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Introducción

El contexto de nuestra problemática

Vivimos en un mundo que ha creado una capacidad excepcional de producción de riquezas. Pero este aumento de la producción se ha dado como resultado de un creciente empobrecimiento relativo global y a expensas de un desequilibrio ecológico que resulta peligroso por su irreversibilidad. En tal sentido, los informes en torno a la situación social en el mundo realizados por la Organización de las Naciones Unidas1 destacan que, pese al considerable crecimiento económico de muchas regiones, es alarmante el aumento de la desigualdad tanto dentro como entre los países. Las consecuencias negativas de este proceso no sólo repercuten en el ámbito del desempleo, la precariedad laboral y los salarios, sino que además desencadenan migraciones e inestabilidad social a nivel mundial.2 Por otra parte, el crecimiento desigual en el mundo deja como consecuencia un deterioro ecológico cuyo avance es crecientemente alarmante, tal como lo demuestran el calentamiento global, la pérdida de especies naturales y la deforestación de las reservas verdes (como la del Amazonas), entre otros fenómenos.

Las reservas de agua existentes empiezan a ser invadidas por la contaminación y la sobreexplotación de los mantos acuíferos. Como explica Esteban Castro,3 sólo 2.5% (cerca de 35 millones de km3) del volumen del agua total en la Tierra (estimado en alrededor de 1 400 millones de km3) es dulce. De esta agua, la porción utilizable para consumo humano es menos del uno por ciento y el consumo global de agua se ha estado duplicando cada 20 años, lo que representa más del doble de la tasa de crecimiento poblacional. Por otra parte, la situación de deterioro y la consecuente escasez del recurso se agrava en muchos países en desarrollo, donde se espera el mayor incremento en la demanda debido a la incorporación de patrones de «modernidad», con aumento considerable de consumo de agua y donde la erosión, la contaminación y el agotamiento de los recursos hídricos están reduciendo la disponibilidad de agua dulce.4 A pesar de que hay en promedio suficiente agua para todos los seres humanos sobre la Tierra, 1 100 millones de individuos (lo que equivale a 17% de la población mundial) no tienen acceso a agua potable. El dato adquiere mayor relevancia cuando se sabe que estos porcentajes no reflejan la circunstancia de que —fuera del mundo desarrollado— la calidad del agua empleada para beber es a menudo inadecuada. El manejo de las aguas residuales, la contaminación de las fuentes de agua y la provisión de servicios básicos de saneamiento constituyen aún uno de los retos más importantes a escala mundial. Gran proporción de los riesgos y amenazas a la salud humana relacionados con el agua están ligados y/o causados por la forma en que se manejan y desarrollan los recursos hídricos. Se estima que 2 400 millones de individuos (40% de la población mundial) carecen de servicios de saneamiento básico,5 y que más de 5 millones de personas mueren cada año por infecciones prevenibles relacionadas con el agua.6 Se calcula que entre un cuarto y un tercio de la tasa de mortalidad humana es directamente atribuible a factores de riesgo ambiental, y de éstos los relacionados con el agua ocupan un lugar predominante.7

Ante tan alarmante situación y como mecanismo para enfrentar las consecuencias perversas del crecimiento económico desigual no sustentable, que ha tenido lugar en las últimas décadas, diferentes organismos internacionales así como distintos estados-nación se han comprometido al cumplimiento de diversas metas y tratados que tienen por objetivo eliminar las diferentes problemáticas que preocupan en la actualidad a las sociedades: la distribución inequitativa de la riqueza social global, el desequilibrio de los ecosistemas y el deterioro medioambiental.8 A pesar de los compromisos, la tendencia actual dominante indica la imposibilidad de los gobiernos para alcanzar dichas metas debido a los costos que implica la ejecución de políticas públicas adecuadas.9 De igual modo, en el nivel de los territorios de los diferentes estados-nación, y en la medida en que el agua es un recurso vital, las respectivas administraciones y gobiernos se muestran cada vez más imposibilitados de abastecer agua en cantidad y calidad suficientes a la población que aún carece de ella.

La conjugación de los efectos del desenvolvimiento de la actual forma de producción dominante en nuestro mundo, el aumento de la desigualdad social, el deterioro medioambiental, en especial el deterioro del ciclo reproductivo del agua apta para consumo humano, unidos a la tendencia hacia una imposibilidad de los estados-nación de ejercer una política eficiente que contrarreste estas secuelas del crecimiento económico, trae como consecuencia transformaciones en las formas de observación y conciencia de los conflictos, y de los mecanismos de expresión de los mismos. Por lo que la creciente heterogeneidad de las luchas sociales en todos los territorios, genera como resultado una situación conflictiva altamente inquietante.

