Читать книгу Cómo leer el Apocalipsis - Justo L. Gonzalez - Страница 8

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CAPÍTULO I

El escenario: Apocalipsis 1:1-20

Título y bendición: Apocalipsis 1:1-3

1La revelación de Jesucristo, que Dios le dio para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto. La declaró enviándola por medio de su ángel a su siervo Juan, 2el cual ha dado testimonio de la palabra de Dios, del testimonio de Jesucristo y de todas las cosas que ha visto. 3Bienaventurado el que lee y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas, porque el tiempo está cerca.

Por extraño que nos parezca a los lectores modernos, los primeros dos versículos del Apocalipsis son en realidad el título del libro. En la antigüedad no se acostumbraba a ponerles títulos a los libros, sino que normalmente se le llamaba por sus primeras palabras, y en algunas ocasiones se empezaba resumiendo el tema del libro y su autor.

El tema del libro es «la revelación de Jesucristo». Puesto que en griego la palabra «revelación» es «apocalipsis», pronto se le dio al libro el título de su primera palabra. Resulta interesante que esa palabra no vuelve a aparecer en todo el libro. Pero ciertamente resumen su contenido, que se trata de una revelación.

Si leemos el pasaje con detenimiento veremos que Juan no dice que la revelación le haya sido dada a él, sino que Dios se la dio a Jesucristo «para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto». Esto bien puede referirse a la creciente tensión entre los cristianos y la sociedad circundante que pronto acabaría en persecución. Si lo entendemos en el sentido de que lo que sucederá «pronto» es el cumplimiento de todo el plan de Dios, tal pareciera que Juan se equivocaba. ¿Le resta esto autoridad? Si, como frecuentemente se piensa, Juan estaba ofreciendo un programa del fin del mundo y las cosas que ocurrirían en torno a él, bien parecería que se equivocó, pues hace casi 2000 años escribió estas palabras y el fin esperado no ha llegado. Si, por otra parte, el mensaje de Juan es esencialmente una invitación a confiar en Dios, en cuyas manos está el futuro y, sobre la base de esa confianza, a resistir toda tentación a la infidelidad y a aceptar los males de la sociedad, su mensaje sigue siendo válido, aun cuando todavía no haya llegado el fin que Juan prometió. El meollo del mensaje de Juan no es cuestión de fechas, sino del triunfo final de Dios sobre toda maldad.

En el versículo 2, que es todavía parte del título, Juan no nos habla de lo que hizo en el pasado antes de escribir este libro. Podemos dar por sentado que ya se le consideraba profeta antes de su exilio en Patmos. Pero al decir esto debemos recordar que originalmente un «profeta» no era necesariamente quien predecía el futuro, sino cualquier persona que hablara en nombre de Dios. Y lo que entonces se llamaba «profecía» era muy semejante a lo que hoy llamamos «predicación». En otras palabras, si Juan recibía el título de profeta esto no se debería a que anunciara el futuro, sino sencillamente a que la iglesia reconocía que Dios le empleaba para hablarle a ella. Nótese además que hay una especie de cadena en cuanto al modo en que la revelación le llega a Juan, pues es revelación de Dios dada a Jesucristo y luego enviada a Juan por medio de un ángel.

Viene entonces la primera de siete bendiciones que aparecen en el Apocalipsis (además de esta que aparece en 1:3, las otras seis pueden verse en 14:13; 16:15; 19:9; 20:6; 22:7; y 22:14). Esta primera bendición es doble, pues incluye por una parte al que lee y por otra a los que «oyen» y «guardan» lo que aquí se dice. Al bendecir al lector, Juan no se está refiriendo a quien, como nosotros hoy, lee el libro en su casa. El libro todo ha sido escrito para ser leído en voz alta en la congregación de la iglesia. Por tanto, quien en este contexto «lee» es quien lo hace en voz alta en medio de esa congregación. Y las otras personas a quienes el pasaje bendice son quienes le escuchan. Esto es importante, puesto que hay una diferencia entre leer en privado y leer dentro del contexto del culto y la vida de la iglesia. Al tiempo que el estudio de las Escrituras en privado es importante y valioso, esto no debe hacerse en desmedro de la lectura pública en medio de la congregación, puesto que la mayor parte de la Biblia –y ciertamente el Apocalipsis– fue escrita para ser leída a la comunidad de fe reunida para adorar. El Apocalipsis se dirige a esa comunidad como un todo, y por eso es que la mayoría de sus verbos referentes a los creyentes están en plural. En este caso, son quienes «oyen» y «guardan».

