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Prólogo: Universos muy paralelos por Carlos Gómez Caño Director General - Toshiba Calefacción & Aire acondicionado

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KOSTOV

Kostov, o casa de los kostovianos, un mundo acuático excavado en la roca, enterrado bajo kilómetros de hielo, de una oscuridad inmensa y, sin embargo, cálido y lleno de colores. Calentado por grietas de lava y la cercanía del manto. Repleto de vida, pleno de diversidad, una pirámide completa de seres vivos: vegetales, animales, algas, bacterias y hongos; una fiesta de bioluminiscencia en un equilibrio ecológico inestable con depredadores y depredados, y una especie dominante, inteligente, capaz de vivir en simbiosis consciente con el resto de las especies por medio del entrelazamiento de sus sistemas nerviosos.

Lagos y pasajes submarinos sumando doscientos veinticinco mil kilómetros cúbicos de agua y más de veinte de bóvedas de aire habitadas estas solo por insectos anfibios capaces de dar saltos sobre la superficie para escapar de los depredadores lacustres.

Con una diferencia de presiones entre la superficie y el fondo marino de hasta trescientas atmósferas, está habitado en toda su extensión y dominado por los kostovianos, decápodos capaces de regular su organismo para desplazarse por el fondo marino a tres kilómetros de profundidad o subir a la superficie a sentir la ligereza del aire.

Cada especie ocupa estratos horizontales de mayor o menor altura, aunque solo los kostovianos han adaptado su cuerpo para desplazarse por todo el espacio en vertical. En realidad, otras especies lo hacían de forma natural pero fueron eliminadas, masacradas, servidas como alimento, gracias a la tecnología y la ingeniería kostoviana.

La cercanía del manto y la fina corteza terrestre en el fondo del lago aportan energía térmica de forma continua para mantener el agua a una temperatura constante de diecinueve grados, gracias a las pérdidas en los sumideros de calor de los pasajes submarinos y el gran y gélido lago Toshi, en el polo sur magnético del planeta.

Los kostovianos desarrollaron una inteligencia temprana a consecuencia de la extinción masiva en los lagos, causada un millón y medio de años antes por las emanaciones del fondo, procedentes de una bolsa de gas natural situada bajo la fina corteza que, resquebrajada por un movimiento sísmico, se expulsó y mezcló con el agua del lago. El gas natural desplazó el oxígeno del agua, y el noventa por ciento de la vida animal y vegetal pereció.

La escasez llevó a los supervivientes a alimentarse unos de otros, los que pudieron hacerlo. Abandonar el vegetarianismo y el acceso a las proteínas animales aceleró su desarrollo cerebral.

Las leyendas que cuentan los kostovianos, los cuentos con los que hacen descansar a sus hijos, todavía recuerdan aquel episodio que cambió para siempre la vida y su evolución como especie. Cazar a otros animales para servirles de sustento fue una revolución, de recolectores de algas en suspensión, tan abundantes que la vida consistía simplemente en abrir la boca y alimentarse, a una vida llena de escasez, hambrunas y sin opciones.

La lucha por la vida fue el motor de la adaptación, la evolución y el nacimiento de una inteligencia maravillosa.

Decápodos con seis patas impulsoras, dos patas prensiles y dos grandes organismos sensores. Los kostovianos originales no eran tan imponentes ni alcanzaban los tres metros de longitud actuales, eran de menor tamaño y tenían ocho patas impulsoras y dos pequeñas protuberancias luminosas en la cabeza con limitadas capacidades.

A pesar del pequeño tamaño original, no más de un metro y medio de largo y un metro de perímetro en la zona superior, la boca tenía dimensiones especialmente grandes, normales para un animal de alimentación suspensívora, pero aún excesivas comparadas a las de los otros seres del lago. Esta ventaja evolutiva les permitió desde un principio el acceso a más alimento que los demás y provocaba que una pequeña legión de rémoras de distintas especies los acompañase para ir consumiendo los restos de su ingesta particular.

Las rémoras, kannots, morecats, tidals y otros animales parásitos se mantenían en íntimo contacto con la piel de los kostovianos desde su nacimiento e introducían, cada uno de un modo distinto, sus apéndices sensoriales en la piel kostoviana enquistándose y formando una protuberancia hidrodinámica llena de terminaciones nerviosas para detectar movimiento y también para estimular el consumo de determinadas algas, inyectando neurotransmisores del placer al detectar el sabor de sus preferidas.

Los kostovianos originales trataban de desprenderse de los parásitos chocando con los límites rocosos de las orillas del lago, lo que les provocaba heridas, infecciones y, a veces, la muerte. También descendían a las profundidades a gran velocidad para aplastarlos con la creciente presión hidrodinámica y luego hacerlos explotar por descompresión acelerada subiendo a la misma velocidad.

Era una lucha perdida y complicada que parecía que los parásitos no superarían, pues sus restos muertos quedaban pegados al kostoviano de por vida degradándose y sirviendo de alimento para hongos y bacterias. Útiles e incómodos avisos para otros parásitos.