En México observamos la emergencia de una problemática cuyas dimensiones comienzan a articularse de manera similar. En primer lugar, la desigualdad en la distribución de los recursos genera pobreza y exclusión, además de una problemática social muy compleja y aguda. Para 2008, 44% de la población en México (casi 50 millones de personas) vivía en la pobreza, y una quinta parte, en pobreza extrema; mientras que para el año 2014 ya eran 55.3 millones de mexicanos bajo la línea de pobreza lo que representa el 46.2 % del total nacional. De estos pobres extremos una cuarta parte reside alrededor de las áreas urbanas del centro del país.10 Por otra parte, la pobreza en la década de 1990 a 2000 no sólo aumentó cuantitativamente debido al crecimiento poblacional, sino que los pobres son ahora más pobres que al inicio de la década, y eso vale tanto para los habitantes de zonas rurales como para quienes viven en las ciudades. Por lo anterior, estamos ante un fenómeno de características estructurales basado fundamentalmente en la pauperización y la exclusión creciente de determinados sectores sociales.

La pobreza no sólo es una cuestión estructural, constituye además la expresión de una configuración de relaciones de poder desequilibrantes en la construcción de la riqueza social. A este fenómeno de la desigualdad, que produce pobreza y exclusión social, se superpone otro que comienza a tener visos cada vez más fuertes en relación con posibles futuras catástrofes para los habitantes de determinadas regiones. El deterioro ambiental en México constituye un nuevo síntoma de degradación que el sistema de producción dominante ha generado. «De continuar con la tala ilegal de árboles, con la contaminación de aguas y el inadecuado manejo de residuos peligrosos, en menos de 30 años el país presentará problemas catastróficos en materia de medio ambiente, advirtió la Organización de las Naciones Unidas (ONU).»11 De igual manera, el informe sobre medioambiente en México realizado en 2004 advierte que la disponibilidad de agua dulce está siendo mermada constantemente pues los acuíferos están sometidos a una gran presión, sobre todo en las zonas áridas del país, donde el balance hídrico es negativo y se está agotando el recurso. Esto se ve agravado por la reducción de los volúmenes de infiltración, fenómeno que es resultado de la pérdida de zonas de recarga, de la deforestación y de los cambios de uso del suelo. Además, regiones del país han aumentado la presión sobre sus acuíferos como resultado de su crecimiento económico y demográfico. Por ejemplo, en la región del Pacífico Norte, en las cuencas centrales del norte y en la región Lerma-Santiago-Pacífico, entre 1998 y 2000, el uso de agua subterránea aumentó en 11.5%, 57.6% y 12.4%, respectivamente.12

Se estima que en 2000 se extrajeron de los ríos, lagos y acuíferos del país 72 km3 de agua para los principales usos consuntivos (Figura 1). Este volumen representa 15% de la disponibilidad natural media nacional (escurrimiento superficial virgen y recarga de acuíferos) y, de acuerdo con la clasificación de la ONU, el recurso del país se considera que está sujeto a presión moderada. Sin embargo en las zonas centro, norte y noroeste este indicador alcanza un valor de 44%, lo que hace del agua un elemento sujeto a alta presión y limitante del desarrollo.13

Por otra parte, los problemas que enfrenta México en el sector tienen que ver con el hecho de que 50% del agua subterránea que se utiliza proviene de acuíferos sobreexplotados al mismo tiempo que los mantos superficiales se hallan contaminados.14

FIGURA 1. EXTRACCIONES BRUTAS DE AGUA EN MÉXICO DURANTE 2000, PARA LOS PRINCIPALES USOS


Fuente: Programa Nacional Hidráulico, 2001-2006. Semarnat, 2001.

Debe añadirse que las condiciones climáticas, las precipitaciones y las aguas subterráneas se distribuyen de manera diferente a lo largo del territorio mexicano, como también lo hacen las actividades productivas en las diferentes regiones del país y sin tener en cuenta los recursos de agua. Lo paradójico del caso mexicano es que las actividades productivas —y, por tanto, el desarrollo— se encuentran distribuidas de manera inversa respecto a la distribución del recurso agua. Así, en el noroeste, norte y centro del país, donde hay escasez relativa de agua, vive 77% de la población y se genera 86% del Producto Interno Bruto (PIB); mientras que donde se da la mayor disponibilidad de agua habita sólo 23% de la población y se genera 14% del PIB nacional. Además, sólo 11% del agua se ubica por encima de los 1 500 metros sobre el nivel del mar, donde habita 54% de la población. Igualmente paradójica es la distribución de cobertura de agua potable, pues en las regiones con mayor abundancia de recursos se cuenta con la menor cobertura de agua potable a nivel domiciliario.15

Finalmente, si dividimos el país en tres grandes regiones podemos observar cómo en las regiones norte y centro, que tienen el mayor porcentaje de agua dentro del domicilio (90% y 88%, respectivamente), se encuentra el mayor número de conflictos registrados en torno al agua (Figura 2). A pesar de la posibilidad de un subregistro de los conflictos en el interior del país, debido a las fuentes utilizadas, consideramos que es importante tomar en cuenta que esto podría señalar la posibilidad de una tercera paradoja: la escasez hídrica por sí misma no genera conflictos, lo que nos coloca en el centro de atención del presente estudio.

FIGURA 2. REGIONES DE MÉXICO SEGÚN DISTINTOS INDICADORES


Fuentes:

* INEGI, Censo de Población y Vivienda, 2000.

