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I.S.B.N: 978-84-18211-00-3

Introducción

Gibran Khalil Gibran, mejor conocido como Khalil Gibran, fue un poeta, filósofo y pintor libanés, que nació en Bisharri en 1883 en el núcleo de una humilde familia maronita. Durante su niñez se destacó por su carácter tranquilo, su sensibilidad y su gran amor por las artes. Hacia 1896, al deteriorarse la situación de su país, parte de su familia se vio obligada a migrar en busca de una vida mejor, y junto a su madre y sus hermanos viajó a los Estados Unidos, radicándose en Boston, donde el joven Khalil aprendió el inglés, idioma que estudiará con devoción y con el que más tarde se hará famoso.

Sin embargo, él nunca olvidará su lengua materna: el árabe. Durante su adolescencia regresó al Líbano con la intención de estudiarlo y perfeccionarlo, aparte de complementar su educación con estudios de religión, francés, ética, dibujo y literatura. Durante este tiempo, también fundó una revista en la que comenzó a publicar sus primeros escritos.

En 1902, regresa a Boston y en 1906, Khalil Gibran publica Ara’is al-Muruj (Ninfas del valle), cuyo título fue traducido al inglés como Spirit Brides (Espíritus rebeldes), colección de tres cuentos en los que ya comienza a mostrar su interés por lo místico, lo religioso y la poderosa fuerza del amor. Sin embargo, por razones políticas, el libro fue quemado poco tiempo después en la plaza de Beirut por su contenido “peligroso, revolucionario y nocivo para la juventud”.

Dos años después, viaja a París donde estudia arte y donde es fuertemente influenciado por el movimiento simbolista, uno de los más importantes hacia el final del siglo XIX. Al regresar de nuevo a Boston, Khalil Gibran comienza a publicar sus escritos en árabe en diversas revistas, hasta que finalmente, en 1918, publica su primer libro en inglés titulado El loco, el cual plantea reflexiones espirituales narradas desde la visión de un hombre que se cree trastornado.

Pero son su marcada sensibilidad espiritual y su permanente búsqueda filosófica, las que cinco años después darán como resultado la creación de su gran obra maestra: El profeta.

Este libro es considerado la obra más importante de Khalil Gibran. Fue publicada en 1923 y su primera edición está ilustrada con dibujos realizados por el mismo autor. Algunos biógrafos señalan que esta obra fue escrita originalmente en árabe cuando el joven Khalil tenía quince años y que luego la tradujo al inglés en un lapso de cinco años, no obstante, no hay datos ciertos con relación a esta información.

El profeta narra el diálogo que un hombre sabio mantiene con el pueblo de Orfalese, justo antes de dejar el lugar, después de vivir allí durante doce años. Por otro lado, El jardín del profeta, aunque escrito doce años después, nos ofrece el diálogo que el mismo hombre mantiene con nueve discípulos, después de llegar a su tierra natal, y es la continuación de las reflexiones que sobre la vida y la existencia ha hecho este sabio a lo largo de su vida.

En ambas obras se pueden intuir las fuertes influencias de la Biblia y del Islam, las cuales son parte de la esencia filosófica del autor, y no son solo una invitación a reflexionar sobre los temas y valores fundamentales de la existencia, sino que vale considerar que Khalil Gibran fue el autor oriental que escribió su mayor trabajo en la lengua más importante del mundo occidental, rompiendo la barrera que separaban estas dos culturas, convirtiéndose así en el mayor representante de la cultura oriental en occidente y en uno de los escritores orientales más leídos del mundo.

Khalil Gibran, muere en New York, en 1931 a la edad de 48 años. Sus restos reposan en el Líbano.

Elizabeth G. Cornejo


El Profeta

La llegada de la nave

Al Mustafá, el elegido y el bienamado, quien era igual al amanecer en su propio día, esperó durante doce años en la ciudad de Orfalese el regreso del barco que debía llevarlo de vuelta a la isla donde nació.

Al pasar los doce años, el séptimo día de Ielool —el mes de la cosecha— subió a la colina, más allá de los límites de la ciudad y vio el mar. Y pudo ver su barco llegando junto a la bruma.

Entonces, las puertas de su corazón se abrieron de par en par y su felicidad se elevó sobre el océano. Cerró sus ojos y rezó acompañado por los silencios de su alma.