Los kostovianos, alimentándose de otros animales acuáticos, aumentaron el tamaño de sus apéndices craneales para emitir luz y aumentar su sensibilidad a los ligeros cambios de temperatura, asociados a la vida circundante y a sus presas. A nivel interno, su sistema nervioso fue aumentando la sensibilidad a los estímulos externos y un día sucedió… captó la mente de un tidal, captó una sensación a través de una conexión nerviosa del quiste de unión y se produjo la magia: captó sus sensaciones térmicas, pero mucho más allá de sentir su presencia sintió lo que él sentía de su entorno; calor, velocidad, viscosidad de un modo distinto, desde un cuerpo que no era el suyo.

La mutación en el sistema nervioso del parásito conectó su red neuronal con la del huésped, y un millón de años de evolución terminaron en un ecosistema en el que al menos la mitad de sus seres vivos conectaban sus sistemas nerviosos los unos a los otros para vivir en simbiosis y, tras mucho tiempo y cientos de generaciones, compartir sensaciones.

Los kostovianos, en la cima de la pirámide evolutiva, aprendieron a dominar el resto del ecosistema y a construir un equilibrio ecológico en un mundo limitado en espacio y recursos.

Los apéndices sensoriales crecieron en tamaño y adaptabilidad, y finalmente se convirtieron en el punto de conexión con el resto de animales a los que pastoreaban, alimentaban, controlaban y, si fuera necesario, convertían en su fuente de alimento. Que fuera un parásito tidal el primero en unirse neuronalmente enseñó a los kostovianos la dependencia que tenían de ellos los tidals y su superioridad natural sobre estos. Recrear este tipo de dependencia en las mentes sencillas de los animales inferiores fue un juego de niños, todo un ecosistema convencido de su dependencia, sobre una especie superior, les hacía servir de ganado y de herramientas sin verse afectados por el miedo a un depredador.

Los kostovianos sacaron partido de sus parásitos, elevaron su desarrollo cerebral y crearon un ecosistema equilibrado en el que controlaban el crecimiento del resto de las especies de su mundo acuático. Su propia evolución elevó su nivel de conciencia y les hizo preguntarse cómo era su mundo y qué había más allá de sus límites físicos y mentales.

¿Por qué había aire en la zona superior?, ¿por qué la presión de las profundidades era mayor que donde la nada, el aire, estaba presente?, ¿por qué el fondo marino irradiaba luz infrarroja aquí y allá, y era oscuro o frío en otras zonas?, ¿por qué solo hay luz en las profundidades?, ¿por qué el aire es totalmente oscuro?, ¿por qué hay un ruido de fondo en todo el volumen de agua?, ¿por qué el ruido es diferente en el aire?, ¿por qué el fondo vibra?, ¿por qué sale luz de dentro de nosotros y de las demás especies?, ¿por qué el fondo está caliente?, ¿qué son los pozos de lava que cambian el agua y la convierten en burbujas ligeras?

Crecieron, evolucionaron y respondieron todas las preguntas, dedujeron que eran parte de un todo mucho mayor; un mundo esférico del que ocupaban una pequeña parte, una simple sección segura y llena de vida de la que no eran capaces de salir. Pero que terminarían abriendo a las nuevas aguas que sus estudios geológicos predecían, gracias a sus científicos y su propio afán por mejorar y ensanchar su hábitat.

MAMÁ

—¿Estás despierto? —preguntó Musa.

—Sí, mamá —respondió Krane—, desde hace un rato, incluso antes de detectar a los krovlets revitalizando mi torrente sanguíneo y dándome energía para subir a la superficie. Hoy quiero que demos muchos saltos, me encanta notar la pérdida de peso y la ligereza del aire antes de caer de nuevo en el agua.

—Iremos a jugar, a su debido tiempo, Krane, no te preocupes, hoy he de seguir trabajando un rato en las chimeneas hidrotermales. Estoy preocupada, he detectado una variación de la energía subcortical por debajo del límite de Cantor que va a suponer un descenso de la temperatura del agua de dos grados, acercándonos al mínimo de confort. Quizás tengamos que utilizar las reservas de energía acumuladas en la lava viscosa. Tengo que revisar los datos de nuevo y abrir las válvulas de lava, si se confirma la pérdida de temperatura. Nadie va a hacer este trabajo por mí, ya sabes que con los demás no podemos contar por ahora, están en las minas ampliando las plantaciones de algas para la nueva ciudad.

Musa inició el suave movimiento hacia las profundidades con un elegante y enérgico movimiento ondulante y el retraimiento y expansión de sus tentáculos natatorios le llevó a los cuatrocientos metros de profundidad en menos de treinta segundos.

La oscuridad del lago desaparecía al ritmo que las chimeneas de lava del fondo se acercaban, dándole un color cada vez más infrarrojo al agua. El lento y continuo fluir de la lava era un espectáculo que Musa apreciaba desde que pudo sentirlo directamente a través de su propia piel, después de su alumbramiento doscientos años antes. ¡Cuán diferente era notar las variaciones de temperatura en el agua del lago y fuera del líquido amniótico que se conservaba a temperatura casi constante!

