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Capítulo 2

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CUANDO Zoë bajó a la cocina eran casi las siete y Alice estaba coloreando sobre la mesa.

—Tengo que salir —dijo Callum sin ningún preámbulo—. ¿Puedes encargarte de la cena y de que los niños terminen sus deberes?

—Sí —contestó ella—. Pero me hubiera gustado que me dijeras qué tengo que hacer y…

—Hablaremos más tarde. Alice suele acostarse a las ocho y Kyle a las ocho y media —la interrumpió él, alcanzando una chaqueta de la percha—. Podrás hacerte cargo de los niños, ¿verdad?

—Por supuesto. Soy una excelente cocinera y tengo un diploma en enseñanza. Para eso me pagas, ¿no? —preguntó, sorprendida—. Supongo que mi jefe, Martin Fellows, te ha enviado mis referencias.

—Sí, claro —contestó Callum, indeciso. Pero la verdad era que aquella chica parecía muy capaz—. Si tienes algún problema, llama a mi madre. Se llama Ellen y su número está en la agenda —añadió, acariciando el pelo de Alice.

Zoë observó desde la ventana cómo Callum entraba en un jeep y desaparecía por el camino.

—¿Dónde va tu padre?

—A trabajar —contestó la niña—. Es que están naciendo los terneros y los corderitos.

Zoë miró alrededor. La cocina era preciosa, con los armarios de pino y los suelos de cerámica antigua.

—¿Qué os gustaría cenar? —preguntó, abriendo la nevera.

—Salchichas.

—¿Qué habéis comido hoy?

—Pizza y patatas fritas.

—Entonces, lo mejor será cenar un poco de verdura. Eso si la encuentro —murmuró Zoë.

—Está en el congelador —dijo la niña.

—Gracias. ¿Dónde está tu hermano?

—Fuera.

—¿Fuera? ¿Y qué hace fuera?

—No lo sé —contestó Alice encogiéndose de hombros.

Zoë abrió la puerta. Se había hecho de noche. Estaba oscuro, hacía frío y probablemente en aquella granja había un montón de peligros para un niño pequeño.

—¿Tu padre sabía que estaba fuera?

—No lo sé.

—¡Kyle! —lo llamó Zoë. No hubo respuesta, solo el mugido de alguna vaca en el establo—. ¡Kyle! —volvió a llamarlo, asustada. Podía ver la silueta del establo, el granero y otras pequeñas construcciones, pero ni rastro del niño—. ¿Seguro que está fuera?

—No lo sé —volvió a decir la niña.

Zoë salió al pasillo y abrió todas las puertas que se encontraba a su paso. Después, subió al piso de arriba, pero Kyle tampoco estaba en su habitación.

—¡Kyle, si no vienes ahora mismo, me voy a enfadar! —lo llamó, abriendo de nuevo la puerta que daba al jardín. Pero la única respuesta fue el extraño canto de un pájaro nocturno.

Callum miró a la oveja muerta. Habían luchado durante horas para salvarle la vida, pero no había sido posible. Un mal día, pensó observando a los dos corderitos que intentaban sin éxito mamar de su madre, ateridos de frío. Callum los tomó en brazos y los colocó bajo su chaqueta.

—Me voy a casa, Tom. No podemos hacer nada más.

—Una pena —murmuró el hombre.

—Volveré a primera hora —dijo Callum. Cuando subió al jeep, observó las luces de la casa, como un faro de bienvenida. Estaba cansado y hambriento. Y preocupado por los niños. No le gustaba dejarlos solos con Zoë Bernard. Sus referencias eran excelentes, su padre era un hombre honrado y ella parecía buena chica. Pero no la conocía de nada.

—¿Quieres que me quede? —preguntó Tom.

Callum miró a su empleado con agradecimiento.

—Ya has trabajado mucho. Vete a dormir, nos veremos por la mañana.

La casa estaba en silencio cuando entró. La cocina tenía un aspecto inmaculado, los platos limpios, todo colocado en su sitio. No había esperado que Zoë fuera tan organizada.

Callum dejó a los corderos en una cesta cerca de la estufa y después fue a lavarse las manos antes de subir a la habitación de los niños.

Alice estaba profundamente dormida, sujetando un oso de peluche. Kyle aún tenía la lámpara encendida y estaba de espaldas a la puerta.

—¿Kyle? —lo llamo. No hubo respuesta, pero Callum estaba seguro de que el niño estaba despierto—. ¿Kyle, te encuentras bien?