Pero al bajar de la colina, sobre él recayó una honda tristeza, y pensó así en su corazón:

«¿Cómo podré irme tranquilo y sin pena? No, no dejaré esta ciudad sin una herida en mi alma.

Los días de tristeza que pasé entre sus muros fueron largos y también lo fueron las noches de soledad, y ¿quién puede separarse sin tristeza de su dolor y de su soledad?

Muchos fragmentos de mi espíritu he regado por estas calles y muchos son los hijos de mi anhelo que sin ropaje se mueven entre las colinas. No puedo dejarlos sin congoja y sin pena.

No es un traje lo que hoy me quito, sino mi propia piel, la cual arranco con mis propias manos.

Y no es un pensamiento lo que dejo detrás de mí, sino un corazón ablandado por el hambre y la sed.

Pero, no puedo demorarme más.

El mar, que llama todas las cosas hacia él, me llama y debo zarpar.

Porque permanecer, aunque las horas quemen durante la noche, es cristalizarse y congelarse y ser oprimido dentro de un molde.

De buen grado llevaría conmigo todo lo que hay aquí, pero, ¿cómo podría hacerlo?

Una voz no puede cargar la lengua y los labios que le dieron alas. Sola debe buscar el éter.

Y sola, sin su nido, el águila volará y cruzará el sol».

Entonces, cuando Al Mustafá llegó al pie de la colina, miró de nuevo el mar y pudo ver su barco llegando al puerto y a los marineros —a los hombres de su propia tierra— sobre la proa.

Y su alma los llamó y les dijo:

«Descendientes de mi anciana madre, jinetes de las mareas, cuántas veces navegaron en mis sueños. Ahora llegan durante mi vigilia, que es mi sueño más profundo.

Estoy listo para partir y mis anhelos esperan el viento con sus velas desplegadas.

Respiraré una vez más esta calmada brisa y, amorosamente, veré una vez más hacia atrás.

Y después, marino entre marinos, iré con ustedes.

Y tú, grandioso mar, madre durmiente.

Tú que solo eres paz y libertad para el río y el arroyo. Déjame dar un paseo más en esta corriente, susurrar una vez más en esta cañada.

Y luego, como gota sin límites hacia el océano sin límites, yo iré hacia ti».

Y, mientras caminaba él vio, en la lejanía, cómo hombres y mujeres dejaban sus campos y sus viñedos y se dirigían con prisa hacia las puertas de la ciudad.

Y escuchó sus voces diciendo su nombre y gritando de un lugar a otro, contándose unos a los otros la llegada de su barco.

Y dijo para sí mismo:

«¿Será que el día de la partida es el día del encuentro?

¿Y el crepúsculo será, realmente, mi amanecer?

¿Y, qué podré darle a quien dejó su arado en la mitad del surco, o a quien detuvo la rueda de su lagar?

¿Será que mi corazón se convertirá en un árbol cargado de frutos que yo puedo recoger para entregárselos?

¿Y será que mis deseos brotarán como una fuente para colmar sus copas?

¿Seré igual que un arpa bajo los dedos del Poderoso o igual que una flauta a través de la cual pasará su aliento?

Soy un buscador de silencios y ¿qué tesoros he hallado en esos silencios para entregar con confianza?

Si este es mi día de cosecha, ¿en qué campos habré sembrado la semilla y en cuál olvidada estación?

Si en realidad, esta es la hora en que alzaré mi lámpara, no es mi llama la que brillará en ella.

Yo alzaré mi lámpara vacía y oscura.

Y será el guardián de la noche quien la colmará de aceite y también la encenderá».

Él decía estas cosas con palabras. Pero había mucho sin decir dentro de su corazón, porque él mismo no podía hablar de su más profundo secreto.

Y cuando entró en la ciudad, toda la gente vino a encontrarlo, llamándolo a una sola voz.

Y los más ancianos de la ciudad se adelantaron y le dijeron:

«No te alejes de nosotros. Has sido un brillante mediodía en nuestro ocaso y tu juventud nos dio sueños para soñar.

No eres un extraño entre nosotros, tampoco un huésped, sino nuestro bienamado hijo.

Que aún no sufran nuestros ojos el hambre de tu rostro».