El saludo: Apocalipsis 1:4-8

4Juan, a las siete iglesias que están en Asia: Gracia y paz a vosotros de parte del que es y que era y que ha de venir, de los siete espíritus que están delante de su trono, 5y de Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de los muertos y el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos ama, nos ha lavado de nuestros pecados con su sangre 6y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre, a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén.

7He aquí que viene con las nubes:

Todo ojo lo verá, y los que lo traspasaron;

y todos los linajes de la tierra se lamentarán por causa de él.

Sí, amén.

8«Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin», dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso.

Estas líneas son típicas del modo en que comenzaban las cartas en la antigüedad. Hoy empezamos con la fecha, y siguen el nombre y dirección del destinatario, un saludo, el cuerpo de la carta, y por último el nombre y la firma de quien escribe. En tiempos del Nuevo Testamento el orden acostumbrado era muy diferente. Se empezaba diciendo primero quién escribía. Puesto que es probable que al leer este libro usted tenga abierta su Biblia al principio del Apocalipsis, retroceda un poco y notará que el libro que inmediatamente precede al Apocalipsis empieza con la palabra «Judas», el autor de esa epístola. Y el libro que antecede a Judas empieza identificando a su autor como «el anciano». Lo mismo veremos si estudiamos las demás epístolas del Nuevo Testamento, así como la carta que los discípulos reunidos en Jerusalén enviaron en Hechos 15:23.

En ese orden de las cartas de la antigüedad, tras el nombre del autor se mencionaban los destinatarios. Esto puede verse en los mismos ejemplos que acabamos de citar. En el caso del Apocalipsis, los destinatarios son «las siete iglesias que están en Asia». Puesto que el número siete se utiliza repetidamente en este libro, así como en toda la Biblia, para referirse a la perfección o plenitud de algo, bien puede pensarse que las «siete iglesias» no son solamente un modo de dirigirse a siete iglesias particulares, sino también a toda la iglesia. Sabemos que ya en esa época había otras iglesias en Asia, en ciudades cercanas tales como Colosas, Hierápolis y Troas. Pero también es importante recordar que en los próximos dos capítulos Juan se dirigirá específicamente a siete iglesias, enviándoles un mensaje a cada una de ellas. Luego, bien podemos decir que las siete iglesias son a la vez iglesias específicas y símbolo de todo el resto de la iglesia.

También vemos en el resto del Nuevo Testamento que normalmente tras mencionar al destinatario de una carta se le dan saludos, y que esos saludos van seguidos de una doxología. En este caso, la doxología tiene una extraña estructura trinitaria, puesto que Juan les desea a sus destinatarios gracia y paz (1) «de parte del que es y que era y que ha de venir» (2) «de los siete espíritus que están delante de su trono» y (3) «de Jesucristo, el testigo fiel…». La referencia a Dios como «el que es y que era y que ha de venir» parece haber sido relativamente común en círculos judíos, ya que aparece en alguna literatura hebrea de esos tiempos. Lo que sean «los siete espíritus» es más debatible. Posiblemente al emplear el número siete se está dando a entender que la referencia es a la plenitud del Espíritu. Por último, la tercera fuente de gracia y paz es Jesucristo (posiblemente desee usted comparar esto con el saludo típico Paulino, que normalmente les desea a sus destinatarios gracia y paz de Dios y de Jesucristo).

