Читать книгу El jardín secreto - Kate Hewitt - Страница 5
Dos
ОглавлениеPor fin la recordaba. Los seguía, a sus hermanos y a él, cuando eran pequeños, sin dientes y con el pelo revuelto. Los espiaba desde detrás de los árboles o al otro lado de un seto. Jacob apenas había reparado en ella. Tenía siete hermanos que proteger. La hija del jardinero estaba completamente fuera de su círculo de interés.
Más recientemente había visto su imagen en las paredes de la habitación de Annabelle. Su hermana debió fotografiar a Mollie Parker cientos de veces. Y entendía la razón.
Con su piel blanca y la melena cobriza, poseía una belleza renacentista que parecía como de otro mundo, sobre todo teniendo en cuenta la forma en la que había irrumpido en su encantadora casa. Había tardado un instante en reconocer en aquella interlocutora elegantemente vestida a la joven risueña y alegre de las paredes del dormitorio de su hermana, pero luego identificó su cascada de rizos y su piel de porcelana. Era preciosa, con estilo, y no tenía ni idea de por qué estaba en su propiedad.
¿Por qué se había marchado Mollie Parker a Italia en cuanto su padre murió? ¿Por qué había vuelto? ¿Y qué iba a hacer con ella? La expresión de incertidumbre y miedo de aquellos ojos marrones lo molestaba porque no quería enfrentarse a ella. No quería lidiar con una ultrajada Mollie Parker. Tenía suficientes cosas de las que preocuparse, como reformar y vender la mansión Wolfe y tratar por todos los medios de reconstruir su fracturada familia.
Preocuparse del bienestar de una desconocida no entraba en sus planes. No necesitaba experimentar lo que aquellos ojos, orgullosos y al mismo tiempo suplicantes, provocaban en él, una sensación que se movía entre la curiosidad y la compasión, algo vivo y real. No había sentido nada así desde hacía años. Diecinueve años.
Y no quería volver a sentirlo otra vez. Pero había algo en la mirada de Mollie Parker que le llegaba al alma y, a pesar de su desconfianza e incluso de su miedo, respondió a aquella llamada silenciosa.
La ayudaría y al mismo tiempo calmaría su propia conciencia. Le había encargado el trabajo de su vida.
–¿Trabajar para ti? –repitió Mollie con incredulidad. Entonces experimentó otra punzada de ira–. Mi padre trabajó para ti durante cincuenta años, y durante los últimos quince ni siquiera recibió un sueldo.
Jacob se quedó paralizado. Mollie se dio cuenta de que le había sorprendido. Se preguntó si habría pensado en su padre alguna vez durante los últimos diecinueve años. Sin duda, en ella no.
–No estoy hablando de tu padre –aseguró él tras una breve pausa–. Eres tú la que necesitas un lugar donde quedarte, y resulta que yo necesito…
–No seré tu asistenta. Ni tu cocinera. Ni…
–Una paisajista –terminó Jacob con la misma frialdad–. Me dijiste que tienes pensado empezar un negocio de diseño de jardines, y yo necesito alguien que diseñe el paisajismo de la finca.
Mollie parpadeó.
–Eso… eso es mucho trabajo –respondió con voz débil.
Jacob se encogió de hombros con indiferencia.
–¿Y?
A Mollie le latía con fuerza el corazón. No quería perder una oportunidad tan increíble, pero la conciencia le exigía que le hiciera ver a Jacob lo absurdo de su propuesta.
–Una oferta así debería ser para un paisajista con mucha más experiencia –aseguró con voz pausada–. Es un encargo muy importante.
–Lo sé –respondió Jacob con sequedad–. Al parecer tú también lo sabes y, sin embargo, estás arrojándolo a la basura.
–¿Por qué me lo ofreces a mí? –insistió ella.
No podía imaginar por qué Jacob Wolfe, tras pasar tantos años fuera, le ofrecía un trabajo tan importante sin pedirle siquiera el currículum o referencias.
