definitiva y formalmente expulsado de la Cámara.

Defendiendo ahora personalmente su posición, Recabarren acusó a los diputados de dar más crédito “a la palabra del caballero que a la del indigente, la del pobre”, y sentenció: “Cuando la clase trabajadora lleva sus representantes a las instituciones públicas bajo el amparo de las leyes existentes, llega la mano enguantada del caballero a usurparle su legítima representación, manifestándole que no es digna de su compañía”. Acusado por el diputado conservador Cox Méndez de exagerar “una distinción entre caballeros y pobres, que en una República no existe”, respondió no ser él, sino la propia Cámara la que ponía de relieve dicha división, “cuando al pobre, por el solo hecho de ser pobre, se le señala la puerta”. Y concluía: “conozco un poco la historia de la Humanidad y en ella he aprendido que en más de una ocasión se han producido en los pueblos cataclismos sociales espantosos que han precipitado en un mismo abismo a ambas clases sociales. Yo no quiero ver confundirse en un abismo de sangre a los hermanos de una misma nación; pero si ello llegara a suceder no seríamos nosotros los culpables”121.

Haciéndose eco del mismo sentimiento, el directorio general del Partido Demócrata Doctrinario publicaba días después un manifiesto en que junto con expresar su protesta por el “crimen político” perpetrado en perjuicio de su correligionario, instaba al pueblo, “a la clase trabajadora principalmente, a recoger este guante que la oligarquía le ha arrojado al rostro, y plantear de una vez por todas, franca y resueltamente, la división de clases, yendo a una lucha abierta y constante contra todos los hombres y los partidos que acaban de dar la más elocuente prueba de su desprecio y su odio por todo lo que al pueblo pertenece”122. A la postre, la apuesta electoralista de Recabarren había terminado por exacerbar las mismas polarizaciones sociales que había dejado momentáneamente en suspenso, empujándolo por un camino que no mucho tiempo después desembocaría en su adscripción franca y plena al socialismo.

Durante los mismos días en que se ventilaba este debate, y según Recabarren no por mera casualidad, la Corte de Apelaciones de Tacna emitió finalmente su fallo en la causa que se le seguía junto a Gregorio Trincado y otros directores de la Mancomunal de Tocopilla desde comienzos de 1904. Según el dictamen del fiscal de dicho tribunal, tras una fachada benéfica orientada a la provisión de socorros mutuos, el auxilio a los socios enfermos, la protección al trabajo y la instrucción de los asociados, se ocultaba un ente destinado a “conquistar prosélitos para lanzarlos en revueltas, asonadas, en ataque a la propiedad y a las personas, en insubordinaciones y amenazas, encendiendo el odio en las clases trabajadoras o proletarias contra los industriales y las clases acomodadas, predicando el desobedecimiento de la ley y la autoridad constituida, y amenazando e insultando las instituciones sociales más respetables y necesarias, y pretendiendo trastornar el orden social y la organización política”. En suma, “no persiguen una evolución saludable, sino la revolución social”, o dicho de otro modo, “el anarquismo en acción”. Amparada en tan tremendos cargos, sustanciados por el fiscal con una profusión de citas del periódico El Trabajo y de cartas particulares incautadas a Recabarren, con fecha 2 de octubre de 1906 la Corte de Tacna sentenció a este último y a Trincado a 541 días de reclusión por el delito de atentado contra la autoridad, pudiendo descontarse los días que habían pasado en prisión antes de ser liberados bajo fianza123. En el caso de Recabarren, esto significaba cumplir diez meses adicionales de presidio.