Y los sacerdotes y las sacerdotisas le dijeron:

«No permitas que las olas del mar nos separen ahora, ni que el tiempo que has pasado con nosotros se transforme en un recuerdo. Has caminado entre nosotros como un espíritu y tu sombra ha bañado nuestros rostros como una luz.

Te hemos amado mucho. Pero nuestro amor fue escaso de palabras y fue cubierto con velos.

Pero ahora clama por ti en alta voz y frente a ti se descubre.

Y siempre ha sido cierto que el amor no conoce su profundidad hasta el momento de la separación».

Y también otros vinieron a suplicarle. Pero él no les contestó. Bajó su cabeza y quienes estaban a su lado vieron cómo las lágrimas mojaban su pecho.

Entonces, él y la gente caminaron hacia la gran plaza frente al templo.

Y una mujer llamada Almitra salió del santuario. Ella era una profetisa.

Y él la miró con infinita ternura, porque ella fue la primera que lo buscó y creyó en él cuando había estado solo un día en la ciudad.

Y ella lo saludó, diciendo:

«Profeta de Dios, en búsqueda de lo supremo, por largo tiempo has buscado tu barco en la distancia.

Ahora tu barco ha llegado y tú debes partir.

Profunda es tu nostalgia por la tierra de tus memorias y por el lugar de tus más profundos deseos. Y no serás atado por nuestro amor, ni tu paso será frenado por nuestras necesidades. Pero sí te pedimos que antes de irte, nos hables y nos concedas tu verdad.

Y nosotros se la entregaremos a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos y así no morirá.

En tu soledad has velado nuestros días y en tu vigilia has escuchado el llanto y la risa de nuestro sueño.

Ahora, descúbrenos ante nosotros mismos y, tal como te fue mostrado, dinos todo aquello que existe entre el nacimiento y la muerte».

Y él respondió:

«Pueblo de Orfalese ¿de qué podría hablarles yo sino de aquello que ahora se agita dentro de sus almas?».

El amor

Entonces, Almitra le dijo:

«Háblanos del amor».

Y él alzó su rostro, miró a la gente y la calma descendió sobre ellos. Entonces, con fuerte voz les dijo:

«Cuando el amor los llame, síganlo,

aunque el camino sea arduo y difícil.

Y cuando sus alas los cubran, ríndanse,

aunque la espada escondida entre ellas los hiera.

Cuando les hable, crean en él,

aunque su voz despedace sus sueños, igual que el viento del norte destroza los jardines.

Porque, así como el amor los corona, así los crucifica. Así como los hace crecer, así los poda.

Así como sube a lo más alto y acaricia sus ramas más tiernas que tiemblan bajo el sol, así descenderá hasta sus raíces y las hará vibrar en su unión con la tierra.

Como manojos de maíz, él los une a ustedes mismos.

Los desgarra hasta dejarlos desnudos.

Los tamiza hasta librarlos de sus conchas.

Los pulveriza hasta hacerlos blancos.

Los amasa, hasta que sean flexibles.

Y luego, los envuelve en su fuego sagrado, para que puedan convertirse en el pan sagrado para la fiesta sagrada de Dios.

El amor hará todo esto en ustedes para que puedan alcanzar los secretos de su propio corazón y, por ese conocimiento, puedan transformarse en un fragmento del corazón de la vida.

Pero, si llenos de miedo solo buscan la paz y el placer del amor, entonces, es mejor que vistan su desnudez y se alejen de sus umbrales.

Hacia un mundo donde no existen primaveras y donde reirán, pero no con toda su risa, y donde llorarán, pero no con todas sus lágrimas.

El amor no da nada sino a sí mismo y no toma nada sino de sí mismo.

Tampoco posee ni es poseído.

Ya que el amor es suficiente para el amor.

Cuando amen no digan: “Dios está en mi corazón”, más bien, digan: “Yo estoy en el corazón de Dios”.

Y no crean que pueden orientar el curso del amor, porque él si los encuentra dignos, él mismo orientará su curso.

El amor no desea nada más que realizarse a sí mismo.

Pero, si el amor que sienten y sus necesidades tienen deseos, que sus deseos sean estos:

Derretirse y ser como la corriente del arroyo que le canta su melodía a la noche.

Conocer el dolor que causa demasiada ternura.

Ser herido por nuestro propio entendimiento del amor,

y sangrar gozosos y voluntariamente.