En todo caso, a esta doxología trinitaria le siguen primero un himno de alabanza (v. 7) y luego un mensaje procedente de Dios mismo (v. 8).

En tales doxologías el autor normalmente da algunos indicios de los temas principales de lo que ha de escribir. En este caso resulta importante notar que Juan les dice desde el principio mismo a sus autores que han venido a ser «reyes y sacerdotes para Dios». Esto es una referencia a Éxodo 19:6: «Vosotros me seréis un reino de sacerdotes y gente santa». Lo que es más, con estas palabras el autor da a entender que quienes escucharán sus palabras pertenecen no ya al Imperio Romano, sino que sirven más bien a Dios, y que ese Dios no es el emperador de Roma ni alguno de los diversos intereses de la sociedad circundante. Por eso es importante notar que en esta doxología es Dios quien tiene «gloria e imperio por los siglos de los siglos».

Tras esta fórmula trinitaria, la doxología pasa a un himno que se introduce con las palabras «He aquí». Juan está a punto de contar sus visiones. Pero al mismo tiempo está invitando a sus lectores a mirar ellos también de tal manera que ellos, como él, puedan ver el venidero triunfo de Jesús y su juicio sobre «todos los linajes de la tierra». Por último, esta doxología introductoria termina con unas palabras que vienen de Dios mismo, quien es «el que es y que era y que ha de venir, como ya se dijo en 1:4, y es además «el Todopoderoso». Este último título era el modo en que las traducciones de la Biblia hebrea al griego traducían el título de «Señor de los ejércitos».

Lo que Dios declara es «Yo soy el Alfa y la Omega». Puesto que estas son la primera y última letras del alfabeto griego, sería como decir hoy «yo soy de la A y la Z». La misma expresión aparece otra vez en 21:6 y 22:13. En este caso, esta palabra final de Dios cierra la doxología que precede al cuerpo del libro mismo.

En breve, el Apocalipsis empieza en forma de carta, y es en verdad una carta dirigida a las «siete iglesias» de Asia. También resulta notable que el libro termina también como terminaría una carta, en 22:21. Luego, aunque que el libro contiene una serie de visiones e himnos, así como siete cartas breves, dirigidas cada una a una de las siete iglesias de Asia, el apocalipsis en su totalidad toma la forma de una epístola más amplia, semejante a las de Pablo.

En esta carta, Juan deja claro que la visión que ha tenido no es para él solo, sino también para quienes han de escuchar sus palabras en las siete iglesias y, por extensión, también para nosotros hoy. Por tanto, pasemos a considerar no solamente lo que él «ha visto» (v. 2), sino también lo que nos está invitando a ver con su frase «he aquí» (v. 7).

La gran visión: Apocalipsis 1:9-20

Al igual que varios de los antiguos profetas, el libro que Juan escribe comienza con una gran visión que marca la pauta para toda la obra. Y, también al estilo de aquellos profetas, Juan empieza contando las circunstancias de su visión (cf. por ejemplo Is 6:1 y Ez 1:1-3).

La situación (1:9-11)

9Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la perseverancia de Jesucristo, estaba en la isla llamada Patmos, por causa de la palabra de Dios y del testimonio de Jesucristo. 10Estando yo en el Espíritu en el día del Señor oí detrás de mí una gran voz, como de trompeta, 11que decía: «Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último. Escribe en un libro lo que ves y envíalo a las siete iglesias que están en Asia: a Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea».

Juan se identifica a sí mismo, no sobre la base de un título o autoridad, sino más bien sobre la base de solidaridad con sus lectores. Es su hermano y comparte con ellos «en la tribulación, en el reino y en la perseverancia». Lo que aquí se traduce como «tribulación» también puede entenderse como «persecución». Luego, no está del todo claro si se refiere a que hubiera ya una política general de perseguir a los cristianos, si se trata solamente de una política que se seguía en la provincia de Asia, o si era sencillamente el sufrimiento de todo grupo marginado en la sociedad. En todo caso, no cabe duda de que se trataba de tiempos difíciles para los cristianos.

