Читать книгу Los derechos del corazón - Leonardo Boff - Страница 4
ОглавлениеEs indudable que la crisis ecológica global exige soluciones técnicas capaces de impedir que el calentamiento global aumente más de dos grados Celsius, pues ello sería desastroso para toda la biósfera. Si la humanidad se muestra irresponsable a este respecto y permite que la temperatura se incremente cuatro, cinco y hasta seis grados Celsius, las formas de vida conocidas –incluso la humana– se verán gravemente amenazadas. Pero la técnica no lo es todo, y ni siquiera lo más importante. Parafraseando a Galileo Galilei, podemos decir: “la ciencia nos enseña cómo funciona el cielo, pero no nos enseña cómo se llega al cielo”.
De la misma forma, la ciencia nos indica cómo funcionan las cosas, pero es incapaz de decirnos si son benéficas o nocivas para la totalidad de los sistemas-vida y del sistema-Tierra. Para eso tenemos que recurrir a criterios éticos, a los cuales la misma práctica científica está sometida.
¿Hasta qué punto las soluciones técnicas son suficientes para poder equilibrar a Gaia, lograr que siga admitiéndonos en ella y que garantice los abastos vitales para los demás seres vivos? ¿Acaso podrá identificar, asimilar o rechazar las más de mil sustancias químicas sintéticas, los transgénicos y los microorganismos producidos artificialmente y para los cuales su “estómago” no fue preparado a lo largo de milenios de evolución? Ni siquiera la ciencia es capaz de dar una respuesta segura. Por eso tenemos que activar los principios de la prevención, la precaución y el cuidado, para que nuestra salud no se vea afectada.
Es necesario que haya una intervención técnica para atender las demandas humanas pero, al mismo tiempo, es preciso que estas últimas se adecúen a un nuevo paradigma de producción, menos agresivo, de distribución más equitativa, de un consumo regido por la sobriedad compartida y de un reaprovechamiento de los desechos que no dañe a los ecosistemas.
La Carta de la Tierra, uno de los documentos nacidos con el apoyo de la unesco y de la onu, es resultado de una con sulta realizada a lo largo de ocho años (de 1992 a 2000) en prácticamente todos los pueblos, que busca articular valores y principios que nos inspiren una nueva forma de habitar el planeta. Con sabiduría, este documento afirma:
Como nunca antes en la historia, el destino común nos hace un llamado a buscar un nuevo comienzo… El proceso requerirá un cambio de mentalidad y de corazón; requiere también de un nuevo sentido de interdependencia global y responsabilidad universal. Debemos desarrollar y aplicar imaginativamente la visión de un modo de vida sostenible a nivel local, nacional, regional y global (n.16, f).
La idea es que debemos desarrollar una nueva lectura de la realidad total (mente) y una nueva sensibilidad (corazón), así como un sentido de pertenencia compartido por todos los seres y la responsabilidad universal por el destino común, de la Tierra y de la Humanidad.
La mente, es decir, la visión contemporánea del universo, de la historia de la Tierra, de la vida y de la existencia humana fue, en gran parte, codificada a lo largo de casi un siglo. Ahora nos es urgente despertar el corazón para que sienta, se compadezca, se solidarice y ame la Tierra, sus ecosistemas y a todos los seres, nuestros compañeros en esta andadura terrestre. Por sí sola, la mente no dispone de todos los instrumentos para vencer la crisis actual. Necesita el apoyo del corazón, responsable de movernos a la acción y a emprender la búsqueda de los mejores caminos para nuestra salvación. Por eso hablamos de los derechos del corazón, que deben ser proclamados y vividos en función de nuestra propia supervivencia.
La dimensión del corazón fue descuidada por la modernidad. La razón analítica, la razón instrumental y la tecnociencia buscaban, como método, el distanciamiento más radical posible entre la emoción y la razón, y entre el sujeto pensante y el objeto pensado.