–Porque estás aquí –respondió Jacob con impaciencia–. Y yo necesito una paisajista. También necesito reformar este lugar rápidamente y no tengo tiempo para revisar innumerables currículum de jardineros.
–¿Reformar? –repitió ella–. ¿Vas a vender la mansión Wolfe?
Jacob esbozó una sonrisa que era al mismo tiempo amarga y burlona, no había nada de cálido ni de divertido en ella, ni siquiera de humano. Pero la visión de aquella expresión cruel hizo que Mollie se sintiera triste. Nadie debería sonreír así. No podía ni imaginar qué sentimientos había tras aquella sonrisa.
–Demasiado espacio para una sola persona –aseguró Jacob con voz pausada.
Mollie sintió una oleada de calor en el rostro al recordar las palabras que ella le había dicho: «No tienes suficiente espacio en la mansión». Bueno, es que estaba enfadada. Y seguía sin saber de qué iba Jacob Wolfe. ¿Le estaba haciendo un favor, sentía compasión por ella?
–Pero… –empezó a decir.
–Es tarde –la atajó él–. Y sinceramente, cuando salí a dar un paseo relajante a medianoche no tenía en mente que apareciera ningún intruso. Si tanto te preocupa tu nivel, puedes mostrarme algún esbozo inicial mañana –se giró hacia la puerta que había abierto con tan pocos reparos unos instantes antes–. En caso contrario, puedes empezar a hacer las maletas esta noche.
Mollie lo vio salir. La oscuridad se tragó su alta figura y ella se apoyó contra la chimenea. Miró el fuego que había hecho hacía un rato. Solo quedaban cenizas.
La cabeza le daba vueltas. Era demasiada información para procesar: volver a casa, ver las cosas de su padre, encontrarse con Jacob Wolfe otra vez y luego ese trabajo. El pasado y el presente habían colisionado con fuerza. Mollie suspiró pesadamente, dejó a un lado sus confusos pensamientos, cerró la puerta, agarró la linterna y se dirigió hacia la parte de arriba. No le importaba que no hubiera luz, ni agua ni comida en la nevera que no funcionaba. Había sábanas en la cama y ella estaba agotada.
Se quitó las botas de piel italianas y aquella ropa en la que nunca se había encontrado realmente cómoda y se metió en la cama. Gracias a Dios, se durmió casi al instante.
Se despertó con la brillante luz del sol de verano colándose a través de las ventanas del dormitorio. Parpadeó adormilada y al instante lo recordó todo: la casa, el trabajo, Jacob.
Volvió a recostarse sobre la almohada y cerró los ojos, pero la imagen de Jacob le bailaba delante de los párpados cerrados. Lo había encontrado mucho mayor, cansado en cierto modo. ¿Qué había estado haciendo los últimos diecinueve años? ¿Por qué había regresado ahora? ¿Necesitaría dinero? ¿Era esa la razón por la que quería vender la mansión Wolfe?
Se dijo que no debía juzgarle precipitadamente. Ya lo había arrojado bastantes acusaciones la noche anterior. Ya le había juzgado muchos años atrás, cuando ni siquiera Annabelle, que como hermana menor tenía más motivos, lo había hecho. Cuando Annabelle hablaba de su familia, algo que no solía hacer, siempre parecía dispuesta a perdonar a Jacob.
¿Habría visto Annabelle a su hermano? ¿Sabría que había vuelto? ¿Estaría alguno de los hermanos Wolfe al tanto de su regreso? Muchas preguntas y ninguna respuesta. Y Mollie sabía que en realidad no era asunto suyo. Siempre había observado a la familia Wolfe de lejos, viendo cómo Jacob y Lucas se llevaban a los más pequeños de picnic o jugaban con ellos al escondite en el inmenso jardín. Nadie se preocupó nunca de su existencia hasta que Jacob se fue y Annabelle, marcada por dentro y por fuera, se refugió en la mansión negándose a mostrar su rostro en público. Entonces Annabelle se convirtió en su amiga, porque no tenía ninguna otra. Pero el resto de los hermanos Wolfe, Jacob incluido, nunca se habían dignado a mirarla. Y nunca se habían parado a pensar en lo que significaría para ella o para su padre dejar que la mansión Wolfe se fuera deteriorando de aquel modo.