** CNA, Organismo de Meteorología.

*** Base de datos hemerográficos.

Pensamos entonces que en el territorio mexicano se ha dado y se da una lucha permanente por la distribución y el acceso al agua. Por tanto, su distribución territorial, así como sus formas y el contenido, dependen de las modalidades que ha adoptado la política en torno al recurso. Hasta la década de 1980 el tema del agua y su conflictividad estaba subsumido, por un lado, en la problemática del acceso a la tierra16 y, por otro, a los mecanismos clientelares específicos que garantizaban el acceso al agua urbana.17 Sin embargo, cuando comienza a romperse la alianza que había sostenido históricamente al PRI como partido hegemónico en el poder, comienza también la etapa en que se produce la emergencia de una problemática aparentemente novedosa: la escasez y la necesidad de valorización del agua, lo que repercute en una transformación de los conflictos.

La alianza de quienes tomaron la conducción de la política de Estado con los diferentes sectores de la sociedad, entre ellos el campesinado —construida a partir de la derrota del zapatismo y durante el periodo posrevolucionario—, había sostenido un «proyecto nacional» que se resquebrajó definitivamente tras la modificación realizada al artículo 27 de la Constitución en 1992. Esta medida puso fin, entre otras cosas, al reparto agrario a la vez que dio inicio a la creación de un mercado de tierras y de agua. Esta transformación continuó a lo largo de las décadas siguientes hasta la actualidad, profundizándose con la descentralización y desconcentración de las funciones del gobierno y la apertura a la participación privada.18 Así es como, a partir de estos cambios estructurales, comienzan a hacerse observables determinados rasgos problemáticos en relación con el agua que hasta entonces se hallaban inobservados. De la mano del tema de la escasez de agua como asunto prioritario en esta nueva etapa, aparece la relevancia de lo ecológico. Y, como consecuencia de esta emergencia, la valorización económica del agua resulta —en apariencia lógica— el mecanismo más eficiente para paliar la crisis histórica de déficit de inversión en infraestructura, tanto para reparar la existente como para ampliar la red y dotar así de cobertura a más población.19 Esta inversión—como quedó ampliamente demostrado— difícilmente puede realizarse con la intervención de las empresas privadas20 o a través del pago de la tarifa del agua, como parecieran impulsar las políticas de turno.21

Desde nuestra perspectiva, la escasez del agua constituiría, en realidad, una construcción social resultante de un sistema económico que establece políticas sociales cuyo desenvolvimiento instala la inequidad y la exclusión social. Por este motivo presumimos hipotéticamente, y lo intentaremos mostrar en este trabajo, que el aumento en la intensidad y relevancia de los conflictos que se han venido produciendo en torno al agua no es producto del orden de la naturaleza y la consecuente «escasez hídrica», sino que se debe al desenvolvimiento del orden social y a las determinaciones político-institucionales que establecen relaciones desequilibrantes tanto con el orden natural como con el social. Para abordar, en toda su complejidad, las implicaciones de esta hipótesis se requiere de un emprendimiento interdisciplinario que permita conocer las características desequilibrantes en los distintos sistemas a lo largo del periodo. El presente estudio intenta abordar una dimensión del problema, la vinculada a las acciones de lucha por el acceso al agua y la consiguiente construcción de la fuerza y la identidad social de quienes las emprenden.

La interacción entre la aplicación de medidas institucionales en función de las determinaciones del orden social, por una parte, y las acciones de quienes luchan por el acceso a los recursos, por la otra, produce —en el largo plazo— la construcción de un territorio político del agua en el que se da una disputa creciente en todos los niveles y se construye la posibilidad de un ejercicio de toma de conocimiento en diversos sectores de la sociedad, que se expresa en el modo en que se realizan las luchas sociales.

Considero necesario entender qué es lo original que se está gestando en torno a la problemática del agua, desde qué perspectiva se asume la lucha y la construcción de oportunidades para mejorar las condiciones de vida y, de esta manera, comenzar a construir un conocimiento que permita comprender: ¿qué tipos de luchas en función del agua se están llevando a cabo en México?, ¿por qué motivos determinados individuos comienzan una lucha social utilizando la acción directa como mecanismo de confrontación? Y, sobre todo, algo que trasciende a este trabajo pero que forma parte de las preguntas fundamentales de quien realiza este trabajo: ¿cuáles son las identidades sociales portadoras de una fuerza moral y material capaz de contribuir a una transformación más humana del orden social existente?

Los principales presupuestos conceptuales y metodológicos

El presente estudio forma parte de un conjunto de investigaciones realizadas a partir de diferentes avances en distintos momentos históricos, por distintos grupos de investigación.22 Los objetivos principales son dos. Por un lado, indagar las transformaciones en las luchas por el agua en México a partir del análisis de las bases de datos. Por otro, desarrollar algunas dimensiones analíticas a fin de observar las acciones contenciosas a partir de la teoría de la lucha de clases.23

En este sentido, tal como ha sido planteado hasta ahora, el presente trabajo retoma un problema clásico de la tradición investigativa en sociología: las luchas sociales acotadas a un ámbito específico, en este caso las luchas por el agua. En consecuencia, nos interesa retomar el conocimiento preexistente acerca del tema de las luchas sociales para luego aplicarlas a nuestras «luchas por el agua».