De nuevo, no hubo respuesta. Callum lo tapó con la manta y apagó la luz.

Cuando salió de la habitación, casi se chocó con Zoë que salía del cuarto de baño con el cesto de la ropa sucia en la mano.

—Qué susto. No te había oído entrar.

Callum le quitó la cesta de las manos y vio el uniforme de Kyle, cubierto de algo que parecía hollín.

—¿Los niños te han dado mucha guerra?

—No. Se han portado bien.

—Tienes algo en la cara —observó él.

—¿Yo? —murmuró Zoë, tocándose una mejilla.

Callum alargó la mano y le limpió una mancha de hollín.

El roce la turbó, sin que ella supiera por qué. Por un momento, sus ojos se encontraron. Callum estaba muy cerca, tanto que podía ver las pequeñas arruguitas que tenía alrededor de los ojos. Eran arruguitas de expresión, las líneas que demostraban que alguien ha vivido, ha reído, ha amado.

Su mirada se deslizó hasta la sensual curva de sus labios, absolutamente masculinos. Y sintió que se le hacía un nudo en el estómago.

—¿Qué has hecho? ¿Sacar carbón?

—¿Carbón? —repitió ella, indecisa.

Zoë recordó el miedo que había pasado al no encontrar a Kyle. Lo había buscado durante una hora y por fin lo había encontrado escondido en la carbonera.

El niño estaba tumbado en el suelo, manchado de hollín hasta las cejas y cuando le había pedido explicaciones, Kyle simplemente se había quedado mirándola, desafiante.

¿Había sido solo una cosa de niños o había algo más profundo en su extraño comportamiento?, se preguntaba Zoë. ¿Y cómo iba a contárselo a su padre?

—¿Zoë? —la voz de Callum hizo que volviera a mirarlo.

Quizá no sería buena idea contárselo, pensó. Quizá lo mejor sería hablar con el niño por la mañana.

—Es que he estado… limpiando un poco —dijo, pasando a su lado—. ¿Quieres que te prepare algo de cena?

—No, gracias. Me haré un bocadillo —contestó él, siguiéndola hasta la cocina y dejando la cesta en el suelo—. Siento mucho haber tenido que marcharme con tanta prisa.

—No pasa nada. Alice me dijo que estaban naciendo los corderitos… —empezó a decir Zoë, mientras metía la ropa en la lavadora. En ese momento, uno de los corderitos que Callum había llevado la rozó con el hocico y ella lo miró, sorprendida—. ¿Qué es esto? ¿Te has traído trabajo a casa?

—Me temo que hemos tenido un mal día. Su madre ha muerto —contestó él, sacando unos biberones del armario—. Tendremos que alimentarlos nosotros. ¿Has cenado algo?

—Sí. Cené con los niños —contestó ella—. ¿Quieres que caliente la leche mientras tú te preparas un bocadillo?

—Gracias.

Zoë metió un jarro de leche en el microondas y después la echó en los biberones.

—¿Por qué has buscado una niñera en Londres? ¿No podías hacerlo en Kendal? Está mucho más cerca.

Callum se quedó paralizado durante unos segundos. ¿Sospecharía algo?, se preguntó.

—Un amigo me recomendó tu agencia.

Zoë se sentó y colocó uno de los corderitos sobre sus rodillas. El animal se movía, inquieto, y no quería tomar el biberón.

—Espera —dijo él, enseñándola a sujetar al animal. En cuanto el corderito probó la leche, se agarró a la tetina y chupó con ansiedad.

Callum tomó al otro y le dio un biberón con la habilidad adquirida tras años de experiencia.

—Ya veo que estás muy acostumbrado —sonrió Zoë.

—Cada año tenemos que cuidar de un par de ellos —suspiró el hombre—. Gracias por limpiar la cocina, por cierto. No esperaba que hicieras tantas cosas en una sola noche.

—No me ha costado nada.

La verdad era que a causa de la bromita de Kyle había tenido que correr como una loca para dejar la casa limpia antes de que Callum volviera, pero no pensaba decírselo.

—Gracias de todas formas.

—Alice me ha dicho que tienes un ama de llaves.

—Sí. Millie viene dos veces por semana, así que podrás tener esos días libres.

—Muy bien.

Un mechón había escapado de su trenza y ella lo apartó con la mano. Parecía muy joven, pensó Callum. Se preguntaba si el hombre con el que salía en Londres sería tan malo como Francis lo había pintado.

—Si te necesitara unos días más, ¿podrías quedarte?

Zoë dudó un momento.

