Читать книгу Chistes para viajes - Коллектив авторов - Страница 3
ОглавлениеUn amigo encuentra a otro y le dice:
– ¿Cuántas veces has estado en Nueva York
– Siete u ocho veces.
– ¿Y tú?
– Yo una o ninguna.
* * *
Un as de la aviación está explicando sus hazañas a un grupo de colegas.
– Imaginaos la situación: una niebla densísima que no permitía ver a dos metros, los motores parados, el depósito de combustible sin gota de gasolina…
– ¿Y cómo lograste salvarte?
– ¡Menos mal que no habíamos despegado todavía!
* * *
Una mujer le dice a su marido:
– Sabes, tesoro, cada vez que tomas una curva a gran velocidad, me muero de miedo.
– Lo comprendo – responde el marido —, te aconsejo que hagas como yo.
– ¿Y tú qué haces?
– Cierro los ojos.
* * *
En una estación de tren un joven pregunta a un señor que se encuentra sentado en un banco del andén:
– ¿Hace mucho que ha salido el primer tren para Madrid?
– ¡Pues claro, jovencito, en 1875!
* * *
Un muchacho pregunta a un amigo de su edad:
– ¿ Ya has aprendido a ir en coche?
– Sí.
– ¿Y qué es lo que te ha parecido más duro?
– El farol que hay delante de mi casa.
* * *
Un amigo pregunta a otro:
– ¿Es verdad que tu mujer va a realizar un viaje alrededor del mundo?
– Sí.
– ¿Y no crees que los cambios de clima, de ambiente, la diversidad de comidas, la pueden perjudicar?
– Puedo jurarte que no se atreverán.
* * *
Un rico turista llega a su ciudad de destino ya entrada la noche. Los mejores hoteles están ocupados y se ve obligado a alojarse en una modesta pensión. Cuando se dispone a inscribir su nombre en el libro de registro, descubre un chinche cruzando pausadamente la hoja. Apartándose bruscamente del libro, increpa al conserje:
– No puedo quedarme en este hotel. Mi paciencia para tolerar cosas desagradables es mucha, pero que un chinche venga a husmear cómo me llamo y de dónde vengo es algo que no soporto. ¡Que me devuelvan las maletas!
* * *
Un automovilista va a ciento ochenta kilómetros por hora por la autopista. De repente, lo detiene un policía y le pide el permiso de conducir.
– ¿Conducía muy deprisa? – pregunta el automovilista en tono contrariado.
– ¡Oh, no! – responde el policía —. ¡Estaba volando muy bajo!
* * *
A propósito de los viajes pagados a plazos, un marido le dice a su esposa bajo una palmera del Caribe:
– Aprovecha hasta el último día de «viajar ahora», porque mañana empieza el «pagar después».
* * *
Un amigo le dice a otro:
– ¿No es tuyo aquel Ferrari?
– Sí, de vez en cuando.
– ¿Qué quieres decir?
– Cuando está recién lavado, es de mi mujer; cuando hay una fiesta en alguna parte, es de mi hijo; ¡y cuando hay que poner gasolina y pagar las reparaciones es mío!
* * *
¿Cuál es el colmo de un automovilista?
Tener la rueda de la fortuna pinchada.
* * *
Dos amigos viajantes de comercio están escribiendo a sus respectivas esposas. Uno de ellos pregunta extrañado al otro:
– ¿Por qué sacas copias de las cartas que escribes a tu esposa? ¿Temes repetirte?
– ¡Oh, no! lo que temo es contradecirme.
* * *
Un caballero de Cheshire es invitado por un amigo a pasar unos días en Londres. Una mañana el amigo londinense le lleva a tomar un baño en la piscina de su club. Al zambullirse en el agua el invitado pierde el traje de baño y, por mucho que lo busca, no logra encontrarlo. Se arma de valor, se tapa la cabeza con un periódico y se dirige rápidamente hacia los vestuarios. Tres ladies que estaban tomando el té comentan al observarlo:
– No es mi marido – dice la primera.
– Tienes razón, querida, no es tu marido – confirma la segunda.
– Pues tampoco es ningún socio del club – comenta la tercera.
* * *
El puerto de Vigo, al ser puerto natural, es uno de los de más calado de Europa. En cierta ocasión alguien pidió por radio al práctico del puerto instrucciones para entrar en él. Pero, como este no divisaba ningún barco de gran tonelaje, salió con la lancha para ver quién pedía permiso para entrar.
A las afueras del puerto encontró el barco llamado O Terror Dos Mares, una pequeña cañonera portuguesa. El práctico subió a bordo e inquirió al capitán de la nave los motivos por los que pedía permiso para entrar. El capitán le preguntó:
– ¿Tiene este puerto calado suficiente para mi barco? El práctico, ni corto ni perezoso, fue hacia la borda, hizo pipí y le contestó:
– Ahora sí, capitán.
* * *
Cerca de la Fontana di Trevi un italiano pregunta a una turista yanqui:
– ¿La señora conocía ya Roma?
– ¡Oh, sí! Todos los viajes de boda los he hecho aquí.
* * *
Un avión se estrella en medio del desierto del Sahara.
Uno de los supervivientes del terrible accidente, tras dos días de recorrer el desierto, encuentra a un beduino y le pregunta:
– ¿Queda muy lejos el mar?
– A unos doscientos kilómetros.
– ¡Pues vaya playa!
Una joven que viaja en barco va a reclamar al oficial de guardia.
– La noche pasada un marinero entró en mi camarote.
– ¿Y en un camarote de segunda qué quería, que fuera el capitán?
* * *
En un autobús va sentada una señorita con un gran escote. De pie a su lado está un hombre que no quita el ojo de encima a la moza. Un tipo muy fornido se acerca.
– ¿Usted qué mira?
– Yo… nada.
– ¡Pues apártese y déjenos mirar a los demás!
* * *
Un tren está parado en una estación. Un directivo de Renfe que viaja en él aprovecha la parada para estirar un poco las piernas. Al cabo de unos veinte minutos, como el tren no daba señales de arrancar, este se acerca al jefe de la estación.
– ¿A qué esperan para hacer salir el tren?
– A que suba usted, señor.
* * *
Un pasajero dice al taxista que le lleva:
– Más despacio, más despacio. ¿No ve que podemos tener un reventón?
– No se preocupe, llevo rueda de repuesto.
