Читать книгу Un amor como pocos - Leónidas Lamborghini - Страница 8
Proemio
ОглавлениеÉsta es la historia de un amor patagónico. El idilio entre Clotilde y el Ovejerito. Clotilde trabajaba en el quilombo de Agonia, pequeña ciudad lanar más o menos ignota de aquella más o menos no ignota región. El Ovejerito era un pastorcillo adolescente que cuidaba su hato de ovejas, las que gustaban mucho besarlo. Y él a ellas. Simétricamente. Ambos, Clotilde y el Ovejerito eran asaz competentes en sus respectivas actividades, en las que habían demostrado una capacidad profesional fuera del común pese a su joven edad. Los dos alboreaban los 17 años. Los dos eran atrozmente bellos. Clotilde vivía en el quilombo donde ocupaba un descascarado pero elegante cuartito. El Ovejerito, en una salvaje pero cómoda, confortable, cueva en las afueras del poblado. Pero existían también ciertas asimetrías que no deben dejar de tenerse en cuenta. Ella provenía de la capital del Reino; él, era oriundo del lugar. El era virgen; ella no. Había dejado de serlo hacía una década. El Ovejerito no había pasado más allá del beso; Clotilde, estaba mucho más allá. Este relato se inspira y tiene su fuente en unas cartas de Clotilde. Clotilde murió hace ya tiempo. En cuanto al Ovejerito sólo yo sé dónde se encuentra. Pero por ahora prefiero no revelarlo.
Las ovejas besaban al Ovejerito y él con igual y simétrica devoción, como queda señalado, devolvía sus besos. Así se había ido anudando entre el pastorcillo y las integrantes de su rebaño esa casta relación. En la Patagonia todo es un gran misterio. En realidad, se trata de tres misterios en uno: el misterio del viento, el misterio del vacío y el misterio de las ovejas. Viento que no deja de soplar. Vacío imposible de llenar. Ovejas que siempre quieren besar. De todas las sirvientas que pasaron por mi casa, Clotilde fue la más amada por mí. Clotilde me contaba estas cosas aunque sin relatarme del todo su historia con el Ovejerito. Años después leyendo y releyendo sus cartas pude completarla. Clotilde me contaba que en aquel establecimiento ella había obtenido un señalado suceso recurriendo al artificio de una atractiva piel ovina, negra, puro merino. Yo la escuchaba maravillado aunque, niño aún, debo confesarlo, no entendía muy bien de qué se trataba. Pero ya es sabido cómo el misterio atrae el interés de los niños acreciendo el encanto de los sortilegios que forman parte del mundo en que viven. Ahora, estoy en condiciones de adelantarles que aquella piel ovina fue una pieza clave en la relación amorosa que unió en un momento mágico estas dos vidas. Me atrevo a asegurarles también que por éste y otros detalles no menos singulares, el amor de Clotilde y el Ovejerito fue un amor como pocos. Respecto a este libro, que de esta historia se ocupa, ha sido concebido y realizado en partes, a la manera de otro libro del cual es su reencarnación (o canto paralelo) en el tiempo. En cuanto a lo que se narra en sus páginas, a las peripecias de ese amor, a la plenitud y felicidad alcanzados en ese ápice por sus protagonistas –dos hijos del destino–, no admitáis duda alguna: sería un ultraje a la memoria de Clotilde.