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CAPITULO 01: La verdadera igualdad requiere de un feminismo que tenga en cuenta a las mujeres desfavorecidas

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Para muchas mujeres, y no solo para las que se encuentran dentro de las minorías, el feminismo está actualmente protagonizado solo por las mujeres blancas. Por lo tanto, el feminismo de ahora, al igual que el de antaño, parece ignorar una serie de problemas que son importantes para muchas mujeres, en especial para las de color.

A continuación, un ejemplo del olvido en que se tiene a las mujeres de color: Patricia Arquette ganó el premio a la Mejor Actriz de Reparto en los Premios de la Academia en 2015. Su discurso de aceptación resultó polémico entonces porque fue catalogado como un discurso feminista, pues abogó en especial por un salario justo para las mujeres que, como bien demostraban las estadísticas, ganaban menos que los hombres por hacer el mismo trabajo.

El problema con las palabras de Patricia Arquette, que por lo demás formularon una demanda justa, fue que luego dijo que quería el apoyo de todas las personas homosexuales y las de color, pues afirmó que la sociedad ya había luchado por sus derechos. En otras palabras, Arquette dio a entender que los derechos de los homosexuales y las personas de color ya estaban garantizados, cuando la realidad demuestra justo lo contrario.

Las personas desfavorecidas, como las mencionadas por la actriz, ya sufren tremendos niveles de opresión, por lo que no fue una buena idea pedir su apoyo como si se tratara de una deuda pendiente. Esto expone, justamente, la forma en que el feminismo blanco siempre espera que todo gire en torno a la lucha de las mujeres blancas.

Aunque temas particulares como el derecho al aborto están comúnmente en la agenda feminista, por ejemplo, la atención médica general ni siquiera está garantizada para las mujeres de color. Lo mismo ocurre con la escolarización, e incluso con cualquier otra necesidad básica como contar con los alimentos suficientes para sobrevivir. En resumen, para las mujeres que no son afortunadas, hay muy poca comprensión de cómo es la vida, y muy poca empatía para averiguarlo.

La solidaridad no puede ser solo de y para las mujeres blancas. El feminismo debe continuar ayudando realmente a las mujeres de color, pues de otra forma no se estaría avanzando hacia la igualdad genuina. ¿Cómo pretendemos que nos consideren iguales a los hombres si ni siquiera somos iguales entre nosotras?

El feminismo se ha centrado históricamente en la experiencia de las mujeres que han gozado de los privilegios del supremacismo blanco a la par que sufrían por el patriarcado. Sin embargo, es innegable que el sexo y el género se mezclan con la raza, y es en ese punto fundamental que el feminismo pierde su ventaja progresista: las feministas afirman que son víctimas solo por una cuestión de género, negándose a reconocer su participación en la supremacía blanca.

El feminismo blanco, muchas veces sin advertirlo, permanece leal a dicho supremacismo por el simple hecho de no visibilizar a las mujeres de color. Suele posicionar a las mujeres como víctimas de la hegemonía masculina blanca, como si no existieran incontables abusos distintos que las feministas blancas no padecen por su color de piel. A esta contradicción se le llama abuso discursivo.

A lo largo de la historia, solo un pequeño grupo de activistas de color han tenido voz, como Ida B. Wells y Anna Julia Cooper, quienes hicieron campaña por el voto y lucharon por la justicia como ciudadanas negras. Las feministas de ahora jamás deberían de olvidar una enorme deuda que tienen con todas las mujeres: las sufragistas blancas de hace un siglo ignoraban a las mujeres negras y las enviaban siempre al final de la fila en sus marchas.

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