* * *
Dos turistas mexicanas se encuentran en París. Una de ellas comenta a la otra:
– Llevo ya más de dos semanas en París y aún no he ido al Louvre.
– Eso es gravísimo. Creo que deberías ir a ver a un médico inmediatamente.
* * *
Un automovilista está a punto de atropellar a un transeúnte que iba a atravesar la calle sin fijarse en la cantidad de coches que estaban circulando. Al frenar bruscamente el conductor grita:
– ¿Qué le pasa, es usted miope?
A lo que es transeúnte serenamente contesta:
– Caballero, yo no soy «ope» de nadie y mucho menos de usted.
* * *
Una señora que realiza un trayecto en autobús increpa a otro pasajero:
– Joven, ¡mantenga las manos en su sitio!
– ¡Pero, señora, yo soy mutilado de ambos brazos!
– ¿Lo ve? ¡El Señor le ha castigado!
* * *
Dos estudiantes hablan de sus hallazgos.
– He descubierto cuál fue la mayor hazaña de Colón.
– ¿Cuál?
– Conseguir desembarcar en América sin pasaporte.
Un hombre estaba realizando un viaje bastante largo en ferrocarril. Había transcurrido toda la noche en marcha. Por la mañana, y antes de llegar a su destino, decide ir a asearse al lavabo del vagón. Al volver a su compartimiento se da cuenta de que se ha olvidado el cepillo de dientes. Cuando va a buscarlo se encuentra con que un pasajero lo está utilizando. Indignado le dice:
– ¿Pero qué hace usted? ¿No le da vergüenza utilizar mi cepillo de dientes?
– Perdone usted, creía que era una cortesía del tren.
* * *
Comunicación entre un avión y la torre de control.
– Piloto llamando a base. Piloto llamando a base. El motor derecho no funciona.
– Base llamando a piloto. Base llamando a piloto. Apague el motor derecho e intente aterrizar sólo con el izquierdo.
– Piloto llamando a base. Piloto llamando a base. No tengo gasolina en el motor izquierdo.
– Base llamando a piloto. Base llamando a piloto. Intente planear.
– Piloto llamando a base. Piloto llamando a base. Los alerones de cola no funcionan.
– Base llamando a piloto. Base llamando a piloto. Repita con nosotros: «Padre nuestro que estás en los cielos…».
* * *
Un ciego conduce una moto y lleva a un tartamudo para que le indique el camino. Al llegar a una curva se despistan y se dan un golpe morrocotudo. El tartaja dice:
– La vi, la vi, la vi…
El ciego responde:
– Si la viste, por qué no me lo dijiste.
Y el tartaja responde:
– ¡La Viiiirgen, qué trompazo nos hemos dado!
* * *
El hijo de un caníbal, viendo un avión en el cielo, pregunta a su padre:
– ¿Cómo se come ese pájaro, papá?
– Es como el marisco, hijo, sólo se come lo de dentro.
* * *
Un turista norteamericano visita Londres. Desea ver todas las cosas interesantes de la gran metrópoli sin descender de su coche y sin soltar la botella de whisky.
Cuando llega a la Abadía de Westminster, el guía intenta convencerle de que descienda del vehículo y entre en el interior del templo. Sin embargo, ante la rotunda negativa del turista, aquel le pregunta con sorna:
– ¿Está usted enterado del verdadero destino a que están dedicados los pies humanos?
El americano baja los ojos hacia sus elegantes zapatos y replica con estropajosa voz:
– No sé…, pero creo que uno es para el freno y el otro para el acelerador.
* * *
Un joven delincuente acude a un bufete de abogados.
– Quisiera que me defendiese usted, abogado Peláez.
– ¿Tiene dinero?
– No, pero tengo un automóvil último modelo y puedo venderlo.
– Está bien, ¿de qué se le acusa?
– De haber robado un automóvil último modelo.
* * *
¿Cuál es el colmo de un barbero?
¡Perder el tren por los pelos!
* * *
Un señor se acerca a la ventanilla del despacho de billetes y se dirige al empleado con tono imperativo:
– Deme un billete para Dalmacio.
– ¿En qué provincia está ese pueblo? – inquiere el funcionario desorientado.
– En ninguna, es mi hijo, que está allá abajo.
* * *
Dos escoceses están charlando en medio de la carretera. Llega un coche a toda velocidad y atropella a uno de ellos.
Al cabo de un rato el amigo ileso piensa cómo debería anunciar a la esposa de su amigo que este ha muerto. Va a su casa, llama al timbre y pregunta:
– ¿La señora viuda de McDougal?
– Yo soy la señora de McDougal, pero yo no soy viuda, señor.
– ¿De verdad, señora?
– De verdad, caballero.
– ¿Qué se apuesta?
Dos recién casados inician su viaje de luna de miel en tren.
– Amor mío, si hubiera sabido que el pasillo era tan largo, gustoso habría hecho una locura.
– Pero, querido, entonces… ¿no has sido tú?
* * *
En una escuela de paracaidismo, uno de los soldados, alarmado, informa a su superior.
– Sargento, el soldado MacArthur se ha lanzado del avión sin paracaídas.
A lo que el sargento pregunta:
– ¿Otra vez?
* * *
El responsable de la aduana pregunta a un turista que acaba de llegar al aeropuerto de Barajas:
– ¿Cigarrillos? ¿Whisky? ¿Coñac?
– Oh, qué amables son los españoles – responde entusiasmado el recién llegado —, gracias, tomaré sólo un café.
* * *
Un agente de tráfico detiene a un automovilista que viaja a gran velocidad en una noche de verano.
– Las luces traseras de su coche están apagadas.
El automovilista detiene el coche, baja y apoyándose en el brazo del agente comienza a sollozar desesperadamente.
El agente lo consuela.
– ¡Vamos, arriba! No hay que tomárselo así, no es ningún drama.
– Eso lo dice usted – responde aquel entre lágrimas —, si están apagadas quiere decir que he perdido una caravana, una esposa, dos hijos y un gato siamés de nombre Poli.
* * *
Un sacerdote y un rabino coinciden en un viaje en tren. El viaje es largo y el sacerdote lleva algunas cosillas para entretener el estómago. Ofrece pan y jamón a su compañero, el cual rehúsa cortésmente.
– No puedo comer cerdo, gracias, mi religión no me lo permite.
– ¡No sabe lo que se pierde! – le contesta el sacerdote.
