Читать книгу Prohibido enamorarse de Adam Walker - Lia Belikov - Страница 2
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Nova Casa Editorial
www.novacasaeditorial.com
info@novacasaeditorial.com
2019, Lia Belikov
2020, de esta edición: Nova Casa Editorial
Editor:
Joan Adell i Lavé
Coordinación:
Silvia Vallespín
Corrección y revisión:
Florencia Perez Noguera
Noelia Navarro
Portada:
Vasco Lopes
Maquetación:
Daniela Gresely
Primera edición en formato electrónico: abril del 2020
ISBN: 978-84-18013-25-6
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)
CAPÍTULO 10 El efecto Adam Walker
CAPÍTULO 16 Rita Fiorella Day, ¿cuándo pensabas decirme que salías con el mejor amigo de Adam?
CAPÍTULO 17 Galleta de la fortuna
CAPÍTULO 18 Siendo una Anna embarazada
CAPÍTULO 19 Entre vampiros, entre lunáticos
CAPÍTULO 20 Y aun así, te encanto
CAPÍTULO 21 La frase tonta de la semana
CAPÍTULO 23 Líbranos del mal, líbranos de Marie
CAPÍTULO 25 Juguemos a perseguir al ratón
CAPÍTULO 26 ¿Y hasta ahora se te ocurre decirme esto?
CAPÍTULO 27 No te vayas, no me dejes, no me sueltes
CAPÍTULO 28 Eso solo puede significar una cosa
CAPÍTULO 29 Esto es un secuestro
Para el más egocéntrico, estúpido, cretino, charlatán, hermoso e idiota chico que he conocido: Adam Walker.
PARTE I
IMPOSIBLE NO ENAMORARSE DEL IDIOTA
¿Acaso no sabía que, entre más me prohibiera tener sentimientos por él, mayor se volvía mi atracción?
PRÓLOGO Cariño
No podía apartar mis ojos grises de los suyos. Él me miraba como una rara atracción de circo, como el acto de esa mujer barbuda a la que no sabías si ver maravillado o asqueado, pensando en la cantidad de pelaje que crecía por sus mejillas y por sus axilas debido a la ayuda de esteroides. Toqué con mis dedos mi rostro. No. Ningún rastro de barba, que yo supiera. Entonces, ¿por qué me miraba tanto? A mi lado, mi prima Marie se estaba riendo y señalándome con el dedo. Busqué a mi alrededor, preguntándome por qué había un círculo de gente que me rodeaba.
No fue sino hasta que el atractivo chico de ojos verdes me tendió una mano que me di cuenta de que estaba tirada en el suelo. Al ponerme de pie, perdí ligeramente el equilibrio y, por un momento, pensé que me vendría abajo. Pero entonces, de nuevo el chico guapo me agarró a tiempo de la cintura para evitar que mi trasero golpeara el asfalto. Me sujeté a uno de sus brazos envueltos en su chaqueta de cuero y me perdí en lo bien que olía.
—¿Qué pasó? —pregunté algo aturdida. Recordaba haber estado caminando detrás de Marie, cargando la bolsa de papel en donde iban sus condones recién comprados de la farmacia. Recordaba haberme quejado de lo absurdo que había sido el que yo los hubiera tenido que comprar y no ella, quien los iba a utilizar. De ahí solo me quedaba la vaga sensación de que mi cabeza había chocado con algo duro, pero no recordaba qué había sido.
—Te golpeaste la cabeza —habló el chico cerca de mi oído. Mi piel se puso como de gallina mientras él señalaba un pequeño letrero de publicidad en movimiento, que era demasiado bajo como para ignorar y con el que, aparentemente, había chocado. La voz del chico era profunda y ronca. Parpadeé dos veces antes de bajar la cabeza y notar que la porción de suelo en la que había aterrizado estaba cubierta con las tres cajas de condones recién comprados por mi prima; una de ellas se había abierto. Mi rostro se puso cálido y rojizo. Marie, con su rizado cabello naranja, continuaba riéndose de mí—. La próxima vez ten más cuidado, cariño —dijo el chico, quien a su vez me soltó rápidamente—. Sé que tienes prisa, pero tienes que mantener la cabeza en alto y los ojos fijos en el camino.
Me ruboricé aún más. Él creía que los condones eran míos. Además, ¿me había dicho «cariño»? Para mi vergüenza, el chico se agachó y recogió los tres paquetes del suelo. Luego me los tendió en la mano, no sin antes examinarlos con detenimiento mientras me dedicaba esa sonrisa arrogante de «me encanta avergonzar a la gente».
—No son míos —dije débilmente. Inmediatamente le lancé una mirada a Marie en busca de auxilio, pero ella aún seguía divertida con toda la situación.
—No estoy juzgando a nadie —me respondió el chico guapo—. Lo único que te diría es que lo dejes.
Lo miré confundida.
—¿Cómo? —pregunté tratando de comprender lo que decía.
Él resopló, desviando la vista hacia las pocas personas que entonces permanecían atentos a la situación. Estos seguramente se encontraban curiosos y a la espera de ver sangre que manchara el suelo, pero no, no la iban a obtener. El chico guapo de pelo negro y de dientes relucientes, como de comercial de pasta dental, se acercó demasiado a mí; su mano tomó mi muñeca y habló en mi oído para que solo yo lo escuchara:
—Que dejes a ese idiota perezoso que no es capaz ni de comprar su propia protección por sí mismo.
Quise repetirle que esos condones no eran míos y que eran de mi prima Marie. Ella era una clase de ninfómana (sí, hacía unos pocos meses atrás ni siquiera hubiera sabido qué significaba esa palabra. Pero, debido a ella, ya lo sabía: una adicta al sexo). Antes de poder siquiera abrir mi boca y contar hasta uno, Marie ya estaba sonriéndole al chico, arqueando su espalda y levantando sus pechos para exhibirse.
—Gracias por tu ayuda —habló, enseñando su sonrisa más coqueta—. Llevo años diciéndole a mi primita que debe usar lentes. Pero ¿qué se le va a hacer? Llevaba prisa por poner a prueba estos. —Me arrebató los preservativos de la mano y los agitó en el aire. Escuché algunas risitas a mis espaldas. Agaché la cabeza y apreté los dientes. Eso era humillación pura.
—¿Y tú eres…? —preguntó el chico guapo, dirigiéndose a mi prima. Recorrió con la vista el cuerpo de Marie y luego sonrió descaradamente en aprobación.
—Marie Benson —respondió ella, enrollando un poco de su pelo naranja en uno de sus dedos.
—Yo soy Adam. Adam Walker.
Había pasado a un segundo plano y Marie, como siempre, se estaba llevando toda la atención. Era obvio que, siendo él tan guapo, entraría en el radar de futuros ligues de mi prima. Suspiré y me alejé unos tres pasos de ambos. Mi cabeza dolía y palpitaba a la vez; necesitaba sentarme antes de que me desmayara de nuevo.
—Creo que será mejor llevarte a un doctor para que te examine —aconsejó una ronca y suave voz en mi oído.
Ni siquiera llegué a responder, ya que mi cabeza comenzó a dar vueltas, y lo último que supe fue que, de alguna manera, terminé en los brazos de Adam Walker, con mi cara metida en su cuello y con ambas manos presionadas contra su espalda. Eso no me iba a llevar a nada bueno, mucho menos al ver la mirada asesina de Marie. Sí, desde ya, me encontraba en problemas por robar breves minutos de su atención. Sin duda, ese chico sería mi ruina.
CAPÍTULO 1 Culpable
5 meses después
Me desperté debido al calor que sentía mi cuerpo. Mi frente estaba empapada y la sábana de mi cama se encontraba humedecida por mi propio sudor. Sentí una mano que se apoyaba en mi cintura, y en mi hombro se incrustaba algo parecido al botón de una camisa. Parpadeé varias veces antes de enfocar bien la vista y girar sobre mi espalda solo para ver al chico de cabello negro y piel realmente pálida, que en ese momento dormía tan tranquilamente en la misma cama que yo. Lo moví con un dedo para así despertarlo, pero él no daba señales de vida. Comencé a sacudirlo.
—Despierta —susurré con voz ronca—. Te quedaste dormido. Es hora de irse. —Traté de incorporarme, pero una mano sujetó firmemente mi cintura y se desplazó hasta llegar a mis caderas—. ¡Adam! —grité, enojada. Él me sujetó más fuerte y me llevó a su lado de la cama. Mi frente se pegaba con la suya; podía sentir su propio sudor recorriendo mi cuerpo. Tragué saliva. «Esta es la última vez que lo dejo dormir en mi cama», me prometí silenciosamente. Su mano apretó ligeramente mi trasero y ronroneó algo en mi oído. Luego comenzó a subir sus manos hasta meterlas dentro de mi camiseta y se detuvo justo cuando sintió mi sujetador de encaje. Traté de apartarlo una vez más; entonces, repentinamente se acostó a horcajadas sobre mí y llevó mis manos por encima de mi cabeza, hacia la cabecera de la cama. Respiré pesadamente—. Adam —tartamudeé. ¿Quién tartamudeaba un nombre que solo tenía cuatro letras?—, quítate de encima.
Abrió sus ojos lentamente, parpadeó varias veces —como queriendo reconocer en dónde se encontraba— y, al ver que a la que sujetaba era a mí, amplió bastante los ojos. Había pensado que se quitaría de encima rápidamente, pero ni siquiera hizo el intento de moverse un milímetro.
—Siempre supe que querías profundizar las cosas conmigo —dijo de manera presumida. Sopló aire en mi cuello mientras bostezaba, e inmediatamente mi piel se erizó.
—¡Idiota! —chillé—. Hubiera dejado que durmieras en la calle. —Su vista recorrió desde mi rostro, a la altura de mis labios, hasta quedarse prendada en mi pecho por un largo tiempo. Resoplé. Todos los hombres eran iguales.
—De encaje negro. —Suspiró—. Ya sabes lo que dicen de chicas que usan ropa interior negra.
Bajé la vista hacia mi pecho y noté que mi camiseta se había subido lo suficiente como para dejar ver mi sostén.
—No. ¿Qué dicen de las chicas que usan ropa interior negra? —Sabía que iba a arrepentirme por seguirle la corriente.
—Dicen que van a un entierro.
—Eso no tiene sentido.
Vi la odiosa sonrisita de suficiencia en su rostro mientras se burlaba de mí.
—Van a un entierro —repitió. Lo miré confundida—. Ah, olvídalo. Tienes una mente demasiado inocente como para entenderlo.
—Ahora sí: ¿quieres quitarte de encima? —pregunté impacientemente. Todavía tenía mis manos sujetas un poco más arriba de mi cabeza y ya me estaba comenzando a dar escalofríos por la camiseta levantada. Además, tener a Adam así de cerca no me dejaba respirar, pensar, ver o sentir con claridad.
—Debería pagarte de alguna forma lo que hiciste por mí anoche. Conozco una buena manera de hacerlo… —Levantó sus cejas de manera sugestiva.
—Solo acepto efectivo. Ahora, quítate. —Comencé a retorcerme bajo su cuerpo, intentando deslizarme de su agarre. Arriba, abajo, arriba…
—Yo que tú, no haría eso. Peor a esta hora de la mañana, cuando mi pequeño cazador tiene hambre.
Me detuve rápidamente, no queriendo despertar esas partes que seguían dormidas.
—Eres un cerdo. —Aproveché para lanzarlo al suelo, impulsando mis piernas y flexionando mis rodillas para que cayera fuera de mi cama. Golpeó el piso alfombrado y lo escuché soltar una letanía de palabrotas. —Deberías estar besando mis pies —aseguré mientras arreglaba mi camisa—. Si el novio de mi prima te hubiera visto anoche, ahora serías alimento para aves. Y no me refiero a las aves lindas y amistosas que encuentras en un parque infantil. Hablo de esas carroñeras que desmenuzan la carne con sus picos hasta que no queda nada más que los huesos.
Él gimió, hizo una mueca de asco y sujetó firmemente su estómago.
—Anna, eso es lo más asqueroso que te he escuchado decir en estos últimos meses. —Después de un rato, comenzó a levantarse del suelo, haciendo otra mueca y masajeando su cabeza a medida que se incorporaba. —¡Creo que voy a vomitar!
—A eso se le llama resaca —respondí—. Anoche no podías recordar ni cuál era tu nombre. Me pediste que te llamara Lady Agustina.
—¿Lady Agustina? ¿En serio? Porque como nombre artístico prefiero Sexy Cat.—Me guiñó un ojo—. Miau. —Le lancé una de mis almohadas y cayó justo en su cara. —¿Qué hay de malo contigo? Te dije hace un momento que me duele la cabeza, y lo primero que haces es lanzarme un cojín que, extrañamente, huele a… —Acercó el objeto a su rostro para olisquearlo—. A pipí de zorrillo, probablemente con tres semanas de embarazo. —Lanzó el cojín nuevamente a mi cama, ignorando la mirada de odio que le lanzaba.
—Para tu información, ese cojín permaneció enterrado bajo tu axila toda la noche. Seguro que de ahí adquirió el olor. —Luego me detuve, pensando en una palabra que había mencionado: «entierro». Enterrar… Oh, ya entendía el chiste y, uf, era muy sexual. «Hmm. Sucio animal». —Vete de mi habitación —chillé—. Marie duerme con Eder hasta tarde. Aprovecha ahora, que puedes escapar libremente.
Hizo una última mueca, pero no dijo nada y salió silenciosamente por la puerta. No habían pasado ni tres segundos cuando él ya estaba de regreso, a mi lado.
—Anna, de verdad gracias por no decirle nada a Eder, gracias por ayudarme a esquivar al novio de Marie… y por soportarme en mi estado de borracho. Te juro que es la última vez que dejo que tu prima me convenza de beber toda una botella de vodka. —Plantó un beso en mi mejilla y me frotó el cabello antes de irse. Cerró con cuidado la puerta y me dejó sola.
Era una estúpida. Una egoísta, tonta y mentirosa estúpida.
Me sentía culpable con Eder, el novio de Marie, por ocultarle que su novia tenía un romance con Adam desde hacía cinco meses, y yo era la idiota que lo escondía en mi habitación por algunas noches para evitar que él se diera cuenta de la relación. ¿Sería malo que admitiera lo mucho que esperaba con ansias el reconocimiento que me daba Adam. Cualquier consecuencia parecía valer la pena, siempre y cuando viera la mirada de adoración en sus ojos. Ya lo sabía: era una terrible tonta.
Me recosté en la cama, golpeé mis puños contra el colchón y apreté mi rostro en la almohada más cercana, pero me aparté inmediatamente. Ufff, Adam sí que tenía razón en algo: el cojín apestaba condenadamente a zorrillo.
CAPÍTULO 2 Uniformes
—Parece que alguien no durmió muy bien anoche —me dijo Rita en cuanto me vio entrar por la puerta de empleados en el restaurante.
El padre de Marie, mi tío, me había conseguido trabajo en una de las muchas cadenas de restaurantes de comida rápida que administraba por la ciudad. Había tenido muchísima suerte de encontrarme con Rita, una chica de mi edad, para acoplarme al lugar. Ella se había convertido en una buena amiga. También conocía mi situación como tapadera de Marie, y no estaba de acuerdo con lo que hacía —me lo recordaba siempre que podía—.
—Sí, el novio de Marie apareció justo cuando ella estaba besuqueándose con Adam en el sillón de la sala. —Bostecé—. Me tocó esconder a Walker en mi habitación. Créeme cuando te digo que fue la hazaña más grande que he hecho en mi vida: movilizar a un borracho hasta mi dormitorio. Después de eso, no pude dormir mucho. Estuve intentando callar a Adam desde que comenzó a cantar todo el repertorio musical de Selena Gómez. Rita hizo el intento de no reírse, pero fracasó miserablemente cuando la escuché lanzar una fuerte y nasal carcajada. La acompañé, riéndome también. Un tipo como Adam —todo un chico rudo, lleno de tatuajes y de dureza— no daba la impresión de escuchar esa clase de música, ni por cerca—. No tengo ni idea de cómo es que se las sabe —dije, ahogándome entre risas.
Estuvimos bromeando a costas de Adam por un rato más, hasta que Cliff, el puerco que mi tío había puesto como gerente, apareció detrás de nosotras. Usaba un enorme traje gris con una corbata roja a rayas que no le llegaba ni al ombligo. El tipo era más grueso que un tanque militar. Nos repasó con la mirada, intentando meter los ojos hasta por la más mínima rajadura de nuestros cuerpos. Él nos obligaba a usar denigrantes uniformes de trabajo, que apenas y llegaban a cubrirnos un tercio del muslo. Ese día vestíamos una versión —a mi parecer— de prostitutas marineras. Incluso, teníamos que ponernos un ridículo sombrero de tela para complementar el atuendo. No entendía por qué de marineras. ¡El restaurante era de hamburguesas! Ni siquiera servíamos hamburguesas de pescado. Pero el tipo se excusaba diciendo que le gustaba ser innovador y que esa era una forma de conseguirlo.
—Niñas, niñas, ya es hora de trabajar —anunció mientras no disimulaba al ver entre nuestras piernas. Se pasaba la mano por lo poco que le quedaba de cabello y se absorbía constantemente el sudor de la frente con una servilleta de papel, haciendo que le quedaran pequeñas tiras enrolladas por todo el rostro. Nos pasó y se dirigió hacia su diminuta oficina a hacer solo-Dios-sabe-qué-cosas, porque dudaba de que trabajara siquiera.
Caminamos con Rita hacia la cocina. Yo tomé mi turno detrás de la caja registradora y ella se ubicó en el área de autoservicio, como usualmente hacíamos cada día. Treinta y dos clientes después —y cientos de pensamientos de intentos por ser paciente—, apareció frente a mí alguien a quien jamás había imaginado ver en un sitio como ese. Él no era parte de la clientela.
—¡Eder! —dije en sorpresa. Él me regaló una pequeña sonrisa moderada. Eder era completamente lo opuesto a Adam: de cabello castaño claro, ojos azules y de una apariencia elegante y pulcra. Apostaba a que, si miraba sus uñas, las encontraría sin una sola partícula de suciedad. Le sonreí en respuesta. Él era, sin duda, demasiado atractivo para alguien como Marie. —¿Se te ofrece algo? —pregunté mientras lo veía observar atentamente el menú detrás de mí.
Negó con la cabeza.
—Quería hablar contigo, después de tu turno. ¿A qué hora puedo venir? —preguntó en su lugar.
Mi boca se abrió en sorpresa. Por lo general, no charlaba mucho con Eder. Él llegaba directo al dormitorio de Marie y, con suerte, lograba verlo a la mañana siguiente mientras nos topábamos en el baño y me daba un asentimiento de cabeza como único reconocimiento de mi existencia. Luego se iba con el rostro avergonzado y regresaba de nuevo por la noche.
—Salgo a las dos.
—Bien. Te veo entonces a esa hora.
Salió del restaurante, dejando una nube de delicioso olor a su paso. Lo perdí de vista una vez que atravesó las puertas.
—Te gusta Eder, ¿verdad? —dijo una voz ronca, bastante familiar.
Me giré hacia esa voz y allí, sentado en la mesa más cercana y comiendo un trozo de papa, estaba el mismo tormento que había conocido hacía cinco desgraciados meses.
Adam siempre usaba las camisetas pegadas. Creía que el bastardo sabía perfectamente cómo eso descolocaba a las mujeres. A todas. Incluso, a algunos hombres.
—No seas tonto —dije intentando limpiar un poco el contador de madera que Cliff había mandado a pedir directamente desde la India. ¿Por qué? No sabía—. Eder no es mi tipo.
—¿Y cuál es tu tipo? —preguntó y deslizó otra papa en su boca.
—Definitivamente, no tú.
Alzó las cejas en sorpresa.
—¿Yo no?
—Nop.
—¿No te gusto ni siquiera un poquito? —Cogió otra papa con sus largos dedos estilo pianista. Solo podía recordar esa mañana, cuando había invadido mi privacidad en la cama. No le había contado a Rita, pero la verdadera razón por la que había pasado despierta toda la noche fue porque no había podido controlar mi respiración estando cerca de Adam. Bueno, ¿quién en su sano juicio podía dormir sabiendo que estaba él en la cama? Absolutamente nadie. Sin querer, había visto el tatuaje que él tenía en la base de la espalda. Era alguna clase de escritura o una frase, pero no había podido descifrar qué decía, ya que la otra mitad estaba oculta debajo de su pantalón. Me había visto tentada a descubrirlo por mí misma—. Estás dudando —señaló después de cinco segundos, en los cuales no había dicho nada—. Eso significa que al menos me estás imaginando desnudo, ¿cierto?
—¡Tonto! —«Aunque estuvo cerca…».
—Tranquila, nena. Dejaré que obtengas un pedazo de mí, de forma gratuita.
Resoplé.
—No me gustas, Adam. Ya supéralo.
—Entonces, dime. ¿Qué puedo hacer para cambiar tu opinión? —Él se levantó de la mesa y se dirigió hacia mí. Caminaba lentamente mientras se saboreaba los labios, dándome esa mirada de cazador que apuntaba con un rifle a su presa. No había nadie que estuviera haciendo fila por esos momentos, así que fue fácil para él acercarse.
—Creo que sí puedes hacer algo —respondí—. ¿Por qué no metes tu pie en tu boca?
Alzó una ceja, divertido.
—¿Quieres que meta tu pie en mi boca?
—Créeme, si pudiera meter mi pie en alguna parte de tu cuerpo, sería en…
—¡Annita! —escuché que me llamaba Cliff. Vi su cuerpo voluptuoso salir de la oficina y, segundos después, ya estaba a la par mía. —Annita, mira lo que acaba de llegar. —Sacudió frente a mí un traje de policía, versión mujerzuela—. Son los nuevos uniformes de trabajo.
Escuché a Adam reírse.
—¿De policía? —chillé. Esa vez sí que Cliff había enloquecido. Solo faltaba que nos hiciera usar un traje de enfermera cachonda; eso sería la cereza de mi postre.
—Conseguí tallas para todas —dijo emocionado—, menos para Mirna. —Mirna era una mujer de cincuenta años y se encargaba de la limpieza del local. Constantemente, se quejaba de la discriminación que recibía. Al parecer, era la única que quería usar los exóticos uniformes de Cliff, pero él nunca la dejaba ponérselos. Decía que las estrías y la celulitis ahuyentaban a la clientela. Si tan solo Cliff supiera que Mirna estaba enamorada de él…
—Pagaré el doble por mi comida si hace que ella use ese uniforme ahora —propuso Adam tirando un fajo de billetes en el mostrador.
Los ojos de Cliff se abrieron de par en par. Yo le lancé una mirada envenenada a Adam, pero eso no lo inmutó para quitar su sonrisa arrogante del rostro.
—Anna, ve y estrena el nuevo uniforme —me mandó Cliff.
Ja, ¡que se pudra! No iba a denigrarme de esa manera.
—¡No! —grité realmente furiosa.
—Pago el triple —contraatacó el idiota de Adam y tiró otro poco de dinero.
—¿Acaso no escuchaste? Dije que no.
—Yo también pago el triple —anunció uno de los clientes y tiró sus billetes cerca de los de Adam. A Cliff casi se le baja el azúcar al ver la cantidad de dinero. Mi rostro se puso rojo de la cólera.
—¡No pienso usar esa cosa! —grité esa vez más fuerte para que los dos imbéciles escucharan.
Obviamente habían sido inútiles mis protestas ya que, después de que el hombre número cinco había aparecido diciendo que también pagaría por verme en el nuevo uniforme, o era eso o era aceptar que Cliff me despidiera.
—Te odio —vocalicé hacia Adam una vez que salí hacia el mostrador usando el ridículo traje de mujer policía. Él me guiñó un ojo. No entendía por qué, pero mi estómago se contrajo ante ese gesto. Adam siempre era un bromista conmigo. Desde que lo había conocido, nunca había dejado de molestarme con lo de los dichosos condones que eran para Marie. Era normal que ambos nos tratáramos como dos viejos hermanos que se peleaban constantemente. Entonces, ¿por qué esa vez me sentía diferente? Tenía ganas de arrancarle la camiseta con los dientes, luego untar queso derretido en su abdomen y finalmente comer mis papas fritas directamente de su pecho.
¡¿Qué rayos pasaba conmigo?! Tal vez era el traje de policía. Me hacía sentirme más poderosa.
CAPÍTULO 3 Chocolate
Marie y yo compartíamos departamento. El lugar era sencillo, y estaba ubicado en una zona céntrica y bien desarrollada. Su padre se lo había regalado en su decimoctavo cumpleaños (el mío me había regalado un llavero de My Little Pony, que brillaba en la oscuridad, y una tarjeta prefabricada que decía: «¡Felicidades! ¡Es un niño!»).
Esa noche, cuando me dirigía hacia la puerta de entrada, noté un persistente olor a chocolate en el aire. Amargo, espeso y fuerte chocolate, que provenía de nuestro departamento. Antes de entrar, decidí tocar la puerta, no fuera que Marie estuviera en paños menores con uno de sus dos novios a cuestas. Llamé con insistencia, pero nadie me contestaba. Finalmente, introduje la llave en la cerradura metálica y abrí con cierto temor por encontrar alguna escena no apta para todo público. Cierto, ya tenía dieciocho años, pero aún no me acostumbraba a las diversas ideas que tenía mi prima como diversión (algunas me dejaban traumada).
Lo primero que noté al entrar al departamento fue que la luz estaba encendida. Eso era algo bueno: las cosas malas sucedían en lo oscurito, ¿cierto? Lo siguiente que me sucedió fue escuchar una melodía de piano como fondo; el volumen era bajo y seductor. Y el olor, oh, el olor a chocolate se sentía cada vez más potente desde allí. ¿Sería que ella había preparado un poco? Aunque estaba completamente segura de que no lo habría podido hacer sola: a Marie se le quemaba hasta el agua con sal. Tal vez ella ya se encontraba en su habitación, así solo tendría que correr y llegar a la mía; sin necesidad de encontrarme con alguno de sus hombres.
Pero ni siquiera terminé de entrar a la sala cuando escuché el sonido de besos salivosos. Me detuve al verla a ella, sentada en el mullido sofá de cuero y con el cuello descubierto, y a un chico de cabello oscuro que le salivaba en la clavícula.
Adam.
Estaba de espaldas hacia mí, pero definitivamente era de su misma complexión. Era él. No sabía por qué, pero se sentía como si me clavaran una aguja en el corazón. De todas formas, ya sabía que Adam era un idiota que aceptaba ser el plato de segunda mesa para Marie. Que me llegara a enamorar de él era sumamente estúpido… y de mal gusto. No tenía por qué sorprenderme y, sobre todo, no tenía por qué sentirme cómoda estando a su lado. ¡Era un mujeriego de lo peor!
Marie, al notar mi presencia, se separó de Adam. Había chocolate untado en su cuello y los primeros botones de su camisa habían sido arrancados. Se pasó una mano por su salvaje cabello naranja y me miró de manera nerviosa. Sus ojos azules perforaron los míos.
—No sabía que ibas a llegar temprano —dijo ella; la culpa se deslizaba por su voz.
—¿Por qué? Siempre llego a esta hora. —Marie se miraba nerviosa, no dejaba de doblar sus nudillos y su rostro se puso rojo tomate. —¿Qué ocu…? —Me callé inmediatamente al ver que el chico que le lamía el cuello no era Adam, como yo creía en un principio. Era un desconocido. Mi pecho aligeró la carga.
Pero ¿Marie ya estaba con otro? ¿Cuán zorra se podía ser?