Es notable el hecho de que junto a la tribulación Juan mencione el reino y la perseverancia. Para la población en general, el reino le pertenecía a Domiciano, y consistía en un orden político en el que Juan y sus lectores no tenían gran importancia. Pero Juan les dice que comparte no solamente la tribulación, sino también el reino (recordemos que en 1:6 Juan ya ha declarado que Cristo les ha hecho «reyes y sacerdotes»). Este reino, al tiempo que ya está presente, está todavía escondido bajo circunstancias de persecución o sufrimiento. Por lo tanto, los creyentes que viven en la tensión entre el sufrimiento y el reino han de responder mediante la perseverancia, hasta que los propósitos de Dios se cumplan. Esto constituye un recordatorio por parte de Juan, no solamente para sus lectores de entonces, sino también para los de hoy, quienes vivimos a partir de la visión gloriosa del reino, pero al mismo tiempo en medio de los sufrimientos y la injusticia del orden presente.

Juan se encontraba en la pequeña y escasamente poblada isla de Patmos «por causa de la palabra de Dios y del testimonio de Jesucristo». No dice exactamente que se tratara de un exilio, pues las palabras del texto pueden interpretarse en el sentido de que había ido a esa isla a predicar. Por otra parte, sería difícil entender por qué Juan, que vivía en una de las provincias más pobladas de todo el Imperio, se puede haber sentido impelido a predicar en Patmos más bien que en algunas de las otras ciudades principales de la región. Además, no hay noticia alguna de una iglesia en Patmos ni en tiempos de Juan ni poco después de él. Por lo tanto, la interpretación más tradicional, que Juan estaba en Patmos como exiliado, parece muy probable.

La afirmación de que estaba «en el Espíritu» quiere decir que estaba en comunión extática con Dios y que por tanto estaba listo para la visión que estaba a punto de venir. La referencia al «día del Señor» fue bastante común en la iglesia antigua como un modo de nombrar el primer día de la semana, día de la resurrección del Señor. Era en ese día que la iglesia se reunía para compartir el pan de la comunión. Luego, no es sorprendente el que tanto de lo que Juan dice se relacione estrechamente con el culto. Puesto que no podía estar presente adorando junto a sus amadas iglesias, tiene una visión que le lleva más allá de la tribulación presente al reino y a su culto celestial. El que le llegara «una gran voz, como de trompeta» se entiende en este contexto, pues a través de todo el Antiguo Testamento la trompeta significa la presencia de Dios en el culto (cf., por ejemplo, Lv 23:24: «Una conmemoración al son de trompetas y una santa convocación»).

Lo que la voz dice marca la pauta para todo el resto del libro: Juan ha de escribir lo que ve y mandárselo «a las siete iglesias que están en Asia», en las ciudades que se mencionan a continuación (sobre estas siete iglesias, tanto colectiva como individualmente, véase el comentario sobre 2:1–3:22).

La visión (1:12-20)

12Me volví para ver la voz que hablaba conmigo. Y vuelto, vi siete candelabros de oro, 13y en medio de los siete candelabros a uno semejante al Hijo del hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y tenía el pecho ceñido con un cinto de oro. 14Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos, como llama de fuego. 15Sus pies eran semejantes al bronce pulido, refulgente como en un horno, y su voz como el estruendo de muchas aguas. 16En su diestra tenía siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos y su rostro era como el sol cuando resplandece con toda su fuerza.

17Cuando lo vi, caí a sus pies como muerto. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: «No temas. Yo soy el primero y el último, 18el que vive. Estuve muerto, pero vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades. 19Escribe, pues, las cosas que has visto, las que son y las que han de ser después de estas. 20Respecto al misterio de las siete estrellas que has visto en mi diestra, y de los siete candelabros de oro: las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candelabros que has visto son las siete iglesias.