Mollie apartó de sí aquellos pensamientos y se levantó de la cama. Era momento de pensar en el futuro, no en el pasado. Jacob Wolfe quería ver algunos bocetos de paisajismo antes de que acabara el día y ella se los enseñaría. No sabía cuándo había tomado la decisión de aceptar el encargo, pero cuando se despertó por la mañana se dio cuenta de que ya había aceptado. Aquello era demasiado importante como para tirarlo por la borda en un momento de orgullo, y había algo redentor en devolverle a los jardines de la mansión Wolfe su antigua gloria. No iba a hacerlo por Jacob, ni tampoco por sí misma. Lo haría por su padre.
Se puso su antigua ropa de jardinería, vaqueros y una camisa vieja de su padre, y se recogió el pelo en un moño informal. No tenía sentido tratar de impresionar a Jacob Wolfe con su elegante ropa nueva. No parecía en absoluto impresionado la noche anterior, y el esfuerzo sería en balde teniendo en cuenta que sin agua no podía darse una ducha ni lavarse, al menos, los dientes. Armada con su cuaderno de notas y un par de lápices, Mollie se puso las botas de agua y salió.
Era uno de aquellos días frescos de principios de verano, cuando los árboles se mostraban increíblemente verdes y brillantes por la luz del sol, y las flores resplandecían con las gotas de rocío. Mollie respiró hondo y se llenó los pulmones de aire fresco y húmedo. Sintió una oleada de emociones: felicidad, nostalgia, tristeza y esperanza. Y también emoción cuando salió del pequeño jardín de la casita y se dirigió a las descuidadas hectáreas de terreno que había más allá. A lo largo de los años, cuando la condición de su padre empeoró y ya no fue capaz de atender las escasas obligaciones que tenía, Mollie se encargó de lo que pudo. Mantuvo limpio el pequeño jardín que rodeaba la cabaña para que su padre pudiera vivir en su pequeño mundo de fantasía en el que la mansión estaba habitada y los jardines brillaban en todo su esplendor. Pero lo cierto era que los jardines de la finca estaban hechos una ruina, igual que la casa.
Mollie caminaba en ese instante por un sendero de piedras rotas. Los parterres de flores, antes inmaculados, estaban ahora llenos de malas hierbas. Se dio cuenta de que los árboles necesitaban desesperadamente una poda, aunque para algunos ya era demasiado tarde. Había suficientes troncos muertos como para alimentar la chimenea de la mansión durante un año entero.
El jardín de las rosas resultó particularmente decepcionante. En el pasado era el orgullo de la finca y de su padre. Fue diseñado hacía casi quinientos años, y tenía forma octogonal. En cada esquina había una variedad diferente de rosas. Henry Parker había atendido cada uno de aquellos parterres con amor y dedicación, cuidando con gesto absorto las raras especies híbridas que florecían allí.
A Mollie se le cayó el alma a los pies al ver el estado de las hermosas plantas de su padre. Cuando se inclinó a observar una de ellas vio las inconfundibles manchas amarillas que denotaban el virus del mosaico. Una vez que un rosal contraía le infección no se podía hacer mucho, y la mayoría de los arbustos del jardín parecían infectados.
Mollie se incorporó con el corazón encogido. Cuánta pérdida. Pero todavía había atisbos de esperanza entre tanta decadencia y enfermedad. Los bordes de las acacias estaban llenos de rosas silvestres y peonías; el prado era un mar de colores por las flores silvestres, la glicinia subía por las paredes de piedra del huerto extendiendo sus florecientes capullos violetas.