Despertar cada mañana con un corazón alado y dar gracias por un día más de amor.

Reposar al mediodía y meditar el éxtasis de amar.

Regresar a casa con gratitud al atardecer.

Y dormir con una oración por el ser amado en nuestro corazón y una canción de elogio en nuestros labios».

El matrimonio

Entonces, Almitra le preguntó nuevamente:

«Maestro, ¿y qué nos puedes decir del matrimonio?».

Y él le respondió:

«Ustedes nacieron juntos y juntos permanecerán para siempre.

Estarán juntos cuando las blancas alas de la muerte cubran sus días.

Sí, estarán juntos hasta en la callada memoria de Dios.

Pero permitan que haya espacios en esa unión.

Y dejen que los vientos del cielo corran entre ustedes.

Ámense el uno al otro, pero no conviertan ese amor en atadura.

Que sea, en cambio, un mar que se mueve entre las costas de sus almas.

Llenen uno la copa del otro, pero no beban de una sola copa.

Compartan el pan el uno con el otro, pero no coman del mismo pedazo.

Canten y bailen juntos y siéntanse alegres, pero permitan que cada uno sea independiente.

Así, como las cuerdas del laúd están solas aunque vibren con una sola música.

Entreguen su corazón, pero no para que su compañero lo posea.

Ya que solo la mano de la vida puede poseer sus corazones.

Y permanezcan juntos, pero no demasiado juntos, porque las columnas del templo están separadas.

Y, ni el roble se desarrolla bajo la sombra del ciprés, ni el ciprés bajo la sombra del roble».

Los niños

Entonces, una mujer que sostenía un niño contra su pecho le dijo: «Háblanos de los niños».

Y él le respondió:

«Sus hijos no son sus hijos.

Son hijos e hijas de la vida, anhelante de sí misma.

Llegan a través de ustedes, pero no vienen de ustedes.

Y aunque crecen con ustedes, no les pertenecen.

Ustedes pueden darles su amor, pero no sus pensamientos.

Porque ellos tienen pensamientos propios.

Pueden darle albergue a sus cuerpos, pero no a sus almas.

Porque esas almas habitan en el hogar del mañana que ustedes no pueden visitar, ni siquiera en sueños.

Pueden esforzarse en ser como ellos, pero no busquen que ellos sean como ustedes.

Porque la vida no retrocede ni se entretiene con el pasado.

Ustedes son el arco desde donde sus hijos, igual que flechas vivas, son empujados hacia delante.

El arquero ve el blanco en el camino hacia el infinito y los doblega con su poder para que esa flecha vuele veloz y lejana.

Dejen, con alegría, que la mano del arquero los doblegue.

Porque, así como él ama la flecha que vuela, así también ama el arco que es estable».

El dar

Entonces, un hombre rico le dijo:

«Háblanos del dar».

Y él respondió:

«Dan muy poca cosa cuando dan de aquello que poseen.

Cuando dan algo de ustedes mismos es cuando dan realmente.

¿Qué son sus posesiones sino cosas que atesoran por miedo a necesitarlas mañana?

Y mañana, ¿qué le traerá el mañana al precavido perro, que entierra huesos en la arena sin dejar marcas, mientras camina detrás de los peregrinos hacia la ciudad santa?

Y ¿qué es el miedo a la necesidad sino la necesidad misma?

¿No es el miedo a la sed, cuando el manantial está lleno, la sed insaciable?

Hay quienes dan muy poco de lo mucho que poseen y lo dan buscando el reconocimiento, y ese deseo oculto corrompe sus regalos.

Y hay quienes tienen muy poco y lo entregan todo.

Ellos son quienes creen en la vida y en la magnificencia de la vida y su cofre nunca está vacío.

Y hay quienes dan con alegría y la alegría es su premio.

Y hay quiénes dan con dolor y el dolor es su bautismo.

Y hay quienes dan y no conocen el dolor de dar, tampoco buscan la alegría de dar, ni son conscientes de la virtud de dar.

Dan como, en el profundo valle, el mirto le da su fragancia al espacio.

Dios habla a través de las manos de los que son como ellos y, desde el fondo de sus ojos, Dios sonríe sobre la tierra.

Es bueno dar cuando ha sido pedido, pero es mejor dar cuando no lo ha sido, mediante el entendimiento.