Musa, como todos los kostovianos actuales, vivió una gestación de cinco años en el interior de su madre, y a Krane, su retoño, aún le quedaban dos años para comenzar su vida autónoma. Quince mil años antes se estableció la ley de un solo hijo para estabilizar la población en su nivel máximo de seguridad y desde entonces ningún kostoviano pudo reproducirse más de una vez.

Musa disfrutó de su alumbramiento, como solo un ser inteligente puede hacerlo al salir después de cinco años de consciencia compartida, de aprendizaje y de ver las cosas a través de los ojos de otro. La red sináptica común con su madre le permitía recoger cada una de sus sensaciones y pensamientos, pero recorrer el agua por sí misma y tomar ella el impulso para vencer la fuerza de oposición del medio líquido no tenía parangón con nada que hubiera conocido en su gestación.

Ahora Krane, en su interior, sentía lo que ella sentía y sabía lo que ella sabía, la unión entre un kostoviano y su descendiente iba mucho más allá de lo que otras formas de vida de cualquier planeta pudieran suponer, cuando su reproducción simplemente se basa en la replicación genética del otro. Un kostoviano y su retoño comparten sensaciones, pensamientos, olores, sabores, dolor y alegría comunes, y hablan entre ellos por compartición de sentidos y pensamientos a través de un organismo intermedio de unión entre sus cerebros individuales, un complejo organismo codificador descodificador único entre las especies.

Las chimeneas hidrotermales eran el lugar de trabajo de Musa, la fuente de calor variable del fondo marino que los kostovianos habían aprendido a controlar, gracias a miles de años de estudio y percepción de su entorno.

Kostov es un grandísimo ecosistema abierto que sus habitantes describen como cerrado por sus paredes, que nunca han podido abandonar, pero sí percibir, con sus bondades y sus peligros. Un animal que solo se dedica a comer y a buscar comida no tiene mucho interés en su entorno, y cuando las desgracias ocurren muere y se extingue. Un ser inteligente se pregunta por qué pasa lo que pasa y por qué la temperatura del agua es siempre agradable. Algunos kostovianos escogieron el camino de explicar lo que desconocían atribuyéndolo a causas sobrenaturales y terminaron sirviendo de abono para las plantas. Otros lo explicaron diciendo que era gracias a que los kostovianos estaban predestinados a ocupar un mundo idílico y que su sola existencia favorecía la naturaleza de las cosas. Estos terminaron siendo materia orgánica para enriquecer el lecho marino.

Otros kostovianos llegaron a la conclusión de que el calor obtenido del fondo marino se disipaba por los puntos fríos de los tubos submarinos y los sumideros fríos del lago Trenton, uno de los lagos más grandes del sistema. Son los que mandan ahora y deciden quién de sus congéneres es abono para las algas y sustento para los hongos. En un ecosistema de recursos limitados donde te puedes conectar a tu congénere y saber lo que piensa, pensar según qué cosas tiene su peligro, sobre todo si es una idiotez y los demás así lo consideran.

Un delicado equilibrio térmico compensa todo el calor generado en el fondo y lo disipa por las paredes.

Solrac Kostov, eminente kostoviano nacido mil años antes y que vivió doscientos cincuenta y siete años, dedujo que más allá de las paredes de los lagos debía existir un mundo inmenso que absorbiera el excedente de energía. También dedujo que su forma era cuasiesférica al comprobar cómo las variaciones de presión en profundidad eran uniformes en toda la extensión de los lagos y cómo los vórtices generados en el agua siempre tenían el mismo sentido. Dedujo que existían un arriba y un abajo y que el aire se desplazaría siempre hacia arriba, por la simple observación del vapor de agua generado en las chimeneas hidrotermales y la formación de burbujas ascendentes hacia donde sus sensores percibían ligerísimos aumentos de presión.

Musa trabajaba en las compuertas de regulación de las chimeneas, hechas de lava solidificada para ralentizar la emisión de calor y conducirla a los planotubos del fondo marino, que se extendían hasta los sumideros fríos.

La sociedad kostoviana era tremendamente individualista, la enorme longevidad de sus miembros imponía que cualquier relación tenía un principio y un fin indeterminados, pero lo tenían. Sin duda, la reproducción limitada hacía innecesaria la convivencia. Los retoños nacían independientes, inteligentes y formados, y las hembras morían al nacer sus hijos a voluntad de estos, lo que derivaba en la ausencia total de vínculos familiares.

Un kostoviano recién alumbrado seguía su formación con conexiones directas con sus congéneres, cualquiera de ellos celebraba la adquisición de nuevas experiencias surgidas del nuevo habitante de Kostov, y este recibía las enseñanzas de los viejos, los no tan viejos y los demás jóvenes.

La distribución de tareas en una sociedad como la kostoviana, donde cada miembro siente lo que los demás sienten y sabe lo que los demás conocen, es tan sencilla como elegir al mejor para cada puesto cuando no hay duda de quién es, y todos lo saben.

