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Capítulo dos

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Sarah temblaba mientras ponía monedas en el parquímetro fuera del hospital. La calefacción de Harriet era más eficiente de lo que ella pensaba y ahora el marcado contraste con el frío aire exterior le resultaba chocante. Agarrando el cuaderno en el que había garabateado las preguntas que tenía que hacerle a su padre, metió las llaves en el bolsillo de su abrigo y se dirigió a la habitación del hospital. Se sentía fatal, ir a encontrarse con su padre así, con el miedo alojado en la boca del estómago, preparándose a cada paso para el aluvión de negatividad que sabía que encontraría. Aun estando en el hospital, visitar a su padre debería ser una ocasión feliz. Siempre lo había sido, antes del accidente. Pero después de eso, todo había cambiado. Se encontró a sí misma dividiendo su vida en dos partes: "antes" y "después" de la muerte de Jason. El "antes" había sido mejor, en todos los sentidos. La vida sin su hermano era dura. Habían sido muy cercanos y ella lo extrañaba. Por eso se había ido a la Universidad de Wellington, en lugar de quedarse en casa e ir a Otago como podría haber hecho, quería seguir adelante con su vida, quería un nuevo comienzo. Pero ahora había vuelto, y la amargura de su padre la mantenía atada al pasado.

Con una sonrisa alegre, abrió la puerta de la pequeña habitación privada de la sala del hospital. Sus padres levantaron la vista cuando entró; su madre sonrió cálidamente, pero su padre frunció el ceño. Aunque sabía que ella lo visitaría, él mostró una hostilidad tan evidente que sintió una puñalada en su corazón" ¿Qué quieres?", gruñó su padre.

Sarah hizo un gesto de dolor. "Vine a verte, obviamente. ¿No está permitido?".

Su padre gruñó en respuesta.

"Y tengo algunas preguntas sobre la granja. El ganado".

"Olvídate de eso".

"¿Qué?".

"He dicho que te olvides de eso. Déjalo todo. No puedes dirigir ese lugar, eres una maldita inútil. No tienes ni idea de lo que estás haciendo. Nunca fuiste muy buena en la granja, vivías siempre en tu pequeño mundo, soñando con tonterías".

Ella se sintió desfallecer al escuchar las palabras hirientes de su padre. No estaba preparada para una hostilidad tan evidente. Su pecho se contrajo y su boca se abrió conmocionada, pero cuando intentó hablar, no pudo decir ni una palabra. Las lágrimas amenazaban con brotar, pero ella las contuvo. Se negó a llorar delante de su padre.

Respiró hondo, tratando de fingir que sus palabras no surtieron ningún efecto en ella.

"¿Así que quieres que los animales se mueran de hambre?", dijo cuadrando sus hombros, observando a su padre con una mirada de acero, pero se encontró con el silencio.

"¿Qué sugieres que le pase a la granja entonces, papá?".

Jack la miró entonces, con una fría furia en su mirada. "Jason debería dirigir el lugar. Él lo hubiese hecho si tú hubieras estado donde debías estar".

"Pero Jason no está aquí, ¿verdad?", dijo ella gruñendo con los dientes apretados, cada nervio y tendón de su cuerpo estaba tenso por la ira.

"No, no está con nosotros, gracias a ti".

Cerrando los ojos, Sarah controló su temperamento. Está atormentado por el dolor, se recordó a sí misma, como lo había hecho tantas veces antes. En realidad no quiere decir nada de eso. Durante años, ella había estado excusando el mal comportamiento de su padre recordando lo mucho que le había afectado la muerte de Jason. Estaba acostumbrada a desestimar las palabras hirientes y las acusaciones injustas que salían de su boca. En el pasado fue un hombre tan amable, un padre cariñoso, pero el hombre que estaba ante ella ahora era tan distinto al hombre que había sido que ya no lo reconocía.

Abrió sus puños apretados, flexionando sus dedos, forzando los músculos de sus manos a relajarse. Respirando profundamente, exhaló lentamente a través de sus fosas nasales, y luego lo hizo de nuevo, sintiendo que la tensión abandonaba lentamente su cuerpo. Los segundos se sintieron como minutos mientras la furia ardiente que la atravesaba se enfriaba lentamente.