Al final del viaje, los dos se saludan cordialmente y el rabino al abandonar el compartimento dice al sacerdote:
– ¡Adiós, saludos a su esposa!
Pero el sacerdote contesta:
– Yo no puedo tener mujer, mi religión no me lo permite.
– ¡Ah! ¡Qué lástima! Entonces usted tampoco sabe lo que se pierde – responde el rabino.
* * *
Dos turistas en Roma admiran extasiados el Coliseo. Una de ellas comenta desconsolada:
– Es un verdadero desastre no tener los medios para concluirlo.
Un par de amigas casaderas charlan sobre el porvenir.
– Quisiera ser azafata de una línea de aviación – dice una —; es la mejor manera de conocer a un hombre de mundo y con dinero.
– Pero tiene que haber otros medios menos difíciles y peligrosos para conocer ese tipo de hombre – replica la otra amiga.
– Tal vez los haya – añade la primera —; pero nunca se presenta mejor ocasión de examinarlos bien que cuando están acomodados en sus asientos y sujetos con los cinturones…
* * *
Varios amigos se encontraban náufragos en una pequeña barca, después de hundirse el buque en que realizaban un viaje turístico.
Acabados los víveres, echaron a suertes a cuál de ellos sacrificarían para que sirviera de alimento a los demás.
El sorteo se repitió durante dos semanas hasta que no quedaron más que dos: el cocinero y el contramaestre del barco naufragado.
– Tenemos que sortear entre tú y yo, amigo – dijo este último.
– No merece la pena que uno de los dos se quede solo – contestó el cocinero —. La cala está llena de atún.
– ¿Y cómo no lo dijiste desde el primer momento?
– ¡Pts! ¡Porque a mí me no me gusta mucho el pescado!
* * *
Dos amigos comerciantes que se encuentran de viaje en el extranjero quieren hacer una broma en el hotel donde se hospedan. Para ello, cuelgan el cartel del retrete de los hombres en la puerta de una suite nupcial.
Aquella misma noche, un señor un poco mayor, antes de irse a dormir decide ir al baño, intenta abrir la puerta donde se encuentra el cartel, pero está cerrada. Vuelve a los pocos minutos y la encuentra cerrada todavía. Al cabo de un rato y agotada su paciencia, vuelve a intentarlo y llama a la puerta gritando:
– ¡Señor, casi hace una hora que está dentro! ¿Por qué no sale y deja entrar a los demás?
* * *
Dos amigos han naufragado y llevan varios días en una balsa a merced de las olas. Ya han terminado los escasos víveres de que disponen y el agua potable también está agotándose.
En el colmo de la desesperación, uno de ellos se arrodilla, dirige su mirada al cielo y empieza a invocar así:
– ¡Santa Rita, reina de los imposibles! Si nos sacas de este trance te prometemos no fumar más, no beber más, no ir más al fútbol, no…
– ¡Basta! – grita el otro —. ¡Que me parece ver un barco allá a lo lejos!
* * *
Dos cónyuges regresan a la ciudad después de haber pasado unas vacaciones en la montaña.
– Mira mis cabellos, querido, el aire de la montaña los ha oscurecido.
– Mira los míos, querida, la cuenta del hotel los ha encanecido.
Una señora que viaja en tren pregunta al revisor:
– ¿Podré bajar en Valjunquera?
El revisor medita un instante y luego responde:
– Inténtelo, pero vaya con cuidado, porque el tren no para allí.
* * *
Dos vaqueros amigos se disponen a emprender un viaje hacia el desierto de Arizona. Mientras echan unos tragos en una cantina charlando del tema, un periodista de Nueva York se dirige a uno de ellos.
– Aventuras, ¿eh? – dice sonriendo.
– No – contesta —. Buscamos oro.
– ¿Y llevan mucho equipo?
– ¿Equipo? – replica el interpelado —. La ropa que llevamos puesta. Mi compañero en una mula lleva un cargamento de whisky.
– ¿Hay borrachos en el desierto?
– No… Ese whisky es para las mordeduras de serpientes. Los mordidos lo pagan bien.
– ¿Y usted no lleva whisky? – pregunta dirigiéndose al otro compañero.
– No. ¡Yo llevo varias serpientes!
* * *
Un motorista se encuentra en Calatayud con un amigo de la infancia. Hablando, hablando se dan cuenta de que los dos se dirigen a Zaragoza, el uno en su moto y el otro en tren.
El motorista invita al amigo a llevarle con él, cosa que este acepta, pues la moto tiene sidecar. Inician el viaje y hacia la mitad del camino el motorista ve que el amigo va sudando de una manera extraordinaria, y dice para sí: «Voy a aumentar la velocidad, y así, con el aire, se refrescará un poco.»
En las cercanías de Zaragoza advierte que, en vez de disminuir, el sudor ha aumentado. El motorista se siente preocupado y decide parar para preguntar a su amigo:
– ¿Qué te pasa? ¿Te sientes enfermo? Te veo sudoroso, y pareces extenuado.
– No – responde el otro —. Lo que sucede es que desde Calatayud, que se ha roto el fondo del asiento del sidecar, he venido corriendo.
* * *
En pleno centro de una gran capital acaba de ocurrir un horrible accidente: una joven transeúnte es arrollada por un autobús cuando trata de cruzar la calle y permanece inerte bajo el vehículo, justo a los pies de los que pasan junto a ella.
La multitud se arremolina, alguien llama a la policía, a los bomberos y a un médico.
Finalmente, la víctima del accidente se recupera y se pone en pie, ante el asombro general.
Una amiga de esta, embarazada y casi a punto de dar a luz, que casualmente pasaba por el lugar en ese momento, le dice estupefacta:
– ¡Esto es extraordinario, amiga mía! ¡Has estado bajo el autobús un cuarto de hora y te has librado como una flor…! ¡Mientras que yo… mira lo que me ha ocurrido por estar solamente cinco minutos debajo de un conductor!
Un joven marido recibe un telegrama donde le dicen que ha sido encontrado el cadáver de su suegra flotando junto a la playa, con una langosta adherida a cada pie.
Le piden que telegrafíe dando instrucciones para lo que deba hacerse. Sin vacilar, el joven envía este telegrama:
«Vendan langostas. Stop. La vieja devuélvanla al fondo del mar.»
* * *
Dos excursionistas algo desorientados discuten sobre la ruta a seguir.
– Pero, ¿estás seguro de que vamos por buen camino?