Y sin embargo no eran capaces de trepar por las paredes del lago, a pesar de que cien mil años antes ya sabían que la capa de hielo encima de ellos era de gran espesor, al menos de tres kilómetros y medio, y que más allá aparecía una inmensa nada. La nada más insulsa para un kostoviano, que solo busca más agua. La razón no era tecnológica, o sí, sino algo mucho más sencillo: el miedo al desplome de la bóveda helada sobre el lago, al estar formada por un medio inestable, quebradizo, lleno de grietas, del que regularmente se desprendían pequeños elementos y cuya estructura no podían reforzar ni asegurar.

Sí habían detectado agua en horizontal a través de la roca, la construcción del túnel de Waterbranch era su obra magna y el mayor de sus esfuerzos. Tres mil de ellos se dedicaban desde hace tres generaciones a excavar en horizontal hacia el límite, donde habían detectado una modificación de las ondas sísmicas a trescientos kilómetros de distancia por una geodésica y donde esperaban encontrar, de acuerdo con sus cálculos, una masa de agua inmensa que multiplicaba su pequeño lago por cien mil. El miedo a encontrar especies depredadoras en el océano gigantesco no les detenía, tenían tiempo para prepararse, también podría no haber nada al otro lado.

Musa había aprendido a tratar la lava con delicadeza y diseñaba herramientas cada vez más sofisticadas con los distintos elementos que surgían del subsuelo, basalto, diamantes, hierro, minerales raros, una mezcla interminable de materiales que cristalizaban unos y se deformaban otros al abandonar el magma y mezclarse con el agua.

El calor de las chimeneas permite conformar de nuevo cada material y crear herramientas de todo tipo, también para dar forma en frío a otros materiales. Sus herramientas estaban acercando a su generación al éxito de la misión de descubrir nuevas aguas sin fin, el sueño de una especie inteligente.

Si el ritmo de los trabajos de perforación del túnel se mantenía, dentro de diez años llegarían al océano exterior; el nuevo mundo.

Sabrían entonces si las ondas recibidas en sus sensores pertenecían a los animales y a la maquinaria que pronosticaban. ¿Amigos o enemigos?

Para Musa la cercanía de su muerte programada, casi coincidente en el tiempo con la terminación de los trabajos del túnel, era una idea devastadora, que trataba de ocultar en lo más profundo de su cerebro para que Krane no fuera capaz de percibirlo. Las ganas de perdurar para vivir el momento de apertura del túnel, y con ello un nuevo mundo y nuevas posibilidades, acrecentaban su deseo de eliminar el disparador químico de su muerte en manos de su propio hijo. Ese instrumento que, mil generaciones antes, se dispuso para mantener la población del lago estable y controlada; ese instrumento de muerte que ella misma utilizó al nacer contra su madre para sustituirla en el mundo. Desde el mismo día de su nacimiento ese pensamiento la acompañaba, y a lo largo de toda su vida intentó comprender y entender sin éxito cómo funcionaba su propia biología, para eliminar de su futuro descendiente el impulso biológico artificial que sus antepasados diseñaron tan hábilmente y por el cual el nuevo kostoviano adquiría toda la vida física y psíquica de su madre y tomaba la decisión consciente de matarla unos minutos antes de nacer.

Él nace, él decide y así había ocurrido sin excepción durante los últimos trescientos cincuenta mil años.

Pero, ahora, Musa era consciente de que ella estaba preparada para vivir hasta los límites de su cuerpo, que calculaba en cuatrocientos cincuenta años, mucha vida por vivir en un mundo nuevo por descubrir y conquistar, lleno de espacio, de retos y de nuevas experiencias.

Todo este caudal de ideas se detuvo en el momento de la fecundación de Krane; para un kostoviano el cuerpo de su madre era solo un lugar donde prepararse para su salida al lago, y su mente algo que le pertenecía por derecho propio de descendencia.

Sin embargo, no siempre había sido así, los kostovianos vivían y morían como cualquier otra especie de la antigüedad, y podían tener varios descendientes a lo largo de su vida; pero un grupo de iluminados se separó de la comunidad, provocó el hundimiento de una sección de túneles y vivieron aislados por tres generaciones. Cuando volvieron, simularon una celebración de unidad universal y a través de sus apéndices sensores inocularon a toda la población un disparador bioquímico que modificaba el ADN y el comportamiento, provocando una mutación hereditaria irreversible.

Este grupo había observado este comportamiento en una subespecie de peces que indefectiblemente morían al desovar, se conectaron a ellos, los comprendieron, los asimilaron a través de los apéndices sensoriales y en dos generaciones lo tenían listo. En la tercera lo probaron y salieron al gran lago a imponer su concepción de la vida y la eugenesia de toda una generación con su caudal de ideas, conocimientos y experiencia heredados y transmitidos, pero robando la vida a los mayores.

ANTÁRTIDA

La base española en la Antártida había quedado vacía temporalmente, sin permiso gubernativo, debido a la celebración de una fiesta en la base Vostok, de la federación rusa en el continente antártico. El barco ruso, que desplazaba al equipo de relevo de la base, se había averiado en las islas Shetland del Sur y, raudo en su ayuda, el equipo español decidió acompañar a los rusos hasta la costa. El pequeño detalle de que la expedición rusa fuera la primera expedición completamente femenina de ese país y la caballerosidad natural del equipo español, junto con el cargamento de vodka de primera calidad, determinó el abandono de la base Juan Carlos I y la adhesión inquebrantable al proyecto ruso.