Al referirnos a «luchas sociales», en realidad estamos haciendo referencia a la lucha de clases como operador estructurante de nuestro análisis. Quien inaugura este campo de conocimiento es Karl Marx. En sus diversos escritos sobre el capital Marx demostró, por un lado, que el desenvolvimiento de la forma de producción capitalista genera una contradicción y que esta contradicción da lugar a formas de lucha social. Por otro, advirtió de la falacia de la «lucha de todos contra todos»24 y mostró que, en realidad, la construcción social se da en función de confrontaciones que están alineadas/configuradas no en la anomia de todos contra todos, sino en función de un ordenamiento que tiene que ver con la identidad de clase de quienes realizan la acción.25

Esta temática de las luchas ha constituido una preocupación de los teóricos de las ciencias sociales y de la sociología en particular. En un primer momento, como forma de desentrañar la construcción social de las luchas y, en un segundo momento, como mecanismo para comprender el carácter cultural e identitario de los actores que las asumían. El campo de las luchas sociales se interroga de este modo acerca del porqué de las luchas y de quiénes luchan, y apunta a los factores sociales y subjetivos que hay que tener en cuenta para su análisis, lo que constituye, en definitiva, el ámbito de la diversidad de dimensiones que componen lo social, y que es necesario captar para comprender el origen y el desenvolvimiento de las luchas sociales.

Consideramos que la identidad de clase, o identidad social, se construye en la acción. Es por y a partir de ésta que se constituye en una forma de representación social que puede dar lugar a una lucha social. De esta manera, indagar la identidad que construye una lucha social desde esta perspectiva constituye un ámbito de conocimiento sugerente que permite estudiar los conflictos sociales; en este caso, los surgidos a partir del agua.

Además, hemos sido advertidos de que para conocer esta identidad en lucha debemos tener presente los mecanismos que favorecen la configuración y la consolidación de un principio de realidad dominante, así como la posibilidad de transformación de estas formas de concebir el orden social. Es decir, debemos preguntarnos cuáles son los factores sociales que promueven la lucha y cómo éstos se correlacionan con los factores que favorecen la reestructuración y la superación de las diversas concepciones del orden social, por formas epistémicas menos periféricas.26 Asumimos que una reestructuración epistémica posibilita la observación de los desequilibrios producidos socialmente, a partir de lo cual se abriría la posibilidad de una lucha social como mecanismo reequilibrante.

En otros términos, la determinación de lucha de un sector de la sociedad se expresa y realiza a partir de acciones de confrontación social, de modo que la lucha social no puede ser escindida del análisis de la identidad social de clase. Ésta se sitúa en el plano de la acción, del desenvolvimiento de la práctica social de los sujetos y en los modos culturales de autoconocimiento de su propia situación de vida —las formas de obrar y de pensar. Así se expresa su existencia como clase social.

Lo anterior implica, en definitiva, otorgar al ámbito superestructural —es decir, a las concepciones del mundo las predicaciones sobre la realidad, las tomas de conocimiento de lo real—, una relativa autonomía en su estructuración y funcionamiento respecto del ámbito económico-productivo. Lo anterior conduce a formular el problema de cómo se articulan ambas esferas: la superestructura con la infraestructura. En este sentido, dicho problema obliga a quien estudia el fenómeno a desentrañar, en primer lugar, el modo histórico concreto en que cada situación particular presenta un obstáculo en lo social —contribuyendo a un avance en el conocimiento de la realidad que lo produce. En segundo lugar, lleva a entender cómo este avance de conocimiento puede dar lugar a modos de acción con diversos grados de conciencia, es decir, mediante diversas formas de lucha. En tercer lugar, permite comprender qué significa conocer el carácter de clase social de quienes participan en un proceso de confrontación social. Sólo el estudio de la lucha entre fuerzas sociales permite desentrañar el carácter de clase de los componentes.27 Lo anterior implica abandonar todo intento por explicar el conflicto desde una perspectiva que presupone la estructura de clases, la organización funcional de la sociedad o cualquier esquematización que subordina la acción y la experiencia como detonante de los procesos de abstracción y significación.

Con base en los presupuestos anteriores diseñamos, a partir del registro sistemático de acciones, un «recorte de la realidad» de la confrontación por el acceso al agua en México en las últimas dos décadas. Para ello construimos tres bases de datos hemerográficos en tres cortes temporales: 1990, 2000 y 2010. Para cada corte registramos las acciones de lucha en torno al agua y, a partir de dicha información, pusimos en correspondencia los atributos de las acciones de lucha así como la identidad social de quienes las produjeron y su direccionalidad, con el objetivo inicial de avanzar en la identificación de las fuerzas sociales que se constituyeron en aquellos conflictos.