– Claro, ¿no ves que estamos yendo hacia el mediodía?
– ¿Quién te lo ha dicho?
– El campanario del pueblo que acabamos de pasar, marcaba las once y media…
* * *
En un crucero por el Mediterráneo, dos señores conversan en voz baja.
– Aquella rubia del camarote de enfrente, ¿no es la viuda de su colega, doctor?
– Sí – responde el otro —. Ya ha vuelto a casarse.
– Pronto se ha consolado de la muerte de su primer marido…
– Sí, pero ahora el que está inconsolable es el segundo
* * *
Un individuo viaja a toda velocidad por la autopista. De repente es sorprendido por una patrulla de policía que le ordena detener el coche. El conductor explica a los agentes:
– Es que estoy probando este nuevo tipo de coche…
– Muy bien, pues pruebe también este nuevo tipo de multa.
* * *
Un norteamericano que se encuentra de viaje de placer en París detiene un taxi y pide al taxista que lo lleve a dar una vuelta por la ciudad. Cuando pasan delante de Nôtre Dame, pregunta el turista:
– ¿Cuánto tiempo ha sido necesario para construirla?
Y el taxista responde:
– Doscientos años.
– ¡Nosotros hubiéramos tardado cinco!
Luego pasan por delante de la torre Eiffel y el americano le dice al taxista:
– No me dirá que han tardado también años para construir esta torre de hierro.
– Verdaderamente – dice el taxista —, no se lo puedo decir, pues pasé ayer por aquí y no estaba…
* * *
Un caballero sube a un tren llevando en la mano un cigarrillo encendido; toma asiento y, al instante, el revisor le advierte:
– Señor, está prohibido fumar.
– No fumo – contesta aquel.
– Bien; pero lleva usted el cigarro en la mano – insiste el revisor.
– ¡Caramba! ¡También llevo los zapatos en los pies y no ando!
* * *
Una impresionante tempestad en alta mar hacía crujir peligrosamente un navío. El terror iba cundiendo entre los pasajeros. Un individuo muy avaricioso gemía lastimosamente mientras un amigo trataba de animarle con estas palabras:
– No te aflijas, Samuel. Después de todo, el barco no es tuyo.
* * *
Una hermosa y joven maestra, que había estado ahorrando durante algunos años, decide hacer un crucero. A bordo del precioso barco escribe en su diario:
«Lunes: Esta tarde el capitán me ha pedido que cene en su mesa.
«Martes: He pasado toda la mañana en el puente con el capitán.
«Miércoles: El capitán me ha hecho una proposición deshonesta, poco digna de un oficial.
«Jueves: Esta noche el capitán me ha amenazado con hundir el barco si no hago el amor con él.
«Viernes: ¡Esta tarde he salvado la vida de las más de mil personas que van en el barco…!»
* * *
Durante sus vacaciones en España, un turista inglés lleva a su hijo, de unos 15 años, a un bar para enseñarle cómo debe portarse siempre un británico digno de este nombre.
Tras beber unas copas de vino, le dice:
– Hijo mío, un buen inglés debe beber; pero nunca ha de pasar de cierto límite.
– ¿Y cómo podré conocer cuándo debo dejar de beber? – inquiere el joven.
– Es muy sencillo. ¿Ves aquellos dos hombres allá lejos? Pues, cuando veas cuatro, no debes beber más.
– ¡Pero, papá, si allí no hay más que un hombre! – replica el chico.
* * *
Un curioso pasajero pregunta al capitán del barco:
– Perdone, comandante, ¿cuántos nudos hace este barco?
– Pocos, pero no los deshace nadie.
* * *
Dos náufragos que se hallan en una isla desierta desde hace más de un mes se encuentran un buen día. No saben cómo pasar el tiempo, así que comentan con qué podrían entretenerse:
– ¿Jugamos a las adivinanzas? – dice uno —. ¡A ver si adivinas quién soy! Se trata de una gran diva del cine. Soy rubia, con grandes ojos verdes. Tengo noventa y cinco de pecho, cincuenta de cintura y unas piernas larguísimas. ¿Quién soy?
– ¡No me importa! – dice el otro con los ojos confusos – abrázame enseguida.
* * *
Un señor extraordinariamente tacaño decide viajar a Estados Unidos. A pesar de lo caro que resulta el billete, finalmente lo compra.
Al llegar a Nueva York, se detiene en el puerto y contempla la ciudad desde allí. De pronto oye un ruido tras él. Se vuelve y ve que un buzo sale del agua trabajosamente.
– ¡Caramba! – se dice amargamente —, si yo hubiera sabido que también puede venirse a nado…
* * *
Una mujer pregunta a su marido que acaba llegar de un viaje en barco:
– ¿Has tenido buena travesía?
– ¡No me hables! Había tan mala mar que, para estar de pie, tenía que echarme al suelo.
* * *
En un compartimiento de ferrocarril viajan dos señores. Uno de ellos parece estar contento y satisfecho. Guiña un ojo y sonriendo maliciosamente dice al otro:
– Es una suerte que no me haya descubierto el revisor.
– ¿Acaso no lleva usted billete? – le pregunta su compañero.
– Sí, lo llevo. Pero estoy viajando en un departamento para fumadores, ¡y yo no fumo, ja, ja!
* * *
Una viejecita sube a un tren que está lleno de pasajeros y se agarra como puede al respaldo de un asiento para no caerse.
Allí mismo, sentado, un joven se hace el distraído, baja los párpados, se finge dormido.
Entonces la viejecita le toca suavemente en el hombro y dice:
– Joven, ¿en qué estación quiere que lo despierte?
* * *
Un terrible temporal azota un barco haciéndolo balancearse peligrosamente.
– ¡Calma, calma! – grita el capitán a la tripulación.
– Calma es una palabra – murmura un marinero —. Usted es el capitán, pero el miedo es general.
* * *
Un barco va a la deriva. No hay esperanzas de salvación. A pesar de ello, en uno de los camarotes de popa se encuentra un matrimonio de avanzada edad; ella recogiendo presurosa sus pertenencias; él comiendo tranquilamente.
– ¿Cómo puedes comer en un momento así? – le pregunta la esposa.
– Siempre me han aconsejado que coma antes de beber.
* * *
Un turista llega a Londres. Es la primera vez que deja su país para visitar la capital inglesa. Algunas horas después de su llegada entra en un bar del centro de la ciudad y pregunta al camarero cuánto cuesta un café.