—Sí, pero solo un par de días. He aceptado este trabajo para hacerle un favor a mi jefe, pero tengo que estar de vuelta en Londres a primeros de abril.

—¿Otro trabajo o alguna cita? —preguntó Callum, intentando aparentar despreocupación.

—Las dos cosas —sonrió ella. Tenía una sonrisa preciosa; cálida y sincera. Una sonrisa que iluminaba sus ojos. Callum se encontró a sí mismo pensando que era una chica encantadora, pero interrumpió esos pensamientos inmediatamente. ¿Cómo podía sentirse atraído por una chica que no era más que una niña mimada? Aunque lo cierto era que no se parecía nada a la descripción de su padre.

—Si quieres, podemos hablar ahora de tus obligaciones —dijo Callum, después de aclararse la garganta—. Lo más importante son los niños. Preparar el desayuno, llevarlos al colegio y todo eso. Yo estoy muy ocupado y tendrás que hacer los deberes con ellos por la tarde. Si quieres salir alguna noche, dímelo con un día de antelación y contrataré una niñera.

—No creo que vaya a salir. No conozco a nadie aquí.

—Bueno, pero no quiero que te sientas como una prisionera —sonrió Callum—. Mañana iré contigo al colegio para enseñarte donde está. Salimos de aquí a las ocho y cuarto —añadió, dejando al corderito en el suelo al lado de su hermano—. ¿Te apetece un té?

—No, gracias, me voy a dormir. Estoy cansada —dijo Zoë, observando a Callum llenar dos bolsas de agua caliente—. Hace frío por las noches, ¿verdad?

—Sí, pero las bolsas son para ellos —contestó él, señalando a los corderillos—. Si tienes frío, puedes ponerte una manta eléctrica. Está en el armario.

—No creo que la necesite, pero gracias. ¿Te importa si uso el teléfono? Mi móvil no tiene cobertura.

Callum dudó un momento. ¿Pensaría llamar a su novio? A su padre no le haría mucha gracia, pero él no podía negarse.

—Puedes usarlo cuando quieras.

Zoë salió al pasillo y él terminó de llenar las bolsas de agua.

—Hola, soy yo. ¿Qué tal va todo? —la oyó decir con su voz dulce y modulada. Callum cerró la nevera de golpe y tosió para que supiera que la estaba oyendo. La primera noche y ya estaba llamando a su novio—. Solo son dos semanas… claro que puedes esperar. Yo también lo estoy deseando —decía Zoë, riendo. Callum abrió el cajón de los cubiertos de golpe—. Bueno, tengo que colgar. Te llamaré mañana. Por cierto, ¿sabes algo de mi padre? Vale, muy bien. Un beso muy fuerte —la oyó despedirse. Zoë asomó la cabeza por la puerta un segundo después—. Buenas noches, Callum.

—Buenas noches.

Cuando Zoë entró en su dormitorio, se dio cuenta de que había olvidado cerrar la ventana. Helada, se puso el camisón y se metió en la cama, temblando de frío.

Cuando apagó la luz, la habitación quedó completamente a oscuras. El único sonido, el viento que golpeaba las ventanas.

Cuando estaba quedándose dormida, un grito le heló la sangre. Zoë se sentó de golpe sobre la cama. ¿Qué había sido eso? El sonido había llegado de fuera, tenía que ser un animal…

Unos segundos después volvió a escuchar el grito. Parecía un alma atormentada. En ese momento, la ventana se abrió de golpe y Zoë saltó de la cama, asustada.

—¿Zoë, te encuentras bien? ¿Qué ha sido eso? —escuchó la voz de Callum al otro lado de la puerta.

—Se ha abierto la ventana y no puedo cerrarla.

—¿Puedo entrar?

—Sí, claro —contestó ella—. No sé qué ha pasado. He oído un grito y un segundo después se ha abierto la ventana de golpe.

Callum no podía apartar la mirada del camisón de seda, que resaltaba las curvas de su cuerpo. Zoë era una chica muy, muy atractiva.

—El que grita es Percy.

—¿Y quién es Percy? —preguntó ella.

—Un pavo real.

—¿Un pavo real?

—Un pájaro muy grande con la cola de colores —bromeó Callum—. No te preocupes, no es peligroso. Y no suele entrar en las habitaciones.

—Ja, ja —dijo Zoë—. Podrías haberme advertido de que tenías un zoo.

—Estás en una granja —le recordó él.

—Ya sé que soy una chica de ciudad, pero también sé que un pavo real no es un animal de granja.