Para construir la unidad de registro de las bases de datos partí del supuesto de que lo social sólo se puede observar a partir de la acción. Por tanto, para comprender la lucha social es necesario observarla a través de las acciones de lucha, esto es, de las diferentes confrontaciones que se producen en la sociedad. Como señala Juan Carlos Marín en relación con la producción de fuerzas sociales:

Si esta problemática teórica fuera desarrollada, observaríamos que el proceso de expropiación del poder material de los cuerpos nos remitiría a ámbitos distintos de confrontación: al proceso de construcción de esos cuerpos, a su anatomía política; […] ¿cuál sería el eslabón para articular esa teoría rigurosa? La confrontación.28

Así pues, la confrontación es la acción constitutiva de lo social. He recurrido a herramientas teóricas pertenecientes a tres tradiciones intelectuales distintas: la teoría de la guerra de Clausewitz, la teoría de la lucha social de Weber y la epistemología genética de Piaget. Las tres consideran a la acción como punto de partida para sus investigaciones y reflexiones.

Para Clausewitz la comprensión de un todo político y social —como la guerra—29 comienza con la identificación de la unidad sustantiva de que se compone:

No vamos a comenzar con una definición pedante y defectuosa de la guerra, sino que nos limitaremos a su esencia, el duelo. La guerra no es otra cosa que un duelo en una escala más amplia. Si concibiéramos a un mismo tiempo los innumerables duelos aislados que la forman, podríamos representárnosla bajo la forma de dos luchadores; su propósito inmediato es derribar al adversario e incapacitarlo de ese modo para ofrecer mayor resistencia. La guerra es, en consecuencia, un acto de violencia para imponer nuestra voluntad al adversario.30

Si se deja de lado la apelación a la voluntad individual, lo central en el planteamiento del famoso estratega militar prusiano radica en haber identificado el átomo de la guerra, la unidad de sentido de toda confrontación, como constituida por dos partes con propósitos encontrados. Así, para analizar la guerra, Clausewitz redujo un proceso social de gran envergadura a su expresión mínima básica; tal como Marx hizo con la identificación del intercambio de mercancías entre dos vendedores, en tanto que unidad de análisis para estudiar el desenvolvimiento histórico del capital. La comparación de estas dos unidades de sentido resulta útil para comprender la centralidad de la acción en los procesos sociales.31

Con un sentido similar, Max Weber definió una relación social de lucha

cuando la acción se orienta por el propósito de imponer la propia voluntad contra la resistencia de la otra u otras partes. Se denominan «pacíficos» aquellos medios de lucha en donde no hay una violencia física efectiva. La lucha «pacífica» llámase «competencia» cuando se trata de la adquisición formalmente pacífica de un poder de disposición propio sobre probabilidades deseadas también por otros. Hay competencia regulada en la medida en que esté orientada, en sus fines y medios, por un orden determinado.32

Lo anterior permite profundizar en las condiciones desencadenantes del proceso; el duelo sólo comienza con el acto de defensa. La guerra surge siempre con el momento de defensa y tiene como objeto directo el combate,

ya que la acción de detener el golpe y el combate son, evidentemente, una misma cosa. Detener el golpe es una acción dirigida por entero contra el ataque y, por lo tanto, lo presupone necesariamente; pero el ataque no está dirigido contra la acción de detener el golpe, sino hacia otra cosa: la posesión de algo y, en consecuencia, no presupone a la primera.33

De esta manera, el territorio pleno de la guerra comienza realmente en la defensa, pero en el carácter estratégico de ésta, no en su carácter puramente táctico de estímulo y respuesta. Por tanto, la sugerencia consiste en captar el inicio del duelo, porque este inicio sólo es inteligible en el momento de la resistencia: si hay resistencia hay guerra.

Es así como, tanto Weber como Clausewitz, elaboran su concepto de relación social de lucha en el sentido de que hay una determinación, de parte de un individuo, de oponer resistencia (desobediencia) 34 al intento que tiene el otro de imponer su propia voluntad. A través de este mecanismo, los contrincantes se convierten en «adversarios». Aquí tenemos el observable de una relación de lucha. Podemos decir que comienza con el encuentro de dos voluntades con direcciones opuestas; tal encuentro se observa en la «acción de lucha».

Por su parte, la acción de lucha encierra un atributo epistémico que permite el pasaje de un menor a un mayor conocimiento de la realidad en que se lucha y de la conciencia de quienes llevan a cabo la acción. Según Piaget, el conocimiento no surge espontáneamente del funcionamiento psíquico de los sujetos. No es un atributo innato del ser humano, surgido a partir de categorías a priori; tampoco es producto de una «iluminación» subjetiva cuya fuente radica en condiciones psicológicas primarias como la percepción, la sensación o la razón; es la resultante de una construcción compleja en la que intervienen factores de orden biológico, psicológico e histórico-social. En tal sentido, se postula que la génesis de todo conocimiento se instala en la acción como su punto de partida, ésa es su condición necesaria aunque no suficiente. Todo conocimiento se funda o comienza en la acción; pero la realización de la acción no implica, inmediatamente, conocimiento de la misma. La acción y su conceptualización son dos actos diferentes.35