Encontró un banco arrumbado bajo un arbusto de lilas en el la parte infantil del jardín. Su padre conocía todos los nombres del diseño paisajístico original y se los había enseñado. El jardín de las rosas, el jardín de los niños, el jardín de agua, el bosque de campanillas. Parecían capítulos sacados de un cuento de hadas, y a Mollie le encantaban.
Sacó su cuaderno de notas, se lo puso sobre las rodillas y trató de apuntar algunas ideas, pero lo cierto era que no sabía por dónde empezar. Lo único que su mente veía eran malas hierbas y decadencia… y el rostro preocupado de su padre al pensar en que el amo William, que hacía mucho que había muerto, se llevaría una decepción al ver que no se habían arrancado las malas hierbas de los parterres.
Tal vez diseñar el paisajismo de los jardines de la finca Wolfe fuera un trabajo que le venía demasiado grande. Tenía muy poca experiencia, y la idea de excavar bajo las queridas flores de su padre le rompía el corazón. Pero estaba claro que no podía hacerse un trabajo de remiendos. El jardín de las rosas, por ejemplo, tendría que ser completamente reemplazado.
Mollie apoyó la cabeza contra el muro de piedra, cerró los ojos y dejó que el sol le calentara el rostro. Se sentía agotada, tanto física como emocionalmente. Demasiado cansada para siquiera pensar.
No supo cuánto tiempo se quedó allí sentada con la mente en blanco y los ojos cerrados, pero cuando escuchó el tono oscuro y burlón que solo podía pertenecer a una persona abrió los ojos y se puso de pie de un salto.
–Mucho trabajo, por lo que veo.
Jacob Wolfe estaba en la entrada del jardín con las manos en los bolsillos de los pantalones. Llevaba puesto un traje gris acero, la única nota de color era la corbata cobalto. Parecía lejano y arrogante, y arqueó una ceja en gesto despectivo.
–El proceso creativo no se puede acelerar –respondió Mollie con cierta aspereza, aunque sonrió levemente.
Resultaba ridículo que Jacob la hubiera pillado dando una cabezadita. Estiró la espalda, consciente de que le salían mechones del despeinado moño y que llevaba puesta ropa vieja y desaliñada. Jacob, por su parte, tenía un aspecto elegante y atractivo.
–No me atrevería a hacer algo semejante –murmuró.
Mollie sonrió todavía más. ¿Estaban teniendo una conversación civilizada… o estaban coqueteando?
–Acabo de examinar los jardines para evaluar los daños –explicó con tono un tanto forzado. El corazón le latía demasiado deprisa.
–Entonces aceptas el trabajo.
Mollie se rió abiertamente.
–Supongo que tendría que haber dicho eso lo primero.
–No importa. Me alegra que hayas ido directamente al grano.
Jacob parecía tan solemne que Mollie volvió a utilizar un tono forzado.
–Gracias. Es una oportunidad increíble.
–De nada –miró hacia aquella parte cerrada del jardín–. Creo que nunca había estado aquí antes.
–Es el jardín de los niños –le explicó ella–. Yo siempre pensé que debería tener algún elemento infantil, algún columpio.
Jacob señaló con la cabeza la fuente que presidía el centro del espacio.
–Supongo que de ahí saca su nombre.
–Eres muy sagaz –dijo Mollie con una breve risa–. A mí me costó años llegar a esa conclusión –miró hacia la fuente con los tres querubines. Cada uno de ellos trataba de agarrar una pelota que se les había escapado. Se encontraba seca y vacía, con la pila llena de hojas secas.
–¿Venías aquí de pequeña? –le preguntó Jacob.
Ella asintió.
–Mi padre me llevaba a todas partes. Conozco estos jardines como la palma de mi mano, o al menos así era –se rió con tristeza–. Para serte sincera, hace años que no los recorro como Dios manda.
