Читать книгу Cuentos fantásticos para dormir monstruos - Laura Losada Vico - Страница 9
ОглавлениеINTRODUCCIÓN
Hay distintos tipos de miedos y eso lo descubres cuando vas creciendo, cuando deja de asustarte ese falso monstruo del armario y empiezan a asustarte las responsabilidades de mayor, los deberes, los exámenes, la prueba de acceso a la universidad, ese profesor malhumorado o esa estúpida asignatura que no puedes sacarte por más que estudies. Te das cuenta de que te asustan nuevas cosas y cada cual más irreal. Cuando creces, de pronto te asusta llegar tarde a casa o que te multen cuando te acabas de sacar el carné.
Pero hay miedos que nos asustan siempre, independientemente de que el paso de los años caiga sobre nosotros borrando el rastro de aquellos irreales que portaban en el corazón los niños que fuimos. Da igual. Esos miedos están ahí y siento decirte que estarán por siempre. Algunos días no los notarás, otros te acostarás temeroso de ellos y en cierta ocasión solo serán un tema más de tus muchas conversaciones.
He oído decir, repetidamente y a muchos escritores, que hay dos tipos de miedos: los reales, aquellos a los que es sabio tenerles miedo, como caer de algún lugar alto cuando es posible que caigas; y los que no lo son, los que nos hacen temblar ante situaciones que solo están en nuestra cabeza, distorsionando la realidad de forma catastrófica, como hablar en público. No existe peligro real aunque no podamos verlo.
Pero no es cierto, al menos no del todo. Hay miedos que pueden ser reales y podemos sentirlos en momentos en los que son imposibles de materializarse y miedos muy irreales que, en ciertos momentos, pueden acecharnos como una sombra oscura de aquello que no debería existir. Todo es cuestión de lo que tengamos en nuestra cabeza, porque os puedo asegurar que ese es el lugar más oscuro del mundo. Ahí están todos los monstruos a los que debemos temer.
La gente teme a muchas cosas: a los fantasmas y espíritus, a los cuentos de hadas malignos y a los demonios, pero no es solo aquello que es parte de la imaginación de algunos a lo que debemos temer. Debemos temer a los demás, a esos otros seres humanos que son malvados, porque pueden crear infiernos, y debemos temernos a nosotros mismos porque muchas veces en nuestro interior creamos los castigos más eternos.
Dentro de estas historias, que provocan terror a unos, pero son dulces cuentos para que los monstruos se vayan a la cama, encontrarás los cuatro terrores que nos pueden quitar el sueño a unos mientras sirven de cuna para otros: el miedo a lo sobrenatural, los cuentos de hadas malignos, el miedo a otros humanos y, por último, el peor de los miedos, el miedo a nuestro propio interior. Si te quedas hasta el final, también leerás pequeños cuentos de distintos terrores, reales, irreales y terrores tan diarios que ni sabías que debías tenerles miedo.
Nada de lo que estás a punto de leer es agradable, así que te recomiendo que, si eres humano, cierres el libro; pero si eres un monstruo quizá estas historias te hagan dormir.
Esperando a la muerte
Se sentó sobre el frío mármol de la lápida y encendió el que sería su último cigarrillo.
No estaba asustado por tener que marcharse o porque aquella calada fuera la última que saliera de su cuerpo (aunque, sinceramente, no sabía si era real todo aquello: el humo, el fuego, el cigarro, el aliento). No, sencillamente estaba esperando al abrigo de un montón de cipreses, sobre aquella lápida y con aquel cigarrillo del que solo empezaba a quedar humo y ceniza.
Habían echado la última pala de tierra sobre el que sería su encierro de madera y gusanos para lo que le quedara de días.
Tenía prisa por marcharse, pero ella seguía allí, llorando sobre los resquicios de una vida sin sentido que ahora estaba esperando a la verdadera muerte, a la de todas las cosas que dejó marchitarse mientras el tiempo y la muerte encerrada en ese cristal iban acabando con él.
La miró con tristeza y arrepentimiento. Se dio cuenta de que llevaba muerto más de lo que pensaba, de que había clavado cuchillos en su pecho cada vez que no le había dicho cuánto la amaba o las veces que no había salido a disfrutar de aquel aliento de vida que ya no poseía.
Ella seguía allí, llorando, cuando él vio la guadaña y la espesura negra. Aquel humo le dio la mano y él se levantó de la lápida.
Dejó atrás su descanso eterno y a ella llorando mientras se moría. Y esta vez no podría echar una última calada.