—Él es Marcus —explicó mi prima. El chico, Marcus, se levantó del sillón y me ofreció una sonrisa tímida. Tenía chocolate en la comisura de los labios. Fruncí el ceño y le indiqué a Marie que me siguiera hasta la cocina. —Marcus, vuelvo en un rato. Cuando llegue, te quiero ver sin camisa y con cobertura de chocolate para mí —le indicó Marie y luego le guiñó un ojo.
—¿Qué rayos crees que haces? —le grité una vez que estuvimos a solas. En esa ocasión, no iba a cubrirla. ¿Acaso me veía cara de idiota? ¡Ella estaba engañando a Eder y a Adam!
—Es que… lo conocí hace unas semanas, y ambos conectamos. Estoy segura de que él es el indicado.— Me había dicho exactamente lo mismo cuando había conocido a Adam: «Siento que es el indicado» Y, si era el indicado, ¿por qué no dejaba al otro con quien andaba? —Sabes que yo no fui diseñada para salir con un solo hombre —me dijo al borde de las lágrimas. Ja, a otro perro con ese hueso.
—Yo no te estoy cubriendo. Si alguien lo descubre, tendrás que ver cómo lo solucionas por ti misma.
—Por favor, Anna…
—¿Ya sabe Marcus que andas con otros dos, que la relación no es exclusiva? —la interrumpí.
No estaba de ánimos para escuchar sus tontas excusas; peor después de lo que me había contado Eder esa tarde. Estaba furiosa con ella. Yo ni siquiera era capaz de encontrar un chico decente en esa ciudad, y ella ya tenía a tres babeando en su puerta —bueno, no tan decentes—. El único novio que había tenido en la escuela secundaria se llamaba Mason, le gustaba pescar y trabajaba en el taller mecánico de su padre. Constantemente olía o a pescado o a gasolina. Siempre que Mason me besaba, dejaba un hilo de saliva por mi barbilla. Era asqueroso. Sus manos vagaban por mi cuerpo y él nunca podía mantenerlas quietas. Habíamos terminado antes de que llegaran las graduaciones.
—Anna —suplicó Marie—, por favor. Por favor, no le cuentes de esto a Adam. Recuerda que me debes un favor…
—Que ya te pagué.
—Entonces, ahora soy yo la que te lo debe.
—No necesito nada de ti —mentí.
Ella, mejor que nadie, sabía las ganas que tenía de asistir a la Universidad de Arte y Diseño. Trataba de ahorrar parte de mi sueldo, pero solo la inscripción costaba más de lo que yo ganaba al año. En cambio, ella podía obtener fácilmente el dinero con solo chasquear sus dedos y darle una llamada a su papi. La vida era injusta algunas veces.
—Vaaamos, no seas tan perra conmigo… —Iba a replicarle sarcásticamente, cuando el timbre de la puerta nos puso en alerta a todos. —¡No, no, no! —chilló Marie—. Ese debe ser Eder. Dijo que pasaría más tarde. —Bien. Finalmente se haría justicia divina. Alcé una ceja y me acomodé en la mesa de la cocina, totalmente despreocupada. —¡Anna! No te quedes allí parada, ¡ayúdame!
El timbre volvió a repiquetear por todo el departamento.
—No. Me cansé de cubrirte la espalda.
Ella me miró con suplicantes ojos de borrego.
—Ehh… Chicas, creo que alguien toca su puerta —dijo Marcus entrando en la cocina. Se había quitado la camiseta y tenía el pecho cubierto con chocolate. ¿En serio? ¿Dónde conseguía Marie a esos tipos? ¿Existiría acaso una agencia que los distribuyera? Porque, si era así, yo quería cinco para llevar, por favor. Ah, y que la orden fuera rápida: tenía hambre. Grrr.
—¡Por el amor a todo lo que es sagrado, Anna! ¡Ayúdame! —volvió a chillar mi prima—. Y ya deja de ver a Marcus como si te lo fueras a comer. —Al instante, me deshipnoticé del musculoso abdomen del chico. ¿Qué pasaba con mis hormonas? No había duda de que era todo ese chocolate que era aspirado por mi sistema respiratorio. —¿Anna? —llamó Marie, cada vez más preocupada—. Lo único que tienes que hacer es ocultar mi pequeño secreto.
—¿Cuál secreto? —preguntó Marcus, intrigado. Cuando alcé la vista hacia él, me sonrió como si supiera lo apetitoso que se miraba en chocolate. Tenía unos bonitos ojos grises, como los míos. Pobre infeliz. No sabía que iba a ser el bocadillo de mi prima.
—¡Marie, Anna! —gritaron desde afuera del departamento.
Mi corazón traicionero reconoció la voz de inmediato.
—¡Es Adam! —chilló Marie.
—¿Quién es Adam? —quiso saber Marcus.
—Última oportunidad, Anna —habló Marie, ignorando la pregunta de Marcus. Me mordí el labio inferior. —Por favor. Te deberé una muy grande si me ayudas —suplicó, alargando la «u» por demasiado tiempo.
—Está bien. Te voy a ayudar —acepté de mala gana. Me las iba a cobrar muy caro. Lo sabía. Era una tonta que se dejaba manipular por un ser rastrero como ella. Sabía que me iba a arrepentir de aquello.
—Gracias, eres la mejor —dijo, y corrió directo a la puerta, no sin antes limpiarse el cuello y abotonarse bien la blusa.
Me encontraba arrastrando a Marcus hacia mi habitación para ocultarlo y explicarle cómo iba a funcionar su futura relación con mi prima —claro, si decidía quedarse con ella—, cuando Marie me detuvo del brazo:
—¿Qué haces? —me preguntó en voz baja.
—¿Qué no es obvio? Lo voy a ocultar.
—Chicas, ¿qué está pasando? —indagó Marcus; lucía asustado.
—Shhh —lo callamos Marie y yo.
—Si escondes a Marcus, Adam va a notar que había alguien más aquí. —Marie hablaba en susurros. Sus ojos azules denotaban pánico en todo momento—. Mira este sitio: parece como si alguien hubiera tenido preparada una cursi cena romántica. Adam va a dudar y me va a descubrir… No quiero perderlo.
—¡Hey! ¡No es cursi! —se quejó Marcus. Marie y yo volvimos a callarlo.
Di un vistazo alrededor. Sip, había chocolate que salía de una fuente ubicada en la mesa frente al sofá y había un enorme oso de peluche color blanco con un corazón bordado en el centro que decía: «Eres toda mía». Solo hacía falta un camino hecho con pétalos de rosas que guiaran hacia una enorme cama con forma de corazón. Suspiré.
—Entonces, ¿qué quieres que haga?
—Quiero que digas que él vino contigo. Que él es tu pareja.
¿Qué?
—¿Estás loca? —repliqué.
—Chicas —llamó Adam desde el otro lado de la puerta—, traje helado, y como que se está derritiendo. ¿Se van a tardar más o ya acabaron con su fiesta de pijamas?
—¡Anna! —Me sacudió Marie—. ¡Ayuda, aquí!
Sip, aquello no me iba a llevar a nada bueno. Lo había dicho.
—Está bien —accedí otra vez.
Entonces, con una enorme sonrisa puesta en su rostro, le abrió a Adam.
Marcus aún lucía confundido.
—¿Qué pasa? —me susurró mientras el atlético e imperioso con personalidad me-creo-el-rey-del-universo entraba y sujetaba a Marie de la cintura para darle un beso en los labios. —¿Ella está casada con ese sujeto? —preguntó un alarmado Marcus—. Porque pensé que tenía veinte o veintiún años. Lo juro. También creía que era soltera.
—No, no está casada. Te presento al amante número dos de mi prima. Tú solo sigue la corriente y te irá bien.
Cuando Adam terminó de darle un no muy casto beso a Marie, clavó sus ojos directo en los míos… y en el chico sin camisa y con cobertura de chocolate que estaba a la par mía. «Que se abra la tierra y me trague». Adam alzó las cejas hasta los cielos.
—¿Y quién es él? —preguntó examinándolo como a una presa.
—Viene conmigo. —Me pegué un poco más a Marcus. El tipo olía a una mezcla de jabón Dove y chocolate con menta.
—Veo que alguien ya se comió el postre —bromeó Adam, viéndome de forma divertida.
Hice algo atrevido: levanté el dedo índice y lo pasé por el hombro de Marcus. Luego, me lo llevé a la boca y lo saboreé.
—Mmm, y estaba delicioso —comenté.
La mandíbula de Adam se tensó ligeramente.
—Mira, hasta le compró un oso de peluche —se burló Marie. Le lancé una mirada asesina. Ella no tenía por qué echar más leña al fuego—. Tuve que encerrarme en el cuarto. Por eso, tardé en abrirte.
Vi cómo ella pasaba sus manos por el cuello de Adam y le daba besitos salivosos a lo largo de su mandíbula. Eso me molestó bastante. Si en realidad lo quisiera, no le haría nada de aquello.
No sabía qué me había impulsado a hacerlo, pero agarré el brazo de Marcus, lo obligué a verme al rostro y le di un agresivo beso en la boca. Eso lo tomó desprevenido. Créanme, a mí también. Percibí que una lengua se movía. La sensación era como la de una anguila que trataba de arrastrarse al interior de mi boca. Eso era inútil y asqueroso. Iba a empujarlo de regreso a su sitio, pero alguien más lo hizo por mí.
Adam.
Sus ojos verdes me dieron una mirada… ¿Cómo? ¿Molesta? ¿Dolida? No podía decirlo. ¿Por qué se iba a molestar? Él se la pasaba besándose con quien se le diera la gana. Me dio una sonrisa de lado y, antes de poder darme una explicación —o de pedir explicaciones—, se situó junto a Marie y la alzó en brazos.
—Vamos, preciosa. Es hora de divertirnos.
Con eso, se la llevó al dormitorio y cerró la puerta tras su ingreso. Ay, Dios. Se había llevado también el helado. Y yo que necesitaba un poco para desahogarme.
—Bien… ¿Podrías explicarme qué fue toda esa locura? —preguntó Marcus.
Suspiré de forma resignada.
—Créeme, ni yo misma lo entiendo.
CAPÍTULO 4 Experto
—Con que te gusta el chocolate, ¿cierto? —Así me saludaba Adam todos los días desde que había descubierto a Marcus en el departamento, a pesar de que este último había decidido no ser parte del círculo vicioso de Marie y yo no había vuelto a verlo desde entonces. Pretendí no escucharlo y continué con mi labor de pulir y limpiar el vacío mostrador del restaurante. Tenía puesto mi nuevo uniforme de chica-mujerzuela del futuro, el cual Cliff había mandado a hacer desde su colección personal de diseños. Todo el traje en sí era plastificado y de brillantes colores plateados. Ninguno de los modelos lograba llegar hasta las rodillas. Con suerte, algunos cubrían una parte del muslo—. ¿Qué harás después de tu turno, chocolatito? Sabes que no me puedes ignorar para siempre.
Resoplé. Fijé mi mirada en la suya, deseando nuevamente que hubiera una larga fila de clientes por atender para así ocuparme en algo que no fuera Adam Walker con sus ojos verde selva. Pero en el restaurante se encontraban únicamente la señora canosa que siempre pedía un vaso lleno de jugo de pepinillos y Mirna, quien se encontraba comiendo chuletas de puerco y lanzándole miradas no muy discretas —y algo lascivas— a Cliff.
—Después del trabajo estoy muy ocupada —respondí regresando la vista hacia el mostrador demasiado pulido. En vez de seguir encerándolo, alargué la mano y tomé una de las revistas de escándalos que Rita siempre cargaba consigo y traté de enfocarme en leer más allá del título. Ni siquiera me llamaba la atención, pero pretendí estar emocionadísima e inmersa leyendo sobre la nueva adopción que había hecho Angelina Jolie.
—¿Saldrás más tarde con Chocolator?
—¿Por qué? ¿Te importa? —cuestioné en un tono amargo.
—Hmmm…
—¿Qué pasó con Marie? Sácala a pasear.
—¿También quieres que le ponga una correa y le dé un premio cada vez que orine en su caja de arena?
—Los gatos orinan en cajas de arena. Los perros mean en donde se les dé la gana —lo corregí.
—Como que alguien anda amargado, ¿no?
—¿En serio? No me di cuenta. —Pasé a la siguiente hoja de la revista. Un enorme y llamativo anuncio publicitario de «Madame Cecile resuelve sus problemas» llamó mi atención: una mujer con ojos café demasiado delineados, con las uñas pintadas de un tono rojo chillón y con un colorido turbante en la cabeza. Ella prometía el amor eterno o la devolución de su dinero. «No-puedo-creerlo». ¡Yo conocía a esa mujer!—. Ya sé lo que haré después de mi turno —le dije a Adam.
—¿Qué?
—Iré a ver a mi madre.
—¡Pastelito de calabaza! ¡Viniste a verme! —chilló mi mamá cuando me vio aparecer frente a su puerta.
Tal y como se apreciaba en el anuncio, tenía sus largas uñas pintadas de rojo y sus ojos extremadamente delineados de negro. Usaba una túnica de colores, que le llegaba a los tobillos. Me apretó con fuerza, lo que hizo que las múltiples pulseras en sus brazos chocaran entre sí y provocaran una ola de ruido. Luego, plasmó un sonoro beso en mi mejilla. Luego se fijó en Adam, quien se había ofrecido a acompañarme y entonces se situaba detrás de mí. Le dio una apreciativa mirada desde los pies hasta la cabeza.
—Déjame adivinar —dijo ella—: ¿tu novio?
—Como adivina, te mueres de hambre, mamá —murmuré entre dientes.
Ella rio y luego se acercó a Adam para darle un fuerte abrazo seguido de un beso. Cuando se apartó de él, la impresión de su boca con labial color naranja se veía marcada en la mejilla de Adam.
—Muy guapo —ronroneó hacia él—. Cuéntame, Anna, ¿qué te trae por aquí a visitar a tu vieja y olvidada madre?
Rodé los ojos. Mamá era tan teatral y dramática.
—Solo hace un par de semanas que no te veo, y vine porque vi el anuncio. ¿Ahora prometes amor eterno?
—Pero ¡claro que sí! ¡No me digas que por eso trajiste a este suculento bombón afrodisíaco! Porque yo podría hacer que ambos tuvieran…
—¡Mamá! Él es el… —¿Novio? ¿Amigo con derecho? ¿Amante? ¿El otro de Marie?
—Solo amigo de su hija —terminó Adam por mí, y me salvó de mi dilema.
Mamá abrió enormemente la boca, luego la cerró de golpe.
—Aun así, yo podría… —Ni siquiera la dejé terminar esa frase. Me abrí paso en el interior de la casa y me detuve al ver la nueva decoración que le había hecho al sitio: paredes rojas y afelpadas; cortinas hechas con collares dorados, que colgaban desde los marcos de todas las puertas; espejos redondos ubicados a cada dos metros; y, en donde antes solía estar el sofá de la sala, había una cantidad innecesaria de cojines rojos y blancos dispuestos en el suelo. Escuché jadear a Adam a mis espaldas—. ¿Te gusta la nueva decoración? La hice yo misma —informó mamá. Vi su figura llamativa dirigirse a la cocina y regresar luego con una bandeja de té helado—. A tu padre no le gusta. Eso me hace amar con locura este lugar. —Asentí con la cabeza, ajustando la visión debido al molesto color de las paredes.
Hacía cuatro años, ella y mi papá se habían divorciado. Desde que tenía catorce, había sabido lo que era dividir tu tiempo entre dos personas que jamás se lograban poner de acuerdo ni para qué tipo de cerámica se pondría en el baño. Era hija única, así que había sido fácil para ellos separase y rehacer sus vidas. Lo aceptaba, en serio. Pero desde el año pasado, cuando mi mamá había declarado querer ser psíquica y mi papá había comenzado a manejar un lote de autos chatarra, había tenido que poner un alto e independizarme a como diera lugar.
—Todo es bastante original —dijo Adam. No sabía si se estaba burlando o lo decía con sinceridad.
—Gracias por el cumplido, bizcochito —lo halagó mi madre. Adam le dedicó una de sus sonrisas ladeadas que tanto hacían que mi estómago se apretara. —Entonces, Anna…, ¿qué tal andas de amores? —preguntó ella.
¿Por qué mi mamá quería insistir en ese tema? Mi situación amorosa era inexistente. Cero. Nada de nada. Ni siquiera tenía a un extranjero perdido que de casualidad fuera a dar a mi puerta y, si eso sucediera, probablemente se tiraría a los brazos de Marie al verla. ¿Acaso mi cabello marrón era poco atractivo? Yo sabía que era algo rebelde y en algunas ocasiones imposible de peinar, pero…
—¿No le ha contado que sale con Chocoman? —escuché que dijo Adam.
Al instante, mi mano salió disparada hacia su hombro.
—¡Deja de ponerle apodos! Su nombre es Marcus, M-a-r-c-u-s. Y no es mi novio.
—Oh, pero tuvo que verla esa noche. El Chocochico hasta le compró un enorme oso de felpa. «Eres toda mía» —citó de manera despectiva las palabras que se encontraban bordadas en el peluche.
Mi rostro se puso rojo, tanto por la ira como por la vergüenza. Si tan solo supiera que Marie había sido la inventora de todo eso… Mi mamá se quedó sabiamente en silencio, disfrutando del espectáculo entre los dos. La rabia inundó mi sistema.
—¿Y qué? Por lo menos, no sale corriendo cada vez que mencionan el nombre de Eder —me burlé golpeando uno de mis dedos contra su pecho—. Es como cuando a un ratón le dices la palabra «gato». Tú no lo harías mejor que él.
Adam estrechó sus ojos y se acercó tanto a mí que tuve que echar la cabeza hacia atrás para verle el rostro. Oh, eso lo había molestado.
—Créeme, Anna, yo sí sé hacer muchas cosas mejor que él —respondió, esta vez furioso y con el rostro a dos centímetros del mío—. Para empezar, sé cómo se debe besar a una chica. Tu Chocolino no sabía siquiera en dónde poner las manos, mucho menos cómo mover su lengua dentro de tu boca. Tuve que detenerlo antes de avergonzarse a él mismo y de avergonzar a toda la raza masculina.
Tragué saliva. Le di miradas disimuladas a mi madre, quien aún seguía parada y demasiado cerca. Nos observaba con atención, la misma con la que observabas un partido de tenis. No podía creer que él estuviera diciendo aquello frente a ella. Un calor abrasador inundó mis mejillas.
—Tal vez, ese sea el problema —murmuré. No podía ni formar palabras coherentes—. Eres todo un experto en el tema. Demasiado, para mi gusto.
—Nunca he sabido que ser experto en algo sea malo. Quizás este experto pueda transmitirte algo de sabiduría antes de que llames a ese tipo, Chocozilla, un maestro en el arte de la seducción. Porque te lo digo: el simple hecho de untarse chocolate en el pecho no lo hace más apetecible. Lo hace un bobo que necesita de todos los medios posibles para llamar la atención. —De repente, él estaba demasiado cerca de mí. No me dejaba respirar.
—No sigas diciendo esas cosas —exigí perdiendo todo el poder en mi voz.
Adam me tomó de los hombros y me acercó aún más a su lado —si es que eso era posible—. Su cadera chocaba con la mía.
—Yo no necesito de trucos baratos para impresionar a una chica —explicó en mi oído—. Tampoco necesito ayuda de osos de peluche para reclamarla como mía. Simplemente, se lo digo y punto. —Mis rodillas comenzaban a debilitarse. Toda la armadura que cargaba parecía aflojarse ante las cosas que me estaba diciendo. Intenté zafarme de su agarre, pero no me dejó ir. En un movimiento arrebatado, pegó mi frente contra la suya y me obligó a verlo a los ojos. Un huracán se estaba formando en su interior, y en el mío se desataba un tornado—. Y, si quiero besarte, Anna —susurró contra mis labios—, no espero a que tú hagas el primer movimiento. Sencillamente, me lanzo. —Lo vi acercar su boca a la mía; mi corazón se detuvo esperando por ese momento. Mis labios quemaban por tocar los suyos, pero, justo antes que ambos pudiéramos siquiera parpadear, escuché con claridad que se aclaraban la garganta.
Me entró instantáneamente el pánico. ¿Era Marie? ¿Ella nos había visto? Entonces, recordé que nos encontrábamos en casa de mi madre. La vi parada frente a nosotros. Me había olvidado por completo de ella. Me separé de inmediato de Adam. Estaba tan avergonzada que no fui capaz de despegar la vista del suelo.
¿Qué acababa de suceder? ¿En verdad iba a besarme?
—Ya veo que no estás tan mal de amores, después de todo —soltó mamá con cierta diversión en su tono. Ya podía imaginarme su boca naranja fruncirse para evitar sonreír. Quise que el suelo se partiera y me absorbiera viva. Pero, como siempre, esa clase de milagros era algo imposible. Tan imposible como lograr que Adam me besara. —Los dejaré solos un momento —anunció mi madre—. Espero que no se maten entre ustedes… o que no terminen besuqueándose en los cojines de mi sala. —Mi mamá salió hacia la puerta de la cocina, determinada a no voltear a ver atrás.
Mi rostro ardía en caliente.
—Adam, yo… Lo siento. No debí haberte provocado. Fue mi culpa. —Alcé la vista para ver sus ojos, pero él estaba ido y viendo hacia la pared detrás de mí. —¿Me estás escuchando?
—¿Ganaste el primer lugar en «El trasero de bebé más lindo»?
—¿Qué? ¿De qué…? —Él señaló hacia la pared que observaba con atención. Allí colgaba un título en el que efectivamente se leía: «Primer lugar al trasero de bebé más lindo». No podía creer que mamá aún conservara eso. —A mi mamá le gustaba inscribirme en muchos concursos cuando era niña —expliqué—. Al ganador le daban una dotación de comida para perros y cupones de descuento en el supermercado.
—¿Tenían perros?
—No. Pero mamá era muy ingeniosa y siempre lograba intercambiar el concentrado por pescado. —Traté de apartarlo del vergonzoso pedazo de mi pasado, pero Adam era obstinado y continuó viéndolo con atención.
—Me gustaría confirmar si el trasero más lindo sigue siéndolo —dijo mientras me atravesaba con la mirada.
—Tal vez en tus sueños. —Oh, habíamos regresado a las habituales bromas. Menos mal. Me aparté de él. Iba a sentarme en uno de los cojines de la sala cuando la puerta de la cocina se abrió de un solo golpe, lo que hizo que perdiera mi objetivo y que, en su lugar, mi trasero golpeara el suelo. Mamá llegó con una amplia sonrisa en el rostro.
—A que no sabes quién viene a verte—chilló emocionada.
Detrás de ella había alguien más, pero, por culpa de la larga y enorme túnica que estaba usando mamá, no podía ver de quién se trataba. Cuando ella se hizo a un lado, me encontré con una persona a la que jamás había pensado en volver a ver en toda mi vida. Todavía recordaba lo último que le había dicho antes de la graduación: «Lo siento, pero yo no estoy atraída hacia ti de esa forma. Debemos terminar».
—¡Anna! —exclamó él.
—¿Mason?
Lo que me faltaba: ver a mi exnovio justo en ese momento. Fantástico.
CAPÍTULO 5 Anna, mírame
In-cre-í-ble. Solo con esa palabra podía definir eso, y por eso me refería a toda la situación incómoda que se estaba dando en la cena, en casa de mi madre. Ella había insistido en que nos quedáramos a comer. Incluso, había prometido hacer mi comida favorita. Adam había aceptado de inmediato. Mason también. Nos encontrábamos en el área en donde antes era el comedor. En su lugar, había una pequeña mesa de madera con una bola de cristal en el centro, que aún conservaba su etiqueta de «Hecho en China» pegada en la base. Rodé los ojos y traté de no sudar ante la mirada de «Por favor, átame y lléname con jalea de fresa» que me lanzaba Mason. Había olvidado lo atractivo que podía verse en pantalones simples y en sus camisetas tipo polo. Él tenía esos ojos marrones enmarcados por largas y rizadas pestañas que combinaban con su cabello castaño. No era tan alto como Adam, pero definitivamente tenía una belleza natural.
—Tomé un nuevo curso en Internet —mencionó mi mamá para rellenar el incómodo silencio que se extendía en la habitación. Nadie hablaba, pero a la vez todos decíamos algo con la mirada—. Oficialmente estoy capacitada para preparar el elixir del amor. —«Ay, no otra vez». Ella ya lo había intentado hacía un par de meses atrás, y había conseguido que yo lo probara. La única sensación parecida al amor que había percibido fue un malestar estomacal. Digamos que no había sido una experiencia que querría volver a repetir. —Preparé un poco esta mañana. Quiero que sean los primeros en probarlo. —Con eso, ella salió corriendo hacia la cocina y me dejó sola sola con dos tipos que, por alguna extraña razón, querían matarse entre ellos.
—Y cuéntame, Anna, ¿estás saliendo con alguien? —preguntó Mason.
Vaya, fue directo al grano. Me llevé a la boca un poco del puré de papa de mi plato y evité verlo a los ojos. Antes de poder responder, Adam ya estaba respondiendo por mí:
—Ella ya está tomada, amigo.
Mason amplió los ojos.
—Entonces, ustedes dos son… —Nos señaló a Adam y a mí.
—¡No! —negué inmediatamente.
—Anna sale con Chocoboy. Aparentemente, le gustan envueltos en chocolate.
Le di un pisotón por debajo de la mesa. A Marcus apenas lo había conocido durante unos treinta minutos. Adam seguía insistiendo en molestarme con él, y no entendía por qué.
—No, no estoy saliendo con nadie —pronuncié esta última frase mirando de soslayo hacia Adam. Vocalicé un «cállate».
—Oh, qué bien. Yo tampoco estoy viendo a nadie —comentó Mason—. Me preguntaba si querrías salir conmigo este sábado.
—Ella ya tiene ocupado ese día —respondió Adam tensando la mandíbula.
Lo miré confundida.
—En realidad…
—Saldrá conmigo —me cortó él. Sus ojos verdes me perforaron con una advertencia—. Estaba a punto de decirte: conseguí boletos para ver a una banda en vivo. Se llama Ósmosis.
Estaba perpleja. Mi boca, completamente abierta mientras trataba de entender a ese ser tan complejo, como lo era Adam. ¿Me estaba invitando a salir? Tuve que reprimir los aleteos de las condenadas mariposas que revoloteaban en mi estómago. Miré disimuladamente a Mason; su expresión era dura.
—Ahh… ¿Va a ir también Marie? —pregunté.
Inmediatamente, el rostro de Adam se transformó. Era como si le hubieran lanzado un balde de agua fría. Suspiró y se hundió en su asiento.
—Sí —dijo, sin mirarme a los ojos.
Todas las mariposas que habían estado en mi interior murieron.
—¿Qué tal si nos acompañas? —indagué, esta vez para Mason. No veía nada malo en invitarlo, entonces.
Él me dedicó una sonrisa brillante y vi cómo sus ojos estudiaban detalladamente mis labios. Las mariposas volvieron.
—Aquí está —interrumpió mi mamá, entrando de nuevo en el pequeño cuarto y llevando consigo tres vasos llenos con un líquido rosa—. Elixir del amor. Garantiza que la primera persona que veas después de beberlo se enamore perdidamente de ti.