Cuando estuvo lo suficientemente calmada como para no golpear nada, miró a su padre. "A Tus ovejas y a tus vacas, pronto se les acabara el pasto ¿Ahora vas a decirme qué es lo que debo hacer por ellas o no?".

"No".

"Está bien”, dijo con voz ahogada, sintiendo como si le hubieran arrancado el corazón del pecho y lo hubieran pisoteado. Sin mirar atrás, salió de la habitación, secándose las lágrimas de frustración. Lo intentaba, lo intentaba con todas sus fuerzas. ¿No podía darle una sola oportunidad?

Si él quería seguir actuando así, de manera tan terca y caprichosa, ya no podía hacer más nada. Volvería a la granja esta noche y abriría todas las puertas y daría a los animales el pasto que quedaba, antes de empacar sus cosas y regresar a Wellington. De vuelta a su apartamento y a sus compañeros que se habían convertido en buenos amigos; de vuelta a la universidad, de vuelta para seguir luchando por sus sueños. ¡Qué su padre se fuera al infierno!

Se había sentido tan bien al volver a la granja, Incluso había sentido que regresaba al lugar donde realmente pertenecía. Pero claramente, se había equivocado. Se le rompió el corazón, al decidir que tenía que marcharse, pero con la amargura de su padre, no había manera de que pudiera quedarse.

No se había dado cuenta de que su madre la había seguido, pero ahora sentía la calidez de su suave mano en el hombro. Enfadada, se encogió de hombros. Su madre no la había defendido ahí dentro, delante de él, ¿qué sentido tenía que la consolara ahora?

"Volveré a Wellington mañana", dijo Sarah.

Su madre negó con la cabeza. "Por favor, quédate por un tiempo". Había súplica en su voz y en sus ojos, pero Sarah negó también con la cabeza.

"¿Por qué? Ya lo has oído. No quiere que yo me haga cargo, es obvio. No cree que pueda hacerlo y no quiere que lo intente. Podría ayudarme, decirme qué hacer, pero no lo hará. Es como si quisiera verme fracasar, y ver la granja arruinarse".

"Sabes que eso no es verdad".

"¡Oh, sí que lo es!", insistió Sarah, levantando la voz. "¡Deja de justificarlo! Todos extrañamos a Jason, pero ¿de qué sirve su amargura? ¿Va a guardarme rencor para siempre?".

La mirada de dolor en los ojos de Karen la hizo sentir culpable, así que bajó la voz, y suavizó su tono. "No puedo dirigir la granja, no sin su ayuda, y él no está dispuesto a ayudarme. Puedo volver a la universidad ahora, y tratar de pasar este semestre, mientras pueda".

Su madre puso una mano en su hombro otra vez, y esta vez Sarah no se encogió de hombros, pero permaneció rígida. Sabía que su madre también podía sentir su tensión.

"Tu sangre corre por ese lugar", dijo Karen. "Eres la única que queda".

"¿Y qué?"

"No la abandones ahora. Esto no se trata sólo de tu padre. Esa tierra, es todo lo que nos queda de Jason. Él está en la granja". La voz de Karen se quebró y se tapó la boca con la mano.

Al mencionar a Jason, la mente de Sarah volvió a ese terrible día; el día en que se despidieron de su hermano. Recordó que había esparcido sus cenizas, las había liberado al viento desde el punto más alto de la granja y había visto cómo las diminutas partículas de lo que quedaba de su hermano se alejaban flotando, a la deriva sobre las sinuosas colinas, para finalmente descansar en los prados que Jason había amado. Una vez que las cenizas se asentaron, se mezclaron con la tierra, para nunca más ser vistas, pero Sarah sabía que estaban allí, uniéndose a las cenizas de muchas generaciones de los Taylors. Karen tenía razón, Jason era parte de la granja.

Ella contuvo las lágrimas. No lloraría. No aquí. "Lo pensaré".

Su madre la abrazó, pero seguía estando demasiado rígida y tensa para devolverle el abrazo. Le dolía demasiado, tenía demasiado dolor, por dentro y por eso no podía mostrar afecto.

"Gracias", susurró Karen.