Guardó un instante de silencio y, al ver que Jacob no respondía, se aclaró la garganta y trató de cambiar de tema.
–¿Cuándo crees que venderás la mansión? –preguntó con inseguridad, porque todavía no sabía cómo sentirse respecto a la venta de la propiedad.
–A finales de verano. No puedo quedarme más tiempo.
–¿Por qué no? –no pudo evitar ser curiosa. No sabía qué había hecho Jacob con su vida. ¿Tenía trabajo? ¿Un hogar? ¿Una esposa?
Mollie no supo por qué acudió aquella idea a su cabeza y por qué le hacía sentirse, en cierto modo, incómoda. Se sacudió aquella sensación.
–Tengo obligaciones –respondió él con rotundidad. Estaba claro que no iba a decir nada más–. ¿Por qué no volvemos a la mansión? Podemos hablar de lo que necesitas para empezar a trabajar y ponernos de acuerdo con las condiciones.
–De acuerdo –accedió Mollie. Bajó la vista hacia la página en blanco del cuaderno. Si Jacob quería escuchar sus ideas, no tenía ninguna todavía.
El sol empezaba a calentar con más fuerza cuando lo siguió hacia la mansión. Sintió que empezaba a sudar por la espalda y notó con cierto resentimiento que Jacob parecía completamente inmaculado, impasible y frío como el mármol.
Nada le afectaba. Nada le conmovía. ¿Sería esa la razón por la que había sido capaz de marcharse, de dejar a sus hermanos sin mirar atrás?
¿Y su padre? Mollie sintió un escalofrío al recordarlo. Ella solo tenía ocho años, pero recordaba el acoso de la prensa, las murmuraciones en el pueblo cuando Jacob fue arrestado por el asesinato de su padre. Al final fue puesto en libertad, todo el mundo estuvo de acuerdo en que había actuado en defensa propia. Y en cualquier caso, William Wolfe había sido un hombre brutal. El pueblo entero se puso del lado de Jacob, no cabía duda de que había tratado de protegerse a sí mismo y a su hermana.
Pero al caminar detrás de él, Mollie no pudo evitar pensar: «Ha matado a un hombre».
Como si hubiera adivinado la naturaleza de sus pensamientos, Jacob se detuvo en el umbral de la casa y se dio la vuelta con una fría sonrisa.
–Soy consciente de que somos las dos únicas personas que viven en la propiedad, así que tal vez te sientas vulnerable en algún momento. Pero quiero que sepas que conmigo estás completamente a salvo.
Mollie se sonrojó ante la naturaleza de sus pensamientos. No eran dignos ni de ella ni de Jacob. Tal vez estuviera un poco enfadada con él por todos aquellos años perdidos, pero no tenía ningún miedo. De hecho, había algo casi reconfortante en la firme presencia de Jacob y se dio cuenta de que, a pesar de cómo había irrumpido en su casa la noche anterior, se sentía a salvo con él. Protegida. La idea le resultó sorprendente.
–Gracias por tranquilizarme –dijo con cierta sorna para aligerar un poco el tono de la conversación–. Pero no es necesario. Sé que estoy a salvo.
Algo cruzó por los ojos de Jacob, que apretó los labios. Tal vez se sintiera a salvo con él, pero no sabía qué pensaba ni que sentía.
Jacob asintió con la cabeza y entró.
La fachada de la mansión estaba cubierta de andamios y, una vez dentro, Mollie vio que también se estaba trabajando. El suelo estaba cubierto para protegerlo y había escaleras apoyadas en varias paredes. Los muebles estaban tapados. Escuchó a lo lejos el ritmo constante de un martillo.
–Mucho trabajo, por lo que veo –dijo repitiendo las palabras que él había pronunciado.
Fue recompensada con una brevísima sonrisa. Mollie se dio cuenta de que era la primera vez que sonreía desde que se habían visto, y el gesto provocó algo extraño en su interior, como si tuviera burbujas de gas.