Obviamente no creía en ninguna de esas tonterías. Mi mamá se había vuelto psíquica por medio de una página web y de un curso de cómo leer la mano en un día. Aún no entendía cómo era que conseguía clientes. Sus predicciones nunca eran acertadas. Por lo menos, no las que hacía conmigo ni las que hacía con papá. Me deshipnoticé de mis pensamientos al ver a Mason y a Adam coger rápidamente los vasos con la bebida rosada y sorberla de un solo trago. Me quedé esperando ansiosamente por verlos correr en dirección al baño, pero, en su lugar, parecían disfrutar del sabor.
—Y tú, pastelito, ¿no quieres probar un poco? —Mi mamá sostuvo el vaso para mí.
Negué con la cabeza.
—No quiero que resulte como la vez pasada —admití.
—Oh, esa fue mi culpa. Había leído mal la receta. Prueba este; me quedó mejor.
—Sabe a ponche de frutas —explicó Adam relamiéndose la comisura de los labios. Me perdí en ese simple gesto.
—¿Y cuándo sentirá la persona esos efectos para enamorarse de mí? —cuestionó Mason viéndome fijamente.
Aparté la mirada. Por Dios santo, ¿de verdad estaban actuando como dos niños?
—Mmm… El elixir hace efecto en diez minutos después de haberlo probado —comunicó mi madre.
—Más vale que no parpadees en mi dirección —amenazó Adam a Mason—. Si comienzo a delirar con que tienes lindo cabello, te voy a colgar de tus calzoncillos. ¿Entiendes?
—Lo mismo digo —respondió Mason de mal humor.
Ambos se dieron la espalda como si fueran, sí, dos niños pequeños.
—No funciona así —intervino mi madre—. Solo sirve cuando en verdad te interesa la otra persona, la que quieres que se enamore de ti. Obviamente ninguno de los dos se interesa mutuamente. Ninguno corre peligro.
—Ni siquiera yo —balbuceé sin pensar. Cuando alcé la vista, tres pares de ojos estaban viéndome atentamente: los de mi mamá, los de Adam y los de Mason. ¿Por qué me miraban tanto? ¿Acaso había dicho algo malo? —¿Qué?
—¿No vas a probar mi elixir especial? —preguntó mi mamá de manera indignada. Los tres pares de ojos seguían comiéndome con la vista. —Te dije que esta vez utilicé una receta distinta. No tendrás que correr directo al baño —continuó hablando ella.
—¡Mamá! No puedo creer que dijeras esto frente a alguien que no sea papá —la regañé.
Miré en dirección a Adam; una sonrisa perezosa se dibujaba en su rostro.
—¿Solo un poco? —Mi madre acercó el vaso hacia mí—. Necesito saber si quedó perfecto.
Enojada, tomé el vaso, derramando una parte del jugo en la mesa. Bebí un sorbo y, antes de darme cuenta, ya lo había acabado todo. De hecho, no sabía tan mal.
—Sabe bien —admití—. ¿Contenta?
Ella asintió con la cabeza.
—Bien. Vuelvo en un rato. Ustedes, chicos, se quedan solos —advirtió ella, y salió en dirección a la cocina.
—Anna, ¿podemos hablar? —preguntó inmediatamente Mason—. ¿A solas?
Miré de reojo hacia Adam. Él enarcó una de sus cejas.
—No he terminado de comer —balbuceó llevándose un trozo de tomate a la boca—. Yo no me voy de aquí.
—Bueno, los que nos vamos somos nosotros —le dije. Comencé a levantarme de mi asiento, pero una mano sujetó con fuerza la mía. Adam me regresó a mi lugar. Mi trasero golpeó la silla haciendo un ruido sordo. —¿Qué…?
—Anna tampoco ha terminado su comida —dijo Adam simplemente, reteniendo mi mano para que no me moviera.
—Ya no tengo hambre —murmuré—. Ahora, suéltame.
Él levantó su tenedor y lo ensartó en un pedazo de carne. Estaba ignorándome.
—Es bueno que comas algo —habló para mí—. Si tienen que hablar, no veo el motivo para no hacerlo aquí. Prometo cerrar los ojos cuando comiencen con las cursilerías y las escenas melosas de quiero-volver-contigo.
Mis mejillas se pusieron rosadas.
—Hablaremos afuera. —Intenté levantarme nuevamente.
Adam puso resistencia. Lo apreté de la mano —algo que jamás había hecho—; él alzó la vista; y le supliqué con la mirada que me dejara ir. Esta vez, cedió sin protestas.
—¿Qué fue todo eso? —preguntó Mason una vez que logramos salir al patio trasero de la casa.
—No tengo idea. Él es algo sobreprotector.
—Si vuelve a tocarte de esa manera, juro que le voy a partir los dientes.
—Pues deberías estar tranquilo. Él ya tiene novia. —Aunque Marie no era técnicamente una novia. Era más bien…, mmm. Mejor no pensar en eso.
—Fue interesante volver a verte —dijo Mason después de haberse serenado. Metió un mechón de pelo detrás de mi oreja—. Espero que lo que sea que haya interferido entre nosotros no vuelva a repetirse. Te extrañé, Anna. —Su cuerpo se acercó más al mío.
Las jodidas mariposas hicieron acto de presencia en mi estómago y lo retorcieron a su gusto.
—También fue bueno verte, Mason. No te lo dije antes, pero quiero disculparme por la manera tan grosera en la que acabó todo entre nosotros.
Sentí su cálida mano en mi mejilla. ¿Por qué siquiera había terminado con él? Era atractivo, no como esos inalcanzables modelos rusos de ropa interior, pero sí atractivo como chico normal y accesible.
—No necesitas disculparte —susurró él cerca de mi boca—. Respeto que necesitaras tu espacio. Ahora quiero recuperarte. —Puso una de sus manos en mi cintura. Estábamos tan cerca que, si quería besarme, solo tenía que fruncir un poco los labios.
—Mason, yo… Es complicado justo ahora.
—No sé qué es lo que pasa entre tú y ese sujeto de allá, pero no pienso rendirme tan fácilmente.
Necesitaba aclararle que nada sucedía con Adam, pero yo misma sabía que eso era estar engañándolo a él y engañándome a mí misma. En su lugar, dejé que Mason me estrechara más contra su cuerpo. No me dio tiempo de reaccionar cuando él inclinó la cabeza y unió sus labios con los míos. Fue un beso lento, que reavivó viejas chispas de fuego que estaban apagadas. Esta vez, él no estaba salivando en mi boca. Era como si se la hubiera pasado practicando para llegar a ese momento. Llevé mis manos a su cuello; inmediatamente sus labios buscaron los míos de forma ávida.
Antes de llegar a profundizar las cosas, un fuerte ruido hizo que me apartara de Mason. Alguien había azotado fuertemente la puerta. Siguiendo la fuente de ese ruido, se encontraba Adam con una expresión estoica en el rostro.
—Ups. Lamento interrumpir —soltó él, sin demostrar una sola gota de remordimiento. Yo aún respiraba de manera entrecortada debido al beso. Le lancé una mirada asesina. —¿No tenías que irte? —escupió él hacia Mason—. Ya es de noche. Es peligroso caminar solo y sin protección.
¿Qué rayos hacía?
—Adam, no…
—No te preocupes, Anna —me detuvo Mason—. De todas formas, ya tenía que marcharme. Te veré el sábado.
Se despidió dándome un beso en la frente. Mientras caminaba hacia la salida, chocó contra el hombro de Adam.
—¿Qué te sucede? —grité cuando Mason se había ido por completo—. ¿Por qué hiciste eso?
—No me agrada él.
Resoplé.
—Pues a mí no me interesa lo que pienses de Mason. Es a mí a quien me tiene que gustar, no a ti.
Quise empezar a caminar lejos, pero ni siquiera pude dar un paso porque me sujetó rápidamente del brazo para girarme hacia él.
—A ti, más que a nadie, te conviene saber lo que opino de ese tipo. ¿No se supone que es tu exnovio? Entonces, deberías recordar por qué lo dejaste.
—Eso, Adam, no es de tu incumbencia. —Intenté zafar mi brazo, pero él no cedía.
—Dime por qué lo dejaste —me exigió—. ¿Te sigue gustando? —Me rehusé a responderle. Evité todo contacto de sus ojos con los míos. —Anna, mírame. —Agaché aun más la cabeza. ¿Por qué me ponía tan nerviosa? —Anna… —Sus largos dedos presionaron mi brazo—. ¿Piensas volver con él?
—¿Por qué quieres saberlo? —Continuaba sin mirarlo a los ojos.
El agarre hacia mi brazo se detuvo. Entonces, él me tomó de la barbilla. Mis ojos finalmente se encontraron con los suyos.
—No quiero que salgas con él —susurró.
—¿Celoso? —bromeé. Lo vi abrir la boca para responder, pero, antes de llegar a decir cualquier cosa, su celular comenzó a reproducir la canción de «Toxic» de Britney Spears. Los dos nos congelamos en donde estábamos. Marie le había puesto esa canción como identificador para cuando ella lo llamara. Eso significaba que Marie lo estaba llamando justo en ese momento. Grandioso. Vi la lucha interna que tuvo Adam en si debía responder o no. Le facilité esa decisión alejándome de su agarre—. Contéstale a Marie. Sabes lo mucho que se enoja cuando la ignoras —le indiqué antes de correr en dirección al interior de la casa. Lo escuché hablar minutos después. Quedó en verse con ella esa misma noche.
Solo podía decir que tenía dos cosas claras desde esa noche: Primero, el elixir del amor que había preparado mamá no servía: había mirado a Adam a los ojos por más de diez minutos y, obviamente, él no se había enamorado de mí. Segundo, yo no podía tener nada con él. Ni en mis sueños más alocados. Era demasiado complicado llegar a gustarle a una persona así. Además, resultaría doloroso enamorarse de Adam Walker: él ya estaba en una relación complicada, y precisamente esa relación era con mi prima.
—Te quiero ver el sábado —escuché que le susurraba a Marie.
Suspiré. Oh, sí. El sábado sería un día sensacional para una cita doble. Él con Marie y yo con Mason. ¡Perfecto!
CAPÍTULO 6 Nena
—Yo creo que Adam está celoso —concluyó Rita cuando le conté sobre mi pasada noche en casa de mi madre.
Fruncí el ceño ante su observación y le lancé un puñado de papas fritas al rostro. Ella respondió lanzándome algunas también.
—Él no tiene ningún motivo o razón para ponerse así —le repliqué.
Rita rodó los ojos.
—Ja, enamorados. Todo el mundo se da cuenta de la atracción entre los dos, menos los mismos involucrados —dijo exasperada.
—¿Yo, enamorada de Adam?
—Por favor, Anna. Es tan obvio…
—Es cierto —la secundó Dulce, la chica gótica que tomaba los turnos de cajera por la tarde. Ella llevaba su maquillaje oscuro al extremo: su boca estaba pintada de negro; sus uñas tenían pequeñas calaveras plateadas, que hacían juego con sus accesorios; su piel se encontraba pintada de blanco cadáver; y, en el brazo, tenía un tatuaje de una mano que mostraba el dedo medio, junto con una frase que decía: «¿Te parezco Dulce ahora?»—. No hablas de otra cosa más que de él.
—Cielo, reconozco el amor cuando lo veo —opinó también Mirna—. Recuerdo cuando estuve casada hace doce años… —Suspiró teatralmente—. Fue una pesadilla. Por eso, te digo que tienes que aprovechar y sacarle el jugo a tu juventud. Acuéstate con tantos hombres como puedas. No vaya a ser que después descubras que tienes cincuenta y que tu piel está arrugada hasta en las zonas bajas.
—Ok, demasiada información —la detuve.
—Muchachas, muchachas. Por favor, dejen de hablar —nos regañó Cliff. Supuestamente estábamos en medio de una reunión de trabajo, discutiendo sobre el nuevo aditivo al menú: una hamburguesa de pollo con extrachile picante, cortesía de los ejecutivos de alto rango. —Les voy a pasar algunas muestras para la degustación —nos informó él—. Yo, en lo personal, ya comí tres de ellas. Las van a disfrutar.
Gustavo, el único chico que trabajaba en el restaurante, nos pasó las hamburguesas envueltas en un papel marrón mientras que Cliff tomaba asiento y comenzaba a devorar otra.
—Escuché que tú y tu exnovio saldrían este sábado —mencionó Gustavo cuando se detuvo a mi lado. Él andaba como por los quince años; era de piel canela y en su rostro empezaban a aparecer pequeñas manchas, dignas de la pubertad.
—Las noticias aquí vuelan rápido —murmuré.
—¿Entonces? ¿Es verdad?
—No del todo —dijo alguien a mis espaldas—. También saldrá conmigo.
Ni siquiera me volteé a verlo, ya sabía que se trataba de Adam. ¿Cómo rayos había podido entrar al restaurante si se suponía que estaba cerrado? Gustavo amplió los ojos. Luego se escabulló, como rata cobarde. Adam arrastró una silla a mi lado y tomó algunas de las papas fritas que tenía en mi plato. Casi al instante, sentí que más de cuatro pares de pies chocaban contra los míos por debajo de la mesa, como diciendo: «¿Ves? Ustedes se gustan».
—Oye, aún no he terminado de comerlas —protesté, ignorando las miradas de todas mis compañeras de trabajo. Adam parpadeó en mi dirección y continuó comiendo, como si yo no hubiera dicho nada. Llevaba cada papa a su seductora boca con un movimiento de la muñeca que… Simplemente, era hipnótico verlo. —¿Qué haces aquí? —pregunté cuando recordé que no se debía ver a las personas de manera fija e indiscreta, como si fueran una clase de postre para devorar—. Esta es una reunión de trabajo, y tú no trabajas en este lugar.
Adam se levantó momentáneamente de su asiento, buscando con la mirada a alguien. Sus ojos se detuvieron en Cliff.
—¿Con quién tengo que hablar para que me contraten? —gritó él.
Cliff despegó la vista de su hamburguesa y frunció el ceño hacia Adam.
—No estamos empleando a nadie.
—Lo haré gratis.
—¡Contratado! —Sonrió Cliff, elevando sus regordetas mejillas.
—Listo, ahora trabajo aquí —anunció de manera triunfal y agarró más de mis papitas—. No puedes correrme.
Lo miré boquiabierta. ¿Acaso estaba loco?
—¿Es que no tienes un trabajo real? Ni siquiera sé cómo te ganas la vida.
—Me gano la vida limpiando parabrisas de autos en los semáforos —hizo una pausa para embadurnar una papa con salsa de tomate— y estoy aquí porque se me da la gana. Oh, casi lo olvidaba: estoy también porque vine a verte.
¿Había ido a verme? Miré de soslayo a Rita, quien se hacía la que no estaba escuchando nada, al igual que el resto de las que se encontraban alrededor de la mesa.
—¿Para qué?
—¿«Para qué» qué?
—¿Cómo que «para qué qué»?
—¿«Para qué qué» de qué?
—¡Adam!
—¿Anna?
—¡Ya basta los dos! —nos detuvo Dulce—. Van a hacer que la vena de mi frente cobre vida y mute en un zombi.
De todas las cosas que pude haber hecho, solo se me ocurrió reírme. Adam hacía lo posible por no imitarme, pero cedió al instante. Las esquinas de su boca se estiraron hacia arriba y, en un segundo, los dos reíamos como si fuéramos niños pequeños. Dulce nos lanzó miradas que harían derretirse un cubito de hielo.
—Infantes —nos regañó.
—Déjalos ser —bromeó Mirna—. Si yo tuviera su edad, ya hubiera echado al chico sobre la mesa y lo hubiera desnudado lentamente.
—¡Asco! —chillé—. Mirna, eso es demasiado. —Aunque, de alguna forma, no se me dificultaba imaginarme a Adam con menos ropa de la que usaba. De verdad quería ver qué decía el tatuaje en su espalda. Me quedé tonteando por un momento, perdida en mis pensamientos, tanto que no me había dado cuenta de cuándo Adam se me había quedado viendo fijamente y con una ceja elevada. —¿Qué? —pregunté. Oh, no. ¿Acaso yo estaba babeando? ¿O él podía leer mentes y ver los sucios pensamientos que daban vueltas en mi cabeza?
—Me estabas imaginando desnudo, ¿verdad? —dedujo con un aire de suficiencia.
Fruncí el ceño.
—Ya quisieras. —Oh, por Dios. ¿Cómo lo había sabido?
—Bueno, soy de los que no les gusta dejar nada a la imaginación. —Se puso de pie y repentinamente se paró sobre la silla en la que se sentaba.
De inmediato, todos en la habitación se le quedaron viendo. Cliff detuvo su mano en el aire justo cuando se llevaba una segunda hamburguesa a la boca.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté nerviosa. Miré las reacciones de mis compañeras, pero ellas estaban viéndolo embobadas.
—¿Alguien puede poner algo de música? —preguntó él. Al instante, Gustavo salió disparado hacia la oficina de Cliff y, segundos después, sonaba por los parlantes una canción popular de Maroon 5. —«Moves like Jagger», qué oportuno —balbuceó Adam.
¿Por qué parecía ser la única que no sabía qué estaba pasando allí? Comprendí finalmente sus motivos cuando vi cómo se paraba sobre la mesa en la que comíamos. Mirna se apresuró a quitar todos los platos y cualquier posible obstáculo para dejarle el camino libre.
«¡Nooo! Él iba… Él iba a…».
Adam comenzó a mover sus caderas al ritmo de la música. Fue juguetón y bromista, pero, una vez que fijó sus ojos en los míos, vi que se tomaba aquello más en serio. Pronto empezó a desabotonarse la camisa, botón por botón, mientras seguía bailando.
«¡Nooo!»
Finalmente, se quitó la camisa por completo. Todas las chicas presentes —más Gustavo— se quedaron viéndolo, hipnotizadas. Él tenía una piel increíblemente tersa. En su hombro izquierdo, se apreciaba un tatuaje de patrones geométricos estrechos, junto con intrincadas líneas delgadas. Parecían ¿raíces? que se perdían y se conectaban con otro tatuaje en su espalda. Me quedé boquiabierta al ver sus músculos. Tenía otro tatuaje en su pecho; una frase en letras cursivas que ni siquiera se podía leer bien. Luego, se dio la vuelta, girando sobre su eje, y me dio la vista a más tatuajes en la espalda: todos en negro, nada en color.
—¡De eso estoy hablando! —gritó Mirna. Ella comenzó a desabrocharse el delantal y, una vez lo tuvo fuera de su lugar, lo agitó en el aire, como vaquera que gira el lazo—. Necesitábamos algo de acción por aquí. ¡Vamos, cariño! ¡Quiero ver más piel!
Por el rabillo del ojo, pude ver que Cliff se ponía de pie. Su rostro estaba rojo y las comisuras de sus labios se encontraban untadas con mostaza.
—¡Oigan! ¡Esto no es un club nocturno! —gritó él.
—¿Cuánto quieres para que lo sea? —devolvió Adam, sin dejar de bailar.
Cliff amplió los ojos y se relamió los labios.
—No quiero nada.
De igual forma, Adam le lanzó un pequeño rollo de billetes que se había sacado de la billetera del pantalón. Cliff se quedó callado y continuó comiendo, como si nada hubiera pasado. ¿Cuánto dinero tenía Adam? En ese momento, más que nunca, quería saber en qué trabajaba. Llevaba cinco meses de conocerlo, y parecía como si en realidad no supiera nada de su vida.
Él regresó a la labor de desabrochar sus pantalones. Mirna y Gloria, otra de las chicas que freía las papas en el restaurante, depositaron billetes en los bolsillos de Adam. Resoplé. Mi rostro quemó en caliente cuando él me miró y me lanzó su camisa perfumada al rostro.
—Solo para ti, nena —me dijo y me guiñó el ojo.
Eso bastó para ponerme como pudín regado en el suelo.
—Oh, esto se va a poner bueno —sonrió Rita mientras miraba entre Adam y yo.
—Juro que, si hubiera elegido algo de Slipknot, ya me le hubiera lanzando encima —masculló Dulce.
Me quedé estupefacta. Adam me hacía señales con la mano para que lo acompañara sobre la mesa. En mi lugar, fue Mirna la que se unió. Ella comenzó a hacer el baile del caballo. La mesa crujía un poco cada vez que saltaba y movía su cadera recién sometida a cirugía ortopédica.
—Anna, sube tu trasero aquí —ordenó en voz alta Adam para hacerse escuchar sobre los gritos de las chicas que bailaban alrededor. Negué con la cabeza. Paró de bailar y me vio con la típica mirada que ponía cuando algo no salía como a él le gustaba. Con rapidez bajó de un salto de la mesa y me agarró de la cintura. —Sube o te subo —me amenazó.
—¿Qué? Tú no me mandas.
—Bien. Será por las malas. —Me apretó con fuerza entre sus brazos y me subió a su hombro. Su mano derecha sostenía mis piernas.
—¡Adam, bájame! —Golpeé su espalda. Había pensado que iba a llevarme a la mesa para obligarme a bailar, pero vi que se desviaba hacia la puerta de salida del restaurante. —¿Qué estás haciendo? —chillé. Comencé a golpear una vez más su desnuda espalda. Desde donde estaba, podía ver parte de su tatuaje. Intenté leer lo que decía, pero Adam caminaba rápido y me mareaba. Pronto nos encontramos fuera; nadie se había dado cuenta de que nos habíamos ido. —¡Adam! —lo golpeé de nuevo.
—Cálmate. Solo quiero mostrarte mi lugar de trabajo.
—¿Los semáforos en donde limpias parabrisas? —cuestioné sarcástica.
—Exacto.
—Adam, bájame. Estás sin camisa y la gente nos mira raro. Bájame antes de que diga que me estás secuestrando.
—¡La estoy secuestrando! —gritó en medio de las calles. Jodido desgraciado—. ¿Ahora ves que a la gente no le importa? Además, tú tienes mi camisa.
—¿Qué?
—La tienes justo en tus manos. —Bajé la mirada hacia mis manos y…, sip, tenía agarrada la camisa de Adam. «¿Cómo…?». La solté al instante. —Eso fue maleducado —se quejó, tratando de agacharse para recogerla. Aproveché para zafarme de su agarre, separándome de sus brazos y poniendo distancia entre ambos. Me puse de pie toda temblorosa y, gracias a un mal paso, caí sobre mi trasero. Adam comenzó a reír, luego me tomó de la cintura para levantarme. —Anna, solo sígueme. Quiero mostrarte lo que hago —indicó él.
No pudo llegar a decirme más porque una familiar voz nos interrumpió a ambos:
—¡Anna! —llamó de repente esa persona a mis espaldas. Me giré para encontrar a la mamá de Marie, quien me veía de forma desaprobadora.
Tragué saliva y me forcé a sonreírle a la mujer de cabello corto color naranja y de figura regordeta.
—¡Tía Charlotte! —chillé sorprendida.
Ella no dejaba de fruncir el ceño en dirección a Adam. Fue allí cuando me di cuenta de que él aún me tenía agarrada de la cintura… y que continuaba sin camiseta. Me separé de forma rápida de su cuerpo. Adam no conocía a mi tía, o a cualquiera de la familia de Marie, porque ella ya les había presentado a Eder como novio oficial.
—Tu madre me llamó el otro día. Deberías visitarla —me regañó—. Es una mujer débil y sensiblera. La pobre pasa por su crisis de la mediana edad y tú, aquí, coqueteando. —pronunció esa última palabra como si hubiera sido lo más asqueroso que había podido salir de su boca.
Disimulé mi malestar debido a su comentario y forcé aún más mi sonrisa.
—Ya la fui a ver. Ayer, precisamente.
—Ujum. —Ella examinaba a Adam con ojo de águila.
¿Coqueteando? ¿De verdad pensó que yo estaba coqueteando?
De pronto, una pelirroja de cuerpo curvilíneo se giró en la esquina y se detuvo en seco al vernos. Era Marie. Pánico se instaló en sus ojos azules al recorrer con la vista a un Adam de pecho descubierto, a su madre y a mí. Se acercó a paso lento hacia nosotros y se aclaró la garganta.
—Anna —asintió con la cabeza—, ¿qué haces aquí? —Ella hacía todo lo posible por ignorar a Adam; simulaba que no lo conocía.
—Salí del trabajo temprano —mentí tratando de agarrar valor.
—¿Y él es…? —indagó mi tía.
—Adam —respondió él a su pregunta.
Lo podía ver en sus ojos: estaba furioso. Apostaba a que se sentía verdaderamente molesto con Marie por su fría indiferencia, pero, desde un principio, él había estado de acuerdo con mantener su relación en secreto. Adam extendió su mano para estrechar la de mi tía, pero ella dudó en si debía o no tomarla. Hizo una mueca y, finalmente, intercambiaron saludos.
—¿Y cómo conoces a Anna? —preguntó ella. Su tono era de puro desdén.
—Porque… —Marie se puso alerta y negó con disimulo la cabeza, haciéndole señas silenciosas a Adam para que no mencionara que ambos se conocían—. Anna es mi novia.
Palidecí al instante, amplié mis ojos y volteé a verlo de forma incrédula.
—¿Anna tiene novio? —preguntó mi tía. Pocas cosas la sorprendían, y esa era una de aquellas—. Ella no me ha dicho nada.
Tragué saliva.
—Es que ni yo misma lo sabía —golpeé con mi pie la pierna de Adam.
Él sonrió con descaro. —
—Justo hoy se lo iba a preguntar —dijo, se giró hacia mí, y revisé en detalle otra porción de uno de sus tatuajes en la nuca—. Anna, nena, ¿entonces? ¿Eres mi novia o ya no quieres serlo?
Me obligué a no estallar en rabia.
—Pero ella ya tiene novio —protestó Marie. Su rostro era la personificación de la ira—. ¿Qué pasó con ese chico que estuvo la otra noche en el departamento? Hasta usaron una fuente de chocolate.
La iba a matar. Sip, la mataría.
—Eso fue romance de una sola noche —se bufó Adam—. Me aseguré de que no volviera a ver al tipo.
Mi rostro estaba rojo.
—¿Y qué sucede con tu exnovio? —continuó Marie—. Ayer me dijiste que lo habías visto nuevamente ¡y que lo habías besado!
No podía creer que estábamos teniendo esa conversación frente a mi tía, en medio de la calle, con Adam sin camiseta y con el botón de sus pantalones desabrochado.
—Oh, eso fue un breve desliz. A cualquiera puede ocurrirle —respondió él por mí—. Ya lo superamos. ¿No es así, nena?
Por más enojada que hubiera estado con él, no pude evitar ablandarme un poco cuando me llamó «nena». Se sentía bien escucharlo decir que yo era su nena. Neeenaaa. Nena.
—Ah… Interesante —se limitó a decir mi tía—. Marie, debemos irnos. —Chasqueó sus dedos y caminó, sin despedirse.
Marie me advirtió con la mirada que tendríamos una conversación más tarde, y luego se echó a correr detrás de su madre.
—Por cierto… —Mi tía devolvió sus pasos, vio a Adam por un breve instante y luego regresó su mirada hacia mí—. Esta noche pasaré un rato por el departamento. Espero encontrarlo limpio y pulcro. —Se giró y caminó, agitando su voluptuosa retaguardia.
Después de verlas girar a ambas en la siguiente cuadra, Adam habló.
—¿Soy yo o ella camina como si tuviera un palo de golf atravesado en el trasero?
—Siempre pensé que era más bien un bate de béisbol.
Ambos nos miramos a los ojos. Solo eso bastó para que desatáramos la risa loca. Después de un minuto, le di un manotazo en el hombro. Uno fuerte.
—Auuu —se quejó.
—Eso fue por decir que era tu novia. —Volví a darle otro manotazo en el mismo lugar. —Y eso fue por cargarme a la fuerza cuando te pedí que me bajaras.