Uno de los dos principales resultados de nuestras investigaciones, junto al análisis de la toma de conciencia como tal, es el de demostrarnos que la acción constituye, por sí sola, un saber, autónomo y de un porvenir ya considerable, porque si sólo se trata de un «saber hacer» y no de un conocimiento consciente en el sentido de una comprensión conceptualizada, constituye, sin embargo, la fuente de ésta última, dado que la toma de conciencia se halla, en casi todos los puntos, retrasada —y a menudo de manera muy sensible— respecto de ese saber inicial que tiene una eficacia notable aunque no se conozca… El problema estriba en saber cómo evoluciona la acción en sus relaciones con la conceptualización que caracteriza la toma de conciencia.36

Por tanto, si bien la fuente de todo conocimiento se encuentra en la acción, no toda acción logra su inteligibilidad inmediata y, en algunos casos, hay un retraso de la conceptualización de la acción respecto de la acción. Piaget investiga el proceso mediante el cual el ajuste en una acción pasa a elaborarse a nivel conceptual. Es a esta elaboración a la que se le da el nombre de «toma de conocimiento» ya que cualquier conocimiento compromete siempre una conceptualización y una transformación en los esquemas de acción del sujeto. De esta manera, dicha toma de conocimiento es, más bien, una elaboración, una reconstrucción conceptual en distintos niveles de lo realizado en el plano de la acción. Esta toma de conocimiento supone la construcción simultánea de una toma de conciencia de lo que cambió en los esquemas de acción de quien actúa y reflexiona sobre su acción.

La toma de conciencia consiste en una conceptualización propiamente dicha, o sea en un paso de la asimilación práctica (asimilación del objeto a un esquema) a una asimilación por conceptos.

El mecanismo de la toma de conciencia aparece en todos esos aspectos como un proceso de conceptualización, que reconstruye y luego sobrepasa, en el plano de la semiotización y de la representación, lo que se había adquirido en el de los planos de acción (Conclusiones generales).37

En segundo lugar, es especialmente significativo que decir acción es, en realidad, un modo de referirse a un sistema de relaciones entre sujetos y objetos, y entre sujetos y sujetos.38 Predicar que la acción es la piedra fundacional de la construcción del conocimiento humano es colocar en su génesis un complejo sistema de relaciones y, entre ellas, las relaciones sociales, tanto intersubjetivas como las que estructuran el funcionamiento de los grupos sociales en sus distintas escalas de complejidad: de los agrupamientos interpersonales a la formación social en su conjunto. En otras palabras, se desplaza la subjetividad como origen unívoco del conocimiento, instalando en su lugar su carácter relacional.

A partir de esta propuesta, el conocimiento consiste en un proceso complejo de elaboración, en una construcción cuya fuente no radica excluyentemente en el sujeto o en el objeto sino en la relación dialéctica entre ambos, procediendo mediante mecanismos e interacciones muy específicas, con una legalidad que las anula. Las propiedades del objeto no son cognoscibles para el sujeto si prescinde del conocimiento de las acciones que realiza respecto de él mismo para conocerlo. Abordar la región central de un objeto, y sus características intrínsecas, compromete al sujeto a aprehender sus propias acciones o a hacer evidente para sí mismo los medios que emplea en relación con dicho objeto (ruptura epistémica o transformación de los obstáculos epistemológicos).39 En otras palabras, la comprensión de los objetos o, lo que es lo mismo, la raíz de las acciones causales es correlativa a la conceptualización de las acciones del sujeto.40

La ley general que parece resultar de los hechos estudiados es que la toma de conciencia va de la periferia al centro, si se definen tales términos en función del recorrido de un comportamiento dado.

La toma de conciencia, que parte de la periferia (objetivos y resultados), se orienta hacia las regiones centrales de la acción cuando trata de alcanzar el mecanismo interno de ésta: reconocimiento de los medios empleados, razones de su elección o de su modificación durante el ejercicio, etcétera.

¿Por qué periferia y centro? La primera es que esos factores internos escapan precisamente, por lo pronto, a la conciencia del sujeto. La segunda muy general, es que atendiéndonos a las reacciones de éste, el conocimiento parte no del sujeto ni del objeto, sino de la interacción entre los dos.41

FIGURA 3. EL PROCESO DE LA TOMA DE CONOCIMIENTO


Donde: S= Sujeto / O = Objeto / C = Centro del sujeto / C’ = Centro del objeto P = Periferia.

Fuente: Esquema de la toma de conciencia. Piaget, La toma de conciencia, op. cit., p. 257.

El esquema ilustra el recorrido del proceso. El punto de partida es un conocimiento periférico (P), tanto de las propiedades del objeto (O) como de las acciones del sujeto (S) para aprehenderlo, para asimilarlo. El conocimiento periférico de un objeto es la reacción más exterior e inmediata que el sujeto experimenta frente a él, lo que se le presenta más directamente observable, aprehensible, es decir, la impresión más superficial y deformada. Los mecanismos o medios empleados en las acciones realizadas para asimilar el objeto permanecen ocultos, inconscientes para el sujeto. El conocimiento central —o menos periférico— es precisamente el que permite abordar los mecanismos internos de su acción. Los mecanismos comprometidos en toda acción de conocimiento conllevan un inevitable desfase temporal entre la realización de las acciones y la posibilidad de su toma de conocimiento.42

El proceso general mediante el cual se produce una toma de conocimiento de las relaciones sociales operantes en el sistema social, y que producirá un pasaje hacia formas de acción cada vez más ajustadas a objetivos, se iniciaría, en cada caso, con el ejercicio de un esquema inicial de asimilación cuya activación tarde o temprano es dificultada por perturbaciones. Las compensaciones que resultarían de esto se traducirían en una nueva construcción en la que las regulaciones que caracterizan a sus fases serían a la vez compensadoras en relación con la perturbación (implicando la formación al menos virtual de negaciones) y formadoras en relación con la construcción, hasta la constitución de una nueva estructura de equilibrio y el desarrollo posterior de procesos análogos.