Como se dijo anteriormente, el fallo se hizo público justo a tiempo para ser invocado por los impugnadores de Recabarren en el debate parlamentario sobre la nulidad de su elección, alimentando un ambiente que él mismo denunció como muy adverso para la defensa de sus justas reclamaciones (“se ha hecho alarde por la prensa de mi conducta personal, que se califica de revolucionaria, de propaganda violenta”). En efecto, el diputado radical Rocuant lo había acusado abiertamente ante la Cámara de ser el responsable intelectual de un atentado dinamitero sufrido tiempo antes por el promotor fiscal de Tocopilla, y también del reciente asesinato por parte de “un frenético partidario del señor Recabarren” del juez letrado de esa misma localidad, Enrique Salas Bórquez124. En medio de tan enrarecido ambiente, clausurada definitivamente su aventura parlamentaria, desencantado además por las dificultades económicas que enfrentaba La Reforma (“la protección que recibimos del público no alcanza a cubrir los gastos”), Recabarren debió encarar la perspectiva cierta de volver a una condición que poco antes, en su artículo “Carne de presidio”, había evocado como “en sumo grado inhumana, excesiva e intolerable”, una de las “más tristes para la vida del hombre”125. Recordando años después esa y otras experiencias en prisión, afirmaba que “la vida de la cárcel es lo más horripilante que cabe conocer”; y explicaba: “Allí se rinde fervoroso y público culto a los vicios solitarios, la inversión sexual no es una novedad para los reos”126. No dispuesto a soportar nuevamente ese calvario, optó por cruzar la cordillera y encarar un prolongado autoexilio en la ciudad de Buenos Aires. Culminaba así frustrantemente su primera incursión en la “gran política” nacional, pero comenzaba también una etapa “internacionalista” que habría de tener un profundo efecto sobre su desarrollo político futuro.

9 Me refiero al libro Vida de un comunista, publicado originalmente en 1957 a partir de conversaciones sostenidas entre Elías Lafferte y José Miguel Varas, y reeditado en 1971 por Ediciones Austral, Santiago. Las referencias a este texto se remiten a esta segunda edición.

10 Así lo dice Fernando Alegría en su novela Como un árbol rojo, escrita originalmente en 1938, y así también lo señala, en una nota a pie de página, Fanny Simon, quien lo habría visto en posesión de Teresa Flores. Según la autora estadounidense, este diario, en el que se incluían numerosos recortes de periódico, indicaría una posible voluntad por parte de Recabarren de escribir una autobiografía, o bien de “facilitarle la tarea a algún futuro biógrafo”; Fanny Simon, Recabarren and the Labor Movement in Chile, manuscrito inédito, sin fecha exacta de redacción, 338, nota 31. Agradezco el acceso a esta valiosa fuente a Alfonso Salgado, quien tuvo la generosidad de hacérmela llegar digitalmente tras encontrarla entre los papeles de la autora nombrada, depositados en la biblioteca de la Universidad de Nueva York. Salgado estima la fecha de finalización del manuscrito hacia 1957.

11 Fanny Simon, Recabarren and the Labor Movement in Chile.

12 Así lo afirma Julio César Jobet en Recabarren y los orígenes del movimiento obrero y del socialismo chileno, 13; y también Eduardo Devés y Ximena Cruzat en la cronología elaborada para su recopilación Recabarren. Escritos de prensa.

13 Fanny Simon, Recabarren and the Labor Movement in Chile, 1-2.

14 Alejandro Witker, Los trabajos y los días de Recabarren, 55.

15 Fanny Simon, Recabarren and the Labor Movement in Chile, 28.

16 Ver a este respecto el análisis de Eduardo Devés en su artículo “La cultura obrera ilustrada en tiempos del Centenario”, Mapocho, núm. 30 (Santiago: DIBAM, 1991).

17 Esta versión proviene de Alejandro Witker, quien a su vez la cita de una conferencia pronunciada en 1975 por Salvador Ocampo, Los trabajos y los días de Recabarren, 55.

18 Fanny Simon, Recabarren and the Labor Movement in Chile, 28-29.

19 El Despertar de los Trabajadores, Iquique, 12 de septiembre, 1912.

20 Sobre la formación del Partido Demócrata, ver Sergio Grez, De la regeneración del pueblo a la huelga general. Génesis y evolución histórica del movimiento popular en Chile, 1810-1890 (Santiago: DIBAM/RIL, 1998). Sobre los dilemas políticos y electorales enfrentados durante la década de 1890, ver del mismo autor, “El Partido Democrático de Chile: De la guerra civil a la Alianza Liberal (1891-1899)”, Historia, vol. I, núm. 46 (junio 2013).

21 Fanny Simon, Recabarren and the Labor Movement in Chile, 42.

22 “Carta a Arturo Laborda”, reproducida en El Marítimo, Antofagasta, 4 de junio, 1904.