Al llegar a la base Vostok, los doce militares y científicos rusos, que esperaban al relevo después de catorce meses aislados, solos y pelados de frío no vieron de buen grado la presencia de esos seis sonrientes españoles y las cincuenta botellas de vodka vacías.

Al entrar la última de las científicas rusas, bloquearon el paso y dieron las gracias por los servicios prestados a Pepe, Paco, Hernán, Álvaro, Juan y Felipe con gestos evidentes de «idos ya a vuestra casa» a través de la pequeña ventana redonda de la puerta de acceso, cerrada a cal y canto.

Pepe dijo que había que derribar la puerta como fuese, Paco que le sujetasen el cubata, Hernán empezó a buscar aliados y, como estaban en la Antártida, no encontró ninguno, Álvaro empezó a planificar la vuelta, Juan desconectó la calefacción de la base y machacó los controles, y Felipe dijo:

—Me voy a mear en ese agujero.

Un día antes, en un pleno extraordinario, las Naciones Unidas habían decidido por unanimidad parar la perforación del suelo antártico sobre el lago Vostok, para preservar el ecosistema sin contaminación, al haber detectado en su interior movimientos lo que aparentaban ser seres vivos con los escáneres de microondas situados en el tubo kilométrico, perforado por los ingenieros de la base rusa.

Felipe saltó la valla de protección y se acercó al borde de la perforación mientras se bajaba los pantalones, ignorante de los ochenta y nueve coma dos grados bajo cero registrados el mes anterior, que harían inútil su esfuerzo y como mucho darían lugar a una triste estalactita de color.

Ludmila Kresakova, enamorada locamente de su trabajo, que no de Felipe, aunque le hacía tilín, salió como una furia del complejo para detenerle de su insensatez y de su inconsciente determinación.

En su carrera hacia Felipe, asomado al agujero de tres mil cuatrocientos metros de profundidad y ochenta centímetros de anchura, tropezó tontamente y los dos cayeron abrazados, primero sin control, y después frenando gracias a la ergonomía de los trajes, la aerodinámica y el rozamiento de las paredes. Por un absurdo capricho del destino, consiguieron mantener la postura, que no la calma, durante los primeros mil metros, luego por habilidad, y en los últimos cien metros, por amor. Se detuvieron a un metro del fondo y Ludmila encendió su linterna del ejército ruso de dos kilos, y Felipe el encendedor con la bandera de España.

Conscientes de haber evitado el desastre bajaron lentamente el último metro y se abrazaron, seguros de la imposibilidad de su rescate y felices de no haber roto la fina lámina de veinticinco centímetros de hielo que les separaba del cielo del lago Vostok y el ecosistema aislado durante millones de años.

Felipe concluyó que lo último que haría en su vida sería decepcionar a Ludmila, y a Ludmila le pareció correcto. Y un nuevo ser humano se dispuso a vivir como óvulo fecundado.

Felipe dijo:

—Voy a ver si hay cobertura —lo dijo en español y a Ludmila le pareció como si le hubiera dicho «Te quiero».

A Felipe se le resbaló el móvil, que cayó al suelo y lo agrietó. Ludmila exclamó horrorizada:

—¡Se ha hecho una grieta! —A lo que Felipe le dijo que no se preocupase por la pantalla del móvil, que lo iba a cambiar de todos modos.

Cayeron al vacío y, pocos segundos después, el agua caliente los rodeó. Se quitaron los trajes y, confusos, trataron de encontrar una referencia. Ludmila apuntó su linterna en todas las direcciones y vio un reflejo en una pared a su derecha, comenzó a nadar y Felipe la siguió al grito de «así se hace, mi amor».

Llegaron al borde y encontraron una plataforma de algo menos de un kilómetro cuadrado, donde pudieron ponerse a salvo.

Ludmila y Felipe, exhaustos, observaron con la linterna hasta donde la vista les permitía. Felipe comprobó los límites de la plataforma y decidió apagarla, entonces asistieron a un espectáculo maravilloso en la superficie del agua.

Millones de organismos luminiscentes en movimiento iban apareciendo cada vez en mayor cantidad, al ritmo con el que las pupilas de sus ojos se adaptaban a la oscuridad general del lago Vostok. Sus ropas, aún húmedas, también brillaban en la oscuridad, mientras las algas y bacterias trataban de retener la vida fuera del agua.

Pequeños chasquidos en el agua rompían el murmullo de las pequeñas olas en la rompiente de la plataforma; chasquidos en todas las direcciones, presentes hasta donde su vista alcanzaba y, por la intensidad del ruido, era fácil deducir que hasta mucho más allá.

Ludmila estaba maravillada, licenciada en tecnologías de bioingeniería por la Universidad Estatal de San Petesburgo, y recopilaba con sus ojos la información que, de haber seguido las órdenes de su gobierno, hubiera quedado para siempre oculta al mundo exterior.