Iba a propinarle un tercer golpe por haber pedido trabajo a Cliff y por haber puesto a bailar a todos los empleados, pero él me detuvo, sujetándome de la muñeca.
—Esto es por haberme ayudado a esconderme todas esas veces en tu cuarto —imitó él y, en vez de golpearme, me besó en la frente. —Esto es por hacerme llorar de la risa —Me atrajo para besar mi mejilla. —Esto es por cubrir a Marie y echarte la culpa por Chocolator. Sé que fue la aventura de una noche de ella. —Adam besó mi otra mejilla. Antes que pudiera decir algo, él me tomó de los hombros y me miró de forma determinada. —Y esto es por retarme a cada minuto del día, y por ser tan terca y bipolar. En un minuto te ríes y, al siguiente, estás golpeándome en el hombro. —Oh, no, ¿qué rayos iba a besar entonces? Acercó sus labios a los míos y los presionó contra estos, hasta que reaccioné y me di cuenta: ¡Adam estaba besándome en la boca! Me quedé estática y en shock por unos segundos, pero rápidamente cerré los ojos y respondí su beso. Era eléctrico. Recargado. Su boca se movía con elegancia contra la mía. Sentí bajar su mano derecha hasta mi cintura mientras que la otra hacía su camino hasta mi nuca y pasaba sus dedos por mi cabello. Mi cabeza daba vueltas y en lo único que podía pensar era en que él me convertía en pudín. Se separó demasiado rápido para mi gusto y, al instante, me hizo falta el calor corporal que me ofrecía. Bizqueé solo para ver que comenzaba a ponerse su camisa de botones. Me sentí como Bambi cuando aprendía a caminar: estaba desorientada y sin saber en qué dirección colocar las piernas—. Hasta pronto, Anna. Te veré el sábado —dijo Adam.
Lo vi caminar y alejarse de mí. Tuve que obligarme a no salir corriendo detrás de él y suplicarle que me besara de nuevo. Me quedé ahí, parada como una imbécil y pasmada.
No podía ser: Adam me había besado. Él había sabido todo el tiempo lo de Marcus. Lo iba a ver el sábado… junto con Mason. Para el pobre cerebro de una cajera que ganaba el salario mínimo, aquello era demasiado para procesar. Había demasiado por comprender en mi estado pudín.
CAPÍTULO 7 Bambi
Pudín, pudín, pudín, pudín…
—¿Anna? ¿Tierra llamando a Anna? —Marie chasqueó los dedos frente a mí. Ella tenía un recogedor en una mano y, en la otra, una escoba. La tía Charlotte no tardaría en llegar a inspeccionar el departamento. Despegué la vista de mi tarea de limpiar las ventanas y, avergonzada, miré hacia el suelo. —Aún no me has contado por qué Adam y tú estaban juntos hoy en la tarde —me reclamó ella.
Regresé a mi actividad de rociar las ventanas con Windex para luego limpiar la superficie con una tela delgada. «No debo hablar del beso, no debo hablar del beso…».
—Ya te dije. Cliff lo contrató y luego me mandó a que lo acompañara a hacer algunas diligencias —mentí.
—¿Por qué Adam pediría trabajo allí? Si me hubiera dicho, hacía que papá lo pusiera en algún puesto de ejecutivo. —Rodé los ojos. —¿Y por qué dijo que ustedes dos eran novios? Hubiera bastado con que le dijera a mi mamá que eran amigos. —Ella frunció el ceño, desconcertada.
«No le digas del beso. Por favor, Anna, mantén tu boca cerrada».
—Lo hizo para darte celos. Creo que últimamente lo tienes descuidado —respondí, aún sin mirarla.
—Tienes razón. Es que, en estos últimos días, Marcus me ha tenido ocupada.
«No hables del beso, no… Espera, ¿qué?».
—¿Marcus? —chillé— ¡Pensé que no volverías a verlo! Creí que tú y tu drama lo habían ahuyentado.
Marie se mordió el labio inferior.
—Él me buscó al siguiente día. Me dijo que quería ser parte de mi emocionante vida.
Estaba furiosa. Furiosa y ofendida. ¿Cómo era posible que lograra manipular a tantos hombres? ¿Es que acaso todos eran idiotas?
—¿Qué pasa con Eder? —pregunté.
—¿Qué hay con él? Tampoco lo he podido ver, pero es porque anda de viaje.
—Él habló conmigo el otro día.
—¿Por qué de repente todos mis novios hablan contigo?
No sabría decir qué me había asustado más: si el hecho de que se enojara conmigo o el de que hubiera dicho en la misma frase «todos mis novios».
—Ya me cansé de esto —dije tirando el pedazo de tela a un lado—. Me cansé de cubrirte siempre.
Ella enarcó una ceja, desafiándome.
—¿Y qué vas a hacer? ¿Vas a correr a contarle a Eder que estoy viendo a Adam? ¿Vas a contarle a Adam que estoy viendo a Marcus?
«No, él ya lo sabe»
—Dejar de cubrirte significa que, si alguno de tus novios te sorprende con alguien más, yo no voy a mentir por ti. Además, me debes un favor.
—¿Un favor? ¿De qué? —escupió ella.
—De cuando estabas untando chocolate en Marcus. Insististe en que, si te ayudaba, me deberías una grande.
—Eso ya te lo pagué.
Resoplé.
—¿Me quieres explicar cómo? Porque yo no lo recuerdo.
—Yo fui quien le marcó a Mason para que fuera a buscarte en casa de tu madre —confesó de manera triunfal, como si hubiera hecho la caridad del siglo. Como si se considerara a ella misma la madre Teresa de Calcuta.
—¿Qué? ¿Por qué harías eso? Y… ¿cómo sabías que estaba en casa de mi madre?
—¡Duh! Adam me llamó y me contó que te había dado un aventón. Además, lo hice porque estás siempre tan sola que pensé que una pequeña ayudadita no haría daño. Y, como resultado, saldremos todos juntos, ¿no? No fue tan malo, después de todo. Además, créeme: a Mason todavía lo vuelves loco. El primer novio nunca se olvida.
—De igual forma, no pienso ser más tu tapadera.
—Anna, tú y yo sabemos lo mal vista que es una persona soplona.
—Ya dije: no cuentas conmigo para cubrir tus relaciones. ¿Sabes acaso lo mal que me siento al pensar que ahora tu madre cree que yo mantengo a todo un harén en mi cama?
—Por favor, ambas conocemos lo jodida que es mi mamá. De igual forma, ella se hubiera inventado toda una historia solo por verte con Adam desnudo a mitad de la calle.
—No estaba desnudo —protesté patéticamente.
—Semidesnudo. Y, por cierto, ¿qué hacía él sin camisa? —Me miró de manera sospechosa.
—Se llenó de salsa. Tuvo que quitársela. —Volví a recoger el paño para limpiar la ventana y me concentré en una mancha imaginaria.
—¿Acaso no es bello? Tiene un torso espectacular. Y ¿le viste el tatuaje de la espalda? Ese que tiene abajito.
Las palmas de mis manos comenzaron a sudar.
—No entendí qué decía —respondí fallando en no tartamudear.
—Pfff, ¿qué más va a ser? Por supuesto que mi nombre.
Y eso bastó para que se me bajara la presión y saliera todo el aire de mi cuerpo. ¿Por qué tenía que ser tan curiosa?
Ósmosis era una banda local que tocaba en un pequeño bar llamado Hipotermia. Aparentemente, habían obtenido algo de fama y en esa época eran bastante conocidos a nivel nacional. Entre la multitud que hacía fila para entrar al concierto, se miraban varios fanes que usaban una camiseta con el logo de la banda. Me sentía desubicada con mi corto vestido azul y con mis bajas zapatillas grises mientras miraba a muchas chicas en sus cómodos jeans y leggins. A mi lado, se encontraba Marie, quien usaba algo que requería la misma cantidad de tela que un bikini de una pieza.
—¿A qué hora te dijo Mason que vendría? —me preguntó ella por enésima vez.
Mason llevaba quince minutos de retraso. En poco tiempo, estaríamos dentro del local y no quería que nos fuera a perder.
—Quedamos en vernos a las tres. No sé por qué aún no ha llegado —respondí mirando hacia ambos lados de la calle.
—Probablemente, ordeñar su última vaca lo retrasó —se burló Adam. Sus ojos nunca hicieron contacto con los míos.
—Pues ordeñar vacas es mejor que limpiar parabrisas en los semáforos.
Marie nos miró a ambos; su boca se frunció.
—¿De qué carajo hablan? —preguntó finalmente.
—De nada —dijimos Adam y yo al mismo tiempo.
Miré de reojo hacia Adam y noté que él hacía lo mismo conmigo. Sus ojos verdes se clavaron en los míos por un nanosegundo, y luego apartó la mirada con rapidez. Desde el día del beso, él no había vuelto a verme de la misma manera. ¡Apenas hacía contacto visual conmigo! ¿Sería porque yo era una terrible besadora? ¿Había tenido, en ese entonces, mal aliento? ¡¿Qué era?!
De todas formas, parte de su encanto había muerto al saber que él, entre todas las personas, le había dedicado su tatuaje a Marie. La decepción era abrasadora.
—Uff… Lamento el retraso. —Mason apareció frente a mí, frotándose las manos para entrar en calor debido a la repentina oleada de frío que nos cubría. Le sonreí y me acerqué para besar su mejilla. Sin embargo, él me tomó de la barbilla y dirigió sus labios a los míos. Abrí los ojos en sorpresa. El beso fue corto, pero vigoroso. Antes de que yo pudiera reaccionar, él ya estaba separándose de mí. —Hola —murmuró con un rubor que se extendía por sus mejillas.
Tragué con fuerza y, por más que lo intenté, no pude formar ninguna oración coherente.
—Vaya —soltó Marie—. Veo que las cosas entre los dos han avanzado mucho.
Mason le sonrió a mi prima y luego pasó sus manos por mi cintura para atraerme contra su cuerpo. Tomé un poco de distancia, sintiendo cómo la situación iba demasiado rápido entre los dos. A todo eso, Adam no había parpadeado en mi dirección ni una sola vez.
—Deberíamos entrar —dijo el susodicho—. La gente ya está comenzando a disminuir aquí afuera. —Tomó la mano de Marie y ambos se adelantaron en dirección a la entrada del bar, por lo que nos dejaron atrás a Mason y a mí.
—¿Por qué tardaste tanto? —le pregunté casualmente, ignorando la punzada de dolor que había atravesado mi sistema al ver la indiferencia de Adam.
—Resulta que la dirección que me dieron estaba mala. Fui a dar a un bar gay de mala muerte en medio de la nada. Pensé que no saldría con vida cuando un tipo llamado Tarzán me reclamó como su pareja al instante de haber entrado.
—¿Qué? Pero si Adam se encargó de mandarnos la dirección… —dejé de hablar.
Mason me dio una mirada significativa.
—Tuve que marcar al número de tu prima. Ella me dio la correcta.
Suspiré. ¿Por qué Adam haría algo como eso? Después de unos segundos, pregunté.
—¿Tarzán? —Traté de reprimir la risa.
—Sí —murmuró avergonzado—. Lo primero que dijo al verme fue «Yo Tarzán, querer primer baile con chico pestañas largas». —Sin poder aguantar más, comencé a reír. Mason terminó riendo a mi lado también. —Aunque te diré que, con solo ver el taparrabo que usaba, me llevé una idea de que ese no era el lugar correcto. A menos que la banda se llamara Soy tu papi porque, extrañamente, todos tenían eso bordado en la ropa interior. Y allí sí que había muchos en ropa interior. —Volví a reír con ganas, apretando mi estómago que ya comenzaba a doler de tanto carcajearme. —Ni siquiera estoy seguro que fuera un bar. Había una temática rara de disfraces de animales —comentó Mason—. Salí tan rápido como pude.
—Lo siento. —Mi voz sonaba ya más seria. Traté de no reírme nuevamente, pero fue imposible sacar de mi mente la imagen de un tipo vestido únicamente con un taparrabos—. Está bien, dejaré de reírme. Lo bueno es que ahora ya estás aquí. —Sonreí apretando la mano de Mason, que en ese momento se aferraba a la mía.
—¿Van a entrar de una buena vez? —gruñó Adam secamente mientras sostenía la puerta para nosotros. Sus ojos perforaban a Mason, como queriendo formar huecos en su cráneo.
Mason entró primero para ordenarnos algunas bebidas; yo lo seguí después. Adam sujetó mi brazo mientras intentaba abrirme paso entre la gente para llegar hacia donde se encontraba Marie
—¿Qué? —pregunté enojada al ver la forma tan posesiva con la que me agarraba. En ese instante, sí se dignaba a mirarme a los ojos.
—Nunca tuve la oportunidad de llevarte a conocer el lugar en el que trabajo.
—No te preocupes. Paso todos los días por ahí.
—No hablo de los semáforos. Hablo de lo que hago en realidad.
—¿Y qué haces en realidad?
Se encogió de hombros.
—Quiero enseñártelo.
Sus ojos verdes parecían sinceros. Me sentía muy atraída hacia ellos.
—¿Por qué? ¿Por qué quieres enseñármelo a mí?
—Porque… quiero compartir un pedazo de mi vida contigo. ¿Eso está mal? —Se miraba tan despreocupado y en calma.
—Supongo que no. Somos amigos —me obligué a decir. «Sí, Anna, métetelo en la cabeza: Adam y tú solo son amigos».
—Apuesto a que ahora quieres besarme —susurró él poniendo una lobuna sonrisa en su rostro. Lo golpeé en el hombro. —Oye, como que se te está haciendo una costumbre el pegarme. Te estás volviendo violenta.
—Eso fue por darle una dirección falsa a Mason. ¿En serio? ¿Un bar gay?
—En realidad, era un zoológico de contacto para adultos consensuados.
—Ni siquiera sé qué es eso.
—Mmm… Digamos que tu ordeñador hubiera sido una perfecta mascota en ese lugar. Tal vez, una vaca.
—¡Deja de decirle ordeñador! —grité.
Pero mis gritos fueron absorbidos por un grupo de chicas que chillaban fuertemente al ver que Ósmosis hacía su aparición en el escenario. Una ola de humo nubló todo el lugar y el juego de luces estrambóticas comenzó a iluminar a cada miembro de la banda. Un chico de cabello rubio empezó a tocar algunos acordes en su guitarra. Más gritos se fueron escuchando a medida que iban reconociendo la canción.
Adam se quedó quieto, a mi lado. Mason apareció minutos después cargando dos bebidas en sus manos. Me pasó una y luego me acercó sutilmente a su cuerpo.
—Muuuu —mugió Adam en mi oído antes de ir a buscar a Marie y pasar los brazos por sus hombros.
Sinceramente, no lo entendía. Me besaba, y luego se iba corriendo a los brazos de Marie; me ignoraba por dos días, y terminaba haciendo bromas conmigo. Él era un completo bipolar. Estaba seriamente confundida.
«Por favor, Anna, no te empieces a enamorar de Adam Walker». Aunque, en lo profundo de mi ser, sabía que ya era algo tarde para eso.
La presentación de la banda no había estado tan mala. Incluso, me encontré tarareando una de las canciones, cuya letra incluía a una chica de pelo violeta con labios sabor cereza. Mason había apretado mi mano todo el tiempo. ¿Era normal dejarle hacer eso a tu ex, a uno que antes babeaba mucho cuando besaba? ¿A uno que ya no era un asco besando?
—¿Qué les parece si comemos algo? —sugirió Marie— ¿Qué tal si vamos a ese nuevo restaurante chino que abrieron hace poco? Tengo antojo de wang tang.
—Oh, la verdad, yo esperaba estar un rato a solas con Anna —confesó Mason.
Mi estómago se agitó ante la idea. ¿Quería yo salir realmente con él?
—Ella no va a ir a ninguna parte sin mí—objetó Adam—. Hoy tengo la responsabilidad de cuidarla.
Mis ojos se agrandaron.
—¡Adam! —gritamos ambas, Marie y yo.
—¿Qué? Es cierto. Cecile, la madre de Anna, me pidió mantener un ojo en ella. Yo soy un tipo que cumple su palabra.
Vi tensarse a Mason, quien cerró lentamente sus manos hasta hacerlas puños. Oh, no. ¿Qué iba a hacer?
—Adam, deja de entrometerte. Anna ya tiene edad suficiente para cuidarse ella misma —lo regañó mi prima.
—En serio, Anna, no puedes irte a solas con este sujeto —volvió a insistir Adam. Lanzaba una de sus famosas miradas asesinas hacia mi exnovio—. A menos de que yo esté allí presente. Si falto a mi palabra, tu mamá es capaz de matarme.
—Si no es ella, entonces, voy a ser yo —amenazó Mason entre dientes.
—Será mejor irnos —le dije a Mason tomando su mano para tratar de alejarnos del bar, del cual ya varios se habían marchado después del concierto.
Adam inmediatamente tomó mi brazo y me empujó a su lado. Yo estaba más que confundida en ese momento.
—Suéltala —le ordenó Mason alzándose en su metro ochenta de estatura. Pero, con todo, Adam era más alto que él.
—¿O qué?
Esas dos palabras fueron el detonante que provocó que Mason se abalanzara sobre Adam, con el puño impulsado hacia su rostro. Pero, antes de que impactara en él, intenté detenerlo. Al parecer, no había sido lo suficientemente rápida, ya que el puño de Mason conectó con mi nariz. El golpe hizo que diera una vuelta de ciento ochenta grados y que me doblara a la mitad. Un dolor intenso atravesó mi nariz y sentí de inmediato la sangre que brotaba hasta colarse en mis labios.
—Miééérrr… coles, jueves y viernes. —Dolía tanto que pensé que me iba a desmayar allí mismo.
—¡Anna! ¡Anna…! —escuché más que ver la desesperación de Adam revoloteando a mi alrededor.
—Lo… Lo siento muchísimo… Anna, yo no quería… El golpe no era para ti. No tenías que atravesarte. Lo lamento, no fue mi intención… —se disculpaba Mason.
—Apártate, idiota —ordenó Adam. Puso sus brazos alrededor de mis hombros y de mi espalda doblada—. Camina. Te llevaré a los baños. —Me empujó con su cuerpo y caminó esquivando a las personas que aún permanecían en el bar esperando felicitar a la banda personalmente. Yo iba con la cabeza agachada, y con mi mano trataba de contener la hemorragia. —Entra aquí —dijo abriendo la puerta del baño de hombres. Les gritó a unos cuantos chicos para que desalojaran el lugar, y una vez dentro, me tomó de la cintura y me subió al mueble del lavamanos. —Cabeza hacia atrás —murmuró mientras abría la llave del agua y comenzaba a mojar unas cuantas hojas de papel de baño.
—Duele —me quejé. Sentía que, si intentaba respirar por la nariz, me iba a doler aún más.
—Sostén esto —ordenó él poniendo uno de los paños en mi nariz rota. La sangre tenía un sabor extraño.
De pronto, la puerta se abrió de golpe y un chico de pelo largo entró corriendo. Iba deslizando su bragueta en dirección a uno de los urinales. Arrugué la nariz, lo que me hizo chillar aún más de dolor.
—Oye, el baño está ocupado —le gritó Adam.
El chico se asustó tanto que salió rápidamente del baño y nos dejó solos.
—De todos los lugares, no entiendo por qué vinimos a un baño de hombres —murmuré aún con mi cabeza echada hacia atrás.
—En el de las mujeres, hay mucho drama. Ya sabes: si no están arreglándose el maquillaje, están para chismorrear o para comprar tampones de la máquina expendedora. Además, este estaba más cerca —dijo con simpleza encogiéndose de hombros. Tomó un puñado de papel higiénico y comenzó a limpiar la zona cerca de mi boca. Fruncí el ceño y volví a pegarle en el hombro por segunda vez en el día. —¿Y esta vez por qué fue? —preguntó pacientemente pasando sus dedos por mi cara para limpiar toda la sangre.
—¿Tengo que tener un motivo después de haber recibido un golpe que era para ti?
—Cierto. —Se encogió de hombros.
Después de haber terminado de limpiarme, me tomó de la barbilla y me miró a los ojos fijamente por un momento.
—¿Qué estás…? —no pude terminar de hablar, ya que sus labios empezaron a ejercer presión sobre los míos de un momento a otro. Cuando me repuse de la sorpresa, cerré los ojos y me dejé llevar por la magnífica sensación del beso de Adam. Su boca se movía con sutileza; su lengua acariciaba mi labio inferior; y sus manos sujetaban mi rostro. Cuando se separó, quedé en estado Bambi, así como la primera vez que me había besado: desorientada, con los ojos bizcos, con las rodillas dobladas una contra la otra, y con una completa falta de habla y de coordinación. Era Bambi versión pudín. —¿Y eso por qué fue? —logré preguntar finalmente.
—¿Tengo que tener un motivo después de que recibiste un golpe que era para mí?
—Supongo que no. —Mi voz sonaba seca, como el croar de una rana.
—Bien.
Dicho eso, volvió a sujetarme de la nuca y dio rienda suelta a su boca.
«Mmmm… Mejor que el pudín».
Ese era un beso desesperado, un beso de «no se te olvide que me perteneces». Su lengua pronto comenzó a invadir la mía. Incluso, olvidé el dolor palpitante de mi nariz próximamente hinchada. Una de sus manos subió por mi rodilla, levantando levemente el vestido azul que llevaba. Detuvo su recorrido justo en mi muslo. Mi espalda se presionaba contra el espejo del lavamanos, y dejé que su boca experta guiara la mía.
Entonces, una imagen no deseada de su tatuaje con el nombre de mi prima se filtró en mi cerebro. Reaccioné inmediatamente y, a regañadientes, me separé de él.
Adam estaba con Marie. El hecho de que estuviera a favor de compartirla con otros hombres me hacía inmediatamente descartarlo de mi lista de chicos con los que debería besuquearme en el baño de hombres.
—¿Qué pasa? —me preguntó él al ver que ponía distancia entre ambos.
—¿Por qué me besaste?
—¿Qué tiene de malo que lo haya hecho?
—No respondiste mi pregunta.
—Tú tampoco respondiste la mía.
—Adam… —No sabía qué decirle. Necesitaba pensar, y en mi estado Bambi no podía ni siquiera sumar dos más dos. —Iré a casa —anuncié evitando su mirada. Seguido a eso, me bajé del mueble del lavamanos. Miré mi reflejo en el espejo: nariz hinchada, labios rojos debido a los calientes besos que había compartido con Adam, y ojos vidriosos porque definitivamente quería echarme a llorar. Adam era el único chico al que quería besar, y él resultaba tener un sentido retorcido de las relaciones.
—No he terminado de limpiar el desastre que hizo ese tipo —informó Adam. Nuestras miradas conectaron a través del espejo.
—Yo me arreglo después. —Comencé a caminar hacia la salida del baño. Me detuve antes de escapar por completo y me giré para ver la mirada de confusión que enseñaba Adam en sus ojos verdes. —Gracias por ayudarme —dije.
Volví a retomar mi camino, pero fui obstaculizada cuando la puerta se abrió sorpresivamente y dejó entrar a un Mason descontrolado y paranoico. Al verme, me agarró de los hombros y me dio un abrazo que era capaz de romper mis huesos.
—Lo siento tanto, Anna. No tienes ni idea… Yo… Yo de verdad no sé lo que pasó. Ven. Déjame llevarte a un sitio para que te revisen.
Le di una última mirada vacía a Adam, y me dejé llevar por Mason. No entendía para nada la situación. ¿Le gustaba a Adam o qué cosa era la que sentía por mí? Definitivamente, no eran celos. Si él fuera una persona celosa, jamás hubiera dejado a Marie andar con otros dos tipos a la vez. Entonces, ¿por qué conmigo era así? Jamás lograría entenderlo.
CAPÍTULO 8 Respóndeme
Justo antes de conocer a Adam
«Te necesito aquí. ¡Pronto!». Revisé el mensaje de texto que Marie me había enviado hacía diez minutos atrás. Caminaba lo más de prisa que podía mientras dejaba que todo tipo de escenarios trágicos se presentaran en mi mente. Mi prima jamás me había necesitado con esa urgencia, lo que significaba que algo realmente grave estaba sucediendo.
Una vez que divisé el lugar en el que ella me indicó que estaría, aumenté mi velocidad y me introduje en el pequeño local de concreto y cristal, y fui recibida por una ola de aire frio con olor a medicamentos farmacéuticos. Pasé la vista por los diferentes estantes cargados de medicinas y pañales para adultos, y, en el fondo, cerca del área de bebidas, encontré la mata de pelo naranja que esperaba por mí. Marie me reconoció y me agitó su mano de forma enérgica para que me reuniera con ella.
—¿Qué sucede? ¿Cuál es la emergencia? —pregunté con la respiración entrecortada, y con mi cabello marrón pegado a los costados de mi cuello y de mi nuca.
—Sucede eso —dijo señalando hacia un anciano canoso que cobraba en la única caja registradora de la farmacia. No miraba nada de especial, además del nombre «Rex» grabado en el rectángulo de su gafete.
—¿Qué con él? —pregunté.
—¡Que él conoce a mi mamá! Le va a decir en cuanto vea que llevo estos —Extendió la palma de su mano y me mostró un paquete de condones con sabor a Mango travieso.
Levanté una ceja y me pregunté vagamente para qué alguien querría ponerle sabor a un preservativo.
—¿Por qué llevas esos? ¿Eder va a venir esta noche, acaso?
Ella se ruborizó y agachó la cabeza.
—Es que su cumpleaños se acerca y quería regalarle estos, como una broma. Ya sabes, para que los use conmigo. Además, le regalé un pequeño folleto del Kamasutra. Solo quise poner en práctica algunas de las posiciones.
Arrugué la nariz, y traté de ignorar a la señora a nuestro lado que hacía una mueca y nos veía como si fuéramos dos pervertidas.
—No necesitaba esa imagen mental —le reproché a Marie—. ¿Para qué me pediste que viniera, entonces?
—Para que tú los pagaras por mí. Él no te conoce.
—¿Solo para eso salí de mi trabajo, que ni tiempo tuve de cambiarme? —chillé. Ella fijó su vista por primera vez en mi vestuario. Mi jefe era un puerco que nos hacía usar extraños uniformes y camisetas que tenían deletreada la palabra «cariño» justo en la zona del escote. La razón por la que no renunciaba era porque mi familia ocupaba el dinero debido a que mi papá había invertido sus ahorros en un negocio de autos chatarra y a que mi mamá había continuado con la locura de querer convertirse en psíquica. Antes de eso, ella había incursionado en diferentes trabajos: desde estilista de perros hasta podadora oficial de césped. Apostaba mi cuero cabelludo a que ella renunciaría en una semana como máximo, y luego probaría suerte haciendo otra excéntrica y loca cosa para distraer su mente ociosa, la cual recientemente había entrado en estado de menopausia. Lo mismo ocurría con papá. —Y ¿por qué no compras en otro lado? —sugerí. Cualquier persona con medio cerebro hubiera hecho ese acto lógico.
—¡No puedo! Recuerda que el único otro lugar está cerca del trabajo de mi mamá, y ella me mataría si de casualidad me mirara y se enterara de que la que creía era su hija puritana y de virtud intacta anda comprando estos instrumentos pecaminosos.
Resoplé. Sospechaba que simplemente Marie no quería mover un solo dedo.
—Dámelos y acabemos con esto —le dije extendiendo mi mano para que me pasara la pequeña caja color amarillenta.
—Gracias, prima querida. —Sonrió y me la entregó—. Oh, espera. Es que aún no me decido si quiero esos o los de Mora seductora.