23 “Algo de moral”, La Defensa, Coronel, 18 de septiembre, 1904.

24 Sobre el anarquismo chileno de comienzos del siglo xx, ver Sergio Grez, Los anarquistas y el movimiento obrero, donde se hace un recuento pormenorizado de toda la bibliografía relativa a esa corriente ideológica.

25 La Tarde, Santiago, 15 de marzo, 1898; reproducido en Recabarren. Escritos de prensa, tomo I, ed. Ximena Cruzat y Eduardo Devés (Santiago: Nuestra América, 1985), 1-2.

26 “Carta para Honorindo Vásquez”, La Democracia, Santiago, 14 de octubre, 1900.

27 “El deber de la prensa obrera”, La Democracia, Santiago, 7 de abril, 1901.

28 Ver El Demócrata, Concepción, 11 de agosto, 1901.

29 Reproducida en La Opinión, Santiago, 15 de septiembre, 1902, reproducido en Recabarren. Escritos de prensa, tomo I, ed. Ximena Cruzat y Eduardo Devés, 9-14. Las pugnas desatadas frente a la elección presidencial de 1901, y el posterior quiebre del Partido Demócrata, han sido analizadas en detalle por Sergio Grez en su artículo “Reglamentarios y doctrinarios, las alas rivales del Partido Democrático de Chile (1901-1908)”, Cuadernos de Historia 37, Universidad de Chile (2012): especialmente 77-85. Las tensiones previas en relación con la inserción electoral del partido han sido trabajadas por el mismo autor en “El Partido Democrático de Chile: De la guerra civil a la Alianza Liberal (1891-1899)”.

30 Sergio Grez, “Reglamentarios y doctrinarios”, 118.

31 La Ley, Santiago, 20 de septiembre, 1902.

32 Fanny Simon, Recabarren and the Labor Movement in Chile, 43.

33 Sobre el movimiento mancomunal, ver Ximena Cruzat y Eduardo Devés, El movimiento mancomunal en el norte salitrero: 1901-1907, 3 vols. (Santiago: CLACSO, 1981).

34 El Trabajo, Iquique, 23 de febrero, 1902.

35 Para un relato y análisis pormenorizado de la huelga y matanza de 1903, ver Jorge Iturriaga Espinoza, “La huelga de trabajadores portuarios y marítimos, Valparaíso 1903, y el surgimiento de la clase obrera organizada en Chile”, tesis de licenciatura, Pontificia Universidad Católica de Chile, 1997. Ver también Peter de Shazo, Trabajadores urbanos y sindicatos en Chile, capítulo 4.

36 “Protesta práctica”, La Voz del Pueblo, Valparaíso, 16 de mayo, 1903, reproducida en Cruzat y Devés, Recabarren. Escritos de prensa, tomo i, 14-15.

37 La Voz del Pueblo, Valparaíso, 23 de mayo de 1903, en Cruzat y Devés, Recabarren. Escritos de prensa, tomo i, 16-18.

38 El Mercurio, Valparaíso, 17, 18 y 20 de septiembre, 1903.

39 La Ley, Santiago, 24 de septiembre, 1903.

40 Carta reproducida en El Trabajo, Tocopilla, 18 de octubre de 1903.

41 “Primeros pasos: los albores de la revolución social en Chile”, transcripción de un discurso pronunciado en la Cámara de Diputados el 15 de julio de 1821, publicado en Ximena Cruzat y Eduardo Devés (eds.), El pensamiento de Luis Emilio Recabarren, tomo i, 128.

42 Sobre la vida obrera en el ciclo salitrero, ver Sergio González Miranda, Hombres y mujeres de la pampa, 2ª edición (Santiago: LOM Ediciones/DIBAM/Universidad Arturo Prat, 2002); Julio Pinto Vallejos, Trabajos y rebeldías en la pampa salitrera (Santiago: USACH, 1998); Julio Pinto Vallejos, Desgarros y utopías en la pampa salitrera (Santiago: LOM Ediciones, 2007).

43 Ver, sobre esta materia, La prensa obrera en Chile, de Osvaldo Arias Escobedo (Chillán: Universidad de Chile, 1970); reeditado (Santiago: Ediciones Ariadna, 2009).