Y, para quienes van con la mano abierta, buscar quien recibirá es mayor alegría que la acción de dar.

¿Y es que acaso hay algo que puedan guardar?

Todo lo que tienen algún día será dado.

Pues, den ahora que el momento de dar es de ustedes y no de sus herederos.

Ustedes dicen con frecuencia: “Daría, pero sólo a quien lo merezca”.

Los árboles de su huerto no se expresan así, tampoco los rebaños de su pradera.

Ellos dan para vivir, ya que no hacerlo es perecer.

Con seguridad, todo aquel que merece recibir sus días y sus noches, merece todo lo demás de ustedes.

Y quien mereció beber el océano de la vida, merece llenar su copa en el pequeño arroyo que les pertenece.

¿Y cuál mérito puede ser mayor que aquel que reside en el valor y en la confianza, y no en la caridad de recibir?

¿Y quiénes son ustedes, para que los hombres desgarren su pecho y revelen su orgullo para que puedan ver sus valores desnudos y sus orgullos desvergonzados?

Vean primero si ustedes mismos merecen dar y ser un instrumento del dar.

Porque, la verdad, es la vida quien le da a la vida, mientras que ustedes que se creen dadores, no son más que testigos.

Y ustedes los que reciben —y todos ustedes son de ellos— no asuman el peso de la gratitud si no quieren colocar un yugo sobre ustedes y sobre quien les da.

En cambio, elévense junto al dador en su dar como en unas alas.

Porque exagerar la deuda es dudar de su generosidad, que posee como madre al libre corazón de la tierra como madre y como padre a Dios».

El comer y el beber

Así, un viejo que tenía una posada dijo:

«Háblanos del comer y del beber».

Y él respondió:

«Ojalá puedan vivir del aroma de la tierra y, como una planta en el aire, ser nutridos por la luz.

Pero ya que deben matar para comer y quitar al recién nacido la leche de su madre para calmar la sed que sienten, hagan de ello un acto de adoración.

Y hagan que su mesa sea un altar en el que lo puro y lo inocente, el buque y la pradera, sean sacrificados por aquello que es más puro y aún más inocente que el hombre.

Cuando maten a un animal, díganle con el corazón:

“El mismo poder que te sacrifica, me sacrifica también a mí. Yo también seré destruido.

La misma ley que te pone en mis manos me pondrá a mí en manos más poderosas.

Tu sangre y mi sangre no son más que la savia que alimenta el árbol del cielo”.

Y cuando muerdan una manzana, díganle con el corazón:

“Tus semillas vivirán en mi cuerpo.

Y los botones de tu mañana abrirán en mi corazón. Y tu aroma será mi aliento.

Y juntos gozaremos a través de todas las estaciones”.

Y en el otoño, cuando reúnan las uvas de sus vides para el lagar, díganle con el corazón:

“Yo soy también una vid y mi fruto será llevado al lagar.

Y como vino nuevo será almacenado en vasos eternos”.

Y en el invierno, cuando beban el vino, que dentro de su corazón haya un canto para cada copa.

Y que en ese canto haya un recuerdo para los días de otoño y para la vid y para el lagar».

El trabajo

Entonces, le dijo un labrador:

«Háblanos del trabajo».

Y él le contestó:

«Trabajan para seguir el ritmo y el alma de la tierra.

Porque estar ocioso es transformarse en un extraño en medio de las estaciones y salirse de la procesión de la vida, que avanza majestuosa y en orgullosa sumisión hacia el infinito.

Cuando ustedes trabajan, son como la flauta a través de cuyo corazón el susurro de las horas se transforma en música. ¿Quién de ustedes querrá ser una caña silenciosa y muda cuando todo canta al unísono?

Se les ha dicho siempre que el trabajo es una maldición y la labor una desgracia. Pero yo les digo que cuando trabajan, realizan una parte del más distante sueño de la tierra, concedida a ustedes cuando ese sueño fue nacido. Y trabajando, en realidad, están amando la vida.

Y amarla a través del trabajo, es estar muy cerca del más reservado secreto de la vida.

Pero si, en el dolor que sienten, llaman al nacer una aflicción y al soportar la carne una maldición escrita en su frente, yo les responderé que nada más que el sudor de su propia frente lavará lo que está escrito.

También se les ha dicho que la vida es oscuridad y, en la fatiga que sienten, se hacen eco de la voz del fatigado.