* * *


Tu sangre corre por ese lugar. Las palabras de su madre resonaron en su mente durante todo el camino a casa. Aunque intentaba dirigir sus pensamientos a otros temas, no dejaba de pensar en sus antepasados. Esos fuertes y recios hombres y mujeres que trabajaron la tierra con tanto esfuerzo. Recordó la vieja guadaña que aún estaba colgada en el cobertizo. La habían usado para cortar heno. Incluso ahora, con un tractor nuevo, les llevaba días cortar y empacar el heno. ¿Cuánto tiempo les habría llevado con la guadaña?

Lo primero que hizo cuando llegó a casa fue sacar los viejos álbumes de fotos del fondo de la estantería y estornudó mientras el polvo se arremolinaba a su alrededor. Hacía años que nadie los miraba, pero en el pasado, estas fotos fueron tesoros familiares. Las fotos ya estaban ajadas y desgastadas, mucho antes de que su madre las catalogara cuidadosamente en álbumes de cuero para preservarlas.

Sarah los llevó a la mesa y sonrió mientras abría el primer álbum y pasaba el dedo por la página cubierta de plástico, era como si estuviera evocando los espíritus de sus antepasados. Aunque no pudo conocer a ninguna de estas personas, sabía quiénes eran. En sus días felices, su padre le había hablado de ellos y le había contado la historia de su granja. Ella se sentaba en su rodilla izquierda, y Jason en la derecha, mientras su padre los entretenía narrándoles historias de sus antepasados, algunas divertidas, otras tristes. La vida había sido diferente en ese entonces, pero su padre contaba todo de una forma veraz y lúcida.

Ella hojeó los álbumes, uno tras otro, mientras las historias recordadas se desarrollaban en su cabeza. Miró el techo, era madera de Rimu, su propio tatarabuelo lo había instalado a finales del siglo XIX. La vieja villa había sido sometida a múltiples renovaciones desde su construcción original, pero el hermoso techo de madera permanecía intacto.

Karen tenía razón, su sangre corría por todo el lugar. Y Jason estaba aquí. ¿Cómo podría simplemente huir y entregárselo a extraños?

* * *


Sarah apenas durmió. Alternaba los movimientos de la cabeza con estar tumbada de espaldas y mirando al techo, tratando de encontrarle sentido a sus pensamientos confusos. Cuando el sol se asomó por primera vez al horizonte, proyectando un brillo dorado sobre las colinas, se levantó de la cama a regañadientes sintiendo que había sido atropellada por un camión.

De pie junto a la ventana de la cocina, mirando hacia la granja mientras sorbía su café caliente, con las manos envueltas en la taza para mantenerlas calientes, la realidad la golpeó.

¿Qué demonios estás haciendo? preguntó su mente racional. No tienes ni idea de cómo llevar una granja. ¡Ni siquiera sabes cómo conducir el tractor! Sacudiendo su cabeza en la desesperación, dejó caer el resto de su café por el fregadero. El sabor del café la hizo sentir enferma, ya que el pánico se alojó en la boca de su estómago. Anoche, animada por los espíritus de sus antepasados y los recuerdos de su hermano, estaba decidida a hacer algo aquí. Pero ahora, a la luz del día, se dio cuenta de lo ridícula que era esa decisión. No había manera de que pudiera hacer esto sola.

Después de pasar la mayor parte de la mañana al teléfono, tratando de conseguir ayuda de los granjeros locales, la realidad no era nada alentadora. Aunque la pequeña comunidad agrícola había sido muy unida y le había apoyado durante su crecimiento, desde la muerte de Jason, su padre se las había arreglado para alejar a cada uno de sus vecinos, y ninguno de ellos estaba dispuesto a ayudarla. Sacudió la cabeza con tristeza. Su padre era un hombre quebrado; mucho más quebrado de lo que ella se había dado cuenta. Los hombres que su padre había conocido desde siempre le habían dado la espalda, después de que se volviera loco de dolor y se volviera mezquino.

"Maldición, esto es un desastre". Al oírla, el gato la miró, y luego, obviamente, decidió que no era nada importante y reanudó su perezoso ritual de lavarse las patas.

Caminando por la casa, sumida en un estado de aturdimiento, miró fijamente por las ventanas sin ver nada, abrió y cerró las puertas de los armarios sin buscar nada en particular. El mundo se le venía encima. No sabía qué hacer.