44 Luis Emilio Recabarren, Proceso oficial contra la Sociedad Mancomunal de Tocopilla (Santiago: Imprenta Mejía, 1905), 6.

45 El Marítimo, Antofagasta, 10 de octubre, 1903.

46 El Trabajo, Tocopilla, 8 y 15 de noviembre, 1903.

47 El Trabajo, Tocopilla, 8 y 29 de noviembre, 1903.

48 El Trabajo, Tocopilla, 6 y 13 de diciembre, 1903.

49 El Trabajo, Tocopilla, 27 de diciembre, 1903; énfasis y puntos suspensivos en el original. La referencia a los estadistas asesinados es explícita en un artículo anterior, titulado “En descubierto”, publicado en El Trabajo, Tocopilla, 20 de diciembre, 1903.

50 El Ferrocarril, Santiago, 14 de diciembre, 1903.

51 Tanto el telegrama del ministro del Interior como el parte del oficial de Ejército son reproducidos en el Proceso oficial contra la Sociedad Mancomunal de Tocopilla, 7-10, 17.

52 El Trabajo, Tocopilla, 14 de febrero, 1904.

53 El Trabajo, Tocopilla, 28 de febrero y 6 de marzo, 1904; La Voz del Pueblo, Valparaíso, 23 y 30 de abril, 1904; El Marítimo, Antofagasta, 1 de mayo, 1904.

54 El asalto a la imprenta de El Trabajo y la nueva prisión de Recabarren aparecen relatados en Proceso oficial contra la Sociedad Mancomunal de Tocopilla y también en El Marítimo, Antofagasta, 12 y 19 de marzo, 1904; La Voz del Obrero, Taltal, 26 de marzo, 1904.

55 El Marítimo, Antofagasta, 30 de julio, 1904.

56 Manuel Salas Lavaqui (comp.), Trabajos y antecedentes presentados al Supremo Gobierno de Chile por la Comisión Consultiva del Norte, recopilados por encargo del ministerio del Interior (Santiago: Imprenta Cervantes, 1908).

57 Los artículos de Belisario Gálvez se publicaron en El Chileno en una serie titulada “En la región del salitre”, y han sido reproducidos como apéndice del texto Trabajos y antecedentes presentados al Supremo Gobierno de Chile por la Comisión Consultiva del Norte.

58 El Marítimo, Antofagasta, 4 de junio, 1904.

59 Sergio Grez, “Reglamentarios y Doctrinarios”, 103-105.

60 El Proletario, Tocopilla, 19 de mayo, 1904; la atribución al Partido Demócrata de la iniciativa en la formación de la comisión consultiva en La Voz del Obrero, Taltal, 27 de agosto, 1904.

61 El Proletario, Tocopilla, 15 de mayo, 1904.

62 La serie se inicia en la edición del 7 de julio de 1904, y concluye el 12 de noviembre del mismo año, cuando Recabarren ya había salido de prisión.

63 Jaime Massardo, La formación del imaginario político de Luis Emilio Recabarren, 102-110; Sergio Grez, Los anarquistas y el movimiento obrero, 169-174.

64 Ver, por ejemplo, Proceso oficial contra la Sociedad Mancomunal de Tocopilla, 31, y El Marítimo, Antofagasta, 12 de noviembre, 1904.

65 El Marítimo, Antofagasta, 20 de agosto, 1904.

66 Tierra y Libertad, Casablanca, 31 de julio, 1904, reproducido en Cruzat y Devés, Recabarren. Escritos de prensa, tomo i, 170-176.

67 Tierra y Libertad, Casablanca, segunda quincena de agosto, 1904, en Cruzat y Devés, Recabarren. Escritos de prensa, tomo i, 163-169.

68 Esta carta, que no fue reproducida en la antología de Cruzat y Devés, fue publicada en Tierra y Libertad de Casablanca, primera quincena de octubre de 1904, y la ha incluido Sergio Grez, junto con las dos cartas anteriores, entre los anexos documentales de Los anarquistas y el movimiento obrero, 293-323.

