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Sobre el éxito y la desobediencia

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Todos tendemos a anhelar lo que no tenemos, mientras restamos valor a lo que tenemos. Lo más curioso es que a veces deseamos cosas de las que creemos carecer y que, sin embargo, están ahí, como “el éxito”.

Probablemente existe una idea de éxito, más o menos compartida, que consistiría en una mezcla de estatus económico, reconocimiento profesional y una forma de vida que intuyamos deseable. No obstante, cuando miramos a quienes suponemos “personas de éxito”, nos fijamos principalmente en lo que queremos ver de ellas, en el trozo que quisiéramos para nosotros, ignorando el paquete entero. Y obviamos que dicha persona, a su vez, podría anhelar ciertas cosas que nosotros poseemos y a las que apenas otorgamos importancia. Por ello creo que el éxito habita solo en los ojos de los demás, que únicamente ven lo que anhelan para ellos.

Y ¿sabes una cosa? Nunca “quise llegar”, nunca me planteé ser directivo de una multinacional. Entré en la compañía con la única pretensión de trabajar un par de años para pedir luego un año sabático, pero me fui —o me fueron— liando. Y así, sin habérmelo propuesto, me vi empujado hacia arriba.

Creo que cuando haces lo que te gusta, las cosas tienden a salirte bien; y entonces la gente se fija en ti. Por el contrario, cuando el trabajo no se vive, nos acaba matando en silencio y las cosas acaban saliéndonos mal.

Sinceramente, creo que no hay que renunciar a nada. La renuncia nunca garantiza el éxito y puede convertir nuestra vida en miserable. La mayor parte de la gente no llegará adonde sueña, pero aun así serán capaces de renunciar a todo aquello que les alegra la vida solo por seguir soñando que algún día alcanzarán su sueño. Pero vivir en los sueños impide vivir la propia vida y disfrutar de ella.

Las metas se podrán alcanzar o no, pero hay que entender que nuestra vida no transcurre en ellas, sino en el camino hacia ellas. Por lo tanto, el que sepa disfrutar del camino siempre tendrá mayor recompensa que el que penó por llegar adonde finalmente no pudo.

La pasión por lo que uno hace convierte a las personas en “descontentas” con el statu quo. Cuando a uno le apasiona su trabajo, se mete en él hasta el cuello y se acaba implicando en lo que hace y en por qué lo hace. Esa pasión lleva inevitablemente a detectar fallos, así como oportunidades para mejorar las cosas. Y es que la desobediencia puede llegarnos a aportar grandes beneficios y descubrirnos caminos nuevos para abordar viejos problemas.

Hace un tiempo, en Bélgica, se culpó a una partida de coca-colas de causar un envenenamiento “masivo” que acabó probándose falso. Nosotros en España reaccionamos con extraordinaria rapidez, sin esperar instrucciones de nuestra central en Atlanta. En aquellos momentos la recomendación era hacer ruedas de prensa, a pesar de la escasa y confusa información que llegaba desde Bélgica y del riesgo de que los periodistas nos “malinterpretaran”. Decidimos que, en lugar de eso, publicaríamos nosotros directamente una página al día en todos los periódicos de España para informar de la situación a medida que se fuera esclareciendo. El coste de esas páginas diarias era escandaloso, pero preferimos perjudicar el beneficio de ese trimestre e intentar salir cuanto antes del bache de reputación, antes que comprometer la viabilidad del negocio en nuestro país a medio y largo plazo. Pues bien, esta estrategia fue un rotundo éxito, y nos permitió ser quienes diéramos el mensaje sobre nosotros mismos y no dejar que otros lo transmitieran en nuestro lugar. Todo ello nos ayudó a salir antes que nadie de la crisis de confianza que se había abierto con el público, y confirmar nuestras actuaciones cuando la verdad salió a la luz.

Creo fundamental que asumamos la certeza de que, alguna vez, todos vamos a ser despedidos. Lo importante es que cuando eso se produzca sea al menos por nuestros propios errores, y no por los ajenos. No hay mayor tranquilidad que acudir todos los días al trabajo estando dispuestos a que sea nuestro último día en él, pero con la convicción de que vamos a hacer lo que en conciencia creemos mejor para el negocio. A veces hay una gran diferencia entre hacer lo correcto y hacer lo que se espera que hagamos. Yo, generalmente, me he inclinado por lo primero.

En mis años en Coca-Cola he podido comprobar que la desobediencia nos ha sido consentida en tanto aportáramos los resultados que se esperaban de mi unidad de negocio. La aportación que dábamos a la empresa compraba nuestra libertad de acción, y no hay mayor satisfacción que trabajar para superiores inteligentes que comprendan esto.

Creo que jamás hay que rendirse ante las presiones. Si uno cree en lo que su empresa significa, ha de luchar por lo que cree que le conviene a esta. Rendirse, encogerse de hombros y seguir cobrando un salario sabiendo que no se hace lo correcto debe de ser muy frustrante. Me imagino… porque esa experiencia, afortunadamente, elegí no vivirla nunca.

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