Todo este pasaje nos recuerda a Daniel 7:13-14 y 10:5-10 (textos que sería bueno leer ahora como trasfondo a lo que Juan dice). Los siete candelabros, como se le explica a Juan al final de la visión, simbolizan las siete iglesias a las que debe escribir. El hecho de que quien es «semejante al Hijo del hombre» está «en medio de los siete candelabros» quiere decir que el Cristo celestial no es un dueño ausente, sino que está presente entre las iglesias.

La descripción de aquel que ve Juan es majestuosa y sigue el patrón de Daniel 10. Este ser «semejante al Hijo del hombre», lleva las vestimentas típicas de un sumo sacerdote o de alguna persona de gran autoridad. Su cabellera blanca y sus ojos «como llama de fuego» son señales tanto de su gran edad como de su perenne fuerza y autoridad. Sus pies están hechos de una aleación de metal que la RVR traduce como semejante al «bronce pulido». Probablemente esto se refiera a una aleación de alto valor que existía entonces, y que se producía particularmente en Tiatira. Como en Daniel, donde la voz se compara con «el estruendo de una multitud», aquí se compara con «el estruendo de muchas aguas».

Las siete estrellas que este personaje tenía en su diestra son «los ángeles de las siete iglesias», como se le explicará al propio Juan. Se ha discutido mucho acerca de lo que puedan significar estos ángeles (cf. el comentario sobre 2:1). En todo caso, no cabe duda de que al menos esto quiere decir que este personaje tiene las siete iglesias en la mano y por tanto cuida de ellas y tiene poder sobre ellas. La «espada aguda de dos filos» que sale de su boca es una manera bastante común de referirse a la Palabra de Dios, dando a entender que con esa arma basta. Por último, el rostro «como el sol cuando resplandece con toda su fuerza» es la referencia a la gloria divina, que nadie puede ver y, sin embargo, seguir viviendo (Ex 33:20).

No ha de sorprendernos por tanto que Juan caiga «a sus pies como muerto» ante la majestad de esta visión. ¡Lo que sí es sorprendente es que esta figura majestuosa –quien no es sino Cristo en toda su gloria– se incline a tocarle y le diga «no temas»!

Hay dos puntos importantes que es necesario recalcar en esta visión, puesto que nos dicen algo acerca del mensaje de Juan y de su teología. En primer lugar, se trata de una visión de Cristo, como el propio Cristo inmediatamente explicará: «Estuve muerto, pero vivo por los siglos de los siglos». Pero este Cristo al mismo tiempo se presenta como «el Todopoderoso, el Anciano de Días quien tiene poder sobre la muerte y el Hades». A través de todo este libro, Juan subraya el poder majestuoso de Jesús, el Cristo, el Cordero que fue inmolado, y se refiere a tal poder en términos que son claramente divinos.

En segundo lugar, debe notarse que el mensaje es ante todo de buenas nuevas. Frecuentemente nos inclinamos a pensar en el Todopoderoso en términos de tal majestad que parece haber un abismo entre este Ser Supremo y nosotros. En respuesta a esto, hay quien se inclina a pensar de Dios en términos menos sobrecogedores para así sentirse más cómodo ante la presencia divina. Pero aquí Juan nos presenta por una parte una visión excelsa de la majestad y el poder de Cristo, un Cristo de tal fulgor que «su rostro era como el sol cuando resplandece con toda su fuerza». Pero por otra parte este poderoso Cristo se digna tocar a Juan y decirle «no temas». Para Juan, exiliado en Patmos, y para sus primeros lectores, quienes sufrían en medio de una sociedad hostil, esto sería ciertamente buenas nuevas. Y lo mismo debía ser para nosotros, puesto que ¡esto es la esencia del Evangelio!

Cómo leer el Apocalipsis

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