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Prólogo a la edición en castellano

No se aprende de la experiencia. Se aprendereflexionando sobre la experiencia.

Frase multitudinariamente atribuida a John Dewey

Hace aproximadamente diez años Ken Bain publicó un libro titulado Lo que hacen los mejores profesores de universidad.1 Aquel libro, basado en un número importante de entrevistas a profesores y profesoras, y también a estudiantes, trataba de indagar en las prácticas, en los comportamientos y en las competencias profesionales de aquellos docentes que podían ser calificados de excelentes. ¿Que cuáles fueron los criterios que utilizó para definir la excelencia? Bain, en el capítulo introductorio de ese libro, explica el camino que siguió para concretar aquellos factores capaces de ir esbozando un modelo de excelencia docente que identificaba la enseñanza como una actividad que crea situaciones de aula con la potencialidad de generar tanto aprendizaje como entusiasmo por seguir aprendiendo en el mayor número de estudiantes.

Muchas de las entrevistas fueron dirigidas a estudiantes para indagar y delimitar puntos de vista diferentes sobre qué se considera un «buen docente». Lo cierto es que la figura del estudiante, desde su aparición en aquel capítulo introductorio de su primer libro hasta el protagonismo absoluto que cobra en el presente, surge como constructor o artífice de un tipo de aprendizaje que puede encuadrarse en alguna de las siguientes categorías: aprendices superficiales (reproducen lo que han leído o escuchado), aprendices estratégicos (cuyo objetivo se centra en las notas) y aprendices profundos (se introducen en la complejidad de las materias con la intención de entenderlas). Si gran parte de Lo que hacen los mejores profesores de universidad está dedicado a qué pueden hacer –y pensar– los docentes para diseñar situaciones de aula que deriven a sus estudiantes hacia un aprendizaje profundo, el libro que tiene en sus manos, Lo que hacen los mejores estudiantes de universidad, viene justamente a profundizar en las prácticas, formas de ver el mundo –y, dentro de él, la propia universidad–, hábitos mentales y maneras de aprender, individualmente y en colaboración, de personas, hombres y mujeres, habitualmente jóvenes, en todo caso estudiantes universitarios, que decidieron asumir el control y la responsabilidad de su propia formación y desarrollo en el marco de una carrera universitaria.

Si la pretensión del lector fuera encontrar en un libro como éste un conjunto de reglas bien definidas, lo que podríamos llamar «trucos del oficio» para «sacar buenas notas», más vale que lo devuelva al estante de donde lo tomó, o que si acaba por comprarlo sea para regalarlo; pero aún le resultaría mejor si le diera una oportunidad, si lo leyera para descubrir lo mucho que de provechoso contiene. Y le garantizo que le cautivará, que lo encontrará altamente interesante, y ello porque habla de historias de vida, de personas que, en su momento, se detuvieron a pensar sobre sus intereses y, a veces con la ayuda de sus profesores (algunos incluidos en Lo que hacen los mejores profesores de universidad, o que merecían haberlo sido), a veces a pesar de ellos (¿quizás alguno de los que continúan pensando que aprender consiste básicamente en escuchar y repetir?), decidieron convertirse en protagonistas de su propio aprendizaje.

Si aprender es crecer, Ken Bain, de nuevo a través de sus relatos de un caso tras otro, va ofreciéndonos claves en la búsqueda de la excelencia... ¿académica?; bueno, quizás a fuerza de «manosear» el concepto de «excelencia académica» desde claves de eficacia y eficiencia por parte de las diversas estancias gestoras y evaluadoras de la universidad española, ahora se identifique más con «conseguir las mejores calificaciones» que con la idea que sobrevuela permanentemente todos los capítulos del libro de Bain: excelencia como capacidad de descubrir la complejidad del mundo a través de la parcela de la realidad que se está estudiando, de relacionar esa parcela con otras, de abordar lo desconocido, de reconocer fracasos y de emprender a partir de ellos búsquedas nuevas, de reconocerse y avanzar a través de la evaluación, de apreciar el trabajo de otros. En realidad, el libro de Bain no trata de «buenos estudiantes», sino de «buenas personas» y de cómo estas buenas personas y magníficos profesionales o, en su caso, grandes artistas, encararon su tarea de «hacerse estudiantes» en la universidad.

Para la investigación, Ken Bain, con la colaboración de Marsha Bain, ha buscado e identificado a sus protagonistas, que define como «altamente productivos» en los ámbitos social, académico y profesional, en su momento estudiantes que fueron a la universidad y que tras su paso por ella llegaron a ser personas creativas e innovadoras en sus ámbitos profesionales; pero no sólo eso, también se convirtieron en personas comprometidas con las desigualdades y con su entorno social, algo en lo que Bain pone un énfasis especial. El libro es un ejercicio de descripción e indagación sobre cómo fueron construyendo ese aprendizaje profundo mientras eran estudiantes en la universidad.

Lo cierto es que el estilo de aprendizaje profundo, cuando el estudiante toma el control de su propia educación, vincula lecturas, ideas, debates y lecciones a mil aspectos de la vida, del currículum y del propio desarrollo, es precisamente lo que nos hace apreciar como estudiantes, y también como profesores, que enseñar y aprender en una aula es una actividad compartida, asombrosa y con grandes dosis de creatividad, que tiene que ver con la vida y no tanto con el expediente académico.

Es un libro que al estudiante de universidad le puede ofrecer algunas de las claves para entender que una cosa es aprobar, sacar notables y sobresalientes –y que eso, por supuesto, está bien–, pero que otra distinta es convertir la experiencia del aprender, individualmente y con otros, en un proyecto con sentido, un proyecto presidido por la pasión, la curiosidad y la superación del fracaso, y que es posible que ambas puedan darse al mismo tiempo.

¿Que qué puede ofrecernos el libro a los docentes? A buen seguro nos recordará que delante nuestro, en el aula, se sientan personas que, además de escuchar, leer y repetir, tienen capacidad de pensar, de organizar ideas, de relacionar asuntos de asignaturas diferentes, de escucharse entre ellos, de equivocarse, de aprender de esas equivocaciones... ¿Nuestro problema?... el de siempre: crear situaciones, las mejores situaciones, para que todo ello resulte posible.

Bernardino Salinas,

profesor de la Facultad de Magisterio de la Universidad de Valencia.

1. What the Best Teachers College Do, Harvard University Press, 2004. La Universitat de València publicó las traducciones al catalán y al castellano (El que fan els millors professors d’universitat, Publicacions de la Universitat de València, 2005 y Lo que hacen los mejores profesores de universidad, Publicacions de la Universitat de València, 1.ª ed. 2005, 2.ª ed. 2007), y la Universidade de Vigo publicó la traducción al gallego (O que fan os mellores profesores universitarios, 2007)

Lo que hacen los mejores estudiantes de universidad

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