Ahora bien, desde esta perspectiva, mientras no haya un desencajamiento en la acción no habrá necesidad de producir una nueva reestructuración de la acción, ni de su conceptualización. A partir de una perturbación en la acción se producen un error y un reacomodo en la acción y en el esquema de asimilación.43

Desde esta perspectiva entendemos que para producir un nuevo conocimiento debe partirse del desencajamiento o desequilibrio producidos en la estructura de asimilación, ya que «lo que siempre se hacía ya no resulta efectivo para solucionar el problema». Esto conduce a lo que hemos llamado la visibilidad de un obstáculo y la aparición de lagunas en el conocimiento preexistente. A partir de esto, el sistema buscará un nuevo equilibramiento, para lo cual se producirá una incorporación de nuevas estructuras y se producirá un «aumento en el conocimiento»: «La toma de conciencia parte de la persecución de un objetivo; de ahí la comprobación [consciente] de un acierto o de un fracaso. En caso de este último, se trata de establecer por qué se ha producido y eso lleva a la toma de conciencia de regiones más centrales de la acción».44

De igual modo, Marx instala el proceso de pasaje de un nivel de conciencia denominado «clase en sí» a otro de «clase para sí», en el cual supondría una transformación de los modos de conocer el orden de lo real. En este sentido, se produce una advertencia acerca de que la identidad de clase sería dependiente, a nivel individual, no sólo de la historia social de esa identidad sino, además, de la forma cultural en la que esa identidad se desarrolla; de ahí la posibilidad de que se produzca una articulación entre la identidad en el plano de clase en sí con la identidad en el plano de clase para sí, es tremendamente dependiente de esa forma cultural. La identidad cultural es la historia de una pertenencia: quien construye la cultura de manera dominante es quien establece el contenido de esa cultura.45

Por tanto, consideramos que las acciones registradas en las bases de datos que sustentan esta investigación expresan diferentes tomas de conciencia de las problemáticas enfrentadas en relación con el agua. Ello supone que hay una forma de expresar radicalmente una problemática y, en ese sentido, la advertencia sería que cuanto mejor se exprese la problemática más capaces serán los individuos de ajustar sus acciones a los objetivos propuestos.

Visto así, los niveles de conciencia permitirían una reflexión más amplia sobre el contenido y las formas de la acción, lo que llevaría, a su vez, a objetivos mejor desarrollados en función de la problemática que se quiere subsanar. De esta manera, se construye un círculo virtuoso de avance del conocimiento y de la conciencia de la propia acción.

Por tanto, a partir de la acción es posible encontrar rasgos de la toma de conocimiento del desequilibrio que motiva la lucha. Por ello el tipo de acción refiere siempre a la toma de conciencia de un conflicto, que puede ser observado, medido, estudiado.

En síntesis, el proceso de lucha social tiene como efecto disparador el momento defensivo que tiende a expresarse en un pasaje al acto de resistencia, de defensa de los recursos o de los derechos que se suponen propios. Este acto de defensa implica, en última instancia, una acción de lucha en su carácter estratégico ya que defender lo que se considera un derecho, se sepa o no, se tenga conciencia o no de ello, constituye en sí una acción de enfrentamiento, esto es, el comienzo de una acción directa que puede convertirse en lucha social.46 Y en la acción de lucha, esto es, en la lucha social es posible advertir no sólo los atributos propios de una acción, sino también el contenido representativo de los niveles de conciencia.

De esta manera, la acción de lucha constituye la unidad de estudio —es decir, de registro, descripción, comparación y análisis— de esta investigación. Se trata del operador teórico-metodológico que permite visualizar el grado y los modos de avance de una lucha social y que, en consecuencia, nos permitirá caracterizar el conflicto del cual parten y al cual están haciendo referencia las distintas identidades sociales registradas en las bases hemerográficas.

Utilizamos como fuente la prensa escrita y tomamos en consideración que ésta tiene un doble carácter: refleja lo que sucede en la realidad y forma parte de la realidad. En tal sentido, la prensa constituye una muestra sesgada por la propia estrategia editorial de cada periódico de lo que sucede en la realidad. Además, al utilizar un enfoque comparativo, aun cuando haya sesgo de fuente, podemos suponer que aquél es sistemático, lo que nos permite ver los cambios producidos. Sin embargo, también debemos señalar que las limitaciones de la fuente son importantes, nos impiden trabajar con la cantidad de acciones totales ya que éstas no aparecen en los periódicos, lo que significa que no trabajamos con la totalidad de las luchas por el agua, sino con la correspondencia de los atributos de las acciones registradas. Por último, vale decir que las conclusiones que se extraigan deberán ponerse en correspondencia con otros indicadores de futuras investigaciones a fin de dar cuenta cabal del proceso histórico que atraviesa la lucha social por el agua en México.