Y yo les digo que la vida, en realidad, es oscuridad cuando no hay un impulso.

Y todo impulso es ciego si no hay conocimiento.

Y todo conocimiento es vano si no hay trabajo.

Y todo trabajo es vacío si no hay amor.

Y cuando trabajan con amor se unen con ustedes mismos, y con los otros, y con Dios.

¿Y qué es trabajar con amor?

Es tejer la tela con hilos extraídos de su corazón como si su amado fuera a usar esa tela.

Es levantar una casa con afecto, como si su amado fuera a vivir en ella.

Es plantar semillas con ternura y cosechar con alegría, como si su amado fuera a gozar ese fruto.

Es infundir el aliento de su propio espíritu en todas las cosas que hagan.

Y saber que todos los muertos benditos se encuentran ante ustedes observando.

A menudo he oído decir, como si fuera en sueños, “El que trabaja en mármol y encuentra en la piedra la forma de su propia alma es más noble que el que labra la tierra”.

Y “Aquel que se adueña del arco iris, para colocarlo en una tela convertida en la imagen de un hombre, es más que quien hace las sandalias para nuestros pies”.

Pero yo digo, no en sueños, sino en el desvelo del mediodía, que el viento no le habla más dulcemente a los robles gigantes que a la más pequeña de las hojas de la hierba.

Y solamente es grande quien cambia la voz del viento en una canción, haciéndola más dulce por su propio amor.

El trabajo es el amor hecho visible.

Y si no pueden trabajar con amor, sino solo con disgusto, es mejor que dejen su trabajo y se sienten en la puerta del templo y reciban limosna de aquellos que trabajan con alegría.

Porque si hornean el pan con indiferencia estarán horneando un pan amargo que solo saciará a medias el hambre del hombre.

Y si se quejan al apretar las uvas, su resentimiento destilará veneno en el vino.

Y si cantan, aunque sea como los ángeles, pero no aman el cantar, estarán ensordeciendo los oídos de los hombres para las voces del día y las voces de la noche».

La alegría y el dolor

Entonces, una mujer dijo:

«Háblanos de la alegría y del dolor».

Él le respondió:

«Su alegría es su dolor sin máscara.

Y la misma fuente de donde surge su risa, muchas veces fue llenada con sus lágrimas.

¿Cómo puede ser de otro modo?

Mientras más profundo penetre el dolor en su corazón, más alegría podrá contener.

¿No es la copa que contiene su vino la misma copa que estuvo fundiéndose en el horno del alfarero?

¿Y no es el laúd que calma su espíritu la misma madera que, con cuchillos, fue tallada?

Cuando estén contentos miren en el fondo de su corazón y encontrarán que solo aquello que les produjo dolor es lo que les produce alegría.

Cuando estén tristes miren de nuevo en su corazón y verán que están llorando, en verdad, por aquello que fue su deleite.

Algunos de ustedes dicen: “La alegría es mayor que el dolor” y otros dicen: “No, el dolor es más grande”.

Pero yo les digo que son inseparables.

Ambos vienen juntos y, cuando uno de ellos se siente con ustedes en su mesa, recuerden que el otro está durmiendo en su cama.

En verdad, ustedes están suspendidos —igual que una balanza—, entre su alegría y su dolor.

Solo cuando ustedes estén vacíos estarán quietos y equilibrados.

Cuando el tesorero se levanta para pesar su oro y su plata, es necesario que su alegría o su dolor suban o bajen».

Las casas

Entonces, un albañil se adelantó y dijo:

«Háblanos de las casas».

Y él respondió, diciendo:

«Levanten una enramada en el bosque con su imaginación, antes que una casa dentro de los muros de la ciudad.

Porque, así como tendrán huéspedes en su crepúsculo, así, el peregrino dentro de ustedes se orientará siempre hacia la distancia y la soledad.

Su casa es su cuerpo grande.

Crece bajo el sol y duerme en la serenidad de la noche, y sueña.

¿No es verdad que sueña? ¿Y que al soñar deja la ciudad por el bosque o la colina?

¡Ojalá pudiera reunir sus casas en mi mano e, igual que un sembrador, regarlas por el bosque y la pradera!

Los valles serían sus calles y los senderos verdes las alamedas y se buscarían el uno al otro a través de los viñedos, para regresar con la fragancia de la tierra en sus vestiduras.