– Un chelín en la mesa – le contesta el camarero – y ocho peniques si lo toma usted de pie.
– ¿Y si me apoyo sobre una sola pierna?
Un revisor de tren advierte a un viajero:
– Señor, no saque tanto la cabeza por la ventanilla.
– Yo sacaré la cabeza por la ventanilla cada vez que me parezca.
– ¡Ya sé que puede hacerlo, pero si estropea algún poste de hierro, deberá pagar los daños!
* * *
Un barco está en llamas y se irá a pique irremediablemente de un momento a otro. Hasta el comandante ya ha gritado:
– ¡Sálvese quien pueda!
El señor Martínez, después de haberse puesto el chaleco salvavidas, está a punto de echarse al agua, pero su mujer le retiene:
– ¡Arturo, Arturo! Esperemos un rato más, hace media hora que hemos comido y nos puede sentar mal.
* * *
Un hombre que viaja en tren se pone a reír. De repente se pone serio. Al cabo de unos segundos se vuelve a reír. Otra vez se pone serio. De nuevo se pone a reír y así sucesivamente. Un señor que lo está observando le pregunta:
– Oiga, ¿y usted por qué se pone a reír de repente?
– Es que me estoy explicando chistes.
* * *
Un matrimonio náufrago se encuentra en una isla desierta. La esposa intenta animar a su marido.
– Pero, querido, ¿no decías que siempre habías soñado acabar tus días en una isla desierta?
– ¡Sí, querida, sólo que en el sueño acababa mis días con Marilyn!
* * *
Van dos mexicanos por la carretera, uno montado en una moto y el otro montado en una vaca. El de la moto dice al de la vaca:
– ¡Manito! ¡Qué ridículo vas a hacer cuando te vean montado en una vaca!
– Más ridículo vas a hacer tú – responde el otro – cuando intentes ordeñar la moto.
* * *
Un joven bastante tacaño pregunta a un cobrador de autobús:
– ¿Cuánto cuesta el viaje hasta la estación?
– Doscientas pesetas.
El individuo decide no montarse en el autobús. Resoplando y sudando, corre a pie al lado de este. Tres o cuatro paradas más adelante, pregunta:
– Y ahora, ¿cuánto me costará hasta la estación?
– Trescientas pesetas.
– ¡Oh! ¿Y por qué ahora trescientas pesetas?
– Porque vamos en la dirección opuesta.
* * *
Un turista estadounidense desea cruzar el lago Tiberiades. Pregunta a un barquero cuánto cuesta la travesía.
– Trescientos dólares – dice el hombre.
– ¿Trescientos dólares? ¡Pero usted está loco! ¡Es muy caro!
– Puede ser – replica el barquero —; pero acuérdese que fue aquí donde Jesús caminó sobre las aguas.
– No me extraña – añade el americano —, pues cuando debió enterarse del precio, prefirió apañárselas por sí solo.
* * *
El clásico turista norteamericano con tres máquinas de fotografiar y una guía turística en la mano entra en el bar de un pueblo y pide un vaso de vino. Intenta entablar conversación con un viejo que está sentado en un rincón fumando en pipa; el americano entonces le pregunta:
– ¿Ustedes aquí no tienen al tonto del pueblo?
– Mire, si hubiera venido un año antes, seguramente lo hubiera encontrado, pero ahora ha hecho fortuna en América.
* * *
Una familia francesa cruza cada semana la frontera para ir a comprar algunos alimentos a un pueblecito cercano a ella. Cuando, entre otras cosas, se disponen a comprar miel, el cabeza de familia comenta al campesino que se la vende:
– ¡Está miel está riquísima! Se ve que dan buena miel estas ovejas.
– ¡Ignorante! – replica el campesino —. No se dice ovejas, se dice ovispas.
* * *
La reina de un exótico país africano va a Madrid en un viaje oficial. Cuando llega es recibida con gran pompa en el Palacio del la Zarzuela. El embajador se le acerca y, galantemente, le dice:
– ¿Puedo ofrecerle mi brazo, Majestad?
Y la reina contesta:
– Gracias, caballero, muy amable, pero ahora no tengo apetito.
* * *
Un joven muy tímido se embarca para realizar un crucero. Una vez a bordo del barco tiene la fortuna de encontrar casualmente a una bellísima muchacha, que al instante le roba el corazón. El chico querría hablar con ella, pero no se atreve, a causa de su extrema timidez. Al fin, un día en que la muchacha le sonríe, el joven se detiene, lleno de alegría y confusión, y con verdadera inspiración decide poner fin a su timidez diciendo:
– ¿Viaja usted también, señorita?
* * *
En un pequeño islote se encuentran un joven y una chica en harapos. Él le dice a ella:
– ¿Por dónde íbamos? ¡Ah, sí, estábamos en el bar del barco y yo le decía que era usted preciosa…!
* * *
Un taxista va conduciendo a gran velocidad con las ventanillas abiertas. Tras un profundo suspiro comenta a su pasajero:
– El aire fresco en un coche abierto es tan bueno como un frasco de tónico.
A lo que el viajero, algo enfriado, replica:
– Sí, pero… ¿no le parece que agita usted el frasco demasiado?
* * *
Al asomarse al cráter de un volcán, un turista norteamericano dice:
– Esto se parece al infierno.
El guía, asombrado, alza las manos y exclama:
– ¡Es increíble! ¿adónde no habrán ido estos yanquis?
* * *
Un hombre entra en un concesionario de coches. El vendedor que le atiende le va explicando cada una de las prestaciones de los automóviles.
– Este coche utilitario gasta sólo una cucharada de gasolina cada cien kilómetros – dice el vendedor.
– Un momento – contesta el cliente —. ¿Una cucharada de café o una cucharada de sopa?
* * *
Dos hombres se encuentran sentados en los márgenes de un río.
– ¿Por qué observa con tanta atención el río?
– Se me han caído las gafas en el Sena.
– Pero si el Sena está en París y nosotros estamos en Londres; este es el Támesis.
– ¿Y cómo puedo verlo sin gafas?
* * *
Una señora sube a un tren y el jefe de estación que la está observando se le acerca y le dice:
– ¡Señora, señora! ¡Que se olvida las maletas!
Y la señora le contesta:
– Para eso viajo, para olvidar.
* * *
Dos comerciantes andaluces se quejan del insoportable calor que deben soportar en la región.