69 El Marítimo, Antofagasta, 10 y 17 de septiembre, 1904.

70 La Ley, Santiago, 24 de mayo, 1904.

71 El Trabajo, Tocopilla, 20 de octubre, 1904.

72 La serie aparece en El Trabajo, Tocopilla, entre los días 20 de octubre y 1 de diciembre de 1904.

73 El Eco Obrero, Concepción, 26 de noviembre y 3 de diciembre, 1904, en Cruzat y Devés, Recabarren. Escritos de prensa, tomo i, 189-190.

74 La Claridad del Día, La Unión, 27 de noviembre y 4 de diciembre, 1904, en Cruzat y Devés, Recabarren. Escritos de prensa, tomo i, 186-188.

75 Proceso oficial contra la Sociedad Mancomunal de Tocopilla, 88, nota 1.

76 El Proletario, Tocopilla, 19 de noviembre, 1904; El Trabajo, Tocopilla, 16 de febrero, 1905.

77 Con el nombre de “Impresiones de un viaje”, la gira por las salitreras es reporteada en cinco entregas publicadas en El Trabajo, entre el 26 de enero y el 23 de febrero de 1905.

78 La circular que publicita la aparición del folleto está reproducida en El Trabajo, Tocopilla, 23 de febrero, 1905.

79 Citado por José Miguel Varas, Los tenaces (Santiago: LOM Ediciones, 2011), 13.

80 El Trabajo, Tocopilla, 9 de marzo, 1905.

81 El Trabajo, Tocopilla, 9 de abril, 1905.

82 El Proletario, Tocopilla, 1, 4, 8, 11 y 15 de abril, 1905.

83 Jaime Massardo, La formación del imaginario político de Luis Emilio Recabarren, 108-110.

84 El Trabajo, Tocopilla, 30 de abril, 1905.

85 El Industrial, Antofagasta, 16 de septiembre, 1905.

86 El Proletario, Tocopilla, 17 de octubre a 5 de diciembre, 1905.

87 El Industrial, Antofagasta, 30 de octubre, 1905.

88 Sobre la huelga o motín de la carne, ver Gonzalo Izquierdo Fernández, “Octubre de 1905: un episodio en la historia social chilena”, Historia, núm. 13 (1976); Sergio Grez Toso, “Una mirada al movimiento popular desde dos asonadas callejeras (Santiago, 1888-1905)”, Cuadernos de Historia, núm. 19 (1999).

89 El Proletario, Tocopilla, 18 de noviembre, 1905.

90 El Proletario, Tocopilla, 21 de octubre, 1905.

91 Eduardo Devés, La visión de mundo del Movimiento Mancomunal en el norte salitrero: 1901-1907, (Santiago: CLACSO, 1981); Sergio Grez, Los anarquistas y el movimiento obrero, 100-102; Javier Mercado, “Caliche, pampa y puerto: Sociabilidad popular, identidad salitrera y movimiento social mancomunal en Antofagasta, 1900-1908”, tesis de licenciatura, Universidad de Chile, 2006, 104-111.

92 Ver Julio Pinto Vallejos, Desgarros y utopías en el norte salitrero, capítulo 2.

93 El Marítimo, Antofagasta, 25 de noviembre, 1905. Esta polémica ha sido resumida en Devés, La visión de mundo del Movimiento Mancomunal, 83-86.

94 El Marítimo, Antofagasta, 10 de marzo, 1906.

95 El Marítimo, Antofagasta, 20 de enero, 1906, citado en Javier Mercado, “Caliche, pampa y puerto”, 112. Sobre la huelga de 1906 en Antofagasta ver también Patricio Castillo Gallardo, “La huelga de 1906 en Antofagasta. Una manifestación social de crisis del Estado oligárquico”, tesis de licenciatura, Universidad de Chile, 1992.

96 La cifra más baja corresponde al parte oficial enviado por el jefe de la tropa apostada en la Plaza Colón, que también participó en el tiroteo, citado por Patricio Castillo, “La huelga de 1906 en Antofagasta”, 94; la más alta en Crisóstomo Pizarro, La huelga obrera en Chile, 1890-1970 (Santiago: SUR, 1986), 20. El informe enviado por el gerente general de la Compañía del Ferrocarril de Antofagasta a Bolivia al Foreign Office inglés, también citado por Patricio Castillo, habla de 20 muertos y 40 heridos.