Pero todo eso aún no puede ser.

En su miedo, sus antepasados los pusieron demasiado juntos. Y ese miedo durará un poco más. Por un tiempo más, los muros de su ciudad separarán su corazón de sus campos.

Y díganme, pueblo de Orfalese, ¿qué tienen en esas casas? ¿Qué guardan con puertas y candados?

¿Tienen paz, el quieto empuje que muestra su poder? ¿Tienen evocaciones, los arcos resplandecientes que unen las cumbres del espíritu?

¿Tienen belleza, que orienta al corazón desde las casas hechas de madera y piedra hasta la montaña sagrada?

Díganme, ¿tienen eso en sus casas?

¿O solo tienen comodidad y el deseo de comodidad? ¿Esa cosa sigilosa que entra en la casa como un huésped y luego se convierte en dueña y después en ama y señora?

¡Ay! y termina siendo un domador que con látigo y garfio juega con sus más grandes deseos.

Aunque sus manos sean suaves, su corazón es férreo.

Y arrullará sus sueños solo para acostarse con ustedes en su lecho y ofender la dignidad de sus cuerpos.

Y hace mofa de sus sentidos y los arroja en el cardal como frágiles vasos.

En verdad, les digo que el apetito de comodidad mata la pasión del alma y luego camina haciendo muecas en el funeral.

Pero ustedes, seres del espacio, ustedes, inquietos en la quietud, no serán atrapados ni domesticados.

Su casa no será un ancla, sino en cambio será un mástil.

No será la cinta reluciente que cubre la herida, sino el párpado que resguarda el ojo.

Ustedes no plegarán sus alas para poder pasar a través de las puertas, ni agacharán la cabeza para que no toque su techo, ni tendrán miedo de respirar por temor a que sus paredes se resquebrajen o se derrumben.

No vivirán en tumbas hechas por muertos para los vivos.

Y aunque magnífica y esplendorosa, su casa no se adueñará de su secreto, ni encerrará su anhelo.

Porque, lo que en ustedes es ilimitado mora en la mansión del cielo, cuya puerta es la neblina de la mañana y cuyas ventanas son los cantos y los silencios de la noche».

El vestir

Y un tejedor dijo:

«Háblanos del vestir».

Y él le respondió, diciendo:

«Sus vestidos esconden mucho de su belleza, pero no cubren lo que no es bello.

Y aunque ustedes busquen en sus trajes sentirse libres en la intimidad, pueden encontrar en ellos un arnés y una cadena.

¡Ojalá pudieran enfrentar al sol y al viento con más de vuestra piel y menos de sus ropajes!

Porque el aliento de la vida se encuentra en la luz del sol y la mano de la vida se halla en el viento.

Algunos de ustedes han dicho: “Es el viento del norte quien ha tejido las ropas que usamos”.

Y yo les digo: ¡Ay! Fue el viento del norte.

Pero la vergüenza fue su telar y la debilidad de carácter quien le dio sus hilos.

Y cuando terminó su trabajo, se rio en el bosque.

No se olviden de que el pudor no es protección contra los ojos del impuro.

Y cuando el impuro ya no exista más ¿qué será el pudor sino las trabas y la impureza de la mente?

No se olviden que la tierra goza al sentir sus pies desnudos y los vientos anhelan jugar con sus cabellos».

El comprar y el vender

Y un mercader le dijo:

«Háblanos del comprar y el vender».

Y él respondió:

La tierra les entrega a ustedes sus frutos y ustedes no conocerían la necesidad si solo supieran cómo llenar sus manos.

Es en el intercambio de los regalos de la tierra donde encontrarán abundancia y serán satisfechos.

Pero, a menos que ese intercambio sea realizado con amor y bondadosa justicia, a algunos los llevará a la codicia y a otros al hambre.

Cuando en el mercado, ustedes, trabajadores del mar y de los campos y de los viñedos, encuentren a los tejedores y a los alfareros y a los vendedores de especies, invoquen al espíritu maestro de la tierra para que vaya en medio de ustedes y santifique las medidas y para que pese el valor de acuerdo con su valor.

Y no permitan que quien posee manos estériles, aquel que quiere vender sus palabras al precio de vuestro trabajo, intervenga en sus transacciones.

El profeta y El jardín del profeta

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