– ¡Qué calor hace en Córdoba! La ropa que uno lleva parece que está ardiendo.
– ¡Bah! Esto no es nada comparado con el calor que hace en Almería. Imagínate que a mi regreso tuve que ir al dentista.
– ¿Al dentista?
– Sí, se me habían fundido tres muelas de oro.
* * *
El señor MacLean iba en un taxi cuando advirtió que, a pesar de haber llegado a su destino, el vehículo no se detenía.
– ¿Por qué no para usted? – grita al taxista.
– No puedo – contesta este angustiado —. ¡Se han roto los frenos!
– ¡Por Dios! – contesta el señor MacLean – ¡Por lo menos pare el taxímetro!
* * *
El director de un periódico inglés recibe esta nota desde Edimburgo: «Señor, si sigue usted publicando chistes sobre la tacañería de los escoceses, dejaré de pedir prestado su periódico a mis amigos.»
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Un turista está recorriendo Barcelona y va una noche al barrio chino. Al pasar por delante de un espectáculo nocturno, el portero de este le anima a entrar:
– ¡Pase, señor! ¡Ahí dentro se divierte todo el mundo!
– Entonces…, ¿qué hace usted fuera?
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Mientras un turista contempla el espectáculo de un pequeño lago entre altas montañas, se le acerca un guía y le dice:
– Oiga, amigo, desde aquí se oye el eco muy bien, sólo hay que gritar mucho. Diga usted muy fuerte: «¡Dos bocadillos de jamón y dos cervezas!»
El turista obedece y acto seguido escucha con atención.
– No se oye ningún eco – comenta desilusionado.
– ¡No importa! – replica el guía —. De todos modos, amigo mío, ahí llega un vendedor con los dos bocadillos y las dos cervezas…
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Un turista pasea por la plaza de Cataluña de Barcelona.
Contempla cómo vuelan las palomas. De improviso, siente algo que le cae desde arriba y le revienta sobre la chaqueta.
Al comprobar las notables proporciones de la mancha, mira hacia lo alto y suspira con alivio:
– ¡Ah! ¡Menos mal que las vacas no vuelan!
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Un inglés que se encuentra en Granada de visita turística habla con el guía que le acompaña en su recorrido por la ciudad:
– Mire usted, en la torre de San Pablo de Londres, repercute la voz de tal manera que si se dice «¡Ecooooo!», el eco responde igual.
El guía, que considera que el turista está exagerando, replica:
– ¡Bah…! Poz ezo no es na pa la Alambra, que paso por ayí y digo «¡Ecoooo…!», y me rezponde el eco: «¡Vaya uzté con Dio, señó Gonsáles!»
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Un bañista inglés pregunta a un pescador:
– ¿Por qué siempre que me baño en estos acantilados usted se sienta en las rocas para verme? ¿Le gusta verme nadar?
– No, señor – responde el pescador —. Es que aquí, cuando un bañista se ahoga, le dan diez mil pesetas al que encuentra el cadáver.
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Un aldeano llega a la estación de trenes y pregunta a un empleado:
– ¿De dónde sale el tren que va a Barcelona?
– ¿Es que no ha visto el letrero? – replica el preguntado.
– Es que no sé leer…
– ¡Vaya, hombre! ¿Y para eso hemos puesto ese letrero que dice «los que no sepan leer, que sigan la flecha»?
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Un loco que se encuentra hospedado en un hotel llama urgentemente por teléfono al director:
– Corra, vaya rápido, señor director. Mi mujer se quiere tirar por la ventana.
– Perdone, pero ¿por qué en vez de telefonearme no trata de impedírselo?
– Eso no importa, señor. De todos modos acuda rápido antes de que pueda cambiar de idea. ¡Es aquella maldita ventana que no se quiere abrir!
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Un forastero llega a un pueblo y conversa con un aldeano:
– Mi ser torista – le dice.
– Querrá usted decir turista – rectifica el aldeano.
– ¡No! ¡Torista! Que a mí gustar los toros…
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En una pequeña localidad española un turista cayó a una profunda balsa que había cerca de la plaza del pueblo.
– ¡Auxilio! ¡Socorro! ¡Que me ahogo! – gritaba el forastero.
Al oír sus desesperados gritos, acudieron varios hombres; pero en vez de echarle una soga para intentar sacarlo del agua, no se les ocurrió otra cosa que salir corriendo, mientras uno de ellos decía:
– ¡No se preocupe! Ahora vamos a buscarle ropa seca…
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– Nosotros, los americanos – dice un turista —, tener muchos edificios como este, incluso más grandes.
– Le creo – contesta el guía —. Este edificio es un manicomio.
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– Oiga, taxista, ¿cuánto me cobrará por llevarme a la estación? – pregunta un individuo.
– Mil pesetas – contesta el conductor.
– ¿Y por el equipaje?
– Trescientas.
– Pues cargue el equipaje, que yo iré a pie detrás del coche.
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Un anciano, cuando se dispone a subir a un tren, protesta porque una jovencita sube empujando y se sienta en el único asiento que queda libre.
– En mis tiempos – le dice el señor a la chica —, los jóvenes eran más educados y tenían la virtud de dejar el asiento a los mayores.
A lo que la muchacha, alzando los hombros responde:
– ¡Es posible! Pero en sus tiempos las chicas no estaban embarazadas a los dieciséis años…
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Un profesor de matemáticas famoso por su distracción recorre, como cada día, el camino que le lleva en tren hasta la facultad donde da clases. En un momento determinado entra en el compartimiento el revisor y pide los billetes a los viajeros. El profesor empieza entonces a buscar en todos los bolsillos y no encuentra, a pesar de los esfuerzos, ningún billete. El revisor, que conoce el despiste del profesor, le dice:
– Señor profesor, deje de buscar, ya volveré más tarde.
Media hora después el revisor vuelve y el profesor está todavía buscando afanosamente su billete. Cuando el revisor lo ve se compadece de él y le dice:
– Déjelo, profesor, ya no hace falta que siga buscando.
– No hará falta para usted, pero para mí sí: no recuerdo dónde debo bajarme.
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– Señora maestra, ¿cómo se llama la estación que acabamos de pasar?
– A ver, déjame recordar, Pablito.
– Lo digo, porque después no va a haber forma de encontrar a Luisito, que se ha bajado en ella.
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En un compartimiento de tren viaja una joven pareja. El marido, con la mejor de sus sonrisas, hace cambiar de asiento a su media naranja.