97 Citado en Patricio Castillo, “La huelga de 1906 en Antofagasta”, 92. Este informe también es utilizado por Javier Mercado en su tesis “Caliche, pampa y puerto”

98 El Industrial, Antofagasta, 15 de febrero, 1906.

99 El Marítimo, Antofagasta, 17 de febrero, 1906.

100 Editorial de La Vanguardia, Antofagasta, 7 de febrero, 1906, reproducido en La Voz del Obrero, Taltal, 22 de febrero, 1906.

101 La Ley, Santiago, 17 de febrero, 1906; ver también El Trabajo, Iquique, 10 y 14 de febrero, 1906.

102 La Vanguardia, Antofagasta, 17 de febrero, 1906.

103 La Vanguardia, Antofagasta, 12 de enero, 1906.

104 La Vanguardia, Antofagasta, 15, 16, 17 y 22 de enero, 1906.

105 La Vanguardia, Antofagasta, 22 de febrero, 1906.

106 Sergio Grez, “Reglamentarios y doctrinarios”, 111 y 116.

107 La Ley, Santiago, 17 de abril, 1906.

108 La Ley, Santiago, 26 de abril, 1906.

109 La Vanguardia, Antofagasta, 12 de abril, 1906; La Ley, Santiago, 13 de abril y 27 de mayo, 1906.

110 Héctor de Petris Giesen, Historia del Partido Democrático (Santiago: Dirección General de Prisiones, 1942), 29-30.

111 Sergio Grez, “Reglamentarios y doctrinarios”, 127.

112 De Petris Giesen Historia del Partido Democrático, 31-33; La Ley, Santiago, 31 de mayo, 6, 7, 14 y 15 de junio, 1906. Sergio Grez, “Reglamentarios y doctrinarios”, 111-119.

113 Este debate se suscitó en la sesión de 5 de junio de 1906 de la Cámara de Diputados, transcrita en la edición del 6 de junio de 1906 de La Ley. La transcribe también, para demostrar que no fue allí donde se le excluyó de la Cámara, el propio Recabarren en su folleto “Mi juramento en la Cámara de Diputados en la sesión del 5 de junio de 1906” (Santiago: Imprenta New York, 1910).

114 Esta maniobra se desarrolló en las sesiones de 18 y 20 de junio de 1906, cuyas actas se transcriben en La Ley, Santiago, 19 y 21 de junio, 1906; la reclamación original de Daniel Espejo en La Ley, Santiago, 8 de abril, 1906.

115 Ambas editoriales están reproducidas en el folleto de Recabarren, “Mi juramento en la Cámara de Diputados”.

116 La Ley, Santiago, 21 de junio, 1906.

117 La Reforma, Santiago, 23 de junio, 1906.

118 Reproducido en El Industrial, Antofagasta, 13 de junio, 1906.

119 “El Manifiesto de los Malaquías”, en La Ley, Santiago, 14 de junio, 1906.

120 La Reforma, Santiago, 13 de noviembre, 1906. Es conveniente precisar que, según la legislación electoral de la época, un voto no correspondía exactamente a un votante. En los comicios parlamentarios, cada elector podía emitir tantas preferencias como cupos ostentaba su circunscripción, lo que naturalmente variaba según la población de cada una de ellas.

121 Recabarren, “Mi juramento en la Cámara de Diputados”.

122 La Reforma, Santiago, 11 y 18 de noviembre, 1906.

123 La sentencia y el dictamen del fiscal son reproducidos íntegramente por La Ley de Santiago en sus ediciones de 24, 25, 26 y 27 de octubre, 1906.

124 El discurso de Rocuant en La Ley, Santiago, 26 de octubre, 1906; la noticia sobre el asesinato del juez de Tocopilla en La Ley, Santiago, 24 de octubre, 1906.

125 Las dificultades económicas de La Reforma en la edición de 4 de noviembre, 1906; el artículo “Carne de presidio” en La Reforma, Santiago, 28 de septiembre, 1906.

126 En su folleto Ricos y pobres a través de un siglo de vida republicana, Santiago, 1910.

Luis Emilio Recabarren

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