Todo lo que tuviera relación con el mundo de las emociones, de los afectos, de la sensibilidad, en una palabra, del pathos, oscurecía la mirada analítica y “objetiva” sobre el objeto. Así pues, debía ponerse bajo sospecha, controlarse e incluso reprimirse.
Lo que ocurrió fue que la propia ciencia superó esta posición reduccionista, ya sea a través de la mecánica cuántica de Bohr/Heisenberg, de la biología al estilo de Maturana/ Varela, o de la tradición psicoanalítica reforzada por la filosofía existencial (Heidegger, Sartre y otros). Estas corrientes evidenciaron el involucramiento inevitable del sujeto con el objeto. La objetividad total es una ilusión. En el conocimiento intervienen siempre los intereses del sujeto, las emociones y los afectos que experimenta el ser humano en su relación con los otros. Aún más: hoy estamos convencidos de que la estructura fundamental del ser humano no es la razón, sino el afecto y la sensibilidad.
Daniel Goleman aportó una prueba empírica con su texto La inteligencia emocional. En él afirma que la emoción precede a la razón. La primera reacción ante cualquier realidad es la emoción, y solo algunos segundos después despierta la razón. Sobre el mismo particular, Michel Maffesoli escribió Elogio de la razón sensible. En Vers une sobriété heureuse, Patrick Viveret se pronunció a favor de una sobriedad feliz, basada en el acuerdo entre la razón mental y la inteligencia del corazón. Adela Cortina escribió Ética de la razón cordial, y el brasileño Muniz Sodré ha abordado el tema en varias de sus obras.
El concepto se comprende mejor si pensamos que los humanos no somos simplemente animales racionales, sino más bien mamíferos racionales. Hace más de 200 millones de años, cuando surgieron los mamíferos, nació también el cerebro límbico, responsable del afecto, el cuidado y la “amorizaciónˮ. La madre concibe y carga dentro de sí a la cría, y una vez que nace la rodea de cuidados y de caricias. No fue sino en los últimos cinco o seis millones de años cuando surgió el neocórtex cerebral, y hace tan solo 200 mil años lo hizo el tipo de cerebro que tenemos hoy y que se expresa por medio de la razón abstracta, la conceptualización y el lenguaje racional.
En la actualidad, el gran desafío radica en dotar de centralidad a lo que hay de más ancestral en nosotros: el afecto y la sensibilidad, cuya mayor expresión se encuentra en el corazón. Para decirlo con claridad, lo que importa es rescatar al corazón y sus derechos, tan válidos como los derechos de la razón, de la voluntad, de la inteligencia y de la libido.
En el corazón está nuestro centro, nuestra capacidad de sentir profundamente; en él se encuentran también la sed de amor y el nicho de los valores.
Nuestra intención dista mucho de dejar de lado a la razón, pues nos es imprescindible para discernir y para priorizar los afectos sin sustituirlos. Si no aprendemos a sentir a la Tierra como Gaia, si no la amamos como amamos a nuestra madre, y si no la cuidamos como cuidamos a nuestros hijos e hijas, difícilmente la salvaremos.
Sin la sensibilidad, la operación de la tecnociencia será insuficiente. Pero una ciencia con conciencia y con sentido ético puede encontrar salidas liberadoras para nuestra crisis. Por eso es importante reinventar al ser humano integral, en el que se conjuntan cabeza y corazón, sentimiento y razón, música y trabajo, poesía y técnica.
El objetivo de nuestro texto es invitar a las personas a que aprendan a sentir y a unir la razón, generalmente fría y calculadora, con el afecto, cálido e irradiador. De esta amalgama nacerá, casi espontáneamente, nuestro deseo de cuidar todo lo que está vivo y es frágil e importante para la vida humana y la existencia en el planeta Tierra.
El corazón posee sus propios derechos y su propia lógica. No ve tan claro como la razón, pero su mirada es más profunda y certera. Conocemos mejor cuando amamos. Y amamos más intensamente cuando nuestro conocimiento es más lúcido y menos prejuiciado.