Sorprendida, ella le pregunta:
– ¿Es que te mareas yendo de espaldas a la máquina?
– No – responde él —. Es que, en caso de descarrilamiento, de espaldas a la máquina es más peligroso.
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Un individuo intenta subir a un tren, pero es empujado y cae al suelo violentamente, mientras el tren se marcha raudo y envuelto en humo.
Como siempre, uno de esos redentores como hay tantos por ahí se acerca al pobre hombre que se encuentra en el suelo y le dice como consuelo:
– Pero hombre, ¡a quién se le ocurre coger el tren en marcha!
A lo que el otro contesta enfadado:
– ¡Imbécil! ¿No ve que no lo he cogido?
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Viajaba en un tren de Madrid un famoso humorista. Con el abrir y cerrar de las puertas en las estaciones pisó sin querer a una señora que no se avino a excusas sino que protestaba airada y gritaba sin cesar.
El humorista, que era muy tranquilo, le replicó:
– Señora, no me levante tanto la voz, que se van a creer que soy su marido…
* * *
Un hombre de pueblo viajaba en tren. Llevaba las manos extendidas paralelamente a unos veinte centímetros de distancia.
Durante el trayecto pidió a su compañero de viaje varios favores:
– Por favor, ¿podría sacar el billete de mi bolsillo? Al rato:
– ¿Sería tan amable de darme un poco de agua? ¿Le importaría abrir la ventana?
El viajero, intrigado, le pregunta:
– ¿Por qué lleva las manos así, sin moverlas?
– Porque voy a comprar unos zapatos para mi hijo y esta es su medida, ¿comprende?
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Camino de Valladolid, una madre y sus tres hijitos toman un tren. Los pequeños son alborotadores y no dejan en paz a nadie. Los viajeros están que trinan. Por si fuera poco, la madre en cada parada pregunta:
– ¿Hemos llegado ya a Valladolid? ¡Mira que si nos pasásemos…! – Se la ve muy nerviosa. – Daría cualquier cosa por que hubiera una señal anunciando Valladolid.
– ¡La habrá, señora! – exclama un viajero.
– ¿Es posible?
– Sí. Cuando oiga usted un suspiro de satisfacción, un suspiro que daremos todos los que estamos aquí, es que llegamos a Valladolid.
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Un señor asiduo al tren se acerca al jefe de estación.
– ¡Felicidades, señor!
– ¿Y por qué me felicita usted hoy?
– Pues porque desde hace veinte años que vengo a coger el tren cada día a esta estación y hoy es el primer día que llega puntual.
– ¡Ah! Entonces guárdese las felicitaciones, este es el tren que debía haber llegado ayer hace dos horas…
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Un tipo iba por la carretera en un deportivo. De repente ve un rótulo que indica «Máxima a 80». El tipo disminuye la velocidad a 80. Después ve otro rótulo «Máxima a 60» y vuelve a disminuir la velocidad a 60. Al cabo de un rato otro rótulo decía «Máxima a 40». El conductor vuelve a disminuir la velocidad hasta 40, cuando le sorprende un nuevo rótulo: «Bienvenidos a Máxima».
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Se sube una señora mayor a un autobús, pero este va repleto de gente y no hay lugar para que ella se siente. Nadie le cede el sitio, por lo que al bajarse del bus, dice muy enojada:
– ¡Qué barbaridad! ¡En este bus no hay caballeros!
Y un borracho se levanta y le dice:
– Señora, si hay caballeros, lo que no hay son asientos.
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El revisor pregunta a una pasajera:
– ¿Usted se llama Segunda López, señora?
– Sí. ¿Por qué?
– Pues no puede tomar usted este tren. Es un expreso y los expresos no llevan segundas.
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En un hospital, dos hombres que están en cama envueltos en vendajes hablan de sus cosas.
– Yo – dice uno de ellos – estoy aquí por un accidente de tren. ¿Y usted?
– Yo también – responde el otro.
– ¿Cómo fue?
– Estaba haciendo el amor con la mujer del jefe de estación, cuando nos sorprendió y me golpeó con su linterna y su bandera.
* * *
Una pareja que viaja en tren se queda dormida de pie mientras el tren prosigue su marcha. En la estación siguiente se bajan unos pasajeros, dejando así libres sus asientos.
La señora despierta al marido y golpeándole suavemente la espalda le dice:
– ¿Quieres venir conmigo allá abajo, querido?
Y el marido, adormecido aún, responde:
– ¡Imposible, preciosa, estoy con mi mujer…!
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Un abuelo y su nieto de ocho años pasean por la plaza Roja de Moscú. Al ver la estatua de Karl Marx, el niño pregunta:
– Abuelito, ¿quién fue ese señor?
– Fue el que dio las directrices para que nos quitasen las cadenas.
Al cabo de un rato pasan ante una estatua de Lenin.
– Abuelito, ¿quién fue ese señor?
– Fue el que empezó a quitarnos las cadenas.
Por fin llegan ante una estatua de Stalin.
– Abuelito, ¿y este señor quién fue?
– Fue el que acabó de quitarnos las cadenas.
– Abuelito, ¿qué eran las cadenas?
– Pues eran unas cosas de oro que llevábamos por encima del chaleco.
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Gedeón compra un billete de segunda para un viaje en tren. Una vez ha subido en él, se pasa a primera clase.
Cuando ya lleva un buen rato de viaje, entra el revisor y le pide el billete.
Gedeón se lo entrega. El revisor al comprobar que es un billete de segunda le dice:
– ¿Por qué va en clase superior a la que ha pagado?
– ¡Ay, señor revisor! Porque aquí se va de primera.
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Un revisor de tren le dice a una señora:
– Esto que lleva es un billete de andén.
– ¡Pues claro! – contesta la señora. Y añade tranquilamente —: Cualquiera compra de los otros al precio que están…
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Una señora sube al compartimiento de un tren acompañada de su hijo. Al presentarse el revisor, ella dice:
– Este niño no paga billete.
– No, señora – responde el revisor —. El niño no lo paga, pero lo pagará usted por él.
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Dos amigos se encuentran un viernes en el aeropuerto de Barajas.
– Hola, ¿adónde vas?
– Voy a pasar el fin de semana en Barcelona.
– ¿Sin tu esposa?
– Perdona, cuando tú vas a Madrid, ¿te llevas a tu esposa?