—Esta gente necesita pensar en nombres más originales —murmuré con cansancio—. ¿Por qué no llevas los dos?
—¿Los dos? ¿No crees que sería un exceso? —Enarqué una ceja y esperé pacientemente a que me pasara la segunda caja. —Está bien, serán los dos. —Terminé con tres paquetes debido a que Marie había encontrado una promoción de tres por el precio de uno. Finalmente, salimos de la farmacia. Yo iba cargando la bolsa de papel en la que iban metidos los condones. —Por cierto, a que no adivinarás con quién me encontré hoy —preguntó ella riendo, como si fuera una colegiala.
—¿A quién?
—A Mason.
—¿Qué? Ay, no.
—Sip. Me dio su número de teléfono para que te lo pasara a ti.
—No quiero hablar con él. Fue lo suficientemente malo tener que verlo en la graduación mientras me miraba con ojos de perrito triste.
—¿Qué fue lo que le dijiste, al final de cuentas?
—Bueno… —Recordaba haberle dicho que no quería que sus manos con olor a pescado volvieran a tocarme o que había que bajarle el volumen a sus labios. No podía tener un beso normal con él porque siempre acababa de una sola manera: con la barbilla humedecida con saliva y con la falda de mi vestido levantada hasta la cintura. Era exasperante.
—Él es un buen chico. Deberías darle otra oportunidad, así no pasarías sola tanto tiempo. Además, recuerda que el karma es una perra y, en cualquier momento, puede devolverte el golpe. ¿Sabes qué deberías hacer? Pedirle a tu mamá uno de esos amuletos de la buena suerte, o algún amuleto para atraer el amor a tu vida.
—No creo en el karma ni, para el caso, en amuletos.
—Son fantásticos. Compré dos la semana pasada, e inmediatamente sentí una conexión con…
—¿Con quién? Pensé que ya tenías a Eder. No ocupas sentir conexiones con nadie más, ¿o sí?
—Por supuesto. Sentí una conexión con el amuleto, tonta.
—En ese caso, deberías cargar tus compras —le dije empujando a su lado la bolsa de papel marrón—, ya que tú eres la suertuda. Probablemente, a mí se me caigan enfrente de una multitud, y no queremos que eso pase.
Ella chilló y los empujó de nuevo por debajo de mi brazo.
—¡Anna, no me hagas esto! ¡Sabes que, si alguien revela lo que hay dentro, moriré de la vergüenza!
—Ay, solo dices que es goma de mascar y listo. —Volví a pasarle la bolsa, pero ella se movió con rapidez hacia adelante para esquivarme.
—Sé que estoy usando un amuleto de la buena suerte. —Levantó el pequeño collar de piedras redondas que estaba rodeado con plumas de colores—. Pero no quiero tentar al destino.
Me reí y seguí caminando detrás de ella. Lo cierto era que mamá me había enviado esa mañana una serie de amuletos para encontrar el amor. Cargaba uno de ellos en el bolsillo de mis pantalones. El día casi acababa, y dudaba seriamente que dichos objetos fueran efectivos.
—Ya te dije lo que creo de los amuletos. Son puras baratijas falsas.
—Sabes, Anna, nadie insulta los amuletos y sale vivo para contarlo. El amor golpeará tu puerta cuando menos te lo esperes, y es en ese momento cuando el karma se va a cobrar lo que hiciste con Mason —respondió Marie en son de burla.
—Entonces, que me lance su mejor golpe. Estoy lista —dije rodando los ojos.
Y así, sin más, sentí que mi cabeza chocó contra algo que me provocó un dolor agudo, el cual me lanzó al suelo. Fue un golpe duro que me hizo delirar y comenzar a dudar acerca del karma. Antes de caer en la inconsciencia, me pregunté si esa era la forma en que el amor tocaría mi puerta para vengarse de mis burlas.
La oscuridad no tardó en aparecer.
Abrí los ojos levemente. Me sentía desorientada y todo me daba vueltas. Inmediatamente, noté un par de ojos verdes que se clavaban en los míos. Era fascinante verlo. No podía apartar mis ojos grises de los suyos. Él me miraba como una rara atracción de circo, como el acto de esa mujer barbuda a la que no sabías si ver maravillado o asqueado, pensando en la cantidad de pelaje que crecía por sus mejillas y por sus axilas debido a la ayuda de esteroides. Toqué con mis dedos mi rostro. No. Ningún rastro de barba, que yo supiera. Entonces, ¿por qué me miraba tanto?
A mi lado, mi prima Marie se estaba riendo y señalándome con el dedo. Busqué a mi alrededor, preguntándome por qué había un círculo de gente que me rodeaba.
No fue sino hasta que el atractivo chico de ojos verdes me tendió una mano que me di cuenta de que estaba tirada en el suelo.
Actualidad: ya conociendo a Adam
Mi nariz seguía en proceso de recuperación, pero, a pesar de todo, no tenía tan mal aspecto como antes. Cliff me había mandado a la freidora porque decía que, estando en la caja registradora, provocaba pérdida de clientes, ya que una nariz ligeramente morada no encajaba con el perfil de un «restaurante de categoría», como él lo llamaba.
Mientras depositaba las papas prefabricadas, de la bolsa a la freidora, no podía dejar de pensar en Adam. En sus besos, en lo bien que se habían sentido sus manos sobre mi piel. Definitivamente, yo necesitaba terapia. ¿Quién se enamoraba de alguien al que no le importaba que su novia le fuera infiel? A menos que ya no la amara…
—¡Annie! —gritó Cliff y me hizo dar un brinco de sorpresa, lo que provocó que varias papas se salieran de la bolsa y cayeran al suelo—. ¿Dónde está el chico bolsillos-repletos-de-dinero?
—¿Adam? —Asintió pasando sus manos por su voluptuosa barriga. Uno de los botones de su camisa se había desabrochado. Nunca había pensado que un ombligo pudiera llegar a ser tan peludo. —No lo sé —admití dirigiendo mi vista lejos del ombligo de Cliff.
Lo había intentado, de verdad que había intentado hablar con Adam el domingo siguiente al concierto, pero no me había atrevido a tocar mi celular para hacerle una llamada.
—Cuando una persona se compromete conmigo a ser un empleado, espero respeto y cumplimiento a su palabra… —detuvo su discurso para observar las papas tiradas en el suelo y frunció el ceño—. ¿Qué es todo este desperdicio?
—Fue un accidente.
—De ahora en adelante, pagarás por cada alimento que malgastes.
—Pero… Pero yo no…
—Llegué —anunció de repente Adam al aparecer frente a nosotros. Su cabello lucía mojado, como si acabara de salir de la ducha. Sus ojos me escudriñaron brevemente y luego fijó su mirada en Cliff—. No sabía a qué hora tenía que estar.
Adam se encogió de hombros y Cliff resopló.
—Bien. Te pondré junto a Anna. Que ella te diga lo que hay que hacer.
Con eso, caminó lejos, ajustando la chaqueta de su traje color marrón y, antes de entrar a su oficina, se giró hacia mí una vez más y alzó su dedo índice en mi dirección.
—No quiero ver una sola papa sobre el suelo —advirtió. Luego continuó su camino.
—Vaya, para un tipo que se está quedando calvo, tiene suficiente vello en su ombligo —murmuró Adam—. Y ¿qué es lo que tengo que hacer? —Él apenas hacia contacto visual conmigo.
No sabía qué rayos pasaba por su cabeza. ¿De nuevo regresábamos a la incomodidad? No tenía sentido: me besaba y luego se enojaba. Ja. Bien, si me iba a tratar como una desconocida, yo iba a hacer lo mismo. Tal vez, podía incluso divertirme en el proceso.
—Para empezar, ve y limpia los baños. Cuando termines, hay mesas con chicles secos pegados que necesitan ser raspadas.
Él hizo una mueca de asco, pero no protestó más. Salió en dirección a los baños sin siquiera renegar. Ese no era el Adam que yo conocía. El Adam normal hubiera murmurado y protestado conmigo hasta que lo hubiera dejado en paz.
—¿Qué le has hecho? —preguntó Mirna, quien también apareció por la cocina mientras limpiaba el área y veía la salida de Adam—. ¿Están enojados? Oh, su primera pelea. Me gustaban las peleas por las reconciliaciones. Confía en mí, cariño: las reconciliaciones entre pareja siempre son de lo mejor. —Me guiñó un ojo y se movió hacia la oficina de Cliff, no sin antes retocar su lápiz labial y subir un poco más su uniforme de limpieza.
—¿Por qué están Adam y tú peleados? No me digas que él tiene que ver con la masacre a tu nariz —preguntó Rita mientras estábamos en nuestro descanso de la tarde, en medio de los vestidores para empleados.
—No… Bueno, en parte. —Suspiré—. No sé.
—No me has contado qué sucedió el sábado. Es obvio para todos que ambos están enojados. Cuéntame.
Rita tenía unos ojos increíblemente marrones y sagaces. Su cabello color café era corto y perfectamente liso; su apariencia era la de alguien en la que fácilmente podías confiar. Y yo, definitivamente, confiaba mucho en ella. Pero el hecho era que ni yo misma sabía por qué él estaba enojado conmigo.
—Adam me besó —admití finalmente.
Rita abrió la boca y luego la cerró de golpe.
—¿Cuándo?
—Fue en el concierto del sábado.
—No puedo creerlo… Perdí la apuesta —balbuceó ella.
—¿Qué? ¿Cuál apuesta?
—¡Lo sabía! —gritó Gustavo al aparecer de la nada con una bandeja de comida— ¡Gané! ¡Les gané a todas! Ahora paguen.
Mirna, quien justo estaba remojando sus pies en agua caliente al otro lado de la habitación, murmuró una protesta y comenzó a sacar su billetera del delantal.
—Otro día más, y hubiera ganado —se quejó Dulce retocando su maquillaje gótico. También sacó dinero de su bolso.
—Esperen… —comencé a decir atónita. Estaba confundida— ¿Ustedes apostaron a que Adam iba a besarme?
Rita asintió avergonzada.
—También apostamos a quién iniciaría el beso —mencionó Gustavo con orgullo.
—Y qué día —añadió Mirna masajeando la planta de sus pies.
Me sentía indignada. Seriamente indignada.
—¿Cuánto tiempo llevan apostando a mis espaldas?
—Uff… Meses —respondió Gustavo cobrándoles a las chicas el dinero que había ganado.
—¿Todos sabían?
—Solo fue entre nosotros —se apresuró a responder Rita.
—¿Qué día apostaste que sería? —le pregunté a ella.
Sus mejillas se enrojecieron.
—A inicios de la semana pasada. Pero fue el sábado, ¿verdad?
La asesiné con la mirada. Aunque, de hecho, Adam me había besado antes del sábado, pero no pensaba hacer que ella ganara dinero a mis expensas.
—¿Segura que fue Adam el que te besó? ¿No fue al revés? —sonsacó Dulce.
Mis mejillas comenzaron a arder.
—¡Fue él! Y sí, nos besamos. ¡Adam me besó! —grité para que dejaran de mencionarlo.
—¿Quién apuesta a que hubo lengua? —chilló Gustavo.
La mano de Mirna se alzó inmediatamente.
—De hecho… —Adam apareció frente a nosotros y se apoyó contra los casilleros del vestuario—. Yo puedo asegurar que allí hubo algo de lengua, sí.
«Ay, trágame tierra».
El lugar se puso silencioso de repente. Mirna bajó lentamente su mano.
«¿Por qué tuve que abrir la boca? ¿Por qué?».
Adam estaba vestido con el uniforme del restaurante: camisa color amarillo huevo y pantalones desabridos en tonalidad caqui. Él comprobaba mi teoría de que, sin importar lo que Adam usara, cualquier cosa le quedaba bien. Él se acercó lentamente hacia mí, con sus brazos cruzados y con sus ojos verdes observando a todos los presentes.
—Apuesto a que justo ahora quiere besar a Anna —murmuró Gustavo por lo bajo para que Adam no lo oyera, pero algo en su mirada me dijo que sí lo había escuchado. Tuve que darle una patada a Gustavo para que se callara.
—Entonces…, ¿de qué otra cosa hablaban? Aparte del beso entre Anna y yo —preguntó Adam. Nadie respondió y yo comenzaba a ponerme nerviosa. Las manos me sudaban y sentía la estúpida necesidad de hipar y de morderme el cabello. Mi rostro, de por sí enrojecido, se puso el doble de ruborizado. Cuando era pequeña, mi mamá solía decirme que tenía la tendencia a guiñar mi ojo izquierdo cada vez que me encontraba en una situación fuera de mi alcance, pero en ese instante estaba segura de que lo parpadeaba mil veces por segundo, como una cámara fotográfica en modalidad ráfaga o sucesión. —Bien. ¿Nadie va a decir nada? —preguntó Adam. Se quitó la gorra y sacudió su cabello negro, por lo que salpicaron algunas gotas de sudor que cayeron en mi regazo. Lo tenía demasiado cerca.
Me levanté rápidamente de mi asiento, tratando de encontrar alguna excusa para alejarme y minimizar mi vergüenza. Pero, en menos de un segundo, Adam se encontraba en la estrecha salida de los vestuarios y, antes de que yo pasara a su lado, él estiró la mano y me cerró el paso.
—¿Te vas tan rápido? Pero si apenas comienza el descanso —dijo en son de burla.
—Tengo trabajo extra que hacer. —Me agaché para pasar debajo de su brazo, pero él se movió para de nuevo cerrarme el paso. Quería golpearlo. Con fuerza. Era un tonto.
—No estoy para esto —murmuré con los dientes apretados—. Tengo que freír más papas.
—Entonces, déjame ayudarte. A no ser que quieras que le limpie la nariz a cada cliente antes de entrar. Hablando de eso, ¿cómo sigue la tuya? —dijo esto último en un tono mucho más amable.
—Ya mejor. Solo fue un poco de hinchazón, nada grave.
De repente, sus largos dedos estaban sobre mi mentón, acariciándolo. Alzó mi barbilla para que lo viera a los ojos. Resoplé. En ese momento sí que quería verme, ¿no?
—Lo sabía. Tu campesino-ordeña-vacas no es capaz de dar un buen golpe como para romperte la nariz.
—Adam… ¿Podemos hablar luego?
Él desvió la vista hacia donde nuestro público se encontraba y escuchaba atentamente la conversación.
—Todos, salgan. Quiero hablar con Anna a solas —dijo él con una voz de mando.
—Si la vas a besar de nuevo, puedes hacerlo aquí, frente a nosotros. Pero yo no me salgo. Cliff nunca nos da buenos descansos —se quejó Gustavo llevando sus manos a las caderas y actuando como adolescente hormonal.
¿Adam pensaba besarme nuevamente? Mi rostro enrojeció de vergüenza con solo oír la mención de aquello. Pero la verdad era que yo también quería que me besara y que yo perdiera la conciencia en el intento. No me importaba si después él quisiera correr a los brazos de mi prima…
Detuve ese hilo de pensamientos antes de que terminara aceptando una extraña relación compartida con Adam. Era fácil caer en la tentación, y más cuando dicha tentación no dejaba de acariciarte la barbilla ni de oler condenadamente masculino.
—Vamos. Hay que darles algo de privacidad —dijo Rita. Se puso en camino hacia la salida.
—Espera, yo me iré —intervine antes de que saliera e interrumpiera los pocos minutos que tenían para descansar. Además, Mirna seguía con la atención de sus pies y el lugar ya comenzaba a oler a queso rancio.
—Iré contigo —concluyó Adam de forma resignada.
Antes de marcharme, busqué con la mirada a Rita. Ella me transmitió algo de valor y una sonrisa de ánimo.
—¿De qué querías hablar conmigo? —le pregunté a Adam justo cuando intercambiaba lugar con la otra chica que se encargaba de la freidora.
Adam tomó una papa y la sumergió en uno de los enormes botes tamaño industrial de salsa de tomate.
—El tipo ese, tu exnovio, ¿te llevó a casa después del concierto?
—¿Quieres hablar de Mason? —El desconcierto se podía escuchar fuerte y claro en mi voz. Yo pensaba que hablaríamos del beso y de cómo había sido un error que no se volvería a repetir y bla, bla, bla… Conciencia, conciencia… Bla, bla… Culpa, Marie… Más bla, bla, bla.
—Respóndeme —pidió simplemente.
Suspiré.
—Sí. Me llevó a casa. Estoy en una sola pieza, como puedes ver. —En una sola pieza y vestida como un canario vulgar, cortesía de mi jefe. El amarillo no era mi color. Para nada.
—Espero que se haya disculpado contigo porque, si no lo hizo, soy capaz de romperle el cuello y lisiarlo de por vida.
—Él se disculpó. No fue su intención lastimarme. —Apilé a mi lado una de las bolsas herméticas que contenían las papas congeladas y rebanadas en tiras. Mientras tanto, vigilaba que la carne de la hamburguesa estuviera bien cocida.
—¿Qué hicieron después Mason y tú? —preguntó de manera casual.
Rodé los ojos.
—Dormimos juntos —dije sarcásticamente.
—Este no es un momento para que juegues conmigo, Anna —recriminó en un tono serio. Pensaba que la vena de su frente explotaría—. Contéstame una cosa: ¿lo besaste a él después de besarme a mí?
Si hubiera estado bebiendo agua o comiendo algo, ya hubiera escupido todo.
—Guau, alto ahí. ¿Sabes? Yo podría preguntarte lo mismo. ¿Besaste a Marie después de besarme a mí?
—Quiero que me respondas primero. ¿Lo besaste? —Me negué a abrir la boca y me crucé de brazos. ¿A qué se debía todo eso? De todas formas, no me gustaba hablar del beso. Me daba vergüenza y se sentía tan real que daba miedo. —Anna… Me estás matando. Por favor, responde —suplicó en un tono de voz que me calentó en las partes correctas.
Sentí como si una parte de mi corazón se derritiera. Sus ojos verdes lucían desesperados y sin consuelo.
—¿Por qué quieres saberlo? —En un arrebato, su mano golpeó la bolsa de papas congeladas a mi lado, y esta cayó al suelo, lo que hizo que todas se regaran en el piso. —Ay, no, ay, no… —Hiperventilé viendo el desastre que era la cocina. La chica que servía los alimentos detrás del mostrador eligió ese momento para gritar por más papas y un tipo de hamburguesa que incluía tocino. —Esto es un desastre —murmuré, aún paralizada en mi sitio. Solo podía recordar a Cliff cuando me decía que tendría que pagar por cada alimento malgastado—. Tengo que recoger esto… Yo… —Me agaché rápidamente y comencé a tomar con mis dedos lo que se había caído al suelo y traté de devolver las papas a la bolsa. —No importa que se hayan caído, ¿verdad? —consulté angustiada. Adam solo me miraba con la mandíbula desencajada—. Se supone que los alimentos congelados no agarran gérmenes, ¿cierto? —Solo rogaba que un inspector de salubridad no entrara por esa puerta porque, si no, estaría realmente jodida. Un momento, ¿no era malo darle a los clientes comida que había estado previamente en el suelo?
—Anna… —murmuró Adam. Mis dedos comenzaron a insensibilizarse y tenía un único objetivo en la mente: que Cliff no me viera. —¡Anna! —exclamó Adam agachándose a mi lado y sujetando mis muñecas para elevarlas en el aire.
—¡¿Qué haces?! ¡Tengo que apresurarme antes de que alguien vea esto!
—Necesito que me escuches, nada más… —él explicó. Logré soltar mis muñecas y volví a mi labor. —¡Suficiente! —Adam me lanzó un chorro de salsa de tomate del bote más cercano. Cayó en mi mejilla, en parte de mi boca, y podía sentir que se deslizaba por mi cuello y por mi blusa.
—¿Qué hiciste? ¡¿Qué hiciste?! —grité como animal rabioso. No dejaba de pensar en lo poco que ganaba de sueldo y en lo reducido que sería mi pago por culpa de ese idiota y sus desastres. Me sentía furiosa, enojada y frustrada con Adam. Actué sin pensar y tomé lo que fuera que había encontrado más cerca y se lo lancé a la cabeza. Resultó ser un pequeño molde de aluminio lleno con mostaza. El lado izquierdo de su cara se volvió amarillo. Y ahí fue cuando comenzó la guerra.
Él me lanzó más salsa de tomate a la ropa y al rostro. Yo tomé puñados de las papas congeladas y se las disparé en todas direcciones. Cuando se le acabó la salsa, se puso de pie, tomó hojas de lechuga —que se encontraban perfectamente cortadas en un empaque sellado— y me las lanzó. Por culpa de la salsa de tomate que tenía en el pelo, la lechuga se pegó y se metía en los lugares menos cómodos de mi blusa. No quise quedarme atrás y, poniéndome también de pie, agarré una botella de mayonesa y comencé a rociar a Adam. Lo perseguí mientras se movía entre la máquina de helados y el horno, donde más de una docena de panes se estaban calentando.
—¡Detente! —vociferé cuando vi que activaba la máquina de helado y me lanzaba pequeños puñados en la espalda. —¡Adam! —volví a gritar cuando él me agarró de la cintura y vació un bote entero de mostaza en mi cabeza.
—¡Ahora sí tienes que escucharme! —dijo entrecortadamente, con la respiración agitada debido al esfuerzo de perseguirnos el uno al otro.
Era vagamente consiente de un pequeño grupo de espectadores parados lejos de la zona del desastre, quienes nos observaban con diversión.
—¿Qué quieres? Dilo de una vez. —Traté de no escupir la cantidad de sustancias que rodeaban mi boca en ese momento.
—¡Dios! Solo dime si te gusto —soltó finalmente. Eso me tomó por sorpresa y me quedé paralizada. Los dedos de mis pies hormigueaban y mi estómago se retorcía como cuando quería vomitar, pero era por eso o porque comenzaba a darme náuseas tanta comida. Abrí la boca para decir algo, pero la cerré rápidamente. ¡Me quedé en blanco! —Por favor, Anna, responde —me pidió con cierto pánico en su voz. Me sostenía por la cintura y su rostro estaba a centímetros del mío. —¿Lo besaste a ese tipo Mason? ¿Sigues sintiendo algo por él? —insistió con voz temblorosa, poniéndose serio nuevamente.
Las lágrimas se empezaban a acumular en mis ojos. Aparté la mirada y fijé la vista en el punto de mostaza que manchaba la pared.
—No. No besé a Mason, tampoco siento nada por él —respondí después de unos segundos.
Alivio se reflejó en los músculos de Adam. Tentativamente, alcé la vista para verlo.
—¿Y en cuanto a lo otro? —quiso saber.
Jamás lo había visto tan inseguro y miserable. No podía creer que estaba diciéndole aquello. Solo rogaba que no se fuera a burlar de mis sentimientos.
—Resulta que me gusta alguien, aunque el tipo es un completo idiota.
Esta vez Adam sonrió mostrando sus dientes.
—Es un idiota suertudo, entonces —aseguró él.
—Es un idiota que ya está en otra relación.
—Es un idiota que no sabe cómo dejar de serlo.
—Adam, tú tienes a Marie…
Rápidamente, él colocó dos dedos en mi boca para evitar que continuara hablando.
—Ya no más.
—¿Cómo que ya no más?
—Ella y yo terminamos, Anna. Rompimos.
—¿Qué…?
Apenas podía procesar la noticia cuando, de repente, apareció Cliff frente a mí. Su rostro estaba rojo por la cólera; su prominente barriga se agitaba al caminar; y la vena de su frente parecía cobrar vida propia.
—¡Annabelle Green! —bramó fuertemente. Oh, no. Cuando utilizaban el nombre completo, la cosa se ponía fea— ¡Estás despedida!
CAPÍTULO 9 Sobrante
Algún tiempo atrás, antes del despido
—Anna, hoy saldré con Adam —fue lo primero que me dijo Marie cuando entró a mi habitación sin siquiera llamar a la puerta.
No hice ni el más mínimo esfuerzo por despegar la vista del libro que estaba leyendo. Se trataba de un chico y una chica que eran amantes, y mantenían una bella relación. Hasta que ambos murieron en un trágico accidente, pero reencarnaron veinte años después en distintos cuerpos, y terminaron siendo hermanos.
—¿Para qué necesito escucharlo? —pregunté casi sin prestar atención. Ya iba por donde las cosas se ponían buenas en el libro. Oh, hombre, ambos hermanos se estaban viendo a los ojos, ¡Se reconocieron! ¡¡Se besaron!! ¡¡¡No había nadie en casa!!! ¡¡¡¡Las cosas se empiezan a poner candentes!!!!
—¡Anna! —gritó Marie al ver que no le daba importancia a lo que decía. Ella me quitó el libro y ojeó la cubierta.
—¿Relaciones prohibidas? —leyó el título con cierto escepticismo—. ¿En serio? Todo el mundo sabe que, cuando le añades «prohibido» al tema, terminas cediendo. Sabes que no debes, pero igual lo haces. Realmente odio que el título lleve una advertencia.
Lanzó el libro hacia el pequeño escritorio de madera que se encontraba en la esquina opuesta de la habitación.
Me crucé de brazos.
—¿Qué quieres, entonces? —pregunté molesta.
—Ya te dije: hoy es mi noche dedicada completamente a Adam. —Sonrió con picardía—. Si viene Eder en mi ausencia, le dices que estoy con mamá. Él es demasiado caballeroso como para llamarla y comprobarlo. —Se puso frente a mi armario y comenzó a examinar la poca ropa que tenía.
—¿Por qué crees que voy a ayudarte? Ya sabes lo que pienso del hecho de que veas y te acuestes con dos tipos a la vez. Es asqueroso.
Ella se giró para verme mientras yo me acomodaba en la cama y abrazaba una de mis almohadas.
—Porque, Anna, no querrás que tus padres sepan el vergonzoso acto de delincuencia que cometiste el otro día.
Desvié la vista hacia otro lado para fijarme en el patrón geométrico de mis cortinas azules.
—Me estás chantajeando —afirmé. Era increíble lo mucho que mi prima había cambiado. Había pasado de ser esa niña de rizos rojos que siempre compartía conmigo sus juguetes cuando la iba a visitar, a esa chica de mirada fría y de pensamientos egoístas.
—No pienses en esto como un chantaje —dijo sentándose en la cama conmigo—. Piensa que es un recordatorio de lo mucho que fui de ayuda en ese momento y de cómo ahora yo soy quien ocupa cobrar el favor.
Todavía me daba vergüenza recordarlo. Hacía tres meses había acompañado a Marie a una tienda de ropa exclusiva y carísima. Al salir por la puerta principal, los sensores de alarma se habían disparado y al instante dos guardias de seguridad habían estado sobre mí, revisando mi bolso y mirándome como una condenada delincuente. Había pensado que me deberían una disculpa después de eso, porque obviamente yo no había tomado nada, pero la sorpresa me la llevé yo al ver que sacaban de mi cartera una brillante y sedosa blusa de color turquesa, una que yo había mirado con anhelo desde que había entrado a la tienda. Marie había pagado la multa que me habían impuesto, y también por el precio de la blusa en cuestión. Lo juraba: ni siquiera sabía cómo había llegado eso a mi bolso. En ningún momento me había despegado de Marie y de sus incesantes cambios de ropa, pero nadie había creído en mi inocencia. Tal vez me había vuelto cleptómana y ni siquiera lo sabía.
—¿A qué hora estarás de vuelta? —indagué de mala gana. Le debía mucho a Marie, no solo monetariamente hablando, sino que también le debía por no haber dicho nada a mis padres, o peor, a sus padres, quienes adoraban hacer sentir pequeña a mi familia.
—No tardaré mucho. Como máximo, estaré en casa a las tres.