No obstante lo anterior, lo importante de esta muestra es que es periódica, verificable casi todos los días del año y que, con una metodología rigurosa, puede reconstruirse a partir de ésta el «conflicto», entendiendo por conflicto una construcción teórica que legitima y permite realizar una edificación empírica referente a la existencia de una configuración de acciones sociales. De este modo, el «conflicto», como construcción teórica, guardaría una identidad analógica respecto de la realidad que refiere.

Ahora bien, para poder eliminar el sesgo editorial lo que se busca no es la opinión sino la acción de lucha de que da cuenta la noticia. Así es como se aplica a las noticias —en forma sistemática— una serie de observables que nos permiten saber si el evento tuvo lugar o si se puede reconstruir a partir de la noticia. Cada uno de los observables es un atributo de la acción, mientras que la acción es la unidad de registro. De esta manera, se llega a la obtención de una matriz de datos en la que cada nuevo registro refiere a una acción de lucha. Por tanto, nuestra unidad de registro es una acción de lucha reconstruida desde la noticia. De esta manera, la acción de lucha se construye a partir de los atributos que obtenemos al asimilar la noticia desde nuestra batería de observables. Así, la metodología intenta captar mediante observaciones sistemáticas la presencia y la intensidad de indicadores y criterios explicitados en la matriz de datos.

De esta manera surge el hecho,47 que es un producto del investigador: no está dado en la noticia, ni se lo capta de manera directa y mecánicamente. No todo lo que aparece en la noticia es útil para construir un hecho y, con frecuencia, los elementos contenidos en la noticia permiten sólo una reconstrucción parcial del «hecho».

Reconstrucción en el sentido de que la noticia está haciendo referencia a algo en el orden de lo real, algo susceptible de ser localizado en el tiempo y en el espacio, además de ser caracterizable a partir de ciertos otros aspectos. Por otra parte, el investigador asume la tarea de elaborar, a partir de la información de la noticia, un producto que en parte es totalmente original, ya que le impone al registro hemerográfico cierta decodificación y la constitución de un código, cierto procesamiento, ciertos recortes; pero en parte es también la reconstrucción, la reelaboración de un evento, de un suceso realmente ocurrido.

De ahí que el hecho se constituye a partir de un conjunto de observables que están registrados en la noticia, pero incorporando una interpretación cuyo significado remite a un contexto más amplio y supone ya una coordinación de diferentes esquemas, es decir, un sistema de conceptos. Desde esta perspectiva, podemos decir que, con base en los observables, distintos sujetos pueden construir «hechos» de conocimiento alternativos que son diferentes.

Estos hechos nos remiten en realidad a un conjunto de acciones que permiten, a la vez, desentrañar relaciones entre acciones, por lo que la construcción de un hecho es, en principio, la estructuración de: a) las acciones involucradas en una determinada unidad de espacio y tiempo; b) las correspondencias entre los atributos de la acción, y c) las relaciones entre las acciones.

No es que la construcción de un «hecho» se reduzca a eso. Ésa es la etapa inicial, la etapa de la construcción de los primeros «objetos empíricos». Es la constitución de los primeros «observables» acerca de ciertas acciones registradas, por parte del investigador. De esta manera, se comienza a constituir el primer paso en la construcción del hecho, es un primer avance desde la periferia de las acciones que estudia hasta el desentrañamiento de sus interrelaciones y el acceso, nunca acabado, a la centralidad de esas acciones.

Una vez que se haya construido el mapa de los hechos de lucha en torno al agua, su caracterización en el conjunto de las relaciones de lucha del periodo histórico-social determinará el grado en que se corresponden con la idea más general de lucha social. Así habremos convertido a esos hechos en enfrentamientos, esto es, en encuentros en los que se podrán observar las distintas estrategias de quienes se encuentran en lucha por el control del territorio político del agua.

Con lo anterior estaremos en posibilidad de crear una estructura de comprensión acerca de las transformaciones ocurridas durante las décadas de 1990, 2000 y 2010, y así poder observar cuáles son las formas de lucha que se han gestado en ese lapso de tiempo.

Estructura del libro

Para llevar a cabo lo que se ha expuesto hasta aquí hemos dividido el libro en tres capítulos. En «Los conflictos por el agua en México, 1990-2010» se describen las formas y los contenidos de las confrontaciones así como su carácter social. El siguiente capítulo está dedicado a las identidades sociales puestas en juego, las formas de acción y cómo estas se constituyen en campos de confrontación que pueden convertirse en fuerzas sociales. Finalmente se llega al capítulo de las conclusiones, donde intentamos construir un puente entre las contradicciones propias a la formación social, su repercusión en el plano de las políticas en torno a la gestión del agua, y cómo éstas se traducen en la visibilidad de contradicciones que darán pie a las luchas por el recurso y a la formación del territorio político del agua.

Las luchas por el agua en México (1990-2010)

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