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El nuevo universo laboral

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En su libro La riqueza de las naciones, Adam Smith deja claro que la prosperidad de las empresas está condicionada por su capacidad de dividir la producción de bienes en pequeñas tareas, que pueden llevarse a cabo por gente mal pagada y capaz de seguir instrucciones sencillas. Smith habla de lo eficiente que puede llegar a ser una fábrica de alfileres comparada con una serie de artesanos que hacen los alfileres a mano. No hay necesidad de contratar a un artesano de alfileres de gran talento cuando diez obreros de la fábrica apenas formados, con una máquina y trabajando de forma sincronizada, pueden producir mil veces más alfileres y mucho más rápido de lo que puede hacerlo una sola persona con talento.

Durante casi trescientos años, esta era la forma dominante de trabajar. Lo que querían los propietarios de las fábricas eran piezas dóciles, infrapagadas y sustituibles que hicieran funcionar sus eficientes engranajes. Las fábricas creaban productividad y la productividad generaba beneficios. Pero nuestra sociedad está en conflicto porque, en los momentos de cambio, lo último que se necesita en un equipo son burócratas, anotadores, literalistas, lectores de manuales, empleados obsesionados con que llegue el fin de semana, seguidores de mapas y empleados asustados, todos ellos bien pagados. Las masas obedientes no son de mucha ayuda cuando el porvenir es incierto.

Lo que queremos, lo que necesitamos, lo que debemos tener son personas imprescindibles. Necesitamos a gente con ideas originales, a provocadores y a gente implicada. Necesitamos profesionales de marketing capaces de liderar, a vendedores capaces de arriesgarse al contacto humano, a apasionados del cambio dispuestos a ser rechazados si es preciso para defender sus ideas. Toda organización necesita a personas que jueguen el papel de ejes, capaces de hacer cuadrar las cosas y de darles un nuevo rumbo. Aunque haya organizaciones que todavía no se han dado cuenta, lo que se necesita ahora son artistas.

Los artistas son personas con el genio para encontrar una nueva respuesta, una nueva asociación o una manera nueva de hacer las cosas. Esos artistas podríamos ser cualquiera de nosotros.

El mito del trabajo de oficina. Muchos oficinistas llevan traje y corbata, pero siguen en la fábrica: usan bolígrafo o procesan solicitudes o teclean cosas en un ordenador. Es trabajo de fábrica porque está planificado, controlado y medido, y porque se puede optimizar para ser más productivo.

Se suponía que el trabajo de oficina tenía que salvar a la clase media, porque no era algo que pudieran hacer las máquinas. Pero, hoy en día, las máquinas ya han reemplazado a los empleados de oficina. Peor todavía: las presiones de la competitividad han animado a la mayoría de organizaciones a convertir a sus trabajadores en máquinas. Un trabajo, si se puede medir, se puede hacer más rápido. Si se puede poner en un manual, lo podemos externalizar. Si lo podemos externalizar, lo podemos obtener más barato.

El resultado final son hordas de empleados frustrados, todos ellos desperdiciados, trabajando como autómatas, luchando contra el reloj para conseguir otra póliza, completar otra interacción, ver a otro paciente, etc.

La media ya no vale. Nuestro mundo ya no compensa con justicia a las personas que hacen de piezas de un enorme engranaje. Hay estrés porque, para muchos de nosotros, esto es lo único que sabemos hacer. Las escuelas y la sociedad han reforzado esa actitud durante generaciones. No obstante, lo que necesitamos son dones, conexiones, humanidad… y los artistas que los crean.

A los líderes no les dan un mapa o un conjunto de normas. Vivir sin un mapa requiere una actitud diferente: requiere que seamos un eje. Los ejes son las piezas esenciales de las organizaciones de calidad del futuro. No aportan capital ni maquinaria cara, ni siguen ciegamente instrucciones. Los ejes son imprescindibles y el motor de nuestro futuro.

Gente excepcional. A lo largo de muchas décadas, las empresas hacían productos normales para gente normal a la que llamaban la atención con la publicidad, hasta que, finalmente, esta última dejó de ser efectiva. En la actualidad, la única forma de crecer es destacar, crear algo de lo que realmente merezca la pena hablar, tratar a la gente con respeto y provocar que esta se encargue de pasar el mensaje.

Lo que vale para las corporaciones es igualmente válido para las personas: la única manera de triunfar es destacar, conseguir que hablen de nosotros, ejercer un trabajo emocional, ser considerado imprescindible y producir interacciones que resulten muy importantes para las organizaciones y las personas.

Resumen del libro

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