—¿A las tres de la mañana? Eso es exagerado.
—Anna, Anna, Anna. Definitivamente, no sales mucho. Después de las doce, la cosa se pone buena. Te invitaría, pero tú eres muy reservada con eso. —Se giró de nuevo hacia mi armario y sacó… la blusa turquesa, que mantenía escondida en el fondo. Odiaba esa cosa. Marie había tenido el descaro de comprarla y dármela como regalo. Por supuesto que no me la había puesto ni un solo día. —¿Me la prestas? Veo que tú no la usas. —Marie sostuvo la blusa en alto y deslizó sus dedos a través de las cintas que se ataban en la espalda. Era una blusa hermosa.
—Claro —dije en un suspiro.
Ella chilló e inmediatamente se dirigió a la salida de la habitación. De todas formas, yo jamás la usaría, no después de haber pasado por la vergüenza que había pasado ese día. Hasta me habían tomado fotografías instantáneas y las habían pegado en una pared de anuncios para etiquetarme como ladrona. Nunca había vuelto a pasar por esa tienda para verificar si mi foto aún continuaba en el tablero.
Después de sentirme melancólica, regresé a tomar mi libro y a perderme en la relación complicada entre Dorian y Selene. Odiaba y amaba las relaciones complicadas, pero, si yo estuviera en una, definitivamente no manejaría muy bien las cosas.
Mis ojos se abrieron en alerta. Todo era oscuro a mi alrededor y las voces se escuchaban a través de la sala. Yo aún me encontraba somnolienta y cansada. Bajé de la cama y busqué a tientas mis cómodas pantuflas afelpadas con forma de conejito; luego, caminando como zombi, salí de mi habitación y fui directo hacia donde el ruido se escuchaba cada vez más fuerte. Desde donde me encontraba, podía ver la luz de la sala encendida; entonces, lo vi: Adam. Estaba sentado en el suelo bebiendo una botella de licor y Marie se encontraba a su lado, tomando con él.
—¿Qué hacen? —croé en su dirección. Ambos se pusieron alarmados y asustados, pero, cuando vieron que se trataba de mí, se relajaron. Después de unos segundos, ambos simultáneamente comenzaron a reírse a carcajadas. Me froté los ojos con las palmas de las manos, miré hacia donde estaba ubicado el reloj en la pared: las cuatro de la madrugada.
—Bonito pijama —observó Adam.
Entonces, bajé la vista hacia mi ropa. La vergüenza me carcomió de inmediato. Llevaba puesta una camiseta con la cara de los chicos de One Direction y, en medio, un gran corazón rosa señalaba al rubio de ellos. La usaba únicamente para dormir, ya que mucha gente me molestaba y me llamaba asaltacunas, codicianiños o, si no, me decían que los dejara crecer. Todavía no lograba entender por qué me decían esas cosas. ¡La mayoría de ellos tenían exactamente la misma edad que yo! Además, había comprado la camiseta en una venta de garaje. Había sido una ganga a la que no pude decir que no, junto con las pantuflas de conejito.
Detuve la inspección de mi camiseta en cuanto escuché a Adam comenzar a cantar una de sus canciones:
—«Baby you light up my world like nobody else»… —Las palabras le salían pegadas y casi no se le podía entender, pero pronto Marie se le unió en el coro. Ahora era yo la que se estaba riendo. Ambos sujetaban sus puños tratando de imitar micrófonos en el aire. Definitivamente, los dos estaban borrachos. Justo iba caminando en dirección a la cocina cuando Adam se puso temblorosamente de pie y gritó—: ¡Anna…! Quédate.
Me detuve a unos tres metros de la puerta de la cocina y giré mi rostro hacia él.
—Solo… voy por agua.
Adam me miraba de una manera tan intensa que hizo que mi corazón diera un tropiezo en mi pecho y se desviara de su ritmo habitual. ¿Él me estaba pidiendo que me quedara?
De repente, Marie golpeó las inestables rodillas de Adam y él cayó —con botella y todo— sobre el suelo.
—Bésame, bebé —le urgió ella sujetando las solapas de su camisa.
Entonces, él obedeció y sus labios chocaron con los de ella, juntos y torpes. Sentí morir cualquier clase de esperanza que se estaba encubando en mi pecho, como un virus. Alejé mi vista y prácticamente corrí hacia la cocina. Una vez dentro, rebusqué en el refrigerador y encontré una botella de leche fría, por lo que me olvidé del agua. La abrí y me la llevé directo a la boca. Cuando terminé y estaba a punto de pasar la palma de mi mano para borrar el bigote de leche que se había formado sobre mi labio superior, repentinamente, me congelé en plena acción de levantar la mano. Parado, en el mueble de la cocina, había una mofeta. Una pequeña y tierna mofeta bebé que escarbaba entre las plantas de girasoles que Marie compraba para adornar el lugar. Vivíamos en el quinto piso de un edificio estilo mediterráneo, y lo primero que pensé al ver al animal fue lo siguiente: «¿Cómo rayos había hecho para llegar hasta aquí?». Retrocedí en mis pasos, procurando que la mofeta no fuera a asustarse y decidiera rociarme con la asquerosa sustancia con la que todas las de su especie venían programadas. Salí por la puerta y estuve de vuelta en la sala, viendo cómo Marie absorbía la boca de Adam. Finalmente se separaron y, como si nada hubiera pasado entre ellos, Adam continuó cantando lo mismo que antes.
—«You don’t know oh, oh, you don’t know you’re beautiful». —Hipó en la última parte y luego cambió de artista. La canción siguiente era una de Selena Gómez.
—Cariño, tienes que irte —dijo Marie arrastrando las palabras—. Se supone que Eder va a venir pronto.
—No me gusta que me digas «cariño» —se quejó él—. Para esa gracia, prefiero que me llamen Lady Agustina. ¿Oíste, Anna? Laaady Aguuustina.
Sip, estaba borracho.
—No quisiera interrumpirlos —comencé a decir rápidamente—, pero hay una mofeta en nuestra cocina.
Ambos me miraron atentamente y luego se echaron a reír, tanto que Marie tuvo que correr en dirección al baño para evitar orinarse en la alfombra del suelo.
—Eres divertida —dijo Adam poniéndose de pie, y caminó a ritmo de tortuga hacia mí—, tienes un… —Se paró a centímetros de mi rostro y luego hizo una cosa de lo más inesperada: me tomó de los hombros y me empujó cerca de su cuerpo.
—Adam… Estás borracho; tengo sueño; Marie no tarda en venir; y hay una mofeta en la cocina, escarbando las plantas y probablemente comiendo insectos. Definitivamente, este no es un buen momento para…
—Solo hay algo que quiero hacer. —Su boca estaba tan cerca de mi rostro que pude oler el alcohol en su garganta. Tal vez era vodka. No lo sabía. Sus dedos recorrieron mi labio inferior y de ahí se trasladaron al labio superior; entonces, se movieron un poco más arriba, cerca de mi nariz. Yo estaba paralizada. Debía ser ilegal que un chico pudiera descontrolar mis nervios y darle la vuelta a mi mundo entero con un solo toque. En especial, si dicho chico estaba borracho y probablemente no recordaría nada de aquello mañana. Sentí los dedos de Adam sujetar mi barbilla y, en lo profundo de mi egoísta y masoquista mente, quise que él me besara. Lo quería tan mal… Pero no lo hizo, solo se quedó repasando sus dedos por encima de mi labio superior, y luego… Luego se los llevó a la boca para chuparlos—. Te ves adorable con esa camisa y con ese bigote de leche —susurró. Se relamió los labios con la lengua mientras yo aún me encontraba sin palabras y mirándolo como una idiota.
Mi pequeña burbuja se rompió cuando escuché pequeños golpes en la puerta principal. Mis ojos viajaron inmediatamente hacia ese lugar, y la voz de Eder sonó amortiguada del otro lado. Para mi desgracia, Adam retiró los dedos de mi rostro e intentó correr para abrir la puerta.
—¡Adam! —grité lo más bajo que pude—. Regresa aquí. Es el novio de Marie.
Él me miró confundido, como si le hubiera hablado en japonés.
—Nooo. Yo soy el novio de Marie. —Lo tomé del brazo y comencé a caminar hacia mi habitación, pero puso resistencia y plantó sus pies en el suelo—. ¿No debería presentarme? —preguntó negándose a seguir caminando—. ¿Sabes? Mi madre, antes de morir, me enseñó que siempre tenía que tener buenos modales. —Eructó en mi cara y se echó a reír. —Lo siento, nena…
—No te disculpes —lo detuve en seco—, solo lo empeorarás. Ahora muévete si no quieres despertar hecho picadillo.
—En realidad, no puedes despertar si ya estás hecho picadillo. No tiene sentido que…
Lo empujé a través de la puerta de mi habitación y cayó directo al suelo.
—Quédate aquí. Solo tengo que ir allá un momento. —Cerré la puerta y corrí hasta la entrada principal para abrirle a un muy somnoliento Eder.
Su cabello estaba revuelto bajo una gorra celeste desteñida y sus músculos se ceñían en la tela de su camiseta del equipo de fútbol.
—Hola, Anna. Lamento despertarte a esta hora, pero Marie llamó hace poco. Dijo que le dolía el estómago; le traje medicinas. —Levantó la bolsita plástica y me sonrió sin muchas ganas.
—Claro, pasa. —Extendí la puerta abierta mientras le abría paso.
Inmediatamente una voz masculina se comenzó a escuchar a lo lejos. Cantaba una canción que probablemente era de Selena Gómez. Al menos, ya tenía material para molestarlo por los próximos días.
—¿Qué es eso? —consultó Eder moviendo su cabeza en todas direcciones, como queriendo encontrar de dónde provenía el sonido—. ¿Alguien está cantando?
Me aclaré la garganta.
—Sí, es que soy aficionada a esos programas de karaoke.
—¿A las tres de la mañana? —Examinó el reloj de la pared.
Me sonrojé y maldije por lo bajo. Esta noche iba a ser larga.
—Sí. Soy rara —acepté, porque no sabía cómo rellenar los silencios incómodos que siempre se tenían con Eder. Sí, el chico era guapo y bien esculpido. Sus rasgos eran suaves y el tipo era más callado que la «h». Pero, cuando intentábamos entablar una conversación, ambos éramos nulos para eso. Nunca había apreciado tanto la confianza y la familiaridad al hablar con Adam, hasta ese momento—. Marie está en su cuarto. Ya conoces el camino —me apresuré a decir. ¿En serio le había dicho que era rara?
—Gracias. —Él caminó en dirección al cuarto de mi prima, y así logré evitar un gran desastre. Como siempre, Anna salvaba el día.
Regresé a mi larga noche —más bien, madrugada— para oír nuevamente los gritos de Adam. Cuando entré en mi habitación, él ya estaba acostado en mi cama, sosteniendo el libro que había estado leyendo esa tarde. Me vio entrar y se apoyó en un codo para poder verme la cara.
—¿Relaciones prohibidas? —preguntó elevando ambas cejas—. ¿Este es de esa clase de libros no aptos para menores de edad? Anna, me sorprendes.
Me ruboricé y traté de quitarle el libro de sus manos, pero él lo llevó fuera de mi alcance.
—Adam, no bromeo. Dámelo.
—Oh, entonces sí es de esos.
—No, no lo es. —Intenté atraparlo de nuevo; sin embargo, él se movió rápidamente y lo alejó de mí. Tomé una de las almohadas de mi cama y se la lancé a la cara—. Dámelo —repetí furiosa. Si no tenía cuidado, podía romper alguna página.
—No quiero.
—¡Agh! Pero ¡qué inmaduro! —Lo seguí golpeando, e incluso le hice cosquillas para que me lo diera. De alguna manera, terminé encima de él en la cama; mi rostro, a centímetros del suyo. Me hice agua al recordar sus dedos sobre mis labios cuando quitaban las marcas de mi bigote de leche para luego él llevárselos a la boca—. Lo quiero de vuelta. Y más vale que esté en buen estado.
—¿Qué pasa si hago esto, entonces? —Metió el libro bajo su espalda mientras esta se presionaba contra el colchón. En un arrebato, me subí a horcajadas sobre él y comencé a moverlo para llegar a su espalda. El alcohol lo hacía lento, y recuperé rápidamente mi libro. Lo llevé directo a mi pecho y lo sostuve por un rato. Me encontraba jadeando debido al esfuerzo, pero no tanto como para no notar que la camiseta de Adam se levantaba en los bordes, justo lo suficiente como para que llegara a tener un buen vistazo de su abdomen y del tatuaje en su espalda—. Hueles a lavanda —dijo él repentinamente mientras presionaba su nariz contra mi pelo. ¿Era normal que un chico oliera tu cabello de la forma en la que él lo hacía? Entonces, sus mágicos dedos recorrieron mi nuca; escalofríos imparables sacudieron a mi cuerpo—. Me gusta tu cuarto. Está lleno de vida —comentó viendo las paredes de colores y los múltiples cuadros hechos por mí.
—Gracias. Me gusta tu… —todo tu delicioso cuerpo—… cabello de esa forma.
Él resopló por la nariz y, justo cuando llegué a pensar que se había desmayado, me sorprendió al hablarme de nuevo:
—Anna… Sé que soy un completo idiota y que probablemente no necesitas que te diga esto, pero… —se detuvo un momento para hipar—. Nunca, jamás, ni en tus sueños más oscuros te vayas a enamorar de un tonto como yo. Estoy arruinado, te lo digo.
Mi respiración se volvió elevada. ¿Por qué me estaba diciendo eso?—. Buenas noches, nena —fue lo último que le escuché decir antes de que comenzara a cantar otra canción de Selena Gómez.
Esa noche apenas pude dormir algo.
Actualidad
—Esto es tu culpa. —Le lancé a Adam una rodaja de tomate que se deslizaba por la pared más cercana—. Siempre te las arreglas para meterme en problemas. —Estaba histérica. Cliff me había despedido, y todo por culpa de ese pelmazo de cabello negro y ojos verdes.
—Anna, tranquilízate. —Levantó las dos manos al aire, como si fuera víctima de un asalto.
—¿Tranquilízate? ¡¿Tranquilízate?! ¡Ve a tranquilizar a tu abuela! —grité lanzándole más comida que había quedado regada en el suelo debido a nuestra pelea previa.
—Va a ser difícil tranquilizar a mi abuela, ya que ella es la diva de los aerobics para la tercera edad. Se mantiene en movimiento.
—¡Por favor, deja de bromear! No estoy de ánimos desde que, por tu culpa, perdí mi empleo. —Quería echarme a llorar. Ya le había suplicado a Cliff que no me despidiera; sin embargo, él se negó a volverme a contratar. Dijo que conmigo corría riesgos.
—Le pagaré cada centavo que le debas a Porky —aseguró él metiendo las manos en sus bolsillos, y sacó una tarjeta de crédito. Al menos, no eran fajos de billetes.
—No necesito tu dinero, Adam. Es más, si vuelves a ofrecérmelo, directa o indirectamente, voy a patear tu trasero hasta que no puedas sentarte en todo el día.
Él se echó a reír, y eso me enfureció. Comencé a lanzarle más comida desperdiciada.
—¡Suficiente los dos! —Rita me detuvo justo cuando preparaba mi siguiente ataque con cebolla—. Cliff se va a enojar más, así que les sugiero continuar en otra parte. —Me tomó del brazo y me obligó a caminar con ella. Adam se quedó parado como un imbécil viendo mientras me marchaba.
—Es un tonto —dije una vez que estábamos fuera de su alcance. Parpadeé las lágrimas que se querían salir de mis ojos, pero fue inútil: salieron de igual manera, sin mi consentimiento.
—Lo sé —se limitó a decir ella—. Es un tonto que tiene sentimientos escondidos por ti.
Lloré aún más fuerte. Rita me apoyó contra su hombro y le dio suaves golpecitos a mi cabeza.
—Yo no lo quiero. No quiero nada que tenga que ver con él.
—No te engañes a ti misma. A ti te gusta Adam desde hace bastante tiempo.
Entonces, recordé lo que me había dicho antes de que Cliff me despidiera.
—Él terminó con Marie.
Rita me sacó de su cómodo hombro y me miró directo a los ojos.
—¿Terminó con ella? Esas son buenas noticias.
Hice un puchero.
—Pues no tiene nada que ver conmigo; a mí no me afecta lo que haga con su vida sentimental.
—Claro que te afecta. ¿Hasta cuándo vas a dejar de ser tan ciega para poder ver que a él le interesas también? —Me sequé las lágrimas acumuladas con la punta de mis dedos y, a lo lejos, me fijé en una figura masculina, recostada contra la pared—. Está esperando por ti —informó Rita señalando en dirección a Adam—. Ve a hablar con él.
—No tengo nada que decir.
—Claro que sí. Acaba de podar la mala hierba de su jardín. Es el momento ideal para sembrar nuevas semillas.
—Pues esta semilla quiere ser plantada en otro lado. Además, ¿qué clase de persona sería si aceptara salir con él? Es prácticamente el desecho de mi prima. Es como comer las sobras que deja.
Rita abrió mucho los ojos, y yo casi me arrepentí de haber dicho lo que había dicho Me mordí la lengua.
—Entonces, ¿es así como me consideras? ¿Como una sobra? —preguntó Adam tras aparecer demasiado cerca de mí. Sonaba enojado y resentido.
Sí, deseaba no haber dicho eso. Quería disculparme. No sabía que estaba escuchándome todo ese tiempo.
—No se supone que tengas que escuchar conversaciones ajenas —en su lugar, dije eso.
Su mandíbula se tensó y sus lindos ojos verdes se oscurecieron repentinamente. Sin decir otra palabra, salió disparado fuera de mi vista.
«Tonta, tonta, tonta».
—¡Síguelo! —me impulsó Rita.
Y como era común en mi vida, seguí la orden sin pensarlo dos veces.
—¡Adam! —lo llamé mientras corría hacia la salida de emergencia del restaurante. Las alarmas no sonaron, estaban desconectadas desde hacía más de tres años. La salida lo llevó hasta un callejón maloliente en donde se mantenían los contenedores de basura.
—No necesito que me sigas —gritó él, aún sin voltear a verme.
—Lo siento. No quise ser grosera y decir que eras… —no pude terminar la frase. No sabía lo que me había poseído para haber dicho lo que había dicho de él. Mis pies caminaban por inercia, siguiéndolo; así que, cuando Adam se detuvo repentinamente, no pude pararme a tiempo y choqué contra él. Antes de que pudiera caerme y golpear mi trasero contra el suelo, él ya estaba sosteniéndome de mis muñecas y presionándome fuertemente.
—Completa lo que ibas a decir —me retó. Teniéndolo así de cerca, llegué incluso a olvidar mi nombre. ¿Cuál era? Estaba segura de que terminaba en «a». Adam me presionó más cerca y más fuerte—. Te arrepientes de haber dicho que yo era… ¿Qué, Anna?
¡Anna! Cierto. Ese era mi nombre.
—Lamento haberte dicho eso. —Hice una mueca y agaché la cabeza hasta que lo único que vi fue su camiseta amarilla con el logo del restaurante.
Se echó a reír, pero no había humor en ese sonido.
—¿Acaso me veo como las sobras de algo? —Me sacudió levemente y me obligó a alzar la mirada—. ¿Acaso huelo como eso también?
Permanecí callada. Era increíble lo que me hacía ese chico: en un momento, le quería ensartar un tenedor en el cuello, y al siguiente, quería ensartármelo a mí.
—Adam, por favor…
Entonces, me calló de la mejor manera conocida por el hombre: con un beso. Me besó tan fuerte que pensé que mis labios se iban a gastar. Se separó tan rápido que quedé completamente aturdida, pensando en si debía decirle: «Más, por favor».
—¿Acaso también beso como la mierda? —Negué distraídamente viendo directo a sus labios—. Quiero que uses palabras. —Lo miré confundida por un momento. Volvió a acercarme hasta que su frente estuvo pegada a la mía. Me sujetaba únicamente de las muñecas obligando a mis pies a ponerse en puntillas—. Dime, ¿también beso como la mierda? —preguntó tranquilamente rozando sus labios con los míos. Ese hombre me iba a volver loca. De pronto, su boca estuvo sobre la mía, poseyendo todo a su paso, besándome con lentitud y con fuerza. Mi respiración se aceleraba mientras él continuaba dominando el movimiento de nuestros labios. Finalmente me soltó, y el efecto Bambi se hizo presente inmediatamente.
—Besas muy bien, mejor que bien —dije aún en mi estupor, alargando la «u» por demasiado tiempo.
Él se limitó a darme una sonrisa ladeada y lentamente soltó mis brazos.
—Entonces, ¿por qué dijiste eso?
La neblina que cubría mis pensamientos fue desapareciendo.
—Lo siento. Es solo que acabas de terminar con Marie. Ni siquiera entiendes lo horrible que sería el que dijeran que al día siguiente encontraste su reemplazo. No es que me considere como el reemplazo, pero… ¿en qué clase de persona me convierte eso? No quiero que piense que me voy a quedar siempre con sus sobras… —Y lo hice de nuevo, solo que esa vez lo llamé «sobras».
—Tienes derecho a llamarme como quieras —respondió tranquilamente—. Soy un jodido imbécil que hizo que te despidieran de tu empleo soñado.
—No es mi empleo soñado. Y lo siento, no pretendía decirte de nuevo sobra.
—Te entiendo. Y sé que me lo merezco, pero te pido que me des una oportunidad, solo una para demostrarte que este sobrante puede llegar a valer la pena.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Lo que quiero decir es que probablemente seré tu ruina, lo peor que te haya pasado. Soy como un virus ébola multiplicado por cien, pero, Anna, estoy completamente seguro de que no tenerte cerca, ni por un segundo al día, hace que mi piel deje de sentir. Sé que suena estúpido y cursi, pero te quiero solo para mí, y con Marie jamás sentí la necesidad de partirle la cara al primero que le veía el trasero. Y no sabes las veces que deseé romperle la quijada a tu ordeñavacas por mirarte de la forma en que lo hacía.
Me reí nervosamente y fijé mis ojos en los suyos. Oír sus palabras me derritió de los pies a la cabeza.
—Adam, las cosas no son tan fáciles…
—Solo di que sí, y yo me encargo de todo si el mundo se viene encima.
—Dame tiempo para pensarlo.
—Nena, por favor, acaba con mi sufrimiento ahora. Prometo alejarme de tu vida si lo echo a perder; y vaya que lo voy a echar a perder miles de veces antes de comenzar a hacerlo bien, pero quiero descubrirlo a tu lado. No creo que pueda soportar a otro imbécil que babee por tu cuello.
Sonreí de lado.
—Entonces, ¿me estás diciendo que tú quieres ser el único imbécil que babee por mí?
—Exactamente.
¿Qué tan malo podía ser darle una oportunidad a Adam? ¿Darnos a ambos una oportunidad? ¿A quién engañaba? Yo quería estar con él desde hacía tanto tiempo como pudiera recordar.
—Probablemente me arrepienta después de esto, pero… te estoy dando un tal vez —respondí.
El rostro de Adam regresó a su habitual arrogancia mientras me agarraba de la cintura y me sonreía de lado.
—No voy a dejar de besarte hasta que digas que sí.
—Entonces, vamos a estar aquí un largo rato. —Sonreí contra su boca y me perdí de nuevo en sus labios.
—No te preocupes, nena. Tengo una larga resistencia.
CAPÍTULO 10 El efecto Adam Walker
Marie se iba a molestar. Oh, sí. Estaba segura de que ella, por sí sola, era capaz de desatar la tercera, la cuarta y la quinta guerra mundial. La última vez que un chico la había dejado, el pobre había terminado en un hospital con un ojo vendado, y con marcas de uñas por todo el cuello y toda la nuca. Por un lado, podía ser que en esa ocasión fuera diferente: Adam no era el único con el que andaba, así que tenía más oportunidades de reemplazarlo. Pero, por otro lado, él era uno de sus favoritos, el que ella más consideraba novio de lo que Eder jamás podría ser. Obviamente eso no me hacía sentir mejor, solo me hacía sentir peor y miserable. ¡Era como estarla traicionando! Aunque, sinceramente, se lo merecía. Además de eso, me sentía culpable, culpable por querer mantener mis labios pegados a los de Adam todo el tiempo.
De verdad, ¿cómo había podido haber pasado toda mi vida sin besarlo? En serio, de ese momento en más, dividiría mi vida amorosa en el antes de los besos de Adam y en el después de los besos de Adam. El efecto Bambi se hacía presente más veces de las que pudiera contar en un solo día, y eso que apenas nos habíamos dado la oportunidad hacía unas horas atrás.
Casi al instante fue fácil para Rita y para los demás descifrarlo. Todos en el restaurante nos felicitaron al enterarse y, al parecer, Mirna había ganado la apuesta en esa ocasión, ya que también habían apostado a cuándo explotaríamos y nos iríamos a gritar las cosas en la cara para admitir lo que sentíamos el uno por el otro. No sabía que yo podía ser tan predecible. Pero debía aclarar que no solo porque Adam me diera unos cuantos besos dejaría de pensar en que era un idiota, porque sí lo era. Había hecho que Cliff me despidiera… y que me diera otra oportunidad. Así que en ese momento estaba en un periodo de prueba de una semana para ver si conservaba el empleo o no. Con cualquier error que cometiera en esa semana, indudablemente sería despedida. Se podía decir que le había dado lástima a Cliff y que, por eso, me había dado esa única y última oportunidad para no estropear las cosas. Esa vez no la iba a echar a perder.
Esa misma noche, cuando abrí la puerta principal del departamento que compartía con Marie, pensé que iba a encontrar un desastre digno de un tornado. Pero, en su lugar, todo estaba calmado, limpio y demasiado silencioso para mi gusto. No parecía haber nadie en la casa, así que me escabullí hasta el baño para quitar el olor a comida que siempre se me pegaba del restaurante, y para limpiar las sobras de salsa de tomate que Adam me había lanzado en nuestra pequeña pelea con condimentos.
Antes de que pudiera llegar por completo a alcanzar la perilla de la puerta del baño, escuché un sollozo proveniente de la habitación de Marie.
—¿Anna? ¿Eres tú? —preguntó ella con voz quebrada. Apreté mi labio inferior y me debatí entre si debía entrar o hacerme la que no había escuchado nada—. Anna, te necesito. Ven, por favor —volvió a llamar.
Liberé mi labio y caminé de forma resignada hacia su dormitorio. Marie estaba sentada a orillas de su cama tamaño matrimonial con cobertores rosa pálido; su cabello naranja se encontraba en un estado inusual: despeinado. Su rostro era pálido y sus brazos se aferraban a una pequeña almohada que tenía bordada la letra «m».
—¿Qué te ocurre? Te ves…
—¿Acabada? ¿Destrozada? ¿Desolada? ¿Abandonada? —propuso ella. No estaba precisamente llorando a mares, más bien estaba en un estado tranquilo y casi en shock.
Me sentía aterrada. Preferiría que estuviera haciendo una de sus famosas rabietas de niña que estarla viendo de esa manera. Era más peligrosa en este estado; además, tenía miedo de que se me echara a ver en la cara lo culpable que me sentía por siquiera llegar a besar a Adam.
—¿Te sientes bien? ¿Estás enferma? —le pregunté. Claro que sabía que no era eso, pero era mejor fingir que nada había pasado.
—No te hagas la que no sabes —dijo simplemente.
Me temblaron las rodillas. ¿Acaso ella sabía lo de esa tarde?
—No sé de qué…
—Adam me dejó.