Entonces Jacob se dio la vuelta y se alejó, y ella se quedó desinflada.
No quería sentirse así, no quería tener ninguna reacción efervescente hacia Jacob Wolfe. Tal vez exudara aplomo, pero aquella capacidad de control ocultaba un fondo cruel. Había abandonado a su familia y sus responsabilidades sin una sola explicación, había guardado silencio durante diecinueve años, dejando que sus hermanos pensaran lo peor. No podía permitirse sentirse atraída por él, ni por un instante, a pesar de su aspecto de príncipe de cuento, aunque con el pelo oscuro y sin sonrisa.
Cuando era adolescente tampoco sonreía mucho, al menos que ella recordara. Siempre parecía serio, preocupado, como si el peso del mundo recayera sobre sus jóvenes hombros. De todos los hermanos Wolfe, Jacob era el que siempre había ejercido mayor fascinación sobre ella. Había algo en sus ojos, en su rostro bello y serio, que le llamaba la atención de niña. Él nunca se había fijado en ella.
–Por aquí –murmuró Jacob girándose otra vez hacia ella y guiándola hacia lo que parecía ser la única estancia en la que no se estaban acometiendo reformas. El estudio de William Wolfe.
Mollie miró hacia la habitación forrada de madera de roble, con su enorme escritorio a juego y los sillones de cuero, y un recuerdo surgió en su cabeza con tanto detalle que se sintió mareada. Mareada y enferma.
Tendría unos cuatro o cinco años y su padre la había llevado allí de la mano. El despacho olía de un modo extraño, a tabaco y a alcohol. Pero, por supuesto, no reconocía aquellos olores.
Jacob debió notar que reculaba de forma involuntaria al entrar en el despacho, porque se giró hacia ella y le dijo con sonrisa burlona:
–A mí tampoco me gusta particularmente esta habitación.
–Entonces ¿por qué la utilizas? –quiso saber Mollie.
Recordó que su padre había ido allí a pedir dinero. Era un hombre orgulloso y, a pesar de su corta edad, Mollie había percibido que no le gustaba hacerlo.
«Llevo seis meses sin cobrar, señor».
William Wolfe se había mostrado impaciente y burlón. Al principio se negó, pero cuando Henry Parker insistió con la cabeza baja en señal de respeto, le lanzó varios billetes y salió a toda prisa del despacho. Sin soltarle la mano a su hija, Henry se agachó para recogerlos. Mollie vio sus lágrimas y supo que algo no iba bien. Había olvidado completamente aquel episodio hasta ese día: los olores y las imágenes, y la inquietante sensación de miedo e incertidumbre.
Miró a Jacob, que estaba examinando la habitación con aire indiferente.
–Para mí está bien –dijo finalmente.
Mollie se preguntó a qué se refería, pero decidió no insistir. Avanzó por la desteñida alfombra persa con el cuaderno apretado contra el pecho como si fuera una tímida colegiala. El recuerdo no había desaparecido completamente de su mente, y le hizo darse cuenta de lo que Jacob y sus hermanos habían debido soportar por parte de su padre. Ella solo lo había vivido durante un instante; ellos durante toda una vida. Annabelle nunca le había hablado de su padre, nunca quiso hacer mención a la noche terrible que le había dejado aquella cicatriz.
Mollie estaba empezando a darse cuenta de que había muchas cosas que no sabía.
–Toma –Jacob le tendió una hoja de papel doblada–. Creo que esto es tuyo. Me he encargado de que reconecten el agua y la luz en la casita para que puedas vivir allí el tiempo que tardes en diseñar el paisajismo.
Mollie apenas escuchó lo que le decía. Había desdoblado el papel y se había quedado boquiabierta. Era un cheque por valor de quinientas mil libras.
–¿Qué…? –la cabeza le daba vueltas.
–Es lo que se debe –explicó Jacob con brevedad–. Por tu padre. No sé qué pensarás de mí, pero no soy un ladrón.