Se detuvo fuera de la puerta cerrada del dormitorio que solía ser de Jason. Su corazón se detuvo momentáneamente y no podía respirar. Con cuidado, extendió la mano y giró la manija, empujando suavemente, esperando que la puerta se cerrara y evitara que entrara, pero se abrió fácilmente. Temblaba demasiado como para soltar el marco de la puerta, así que se quedó en el umbral, sin poder respirar, mientras sus ojos rebuscaban por la habitación. Todas sus cosas estaban todavía allí. Si no hubiese sabido que estaba muerto, habría pensado que había salido solo un rato y que volvería pronto; sus gafas de sol todavía estaban en medio de su cama mal hecha, los carteles de Metallica todavía estaban en las paredes, y sus trofeos de natación todavía ocupaban un lugar privilegiado en el estante de arriba, encima de sus libros y su colección de discos compactos. Su habitación estaba exactamente como la había dejado; exactamente como ella recordaba que siempre había estado. No había sido capaz de entrar aquí desde el accidente, y no sabía lo que se encontraría. Y ahora, mientras miraba a su alrededor, sentía su presencia con fuerza. Tal vez fue su imaginación, pero ver todas las cosas de Jason tal como las había dejado la hizo sentir cerca de él. Ella quería tocarlo todo, sentirlo, sostener su ropa contra su mejilla y respirar el aroma de él que esperaba que siguiera ahí, incluso después de todo este tiempo. Pero no pudo hacer nada de eso. Ni siquiera podía quedarse aquí; se sentía como una intrusa.

Saliendo a trompicones de su habitación, cerró la puerta tras ella y se deslizó contra ella, sintiendo la solidez de la madera en su espalda mientras los sollozos escapaban de su cuerpo. Abrazando sus rodillas, enterró su cara en sus antebrazos, dejando que la soledad, la pena y la culpa la abrumaran. Extrañaba mucho a Jason. Permaneció así durante mucho tiempo, las lágrimas de desesperación y el dolor aterrizaron en sus pantalones. Pero finalmente, se recompuso y se puso de pie, secando sus lágrimas con el dorso de su mano. Respirando hondo, se dirigió a propósito hacia la oficina de su padre. Tenía que hacer una llamada más, y tal vez tendría suerte. Tenía una granja que salvar.

Sentada en la silla de oficina de cuero negro giratorio de su padre en su antiguo escritorio de roble, Sarah hojeó la vieja agenda de contactos de Jack, tratando de encontrar el número de teléfono del anciano que era su última esperanza. Si él tampoco la ayudaba, ella no sabría qué más hacer.

"¡Ajá!", sosteniendo la libreta y marcando el lugar con su dedo, tomó el teléfono y marcó. Sonó y sonó, antes de que una voz áspera y vagamente familiar finalmente contestara.

Sarah respiró hondo y cruzó los dedos antes de hablar, luchando por mantener su voz firme. ¿"Bert"? Es Sarah Taylor, la hija de Jack. Me pregunto si estarías dispuesto a ayudarme".

Mientras el anciano hablaba, la tensión abandonó lentamente los hombros de Sarah. Sus dedos se descruzaron por sí solos y su respiración se hizo más pausada y se normalizó mientras una sensación de alivio la invadía. La ayuda estaba llegando. Bert era viejo, pero sabía mucho sobre agricultura. Estaba demasiado mayor para hacer mucho, pero podría compartir sus conocimientos con ella.

Una sonrisa iluminó su rostro cuando colgó el teléfono.

"Creo que las cosas al fin podrían mejorar", le anunció al gato, todavía acurrucado en su silla favorita, mientras pasaba para ponerse las botas. "Bert me va a ayudar a superar esto la semana que viene, por lo menos. Eso es bueno, ¿verdad?".

Después de abrir un ojo brevemente para mirarla con desdén, el gato se volvió a dormir. "Me gustaría poder dormir como tú", murmuró Sarah, frotándose los ojos. Ardían de agotamiento, pero el sueño tendría que esperar. Ahora mismo, había cosas más importantes de las que ocuparse.

Papi Toma El Mando

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