—Eso es terrible, pero yo…
—Tú ya lo sabías. —Me dio una mirada asesina, y me silenció.
—Sí —respondí finalmente—. Recuerda que él trabaja ahora en el restaurante. Me lo contó todo hoy.
Marie se secó una lágrima que se le había escapado silenciosamente. No hubiera pensado que estaría llorando.
—¿Te contó por qué terminamos?
—Mmm…, no.
Se sorbió otra lágrima.
—Me dejó porque… Porque… —«le gusta otra persona», completé en mi mente—Porque tiene un trabajo peligroso y fuera de los límites, y yo no lo apruebo.
Eso no me lo esperaba. No me había dado cuenta, pero de alguna manera ya me encontraba sentada junto a Marie. La única ventana en su habitación tenía una vista a la calle, a una zona no tan transitada de vehículos. Era ahí donde mis ojos se dedicaban a mirar mientras yo todavía procesaba la información. Recordaba que Adam había insistido en llevarme a su lugar de trabajo, pero nunca se había dado la oportunidad para que eso sucediera. En ese instante, me sentía curiosa.
—¿Su trabajo es peligroso? ¿Qué es? ¿Trapecista?
Ella no rio, solo me miró con confusión.
—Anna, él es… Es un ladrón.
Miré directamente a sus ojos azules, esperando que, de un momento a otro, ella se riera. Pero los segundos volaron y la risa no llegaba.
—¿Es una broma? —pregunté, a punto de lanzar una carcajada—. ¿Adam, un ladrón? No me digas: un ladrón que te robó el corazón.
—No bromeo —continuó ella de manera seria—. Adam se dedica a estafar y a robar a la gente.
De nuevo esperé para que me dijera que estaba bromeando o inventando historias solo para sacar un poco el dolor que sentía a causa de Adam por haberla dejado. Pero Marie nunca rio. Se miraba seria y destrozada. Tragué saliva con fuerza.
—¿Cómo estás tan segura de que es un ladrón? ¿Lo has visto mientras le quitaba la billetera a alguien?
—Anna, él no es la clase de ladrón aficionado que tú imaginas que es. Él no anda escondido en medio de los arbustos, con un arma blanca metida entre los pantalones, esperando a que aparezca una indefensa viejecita para robarle el bolso. Él es la clase de ladrón que no se conforma con recompensas mediocres, va por todo. Adam es un estafador que se lleva tu dinero en grandes sumas, y es realmente bueno haciéndolo. Él es peligroso.
—Eso es imposible —balbuceé. Repentinamente me empecé a sentir mareada. Marie solo estaba dolida, eso era todo. Estaba inventando tonterías como esa para… ¿Para qué? Ni siquiera sabía que a mí me gustaba Adam o que nos habíamos besado. ¿Se supone que debía creerle?
—Es posible —dijo ella, y me trajo de vuelta al presente—. Adam maneja increíbles cantidades de dinero. ¿Acaso no lo has notado? Siempre lo vas a ver cargando billetes en sus bolsillos. Además, mi querida prima, él me lo confesó todo hace meses atrás. Una de las condiciones de nuestra relación fue que yo no me metería en sus asuntos si él no se mostraba interesado en los míos.
—Y ¿por qué me estás contando todo esto? —En un impulso, me levanté de la cama y comencé a caminar de un lado al otro en la habitación.
—Porque él me estafó a mí. —Me detuve en seco—. Él robó una inmensa cantidad de dinero a la compañía de mi papá —continuó ella. Esa vez, las lágrimas resbalaban con una facilidad increíble por sus mejillas y sobre sus pecas—. Lo descubrí y le dije que no iba a delatarlo porque aún sentía algo por él, pero ahora ya no sé qué hacer. Papá aún no lo sabe, pero se va a dar cuenta de un momento a otro.— Esa vez sí se echó a llorar a moco tendido. Yo aún no podía creerlo. Adam podía ser de todo menos ladrón, o al menos eso pensaba yo—. Fui tan estúpida como para compartirle la contraseña de la chequera familiar, y él se aprovechó y liquidó casi todo.
—¿Estás segura de que fue él? Pudo haber sido alguien más y solo…
—¡Fue él! —Y con eso, se echó a llorar más fuerte. Se puso boca abajo en la cama y empezó a gritar contra el colchón.
Iba a consolarla con golpecitos en la espalda, cuando de repente el timbre de mi celular me sacó de esa misión. Era una llamada. Y un vistazo a la pantalla me dijo que era de Mason. Me había olvidado por completo de él. Me debatí entre responder la llamada y regresar a la incoherente realidad que me estaba contando Marie. Terminé contestándole a Mason.
—¿Hola?
—¡Anna! Qué bueno que me contestas. —Por el rabillo del ojo, le echaba vistazos rápidos a Marie, quien continuaba gritando y pataleando contra la cama.
—Mason, ahora estoy un poco ocupada. Tal vez, si puedes llamarme después…
—No, escucha, seré breve. Solo quería saber cómo seguía tu nariz. Créeme, estoy tan arrepentido por lo del sábado… No sé lo que me pasó. —¿Mi nariz? Ya hasta se me había olvidado que mi nariz lucía como si alguien la hubiera masticado y vuelto a escupir en su lugar—. Quería invitarte a salir mañana por la noche. ¿Qué opinas? —Yo seguía observando a Marie, que entonces tenía una almohada pegada al rostro, y llamaba a Adam con toda clase de nombres de animales como era posible. ¿Cerdo de dos patas? ¿Jabalí callejero? ¿Iguana bulímica? Y otros que no entendí porque salían distorsionados—. ¿Anna? ¿Sigues ahí? —preguntó Mason. De nuevo había olvidado que estaba del otro lado de la línea telefónica.
—¿Sí? Mira, de verdad tengo que irme. —Poco a poco, fui consciente de que el timbre de la puerta comenzaba a sonar. ¿Esperábamos invitados?
—Solo te pido una salida más. Acepta, por favor.
El timbre de la puerta se escuchó aún más insistente. Marie despegó su cara de la almohada y me miró con ojos asustados.
—Es mi mamá —articuló ella hacia mí—. Hoy tenemos la cena familiar.
La cena familiar la hacíamos una vez al mes. La mamá de Marie era obstinada y obligaba a mis padres a sentarse en la misma mesa durante una hora completa, supuestamente para que yo no perdiera ciertos valores que se obtenían con una familia presente. ¿Por qué, de todos los días, había escogido ese para hacerla?
—¿Anna? ¿Qué dices? —preguntó Mason en mi oído—. Di que sí…
—Está bien —cedí—, acepto.
—Bien, te mandaré la dirección en un mensaje.
Finalmente colgó la llamada. Al instante —y a petición de una Marie de ojos rojos y cara morada—, fui a abrir la puerta de la entrada. Todavía me sentía como en un sueño, o como en cámara lenta. ¿Adam, un ladrón? Eso era hasta cómico. Era imposible. No le creía a Marie; tenía que estar bromeando.
—¡Pastelito de calabaza! —gritaron en mi oído y, al instante de abrir la puerta, unos brazos con múltiples pulseras de metal me rodearon. Una brillante y llamativa boca roja se encontró con mi mejilla, y el rostro demasiado maquillado de mi madre se hizo presente.
—¿Mamá? ¿Qué haces aquí? —murmuré aún envuelta en su potente abrazo expulsa-aire.
—¿Qué? ¿Una madre no puede hacer una visita sorpresa a su única hija? Además, te traje un amuleto para las buenas decisiones. Acaban de llegarme de Aruba. Recién salidos del horno. —Sacó de su cartera de imitación de piel de cocodrilo un collar con una pluma de pavo real en el centro de un círculo de metal, adornado con piedras azules y verdes.
—No tenías por qué molestarte —comenté viendo sospechosamente hacia el objeto extraño.
—Lo mismo le dije, pero es obstinada y cree en el poder de semejante idioteces —dijo la tía Charlotte, que venía detrás de mamá. El papá de Marie iba con ella.
Uff, ¿ese era el día de supervisión paterna?
—¿Qué hacen todos aquí? —le pregunté a mi mamá por lo bajo. La tía Charlotte pasó examinando cada esquina del departamento. Ella tenía una obsesión por lo limpio.
—Esta noche la pasaremos en familia —me respondió ella, dándome un guiño—. Aunque la nueva conquista de tu papá viene con él. Así que la pasaremos casi en familia. Lo juro, no sé de dónde las saca. Tal vez, de una guardería. Cada vez son más jóvenes. —Ella se acercó a la cocina y me dejó todavía en la puerta.
—Hola, pequeña —saludó el padre de Marie. Estaba inmerso en su iPhone, apretando vigorosamente los dedos contra la pantalla. Él era un hombre de cuerpo atlético, de cabello marrón y con un grueso bigote que era fiel compañero de sus espesas cejas.
—Hola, tío Víctor —saludé algo recatada. ¿Qué podía hacer? El hombre me intimidaba; además, quería atacarlo a preguntas.
¿Era en verdad Adam un ladrón? No, me negaba a creerlo. Marie estaba despechada; eso era todo. Por eso, decía cosas como esas. Adam no era un ladrón, o estafador, o como sea que Marie lo había llamado.
Sobraba decir que preparar la cena con mamá, con la tía Charlotte y con Marie —quien estaba seria y evitaba hablar en todo lo posible con los demás— fue incómodo y silencioso.
Estaba cortando algunos cuadritos de zanahorias cuando mi mamá había notado una mancha de salsa de tomate en mi nuca y había creído que era sangre. Había tenido que asegurarle más de mil veces que no lo era. Además, mi papá había llegado tarde. Casi se había perdido la cena y había aparecido tomado de la mano de Susan, la mujer que había sido mi maestra en segundo grado. Susan era bastante bonita, de cabello negro y con un lindo acento francés que la hacía lucir aún más adorable. Mi mamá decía que ella era una prostituta disfrazada de manera elegante. Por mi parte, no tenía nada contra la novia de mi papá. ¡Ey! ¡Ella me había enseñado a multiplicar decimales y a cantar el alfabeto en tres idiomas: inglés, español y francés!
—¿Todavía sigues pensando estudiar arte, Anna? Recuerdo que adorabas pintar sobre cualquier superficie —me preguntaba ella mientras cenábamos cuando me acababa de llevar un bocado de pasta a la boca.
—Sí. Estoy ahorrando para la inscripción. Luego veré si puedo conseguir una beca.
—Siempre consideré que el arte era más bien un pasatiempo —se metió la tía Charlotte—. Dedicarse a eso es prácticamente decir que no te dedicas a nada. Oficio de vagos.
—Todavía estás a tiempo de aprender negocios —sugirió papá. Sus ojos claros examinaban los míos detrás de sus lentes de montura negra. Siempre había pensado que él y yo éramos lo suficientemente parecidos: mismo color de cabello, mismos ojos grises y mismos rasgos, especialmente en la barbilla. Pero él no creía en el método elige-lo-que-te-haga-feliz. Él era un hombre que iba directo al dinero, aunque era un completo tacaño. Todavía conservaba su último regalo; mis llaves jamás se perdían en la oscuridad gracias al infantil llavero que seguramente le había costado lo mismo que le hubiera costado la uña de su dedo gordo del pie.
—Tengo planeado estudiar arte. Y así lo haré —afirmé de forma obstinada.
La tía Charlotte de vez en cuando me lanzaba miradas de reojo. Me metí otro poco de pasta a la boca y traté de no enfurecerme demasiado.
—Oh, Anna, eso me recuerda… —Mi papá se pasó una servilleta por la boca, limpiando el exceso de salsa—. Tu tía me contó que te vio el otro día con un muchacho. Un chico mayor, con tatuajes en el cuerpo. ¿Me podrías decir qué clase de planes te esperan con él?— Adam. Rápidamente evité su mirada. Tomé un sorbo del té helado que Marie había preparado sin mucho esfuerzo—. ¿Cuándo me ibas a contar que tienes novio? —siguió instigando mi papá.
—Ya déjala en paz, Rick. —Mi mamá había evitado hablar durante toda la cena y, si antes parecía que quería lanzarle dagas a mi papá, en ese momento se notaba que mentalmente le mandaba bolas de fuego—. Yo también lo conocí. Me pareció todo un bombón delicioso. Siempre noté la atracción que ambos se tenían, pero no sabía que ya eran novios.
Me guiñó un ojo y tuve que atragantarme con más pasta para evitar responder. Marie me miraba de forma extraña todo ese tiempo.
—Por pensamientos como esos es que niñas de quince años terminan embarazadas y solteras —soltó mi papá—. Dime una cosa, Anna: ¿estás manteniendo relaciones con ese tipo? Porque, desde ahora te digo, no quiero ser abuelo a los cuarenta.
Al oír eso, casi me ahogo en mi propia saliva.
—¡Cuarenta! —Mi mamá se echó a reír a carcajadas—. Querrás decir cuarentaiséis, querido. Ya no estás joven. Mírate al espejo; tu pelo caído habla por sí solo.
Yo aún seguía tosiendo y dándome golpecitos en el pecho.
—Sí, dije cuarenta. Anna, dime qué edad tiene ese sujeto. No quiero que un anciano esté abusando de una jovencita ingenua como tú. Recuerda que los chicos solo buscan una cosa. ¡Solo una!
—¡Papá! —chillé viéndolo horrorizada una vez que logré dejar de toser—. Por favor, detente.
—Parecía de veinticuatro —comentó la tía Charlotte. En serio, iba a golpear a esta mujer.
—¡¿Veinticuatro?! —Mi papá dio un golpe en la mesa he hizo saltar todos los platos de vidrio—. ¡Te prohíbo verlo! Apenas eres una bebé, tienes diecisiete, por todos los cielos. Todavía recuerdo haberte cambiado los pañales hasta hace poco tiempo.
—Tengo dieciocho y te recuerdo que cumpliré diecinueve dentro de dos meses —aclaré algo avergonzada.
Cuando a mi papá le tocaban el tema de los chicos… Bueno, podíamos decir que las cosas resultaban de aquella forma.
—¿Dieciocho? Aun así, eres demasiado joven.
—Mira quién habla —murmuró mi mamá—. El cerdo está criticando su propia y rechoncha cola.
—No empieces, Cecile…
—Y, por cierto, tú nunca le cambiaste un pañal en su vida. Estabas demasiado ocupado viéndole las piernas a la niñera como para siquiera fijarte en si tu hija se ensuciaba o no.
Y así continuó más o menos todo el resto de la cena, siempre hablando como si yo no estuviera presente, y contando más historias vergonzosas de pañales sucios y vómito.
Marie observaba con horror el intercambio; su madre no dejaba de aportar comentarios a la conversación; y el tío Víctor seguía con la cabeza metida en su celular. En medio de la pelea, Susan se puso a cantar una melodía francesa, y fue entonces cuando el silencio reinó. Después de cinco minutos de escucharla cantar, nos echamos a reír. Definitivamente, lo de ella no era la música. Pero, a pesar de todo, mi mente seguía pensando en Adam. En Adam como un estafador, en Adam como un… ladrón.
No, no iba a dudar de él, Marie era la loca. Definitivamente. Tendría que preguntarle después.
Cliff me había puesto a atender en el autoservicio. Era un día relativamente tranquilo y sin mucha clientela, aunque un tipo había intentado coquetearme vilmente a través del comunicador y me había puesto incómoda inmediatamente. Todavía no había visto a Adam en toda la mañana, pero cuando un par de manos comenzaron a subir y bajar por mi cintura, supe que ya había llegado.
—Hola, nena —saludó y plantó un beso en mi nuca.
Sonreí como boba. ¡Me había besado en la nuca! ¿Cuándo me iba a acostumbrar a eso?
—No hagas eso aquí. Cliff me va a despedir de nuevo. —Giré brevemente para verlo. Adam usaba lentes oscuros. Se me hacía imposible leer en sus ojos su estado de ánimo.
—¿Acaso no me veo sexi? —preguntó en su tono burlón cuando yo no dejaba de verlo.
Mmm, podía decir que se miraba comestible, pero nunca lo admitiría en voz alta.
—Presumido. —Golpeé su pecho y me movilicé para arreglar un poco mi espacio de trabajo.
Una de las reglas del restaurante era no usar el celular en horas laborales, pero hice una excepción cuando me llegó una notificación de un mensaje de texto. Adam estaba más cerca de mi teléfono y pronto me lo pasó. Justo cuando me lo entregaba, comenzó a timbrar y el nombre de Mason destelló en la pantalla. Inevitablemente él vio todo. Con vergüenza, lo bloqueé rápidamente, no sin antes notar la mueca que hacía Adam.
—¿Ahora te llama el ordeñavacas? Pensé que le habías explicado de lo nuestro.
Mi rostro se puso rojo.
—Se me hizo un poco difícil hacerlo. Él me llamó e insistió por una cita. No podía simplemente decirle que no.
La nariz de Adam se arrugó de inmediato, casi de una forma cómica.
—¿Insistió en una cita? ¿Aceptaste?
—Es bastante guapo —dije, queriendo ponerlo celoso. Adoraba al Adam celoso—. Así que acepté.
Lo oí resoplar.
—Espero que lo hayas hecho por lástima y no porque piensas en cambiarme. Ese tipo tiene de atractivo lo que yo tengo de…
—¿Humilde? —especulé.
—Feo —completó él.
Sonreí ante la completa seguridad que mostraba en la superficie. Podría apostar que en ese momento sufría por dentro.
—Pienso hablar con él y decirle…
¿Qué le iba decir? Adam no me había dicho específicamente que ahora quería andar conmigo en una relación exclusiva, como novios.
—Le dirás que ya estás conmigo —respondió él— y que, si se vuelve a aparecer cerca de ti o de mí, le voy a partir su linda carita de granjero.
—Mason no es granjero. No entiendo por qué lo llamas de esa forma.
—De acuerdo, es un lamevacas.
—¿Por qué lo odias tanto? —pregunté realmente interesada.
—Porque… quiere algo que no le pertenece.
—¿Se supone que ese algo soy yo?
Él asintió con la cabeza, haciendo un puchero.
—No me fio de tipos como él. Por favor, no vayas a esa cita.
—Ya te expliqué con qué motivos iré. No seas tan posesivo. —Miré sus ojos rodar mientras articulaba la última frase.
—Anna, soy el presidente de lo posesivo. Es mi naturaleza, mi segunda piel.
—Bien podrías armar tu propio club de chicos posesivos, entonces. Escuché por allí que ocupan un nuevo líder.
—Hablo en serio.
Suspiré con suavidad.
—Yo también. Solo quiero dejarle las cosas en claro, y en persona. —Hice un gesto con mis manos—. Cara a cara. Además, tu naturaleza posesiva es lo que más adoro de ti. Es fácil volverte celoso, y eso me entretiene.
Su sonrisa de lado no se hizo esperar.
—Admite que también me adoras por mi físico —respondió.
Le fruncí el ceño.
—Eso no viene al caso.
—No, pero uno de los dos tenía que mencionarlo.
Lo golpeé no tan suavemente en el hombro.
—Ya madura —le reclamé.
—Entonces, no te gustaría de esa forma. Admítelo: te gusto por mi físico —dijo en tono burlón—. Eso y mi dinero. —Oh, no quería tocar el tema del dinero. Todavía me rondaba por la cabeza lo que me había dicho Marie. Dirigí mis ojos hacia su lindo rostro. Ojos verde musgo tapados por lentes oscuros, labios ideales y un espeso cabello negro que le caía en la frente. Él no se parecía en nada al concepto de ladrón que existía en mi mente—. ¿Qué ocurre? —preguntó al notar mi cambio de humor. Se quitó los lentes y alzó una mano para ponerla bajo mi barbilla. Tenía que parpadear con frecuencia para evitar que mis ojos se pusieran bizcos. Ese ya no era más el efecto Bambi. Ese era el efecto Adam Walker, puro y sin adulterar, y eso que aún no me había besado—. Bromeaba con lo del dinero —dijo, malinterpretando mi reacción—. Sé que no eres esa clase de persona…
—No pasa nada —lo interrumpí—. Solo pensaba en otra cosa, pero es mejor que hable con Mason esta noche, a menos que quieras el mismo acuerdo que tenías con mi prima. Entonces, yo podría…
Me silenció poniendo su dedo índice en mis labios.
—Ni se te ocurra terminar esa oración. Te quiero solo para mí. Y definitivamente yo iré contigo para ponerle freno de mano a tu granjero. Fin de la discusión. —Quitó su dedo lentamente, arrastrándolo desde mi labio superior al inferior hasta bajar a mi mentón. Tuve que obligar a mis ojos a permanecer centrados o, si no, tomarían cada uno una dirección opuesta. Adam pronto me tomó de la barbilla y, cuando menos me di cuenta, me besó de forma arrebatada y descuidada. Se alejó demasiado rápido y me vi en la obligación de abrir los ojos—. ¿Sabías que, después de besarme, tus ojos se quedan bizcos? —me preguntó él con una sonrisa enorme.
—No es cierto. —Sí, lo era, pero no quería avergonzarme admitiéndolo.
—¿Así que altero todo tu sistema, nena? —De nuevo regresó al modo bromista arrogante. Pasó sus manos por mi cintura y me sostuvo por un rato. Comencé a jugar con un hilo suelto de su camiseta.
—No sé de qué hablas.
—Oh, chico posesivo: uno. Chica de apariencia tímida-pero-que-es-violenta-conmigo: cero. —Se inclinó para besarme de nuevo, pero nos dimos cuenta, al mismo tiempo de que teníamos público a nuestro alrededor.
Mirna, Dulce y Rita nos observaban desde el otro extremo de la habitación.
—Yo no sé ustedes, pero ya cumplí con mi cuota de azúcar por un día —murmuró Dulce—. Chicos, continúen comiéndose la boca del otro; me voy.
Rita se encogió de hombros y la siguió.
—Pues yo no me voy —se quejó Mirna—. Esto se pone interesante y, además, yo gané la apuesta anterior. Merezco un poco de espectáculo en vivo.
—Ya oíste —me susurró Adam—. No quiero defraudar los sueños de una mujer de más de cincuenta años con reflujo gástrico y azúcar en la sangre.
—Pobrecito, sacrificándote por el bien de Mirna. —Elevé mis pies en puntillas y le di un beso rápido en la comisura de la boca—. Listo, ahora tengo que volver a trabajar.
Me iba a separar de su cuerpo, pero se negó a dejarme ir y me sostuvo para darme un beso real. Dejé que sus labios se perdieran en los míos por un momento. Entonces, para mi desgracia, se separó demasiado rápido. Otra vez.
—Sí, confirmado: pones los ojos bizcos —concluyó riendo.
Quería golpearlo, pero él tenía razón. Chico posesivo: dos. Anna: cero. Le saqué la lengua y regresé a lo que estaba haciendo antes de que llegara.
En ese momento, más que nunca, me sentía convencida que Marie mentía. Adam podía ser un egocéntrico, presumido, idiota, narcisista y engreído, pero nunca sería un ladrón. Me negaba a creerlo.
CAPÍTULO 11 Noah
Me retorcí los dedos como por onceava vez en el mismo minuto. Adam iba a estar furioso conmigo cuando se diera cuenta de que había asistido a la cita de Mason sin él, a pesar de que había estado recalcándome todo el día que ni loca iba a ir yo sola a verlo. Pero no podía llevarlo conmigo. Él era capaz de retorcer el cuerpo de Mason sin ningún problema. Le había contado a Rita mi plan y ella había colaborado para que Adam no se diera cuenta de que estaba escapándome por la puerta trasera del restaurante. Es que de verdad necesitaba hablar a solas con Mason, y no quería al señor jodidamente celoso mientras me respiraba en la nuca y llamaba con nombres de animales de granja al pobre de Mason.
Él me había citado en un lugar donde preparaban comida china, llamado La caja asiática. Había procurado cambiar mi ropa de trabajo por cómodos jeans y una camiseta sin mangas, había estirado mi pelo en una cola y, como siempre, había mantenido mi maquillaje al mínimo. No quería que Mason malinterpretara la situación
Entré al local ubicado en la segunda planta de un edificio comercial, y una ola de aromas a jengibre, salsa de soya, especias y mariscos me golpeó directo en la nariz. Busqué con la vista el cabello marrón oscuro de Mason y lo encontré casi al fondo del restaurante. Cuando estuve lo suficientemente cerca de él, noté que ya había una botella de vino empezada sobre la mesa y dos copas listas para usar.
—Hola —saludé mientras tomaba asiento frente a él.
Su mirada se iluminó y mi estómago se retorció con culpa.
—Pensé que no vendrías. —Se levantó de su lugar y me dio un rápido beso en la mejilla—. Espero que no te moleste que haya ordenado por ti. —Negué con la cabeza—. Veo que tu nariz está mejor. —Regresó a su asiento.
—Sí, ya casi no duele mucho —confesé—. Mase, yo…
—Guau. Llevas demasiado tiempo sin llamarme así. —Su sonrisa parecía no caber por completo en su cara—. Me gusta que me digas Mase.
Fruncí el ceño.
—Mason, creo que ya no podemos seguir haciendo esto.
—¿Haciendo el qué, princesa?
«Princesa». Así me llamaba cuando éramos novios. No era nada agradable recordar esa época en la que creía que era sexi verlo sin camisa mientras reparaba el viejo automóvil de su padre. Solía llevarle agua y limpiar su frente sudorosa con un pañuelo; entonces, él me daba un beso salivoso e intentaba meter su lengua hasta que rascara el punto exacto de mi paladar en donde normalmente se provocaban las arcadas.
—Me halaga que hayas querido recuperarme —comencé—, pero no voy a engañarte. No creo que exista una segunda oportunidad para nosotros. —No me gustaba decirle esas palabras, pero era mejor detenerlo en ese instante y no después, cuando fuera tarde.
—Pero ¿por qué? ¿Acaso hice algo mal? —Estaba angustiado. Podía escucharlo en su tono de voz—. Anna, aprendí cómo besar bien, si eso es lo que te preocupa. Puedo probártelo…
Antes de que Mason pudiera seguir hablando, una chica con un uniforme de camarera se nos acercó mientras cargaba varios platos de comida, y los depositó en la mesa. Todo lucía bastante bien. Mason me miraba con enojo. Ni siquiera había parpadeado con la llegada de la comida.
—No se trata de los besos —aclaré una vez que la camarera se fue—. Es que simplemente no me veo contigo en un futuro inmediato.
—Marie te lo dijo, ¿cierto? —Lo miré confundida. ¿Qué tenía que decirme Marie? ¿Acaso él sabía lo de Adam? ¿Que Marie pensaba que era un ladrón o un estafador?—. ¡Ella prometió guardar el secreto! —chilló—. Lo siento, Anna, te lo iba a decir, pero…
—Guau, espera ahí. No entiendo de qué hablas.
Mason se quedó en silencio por un momento; entonces, abrió su boca para volver a cerrarla e hizo un sonido agudo.
—Cuando me dejaste, me sentí devastado —comenzó a explicar—. No quería perderte. Fuiste lo mejor que me había pasado. Entonces, le pedí a tu prima… —Se detuvo a mitad de la frase.
—¿Qué? ¿Qué le pediste a Marie? —lo insté a continuar.
—Verás, tu prima me ayudó un poco en el área de los besos y… en otras cosas.
—Oh, no. No, no, no, no. ¿Quieres decir que estuviste acostándote con mi prima para mejorar tus habilidades, y luego viniste y me pediste otra oportunidad?
—Tenía que recuperarte de alguna forma, y esa era la única manera. La vi hace meses atrás en la calle, le pedí su número para que me mantuviera informado sobre ti, y simplemente se dieron las cosas. Ella se ofreció a ayudarme.