Diez años de deuda. Mollie tragó saliva. ¿Cómo sabía Jacob lo que pensaba de él? En aquel momento ni siquiera ella lo sabía. Y estaba empezando a preguntarse si no habría juzgado mal a Jacob Wolfe durante todos aquellos años. La idea hizo que sintiera una incómoda curiosidad.
–Esto es más de lo que él habría ganado –dijo finalmente–. Mucho más.
–Son los intereses –Jacob se encogió de hombros con gesto impaciente–. Créeme, puedo permitírmelo. Y ahora, ¿hablamos del paisajismo?
Mollie se preguntó qué habría estado haciendo Jacob para que medio millón de libras le resultara una cantidad insignificante de dinero. Se sentó con rigidez en el borde de la silla que ante el escritorio. Se guardó el cheque en el bolsillo; todavía no estaba segura de si iba a cobrarlo.
–Gracias –dijo con torpeza. ¿Cómo se le agradecía a alguien la entrega de una fortuna?
Jacob parecía no darle ninguna importancia.
–Entonces… –cruzó las manos sobre el escritorio y la miró fijamente–, has mencionado que hay daños. ¿Más de los que resultan obvios a simple vista?
–Parece que un virus se ha apoderado de todos los rosales. Hay muchos árboles muertos que necesitan poda y limpieza, y por supuesto hay que reemplazar los muretes.
Jacob asintió, esperando claramente a que continuara.
–No quiero alejarme de la belleza del diseño original –afirmó ella–. El paisajismo del jardín se remonta en algunos casos a más de quinientos años. Así que quiero mantenerlo.
–Por supuesto.
–Es lo mismo que estás haciendo en la casa, ¿verdad? –quiso saber Mollie.
Se hizo una brevísima pausa.
–Por supuesto –repitió–. La casa es un monumento histórico. Lo último que querría sería modernizarla sin necesidad.
–¿Quién está supervisando la reforma?
–Yo.
–Me refiero a qué empresa. ¿Has contratado un arquitecto?
Se hizo otra brevísima pausa.
–J Design.
Mollie se reclinó, impresionada.
–Son muy buenos, ¿verdad?
Jacob sonrió levemente.
–Eso he oído.
Mollie miró a su alrededor. A pesar de que las ventanas estaban abiertas al fresco día veraniego, le pareció que todavía podía aspirar la peste a tabaco, el hedor a alcohol. Sintió algo de claustrofobia, como si la casa y los recuerdos la estuvieran aplastando. No podía ni imaginar lo que debía sentir Jacob.
–¿Cuándo tienes pensado poner la mansión a la venta?
–Lo más pronto posible –Jacob apretó los labios.
–¿No la echarás de menos? –preguntó impulsivamente–. Pasara lo que pasara aquí, este era tu hogar.
–Y ya es hora de que sea el hogar de alguien más –respondió Jacob con frialdad.
Mollie se dio cuenta de que le había presionado demasiado. Jacob se levantó esperando claramente que ella hiciera lo mismo.
–Tienes libertad absoluta para pedir todo lo que necesites para empezar con tu trabajo. Puedes enviarme las facturas.
La idea resultaba increíble. Se trataba sin duda del encargo más importante que recibiría jamás, con carta blanca para hacer lo que quisiera. Era un sueño, una fantasía hecha realidad. Pero se sentía incómoda, insegura. Y más todavía cuando miró a Jacob a los ojos. Fue como mirar en un foso profundo, pensó Mollie. Un pozo de dolor.
–Gracias –dijo finalmente–. Estás depositando mucha confianza en mí.
El rostro de Jacob se inmutó durante menos de un segundo y algo parecido a la tristeza cruzó por sus ojos oscuros. Luego su expresión volvió a ser tan imperturbable como siempre.
–Hazte merecedora de ella –respondió con brusquedad–. Puedes empezar ahora mismo.
Salió del estudio sin dejar a Mollie más opción que seguirlo.