* * *
En el expreso Barcelona-Madrid, el revisor entra en un compartimiento de primera clase y, llevándose correctamente la mano a la gorra, ruega a los señores pasajeros que muestren sus billetes. El primero, displicente, dice:
– Diputado.
– Diputado – responde el segundo, sin levantar siquiera la vista del periódico.
– Diputado – repite el tercero.
– ¿Y usted? – inquiere el revisor al cuarto pasajero.
Y este, sacándose el billete del bolsillo, lo muestra exclamando:
– ¡Elector!
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Un pasajero, al entrar en su compartimiento de tren, encuentra a tres pasajeros riendo a mandíbula batiente. Al recién llegado aquella sana alegría le produce muy buena impresión y se las promete felices en aquel viaje. Aguza el oído para, en la primera ocasión, intentar tomar parte de aquella agradable tertulia.
– ¡Cuarenta y siete! – dice uno de los viajeros. Y todos estallan en una gran carcajada.
– ¡Ciento treinta y tres! – dice otro. Y se revuelcan de risa.
– ¡Veintisiete! – exclama el tercero. Y la alegría llega al colmo.
Nuestro hombre, a la vez extrañado y curioso, no deja de devanarse los sesos intentando descubrir aquel juego, toda aquella alegría de la que no comprende la causa.
– Perdone – le explica uno del grupo —, somos viejos amigos que sabemos una gran cantidad de chistes graciosos, pero que no repetimos para no hacernos pesados. Los hemos numerado y así, con sólo decir el número, todos recordamos a cuál se refiere y nos lo pasamos en grande.
* * *
Un tren cruza raudo la campiña gallega. Va casi vacío. En un compartimiento, dos caballeros leen La Voz Gallega.
* * *
De pronto, uno de ellos arrebata el periódico a su vecino y le espeta:
– Perdone mi atrevimiento, señor.
– ¡Oh, no! Dígame, ¿qué ocurre?
– ¿Usted cree en los fantasmas?
– ¡En absoluto! – contesta el interpelado con una sonrisa.
– Pues hace usted muy mal.
Y desapareció como por ensalmo.
* * *
Un hombre circulaba tranquilamente por una carretera cuando, en cierto tramo de su recorrido, vio un cable que cruzaba transversalmente el pavimento; era evidente que estaba conectado a un contador automático.
Un coche pequeño que iba delante de él se detuvo justamente encima del cable, sobre el cual sólo había pasado sus ruedas delanteras. Dos fornidos muchachos saltaron del coche y, levantando en el aire la parte trasera del vehículo, lo movieron hasta ponerlo al otro lado del cable.
Luego montaron nuevamente en el coche y siguieron su camino.
Más adelante, en un lugar de descanso, el señor reconoció a los muchachos y, picado por la curiosidad, les preguntó:
– ¿Por qué habéis levantado y movido el coche por encima del cable?
Uno de los jóvenes explicó:
– Siempre hacemos lo mismo. ¿Puede imaginarse la perplejidad de los ingenieros de tráfico al ver que todas sus estadísticas reflejan el paso de «medio automóvil»?
* * *
En un compartimiento de ferrocarril, dos señoras discuten acaloradamente:
– No le permito abrir la ventanilla. Estoy muy delicada y un resfriado podría ser fatal para mi salud.
– Pues, de continuar con la ventanilla cerrada, me expongo a morir por falta de aire. ¡Y también mi vida vale lo suyo, caramba!
El jefe de tren, perplejo, no sabía qué decisión tomar, cuando se le acerca uno de los viajeros para decirle:
– No lo dude un momento. Ordene que abran la ventanilla para que se muera una, y después mande que la cierren para que se muera la otra. De este modo, los demás pasajeros seguiremos el viaje tranquilos y sin discusiones.
* * *
En un tren lleno hasta los topes, los pasajeros tienen que abrirse paso a empujones y codazos para salir cuando llega su parada. Una señora muy peripuesta se encara con un caballero que trata de alcanzar la puerta.
– ¡Vaya educación! Podría pedir usted permiso si desea apearse.
– Pero – replica el hombre —, ¿es que no puedo bajar sin el permiso de usted?
* * *
Un par de colegas se encuentran poco antes de comenzar las vacaciones de Navidad.
– Hola, ¿qué tal se presentan las próximas fiestas?
– ¡Estupendas! Mi mujer ha decidido ir a pasarlas con su madre…
* * *
En un tren un pasajero se dirige al de al lado y sonriendo le dice:
– Si alguien entrase ahora y se sentara sobre su sombrero, ¿qué pensaría de él?
– ¡Que es un cretino!
– ¡Ah! ¿Ve? ¡Usted se ha sentado sobre el mío!
* * *
Un lindo pueblecito a orillas del mar en la Costa Brava. A un lado, una iglesia románica. Por la carretera de la costa va un moderno automóvil a toda velocidad, ocupado por una pareja de jóvenes.
– Oye, querido – dice ella —, ¿por qué no preguntas dónde estamos?
– ¿Para qué? – responde él sin aminorar la marcha —. Dentro de cinco minutos ya no vamos a estar aquí…
* * *
En el andén de una estación de tren un impaciente viajero se queja al jefe de estación:
– ¡Oiga, el tren que tenía que tomar lleva un retraso de media hora!
– No se preocupe, su billete es válido para tres días.
* * *
Un pasajero pierde la paciencia esperando el tren.
– Jefe, ¿no llega nunca este maldito tren?
– ¡Todavía ocho minutos, señor!
– ¡Pero tengo prisa!
– ¡Entonces, si quiere ganar tiempo, vaya en su busca!
* * *
Un viajero se dirige a toda prisa a una estación para coger su tren, pero llega tarde y ve cómo este desaparece por una curva; desesperado, empieza a lamentarse en voz alta:
– ¡Qué rabia! ¡Qué desgracia! ¿Y ahora qué hago? ¡Tengo que ir a la ciudad! ¡Oh, pobre de mí! ¡Qué desgracia! ¿Cómo he podido perder el tren?
Una señora mayor se le acerca y amablemente le pregunta:
– ¿Hace cuánto que lo ha perdido?
– Dos minutos.
– ¡Sólo dos minutos! ¿Y no cree que está exagerando? ¡Al oírle pensé que hacía un mes que lo había perdido!
* * *
Un revisor de tren descubre a uno que viaja en primera con un billete de segunda.
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