Felipe era un brillante ingeniero de la Universidad Politécnica de Madrid, desplazado a la Antártida para establecer nuevos modelos de predicción climatológica en un entorno multivariable para aislar causas, establecer correlaciones verdaderas, separar efectos e introducir artificialmente pequeños impulsos que permitieran en tiempo real comprobar la validez del modelo.

Felipe observó cómo, a lo lejos, los chasquidos regulares generados por los miles de pequeños peces al saltar por la superficie estaban acompañados por grandes chapuzones y golpes en el agua, realizados probablemente por otros animales de mayor tamaño que no alcanzaba a ver.

Felipe fue capaz de ver mucho más allá, miró a Ludmila y le dijo:

—Le llamaremos Bernal.

A lo que Ludmila replicó:

—¿De qué estás hablando? —visiblemente molesta por la interrupción del momento mágico que estaba viviendo. Todos sus sueños delante de ella y Felipe hablando de sus cosas. Felipe insistió con entusiasmo.

—Blas Bernal, por Bernal Díaz del Castillo y por Blas de Lezo, estamos conquistando un nuevo mundo, me duele el tobillo y un ojo y no se me ha ocurrido ponerle un nombre mejor a nuestro hijo. Será un ganador, un luchador incansable nacido de la adversidad, inteligente, sabio y entusiasta, un buen tipo de frontera, hijo de dos culturas distintas y distantes, unidas por la ciencia, nacido en un momento de cambio para la humanidad, el símbolo de una nueva era. Divertido, sencillo, amable, caballeroso y justo, aunque adivino que con tendencia al vodka helado más que a las cañas en la playita, aunque eso ya lo solucionaremos con profesionalidad.

Ludmila, mujer sumamente inteligente y práctica, entendió a la primera lo que quería decir Felipe y le dijo:

—No estoy embarazada y no me interesa el tema ahora, cuando subamos arriba ya hablaremos de lo que ha pasado en el tubo, ahora me basta con estar viva y entender lo que estoy viendo. Me ha encantado hacerlo contigo y ahora entiendo por qué los españoles conquistasteis el mundo desde vuestro pequeño país, pero también entiendo por qué no habéis llegado a la luna, os enamoráis a la primera.

—Chata de mi corazón, no sé lo que te han contado en el cole, pero vosotros a la luna tampoco habéis llegado in person —dijo Felipe, dándose cuenta de que a una hija de la gran madre Rusia no había que romperle sus mitos si quería durar mucho con ella—. Te quiero, Ludmila, me molas —continuó—, te lo voy a explicar, no hemos hecho otra cosa en nuestra vida que llevar al Imperio Romano al resto del mundo con más ganas y entusiasmo que nadie, panem et circenses. Pero siempre hay por ahí aburridos que no se enteran y será nuestro hijo el líder que va a tener esa dosis justa de cada cosa para explicárselo al mundo. Por lo pronto le voy a hacer socio del Atlético de Madrid para que adquiera carácter.

—Felipe, no entiendo nada de lo que dices, ¿dónde está mi linterna?, creo que nos están observando. No es momento de hablar de tener hijos, aunque te pones muy guapo al decir tonterías— Ludmila no había conocido en todos sus viajes a nadie como Felipe y desconocía lo común que era él en España y cuántos había como él disponibles.

Uno, dos y luego tres kostovianos se acercaban sinuosos al borde de la plataforma, atraídos por la caída en el agua de esos extraños seres que ahí se refugiaban.

El estruendo del golpe al caer, los objetos de extraña textura que habían dejado flotando y la percepción de que algo había cambiado en la bóveda solo animaban su curiosidad.

En el exterior era de noche, no una noche total, una penumbra antártica suficiente para haber cambiado la luminosidad de la bóveda en los sensores kostovianos, los cuales empezaban a acumularse a miles sobre la superficie del agua. En pocas horas la luz del largo día antártico entraría en pequeña cantidad a lo largo de los tres kilómetros del tubo, imperceptible para el ojo humano pero un fogonazo para los kostovianos.

MUSA

Musa saltó a la superficie del lago en el mediodía antártico y vio la luz, vio a Felipe y a Ludmila observándola, junto a miles de kostovianos. Ludmila jugaba con la linterna tratando de generar un lenguaje con sus oscilaciones y pulsos de luz y oscuridad.

Pensó que esos seres habían abierto el camino que a los kostovianos les había sido imposible abrir y, por tanto, debían ser necesariamente inteligentes. El exterior estaba más cerca que nunca y eso significaba peligro, pero también significaba que era su oportunidad para seguir viva.

Krane se removía confuso en el interior de Musa, demasiados impulsos eléctricos, demasiados sentimientos, sentimientos cruzados, emociones, percepciones a borbotones de una situación nueva y, de entre todas ellas, un sentimiento profundo y desconocido de la traición que su madre quería perpetrar; seguir viviendo contra la propia voluntad de Krane de deshacerse de ella, sustituirla y ocupar su espacio, la esperanza de contravenir el orden para continuar con una vida destinada a desaparecer a la sola voluntad de otro igual que ella, su hijo.