—¿Ah, no? —sonrió Callum, acercándose a la ventana—. A ver si puedo arreglar esto.

Zoë no pudo evitar alegrarse cuando vio que él tampoco podía cerrarla.

—Un hombre tan fuerte como tú… yo habría jurado que podrías arreglar la ventana en un segundo —murmuró, irónica.

—La madera ha cedido. Necesito herramientas para arreglar esto.

—Excusas, excusas.

Callum sonrió.

—Vale, no debería haberme reído de ti.

—Ciertamente. Ha sido un error.

—Lo siento —sonrió él de nuevo. Era aún más guapo cuando sonreía. De repente, Zoë se dio cuenta de que solo llevaba puesto el camisón. Debería haberse puesto la bata, pensó—. ¿Firmamos una tregua?

Callum era un hombre muy atractivo y el brillo de sus ojos, medio burlón, medio serio, la ponía nerviosa.

—De acuerdo.

—Quizá deberías dormir en mi habitación —sugirió él entonces. Zoë levantó una ceja—. Me refiero a intercambiar habitaciones por esta noche.

Ella se puso colorada.

—Ya lo sabía —murmuró, intentando apartar de su mente las seductoras imágenes que evocaba aquella frase.

—Pues vamos a organizarnos —dijo Callum, llevándola a su habitación—. Las sábanas están limpias. Millie las ha cambiado esta mañana.

—¿Y tú? —preguntó Zoë, sintiéndose culpable. Probablemente, él estaba exhausto después de haber trabajado todo el día—. No puedes dormir en mi habitación, está helada.

—¿Me invitas a dormir aquí? —bromeó Callum. Pero la broma hizo que el corazón de Zoë se acelerase.

—No seas bobo.

—Yo puedo dormir en cualquier parte —sonrió él—. Intentaré sujetar la ventana con algo y la arreglaré por la mañana. Buenas noches.

—Buenas noches.

Zoë se metió en la cama, nerviosa. Era muy cómoda, mucho mejor que la suya. Las paredes del dormitorio estaban pintadas de color marfil y había varios cuadros de alegres colores que una mujer había elegido, estaba segura. Cuando se volvió, vio una fotografía de los niños en la mesilla. No podía ser fácil para Callum criarlos solo, pensó mientras apagaba la luz.

Cuando cerró los ojos, pensó en su padre. Él la había criado solo. Zoë tenía la edad de Kyle cuando su madre murió, pero seguía recordando cuánto le había dolido su pérdida.

Su padre había hecho lo que pudo, pensó, suspirando. Si pudiera aceptar que era mayor y quería ser independiente, que quería ganarse la vida a su manera, sin su ayuda. Siempre estaba metiéndose en sus cosas y eso la enfermaba. Dos semanas antes habían tenido una tremenda discusión y seguían sin hacer las paces. Por eso había llamado a su compañera de piso, para preguntar si su padre había dejado algún mensaje. Pero Honey le había dicho que solo tenía un mensaje de Matthew Devine, diciendo que no se preocupase, que todo iba según lo previsto.

Zoë enterró la cara en la almohada. Matthew estaba ayudándola a organizar su primera exposición de pintura, sin que su padre se enterase. Él había imaginado que eran novios y Zoë no lo había sacado de su error. Si su padre supiera lo de la exposición, estaba segura de que obligaría a sus socios a comprar todos los cuadros y nunca sabría si había tenido éxito.

Quizá debería haberle contado la verdad, pensaba. Pero a su padre nunca le había gustado su devoción por el arte. Él habría preferido que se dedicase al negocio familiar.

Zoë lo quería mucho, pero se negaba a tolerar que tomara decisiones por ella. Su reacción cuando había pensado que iba en serio con Matthew había sido la que esperaba; se había puesto a dar voces.

Pero ella era suficientemente mayor como para decidir qué quería y qué no quería en la vida. Su padre tendría que aceptarlo y no pensaba volver a hablar con él hasta que le pidiera disculpas. Cuando decidiera casarse, sería ella quien eligiera a su marido. ¡Se había quedado de piedra cuando le dijo que tenía a alguien en mente para ella! Siempre había sido muy dominante, pero aquello era demasiado.

Zoë se dio la vuelta en la cama. Que se enfadase, pensó. Que pensara que iba a casarse con Matthew. Se lo merecía.

No pensaba llamarlo y no pensaba obedecerlo. Tenía que ser firme, mostrarle que estaba dispuesta a vivir su vida como le diera la gana.

Encuentros íntimos

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