—Gran alma caritativa, ¿verdad? —Mi apetito se había esfumado por completo—. No puedo creerlo. Eso es repulsivo.
—Anna, perdóname. Sigo siendo yo, Mase.
—Por mí, puedes irte a freír espárragos. —Me puse de pie, dispuesta a retirarme y regresar al departamento para confrontar a Marie, pero una sombra de figura alta y musculosa se asomó entre Mason y yo. Sin siquiera tener que echarle un vistazo ya sabía de quién se trataba: Adam. Él se encontraba justo frente a nosotros, aún con el uniforme del restaurante—. ¿Qué haces aquí? —murmuré, sorprendida por sus niveles de acoso.
Él se encogió de hombros, sonriéndole a Mason mientras este examinaba su llamativo atuendo. Cliff lo había obligado a usar un pantalón suelto de la cadera y una camisa con el horrible logo de hamburguesa. La camisa era demasiado transparente y prácticamente era inexistente; podía decirse que no tenía puesta una. Desde su llegada, la clientela femenina nunca faltaba. Había tenido un poco de la hermosa vista a sus tatuajes durante todo el día. Algunos eran como llamas que le decoraban los omoplatos. Desde ese sector, la tinta formaba un árbol, cuyas ramas y raíces estaban secas, y apenas había algunas hojas que se aferraban al tronco. Era un árbol marchito, solitario. Adam ni siquiera había hecho el intento de intimidarse cuando la gente se le quedaba viendo. Disfrutaba de la atención que estaba recibiendo en el restaurante.
—Anna —pronunció mi nombre de manera fría y contenida—. Te dije que me esperaras.
—¿Qué hace este tipo aquí? —preguntó Mason. Su mandíbula se apretó fuertemente mientras le lanzaba miradas de odio a Adam. Lo veía de forma despectiva de pies a cabeza.
—Vengo por Anna —respondió él con voz más tranquila de la que había empleado cuando me había hablado. Vi cómo tomaba una silla de una de las mesas desocupadas y la ponía a mi lado. Se sentó con el respaldar de frente y le dio una mirada lacónica a Mason.
—Ya me iba. Ni se te ocurra hacer un espectáculo —le advertí a Adam murmurando por lo bajo. Aún estaba furiosa por lo que había hecho Marie con Mason.
—¿Y eso por qué? Pienso que deberías quedarte a comer, ya que tu exnovio paga. Mira eso, ¡hasta hay vino! Oh, pero, nena, no deberías estar tomando esto. Peor en tu condición.
Mis ojos se abrieron de golpe y miré sospechosamente a Adam.
—¿De qué condición estás hablando? —se me adelantó a preguntar Mason. Él tenía el cuello rojo y sus puños estaban cerrados sobre la mesa.
—Hablo de que Anna está embarazada. ¿Adivinas quién es el padre? —Se señaló a sí mismo.
Me senté de inmediato, casi cayendo al suelo. ¿En serio él acababa de decir eso?
—¿Anna? ¡¿Estás embarazada?! —gritó Mason, y consiguió que varios comensales voltearan a vernos.
—¡Claro que no! ¡Adam, no es gracioso! —lo regañé. Más motivos para ponerme furiosa.
—Tiene tres semanas de embarazo y, si sabes lo que te conviene, Martín, vas a dejar de buscarla. Es mi chica ahora.
—Mi nombre es Mason, no Martín. Y no… —Él negó enérgicamente con la cabeza—. No puedo creer esto. ¡Hace un rato estabas reprochándome por haber tenido algo con tu prima y ahora vengo a darme cuenta de que tú tienes algo mucho más grande con su esclavo sexual!
—Vaya, vaya —Adam se rio en voz alta. Varias parejas dejaron de comer para vernos; aunque, desde que Adam había entrado casi sin camiseta, ya se lo habían estado comiendo con la vista—. «Esclavo sexual». Lo utilizaré en mi material de cosas ingeniosas, aunque yo me miro más como un sexi pedazo de carne importada. —Adam tomó un par de palillos chinos de la mesa y empezó a escarbar entre la comida. Se llevó un trozo de pollo con vegetales a la boca y saboreó lentamente.
Mi rostro estaba rojo y tuve que hacer un gran esfuerzo para no clavarle uno de los palillos en la mano.
—Dije que yo no estoy…
—¡Increíble! —resopló Mason. Ni siquiera escuchaba lo que yo tenía que decir—. Embarazada de este tipo.
—Por supuesto que no —chillé, pero Adam me interrumpió.
—Sip —él afirmó con la boca llena. Apostaba a que lo estaba haciendo a propósito para enfurecer aún más a Mason—. Ya hasta tenemos nombres pensados. Si es niña, Gertrude, como mi abuela. Si es niño, Adam Jonás III.
—¡Adam! —grité.
—Oh, cierto, cierto. Ella quiere que nombremos a la niña Margarita. Y, si es niño, Noah. ¿Tú qué opinas, Martín? ¿Te gusta más Noah o Adam Jonás III?
—Yo opino que mejor me voy. —Mason se levantó de su silla y botó una servilleta mientras se iba.
—Mase… —No quería que se fuera pensando en la estupidez que Adam le había dicho. ¿Embarazada? ¡Yo todavía era virgen!
Mason se detuvo cuando lo llamé y tras dar media vuelta, me miró con decepción.
—Entonces, solo aceptaste verme para despedirte de mí —dedujo con tristeza—. Supongo que esto no funcionó, al final de cuentas. No puedo creer que hayas jugado conmigo todo este tiempo. —Se fue dando grandes zancadas, se alejó hasta la salida del restaurante.
Quería gritarle que él también había estado jugando conmigo, pero me abstuve de hacerlo mientras se iba. En su lugar, me enfrenté a Adam.
—¿Me puedes explicar por qué rayos le dijiste que yo estaba embarazada? —reclamé.
—Fácil: así no vuelve ni a pensar en tu nombre. Créeme, no hay nada que tema más un chico que enterarse de un embarazo.
Lo fulminé con la mirada. Era un imbécil. Siempre estaba haciendo idioteces como aquella. Me levanté de mi asiento y salí hecha un rayo fuera del restaurante. Caminé a toda prisa para tomar un taxi, pero, justo cuando uno se detuvo, Adam llegó a mi lado, tomó mi brazo y me hizo girar para que lo viera a la cara—. Anna, tenía que hacerlo. Además, mencionó algo de haberse metido con Marie. Él no vale la pena.
—¿Y tú sí? —grité enojada. Si Mason llegaba a decirle a alguien que creía que yo estaba embarazada… Bueno, podía decirse que las cosas no se iban a poner bonitas—. Tú también estabas metido con Marie hasta por los codos.
—Marie solo fue un cuerpo caliente con el cual pasar la noche para no sentirme solo. Anna, sé que yo no lo valgo, pero trabajaré con fuerza para merecerte.
—Estaba a punto de decirle que no quería nada con él, pero luego vienes tú y le dices, de todas las cosas que pudiste haberle dicho, que estaba embarazada. ¿No podías simplemente dejarme a mí hacer esto?
—Entiéndeme tú a mí. Si ese lamevacas hubiera seguido un minuto más cerca de ti, no hubiera habido poder en el mundo que hubiera podido detenerme de golpearle el rostro.
Suspiré agotada.
—Me tengo que ir. Dejaste a Marie hecha un dique abierto, y a mí me toca reparar los daños. —Hice el intento de subirme al taxi, pero Adam lo despachó con un movimiento de mano—. Oye…
—Yo te llevaré.
Mis ojos pasaron como por millonésima vez sobre su torso casi desnudo, con su camiseta de tela fina que se aferraba a su cuerpo.
—¿Por qué tienes que andar así todo el tiempo? —reproché.
—Lo hago para saber que no he perdido el toque —Me guiñó un ojo. Y solo eso bastó para perdonar su enorme y entrometida boca. Quería besarlo, pero dar el primer paso era como cederle una victoria. Increíble. Lo perdonaba demasiado rápido—. No te preocupes. Tengo una camiseta de repuesto —aseguró. Caminó tomándome de la mano, se dirigió hacia el estacionamiento del restaurante chino y se detuvo frente a una monstruosa motocicleta color negro cromado.
—¿En esto piensas irme a dejar? —chillé.
—¿No te gusta? Se llama Dolmy. —Me pasó un casco y, antes de colocarse el suyo, deslizó una camiseta blanca por sus brazos para tapar su cuerpo. Sacudí mi cabeza para evitar que el efecto Bambi se apoderara de mis ojos y los pusiera bizcos.
—Las motocicletas no son seguras —dije medio embobada—. Mejor tomaré un taxi.
—Ni en tus sueños. Ven. Hasta te permitiré apoyarte en mi sólida espalda —bromeó, tocando mi nariz con su dedo índice.
—Eres peligroso para mí —murmuré.
—No tienes ni idea —respondió él, de repente serio. Eso era. Tenía que preguntarle acerca de si lo que había dicho Marie era cierto o no. Abrí mi boca para decirle, pero sorprendentemente la boca de él ya se encontraba allí. Sus manos sujetaron mis caderas y me pegó a su cuerpo; jadeé por el beso salvaje y desenfrenado. Su lengua encontró su camino hacia la mía hábilmente; sentí mis piernas débiles y temblorosas mientras él se divertía haciendo lentos círculos en la piel expuesta de mi abdomen. Nos separamos para tomar aire; su respiración, igual de irregular que la mía—. No te había saludado como debía —soltó encogiéndose de hombros.
Me mordí el labio. Solo Adam Walker podía hacerme enojar en un segundo y reivindicarse al siguiente. Lo golpeé en el hombro, así como tenía por rutina.
—Eso fue por decirle a Mason que estaba embarazada.
Él soltó una carcajada, echando su cabeza hacia atrás.
—Tal vez deberíamos ponernos a trabajar para que no sospeche después de nueve meses. —Empezó a sobar mi estómago.
Lo golpeé de nuevo en el hombro.
—Tonto. Ni creas que vas a salir tan fácil de esto.
Se rio en voz alta.
—Vámonos, nena. Quiero que conozcas un lugar, y no podemos llegar tarde.
—Pensé que me llevarías a casa.
—No esta noche. Pienso secuestrarte solo para mí. —Me dio un beso fugaz y me tomó en sus brazos para posicionarme sobre la motocicleta. Me ayudó a ponerme el casco y se subió delante de mí para ponerse el suyo también—. Sujétate fuerte —advirtió y pronto comenzamos a movernos hacia la carretera.
Curiosamente no pude pensar en otra cosa que no fuera lo que me había confesado Mason. Es que, si me ponía a pensar en Adam como un chico peligroso…, no. Mejor no pensar en eso, porque una relación con un chico malo nunca terminaba de una buena manera.
Odiaba las motocicletas. Esa sensación de mis pies a tan solo centímetros del suelo era espantosa. Terminé agarrándome a Adam como si yo fuera un parásito chupasangre que aferra sus garras a su objetivo. Mis muslos se apretaron contra los de él mientras que mis manos le rodeaban el estómago y lo presionaban con fuerza.
No abrí los ojos sino hasta que él me dijo que nos encontrábamos cerca. Curioso. Estábamos en la playa. Había tantas por aquella zona que no sabía cuál de ellas era, pero la vista era espectacular. El cielo ya se encontraba oscuro y una tenue iluminación llegaba desde lejos.
—Quiero presentarte a algunos amigos —anunció él estirándose fuera de la motocicleta y me ayudó a salir también.
Yo todavía seguía mareada por el viaje.
—Creo que a Dolmy no le gustan los pasajeros —dije refiriéndome a su motocicleta—. Pensé que comería el asfalto de la carretera en cualquier segundo.
Adam pasó uno de sus brazos sobre mis hombros y me atrajo para besar mi frente.
—Estabas colgándote de mí como si fueras un mono. Dudo que hubieras salido volando por el aire.
Le di un codazo leve.
—Tonto.
Empezamos a caminar por la arena. En un impulso, me saqué los zapatos y dejé que mis pies descalzos tocaran la superficie. Mientras más avanzábamos, más claramente podía ver una fogata rodeada de unas cuantas personas en el centro de la playa. Adam me tomó de la mano en todo el corto recorrido hacia la fogata.
—¡Ey! ¡Mira quién es! —Un chico de cabello desalineado se alejó del resto y caminó en nuestra dirección—. Pero si es una hermosa chica al lado de un perdedor. —Su tono era bromista y amistoso.
Le sonreí inmediatamente.
—Key —saludó Adam. Se dieron la típica palmada en la espalda.
Key se giró hacia mí y me deslumbró con una de sus sonrisas. Era guapo. Piel bronceada, dientes rectos, cabello color arena y un cuerpo de complexión mediana.
—Hola, hermosa. ¿Con qué te sobornó Adam para que vinieras con él? —me preguntó, siempre bromeando.
—Con una danza del vientre —respondí, siguiéndole la corriente.
Él echó la cabeza hacia atrás para reír.
—Me gusta tu chica —le dijo finalmente a Adam—. Si despegas tus ojos de ella, en menos de una hora, la convenceré de que deje tu trasero peludo. La robaré para mí. Además, ya sabes lo que dicen: ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón.
Se rieron, pero esta vez no los acompañé. ¡Él había dicho que era un ladrón! No me sentía con ánimos de bromear sobre eso. ¿Sería que sus amigos también compartían las mismas aficiones?
—Vamos. —Adam me llevó hasta el círculo de chicos que rodeaban la fogata—. Te presentaré al resto.
Después de quince minutos de presentaciones, me creí lo suficientemente capaz de recordar algunos nombres y de ponerles caras. Estaban Doug, el chico de los pantaloncillos blancos y de cuerpo robusto; Melvin, el de piel oscura y cabeza rapada; Elena, la de complexión de modelo y personalidad de diva; Antonia; Joseph; Grace; y Key. Adam se movilizó rápidamente para llevarme una bebida mientras sus amigos hacían un excelente trabajo distrayéndome y contándome cosas vergonzosas de él.
—Eres más civilizada que la pelirroja que trajo hace meses —comentó de repente Elena. Pude sentir la tensión en el resto del grupo cuando ella mencionó eso.
—Entonces, puntos extra para mí —murmuré.
Obviamente, la pelirroja era Marie. Saber eso me bajó los pocos ánimos que tenía.
—Elena, estás siendo imprudente —la regañó Key—. Anna, no le hagas caso a lo que diga Elena. Ella solo se encuentra en estado permanente de furia. Sigue enojada porque el grupo no admite chicas, y cree que la necesitamos.
—¿Grupo? No sabía que estaban… —Y fue allí cuando recordé a Ósmosis. Ellos eran los músicos de la banda, aunque faltaba el atractivo vocalista rubio.
—Creo haberte visto con Adam en una de nuestras presentaciones.
—Cierto. Ustedes son Ósmosis —dije triunfalmente—. Tocan increíble.
—¡Fuimos reconocidos! —gritó Key—. Finalmente, estamos a un paso de la fama.
Me reí en alto mientras la figura de Adam se hacía más visible y cercana. Cargaba una lata de refresco para mí y una botella de cerveza para él.
—Toma, nena —ofreció pasándome la lata—. Recuerda que aún no estás en condición para beber cerveza, así que te traje soda de uva. —Lo golpeé en el hombro—. ¡Auch! Me vas a dejar tatuada tu mano.
—No seas tonto. Deja de bromear con lo del embarazo —lo reprendí en voz baja.
—No puedo creerlo —gritó Key— ¡Adam Tadeus Walker va a ser papá!
Mi refresco se cayó al suelo inmediatamente. Mi rostro se puso rojo cuando todos los presentes se pusieron a ver mi vientre en busca de alguna señal de embarazo. No había pensado que él habría escuchado eso.
—¡Key! —gritó Adam—. Era una noticia que no queríamos dar todavía.
Iba a matarlo. Adam iba a pagármelas.
—¡Adam! —chillé. Me sentía completamente avergonzada.
—¡¿La dejaste embarazada?! —esta vez era Elena la que gritaba.
—A ver, cálmense todos —el chico de pantaloncillos blancos habló, pero nadie estaba escuchando porque todos estaban gritando debido a la noticia. Incluyéndome a mí.
—¡Claro que él no me dejó embarazada! —aclaré furiosa—. Solo está siendo un idiota y se lo inventó todo porque se sentía celoso de mi exnovio.
Nadie escuchó. Algunos felicitaron a Adam y otros, como Elena, le dieron miradas asesinas.
—Va a ser niño, y como que me está gustando para ponerle el nombre Noah —mencionó él pasando un brazo sobre mi hombro. Sonreía como lobo malicioso.
Me sentí indignada. Traté entonces de seguirle la corriente y darle un poco de su propia medicina.
—Lamento decirte esto, cariño —empecé a decir en voz alta—, pero tú no eres el padre de mi bebé.
Repentinamente, las voces a nuestro alrededor se apagaron.
—Oh, mi pobre e ingenua Anna. ¿Crees que no recordaría el día y la hora de la concepción de nuestro pequeño Noah? —De pronto, se puso de pie conmigo e hizo algo impensable, típico de Adam: levantó mi blusa hasta dejar descubierto mi vientre y besó mi estómago frente a todos los presentes en la fogata. Yo estaba teniendo problemas para respirar de forma coherente.
—¡Auuu! —chilló una de las chicas de pelo negro. Creía que ella era Grace o Antonia, no estaba segura.
—Adam… —tartamudeé.
—¿Desde cuándo te volviste tan niñita? —cuestionó Key.
—Cierra la boca, amigo —le respondió Adam. Lentamente se incorporó y me tomó de la cintura. Antes de que llegara a protestar, se adelantó con un profundo beso.
—Oh, oh. Esto ya no es apto para todo público —se quejó alguien.
Él se separó solo un poco cuando dijo:
—¡Dejen de ver! ¡Vayan a perderse! —Escuché a varios que arrastraban los pies y que movían cosas. Algunas pláticas comenzaron a escucharse ya más lejanas y, cuando alcé la vista, todos estaban en sus propios asuntos. Adam continuaba tomándome de la cintura y viéndome directo a los ojos—. Lo siento —dijo en voz ronca y sexi—. Key estaba codiciándote demasiado y tuve que decirle lo del embarazo para que se le metiera en la cabeza que no tenía por qué coquetear con mi chica.
—No puedes seguir haciendo eso. Es infantil y estúpido.
—Anna, jamás dejaré de ser infantil y estúpido; viene con el paquete. Eso y una hermosa cara con labios besables.
—Siempre tan modesto…
—Esa es otra de mis cualidades. —Me dio un corto beso en los labios.
—Por favor, ya deja de decirle al mundo entero que estoy embarazada, antes de que yo misma me lo crea —lo amenacé.
—Seee, no te preocupes, nena. Creo que lo dejaste en claro después del décimo golpe que me diste en el hombro. Ya hasta me lo dislocaste. —Probó con mover su hombro izquierdo, que era el que siempre golpeaba, e hizo una mueca, como si de verdad le doliera.
—Desde ahora, te lo advierto —dije de repente—: si yo comienzo a decirle a la gente que tienes hemorroides, ladillas, herpes o alguna otra clase de incómoda y fea enfermedad de transmisión sexual, lo mínimo que espero de tu parte es que asientas con la cabeza y digas que yo siempre tengo la razón.
—Está bien. Dejaré que te vengues por todo lo del embarazo.
Sonreí. Era increíble con qué facilidad me hacía perdonarlo nuevamente. Esa vez fui yo quien lo besó. Me puse en puntillas y dejé que sus manos bajaran a mis caderas. Su lengua rápidamente hizo trabajo de exploración en mi boca. Aferré mis dedos a su cuello y me presioné más cerca de él, hasta que lo escuché jadear.
—Lamento explotar su burbuja de felicidad y todo eso —comenzó Elena entrometiéndose entre nosotros—, pero ya es hora de repartir nuestras ganancias por el trabajo de la otra noche.
Nos separamos bruscamente. Miré confundida a Adam, pero él evitaba mi mirada. Su mandíbula estaba siendo brutalmente apretada.
—Ahora no es un buen momento, Elena —le respondió.
Ella colocó sus manos en sus caderas y le dio una mirada rompehielos.
—¿Y cuándo va a ser el momento perfecto? ¿Qué acaso te molesta que ella sepa cuánto dinero ganas? ¿O es que no le has dicho en lo que andas metido? —Elena sonaba despectiva al mencionarme. Cuando Adam no le respondió inmediatamente, ella aprovechó para darme una sonrisa maliciosa—. Apuesto a que ni siquiera sabe sobre Nicole.
Adam se tensó.
—Pensaba decírselo más tarde —informó él finalmente. Su voz sonaba estrangulada.
Lo miré horrorizada y más confundida de lo que nunca había estado en mi vida. ¿Quién era Nicole? No pude evitarlo, pero todo tipo de suposiciones se precipitaron en mi cabeza. ¿Sería que Adam tenía otra novia? ¿Marie no era la única? No. Él no podía hacerme eso a mí. ¿Era esto alguna clase de broma?
—¿Quién es Nicole? —pregunté una vez que pude encontrar el valor de hablar.
Elena rio en voz alta, y llamó la atención de todos en el lugar.
—¿Sales con Adam y ni siquiera sabes quién es Nicole? —Volvió a reír histéricamente—. Auuu, lamento ser yo quien te lo diga, pero Nicole es una de las tantas novias que tiene.
Sentí que algo se quebraba dentro de mí.
—Basta ya, Elena. —Se acercó Key y la tomó del brazo.
—¡Suéltame, Key! Ella está engañada creyendo que Adam es hombre de una sola mujer. Chicos como él fueron diseñados para traer la peste sobre la tierra, no para ser amarrados con estúpidos embarazos…
Adam me tomó del brazo, y me jaló lejos de Elena y lejos de la fogata antes de siquiera llegar a escuchar el resto de lo que ella tenía que decir. Eso no la detuvo de gritar, mientras nos íbamos, algo acerca de que quería todo el dinero que le correspondía por haber hecho su parte. Las lágrimas de ira se acumulaban en mis ojos. Entonces, él era un ladrón y un mujeriego. Simplemente grandioso. Adam me jalaba, sin importarle si yo protestaba o no. Intenté frenar mis pies, pero él seguía caminando por delante de mí y llevándome por la fuerza. En un momento, perdí el equilibrio y tropecé con una roca de tamaño mediano. Mi rodilla cayó al suelo con un golpe doloroso; sentía que la sangre empezaba a coagularse y formaba un horrible moretón.
—¡Adam! —grité cuando noté que él no se iba a detener y que continuaba agarrándome del brazo, aunque prácticamente me estaba arrastrando por la arena.
Él se giró para verme y se detuvo rápidamente al mirarme en el suelo. Se agachó junto a mí para tomarme de los hombros y hacerme alzar la cabeza.
—Lo siento muchísimo —dijo acurrucándome en su pecho—. Soy un estúpido, y no me di cuenta.
No quería sollozar. Tuve que tragarme las lágrimas que estaban desesperadas por salir.
—¿De qué te lamentas? —cuestioné—. ¿De no notar que me caí al suelo mientras continuabas arrastrándome, o de no decirme el pequeñísimo detalle de que ya tienes novia?
Él maldijo por lo bajo y se pasó ambas manos por su cabello.
—Anna… —Me tomó de la cara y me obligó a mirarlo mientras iba a decirme una cruda verdad—, yo no tengo otras novias. A nadie. Elena no sabe lo que dice…
—No me mientas.
—Mira, puedo ser el idiota más grande del mundo, pero hay algo que yo jamás sería, y eso es ser un mujeriego.
—¿Que no eres mujeriego? ¡Dejaste que Marie se acostara con cualquier tipo que le diera un hola! ¿Por qué no pensaría que lo hiciste solo porque tú también te acostabas con otras? —Me puse de pie temblorosamente e hice el intento de caminar sin que se me notara lo mucho que me dolía doblar la rodilla. Logré dar dos pasos antes de que Adam me detuviera, pegara su pecho contra mi espalda y envolviera sus brazos alrededor de mi cintura.
—Ya te dije que no me importaba porque no la veía más que como un cuerpo con el que pasar la noche. Tal vez al principio la amé, pero, cuando supe que estaba viendo a Eder, me desengañé y la dejé de ver de la misma forma. Anna, créeme cuando te digo que yo no estoy con nadie más. No soy un mujeriego. ¿O es que viste que estuve coqueteándole a alguien más cuando anduve con tu prima?
Tal vez era cierto lo que decía.
—Entonces ¿quién es Nicole?
—Definitivamente, no mi novia.
—¿Me vas a decir quién es?
Sus brazos se tensaron alrededor de mi cintura y suspiró en mi nuca.
—Yo… —se detuvo de hablar. Noté que estaba haciendo tiempo para retrasar la respuesta.
Grandioso. Me solté de sus brazos en un santiamén.
—Marie me dijo que eras un ladrón y estafador —solté repentinamente—. ¿Me puedes explicar eso también?
Él me miró como si lo hubiera herido. Comencé a sentirme mal, pero tragué duro y me obligué a no compadecerme. La luz de la luna iluminaba la mitad del rostro de Adam. Era como ver venirse abajo una estoica y perfecta estatua. El problema era que yo también me estaba viniendo abajo junto con él.
«Probablemente seré tu ruina —había dicho él—, lo peor que te haya pasado. Soy como un virus ébola multiplicado por cien». Justo entonces empezaba a creer esas palabras.
CAPÍTULO 12 Quince minutos
—¿Marie te dijo que yo era un ladrón? —Asentí sin decir nada más. Los dedos de mis pies picaban por culpa de la arena en el suelo. El sonido de las olas rompiendo en la orilla se escuchaba como un singular fondo musical—. ¿Y tú le crees? ¿Me crees capaz de robar algo?
Quería sacudir la cabeza y decir que no, pero ya no estaba segura de nada.
—No lo sé —respondí— ¿Lo eres? ¿Eres un ladrón?
Entonces, hizo algo que, en una situación como aquella, había pensado que no haría: comenzó a reírse.
—¿Se supone que soy de esos tipos con pasamontañas que asaltan licorerías por la noche?
Poniéndolo de esa manera, sonaba tonto. Aparté mi rostro avergonzado.
—Ella dijo que estafabas a la gente. Te acusó de robarle dinero.
Adam elevó una de sus bien formadas cejas.
—¿Te dijo que le robé la billetera? Admito que asalté su cocina por un buen tiempo y, sí, me llevé algunas monedas enterradas en el hueco del sofá, pero…
—¡Me dijo que le robaste la chequera y sacaste todo el dinero que tenía su padre en el banco! —declaré seriamente. Por si no fuera poco, se rio más fuerte—. ¡Idiota! —grité. Me agaché, un poco dolorida por mi golpe en la rodilla, tomé un puñado de arena y comencé a lanzársela. Él se movió con agilidad y evitó la mayoría de mis ataques—. ¡Se supone que no debes reírte! —Le lancé más arena, sin embargo, se escabulló con facilidad.
—¡Anna, tranquilízate!
Eso me enfureció más. ¿Por qué siempre me pedía tranquilizarme justo cuando estaba más desquiciada?
—¿Eres o no un ladrón? Solo responde eso.
Adam corrió a mi alrededor y llegó detrás de mí. Me aprisionó en un abrazo apretado y no se relajó hasta que yo dejé de luchar e intentar salirme de su agarre. Mis manos llenas de arena cayeron a los costados y la arena se deslizó de mis dedos con lentitud. Francamente, quería llorar. El idiota aprovechó ese momento en el que me tenía encerrada entre sus brazos y besó mi cuello. Mordisqueó el lóbulo de mi oreja y me habló al oído.