—¡No! —dijo Krane con furia, revolviéndose dentro de su madre—. ¡No vivirás! Te mataré como es tu destino y nada me lo va a impedir, tu vida y tu experiencia son mías, y solo yo sobreviviré para experimentar este nuevo mundo que se avecina.

—¡Quiero vivir, Krane! Siempre he querido, y desde que yo misma maté a mi madre he estado pensando en cómo hacerlo. He querido vivir sin la seguridad de que mi propio hijo me mataría a voluntad, conocedora desde siempre de que llegaría un día como el de hoy, donde las limitaciones podrán terminar en un mundo mucho más grande, donde podamos convivir sin devorarnos los unos a los otros, como en Kostov, donde la vida es muerte y matar el fin macabro del que nace.

—¡Lo siento madre, llevo dentro de mis glándulas el veneno que te matará y dentro de un año estará ya preparado para acabar contigo! ¡Tú solo te dedicarás a transmitirme todo lo que eres si no quieres que acorte ese tiempo soltando la ponzoña! —exclamó Krane con rabia.

Musa era consciente de que este momento llegaría y, a sabiendas de que durante doscientos años no había comprendido cómo desactivar el mecanismo generador del veneno, se había preparado para ocultar sus sentimientos al futuro retoño, en eso era una experta; solo la explosión de emociones generada por los visitantes le había hecho descuidarse y mostrar su deseo de sobrevivir al nacimiento de Krane.

Ahora su razón para seguir viviendo tenía una motivación extraordinaria, superior a cualquier sueño.

Musa inició un desplazamiento a alta velocidad hacia la plataforma con una lama plana, de lava solidificada, entre sus apéndices tercero y cuarto. Se acercó a la posición de Ludmila y dejó la lama de exquisito diseño en la orilla.

Felipe se adelantó a recoger la lama al ver cómo Ludmila tomaba distancia de la ofrenda al pensar que podría ser un arma. Reconoció al instante la procedencia de los materiales y el proceso industrial que habían sufrido para adquirir esa forma, no le encontró una utilidad al instante, pero, por la forma, le recordó a una lama del acondicionador Toshiba de su salón, una obra de ingeniería perfecta. Las perforaciones en los extremos le hacían concebir que era una parte de un todo mucho más grande, y una demostración de encontrarse con seres inteligentes capaces de transformar su entorno.

Se acercó a la orilla y dejó su pequeña navaja multiusos, que solo había utilizado para abrir latas, y como mondadientes, en la orilla donde Musa había dejado la lama de lava.

A Musa le gustó Felipe y deseaba que se acercase más para sentirle con sus apéndices superiores, llenos de terminaciones nerviosas; Krane se revolvía dentro y negaba mentalmente, a sabiendas de que no podía evitar que sucediera.

Felipe se acercó sin miedo a observar cómo Musa recogía la navaja y la sujetaba con lo que parecía una de muchas patas que podría tener bajo la superficie. La piel de Musa parecía suave, no tan blanda como la de un pulpo, pero tampoco tan consistente como la de un delfín; no parecía tener un esqueleto que diera rigidez estructural, sino más bien ser cartilaginoso y flexible, deformable pero sólido, con cierta solidez y belleza.

Musa se mantenía cerca de la orilla, sin miedo ni temor, observando el pequeño objeto que Felipe había dejado: mostraba claramente su origen artificial, elaborado, formado por una combinación de muchas piezas y, con seguro, muchas utilidades por su diversidad de formas, nada que la naturaleza hubiera podido crear por sí sola.

Felipe se acercó a Musa y extendió la mano, Musa permaneció quieta y alerta ansiosa por el contacto, esos apéndices alargados con finas terminaciones podían conectar con ella y sus pensamientos, y no quería ser controlada externamente por un ser desconocido que había sido capaz de romper la cúpula helada del lago sin desplomarla, sin duda era inteligente.

Felipe siguió acercándose, mostrando su mano con la palma hacia arriba, un signo que los humanos hacemos instintivamente para dar confianza. Musa se bamboleaba en quietud, acompasada por las olas, y movía sus apéndices nerviosos con pequeñas oscilaciones y giros.

Felipe siguió acercándose y la tocó, Musa no notó nada, solo una temperatura extrañamente alta y ningún acceso nervioso con el que conectar, y eso le dio tranquilidad; no rechazó el contacto y presionó su cuerpo contra la mano de Felipe para recibirlo en respuesta de confianza entre dos seres que se reconocen inteligentes.

Ludmila dirigió la luz de la linterna hacia Musa con intensidad mínima, para no dañarla, y Musa reaccionó bien al ver cómo ese objeto iba disminuyendo su luz al acercarse; una luz nunca vista antes, con matices desconocidos, y que ahora que disminuía su intensidad parecía menos una amenaza y más un saludo. Descubrió cómo era otra herramienta y no formaba parte de Ludmila.

Dos kostovianos se acercaron a Musa para protegerla, tranquilos, sin brusquedad, sin interferir. Unieron sus apéndices a Musa para entender, y entendieron y vieron cómo sus vidas acababan de cambiar para siempre. Detectaron la tranquilidad de Musa y también su sentimiento escondido, mezclado con la furia de Krane y compartieron sus propios sentimientos mezclados y arremolinados en un mar de dudas, y descubrieron las ganas de vivir y de no morir como siempre se moría en Kostov.

Ludmila miraba maravillada la escena de Felipe con los tres seres lacustres en contacto y pensó que toda su vida la conducía hasta ese momento y se proyectó hacia a un futuro maravilloso, lleno de nuevas experiencias, dedicado a comunicarse con esta nueva especie que habría de proteger.

Ludmila se acercó a Felipe y le cogió por el brazo derecho. Musa notó su presencia sin tocarla, a través de la piel de Felipe, un impulso muy leve, y notó cómo dentro de ella cobraba vida un ser nuevo.

Era una sensación distinta, estos tres seres no le enviaban sensaciones, pero sí le mostraban estar ahí presentes, vivos e individuales, los tres de la misma especie y, como en ella, uno dentro de otro para preparar una nueva vida.

Felipe sintió más fuerza cuando los dos kostovianos unieron sus apéndices al primero, como si la presión que la extremidad de Musa ejercía sobre su brazo fuera en aumento. Vio cómo unos pequeños filamentos pilosos le acariciaban suavemente, tratando de unirse a él con fuerza, y entendió que era su forma de comunicarse, al ver el mismo movimiento entre ellos. No parecía que fueran a alimentarse de él, estaban intentando comunicarse y decir algo.

Un cosquilleo, combinación de tacto e impulsos eléctricos de baja intensidad, recorrió su cuerpo, y permitió que el apéndice de Musa siguiera avanzando. Llegó a una herida, y allí se detuvo un rato. Entonces aumentó la presión, sin violencia ni afán por dañarlo, y Felipe sintió una gran paz y seguridad, mientras el narcótico se iba introduciendo en su torrente sanguíneo.

Felipe cayó lentamente al suelo y Ludmila le sostuvo, al tiempo que otro de los kostovianos se adhería delicadamente a su cuerpo y repetía la administración del fluido narcótico. Un profundo sueño la invadió.

Musa actuó rápidamente y escudriñó las terminaciones nerviosas más cercanas a la piel, hasta que raspó para adherirse a ellas. Los otros dos kostovianos se colocaron en serie con Ludmila y en paralelo con Musa, que permanecía unida a Felipe. Sabían qué buscar, la llave de la vida, la llave para modificarse genéticamente y destruir el sistema de glándulas venenosas que sus crías, ya adultas, generaban en el cuarto año de gestación.

Y la encontraron en Felipe, en Ludmila y en Blas Bernal, encontraron que nada en su interior estaba preparado per se para matar a sus progenitores ni tenían residuos de bolsas glandulares de veneno.

Tomaron muestras de sus tejidos y fluidos, y los trataron en una solución de reserva que estaba en sus cuerpos desde los últimos cien años, tras cientos de estudios, y se la autoinocularon para desactivar las glándulas y los neurotransmisores de disparo.

Musa se separó de Felipe y los kostovianos de Ludmila, dejando en su torrente sanguíneo una mezcla de narcóticos que actuaban sobre sus centros de recompensa, dándoles paz y seguridad.

Ludmila despertó y vio a Felipe y supo que eran ya una familia de tres, y adivinó que en el futuro de muchos más.

Una luz, claramente artificial, surgió de la bóveda y Francisco, colgado de un arnés y sujeto a un cable de tres mil cuatrocientos metros, enfocó la linterna en su dirección.

Krane se revolvía en las tripas de Musa mientras recibía el fluido neutralizador, que descompuso las glándulas venenosas. Se dispuso a vivir su último año de gestación aprendiendo a respetar a los demás miembros de su especie, y que la vida de otro nunca te pertenece.

Hoy en día, solo veinte científicos han podido entrar a Kostov para no dañar su ecosistema.

Los kostovianos nunca han vuelto a mostrar signos de inteligencia delante de los humanos.

El túnel de Waterbranch ha avanzado tres kilómetros desde la apertura sin que nadie lo haya advertido.

Felipe y Ludmila han sido relevados por estrés emocional y ahora viven juntos en Madrid, con Blas Bernal, dando clases en la Universidad Autónoma y en la Politécnica. Nadie ha podido confirmar su versión de la historia, ni se ha podido interactuar ni comunicar con las especies vivas de Kostov.

Nota del autor: el texto traduce las conversaciones de los kotsovianos de la forma más aproximada para el intelecto del habitante de la tierra y se toma la licencia literaria de utilizar terminología humana para seres propios de un medio acuático.

CIENCIA FICCIÓN

La ciencia ficción nos apasiona en Toshiba HVAC, y este año mil seiscientos ochenta y dos escritores han enviado sus relatos para este concurso que, por tanto, dejará muchos textos brillantes por el camino. Recordando a los personajes de la película Los Inmortales, en este caso, ¡solo pueden quedar diez!

Agradecemos al jurado su inmenso trabajo y que la lectura nos permita viajar allá donde los autores nos quieran llevar y donde nuestra imaginación nos dirija.

Mientras tanto seguimos ahondando en lo desconocido, pues solo allí está la verdad.

Shorai

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